Nº 34 APODOS Antes que el desarrollo del constitucionalismo decimonónico y el reconocimiento de la libertad de culto admitiese la creación del Registro Civil en 1870, eran los libros parroquiales, de bautismo matrimonio y defunción, los principales documentos que nos orientaban sobre los movimientos demográficos en un lugar concreto y en un tiempo histórico determinado. Otra de las fuentes que mayor aportación de datos personales aporta al investigador histórico son los vecindarios y padrones de carácter municipal. Registros, que con fines exclusivamente recaudatorios, recogían el nombre del cabeza de familia, su profesión y edad, el nombre de sus hijos y el de su mujer. Otras veces solo aparecen su profesión y rentas. Las mujeres se suelen registrar más con el apodo que con los apellidos. Actuando este como un sobrenombre que la identificaba legalmente, fuese soltera, viuda o casada. Los apodos nos introducen en el mundo de los gentilicios locales. Motes que acompañaron a familias durante generaciones y que tenían su origen en características físicas, origen familiar o singularidades de la personalidad. En 1813 encontramos como vecinas de Cáceres a Luisa la Leona, que vivía en la calle Pintores, casada con el cordelero Antonio Montero. En la calle Parras habitaba Teresa la Pájara. Maria la Pavesa lo hacía en la calle Busquet donde era vecina de Teresa la Larga, Ana la Pálida y Paula la Osa. Quizás debiesen su apodo a su aspecto físico, al igual que Vicenta la Calva o Isabel la Pardilla que vivían en la corredera de San Juan, en 1818, donde eran vecinas de Teresa la Vela. Otros apodos se deben al origen de quien lo detenta. Así encontramos a María la Catalana en la calle Gallegos, Guadalupe la Torreña en la de Consolación, Ana la Portuguesa en el Rincón de la Monja o María la Francesa que habitaba en Alzapiernas. Algunos apodos eran más complacientes como les ocurría a las vecinas de la calle Parras, Maria la Rosa y Petra la Canela o Catalina la Peinada, que tenia su casa en las Piñuelas altas. Algunos apodos son difíciles de clasificar como ocurre con Paula la Dura, que vivía en la calle Castillo casada con el jornalero José Rosado. También en esa calle vivieron durante siglos las Cachorras, una estirpe que en 1813 detentaba Isabel la Cachorra. Su prostíbulo fue de los más longevos de Cáceres, alcanzando el siglo XX. Apodos que se utilizaban en documentos oficiales, identificando a las personas mejor que sus propios apellidos. Algunos pasaron de generación en generación, otros se diluyeron en el tiempo y todos forman parte del vecindario local. © Fernando Jiménez Berrocal Publicado 15/01/2014