Andrea A. García

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CUADERNO CENTRAL 43
Una ciudad de museos municipales
Antonio Lajusticia
Andrea A. García
Museóloga
TEXTO
● La labor efectuada por el Ayuntamiento de Barcelona en la creación,
organización y mantenimiento de la mayoría de museos de la ciudad ha
obtenido un reconocimiento considerable en el medio académico y cultural
de la ciudad. Una Barcelona que, al inicio del primer consistorio democrático tras la dictadura del general Franco, heredaba un total de veinticuatro
museos municipales.
La voluntad del consistorio de responder a las demandas formuladas por la
ciudadanía, ya sea por medio de colectivos de presión o personalidades de
reconocido prestigio, motivaron el compromiso municipal en la formación
de los museos de la ciudad. El mérito de esta aventura consistió en saber
encaminar una idea tan unificadora como la de dotar a la ciudad de museos públicos; una tarea nada fácil que, poco a poco, se fue llevando a cabo sin
la intervención del gobierno central.
Otro aspecto que distingue la ciudad de otros modelos museológicos del
propio Estado es la formación de los fondos museísticos. Mientras los grandes museos españoles han sido creados a partir de colecciones cedidas por
la Casa Real, los museos barceloneses se han dotado de patrimonio mediante el estímulo de sus propias habilidades y el desarrollo de las posibilidades
reales. Así pues, se han incorporado a los museos de la ciudad parte de antiguas colecciones privadas reunidas por personalidades tan reconocidas
como Lluís Desplà (1444-1524), Miquel Mai (¿-1546) o la familia Salvador
(desde comienzos del siglo XVI hasta finales del XVIII). También merecen
especial mención piezas procedentes de donaciones o legados más próximos
a nosotros que han facilitado la creación de nuevos museos municipales,
como la magnífica y valiosa colección de indumentaria de Manuel Rocamora (1965); una parte muy significativa de la obra del genial Picasso,
donada a la ciudad por Jaume Sabartes (1960), o la serie de las Meninas y la
vida, cedida por el propio artista (1968).
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El Palacio de Bellas Artes fue edificado
por el Ayuntamiento de Barcelona para
acoger principalmente las exposiciones
oficiales de bellas artes e industrias artísticas.
En determinadas etapas también fue la sede
del Museu de Belles Arts.
A.H.C.B.-Archivo Fotográfico
Otra forma de obtener patrimonio ha sido la recuperación de bienes
culturales procedentes de derribos o de excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en diferentes puntos de la ciudad y de las remodelaciones
urbanísticas de la ciudad como, por ejemplo, la Barceloneta, 1753; la
Rambla, 1772; la Esplanada 1789-97, o el derribo de las murallas, 1854.
También resultó favorable para la obtención de patrimonio mueble e
inmueble la aplicación de la legislación dictada en determinados periodos de nuestra historia: la promulgada en tiempos de la Desamortización (1835) o el rescate de patrimonio ante el peligro de su segura destrucción en momentos de conflictos sociales (quema de conventos,
1820 y 1835). Estas formas de obtención fueron prácticamente las únicas hasta el momento en el que el Ayuntamiento de Barcelona fijó las
bases organizativas y económicas que permitieron adquirir patrimonio
por medio de un instrumento oficial, la Junta Municipal de Museos y
Bellas Artes.
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PRIMERAS PROPUESTAS MUSEÍSTICAS
De esta larga historia recuperaremos las secuencias que, por el hecho de
ser desconocidas, resultan más atractivas, hasta llegar a la consolidación
de la fórmula que aseguró la creación y afianzamiento de los museos
municipales de la ciudad. De este largo camino, no exento de problemas, ilusiones y contradicciones, merece especial mención la labor realizada por algunas organizaciones no gubernamentales de la ciudad, de
entre las que es preciso destacar la Reial Acadèmia de Nobles Arts y la
Reial Acadèmia de Bones Lletres. Su trabajo fue un ejemplo a seguir por
otros colectivos de la ciudad como, por ejemplo y con diferente grado
de incidencia, la labor efectuada por los centros excursionistas, las asociaciones culturales y recreativas o la contribución de personalidades
del mundo de la política, la cultura y el arte.
De las propuestas efectuadas por prohombres de la ciudad nos parece
oportuno recordar la sugerencia de Marià Oliveres i de Plana, uno de
los miembros más activos de la Reial Acadèmia de Ciències i Arts de
Barcelona. Este reconocido académico lanzó la idea (1790) de recoger
lápidas y otros vestigios históricos abandonados por las calles de la ciudad y formar lo que hoy llamaríamos un museo al aire libre. Estas piezas serían exhibidas sobre pedestales en el nuevo paseo de la Esplanada
y guardadas con cuidado por los vigilantes de aquella zona.
En este sentido, también es aleccionador recordar el proyecto que Josep
Maria de Llinàs hace del patrimonio histórico-artístico, que, en manos
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privadas u olvidado por rincones de la ciudad, se mantenía oculto al
ciudadano o se deterioraba sin remisión. Su idea, en cierta manera,
entroncaba con la anterior, con la diferencia de que Llinàs proponía
habilitar una parte de un edificio municipal para cumplir con la función característica de los museos del siglo XIX.
Entre estas dos voluntades debemos incluir las gestiones llevadas a cabo
por los profesores de la Escola de Nobles Arts de la Junta de Comerç en
la recopilación y salvaguardia del patrimonio artístico y la creación de
un museo con clara voluntad didáctica. Una iniciativa que tiene como
promotor al pintor Josep Flaugier, que fue director de la Escola de Llotja en tiempos de la invasión francesa. Fue él quien, siguiendo las órdenes del gobierno invasor, requisó patrimonio de la Iglesia y lo protegió
de los propios gobernantes, preservándolo así para formar la primera
galería de arte de la ciudad en la Casa Llotja. Su intención estaba avalada por los propósitos y proyectos aplicados a los museos de la capital
francesa. Proyecto que continuaron sus sucesores y que sufrió diversas
modificaciones según las reformas políticas y educativas de cada periodo. Finalmente, una parte importante de su fondo pasó al Museu Provincial de Belles Arts (1902), que, cuatro años más tarde, se unificó con
el Museu Municipal de Belles Arts.
Bajo la tutela de la Reial Acadèmia de Bones Lletres se organizó otro
tipo de museos. El Museu Lapidari i d’Antiguitats, sin hacer una referencia expresa, seguía la voluntad manifestada por Marià Oliveres y
Josep Maria de Llinàs de defender la custodia, la protección y la exposición del patrimonio histórico-artístico de la ciudad. Este museo sufrió
distintas modificaciones provocadas por motivos ajenos a su voluntad
científica hasta que llegó a ser realmente público (1862). Cuando pasó
a ser tutelado también por la Diputación Provincial de Barcelona, cambió su nombre por el de Museu Provincial d’Antiguitats. Todos estos
museos recibieron la ayuda del consistorio, quien favorecía la obtención
de espacios para la conservación del patrimonio, hasta que el Ayuntamiento de Barcelona organizó sus propios museos para la ciudad.
LOS MUSEOS MUNICIPALES
La primera acción museológica puramente municipal fue la creación de
la Galería de Catalanes Ilustres (1873), un proyecto que abría nuevas
expectativas, pero que no llegaría a tener el carácter público que debían
conseguir los museos municipales por haber sido instalado en la sede del
Ayuntamiento. Tres años después, el arqueólogo y naturalista Francesc
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“Una característica dominante en la historia de los
museos municipales ha sido la opción de utilizar edificios
de interés histórico y artístico. Esta política también se
evidencia cuando se instalan museos en zonas
urbanizadas para actividades públicas”.
El Palacio de Bellas Artes, obra de August
Font, fue el marco de los actos inaugurales de
la Exposición Universal de 1888 después de
haber sido la sede de las exposiciones temporales de la ciudad, una de las cuales se
recoge en esta imagen.
A.H.C.B.-Archivo Fotográfico
Martorell entregaba al Ayuntamiento de Barcelona, además de su colección, una suma de dinero con la condición de que el consistorio se ocupase de crear un museo para la ciudad. Este encargo se hizo realidad con
la construcción de un edificio de nueva planta, diseñado por el arquitecto municipal Antoni Rovira. El Museu Martorell, en la actualidad sede
del Museu de Geologia, fue inaugurado en el año 1882 y ha sido el primer museo de la ciudad en disfrutar de un edificio pensado para esta
función.
A excepción de este último caso, y como puede observarse en la cronología adjunta, una característica dominante en la historia de los museos
municipales, que ha marcado los criterios museológicos y, sobre todo,
los museográficos, de su evolución, ha sido la opción de utilizar edificios
de interés histórico y/o artístico para albergar museos. Esta política de
reutilización de bienes inmuebles también se evidencia cuando se instalan museos en zonas urbanizadas para determinadas actividades públicas en las que se conservan edificios emblemáticos para la ciudad. El primer caso fue la transformación de la antigua Ciutadella en parque público aprovechando la organización de la Exposición Universal de 1888.
Fue entonces cuando la Comisión Ejecutiva de la Exposición Universal
decidió el destino de antiguas edificaciones como el antiguo Arsenal de
la Ciutadella, la Nave Central del Palacio de la Industria, obra dirigida
por Elies Rogent, o el carismático Castillo de los Tres Dragones o Café
Restaurante de la Exposición, de Lluís Doménech i Montaner.
La asistencia de público al Museu Martorell y la necesidad de ampliar la
oferta cultural para la ciudad, sobre todo en el ámbito de las manifestaciones artísticas y artesanas, provocó que el Ayuntamiento conviniera la construcción del Palacio de Bellas Artes. Este magnífico edificio,
obra de August Font, derribado en 1943, se convirtió en el marco idóneo para celebrar la apertura de la Exposición Universal, después de
haber cumplido con su función original, es decir, ser la sede principal
de las exposiciones temporales de la ciudad.
En enero de 1890, el alcalde de Barcelona creó la Comisión Especial
para la Conservación de los Edificios del Parque y Creación y Fomento
de los Museos Municipales, y, paralelamente, encargó un plan de museos a Pompeu Gener. Este atrevido proyecto proponía crear un único
centro museístico en el que se representase al hombre, su historia, las
distintas manifestaciones culturales y la naturaleza. El museo global o
múltiple, según se analice, pretendía custodiar y exponer todo tipo de
patrimonio: objetos, arte, documentos, etc. El hecho de que las colec-
ciones municipales fueran muy pequeñas llevó a Gener a proponer que,
en una primera etapa y en el mismo recinto, se mostraran originales o
reproducciones. Este proyecto, poco estudiado por los miembros de la
comisión, no prosperó debido a su complejidad y a su coste de creación
y mantenimiento.
Meses más tarde, el nuevo alcalde desvinculó el compromiso de conservar los edificios del Parc de la Ciutadella de la tarea de estudiar la creación de museos municipales y creó la Comisión Municipal de Museos
(octubre, 1890). Se dotó a este organismo de comisiones complementarias específicas para perfilar la línea museológica de los futuros museos
públicos de la ciudad. En este periodo nace la organización inicial del
Museu de Belles Arts, el Museu Arqueològic y el Museu de les Reproduccions Artístiques, todos ellos inaugurados en 1891. Al mismo tiempo, se abrió al público la Primera Exposición General de Bellas Artes en
el palacio del mismo nombre. La actividad de los museos y esta muestra
de arte tan vindicada por los círculos artísticos y tan esperada por los
artistas, intelectuales y amantes del arte, mostró la necesidad de reordenar la estructura organizativa. El relevo vino de manos del siguiente
alcalde y el nuevo ente rector pasó a llamarse Comisión Municipal de
Bibliotecas, Museos y Exposiciones Artísticas (junio, 1891), órgano gestor que repartió sus competencias entre tres juntas.
Este sistema de organización mejoró notablemente con la creación de la
Junta Municipal de Museos y Bellas Artes, conocida como la Junta Autónoma (1902), y, más tarde, seguida por la Junta de Museos de Barcelona
o Junta Mixta (1907), de la que también formaba parte la Diputación de
Barcelona. De la labor realizada por estas juntas, cabe destacar, además
de la organización y el mantenimiento de los museos, la política de
adquisiciones y/o admisiones de patrimonio para aumentar los fondos
de los museos municipales. De entre los museos citados, haremos una
referencia breve a aquellos que, por su trayectoria, constituyeron la base
real de los museos municipales, la base de un proyecto de gran envergadura que culminó con la inauguración (5 de noviembre de 1915) del
complejo museístico denominado Museus d’Art i Arqueologia.
El Museu de Belles Arts se instaló en el Salón de la Reina Regente, el
espacio más noble del Palacio de Bellas Artes, en el que, el mismo día
de la inauguración del edificio, se había exhibido una muestra del patrimonio de la Casa Real. La colección estaba formada por obras de arte
moderno de autores catalanes, en su mayoría procedentes de las dependencias de la Casa Consistorial. Poco a poco, el fondo del museo se fue
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ampliando con donaciones, legados y obras de arte adquiridas en las
exposiciones oficiales. Desde su creación, el museo fue sufriendo constantes modificaciones, algunas causadas por la ampliación de las salas
de exposición permanente y otras debidas a problemas externos a su
dinámica, que obligaba a ceder parte del espacio del edificio para organizar exposiciones bianuales de bellas artes o de industrias artísticas.
Cinco años después de ser inaugurado, el Museu de Belles Arts pasó a
ocupar la nave central del Palacio de la Industria, y dos años más tarde
(1901), volvió parcialmente a su lugar de origen. Al año siguiente compartió el primer piso del edificio con el Museu Provincial de Belles Arts.
Este museo, heredero en cierta forma del Museu de la Llotja, poseía un
magnífico fondo en el que el arte antiguo ocupaba el espacio más
importante; por tanto, constituía un extraordinario complemento para
poder explicar la evolución del arte. El mismo día en que se inauguraba este museo provincial en la planta baja del palacio, se abría la Exposición de Arte Antiguo, una muestra de gran densidad expositiva que
sirvió para consolidar el interés por la recuperación del patrimonio
medieval catalán.
Ambos museos se unificaron en un único centro, gracias a la cesión que
la Diputación hizo de su fondo al Ayuntamiento de Barcelona en calidad de depósito (1906). De todos modos, los fondos del nuevo museo
tuvieron que volver a repartirse: el arte moderno regresó a la nave central y se mejoró en gran medida la instalación del arte antiguo al ocupar parte del recuperado Arsenal de la Ciutadella.
La inauguración del Museu de las Reproduccions Artístiques fue muy
bien acogida en tanto que significaba la consecución de una meta
importante, reclamada por personalidades del mundo de las artes y la
cultura. El museo ocupaba parte de la nave central del Palacio de la
Industria y tenía como objetivo principal ser un recurso para la educación formal de los estudiantes y un estímulo para el público en general.
En principio, los fondos estaban formados por reproducciones de
escultura y elementos arquitectónicos y, muy pronto, se añadió una
biblioteca en la que no faltaban postales, grabados y fotografías.
De esta misma etapa, es preciso recordar la organización del Museu de
la Història (1892), un nuevo centro que ocupó parte del edificio que
debía ser el Café Restaurante de la Exposición Universal. En el diseño
de lo que hoy definiríamos como proyecto museológico, participaron
arquitectos, como Lluís Domènech i Montaner, y estudiosos, como
Miquel i Badia o Sanpere i Miquel, en el caso del Museu de les Repro-
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duccions Artístiques. Los fondos del museo estaban formados por piezas de propiedad municipal, patrimonio procedente del Museu Arqueològic Municipal, recién creado, y una amplia gama de objetos cedidos
al municipio por coleccionistas. Esta variada muestra ocupaba la planta baja y parte del primer piso del Castillo de los Tres Dragones, actual
sede del Museu de Zoologia. Cuatro años después de su inauguración,
el Museu de la Història fue trasladado a la nave central del Palacio de la
Industria.
A partir del momento en que la Junta Municipal de Museos y Bellas
Artes inició la tarea de dar forma más concreta a la política museológica de la ciudad, se insistió en la necesidad de recuperar el edificio que
había sido Arsenal de la Ciutadella para convertirlo en sede de los museos municipales. En este sentido, el entonces regidor Puig i Cadafalch,
aprovechando la organización de una exposición en el mencionado edificio, abrió al público el Museu d’Arts Decoratives (1902) como complemento cultural de las fiestas de la Mercè. La idea había sido defendida en repetidas ocasiones por organizaciones de aquella Barcelona que
vivía un fuerte proceso de industrialización. Se dotó al museo de fondos
procedentes del Museu de la Història y del de las Reproduccions y, un
año después, pasó a denominarse Museu d’Art Decoratiu i Arqueològic.
Poco a poco, las reproducciones fueron sustituidas por piezas originales
y el centro fue adquiriendo un gran prestigio, parte del cual se debía a las
colecciones de cerámica e indumentaria.
UN OBJETIVO CUMPLIDO: EL PALACIO DE LOS MUSEOS
Los museos municipales iban reconvirtiéndose lentamente. A medida
que se ampliaban sus fondos, necesitaban más espacio expositivo y salas
de reservas. Además, el éxito de asistencia de determinados sectores hizo
necesario ampliar la programación de actividades complementarias en
las exposiciones temporales y aumentar la plantilla de personal. Este
deseado dinamismo sólo era posible si el Ayuntamiento de la ciudad
facilitaba la concentración de sus museos de ciencias sociales en un
único edificio. Por este motivo, la Junta Autónoma empezó a defender la
construcción de unas naves laterales destinadas a ampliar el antiguo
Arsenal de la Ciutadella. En 1904 tuvo lugar la ceremonia de colocación
de la primera piedra en el antiguo edificio y la obra le fue asignada al
arquitecto municipal Pere Falqués. La Junta Mixta, que recogió la labor
desarrollada por su antecesora, fue la encargada de inaugurar el complejo museístico denominado Museus d’Art i Arqueologia (1915).
Sección de arte antiguo del Museu de Belles
Arts. Es la primera vez que la instalación
museográfica utiliza un sistema escenográfico
para representar la función de un conjunto de
piezas litúrgicas de diversas procedencias.
En la página siguiente, el Museu d’Art
Modern, inaugurado en la Ciutadella en 1945.
B.G.H.A., Fondo Mata Ramis / Àngel Toldrà
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A.H.C.B.-Archivo Fotográfico / J.Calafell-R.Feliu
El edificio, en la actualidad sede del Parlamento de Cataluña, acogía los
siguientes antiguos museos municipales: Museu d’Arqueologia, Museu
de la Història, Museu de Belles Arts Antigues i Modernes, Museu de les
Reproduccions Artístiques y Museu de les Arts Decoratives. El nuevo
museo se estructuraba en secciones: la de Artes Decorativas, la de Pintura y Escultura, la de Escultura Comparada y la de Arqueología.
El nuevo centro museístico, conocido popularmente como Palacio de
los Museos, exponía el patrimonio en casi todo el edificio, excepto en los
espacios destinados a funciones internas o a actividades públicas, como
la biblioteca y la sala de conferencias. Los proyectos museológicos y
museográficos de cada museo fueron estudiados por comisiones específicas y el resultado fue magnífico. Aún hoy podemos encontrar algunas
de estas soluciones museográficas en museos del siglo XXI.
Del nuevo montaje destaca la idea de ocupar los espacios de nueva construcción con el patrimonio artístico, que cuenta con piezas esenciales del
románico catalán, e ir dando cabida a obras pictóricas y escultóricas del
arte contemporáneo adquiridas en las últimas exposiciones. Junto a las
obras originales se exponían reproducciones artísticas que permitían ver
la evolución de la historia del arte, llenando vacíos muy importantes.
La llegada de un gran número de piezas procedentes de las excavaciones
de Empúries confirió una nueva dimensión a la sección arqueológica,
que destinó una sala especial para presentar el tesoro de la costa ampurdanesa. Las artes decorativas se enriquecieron notablemente, sobre todo
la sección de tejidos, que ocupaba diversas salas de exposición, y se cuidó
especialmente la presentación de las colecciones de cerámica y numismática. El patrimonio clasificado como histórico pasó a ser un magnífico complemento del discurso museológico general del nuevo centro.
Con la inauguración del Palacio de los Museos, no sólo se consolidaban
los modelos museológicos de larga tradición europea, la mayoría vigentes en la actualidad, sino que, además, se conseguía dotar a la ciudad de
una herramienta indispensable para conocer su pasado y presente y
también facilitar su proyección hacia el futuro.
El inicio del cambio vino de manos de la Concejalía de Cultura del
Ayuntamiento predemocrático, que encargó un estudio sobre la situación de los museos con el asesoramiento del Consejo Internacional de
Museos (ICOM). La prospección y redacción del Libro blanco de los
museos de la ciudad de Barcelona fueron coordinadas por el economista
Francesc Roca y las conclusiones fueron presentadas en el Salón de las
Crónicas del Ayuntamiento de Barcelona (15 de marzo de 1979). De este
periodo destaca también la nueva cualificación de los funcionarios y la
institucionalización de los departamentos de educación de los museos
municipales, dos conquistas, reivindicadas repetidamente, que facilitaron las relaciones del futuro consistorio con los profesionales de los
museos.
El nuevo Ayuntamiento democrático fue precisamente el encargado de
hacer público el contenido completo de dicho estudio. Del Libro blanco destaca especialmente el propósito de crear un museo nacional catalán, así como el de definir dos nuevas tipologías de centros: el museo
urbano y el museo de barrio. El nuevo equipo de gobierno inició un
generoso debate sobre el tema en el que participó una amplia gama de
colectivos profesionales. Pero la propuesta no prosperó por su carácter
atrevido y el Área de Cultura provocó el cambio a partir de la Ponencia
de reforma de los museos municipales, que sentó las bases para confeccionar un Plan Director de Museos y Actividades Complementarias.
Esta línea de trabajo facilitó la reordenación de los museos y su aproximación al conjunto de la sociedad, un colectivo humano que vivía de
espaldas a estas instituciones, y además, abrió caminos de corresponsabilidad, al implicar en su proyecto a los profesionales del ramo.
De esta etapa vivificadora destaca la política de exposiciones temporales, la edición de catálogos, guías, carteles y publicaciones de divulgación, la recuperación de espacios de uso cultural, como el Palau de la
Virreina, la Casa Quadres, el Born, la Capella de l’Antic Hospital, etc.,
y, con diferente grado de implicación municipal, la recuperación de la
Casa de la Caritat, entre otros edificios emblemáticos de la ciudad. Una
muestra de la calidad y el dinamismo alcanzados es el programa de
celebración del Centenario Picasso –en el que participaron diversos
estudiosos– que, además de las grandes exposiciones del centro de la
ciudad, tenía en cuenta otros modelos expositivos especialmente ideados para mostrar la figura del artista y su obra en distritos y escuelas.
Los museos se abren al exterior con acciones como el Bus Cultural, la
celebración al aire libre del Día Internacional de Museos, etc., con lo
que se consigue mejorar, de forma evidente, la calidad de los servicios
que ofrecen. El público aumenta: sólo las visitas colectivas se incrementan en un 400%. Pero, visto con la perspectiva de la distancia, el
mayor éxito conseguido fue ofrecer una luz nueva a la manera de ver y
vivir los museos de la ciudad.
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LOS MUSEOS MUNICIPALES AL INICIO DE LA DEMOCRACIA
Queremos detenernos, de nuevo, en las dos etapas de la larga y variada
historia de los museos municipales que marcan la política o políticas
museológicas surgidas de la democracia. De esta forma, volvemos a la
idea inicial del artículo y comentamos las acciones que anunciaban las
modificaciones de los museos de propiedad y gestión municipales.
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