la dialéctica marginadora de la biblia

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PAUL KALLUVEETIL
LA DIALÉCTICA MARGINADORA DE LA BIBLIA
Ana, la mujer bíblica marginada por la sociedad de su tiempo, cuyo canto recoge 1 S,
experimentó en su vida cómo Dios margina a quienes marginan a otros. El autor
muestra en el presente artículo cómo la dialéctica marginadora de Dios que ensalza a
los humildes y humilla a los poderosos configura toda la biblia.
The Marginalizing Dialectics of Bible, Bible Bhasahyam, 11 (1985) 201-214
Introducción
En su canto, Ana expresa la historia de su cambio total de fortuna y exalta el contrastre
de las acciones divinas en la historia humana (1 S 2,4-8). En él, enumera ciertos actos
marginadores de Dios: los poderosos, los hartos, las mujeres fecundas, se convierten en
el desecho de la sociedad. Se hacen débiles, mueren de hambre y quedan estériles.
Nadie defendía la causa de los huérfanos, las viudas, los pobres, los afligidos, los
necesitados y los extranjeros. En cierto sentido eran personas muertas. Ahora es al
revés. Los muertos, viven y los llamados vivos, mueren. Dios mata y da la vida,
empobrece a los ricos y enriquece a los pobres, abaja a los poderosos y ensalza a los
humildes. El júbilo triunfal de Ana encuentra su eco en los labios de María, la madre de
Jesús. Ella también se goza en las acciones marginadoras de Dios (Cfr. Lc 1,51-53).
La experiencia de los poderosos actos marginadores de Dios hizo de Ana una verdadera
hija de Israel, un símbolo del pueblo de Dios en el AT (un pueblo llamado a la
existencia por la actividad marginarte de Dios). María se convirtió en el símbolo del
nuevo Israel. Las actitudes y comportamiento de la comunidad de Dios se reflejan en su
cántico. Los discípulos de Jesús son los pobres, los mansos, los hambrientos y
sedientos, los que lloran, los odiados, los condenados al ostracismo, los ins ultados y los
perseguidos (Lc 6,20-23; Mt 5,3-12), es decir, los marginados por el mundo. Sufriendo
estas desgracias se convierten en la "propiedad preferida" de Dios (Ex 19,5), o en "la
niña de sus ojos" (Dt 32,10). "Pueden alegrarse y saltar de gozo" (Lc 6,23). Dios
marginará a quienes marginaron a los suyos. Les sobrevendrán calamidades. Sufrirán un
cambio radical de fortuna (Lc 6, 21-26). La religión les trae el bienestar. El Dios de los
hebreos es un Dios marginador. Mas en el mismo acto de marginar los sistemas de
poder socio-político, económico y religioso, Dios mismo es marginado. Esta es la ironía
de la historia humana. Esta es la tragedia de la existencia humana y divina.
La visión marginadora de Dios
Dios tenía una ilusión para su pueblo cuando entró en la historia humana: hacer a los
hombres hijos de Dios, traer el cielo a la tierra. De aquí la "mundanidad" de la biblia.
Las bendiciones materiales -prosperidad, propiedad, descendencia, placer...-, son signos
vivientes de la amorosa presencia de Dios en la vida de los hombres. El cielo y la tierra
se juntan. Lo material y lo espiritual se unifican. La religión se hace mundana. El
mundo se vuelve religioso. La religión se orienta al bienestar humano y todo lo
auténticamente humano deviene religioso. Se trasciende la dicotomía sagrado-profano.
Este era el sueño del reino de Dios.
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Pero, ¿cómo llegar a ser un integral y auténtico ser humano-divino?, ¿cómo llenarse de
las bendiciones de Dios y hacerse una verdadera imagen suya?, ¿cómo convertirse en
canal de las bendiciones divinas para los demás? Para eso hay que vaciarse de sí mismo
y rechazar, deslegitimar, desmantelar, nuestros propios conceptos e ideales, nuestras
maneras de ver y de pensar, nuestros modos de hacer y poseer. Hay que librarse de las
malas estructuras humanas de la sociedad, tanto sociales como culturales, económicas,
políticas, culturales o religiosas. Hay que aceptar la visión divina de la sociedad en
todas sus vertientes. Todo toma una orientación altruista. Como hijos de Dios y
miembros de la comunidad de la alianza, todo el mundo tiene los mismos derechos y
deberes. Todos se convierten en hermanos y miembros de la familia de Dios. Hay que
gozar del poder, del placer, de la presencia amorosa, de la salud y de la riqueza como
dones de Dios. Hay que trascender lo material y vivir en el medio divino. Todos los que
traten de construir sus propias estructuras de poder y montar sistemas egoístas, del
orden que sean, serán excluidos. Esta concepción de la sociedad era un reto, una
revolución total, un escándalo, para las sociedades del mundo antiguo. Las sociedades
egipcia y mesopotámica no se basaban en sistemas de hermandad sino en relaciones de
amo-esclavo. Unos cuantos líderes religiosos y políticos se beneficiaban de la sociedad
y aumentaban su riqueza y su poder a costa de la miseria y la ignorancia de la mayoría.
Débiles y pobres quedaban marginados. Eran desechos de la sociedad. No tenían ni
derechos ni privilegios. En este mundo de opresión y explotación surge la visión radical
de Dios, en la cual Él es el campeón de los huérfanos, los pobres, las viudas, los débiles,
los extranjeros, los mudos, los sordos y los ciegos, mientras que los marginadores son a
su vez marginados.
Abraham el marginado
La historia más primitiva que nos habla de la creación y desarrollo de la humanidad,
muestra ya este modelo de marginadores- marginados. Cuando la ambiciosa primera
pareja humana se hace igual a Dios y frustra la armonía y la paz de la creación, Él los
expulsa del paraíso. Luego sigue la narració n de la brutal agresión de Caín al inocente
Abel, ofreciendo el primer paradigma opresor-oprimido. Pero el violento es marginado
por el Dios de los oprimidos. Más tarde leemos que la tierra estaba corrompida y llena
de violencias, violencia que fue erradic ada por el diluvio que dejó al justo Noé como
tipo de la nueva creación (Gn 1-11).
La acción marginadora de Dios comienza con la vocación de Abraham. Es llamado a
abandonar su seguridad y confort para convertirse en un vagabundo desheredado y
débil, con sólo su vida entre sus manos. En los tiempos antiguos, el mundo fuera de la
tribu era hostil y en él sólo cabía la violencia, la privación de las necesidades básicas y
la muerte. Dios hasta le cambió su nombre significando que Abraham dejaba sus
propias ideas y aceptaba la visión de la vida de su divino señor. Fue dotado de una
nueva identidad y surgió un hombre nuevo. Entonces el vagabundo de Dios es
bendecido con todo género de dones materiales y espirituales: prosperidad,
descendencia, alegría y tierra (Gn 20; 21; 24). Dios marginó a importantes reyes que
trataron de marginarle a él (Gn 12; 14; 20). Abraham gozó del bienestar material
encontrando en él la faz amorosa de Dios. La tierra se convirtió para él en la antesala del
cielo. Su relación vertical con Dios, trajo consigo una concepción de la vida orientada
horizontalmente. Los dones recibidos los ponía al servicio de los demás. Contribuyó al
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establecimiento del reino de Dios en el mundo. En él, la religión fue fuente e inspiración
de bienestar humano.
La narración de los hijos de Isaac merece nuestra atención. Jacob, el más joven
desbancó a su hermano, pero su ingenio no le trajo las bendiciones que ambicionaba.
Dios lo alienó y lo marginó, y tuvo que llevar la vida de un paria (Gn 25 ss). Más tarde
Dios hizo fracasar su pícara estratagema para librarse de Esaú y disfrutar él solo de las
tierras: lo dejó tullido (Gn 32) y sacó de él una nueva criatura de Dios, el verdadero hijo
de Abraham.
Dinámica marginadora en Egipto
Dios, entonces, extendió su vocación a todo un pueblo, Israel, la descendencia de
Abraham. No eran más que un grupo desparramado e indefinido de esclavos de Egipto.
Eran marginados sistemáticamente por la opresiva y feudal sociedad egipcia (Ex 1-2).
El imperialismo explotador tenía un plan para exterminarlos gradualmente. Entonces
entra Dios en acción como campeón de los marginados. Dios se vuelve contra el
marginador y va desmontando sus estructuras feudales. Las plagas (Ex 7,8, 11, 10),
sirvieron de amenaza y comienzo del castigo. El faraón se resiste y trata de marginar a
Dios. Pero las políticas humanas fracasan miserablemente ante las divinas. Mueren los
primogénitos, aun el del rey, y los explotados despojan a sus señores (Ex 11-12). Dios
con brazo poderoso saca a los hebreos de Egipto. Lucha contra sus perseguidores y los
arroja al mar (Ex 14, 24-30). Los liberados celebran la victoria de Dios como el triunfo
de los marginados en el cántico de Moisés (Ex 15).
La sociedad de los marginados
Sigue la experiencia del desierto por 40 años. Dios educa a su pueblo liberado para
formar su comunidad carismática y radical con la visión aliancista de convertir la tierra
en un cielo. Les enseña a transformarse en un movimiento tribal evolutivo e igualitario,
basado en una economía de la igualdad, una política de justicia y compasión y una
religión de la libertad de Dios, verdaderamente divinas. La realización de esta visión
dependía del rechazo radical de las actitudes adamo-cainitas, de las conductas egipciocanaanitas, de la arrogancia babilónica y de la astucia de Jacob.
La acción marginadora de Dios se dirige ahora a los canaanitas que imponían en
Palestina su sistema jerárquico- feudal en el que la explotación socioeconómica y
política venía justificada, fomentada y perpetuada por las dimensione s míticas de la
religión. Con sus ritos y danzas cúlticas amortiguaban e intimidaban el espíritu de la
mayoría marginada. La palabra "canaanita" se convirtió en sinónimo de enemigo en la
biblia. Sus estructuras aristocráticas fueron desmanteladas por Dios, plantando entre
ellas a los antiguos esclavos de Egipto.
El ideal de la alianza proporcionó el modelo organizativo de la sociedad hebrea,
constituida en heredad privilegiada de Dios en un clima de libertad en igualdad
fraternal. El sistema clasista de los vecinos fue desautorizado. En la revolucionaria
sociedad israelita nadie tenía derechos absolutos y permanentes sobre la tierra o la
propiedad (Lv 25) y las tierras eran distribuidas igualitariamente entre los clanes y
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familias (Nm 26, 52-56; 33,54). Los marginados del mundo - los esclavos, extranjeros,
pobres, necesitados, débiles, huérfanos y viudas- eran objeto de especial atención. Las
leyes prohibían el hacer esclavos entre los israelitas, porque todos tienen el mismo
status de esclavos ante Dios (Lv 25, 39-43.55). Todos participan por igual en los ritos
sabáticos, los banquetes sacrificiales y la pascua (Ex 12,44; 20,10; 23,12; Dt 16, 11.14).
Todos debían ser liberados durante el año séptimo, porque "recuerda que fuiste esclavo
en Egipto y qué el Señor, tu Dios, te redimió" (Dt 11,15; cfr. también Ex 21,2-6; Dt 23,
15-16; 24,7, etc.).
La legislación sobre préstamos, deudas y barbechos va orientada a favorecer la suerte de
los marginados. Se rechaza el corazón duro contra los pobres de otras sociedades. Se
conmina a los jueces a hacer justicia contra los que roban o abusan de los derechos de
los pobres (Ex, Lv, Dt passim). La predilección divina por los pobres se expresa
paladinamente en el Sal 113, 7-8: "Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al
pobre, para sentarlo con los nobles, los príncipes de su pueblo...".
Los libros de la sabiduría describen frecuentemente a Dios como el abogado de los
pobres. Cfr. Pr 14,31; 19,17; 22, 16.22-23; 28,3.27. Aparece como el campeón de la
causa de las viudas y los huérfanos. Sal 68,6 proclama: "padre de huérfanos, defensor de
viudas es Dios...".
Dios amenaza a quienes maltratan a los indefensos tipificados en las viudas y huérfanos
(Ex 22,21-23; Dt 10,18; 27,19; Is 1,17.23; Jr 7,6; 22,3; Pr 15,25). Mientras que en las
sociedades extra-bíblicas la mujer era sentida frecuentemente como una "cosa", la biblia
la presenta como compañera en la familia y en la sociedad, dándole a veces un status
superior. Dios muestra también una especial atención por los extranjeros, porque los
hebreos también lo habían sido (Ex 22,20; 23,9; Jr 22,3). En Lv 19,34 se ofrece una
visión radical: "...será para vosotros como el indígena: lo amarás como a ti mismo,
porque emigrantes fuisteis vosotros en Egipto".
Posteriormente, implantada la monarquía, Dios les proveyó de una filosofía de la
realeza distinta de la de las otras sociedades. Los reyes eran aclamados como enviados
de Dios al servicio de los marginados. El salmo 82, 3-4 pone a la monarquía para
"proteger al desvalido y al huérfa no, defender al pobre y al indigente, sacándolos de las
manos de los culpables". Así vemos que Salomón como verdadero virrey de Dios sale
en defensa de los derechos de las prostitutas (1R 3) y David se presta a salir por la
indefensa viuda de Tecua (2 S 14,4-17). El papel del rey se describe como el de un
pastor, p. ej., en Is 40,11. Mientras que los monarcas antiguos del próximo oriente
toman el título de "hijos" de los dioses, los reyes de Israel aparecen como meros
"siervos" de Dios.
Re-creación de la marginación
En tiempos de Salomón el reino de Israel se convirtió en un gran imperio que ejercía
influencia internacional en los campos económico, social, y político. La paz, la
prosperidad y el prestigio allanaron el camino de la arrogancia y de la avaricia. Los
antiguos esclavos ambicionaron la autoridad y el señorío. Los "siervos" optaron por ser
servidos por otros. Se olvidó el ideal tribal. El pueblo oprimido abrazó la filosofía de la
opresión y de la explotación. Se re-creó en Israel la estructura de la sociedad egipcia con
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su economía de la opulencia y su religión estática y triunfalista. Practicaron la política
canaanita de la marginación. El triunfo de los más dotados se convirtió en el axioma del
día. Los valores de la Alianza fueron adulterados por los reyes y sus oficiales, por los
sacerdotes y los falsos profetas. Una deformada interpretación de la ley en favor de los
poderosos estuvo al orden del día (1 R 21; Is 1,21-23; 5,10; 10, 1-2; Am 5,7.10; 6, 12;
Mi 3,1-3.9-11. Las clases altas, ansiosas de tierras, desposeyeron a los débiles de sus
antiguas pertenencias (Mi 2,1-2; Is 5,8). Amós pintó la desdichada suerte de los
deudores a manos de sus acreedores. Una deuda insignificante -el precio de unas
sandalias, p. ej.-, permitía llevar a la esclavitud a los insolventes. La estructura social de
aquellos tiempos redujo los seres humanos a meras cosas. Este sistemático
desmantelamiento de la visión de Dios dio energía a las protestas de los profetas. Dios
habló por medio de ellos. Amonestó y avisó, acusó y amenazó a la desleal Israel. Isaías,
Jeremías, Amós y Oseas lanzaron maldiciones y pronunciaron oráculos contra ellos. Las
acciones marginadoras de Dios se alzaron contra los nuevos marginadores. Sus
manipulaciones e intimidaciones revertieron en la marginación del mismo Dios. Él
renunció a tener su casa en Israel. Despreció lo "poderoso" y "fuerte" y se puso al lado
de los débiles y pequeños para proveerles del espacio vital y de lo necesario para la vida
(Am 2,9; 7,1-6).
Dios fustigó duramente a sus elegidos: "El Señor cortará a Israel cabeza y cola, palma y
junco en un solo día" (Is 9,13-14). "Sion será un campo arado, Jerusalén será una ruina,
el monte del templo un cerro salvaje" (Jr 26,18). Cfr. también la condenación durísima
de Joaquín que tenía "ojos y corazón sólo para el lucro, para derramar sangre inocente,
para el abuso y la opresión" (Jr 22, 13.17.18-19).
Las profecías condenatorias se realizaron. Dios usó de Asiria y Babilonia para
exterminar la corrupta Israel. Perdieron su templo y su país. Sólo un pequeño resto
sobrevivió de la catástrofe, sea como esclavos en Babilonia o como empobrecidos
labradores en Judá. El sino de Egipto va a repetirse: asirios, babilonios y tirios serán
marginados. Dios, una vez más, toma partido por la humillada Israel y organiza un
nuevo éxodo. Volverá la exultación y los cantos de gozo. Se anuncia un rey ideal (Is
11,4).
Un Dios marginado
El trágico fracaso de los esfuerzos divinos por crear su comunidad carismática en la
tierra pone al descubierto otra perspectiva paradójica. Dios resulta marginado en la
misma acción de marginar los bloques de poder de la sociedad. Como se ha dicho, la
marginación de las clases bajas por las altas equivale a su propio rechazo. Se queda sin
techo en Israel. El pueblo ha "despreciado el agua de Siloé que corre mansa..." (Is 8,6).
En su arrogancia, Efraín y los dirigentes de Samaria se niegan a leer los signos de los
tiempos (Is 9,10) y responden burlonamente a las profecías de ruina: "Que se dé prisa,
que apresure su obra, para que la veamos, que se cumpla en seguida el plan del santo de
Israel para que lo comprobemos" (Is 5,19). Toman los anuncios proféticos por síntomas
de anormalidad: "que se cumpla" (Jr 17,15); y los portavoces divinos son insultados y
perseguidos hasta la muerte (Jr 20,8). Encontramos así el perverso sueño humano de
establecer el cielo en la tierra sin Dios, o sea de hacerse dioses marginando a Dios. Pero
"el soberano del cielo sonríe, el señor se burla de ellos; luego les habla con ira y los
espanta con su cólera" (Sal 2,4-5).
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Jesús, la dialéctica de Dios
Jesús de Nazaret encarnó los anuncios mesiánicos de los profetas. Pero su personalidad
radical escandalizó a los poderes políticos, sociales y religiosos. Las míseras
circunstancias del nacimiento de Jesús proclamaron su total solidaridad con los pobres
(Lc 2). Mt 2 señala los conflictos que se siguieron con los poderes públicos. Él mismo
anunció su misión en los términos de Is 62,1-2: "predicar la buena nueva a los pobres..."
(Lc 4,16-21). La visión marginadora de Dios alcanza su clímax en su misma persona.
Desdeñando a fariseos, escribas, sacerdotes y reyes, se identificó decididamente con los
marginados de la sociedad. Fue amigo y comió con publicanos, pecadores y prostitutas
(Mc 2,15-17). Los tenidos por justos serán rechazados del reino de Dios mientras los
marginados lo poseerán. Tiene compasión de las ovejas sin pastor, de los hambrientos,
acuciados y desamparados (Mc 6,34; 8,2; 9,35-36). Muestra la divina predilección por
ellos, los alimenta y los cura (Mt 14,6). Esta compasión no es algo meramente
sentimental; se traduce en la crítica, oposición y rechazo de los falsos pietistas de su
tiempo. Las bienaventuranzas proclaman que todo lo prometido por Dios en el camino
de la salvación ahora pertenece a los marginados. El juicio final consistirá en la
apreciación de nuestra entrega a los pobres, los sedientos. los desnudos, los enfermos,
los presos y los extranjeros (Mt 25, 31-46). Jesús al infringir el sábado (Mc 3,1-5; Lc
13,10; 14,1-6; Jn 5,6.10; 9,1.14), cambió radicalmente el sentido del sábado: es
santificado cuando se remedia la angustia del enfermo y del hambriento, cuando del
hombre se hace una persona integral. El bienestar de los que sufren se convierte en el
bienestar de Dios. La santificación divina toma la forma de la santificación humana.
Llevando la religión a los ambientes humanos, Jesús rechaza los valores religiosos
adulterados que proclamaban las autoridades. El faltar al sábado pretendía hacer llegar,
en términos inequívocos, un mensaje radical a los oídos de los escribas y fariseos:
¡quien quiera servir a Dios debe tomar partido por los pobres y afligidos! Los ignorantes
y los marginados recibirán tronos ante Dios y juzgarán a los marginadores de la
sociedad.
El intento de Jesús de marginar a los ricos, autosatisfechos y arrogantes de su tiempo, le
trajo su hostilidad. No podía sufrir la hipocresía de los que devoran los bienes de las
viudas con pretexto de largos rezos (Lc 20,47). Jesús descubrió sus ocultos
pensamientos; les miró con ira y se dolió de su obcecación (Mc 2, 8-9; 3,5). Hizo
tambalear sus rentables instituciones religiosas (Jn 2,13-16). Predijo la destrucción del
templo de Jerusalén, causa de orgullo, vana complacencia y falsa seguridad (Mc 13).
Endureció sus corazones (Mc 4,12) y cegó sus ojos interiores (Jn 9,39). Todos se
volvieron contra Él. Le rechazaron, se burlaron de Él, le condenaron, le escupieron, le
azotaron y lo mataron (Mc 8,31; 10,33-34). Así, se convirtió Jesús en el modelo
perfecto del marginado. Mas Él, soportando esta terrible marginación, marginó a
aquellos que trataron de marginarle. Por su muerte, desautorizó y desmanteló las
normas, los valores, los objetivos, los medios y las estructuras de la marginación.
Venció las estructuras del mal y del pecado. Su pasión se convirtió en glorificación, su
muerte en vida, su cruz en su corona. ¡Terrible ironía!
En resumen, el bienestar humano descansa sobre el vivir auténtico de una religión
verdadera: la religión de la libertad de Dios que aboga por, guía, concretiza y
contemporaliza los actos marginadores de Dios.
Tradujo y condensó: JOSEP MESSA
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