HOMERO Y EL CERO ABSOLUTO Canta, oh, diosa, la cólera del Pelida Aguiles, Cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos... La Ilíada, Canto I En 1897, cuando sólo era un estudiante en Heidelberg, el futuro gran experto en estudios homéricos, E. Hoffmanstal, presentó una tesis sobre La Ilíada, en la que sostenía que la sórdida pendencia entre Aguiles y Agamenón que inicia el gran poema tuvo que deberse a motivos más elevados que la mera posesión de una señorita, y ofrecía una curiosa reconstrucción del Canto I. Lo interesante es que la tesis fue aceptada por los más altos honores y considerada acorde con el espíritu progresista de la época. Aquí, un fragmento de la juvenil reconstrucción de Hoffmanstal. Convocados al ágora (asamblea) los aqueos, Aguiles, el de los pies ligeros, se levantó y así les habló: "¡Aqueos de hermosas grebas! El atrida Agamenón ha injuriado a los dioses y a los mortales asegurando que el calor es igual al frío, como el Janto es igual al Escamandro, que baña la fértil llanura troyana". Y luego se sentó. Levantóse Agamenón, rey de reyes, e increpó así al divino Aguiles: "Aunque seas valiente, Agamenón, rey de reyes, no podrás burlarme ni persuadirme. Porque, ¿qué tiene el calor que no tenga el frío? ¿No son acaso iguales, como dos manantiales que bullen, surgentes y que al mezclarse nos brindan una agradable temperatura?". Mirándole con torva faz, exclamó Aquiles, el de los pies ligeros: "!Ah, imprudente y codicioso! ¿Cómo puede estar dispuesto a obedecer tus órdenes ni un aqueo siquiera, si tú crees que el calor es algo así como un líquido, una sustancia, y que el frío es otra diferente? ¿Cómo pretendes que con esas ideas los aqueos de hermosas grebas puedan combatir a los belicosos troyanos?" Y no amainando su cólera, denostó nuevamente al Atrida con injuriosas voces: "Ebrio, que tienes ojos de perro y corazón de ciervo; lo que llamamos frío es sólo una cantidad baja de calor, no más que eso. Y el calor, por su parte, no es una sustancia, sino una propiedad relacionada con la estructura de las sustancias". "Aquiles, semejante a un dios, pero incapaz de alcanzar a una tortuga", exclamó, enfurecido, Agamenón: "¿cómo te atreves a contradecirme con teorías de ese tipo? No será Hera, la diosa de blancos brazos, la que te proteja, ni Atenea, la de los ojos de lechuza y tremolante casco". Mientras estas palabras se decían, vino Atenea del cielo, púsose detrás de Aquiles y le tiró de la blonda cabellera, apareciéndose tan sólo a él: de los demás, ninguno la veía. Aquiles, volviéndose, la conoció, y hablando con ella, pronunció estas aladas palabras: "¿Por qué, nuevamente, oh, hija de Zeus, que lleva la égida, has venido?" Díjole a su vez Atenea, la diosa de ojos de lechuza y protectora de la sabiduría: "Vengo del cielo para apaciguar tu cólera. No desenvaines tu espada, porque lo que voy a decir se cumplirá: alguna vez se demostrará que tienes razón". Y preguntóle Aguiles, el de los pies ligeros: "Sí, pero, ¿cuándo?" "Mucho tiempo hará falta", dijo Atenea, la diosa de los ojos de lechuza, "ya que, aunque ahora entre los aqueos está de moda hablar del fin de la historia, la historia recién empieza. Pero alguna vez los hombres comprenderán la naturaleza del calor: la temperatura de un cuerpo como tú correctamente has dicho, está relacionada con su estructura molecular. En realidad mide, de alguna manera, el movimiento de sus moléculas. Aun en un sólido, como en el bronce de tu espada, las moléculas vibran microscópicamente alrededor de sus posiciones. Cuanto más se mueven, más caliente está el cuerpo. Llega un momento en que el movimiento es tal que el cuerpo no puede mantener su estructura sólida, y se licúa. Y luego, cuando se calienta aún más, y las moléculas se agitan ya como el viento que azota la llanura troyana, éstas escapan en todas direcciones, y tenemos un gas. Aquello que llamamos calor no es una sustancia, como cree el Atrida Agamenón: no es más que movimiento de las moléculas. Cuanto menor es el movimiento de los átomos, más baja es la temperatura. A esto se lo llamará, por designio del padre Zeus, teoría cinética del calor, y es por eso que, si bien algo puede estar tan caliente como tu quieras, hay una temperatura más baja que todas las otras, y más que eso no se puede descender". Y respondió el divino Aguiles, vivamente, pero con el corazón aún airado: "Cuando las moléculas están perfectamente quietas". "Justamente: ése es el cero absoluto", contestó Atenea, la diosa de tremolante casco, "la temperatura más baja posible, que corresponde a 273 grados centígrados bajo cero. Al cero absoluto se le llamará, porque el Hado así lo dispuso, cero grados Kelvin. Pero, ¡ea!, cesa ya en tu furor, puesto que la razón te asiste". Le contestó Aquiles, hijo de Peleo y de la divina Tetis: "No me tientes, oh, diosa. No mataré al Atrida, pero me retiraré a las ligeras naves y no volveré a combatir a los belicosos troyanos hasta que los aqueos, de hermosas grebas, acepten la teoría cinética del calor". "O hasta que lo maten a Patrocolo", susurró la diosa, tan bajo que Aquiles no la oyó. Y regresó al Olimpo.