El santo Monseñor Helder Camara

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El santo Monseñor Helder Camara
Frei Betto
Adital
08/04/2015
Roma autorizó este mes a la arquidiócesis de Olinda y Recife iniciar el proceso que podría llevar a
la Iglesia Católica a reconocer y dar
culto a Dom Helder Camara (19091999) como santo.
Le conocí cuando era obispo
auxiliar de Río de Janeiro, a comienzos de la década de 1960. Hombre
de muchos talentos, se encargaba
también de la Acción Católica, movimiento que agrupaba el llamado
A, E, I, O, U (JAC, JEC, JIC, JOC, JUC).
Además de los años en que participé en la dirección nacional de la Acción Católica,
conviví con Dom Helder durante su último período
de vida; cada año yo daba una charla en Recife, en la
Semana Teológica. Y nunca dejaba de visitarlo en la
iglesia de las Fronteras, donde residía él.
Hombre de baja estatura y frágil, tenía curiosas
características: apenas se alimentaba. Comía como
un pajarito. Y tenía un extraño horario de sueño: se
acostaba hacia las once, se levantaba a las dos de
la madrugada, se sentaba en una silla-balancín y se
entregaba a la oración. Era, según decía él mismo, su
“momento de vigilia”. Rezaba hasta las cuatro, dormía otra hora y se levantaba para celebrar la misa.
En la década de 1960 Dom Helder encabezó en
Río de Janeiro la Cruzada San Sebastián, proyecto de
desfavelización creado por él. No cuajó; lo cual le llevó a combatir las causas de la pobreza.
De espíritu amigable, allá donde iba juntaba a la
gente en torno de él. Fue quien originó la CNBB, inventando las conferencias episcopales, y el CELAM,
el consejo de los obispos de América Latina.
Esos organismos, que en cierta forma descentralizaron la Iglesia romana, salieron de la cabeza del
obispo que, para desgracia de los militares golpistas,
fue nombrado arzobispo exactamente en 1964. El
Papa lo nombró para Sao Luis, pero días después le
transfirió a la arquidiócesis de Olinda y Recife, en la
que permaneció hasta su muerte.
Durante el Concilio Vaticano II (1962-1965) lideró
el Pacto de las Catacumbas, por el que innumerables
obispos se comprometieron con la “opción por los
pobres”, dando origen a esa porción
de obispos que más tarde se identificarían con la Teología de la Liberación. Nominado en 1972 para el
Premio Nobel de la Paz, Dom Helder
no ganó el premio por dos razones:
primero por presión del gobierno
Médici. La dictadura se hubiera visto muy cuestionada en su imagen
al exterior en caso de que hubiese
ganado. Incluso dentro del Brasil
Dom Helder era considerado “persona non grata”. Censurado, nada
de lo que el “obispo rojo” hablaba
era reproducido o señalado por los
medios del país.
La otra razón: los celos de la Curia Romana. Esta
consideraba una falta de delicadeza, por parte de la
comisión noruega del Nobel, el conceder a un obispo del Tercer Mundo un premio que antes debiera
dársele al papa…
El gobierno militar, temiendo que le pasara algo
a Dom Helder y la culpa recayera sobre la dictadura, envió delegados de la Policía Federal a ofrecerle
protección. Dom Helder contestó: “No necesito de
ustedes, ya tengo quien cuide de mi seguridad”.
“Pero usted no puede tener escoltas privados. Para
tenerlos es necesario registrarse en la Policía Federal.
Debemos de conocerlos nosotros y autorizar el uso
de armas. ¿Quién cuida de su seguridad?” Dom Helder replicó: “Son tres personas. Pueden anotar: Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Incomodaba al gobierno
el ver desmoralizada por Dom Helder la imagen que
la dictadura quería proyectar del Brasil en el exterior.
Él siempre resaltaba que, si el gobierno deseara probar que él mentía, entonces que abriera las puertas
del país a fin de que comisiones internacionales de
derechos humanos vinieran a investigar, como hizo
la dictadura de Grecia.
El golpe más cruel que la dictadura le dio a Dom
Helder fue el brutal asesinato de su asesor para la
juventud, el P: Antonio Henrique Pereira Neto, de 29
años, en marzo de 1969, en Recife.
Dom Helder solía repetir: “Si hablo de los hambrientos, todos me llaman cristiano; si hablo de las
causas del hambre, me llaman comunista”.
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