Primera infancia, diversidad y neurociencias Dr. Franklin Martínez Mendoza Cuba La primera infancia es por su propia esencia la máxima expresión del concepto de la diversidad. Si partimos del hecho de considerar que el término "Diversidad" ha adquirido una connotación importante y recurrente, e incluso se le trata de definir en la actualidad como un nuevo enfoque de la pedagogía, sin embargo, es considerado por muchos, entre ellos el autor de esta ponencia, como algo que ha estado siempre presente, al menos en la educación de la primera infancia, aunque existan modelos curriculares de educación infantil para los cuales constituye un acercamiento nuevo y novedoso. En realidad la diversidad humana es un hecho real, objetivo, innegable e ineludible, y esto es mucho más manifiesto en las primeras edades del desarrollo. Desde este punto de vista el término Diversidad no es un concepto nuevo ni tampoco significa lo último en la educación, ya que de hecho es un hecho consustancial al problema de educar que ha existido a lo largo de los tiempos. La educación de la primera infancia no ha estado exenta de estos problemas. Y lo cierto es que ha sido históricamente una opción generalizada en muchos modelos educativos preescolares la tendencia a homogeneizar los grupos, para sobre esta base impartir un tratamiento semejante a todos los niños, en algunos casos diferenciándolos en subgrupos de acuerdo con sus dificultades para el aprendizaje, las particularidades evolutivas generales, los resultados globales a obtener, entre otros factores. Un ejemplo de esto lo constituye el cambio de grupos en el centro infantil, particularmente en los de los años tempranos, lactantes y maternales. Si bien es cierto que en la medida en que se avanza en el desarrollo las transformaciones que se dan en los niños ocurren en lapsos mayores y ello conduce a considerar grupos etarios que como un todo pasan al siguiente grupo de edad en una fecha determinada (lo cual obedece mas a razones organizativas y administrativas que técnicas), ello es inadmisible en los dos primeros años (y hasta quizás en los tres primeros años), en que los cambios que se dan en el curso evolutivo del desarrollo de los niños son constantes, y se suceden en márgenes estrechos de tiempo. Ello hace que, por así decir, un lactante de once meses cronológicos de edad, pueda tener un ritmo de desarrollo mucho mayor que otro que tiene su misma edad, y las diferencias entre ambos pueden ser notables. Entonces, ¿por qué obligar al pequeño que está mucho mas adelantado en su desarrollo a esperar a una fecha para realizar el cambio de grupos, que se ubica igual para todos los pequeños independientemente de su nivel y logros evolutivos? Esto no solo tiende a causar una problemática organizativa en la sala de lactantes, sino que afecta y perjudica el desarrollo del niño, que se lentifica o perturba por este motivo. Cada niño debe transitar al menos en los dos primeros años a su grupo etario inmediato superior en la medida en que tiene el nivel apropiado de desarrollo, por las razones anteriormente apuntadas. No hacerlo así es invalidar el concepto de la diversidad, a la vez que significa un craso desconocimiento de las particularidades del desarrollo infantil en estos primeros años. Transitar de acuerdo con el desarrollo alcanzado, y cuando se tiene el nivel requerido de habilidades del grupo superior (aunque algunas pueden formarse aún ya estando en dicho grupo), es aplicar el concepto de la diversidad en su justa esencia. La singularidad, y por tanto la diversidad, son hechos inherentes al ser humano, y forman una parte intrínseca de su esencia y de su propia naturaleza. Por supuesto, ello implica la consideración de un proceso de adaptación al cambio del grupo, que debe comenzar incluso en el propio tiempo antes de llevar este tránsito, y en lo cual, las particularidades de cada niño han de caracterizar dicho plan de adaptación. Desde esta perspectiva, la atención a las diferencias individuales, que ha sido un paradigma de muchos modelos curriculares de la educación de la primera infancia, y que ha sido parte intrínseca consciente o no de la concepción de la diversidad, debe ser el fundamento básico de la educación en la primera infancia. Por supuesto, y derivado de lo anterior, esto le dá al diagnóstico de cada niño un peso extraordinario, pues diagnosticar equivale a conocer profundamente al niño con el cual se trabaja, para organizar de manera conveniente su proceso educativo particular dentro de la generalidad de su grupo. Esto permite la unidad de las influencias educativas, que promueve y estimula el desarrollo, transforma al niño y lo conduce a nuevos estadios de desarrollo. Es por eso que conocer al niño, a cada niño en particular, es el primer paso de una concepción diversa del proceso educativo, y que presupone conocer sus condiciones de vida, su estado de salud, el nivel de desarrollo alcanzado, sus necesidades, las particularidades de su aprendizaje, entre otros factores importantes. Pero no siempre se está consciente de que somos consecuentes con el principio de la diversidad, y entonces enfrentarnos al término (que en realidad hemos estado aplicando desde mucho tiempo atrás) nos parece algo novedoso, como si nunca lo hubiéramos tomado en consideración. En realidad quizás esto se deba a que el término diversidad surgió primordialmente para llamar la atención sobre las necesidades educativas especiales de algunos niños, que a veces se engloban dentro de la homogeneidad del grupo sin valorar sus particularidades propias y únicas. Incluso hay autores que teniendo un enfoque de la diversidad en sus concepciones, no expresan de manera explícita que su teoría asume estas posiciones. Tal es el caso de la teoría de las inteligencias de H. Gardner. Porque señalar que en un niño existen distintas inteligencias, que las mismas pueden o no tener un idéntico nivel de desarrollo, que todas pueden ser estimuladas para un mejor desenvolvimiento, y que las mismas dependen de lo que se trae y de la influencia del entorno familiar inmediato y social mediato, en las cuales las experiencias cristalizantes tienen un peso propio, constituye un enfoque de la diversidad en el desarrollo. Gardner, al plantear esto, no solo señala que el desarrollo es singular en cada niño, sino que aún en el mismo existen diferencias entre sus distintos niveles de realización, hay una diversidad en el desarrollo individual de cada sujeto. Vigotski, con su clara premonición de tantas cosas que hoy día constituyen verdades irrefutables, sentó en su obra a veces incomprendida en su época por su visionario enfoque, los principios básicos de la diversidad. Así sus conceptos sobre la edad psicológica, la edad mental ideal, la actividad rectora del desarrollo, la situación social del desarrollo, la zona de desarrollo próximo y el aprovechamiento docente, los períodos sensitivos, el establecimiento del diagnóstico como principio pedagógico, la relación del defecto psicológico primario y su relativa independencia con los resultados de la compensación, constituyen paradigmas que están en la base del actual concepto de la diversidad. Sobre la base de estos conceptos vigotskianos retomamos nuestro criterio inicialmente planteado: Considerar a la primera infancia como una expresión máxima del concepto de la diversidad. Para ello se hace necesario definir, aunque sea de manera muy breve, a que denominamos primera infancia. La misma se define como el período de la vida que transcurre entre el nacimiento y la crisis del desarrollo de los seis-siete años. Desde este punto de vista los seis primeros años de la vida constituyen la primera infancia, por lo que, en los sistemas educacionales donde los niños a los cinco años transitan hacia el medio escolar, ese niño que está en el primer grado de la educación básica es todavía un niño de la primera infancia, un niño preescolar, con necesidades, intereses, y habilidades mas propias de un preescolar que de un escolar. Esto es importante aclararlo, porque sirve para definir lo que pretendemos respecto a la diversidad. En esta primera infancia se ubican tres grandes subetapas del desarrollo: la lactancia hasta el fin del primer de vida, la edad temprana de uno a tres años, y la edad preescolar desde ese momento hasta los seis años, delimitadas por sus correspondientes crisis del desarrollo: al nacimiento, al año de vida, a los tres años, y a los seis-siete años. Desde este punto de vista el desarrollo tiene un marcado carácter irregular: etapas, donde los cambios son lentos y graduales (lo cual permite caracterizar a los niños en sus particularidades mas generales), y las crisis, períodos de cambios bruscos y rápidas transformaciones, que constituyen el motor esencial del paso de una etapa a la otra, y por tanto, del desarrollo infantil. Cada etapa se caracteriza a su vez por su propia actividad fundamental que guía el desarrollo, por una situación social específica de dicho desarrollo, por la presencia de determinados períodos sensitivos, y por una relación particular de los componentes afectivos y cognitivos que intervienen en el proceso de apropiación de la realidad. Esto hace que, ya de por sí, la primera infancia no pueda ser considerada como una etapa homogénea en su curso, por el contrario, extraordinariamente diversa y particular en cada fase de la misma. Pero, además, de los aspectos señalados anteriormente, la primera infancia se caracteriza porque en la misma se estructuran las bases fundamentales de las particularidades biológicas, fisiológicas y físicas, y de las formaciones psicológicas de la personalidad, que en las sucesivas etapas del desarrollo se consolidarán y perfeccionarán. Es, de acuerdo con A. Leontiev, el período más importante de la formación inicial de la personalidad, en el cual se forman los "mecanismos" personales de la conducta. En estos primeros años se establecen los primeros nexos, enlaces y relaciones que forman la nueva unidad superior de la actividad y, de manera simultánea, la del propio sujeto: la unidad de su personalidad. Es precisamente por esto que la primera infancia es tan significativa a los fines del desarrollo, porque es el período de formación fáctica de los mecanismos psicológicos de la personalidad. Esto se debe a múltiples factores, uno de ellos radica en el hecho de que en esta edad dichas estructuras biofisiológicas, físicas y psicológicas están en pleno proceso de formación y maduración, lo que hace particularmente significativa a la estimulación que pueda hacerse sobre dichas estructuras, y por lo tanto, de las cualidades, procesos y funciones físicas y psíquicas que dependen de las mismas. Es quizás el momento de la vida del ser humano en el cual la estimulación, la educación, es capaz de ejercer la acción más determinante sobre el desarrollo, precisamente por actuar sobre formaciones que están en franca fase de maduración. Si esto es así, es obvio que cada niño en particular es una unidad bio-psico-social única e irrepetible, que tiene que ser formado, y educado, de acuerdo con sus particularidades individuales a partir de las características generales de cada fase o etapa de su desarrollo. En ningún otro momento de la vida del individuo se iguala esta condición de cambio y transformación contínua, en ningún momento posterior hay tanto sucediendo desde el punto de vista biológico, fisiológico y psicológico, y consecuentemente social, cultural y pedagógico. Es por ello que consideramos que la primera infancia es, por su propia esencia, y por las necesidades de su desarrollo, como la expresión máxima del concepto de la diversidad, y que obliga a afrontar el proceso pedagógico de formación de la personalidad a partir de los principios básicos de la diversidad. De igual manera es la etapa en la cual los hallazgos de las neurociencias tienen una implicación mas profunda, por estar las estructuras biofisiológicas en plena transformación y maduración, y tener las particularidades del sistema nervioso y de la actividad nerviosa superior las consecuencias más importantes sobre el propio proceso educativo de estos niños. Sobre estos hallazgos se ha de hablar en extenso por los médicos, neurofisiólogos y neuropsicólogos que asisten a este evento, ahora solamente me referiré a sus implicaciones de las particularidades de la actividad nerviosa superior dentro del proceso educativo en la primera infancia, y consecuentemente sus relaciones con la educación infantil, con la intención de destacar como aún en aspectos aparentemente tan semejantes para todos los niños (como pueden ser las leyes de la actividad nerviosa superior) está implícito el concepto de la diversidad. Para ello nos es necesario analizar lo que el componente biológico aporta a un niño al nacimiento. ¿Qué trae entonces un niño al nacer? Trae un grupo de reflejos incondicionados que permiten su supervivencia, a saber: á Reflejos de supervivencia, relacionados directamente con las funciones vitales del organismo: deglución, respiración, circulación, excreción, succión, entre otros. á Reflejos de defensa, o aquellos reflejos que permiten el alejamiento de un irritador nocivo. á Reflejos de orientación, o de acercamiento a un estimulo nuevo o inusual. á Reflejos atávicos o retrógrados, que expresan periodos anteriores del desarrollo filogenético: el reflejo del agarre (grasping reflex), el reflejo de Moro, el reflejo natatorio, entre otros. De los reflejos de supervivencia uno de los más importantes en el desarrollo del niño lo constituye el reflejo de succión, y que permite la alimentación del recién nacido. Si se observa que este reflejo no se manifiesta, o se presenta con limitaciones, ello puede ser indicatorio de problemas en su desarrollo, por lo que todo aquel que trabaje con niños debe estar muy al tanto de la manifestación de este reflejo para tomar las medidas pertinentes. El reflejo de defensa permite que un niño recién nacido, en cierto sentido, supervivencia, así, por ejemplo, si se toma un alfiler y se le pincha un brazo al lo retirará de inmediato por simple acción refleja, sin que medie una orden corteza cerebral. El reflejo de defensa suele acompañarse de llanto inmediato, mismo puede ser indicio de una estimulación nociva que este actuando sobre el a prestarle la atención más inmediata. luche por su neonato, éste directa de la por lo cual el niño, y obliga En contradicción con el tipo de reflejo anterior, el reflejo de orientación lleva a una conducta activa del organismo a aproximarse a todo estimulo inusual que entre en su campo visual. Una luz brillante, un sonido destacado, atrae de inmediato al recién nacido, que tiende su rostro en dirección a la fuente del estimulo. Se plantea que este reflejo es la base de la reacción de asombro, característica del interés cognoscitivo del niño al final del primer año de vida. En este sentido, M. Fonarev señala que de no estimularse apropiadamente este reflejo de orientación el mismo desaparece a las dos semanas de vida, perdiéndose, por tanto, una importante fuente del desarrollo psíquico del niño. Por ello es que se debe estimular su permanencia desde el mismo momento del nacimiento. Los reflejos atávicos, como su nombre lo indica, se refiere a todas aquellas manifestaciones reflejas que son indicatorias de períodos superados del desarrollo filogenético y ontogenético, y que aún permanecen hasta determinado momento del desarrollo del individuo. La generalidad de la bibliografía especializada señala que estos reflejos tienen un carácter "patognomónico", es decir, que son índices de probable patología cuando se observan que permanecen más allá de un tiempo prudencial, tal como es el caso del reflejo de Moro o el de prensión, que presentes durante los primeros meses del nacimiento, deben haber desaparecido a finales del tercer mes de vida. No obstante, hay autores como M. Fonarev, en Rusia, y L. Cruz, en Cuba, que plantean que estos reflejos tienen una significación en el desarrollo del niño, y que deben estimularse para garantizar su permanencia. Tal es el caso del reflejo natatorio, que antes no se estimulaba y que, sin embargo, hoy en día, lo es desde las etapas más tempranas. A partir entonces de las leyes de la actividad nerviosa superior y de sus procesos fundamentales, la excitación, la inhibición, la irradiación y la concentración, que se involucran en lo que se conoce como la actividad analítico-sintética de la corteza cerebral, sus particularidades en las primeras edades pueden resumirse en las siguientes, las cuales tienen una profunda relación y consecuencia con el desarrollo psicológico y el proceso pedagógico de los niños en estas edades: 1. La rápida formación, y consecuentemente también la pérdida, de los reflejos condicionados, y de los estereotipos dinámicos relacionados con estos. El proceso de maduración del sistema nervioso no esta completado al momento del nacimiento, tanto es así que la mielinizacion total de las fibras nerviosas no concluye sino hasta finales de la etapa. Ello determina que los procesos nerviosos que son la base de la actividad analítico-sintética de la corteza son muy débiles y, por lo tanto, la formación de los reflejos es muy inestable, sobre todo en las edades más tempranas. Desde este punto de vista los reflejos condicionados se forman de manera relativamente fácil, pero a su vez se pierden con la misma facilidad con que se formaron. Esto implica la necesidad de la repetición, del reforzamiento, para lograr la estabilidad de los comportamientos de los niños pequeños, de la formación de hábitos y habilidades. No basta con enseñarles las cosas una vez, sino una y otra vez, hasta lograr la estabilidad de lo que se pretende formar. Ello significa también que no es que el niño "olvide" de manera propositiva lo que le enseñaron ayer, sino que su sistema nervioso funciona así. Por eso, lo que aparentemente aprendió hoy, puede no saberlo mañana. En una investigación realizada por el autor con niños de 18 meses a dos años de edad, y la cual éstos tenían que realizar acciones instrumentales (lo que hoy se está dando en llamar "herramientas de baja tecnología), y en las cuales mediante un objeto-intermediario (o instrumento) debían hacer una acción sobre otro objeto, se observó que la mayoría de los pequeños eran incapaces de utilizar el instrumento para realizar dicha acción, pues éste no indica al niño como accionar o resolver la tarea, y se requiere un proceso de enseñanza para el dominio de la acción instrumental. Era muy típico que el niño, aunque rozara con su mano la varilla que le permitiría alcanzar el objeto, no podía establecer una relación entre el instrumento (la varilla) y el objeto-fin (un carrito con el que podía jugar pero estaba fuera de su alcance y requería el uso del instrumento para lograrlo). Esto requería que se le hiciera una demostración para que aprendiera a usar la varilla, lo que inmediatamente asimilaba y resolvía la tarea. Lo sorprendente era que al día siguiente de habérselo demostrado como hacerlo, el niño era incapaz de repetir la acción, como si nunca la hubiera visto. Se requerían muchas demostraciones y experiencias en la actividad para que la acción instrumental fuera realmente interiorizada. La estabilidad del estereotipo dinámico requiere de la repetición de las acciones en condiciones similares y, cualquier cambio en la cadena de estímulos puede provocar una perturbación de los procesos básicos de la actividad nerviosa superior, y perderse lo aprendido. 2. Aumento progresivo de la capacidad de trabajo del sistema nervioso central. La maduración progresiva del sistema nervioso determina una posibilidad de trabajo de las neuronas cada vez mayor, aumentándose la longitud de los períodos de vigilia, y requiriéndose menos tiempo de sueño para recuperar la energía gastada. Esto posibilita un enriquecimiento de la experiencia del niño, que a su vez conduce a un mayor desarrollo psíquico. La transformación dinámica de la actividad nerviosa superior, como consecuencia de una mayor vigilia, no es igual en todos los años de vida, y en los años menores de edad temprana aún se requieren varios períodos de sueño diurno, que se reduce a uno solo de 2 ½ a 3 horas como promedio, a partir del tercer año de vida. Esta mayor vigilia requiere de una estimulación superior, y cuando la misma no es rica en estímulos, se propicia la abulia, la inactividad, la pasividad, que en ocasiones conduce a un incremento del tiempo de sueño. Corresponde a las educadoras garantizar una vigilia activa y dinámica, y esto colabora a un mejor funcionamiento del sistema nervioso y la actividad nerviosa superior del niño. 3. Limitada capacidad de resistencia de las células nerviosas. En estrecha relación con el aumento de la vigilia, se da la posibilidad de exceder la capacidad de trabajo de las células nerviosas, con su consecuente fatiga y surgimiento de conductas inapropiadas en el niño. Una de las causales más frecuentes de alteración en el comportamiento del niño radica en la sobreexcitación de su sistema nervioso, dada por exceder la capacidad de resistencia de las neuronas, que necesitan del sueño para recuperar la energía. No obstante, se da con bastante frecuencia el hecho de que cuando la actividad es excesiva, y se sobreexcita la corteza cerebral, se sucede una irradiación de la excitación que impide la conciliación del sueño, lo que recrudece el cuadro descrito. Por ello es que, aunque la vigilia debe ser activa y dinámica, la educadora ha de considerar los correspondientes períodos de descanso para la recuperación funcional de las células nerviosas. No obstante, existen otras situaciones que provocan fatiga en las neuronas, tales como mantener al niño en una actividad prolongada y monótona, o el pretender que se mantenga en una posición dada, como es el permanecer sentado en una silla en espera de los padres en el horario de la tarde. Estas situaciones son propiciadoras de la fatiga y de alteración de la actividad nerviosa superior. Igualmente el someter al niño a un estimulo fuerte prolongado, como puede ser un ruido altisonante, una radio o un televisor por encima del límite permisible de audición, puede también ocasionar los trastornos anteriormente descritos. En el caso de los niños pequeñitos, lactantes o del segundo año de vida, el número excesivo de estos en el grupo o salón, puede provocar serias alteraciones de su comportamiento, por sobrecarga de su sistema nervioso. Investigaciones realizadas por M. López y por el autor, F. Martínez y sus colaboradores, sobre capacidad de rendimiento intelectual y el horario de vida, han demostrado que los niños tienen una curva característica de este rendimiento intelectual, y un tiempo permisible para recibir una estimulación cognoscitiva continuada, sin que sobrevenga la fatiga. Así, se ha comprobado que en los niños lactantes la actividad pedagógica no debe exceder de 2-3 minutos, en los parvulitos de uno a dos años puede durar de 7-8 minutos, en los de dos a tres años el tiempo no debe ir más allá de los diez minutos, en el cuarto año de vida (3-4 años) quince minutos, en el quinto (4-5 años) hasta veinte minutos, y en los preescolares mayores de 5 a 6 años, pueden soportar una estimulación mantenida de 25 minutos. Longitud temporal promedio de las actividades pedagógicas GRUPO DE EDADES Primer año de vida (0Ð1 años) Segundo año de vida (1Ð2 años) Tercer año de vida (2Ð3 años) Cuarto año de vida (3Ð4 años) Quinto año de vida (4Ð5 años) Sexto año de vida (5Ð6 años) TIEMPO PROMEDIO 2 a 3 minutos 7 a 8 minutos Hasta 10 minutos Hasta 15 minutos Hasta 20 minutos Hasta 25 minutos Más allá de este tiempo sobreviene la fatiga, y además de alterarse los niños, no hay verdaderamente asimilación cognoscitiva de los contenidos de la actividad. Por esto es indispensable la ubicación de tiempos de descanso y relajamiento entre las actividades pedagógicas, para la recuperación de la capacidad funcional de trabajo de las células nerviosas. La capacidad de trabajo implica la calidad con que una tarea se realiza, el nivel funcional de los sistemas de órganos que intervienen, y la utilización de la energía nerviosa de que se dispone para realizar dicha actividad. De esta forma, la misma se define como la capacidad para desarrollar el máximo de energía y de economizar su utilización para lograr los objetivos planteados, bien sea de naturaleza física o mental, sin que esto cause un perjuicio al sistema nervioso y se asegure el estado óptimo de los diferentes sistemas y estructuras orgánicofuncionales que intervienen. El conocimiento del comportamiento de la capacidad de trabajo mental o intelectual de los niños favorece la organización científica de su actividad, además de propiciar la conservación de su salud. Esta capacidad se manifiesta por el grado de resistencia a la fatiga que se observa en el niño, en la posibilidad de concentrarse y participar en una actividad determinada durante cierto período de tiempo, que varía con su edad y madurez. Los resultados de esta investigación arrojan los siguientes datos: En cuanto a la dinámica diaria de la capacidad de trabajo mental, uno de sus hallazgos revela que la misma asciende durante la mañana, con un tope sobre las 10 AM, y desciende poco después hacia las 14:30 horas, si bien en las condiciones de los centros infantiles que propician siesta por permanecer los niños prácticamente hasta entrada la tarde, hay un cierto repunte en este horario vespertino, no relevante, pero sí observable. La dinámica semanal revela que la capacidad de trabajo intelectual de los preescolares asciende de lunes a miércoles, y empieza a descender hacia el jueves, incluso llegando en algunos centros a estar a niveles más bajos de los que se tenían al comenzar la semana, el lunes. Esta capacidad de trabajo se incrementa a través del curso, observándose que los centros infantiles que propician el seguimiento de un régimen de vida que incluye la alimentación, la siesta y una vigilia activa, el ascenso es mucho mas notable. A estos resultados de la dinámica diaria, semanal y del curso, se unen otras conclusiones que los mismos son más altos en aquellas instituciones infantiles en que se posibilita el cumplimiento efectivo de un horario de vida diario, como suele no suceder en aquellas que los niños solamente asisten una parte de día (por el hecho de que los padres en el hogar no siguen un régimen de vida apropiado para sus hijos), y que el control excesivo de la actividad infantil y las limitaciones a su independencia y expansión redunda perjudicialmente en la capacidad de rendimiento intelectual. Esto tiene implicaciones en el proceso pedagógico, tanto para la elaboración y planificación de los horarios docentes diario y semanal, como para la concepción de los contenidos a más largo plazo, e incluso, la de los planes y programas dirigidos a estas edades. Si la capacidad de trabajo intelectual se incrementa en el día, y va a tener su grado óptimo hacia la media mañana, es factible concebir que las actividades más cargadas intelectualmente y que exigen una concentración mayor, como pueden ser la educación sensorial, las nociones matemáticas, el conocimiento del mundo de los objetos, por nombrar algunas, se ubiquen en estos horarios preferenciales, dejando para las primeras horas de la mañana (incorrectamente concebidas a veces como las más propicias, por haberse dado el descanso funcional del sueño nocturno) aquellas mas "frescasÓ y preparatorias de la actividad intelectual, como pueden ser la educación física y la educación plástica, entre otras cosas. De la misma manera, los contenidos más complejos han de ubicarse hacia los mediados de la semana, aligerándolos en la medida en que esta termina, y comenzando por lo menos cargados el lunes siguiente. Esta misma concepción puede utilizarse para la elaboración de la planificación anual, ubicando en orden ascendente la complejidad de los contenidos hacia un tope a mediados del curso escolar, y progresivamente ir reduciendo su carga intelectual en el transcurso del período final. 4. Desequilibro de los procesos de excitación-inhibición. Una característica de la actividad nerviosa superior relevante la constituye el desequilibrio de los procesos nerviosos básicos, la excitación e inhibición, con predominio de la excitación. Ello determina que el niño de la primera infancia sea un niño activo, que no puede permanecer mucho tiempo tranquilo, que necesita de la acción y el movimiento, lo cual es consecuencia del predominio de sus procesos excitatorios. Es normal, por lo tanto, que estos niños, incluso los mayorcitos del grado preescolar, se salgan con frecuencia de las filas al realizar una actividad. El proceso docente-educativo debe ir paulatinamente dirigido a lograr un menor desequilibrio de estos procesos, con actividades dinámicas combinadas con actividades más sedadas, que garanticen la posibilidad de incremento de los procesos inhibitorios. Esto es extensible a las actividades pedagógicas, que deben ser lo suficientemente motivantes e interesantes, e incluirse en una actividad afín al niño como es el juego, para controlar la sobreexcitación de los procesos corticales. La motivación, combinada con el juego, puede ser un elemento importante para lograr un cierto equilibrio de estos procesos nerviosos. L. Venguer relata los resultados de una investigación en la que se requería que, para que el niño no se quitara los electrodos y artefactos que tenia implantados se hacia necesario que permaneciera sin movimiento por un tiempo relativamente largo. La experiencia comprobó que esto era prácticamente imposible, porque la propia presencia del aparataje contribuía a excitar más al niño. La solución estribó en crear una situación de juego en la que el niño tenia que permanecer de "guardiaÓ, sin moverse, cuidando su nave espacial para que no lo sorprendieran los extraterrestres. Solo así se consiguió que los niños permanecieran tranquilos el tiempo suficiente para poder realizar las mediciones correspondientes. Este predominio de la excitación conduce a su vez a que sea más fácil enseñar algo nuevo a un niño que detener una acción que ya está realizando, por eso las repeticiones para consolidar los hábitos y habilidades deben renovarse en su contenido para alcanzar este logro de manera apropiada. A su vez, la espera innecesaria entre los procesos de satisfacción de necesidades básicas y demás actividades, determina que los niños se alteren por la sobreexcitación que esto les provoca, por lo que la organización del centro de educación de la primera infancia debe ser bien concebida, para evitar períodos innecesarios de espera entre las actividades. 5. Falta de movilidad (labilidad) de los procesos de excitación-inhibición Si bien el desequilibrio es una particularidad de la actividad nerviosa superior en la primera infancia, el mismo está estrechamente relacionado con la poca posibilidad de tránsito de un proceso cortical al otro, lo cual requiere de una buena orientación educativa, y la estimulación de estímulos apropiados para permitir la labilidad (cambio, movilidad) de los procesos nerviosos. La falta de movilidad explica porqué, cuando se realiza algún tipo de actividad o movimiento repetitivo, como puede suceder, por ejemplo, en una clase de educación física, los niños permanezcan realizando el ejercicio anterior, aún cuando ya la educadora ha cambiado para un nuevo movimiento, y se requiere de un cierto tiempo para que el niño cambie a su vez lo que ejecuta. Esto se debe a que, para poder realizar la nueva acción motriz, se requiere inhibir la acción anterior, y producir una nueva, y este tránsito no es fácil a estas edades por la poca movilidad de los procesos corticales. Por lo tanto, esta repetición innecesaria que el niño hace no es una falta de disciplina ni de atención, sino solamente una demostración de esta falta de labilidad cortical. Ello indica que los educadores siempre deben dar tiempo al niño para que haga lo que se pretende, y no esperar una respuesta inmediata de lo que se solicita a los niños. 6. Fácil alteración del estado de excitabilidad de la corteza cerebral. En los niños, dado que sus procesos nerviosos no están suficientemente equilibrados, por la poca movilidad y limitada capacidad de trabajo de su sistema nervioso, es relativamente fácil que se altere el funcionamiento de estos procesos corticales, y no se obtenga un buen estado de excitabilidad de la corteza, que responde de manera inadecuada a los estímulos del medio. Cuando esto sucede así, se produce una perturbación de la conducta, a veces por motivos insignificantes, que llevan aparejada una reacción desproporcionada por parte del niño. Por esto se hace indispensable propiciarles condiciones estables de vida y educación, en la que prime el afecto y la estimulación, y métodos consecuentes en su socialización, que son elementos básicos para garantizar un estado de satisfacción que conlleve un óptimo funcionamiento de los procesos nerviosos corticales. Una de las condiciones que propician un buen estado de excitabilidad de la corteza cerebral y organiza la actividad mental y corporal, es la realización de un buen horario de vida en los niños. Las investigaciones del autor y sus colaboradores en lo referente al horario de vida, demuestran que cuando el niño tiene un régimen de vida organizado, en el que se satisfacen apropiadamente y en sus momentos requeridos sus necesidades básicas de alimentación, sueño y vigilia, que son los componentes del horario de vida, se propicia una excitabilidad adecuada de la corteza cerebral, se reduce la presencia de la fatiga, y se obtiene una apropiada capacidad de trabajo del sistema nervioso. La inobservancia del horario de vida, o su irregularidad marcada trae como consecuencia alteración de la actividad analítico-sintética de la corteza y, consecuentemente, perturbación de la conducta. 7. Aparición relativamente fácil de la inhibición externa. Un estimulo fuerte que actúa sobre una reacción condicionada establecida, puede causar la interrupción de esta reacción, porque la nueva excitación dominante inhibe la anterior. A esto se le denomina inhibición externa, que tiene un carácter incondicionado, es decir, que está dada al nacimiento como un mecanismo protector del sistema nervioso. La presencia de la inhibición externa caracteriza en gran medida las etapas iniciales de la vida, y hace que los niños de esta edad sean tan distráctiles, es decir, se distraigan fácilmente al estar continuamente atraídos por los distintos estímulos del medio. La inhibición externa puede utilizarse en la socialización y organización de la conducta de los niños pequeñitos, pues se les puede fácilmente distraer su atención hacia cosas "permitidas", cuando se empeñan en comportamientos que no son aceptables. Ejemplo: El niño llora porque quiere un juguete, y de pronto la educadora le muestra otro interesante, que hace que se "olvide" del anterior y se entretenga con el nuevo, que ha provocado un foco excitatorio dominante que, por inhibición externa, relega al anterior. 8. Paulatino desarrollo de la inhibición condicionada interna. La conducta adaptativa no puede circunscribirse exclusivamente a la inhibición externa, se requiere otro tipo de inhibición más compleja, la inhibición condicionada interna. Este tipo de inhibición no es innata como la anterior, sino que se crea por reflejocondicionamiento. Su base es el reforzamiento del reflejo condicionado anteriormente formado, que de no ser apropiadamente estimulado, hace que la conducta se extinga, se dilate, se inhiba. Tal es el caso de la pérdida del hábito de lavarse las manos, si no se mantiene su ejercitación en el trabajo diario de la educadora. Esta inhibición interna puede tomar varias formas, pero lo importante a saber por el educador es que se forma sobre la base de comportamientos adquiridos, que pueden ser extinguidos si se considera necesario. Por ejemplo, si un niño tiene la costumbre de arrebatar los juguetes a otros, se le desacostumbra si no se le permite dejar en sus manos el juguete que quitó al otro niño. Este acto le resulta inconveniente, y, por consiguiente, se extingue paulatinamente, y si se adopta un manejo correcto será reemplazado por una acción que con más seguridad logra el objetivo: el ruego o petición de ayuda por parte de la educadora. Así, el conocimiento general por las educadoras de estos dos tipos de inhibición anteriormente referidos, la externa incondicionada y la interna condicionada, es importante para la más adecuada socialización en estas edades. 9. Influencia mantenida de los segmentos subcorticales del sistema nervioso central sobre la corteza cerebral. En los niños de las primeras edades, las zonas subcorticales del sistema nervioso central ejercen una poderosa influencia sobre el comportamiento del niño, que paulatinamente en el curso del desarrollo, va siendo supeditada a la acción de la corteza cerebral. Esto, no obstante, tiene un largo curso evolutivo, en la medida en que se produce la mielinización de las fibras nerviosas, y las condiciones de vida y educación propician este control por parte de la corteza cerebral. Como manifestación de esta influencia, en el desarrollo del niño preescolar se destaca la marcada "emocionalidad" que lo caracteriza, y que está determinada básicamente por la acción de estas estructuras subcorticales. Ello hace también muy dependiente el comportamiento del niño de la satisfacción de sus necesidades básicas primarias de alimentación, sueño y vigilia, por lo que su plena observancia es premisa inicial para considerar cualquier proceso de socialización, y no se puede aspirar a que el niño actúe de manera conveniente, si las mismas están insatisfechas. Igualmente hace que la palabra, que tiene que ver principalmente con el trabajo de la corteza cerebral, tenga pocas posibilidades de regular la conducta, particularmente en las etapas más tempranas del desarrollo, por lo que la explicación o el convencimiento verbal tiene grandes limitaciones, y se obtiene más mediante la acción consecuente que con palabras. Por esto, las acciones principales en la socialización de los niños más pequeñitos descansan más en la organización de la conducta y la formación de hábitos que en la demanda verbal. 10. Poca significación inicial del segundo sistema de señales. La palabra, como segundo sistema de señales de la realidad, tiene muy poco efecto en la regularización del comportamiento del niño en estas edades, particularmente las más tempranas, lo que está dado por la relativa inmadurez del oído fonemático, la paulatina formación de las estructuras básicas de la lengua, y el hecho de que la función reguladora del lenguaje es la que mas tarda en surgir, por una parte, y como ya se ha dicho, la notable influencia de las estructuras subcorticales. Esta poca significación inicial de la palabra no solo se relaciona con la regularización de la conducta, y su socialización, sino que también tienen que ver con las particularidades del trabajo educativo con estos niños. Desde este punto de vista, el proceso de enseñanza con los pequeños de estas edades ha de descansar básicamente, en las etapas iniciales, en la propia actividad, que garantiza la asimilación de los contenidos cognoscitivos en la acción, y no basarse en métodos verbales o eminentemente orales. La explicación no puede sustituir a la acción, y por ello las educadoras han de prever actividades multivariadas, con apoyo de medios materiales que refuercen el lenguaje, tales como objetos, juguetes, laminas, libros, medios didácticos, etc., que pongan en juego la interacción de varios analizadores simultáneamente, el auditivo, el visual, el táctil, para compensar las limitaciones de la palabra como medio de transmisión de los conocimientos y las habilidades. Esto por supuesto, no puede entenderse de manera unilateral, y ha de depender del tipo de habilidad a formar. En el caso especifico de la lengua materna, una investigación llevada a cabo por colaboradores bajo la dirección del autor, comprobó que en las edades mayores, el estimulo verbal supera notablemente al visual u objetal para crear una mayor creatividad en la expresión oral de los niños. Esto no elimina el apoyo de medios materiales, pero ya no con la importancia que los mismos tienen en edad temprana. 11. Progresiva concentración y localización de la actividad motriz. Se había señalado previamente que una excitación nerviosa que actúe sobre la corteza cerebral se difunde, se irradia, en toda ella, para posteriormente concentrarse en determinadas zonas. Esto es más intenso en el recién nacido, y explica porqué su actividad motora es al inicio global y generalizada, respondiendo con movimientos que involucran todo el cuerpo, y paulatinamente va haciéndose cada vez más concentrada, localizada, con el aumento de edad, siguiendo las leyes del desarrollo físico: céfalo-caudal y próximo distal, hasta posibilitar la actividad motriz más fina, como puede ser el agarrar un pequeño objeto con la mano, en forma de pinza. Esta concentración y localización se adquiere mediante la mielinización de las fibras nerviosas y la acción de las condiciones de vida y educación, que actúan sobre la maduración del sistema nervioso, para alcanzar logros motores cada vez más refinados. No obstante, en esta etapa esto aún no llega a consolidarse del todo, por lo que es típico en los niños de esta edad la existencia de movimientos innecesarios y superfluos, que a veces impiden la realización correcta de una actividad. Así, cuando el niño aprende a cortar con una tijera, o a usar un pincel en una actividad plástica, introduce movimientos en su esquema motor que no tienen nada que ver con la acción que se propone, y que no indican una torpeza motriz realmente de los músculos finos de la mano, sino dificultades en la concentración cortical de este tipo de excitación. También suele suceder en las actividades de educación física, en que, junto con el movimiento que la educadora le enseña, el niño incorpora otros por la excitación difusa de la estimulación motora en la corteza cerebral. 12. Mecanismos de adaptación insuficientemente formados Es conocido que el mecanismo de adaptación del individuo, y que involucra factores de tipo psíquico físico y hormonal, no está conformado al momento del nacimiento, y que el mismo se va estructurando en la ontogenia del sujeto, en la medida que las condiciones de vida y educación propician una actividad de adaptación satisfactoria y sin graves consecuencias. Pero, todo cambio en el medio del niño, por mínimo que sea, exige una acomodación a las nuevas condiciones, lo cual no es fácil de lograr en esta edad por las particularidades de su actividad nerviosa superior. Esto hace que someter al niño a numerosas condiciones cambiantes de manera simultánea, puede provocar serios desajustes en el funcionamiento cortical de sus procesos nerviosos, y perturbar de manera negativa el estado de excitabilidad de la corteza cerebral. Por eso es necesario enseñarle las cosas paulatinamente, y no atiborrarlo de acciones, prohibiciones, orientaciones, de manera simultánea, sino poco a poco, para garantizar un buen ajuste a los cambios. Pero no solo las particularidades de la actividad nerviosa superior son las únicas condiciones a considerar dentro de las relaciones de las neurociencias y la educación infantil, también es indispensable conocer las particularidades de los tipos de sistema nervioso de los niños. Se define como tipo de sistema nervioso superior, o mejor, de actividad nerviosa superior, a la combinación más o menos estable de las cualidades principales y más constantes de los procesos de excitación e inhibición que caracterizan a esta actividad. En la actividad nerviosa superior se distinguen tres cualidades o propiedades básicas de estos procesos de excitación e inhibición: la fuerza, el equilibrio y la movilidad. La fuerza se refiere a la capacidad de trabajo de las células corticales y de su resistencia, el poder soportar una actividad prolongada o estímulos intensos sin pasar al estado de inhibición, y caracteriza al rendimiento del sistema nervioso, y la carga que el mismo puede asimilar. Es el indicador más importante del tipo de sistema nervioso, pues determina su fortaleza, y su capacidad de resistir excitaciones o inhibiciones intensas, sean cortas o duraderas. El estado opuesto, la debilidad de los procesos nerviosos, presupone la incapacidad de las neuronas de aguantar excitaciones e inhibiciones concentradas o duraderas, lo que determina un bajo rendimiento y la falta de energía. El equilibrio de los procesos nerviosos se refiere a la correlación entre la excitación y la inhibición, el grado en que ambas se equivalencian. En algunos sujetos estos procesos se equilibran recíprocamente, en otros predomina alguno de ellos. En los niños de los primeros años es una característica el predominio del proceso de excitación sobre la inhibición, por lo que los mismos siempre son fácilmente excitables, activos, vivaces. La movilidad es la capacidad de los procesos nerviosos de sustituirse rápidamente uno por el otro, de irradiarse y concentrarse de manera dinámica, el paso inmediato de un proceso de excitación a otro, o de uno de excitación a otro de inhibición o a la inversa, en un corto tiempo. Las combinaciones de estas propiedades determinan las características del tipo de actividad nerviosa superior, y así, dependiendo de la proporción en que se conjugan la fuerza, el equilibrio y la movilidad de los procesos nerviosos, esto condiciona las particularidades de las reacciones y dinamismo de respuesta del individuo. De estas combinaciones se van a desprender tipos de sistemas nerviosos fuertes o débiles, de los fuertes pueden derivarse equilibrados, en los que ambos procesos se compensan, o desequilibrados, en los que predomina la excitación, y de los equilibrados, los móviles y los inertes. Por lo tanto, valorando todos estos elementos en su conjunto, se habla de cuatro tipos de sistema nervioso, o de actividad nerviosa superior: el fuerte equilibrado rápido, el fuerte equilibrado tranquilo o lento, el fuerte desequilibrado, y el tipo débil. Las manifestaciones concretas de estos tipos de actividad nerviosa superior en la conducta son muy variados, y no solo van a presentarse en la forma exterior del comportamiento, sino que se infiltran en toda la estructura de la personalidad: en la actividad cognoscitiva, en la esfera de los sentimientos, en los impulsos y las acciones del individuo, en el carácter del trabajo mental, en las particularidades del lenguaje, entre otras. No obstante, el comportamiento y el contenido de la vida psíquica, no está directamente determinado por el tipo de sistema nervioso, manifestándose fundamentalmente en las particularidades dinámicas de la conducta y de la actividad del sujeto. Así, el tipo de sistema nervioso no es invariable, y puede modificarse bajo la influencia de las condiciones de vida y educación, pues desde el mismo momento del nacimiento el medio actúa sobre el tipo de actividad nerviosa, modificándolo, influenciándolo, transformándolo. Los niños de la primera infancia pueden ser clasificados en estos cuatro tipos de sistema nervioso, de acuerdo con las peculiaridades de su comportamiento, su reactividad, su ritmo de desarrollo, su nivel de adaptación, la formación de estereotipos dinámicos, las particularidades de su sueño y despertar, el nivel de su vigilia, entre otros indicadores. Esto es de particular importancia a los fines del trabajo educativo, y al igual que resulta vital saber como es la actividad nerviosa superior de los niños de esta edad, también lo que es el tipo de sistema nervioso a que pertenecen, puesto que esto va a relacionrse con variados aspectos de su atención y su educación. En las condiciones de la vida diaria, la conducta del niño va a depender, por una parte de la estabilidad de su manejo educativo, y por la otra, de la estabilidad de los procesos corticales de su actividad nerviosa superior. N. M. Aksarina planteó que en la educación del niño no era posible soslayar las particularidades de su actividad nerviosa superior, pues las mismas influyen considerablemente en la dinámica y la reactividad de los procesos psíquicos, y que los niños con diferente tipo de sistema nervioso requerían de un tratamiento diferenciado. Este aserto, que no hace nada más que definir bien claramente la indispensable interrelación entre los factores internos y los externos, obliga decididamente a conocer cómo se manifiestan estos tipos de sistemas nerviosos en la conducta infantil. Las particularidades de la actividad nerviosa superior de los niños del primer grupo (fuerte, equilibrado, rápido) se concretan básicamente en los siguientes indicadores: Forman reflejos condicionados de manera rápida y estable, con tránsito inmediato a la inhibición; generalmente muestran una conducta activa, jovial, equilibrada; la formación de nuevos estereotipos dinámicos es fácil y rápida; muestran en ritmo raudo de desarrollo; se mantienen es estado activo hasta el final de la vigilia; se concentran bien en los juegos y actividades; suelen ser comunicativos, locuaces; pasan con relativa facilidad de una a otra actividad; se adaptan sin dificultad a las nuevas condiciones; si hay alteración de su excitabilidad, normalizan su estado con rapidez; se duermen aprisa; el despertar es rápido y entran inmediatamente en actividad. Los niños del segundo grupo (fuerte, equilibrado, lento o tranquilo) forman lentamente los reflejos condicionados y la inhibición es paulatina; hay dificultad en la formación de los estereotipos dinámicos y en su cambio; la conducta es generalmente equilibrada, tranquila; el ritmo de desarrollo es pausado; se mantienen activos hasta el final de la vigilia; la formación de hábitos es lenta; se concentran en juegos y actividades, prefieren los juegos tranquilos, y motores poco activos; son poco comunicativos; no se excitan fácilmente, si lo hacen, les cuesta mucho recobrar el estado normal; el paso de una actividad a otra es lento y difícil; no se adaptan rápidamente a las nuevas situaciones; se duermen lentamente, se despiertan tranquilos y con poco dinamismo; son indolentes, poco vivaces. Los niños del tercer grupo (fuerte desequilibrado) presentan las siguientes características: Forman rápidamente los reflejos condicionados, que se hacen estables enseguida; predominan los procesos de excitación sobre los de inhibición; también hay predominio de la actividad subcortical con gran frecuencia; forman los nuevos estereotipos dinámicos fácilmente pero los fijan con lentitud; la conducta es muy excitable, irascible, se irritan con frecuencia; el ritmo de desarrollo es rápido; son activos en la vigilia, pero se fatigan hacia su final; la atención es inestable, se distraen en las actividades, son inquietos e impacientes en la espera; muestran interés por lo que les rodea; pasan rápido de una a otra actividad; no se adaptan fácilmente a las nuevas condiciones; suelen ser comunicativos; si hay alteración de la excitabilidad, no recuperan fácilmente el estado de normalidad; se duermen lento, pero el despertar es rápido y entran inmediatamente en actividad. Las peculiaridades de los niños del cuarto grupo, (tipo débil) se manifiestan de la siguiente manera: La formación de reflejos condicionados es lenta y disminuida, así como su excitabilidad; hay un aumento de la inhibición interna; la excitabilidad de la corteza cerebral y la subcorteza está aminorada; el ritmo de desarrollo es pausado; la conducta es generalmente pasiva, se fatigan rápido y con gran facilidad; la vigilia es pasiva, con excitación reducida hacia su final; la formación de hábitos es lenta e inestable; la atención activa es breve, se distraen en las actividades (aunque parecen concentrarse); son poco comunicativos; el paso de una actividad a otra es muy difícil, son lentos en el cambio; la adaptación a las nuevas condiciones es precaria; la inhibición es prolongada, no soportan los estímulos fuertes; se duermen lentamente, el despertar es lento y pasivo, y pasan pausadamente al estado activo. Educación de la primera infancia, diversidad y actividad nerviosa superior. una unidad imprescindible Lo planteado hasta ahora demuestra que no es posible educar correctamente a los niños si no se conocen con profundidad las particularidades individuales de cada niño, se hace un diagnóstico claro de sus logros, limitaciones y potencialidades, y se concibe su proceso pedagógico dentro del marco de la diversidad. Asimismo, el conocimiento de que los niños tienen particularidades distintivas de su actividad nerviosa superior, y que se reflejan en el transcurso de los procesos psíquicos, constituye una guía importante del educador para su trabajo docente - educativo, el cual puede conformar las distintas actividades y procesos de satisfacción de sus necesidades básicas atendiendo a estas características. Incluso, hasta en algo tan simple como puede ser la distribución de los niños a la hora de la siesta, hay que tomar en cuenta estas particularidades, de modo de situar a los de tipo semejante de sistema nervioso más o menos agrupados en el mismo lugar, y evitar ubicar, por ejemplo, un niño de temperamento fuerte, y sobre todo irritable, entre aquellos cuyo despertar es lento y pasivo, pues los perturbaría por su actividad rápida y dinámica, y podría causarse un gran alboroto en el grupo. De igual manera, en las actividades pedagógicas, es preferible alejar a aquellos que terminan rápido y se distraen fácilmente de aquellos más pasivos, y que necesitan un mayor tiempo para ejecutar las tareas, a menos que sea recomendable en caso específico hacer lo contrario De ellos se desprende que aún en aspectos aparentemente tan generales y estables como son las particularidades de su sistema nervioso y de su actividad nerviosa superior, este principio de la diversidad es manifiesto, a la vez que indispensable considerar porque, ¿Cómo se puede establecer un régimen de vida apropiado en los parvulitos? ¿Cómo se ha de organizar las actividades? ¿Cómo han de satisfacerse sus necesidades básicas, primarias, y las psicológicas? ¿Cómo comprender su incapacidad para mantenerse sentado por un tiempo prolongado? ¿Por qué le es tan dañino esperar? ¿Por qué no puede cambiar rápidamente de una actividad a otra? ¿Por qué es perjudicial mantenerlo en filas? ¿Por qué se distrae aunque le estemos enseñando algo novedoso y estimulante? Decenas de preguntas como éstas surgen en el quehacer pedagógico diario del educador. Y muchas veces por no conocer la respuesta, se puede proceder de manera incorrecta y dañar al menor. Todo lo anterior refleja una comprensión más científica del psiquismo humano, y señala que el aprendizaje no depende solamente de las formas y métodos de la enseñanza, sino también de las particularidades del funcionamiento del sistema nervioso central, de la actividad nerviosa superior, y que a su vez ambos factores del desarrollo tienen que ser dialécticamente considerados a través de un enfoque de la diversidad. Conocer estas particularidades colabora a que los educadores puedan dirigir de manera más científica el proceso docente-educativo, y lograr de forma más efectiva los objetivos que se propone la educación en estas edades. De esta manera las particularidades del desarrollo neuropsíquico, el desarrollo psicológico, y el proceso educativo, caracterizados por la diversidad, marchan unidos de la mano en la educación de los niños de la primera infancia. Bibliografía Bell, R. y R. López. Construyendo la Diversidad. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2002. Kotulak, R. El cerebro por dentro. Editorial Diana, México, D. F..., 1997 Luria, A. R. Las funciones corticales superiores del hombre. Editorial Distribuciones Fontamara, México, D. F., 2000. Martínez Mendoza, F. Cerebro, actividad nerviosa y educación infantil /en/ El reto de la educación en el siglo XXI. Informe WAECE-AMEI. Editorial de la Infancia, Valladolid, 2003. Martínez Mendoza, F. ¿Qué es la diversidad? Revista CENDI, abril, Monterrey, 2003.