esos médicos de clase media…

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CUENTOS EN EMERGENCIA
Carlos R. Cengarle
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“ESOS MÉDICOS DE CLASE MEDIA…”
Victorio: uno de los mejores y más experto
podólogo de toda la ciudad. Cuando trabajaba,
desparramaba sobre la mesa hospitalaria un
surtido equipo de instrumental, compuesto de
diferentes cajas quirúrgicas, bandejas y
algodoneros, en un verdadero alarde de metales.
Pinzas y alicates de todas las formas, variedades
y tamaños, parecían buscar que ninguna cutícula
abrigase la mínima esperanza de no ser cortada;
tijeras, gubias y mangos de bisturí a granel, se
entremezclaban con todo tipo de insumos, como los acrílicos, los cementos quirúrgicos,
los coloreados antisépticos y los olorosos desinfectantes. Y cuando era necesario, hasta
aparecía un torno podológico, que aumentaba su alta precisión en los artesanales
trabajos que realizaba en los pies de su extensa clientela.
Sabía mezclar inteligentemente las cremas nutritivas y restauradoras. O utilizar con
pericia las diferentes cremas para masajes reactivantes. Espolvoreaba polvos en cremas
secantes y los combinaba con cremas refrescantes y desodorantes, con la destreza de un
alquimista medieval. Y terminaba sus trabajos con abundante crema lubricante,
emoliente y estimulante, proporcionando unos masajes manuales o vibratorios que eran
el comentario permanente de sus agradecidos clientes.
Victorio era un verdadero y consumado idóneo en el manejo de las molestas uñas
encarnadas, cayos, juanetes y fisuras del talón. No había verruga plantar que se le
resistiese a sus expertas manos.
Julio Bernardo: Ex diplomático y vizconde. Ochenta y dos años, con un doloroso
cáncer de próstata a cuesta, ampliamente ramificado, al que se le realizó de todo:
Cirugías con eximios Profesores, Quimioterapia en un Centro de Primer Nivel y
Radioterapia en el Centro Especial de Recoleta… pero la marcha de las células
malignas, resurgió con mucho brío, imparable. Igual, demasiado igual, que en los
pacientes del Hospital Oncológico de la Caridad…
Sanatorio de alta sociedad: Un verdadero hotel de cinco estrellas, que satisfacía las
máximas exigencias en confort y que fuera diseñado, de acuerdo con las concepciones
arquitectónicas y de ingeniería hospitalaria más avanzadas.
Hasta su Lobby estaba compuesto de los elementos típicos de un hotel de primera
categoría, proyectando una atmósfera de lujo y calidez, gracias al uso inteligente de la
iluminación, que permitía la entrada de luz mediante amplios ventanales internos y
externos, que prolongaban la iluminación natural.
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El interior de sus espaciosas habitaciones, estaba decorado con gran calidez y sobria
distinción, buscando la comodidad y ostentación de pacientes y familiares. Suites de
internación individual, con lujosos baños privados y espaciosas salas de estar,
alternaban con suites de cuidados especiales, reemplazando a las frías unidades de
terapia intensiva con que cuentan los sanatorios comunes.
Fernando, el nuevo Médico de Guardia: Un típico médico de clase media. Hijo de
padres de clase media, que con un esfuerzo medio, lograron que se recibiese de médico,
en un tiempo medio y en una universidad medio gratuita. Hoy, a pesar de que se mata
trabajando, el médico de clase media vive a medias, llega con su sueldo hasta mitad del
mes y no le alcanza siquiera para comprarse una medianera. Quizá en el mediano plazo,
su situación mejore…
Costumbres de la Alta Sociedad: Entre los modales de la alta sociedad, se incluyen el
casarse con gran pompa en una Iglesia – no en cualquiera -, vistiendo encajes refinados
y de seda blanca, damas de compañía, coro y princesas de flores. Y él, con riguroso
smoking o paltó levita. En el interior del templo, esperan los distinguidos feligreses que
aman al prójimo como a sí mismos, es decir, con alcurnia. Si no, no.
En la alta sociedad nunca se toma mate, sino té. No van a Mar del Plata, sino a Punta
del Este o Pinamár. Nunca circulan por los suburbios, sino por los circuitos
residenciales. Y si un “grasa” con deseos de tomarse unos whiskys se atreve a entrar a
un bar o restaurante de lujo, es recibido con abucheos y/o el batir de cucharas en las
copas. Y si permanece en la barra, los de mayor alcurnia lo harán sacar a las patadas.
Desde pequeños son educados entre institutrices y viajes al extranjero (mejor a Francia
o Inglaterra) Es requisito para figurar en sus escogidos círculos, una buena fortuna
familiar, portar buenos apellidos, estudiar en colegios exclusivos, veranear en Punta del
Este y ser miembro de algún selecto club social. Se sujetan a rígidas convenciones
sociales y lucen una particular escala de valores, que los guía como estrella en su
accionar y decisiones diarias. Sin embargo, sociólogos y psicoanalistas, ponen en
evidencia la doble moral que impera entre esos aristócratas de alta alcurnia. De alta
alcurnia y baja cama… como dijo el poeta.
Tienen símbolos de status, que permiten identificar y proclaman su pertenencia al
selecto grupo de la elite social. Los objetos y adornos decorativos se apiñan en los
salones de sus residencias, según las normas del status vigente. El piano de larga cola cuanto más grande y costoso mejor -, no debe faltar jamás en ningún hogar bien
acomodado (Y no importa que nadie, sea capaz de tocarlo) Es uno de los iconos, de los
símbolos máximos del bienestar económico y del abolengo. Y con eso, les basta.
El lenguaje de esos particulares subgrupos culturales, se transmuta de manera absoluta,
inundado de metáforas y eufemismos, evitando a toda costa el mencionar palabras
indeseables. Y así, una mujer embarazada es "una dama gruesa en dulce espera", y en el
alumbramiento, la madre esta "enferma". El vientre es el "estómago" y las piernas de las
damas, no se muestran ni mencionan sino han recibido tratamientos especiales. En la
correspondencia, escribir una sola hoja es de muy mal gusto y cualquier misiva, nunca
deberá ser inferior a las dos hojas. Y cuando toda la familia y el grupo de amigos se
reúnen en la Playa Brava de Punta del Este, hay que definir exactamente que es lo que
significa la palabra “entorno” y no estar hablando de “estupideces”…
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En esos ambientes existen normas no escritas, pero lapidarias. Por ejemplo, hay mucho
protocolo en sus cenas, donde se despliegan cubiertos de oro y plata antiguos, copas de
cristal y platos de la más fina porcelana. Entre las mujeres, bastará con ser bella o ir
vestida con ropa de alto diseño, exhibirse bronceada todo el año, tener un cuerpo
esbelto, ser de familia acomodada o la señora de algún figurón, pero mientras
convenzan a sus maridos de financiar fiestas de caridad con elegante baile, en donde
todos, deberán colaborar, mirar y ser mirados. El linaje, el vestuario y los modales
pesan. Y mucho.
Epílogo en “La Menor sostenido”
Fernando, el médico de guardia de clase media, entró a la habitación del antiguo y
señorial Sanatorio, pues requerían urgente su presencia. Lo encontró a Victorio
temblando como un adolescente y obedeciendo sumiso ante una noble dama, que
impartía ordenes a diestra y a siniestra. Ella le exigía la máxima perfección en el corte
de las uñas de los pies de Julio Bernardo, el cual estaba en coma y respiraba con gran
dificultad.
Una manicura particular, estaba guardando su instrumental, luego de haberle pulido las
uñas de la mano al enfermo y de haberle aplicado a las mismas, una gruesa capa de laca
transparente. Más atrás, una cotizada y famosa coiffeure terminaba de recoger algunos
de los cabellos de Julio Bernardo, que había recortado muy prolijamente.
La Dama de la más alta alcurnia se dignó a mirarlo a Fernando – a las enfermeras, esa
Dama jamás lo hacía - y le dijo con altivez:
- Estoy muy preocupada, doctor. Quiero que “padre” nos obite como
corresponde y convendría muchísimo, que fuese este mismo viernes ¿Usted
Doctor me entiende, no? Así lo podemos enterrar el sábado en una
ceremonia con misa de cuerpo presente, como corresponde. Ya consulté el
pronóstico meteorológico y este sábado, va a estar cubierto, bien nublado y
poco ventoso. Lo que se dice justo y a punto, para la ceremonia de
inhumación en el “Parque de la Paz Eterna”… Y le digo más – Monsieur le
doctor – si no fenece entre hoy o mañana… me lo llevo para el casco de la
estancia.
Fernando, con cortesía y fingida humildad – mordiéndose los labios y apretando los
puños -, hizo salir a todos de la habitación y se quedó con sus dos enfermeras, mientras
examinaba concienzudamente al paciente. Este parecía el perfecto montaje de una obra
de teatro, en su último y patético acto.
(Más tarde – y con el tiempo – Fernando aprendería que eso era absolutamente lógico
para el círculo en el cual “ellos” se movían: Cabeza, manos y pies del pobre agonizante,
debían lucir impecables, pues las criticas y ácidas miradas de los personajes de la alta
fauna social, no perdonan fácilmente, cualquier mínima imperfección en la apariencia
externa del cadáver de uno de ellos. Y los agrios comentarios de abandono en las
reuniones sociales, pueden extenderse por años…)
Fernando hizo todo lo que tenía que hacer por la salud de Julio Bernardo, según
marcaban los protocolos y las normas médicas. Le puso máscara de oxigeno, colocó
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sueros en las venas (aunque solo encontró venas disponibles en el dorso de ambas
manos), le administró varios tipos de drogas y luego de una hora de intensa labor,
mejoró notablemente el estado de salud del enfermo.
Cerca del mediodía, llamaron a Fernando a cobrar su guardia en Tesorería y a
desvincularse – hasta nuevo aviso - del nosocomio. Según averiguó – ya que nadie le
aclaró, oficialmente de nada – la ofuscada y noble dama, había puesto el grito en el
cielo, quejándose en la Dirección Médica, por habérsele hecho “cosas de más” a su
padre… y encima, “le estropearon con moretones las manos”. Barbaridades, que solo
las hacen “esos médicos de clase media…”
FFiin
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