F R A S C U E L O XVII La inauguración de la nueva Plaza (i

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XVII
La inauguración de la nueva Plaza ( i ) , construida bajo la dirección de los arquitectos Emilio González Ayuso y Lorenzo Alvarez Capra, quedó señalada para el viernes 4 de septiembre de 1874,
Casiano había abierto el abono para la temporada
quince días antes, y con tal motivo formáronse largas colas ante las taquillas. En una despachábanse
localidades de sol, y en otra, de sombra, Y los concurrentes a la primera, encontráronse el domingo 30
de agosto con un cartel, modelo de literatura taurómaca, que rezaba textualmente:
DE O R D E N D E L A I M P R E S A N O A Y SOL O Y
La rechifla fué morrocotuda. A las tres horas
rodaba de café en café, de grupo en grupo el texto
del graciosísimo aviso, y ni que decir tiene que Casiano fué puesto como chupa de dómine por querer
(1) Que ya es vieja, pues se encuentra decretada su demolición.
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competir con Josué, no sólo parando el sol, sino suprimiéndolo radicalmente.
A innumerables chascarrillos y cuchufletas dió
origen la cosa, y los periódicos no se quedaron atrás
para divertir a sus lectores a cuenta de Casiano.
Hubo uno que dijo:
..."y puesto que puede descolgarlo del cielo y meterlo como
un farol de guardarropía, le suplico que lo tenga guardado
eñ ella hasta el día de la inauguración de la Plaza, i A h ! Y
que despache los tendidos de sol con ortografía."
Y otro:
" ¿ Por qué ay oy tan poco sol
en Sevilla? —No es extraño,
pues hay que pedir permiso
al empresario Casiano."
Mientras Casiano preparaba la corrida inaugural
entre vapuleo y vapuleo por el celebérrimo no ay sol
oy, t i gracejo madrileño tuvo también más de una
frase ocurrente para la nueva Plaza. A l ver la gran
herradura de estilo árabe que forma la puerta grande
de la entrada principal, decía el revistero Tío Jilena
a un amigo:
—Eso de hacer entrar al público de los toros por
debajo de una herradura, me parece algo simbólico
y aun epigramático.
* **
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En la tarde del día 3, víspera de la inauguración,
bendijo la capillaj la enfermería y la sala de toreros
el Vicario de Madrid, acompañado por el Capellán
colector del Hospital Provincial don Pedro Yarza, y
a las siete de la mañana del día siguiente se celebró
una misa en la capilla, a la que asistieron Regatero,
Currito, Frascuelo, Chicorro, Madiio, Mariano A n tón, Julián Sánchez, José Martín la Santera, Antonio
Calderón, Francisco Oliver y Manuel Martínez Melones.
Y a las tres de la tarde, bajo un sol espléndido
—previsoramente guardado por Casiano, según consejo de aquel periódico—, la Plaza, totalmente ocupada, presentaba una animación extraordinaria. L a
empresa había cuidado con atención todos los detalles, y así las banderillas fueron de lujo, adornadas
con flores, guirnaldas, plumeros, banderas y otros
caprichos, construidas por el maestro Pedro Guzmán; las monturas y los atalajes de las muías, de
gran gala, confeccionados por el renombrado talabartero José Moreno, y todo el circo en su inmensa
circunferencia aparecía adornado con banderas y gallardetes de los colores nacionales.
Siete de los toros fueron regalados por los ganaderos y los tres restantes comprados por la Diputación Provincial. Los ocho primeros salieron adornados con elegantes moñas regaladas por ilustres damas de la aristocracia madrileña.
Primer toro, de Veragua, con divisa encarnada y
blanca, regalo de la duquesa de Medinaceli.
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Segundo, de Hernández, morada y blanca, de la
Junta de Damas de Honor y Mérito.
Tercero, de Puente López, encarnada y caña, de
doña Carmen Olite de Angulo.
Cuarto, de Núñez de Prado, pajiza y blanca, de
la duquesa de Uceda.
Quinto, de Anastasio Martín, celeste y rosa, de
doña Candelaria Gaviria Salvador de López.
Sexto, de 'Miura, verde y negra, de la marquesa
de Per i jan.
Séptimo, de López Navarro, encarnada y amarilla, de doña María Pereira de Buschental.
Y octavo, de Veragua, encarnada y blanca, de
doña María de Salamanca.
Como curiosidad para los aficionados de hoy, rigieron los precios siguientes:
Tendidos.—Asientos sin numeración: sol, 10 rs.;
sombra, 18 rs.—Primeras contrabarreras: sol, 12 rs.;
sombra, 24 rs.—Segundas contrabarreras: sol, 12
reales; sombra, 24 rs.—Balconcillos de las sobrepuertas : sol, 14 rs.; sombra, 24 rs.— Tabloncillos: sol,
14 rs.; sombra, 24 rs.—Barrera: sol, 16 rs.; sombra,
24 rs.
Gradas.—Centros: sol, 18 rs.; sol y sombra, 20
reales; sombra, 22 rs.—Delanteras: sol, 22 rs.; sol
y sombra, 28 rs.; sombra, 40 rs.— Tabloncillos: sol,
20 rs.; sol y sombra, 24 rs.; somíbra, 30 rs.
Andanadas.—Delanteras de sol: 24 rs.; sombra,
44 rs.—Tabloncillos: sol, 22 rs.; sombra, 34 rs,—'
Centros: sol, 18 rs.; sombra, 36 rs.
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Palcos con diez entradas.—Sol, 300 rs.; sol y
sombra, 400 rs.; sombra, 500 rs.
Meseta de toril.—Primera fila, 18 rs.; segunda,
16 rs.
Antes de comenzar el espectáculo la banda de
San Bernardino tocó varias piezas en el redondel, y
a las tres en punto hicieron su entrada las cuadrillas en el redondel, entre una salva de aplausos.
Los espadas, banderilleros y picadores eran:
Espadas.—Manuel Fuentes Bocanegra, Rafael
Molina Lagartijo, Francisco Arjona Reyes Currito,
Salvador Sánchez Frascuelo, Vicente García Villaverde, José Lara Chicorro, José Machio, Angel Fernández Valdemoro.
Banderilleros.—Juan Molina, Francisco Molina,
Domingo Vázquez, Julián Sánchez, José Martín, Pablo Herráiz, Esteban Argüelles Armilla, Victoriano
Alcón el Cabo, Fernando Gómez Gallito chico, Angel
Pastor, Victoriano Recatero Regaterillo y Pablo
Fernández.
Picadores.—Antonio Calderón, Domingo Granda
Francés, Francisco Calderón, Francisco Gutiérrez
Chuchi, Manuel Gutiérrez Melones, Antonio Benítez
Grapo, José Gómez Canales, José Marqueti y José
Iglesias Morondo.
A pesar de tanto preparativo y tanta solemnidad,
la corrida no pasó de mediana. Salvador y Rafael
llevaron bien la lidia y en la muerte de los toros estuvieron todos poco afortunados. Unicamente Frascuelo fué aplaudido y obsequiado con cigarros en el
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cuarto. L o demás, gris y monótono, con el consiguiente disgusto de los trece mil espectadores que llenaban las localidades, la mayor parte de ellos concurrentes antiguos a la Plaza vieja.
E l nuevo circo también contó pronto con sus tertulias particulares.
Muchos de los aficionados que se encontraban
diseminados en la Plaza de la Puerta de Alcalá se
reunieron en ésta en el palco número 38. Allí iban
don Isidoro Aguado y Mora, tan inteligente consejero de Estado como intransigente crítico; don José
Carmona; el vigoroso Peña y Goñi, frascuelista acérrimo; el saladísimo escritor santanderino Pepe Estrañí ; el gran poeta Antonio Fernández Grilo, y el
popular músico Emilio Arrieta.
¡Qué ambiente de profundo amor al arte de
Montes se respiraba en aquel palco! ¡Qué animación
en las discusiones! Aquello era un areópago taurino.
Nunca se oyeron voces descompasadas censurando o encomiando a determinado diestro, y los aplausos o el silencio eran el premio que otorgaban. Sus
polémicas eran ardientes, pero razonadas. Oíanlas con
marcado interés los concurrentes a los palcos inmediatos, y más de una vez en que con cierta solemnidad se explicaba y analizaba una suerte acabada de
ejecutar, el maestro Arrieta o Pepe Estrañí dejaban
caer alguna frase de las suyas—siempre ocurrentes
y oportunas—, promoviendo sonoras carcajadas que
repercutían en las localidades vecinas.
Pero el lugar popularísimo, el mentidero de Ma296
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drid, estaba en los tableros del tendido i,-en cuyo
estribo se sentaban para descansar de toro a toro los
muchachos y los maestros, mientras en el callejón
se agrupaban los mozos de estoques, los jefes de carpinteros, y en la parte alta de las maromas, una t r i ple fila de aficionados recalcitrantes. Allí se llevaba
el alza y baja de los revolcones, de las corridas de
provincias, de las ovaciones, de los toros vendidos
por cada ganadero. Allí se hablaba de todo con su
crítica correspondiente, se aplaudía lo merecedor de
aplauso y se juzgaba en sentencia bajo la impresión
del momento.
Otro tipo popularísimo en la Plaza fué don Eduardo Rebollo, conocido por el tío Campanita, porque,
a semejanza del famoso Chironi, amonestaba desde
el tendido 8 con una bien timbrada a todos los diestros cuando no actuaban conforme a los preceptos
taurinos más rigurosos. Partidario fanático de Frascuelo, su defensa le costó más de un disgusto y no pocas desazones, sin que. su entusiasmo desmayase. Es
lo. que él decía vociferando:
—Nadie que sepa de toros, ¡nadie!, puede convencerme de que Frascuelo no es el matador de más
verdad y de mejor voluntad que ha pisado la arena.
* **
Aquella temporada de 1874 fué una de las más
brillantes de Lagartijo. Soberbias faenas, estocadas
admirables, llegando con la mano hasta el morrillo
y ovaciones inmensas en su honor.
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En cambio, Frascuelo no logró destacar hasta las
dos últimas corridas,
Rafael adueñóse del público y Salvador pudo ver
lo que le esperaba en la plaza de Madrid. F u é comenzado a tratar durísimamente, fué objeto de discusiones, en las que se pretendía menguar el mérito de la
suerte de recibir, que él solo practicaba, y su amor
propio empañado y su vanidad herida le hicieron tomar una resolución: no torear en Madrid la siguiente
temporada.
U n suceso imprevisto vino a ayudarle. Antonio
Carmona el Gordito tuvo unas diferencias con la
empresa Oviedo, que explotaba la Plaza de la Real
Maestranza de Sevilla, y quedó anulado el contrato
verbal que entre ambos existía. Deseosos de probar
al Gordito que su presencia no era del todo necesaria
en la Plaza sevillana, enviaron a Madrid, con plenos
poderes, a don Fernando Montijano con el encargo
de ver a Frascuelo y proponerle la contrata para la
temporada próxima.
A pesar de que la fama de Salvador estaba ya
extendida por todo el norte de España, como aún no
había recibido ofrecimientos de las empresas andaluzas, acogió con extraordinario gozo la visita del
empresario sevillano, pues hombre de grandes alientos, tenía la ambición de hacerse popular en España, y muy particularmente en Sevilla, cuya plaza
afirmaba la fama de los mejores diestros desde tiempos remotos.
—Me hace falta—dijo a Montijano—que Sevilla
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diga lo que valgo y que me tenga por el único rival
de Lagartijo.
Firmóse el contrato en condiciones ventajosas
para la empresa Oviedo, y fué telegrafiada la noticia
del ajuste.
A l conocerse entre el círculo de aficionados que
se reunían en un extremo del café Universal, fué
comentada y acogida favorablemente, prometiéndose
todos una magnífica actuación del espada granadino,
al que muchos habían admirado en Madrid.
Antonio Carmona dudó al principio, pero al saber
la verdad del contrato, quiso arreglar con la empresa
el asunto a su favor; mas ya fué tarde. Y el Gordito,
encorajinado, dejó caer en un café:
—Me daré el gusto de oír silbar a ese matador de
chicha y nabo.
*
*
En la última corrida de la temporada, celebrada
el 25 de octubre, Frascuelo se despidió del público
madrileño toreando con Villaverde, Lagartijo y A n gel Pastor como sobresaliente, ocho toros. E n el
quinto citó dos veces a recibir. Pinchó en hueso la
primera, perdiendo terreno; pero en la segunda esperó a pie firme, colocando una soberbia estocada
que mató casi instantáneamente. Entre frenéticos
aplausos y una nube de cigarros y sombreros salió del
ruedo.
Y ya terminado su compromiso con Casiano, se
dió el gusto de escarmentar por su propia mano al
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director del periódico E l Tábano, que le había atacado sistemáticamente durante toda la temporada.
Le esperó a la salida del café Imperial, y en la
Puerta del Sol comenzaron un vivo diálogo, que
terminó golpeando Frascuelo al periodista durante
unos momentos. Se armó un gran revuelo, intervinieron los transeúntes, y los amigos de ambos les
separaron, no sin que ellos, agitando las manos en
alto, prometieran volver a enfrentarse.
Desde entonces, y durante algún tiempo. E l Tábano tomó la infantil venganza de que cada vez que
citaba a Salvador le llamaba textualmente: " Salvador Sánchez (el de Churriana) antes Frascuelo."
La cosa no podía ser más inocente.
>{; sjc :):
Después del golpe de Estado realizado por el antiguo ayudante de Prim, don Manuel Pavía, en los
primeros días de aquel año de 1874 preparóse tranquilamente la restauración monárquica. Caía en tanto
el Cantón de Cartagena; don Manuel de la Concha
terminaba su vida frente a las tropas carlistas con
una muerte heroica y temeraria, y Cuenca era saqueada por las hordas salvajes de aquel sanguinario
marimacho que se llamó doña María de las Nieves.
Por aquellos días de diciembre, llegó Martínez
Campos a Sagunto, púsose de acuerdo con los jefes
de las columnas que operaban en el centro, y la proclamación de Alfonso X I I fué cosa de un momento.
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Constituyóse un llamado Ministerio-Regencia, del
que formaron parte, para vergüenza del liberalismo
español, Romero Robledo y López de Ayala, los que,
siete años antes, declararon con su firma que deseaban "una España con honra, lo cual era imposible
reinando los Borbones", y el 2 de enero del nuevo
año de 1875 salió de Madrid la comisión nombrada
para traer al rey al trono de sus mayores. Suspendiéronse todos los periódicos republicanos, y desde
entonces la emisión del pensamiento en la cátedra,
en el libro, en la Prensa y en el teatro fué amordazada por la más descarada reacción.
El 14 de enero entró Alfonso X I I en Madrid.
El público llenaba las calles, enronqueciendo a
fuerzas de vivas, y los viejos republicanos lloraban
de indignación y de dolor. Aquel pueblo era el mismo,
¡el mismo!, que siete años antes gritaba: "¡Abajo
los Borbones!", arrastrando sus efigies por el arroyo.
¡Pueblo cobarde, pueblo indigno, pueblo merecedor de enterrarte en salivazos, pueblo sin virilidad!
En la calle de Alcalá, frente al Suizo, elevóse un
arco de más de sesenta pies, costeado por señoras de
la aristocracia, y en la Puerta del Sol, otro, por suscripción, junto al que se colocó un tablado, desde el
que una banda militar no cesaba de tocar. Los rótulos
que ostentaban los arcos eran éstos: Catolicismo,
Sabiduría, Fortaleza, Patriotismo, Magnanimidad,
Virtud, y como colofón, uno, francamente grotesco
y enfáticamente presuntuoso, que movía a la risa:
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Todos los Alfonsos han sido sabios legisladores o
excelsos capitanes.
Entre acordes estruendosos de varias bandas, y
bajo una lluvia de vítores, palomas y flores, avanzó
por las calles hacia palacio el hijo de Isabel I I , la
reina de los amantes infinitos.
Frascuelo, que, borracho de nobleza y aristocracia, simpatizó desde hacía tiempo con los alfonsinos,
salió a recibirle irguiendo su figura sobre los lomos
de una hermosa jaca blanca, ajustado a las piernas
musculosas el pantalón negro, hiriendo un sol dorado de invierno los áureos alamares de la chaquetilla
de terciopelo verde, bajo la que asomaba la camisa
rizada llena de pedrería y la faja multicolor.
Aquel día Madrid ardió en festejos. Algunas provincias rivalizaron en conmemorar la vuelta al trono
del Borbón, y el Ayuntamiento de Valladolid acordó
dotar con dos mil reales a cada uno de los niños que
nacieran el 14 de enero, siendo condición precisa
ponerles el nombre de Alfonso.
* **
Frascuelo llegó a Sevilla para tomar parte en la
primera corrida el día 28 de marzo, en la que había
de tomar la alternativa Hipólito Sánchez, que contaba con muchas simpatías entre sus paisanos.
No teniendo Salvador amistades influyentes en
la ciudad del Betis, carecía de prosélitos, y para darse
a conocer, llevó una carta del ganadero don Vicente
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Martínez dirigida al popular' Joselito León, un carnicero que entre los aficionados sevillanos podría
formarle un grupo que le hiciera activa propaganda.
Entró en la tienda de carnes la misma mañana
de su llegada, y a través de las reses descuartizadas
divisó desde la puerta tras el mostrador a Joselito
León, que, remangada la camisa, partía gruesos trozos de hueso, descargando con furia la cuchilla sobre
el tajo.
Dió su nombre y entregó la carta. Joselito dejó
la cuchilla sobre el mostrador, salió a la tienda, y
después de mirar a Frascuelo fijamente, clavando
en él sus ojillos vivaces, que eran dos puntos sobre el
rostro redondo, desdobló parsimoniosamente el papel y leyó despacio. Volvió a mirar a Salvador, guardando la carta en el bolsillo.
—¡Bueno está!—dijo—. Viene usté mandao por un
amigo de verdá y se hará lo que se puea. Pero yo no
pueo sacar ná si usté no pone algo. Si atorea con los
brazos más que con los pies, si da tres o cuatro pases
y a cá toro una estocó, le aplaudiremos y se le formará partió.
—Se hará—afirmó Salvador.
— Y yo me alegraré—exclamó el carnicero.
Efectivamente, Salvador hizo cuanto pudo y supo, y en las primeras corridas contó con las unánimes simpatías del público sevillano, muy adicto por
entonces a Lagartijo.
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En las corridas de feria del 18 y 19 de abril
arrancó a Rafael el favor de los aficionados y conquistó para sí el cartel de la plaza de Sevilla a fuerza, claro es, de alardes de bravura, como el de la
tarde del 18 con un toro de Miura,
Era grande y poderoso. Había acometido con
violencia a los picadores, matando tres caballos, y
la tardanza en salir de nuevo los piqueros produjo
que el animal se transformase, aceptando sólo dos
varas más y cediendo en codicia. Banderilleado oportunamente, salió Frasmelo a buscarle atravesando
el redondel. E l toro, que se encontraba cerca de las
tablas, se engalló fiero. E l torero avanzaba sereno,
recogida la muleta en la mano izquierda. A corta
distancia, la res se arrancó, y Frascuelo, sin parar,
dándose como desentendido, siguió su camino. Cuando la cogida parecía inminente, desplegó el trapo
rojo y con un pase natural de amplia salida fué el
toro a parar al opuesto tercio. Cruzó el espada de
nuevo la arena, le pasó dos veces, y viéndole igualado,
se perfiló enhilándose con el asta izquierda, atrocidad que le valió salir enganchado por la hombrera
derecha, porque si bien la estocada fué recta y profunda, era imposible evitar la cogida, tanto por lo
entero que estaba el toro, cuanto que, por mucha
ligereza que empleara al salir de tan brutal embroque,
llevaba aquél en su abono un tiempo ganado, cual
lo demuestra la altura del derrote.
El choque , fué fortísimo; movióse la cabeza de
Frascuelo cual badajo de campana, y su cuerpo que304
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dó suspendido, dando la impresión de que estaba clavado.
Gritó el público aterrorizado, y de pronto Salvador retiró la mano de la empuñadura del estoque,
abrió la izquierda, dejando caer la muleta, y con ambas se asió fuertemente a la pala del cuerno
derecho, haciendo desesperados esfuerzos hasta conseguir despegar la hombrera de la chaquetilla.
Nada más poner los pies en la arena, el toro se
balanceó, cayendo desplomado con las patas al alto.
La ovación fué inmensa, delirante, y la hombrera
de Frascuelo corrió por los tendidos, de mano en
mano, entre el mayor entusiasmo.
Su campaña en la Plaza de la Real Maestranza
la continuó con gran éxito en Jerez de la Frontera
y Córdoba, y desde 1875, Salvador fué el espada
obligado en la primera plaza de Andalucía, repercutiendo sus triunfos en todas las de la región.
Por entonces, y refiriéndose a Frascuelo, se puso
en moda un calificativo desconocido, que hoy se emplea en todas las reseñas. Cada revistero, al resumir
su opinión acerca del trabajo del Negro, decía
entre otras frases, la siguiente: "estuvo incansable".
A lo que respondió una vez el célebre espada Manuel Domínguez, mohíno y malhumorado:
—¿Sí? Pues que se meta a andarín.
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XVIII
Mientras tanto, en la Plaza de Madrid toreaban
el Gordito, Lagartijo y Currito.
Rafael Molina alcanzó en aquella temporada el
apogeo de su popularidad, disponiendo a su antojo
del público madrileño. Cada faena suya levantaba
tempestades de aplausos, se le elogiaba todo, y los
fracasos quedaban ocultos bajo una benevolencia,
hija del partidismo exaltado que dominaba a los aficionados.
E l Gordito, que estaba como primer espada, no
hacía sino recibir muestras de desagrado todas las
tardes, y el empresario Casiano, teniendo sólo a Lagartijo, puso sus ojos en Salvador, único torero que
podía compartir su trabajo en Madrid con Rafael.
Frascuelo resistióse al principio, y después de
muchas conferencias, no pocas dificultades y frecuentes intervenciones de algunos íntimos, firmó la
escritura, poniendo como condición, sine qua non,
que el día que torease en tercer lugar habrían de
lidiarse siete toros, con objeto de no matar el último,
a lo que accedió Casiano.
Y el 6 de junio de 1875, volvió Frascuelo a pisar
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el ruedo madrileño. Inmediatamente se dió cuenta
del ambiente favorable a Lagartijo. Y efectivamente era así., Los adversarios de Salvador tendían a
oscurecer el mérito de la suerte de recibir que él practicaba con frecuencia sin rival alguno, y no podían
consentir que otro torero se luciera en ella, alcanzando supremacía sobre Lagartijo. Y para desvirtuarla se inventó entonces el neologismo aguantar,
empleándolo desatinadamente cuantas veces daba Salvador una buena estocada recibiendo.
Los críticos, influenciados por el público adicto a
Rafael, también tuvieron la culpa de que Salvador
no resucitara definitivaniente la suerte de recibir
formando escuela. E l se ponía corto, derecho, perfilando el cuerpo, metiendo el pie conforme las reglas del arte, vaciando a conciencia; pero cuando esperaba el aplauso de la crítica unido al del público,
le decían:
—No es así. Así no se reciben toros. Montes hacía
esto, H Chiclanero lo otro, Domínguez lo de más
allá.
Y no sabían que el gran Paquiro atravesaba los
toros el noventa por ciento de las «reces, y José Redondo hería frecuentemente a cabeza pasada. Hasta
que desanimaron a Frascuelo, que llegó a decir:
—Vaya, pues cuando venga algún guapo que haga
la cosa a gusto de ustedes, yo le imitaré, y veremos
quién se lleva el gato al agua. Mientras tanto, que
reciba el nuncio.
Y se limitó a arrancarse en corto, liando la muleta
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completamente, perfilándose con el pitón derecho de
la res y mirando siempre al morrillo, donde enterraba
el estoque hasta la guarnición, sacando siempre los
alamares de la chaquetilla magullados por el asta.
"Aunque la mayoría del público estaba con Lagartijo, muchos partidarios tenía también Salvador ;
pero mientras éste tenía que ganarse las palmas a
pulso y sufrir los rigores del bando opuesto por poco
que se deslizara, aquél no tenía sino dejarse llevar
para cantar victoria.".
"Una buena faena, una tan sola, bastaba para
producir delirantes ovaciones, y una protesta, una tan
sola, formulada por cualquier aficionado en momentos adversos para Rafael, era suficiente para que
estallaran aplausos y convirtieran una silba inminente en una manifestación de simpatía."
" L a valentía de Frascuelo y su entusiasmo creciente le proporcionaban ruidosos triunfos; nadie
igualaba a su capote providencial, que en las ocasiones más difíciles salvaba del peligro a todos los lidiadores ; nadie se colocaba tan corto como él ni arrancaba a matar tan ¿erecho y nadie manejaba la muleta
con más aplauso cuando había que defenderse con
ella en circunstancias difíciles."
Pero el público—el buen público— no veía esto,
y Salvador seguía luchando con tesón infinito, confiando en atraerse hacia sí la afición madrileña, que
tan desdeñosa se le mostraba.
^
'N ^
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Algo contribuyó a aquel desidén la borrachera de
aristocracia que envenenó a Frascuelo desde que dos
años antes simpatizara con los alfonsinos. Alternaba
constantemente con los títulos más destacados de la
nobleza española, y hasta llegó a vestir el uniforme
miliciano, satisfaciendo así una pueril vanidad. Formó en el batallón de caballería que mandaba el duque de Sexto, con el popular cochero de éste, Calandria, y muchos' jaques de rumbo. Aquel grupo
de flamenquería y tronío se ganó pronto un mote
popular: el batallón del aguardiente. Bautizáronle así,
porque todos sus componentes salían muy de mañana
para hader ejercicios, parándose en las tabernas
del camino consumiendo copa tras copa de aquel
licor.
Frascuelo era cabo de batidores. Vanidoso y hambriento de llamar la atención, de destacarse fuera
como fuera, paseaba a caballo su vistoso uniforme
rompiendo marcha en las formaciones con la importancia de un general.
Con el duque de Sexto, con el general Pavía, con
todos los partidarios del Borbón le unía una gran
amistad. Se exhibía con ellos, frecuentaba sus salones, les brindaba toros, y hasta aquel año de la
Restauración les obsequió con un almuerzo, quizá
para festejarla vuelta de Alfonso X I L Concurrieron
a él López de Ayala, Romero Robledo, el duque de
Sexto y Elduayen. Si antes Frascuelo tenía al público de Madrid en
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contra, aquel acto vino a dar al traste con la poca
simpatía que le quedaba.
El revuelo que produjo el célebre almuerzo no es
para descrito. ¡ U n matador de toros alternando con
duques y ministros! ¡ U n torero saliéndose de su esfera! ¡Frascuelo rodeado de títulos, poetas y estadistas!
Llovieron sobre él sátiras de todo género, se le
erigió una leyenda de torero fino y amadamado (?)
que desdeñaba el rozarse con gente de coleta, y hasta
se dijo que no podía vivir sino entre la seda y el
patchouli.
Sus enemigos crecieron en número y en encono, y
ello fué el principio de una situación violenta, que
más tarde se le había de hacer insostenible.
Tal ambiente en contra respiraba Salvador en todos los sitios, que en Barcelona hubo de aguantar una
tremenda silba cuando presenciaba la representación
en un teatro.
En tanto. Lagartijo era la antítesis del granadino. A las exhibiciones de éste respondía él con su retraimiento. Si el otro alternaba con la aristocracia, él
se metía más en la torería, y así luchaban y así se
enfrentaban tarde tras tarde.
Rafael, todo recogimiento, apatía y modestia.
Salvador, todo ambición, vanidad y soberbia.
Así, claro es, los veía el público de entonces.
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En la temporada de 1876 torearon juntos en Madrid, y en ella volvió Frascuelo a recuperar su prestigio, harto malparado, mientras Lagartijo, gris y
vulgar, no logró alcanzar una buena tarde. Se habló de decadencia, y el Califa comenzó a hacer uso
del paso atrás al herir, famoso tranquillo que ya empleó disimuladamente en la temporada de 1874, cuando, por no sentir en las piernas todo el vigor apetecido, hubo de buscar un recurso como aquel, que le
permitiera acercarse cuanto quisiera, iniciar el cuarteo cómodamente, librar el embroque sin reunión y
salir ligero después de cargar la suerte.
Frascuelo, que no se casaba con nadie en lo referente al toreo, dijo entonces:
—Ojalá se abriese un pozo detrás del matador
cuando se arranca. Así no habría pasitos pa atrás,
so pena de la vida.
Y en tanto, Frascuelo mataba a vuela pies—como
diría Paquiro—toda clase de reses. No era con los
toros aplomados—únicos para los que Costillares inventó el volapié—con los que Frascuelo consumaba la
suerte, sino con toros de sentido, enteros, duros de patas, con toros que ganaban el terreno, que se colaban,
que buscaban el bulto, que se revolvían; con toros que
"necesariamente tenían que coger", según Pepe-Illo.
¡Aquellos volapiés de Salvador con algunos del Tato,
quedarán en la historia del toreo como las suertes de
más enjundia realizadas en él!
Así, pues, ante la fama apagada de Lagartijo,
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Frascuelo vio alumbrar su estrella más potente, más
fuerte que nunca, iluminando con sus resplandores
todas las plazas de España, volviendo a ser admirado
del pueblo, con quien se reconcilió definitivamente,
estando a su lado más cerca que nunca.
Aquel año marcó la cumbre de la fama de Salvador. E l Negro, como la gente le llamaba familiarmente, alcanzó la más ruidosa de las popularidades.
Arriesgaba su vida con arrojo todas las tardes, le
cegaban los aplausos, las ovaciones se le multiplicaban, cada quite arriesgado ponía en coñmoción el alma de Catorce mil espectadores, cada suerte era una
gloria, cada estocada un triunfo. Y aquel cuerpo nervioso y viril, pero desproporcionado, que parecía refractario a la belleza, adquiría líneas estatuarias al
entrar a matar. Hasta sus pantorrillas, que se endurecían rígidas afianzándose para dar la estocada, fueron objeto de popularidad. En una revistilla cantaba
el actor Zamacois, y a los pocos días, los chicos en las
plazuelas:
Es una cosa que maravilla
¡ mama
/erle a Frascuelo las pantorrillas;
¡ mamá!
los Calderones están de tanda,
i mamá!
anda, Currillo, pícale y anda,
¡ mamá!
312
F R A S C U E L O
Y aquello otro, que pronto fué conocido en toda
España:
E l arte de los toros
bajó del cielo,
bajó del cielo,
y con ios memoriales
vino Frascuelo,
vino Frascuelo.
Eso que la inñexibilidad de su cintura y los andares abriendo desmesuradamente las piernas le valieron el mote de el gallego.
Y empujado por el público, reventando de amor
propio, él quería hacer más, siempre más.
—Yo—decía brillando fieros sus ojos—mé encierro con el mismo Montes,
Y otras veces, golpeándose las piernas, cuya musculatura constituía la dinámica de sus quites y estocadas, exclamaba:
—Mientras no se me acabe esto, toreo y mato
toros.
En la calle conseguía la mayor simpatía del público. Su figura era ornato de las calles mad'rileñas,
y los forasteros le contemplaban boquiabiertos, mientras sus acompañantes les decían, dánddes un codazo :
—Ese es Frascuelo.
Y el otro miraba al espada. Allí estaba Salvador
el Negro en la esquina del café Imperial, rodeado de
chiquillos, airoso, gallardo, á t un feo varonil, simpá313
H E R N A N D E Z - G I R B A L
tico, con su buen pantalón ceñido, su faja de seda
azul, su chaquetilla de terciopelo, camisola bordada
con botonadura de gruesos brillantes, sombrero calañés, los dedos llenos de sortijas, y colgando de la
ancha cadena de oro como dije un áncora llena de
brillantes.
Por todos los sitios, por todas las partes le seguía la admiración popular.
Asistía a un teatro, y al entrar en la platea los espectadores le enfocaban los gemelos, mientras él se
esponjaba lleno de vanidad.
Había carreras de caballos, y allí estaba él, montando su mejor potro cordobés. U n día preguntó:
—¿Cómo se llama ese caballo ingtlés que ha ganado el premio ?
—Se llama Frascuelo—le respondieron.
E l sonrió con satisfacción. ¡Su nombre había
traspasado los Pirineos, y por el canal de la Mancha
se había fijado en las orillas del Támesis!
Llegaba el Jueves Santo. Quedaban las calles en
silencio, la aristocracia paseaba después de los Oficios
por la Carrera de San Jerónimo, y en el centro de
la calle estaba Frascuelo el Negro vistiendo pantalón,
faja y dhaquetilla de riguroso luto por la muerte del
Señor.
Después de la orgía de la noche anterior, entre
buen vino, buenas mozas y guitarras quejumbrosas,
rendía así su tributo al Crucificado.
' Todos los ojos se fijaban en él. Saludos de un lado y Otro. Y Frascuelo, el torero bravo, el torero ído314
F R A S C U E L O
lo de las mulltitudes, iba a recorrer los monumentos
orando en todos ellos.
FRASCUELO, F R A S C U E L O , F R A S C U E L O
Su nombre tenía un eco en todas las bocas, y sus
hazañas ante los toros se elevaban hasta el punto de
tomar carácter de glorias nacionales.
* **
Por entonces entró a formar parte de la cuadrilla de Salvador el notabilísimo banderillero V a lentín Martín, que pronto había de ser su niño mimado, y aquel mes de julio de 1876 fué contratado por
el acaudalado banquero don José Arana, en unión de
Vicente García Villaverde, para inaugurar la nueva
Plaza de Toros de San Sebastián, emplazada entre el
paseo de Atocha y la estación del ferrocarril. F u é
construida en veintisiete días para sustituir a la que
con su espíritu de destrucción quemaron los carlistas.
Alcanzó allí Salvador dos éxitos clamorosos, y
siete días más tarde llegó a Valencia ajustado con el
Gordifo para, matar tres corridas de ocho toros cada
una.
Un suceso inesperado hizo que Frascuelo quedara
solo en el ruedo, proporcionándole ocasión de demostrar una vez más su valor, su fortaleza, su amor propio y su afición sin límites.
El día 23, víspera de la primera corrida, al des315
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
encajonar los toros, que eran de don Antonio Hernández, el marcado con el número 9 rompió un costado del cajón, saliéndose de él y se introdujo en la
estación, que está inmediata a la plaza, produciendo
en pocos momentos una gran cantidad de carreras,
sustos, gritos y destrozos. Embistió a un caballo que
mató, enganchó a otro, revolcó a un muchacho, hirió
a un obrero, y durante largo rato fué dueño absoluto
de la estación, sembrando el pánico a su paso.
Cuando el suceso parecía tomar caracteres de tragedia, apareció entre 'la gente que se resguardaba en
lugar seguro Antonio Carmona el Gordito. Se quitó
decidido el chaqué, cogió un palo, y con la prenda
convertida en muleta se fué hacia el toro, entreteniéndolo hasta la llegada de los cabestros, que lograron encerrarle.
El rasgo del Gordito fué elogiadísimo en todo
Valencia, y a pesar de haberse producido una herida
en el antebrazo, salió a torear con Salvador la tarde
del 24, teniendo que retirarse devorado por la fiebre
al comenzar la lidia del primer toro.
Por esta circunstancia, Frascuelo- hubo de despachar la corrida completa.
La Junta del Hospital, que era quien organizaba
los espectáculos, viendo al granadino solo y con la
certeza de que Carmona no podría torear en días
sucesivos, bajó entre barreras para hablar con Salvador, preguntándole a qué espada podrían telegrafiar para que, saliendo en el correo de aquella noche,
316
F R A S C U E L O
pudiera compartir con él el trabajo de las dos corridas siguientes.
Frascuelo, sin titubear, mientras requería muleta
y estoque para matar al quinto de la tarde, dijo:
—Si ustedes creen que el público de Valencia está
conforme con que mate yo solo, no necesito a nadie.
Con mi sobresaliente Valentín Martín tengo bastante.
A l terminar la corrida, toda la cuadrilla se encontraba en la fonda haciendo tertulia en el cuarto
de Salvador, Enterados de la contestación dada por
éste a la empresa, algunos quedaron mohínos, pero nadie se atrevió a censurar tal determinación, hasta que
Pablito, como mayor autoridad, dejó caer, mirando a
Frascuelo:
—Te has ido de ligero, Salvador. Veinticuatro toros en tres días son muchos toros.
—Si avisaran a Currito o a Cayetano, entoavía era
tiempo—insinuó el picador Calderón, no con muchas
esperanzas de ser atendido.
— E l señor Francisco tiene razón—afirmó Valentín.
' Frascuelo levantó la cabeza, fijó la mirada, paseándola por los rostros de todos, y d i j o :
—¿Tienen ustedes miedo?
No hubo quien replicara.
Y Frascuelo mató los diez y seis toros restantes,
siendo muy pocos los quites que permitió hacer a Valentín.
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H E R N A N D E Z - G I R B A L
Cuando la empresa le pagó, exigió que al Gordito se le abonara integro su contrato, rasgo de compañerismo sin igual que retrataba a Salvador.
Y conste que Frascuelo y Carmona no fueron
nunca muy buenos amigos,
* **
De Valencia, donde dejó bien sentado su cartel
de extraordinario estoqueador, se embarcó para Palma de Mallorca, donde mató cinco toros entre
aplausos y bravos, despertando un entusiasmo popular tan grande, que fué acompañado por la música hasta la fonda.
De entonces dató su prevención al mar, que habría de conservar siempre. Hablarle de embarcarse
de nuevo después de un accidentado viaje de ida y
vuelta era exponerse a una mala contestación:
—¡ Que se embarque el nuncio!—decía—. i A mí no
me come ningún pez!
Por entonces fué muy comentada entre la torería
la noticia de que un toro de Pérez de la Concha, llamado Alméndrito y lidiado en las corridas de feria
de Antequera, había tomado cuarenta y tres varas,
matando odio eaballos ( i ) .
(i)
¿ S e atreverían nuestros fenómenos de hoy con un toro
así?
318
F R A S C U E L O
El ganadero, don Joaquín, recibió felicitaciones
sin cuento y mandó disecar la cabeza del bravo animal, que conservó en su casa de Sevilla.
* **
En el mes de noviembre, Frascuelo marchó a pasar el invierno en Chinchón, con gran regocijo del
Tamayo, que no cabía en sí de júbilo, acompañándole por todos los sitios, jugando al mus en el casino,
en cuyo juego Salvador se creía invencible, o entablando partidas de pelota en cualquier solana los días
de sol.
N i que decir tiene que Frascuelo era amigo de
todos en el pueblo, ricos y pobres. Charlaba con los
labriegos, socorría largamente a los necesitados, jugaba con los chicos en la calle y oía misa todos los domingos con marcada devoción. No necesitaba otra
cosa para que todos le admiraran y se enorgullecieran
de su amistad.
Con motivo de una enorme nevada que tuvo al
pueblo paralizado, escaseando las subsistencias, Frascuelo trajo de Madrid, y repartió entre los jornaleros pobres, cientos de panes, además de costear durante varios días un cocido a todas las familias menesterosas, cuidando él personalmente de su confección
en las cocinas que hizo instalar para tal fin.
Aquellas pobres gentes hubieran querido ver al
torero en un altar.
—Más bueno no lo hay en el mundo—decían las
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H E R N A N D E Z - G I R B A L
mujerucas enlutadas mientras, rodeadas de dhiqtdIlos, consumían los platos que él las regalara.
— ¡ S i hubiera muchos como él!—comentaban los
viejos.
Y en tanto, Frascuelo, satisfecho, saboreando el
placer inigualable de hacer el bien, quitaba importancia a los donativos.
— M á s hicieron ellos por mí.
F R A S C U E L O
XIX
Aquel año de 1877, Lagartijo, que había recibido
inequívocas muestras de que ni la crítica ni el público
estaban con él, no quiso aceptar la escritura para torear en Madrid, siendo contratados el Gordito, Frascuelo y Cara-ancha.
En la cuadrilla de Frascuelo se habían introducido algunas modificaciones. Victoriano Alcón el Cabo volvió a torear con su antiguo matador, después
de su breve retirada, y Valentín Martín ocupó definitivamente el puesto de Angel Pastor, que abandonó
los rehiletes para hacerse espada. Por entonces, Frascuelo tomó a su servicio como criado a José Bayard
Badila, que aceptó encantado. Y desde el día que pisó
la casa de Salvador, se convirtió en su amigo más fiel,
en su servidor más leal, llegando a hacerse imprescindible. Jugaba con los chicos, Manolita le tomó
gran afecto y Salvador le distinguió con su mayor
cariño. Acompañaba al maestro en todas las corridas, le cuidaba los trajes, en unión del mozo de espadas Isidro Buend'ía el Desahogao, y acariciaba en
lo íntimo el deseo tenaz de llegar a ser un día picador
de su cuadrilla.
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21
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
Empezó la temporada el i.0 de abril, y en las dos
primeras corridas Salvador entusiasmó al público.
Prometíase una temporada brillantísima, cuando
ocho días después sufrió la más tremenda cogida át
cuantas registra su vida de torero.
El día 15 estaba anunciada la 2.a de abono, en
la que había de matar seis toros de Adalid, en unión
de Hermosilla y Cara-ancha. Por la mañana estuvo
en el apartado acompañando al archiduque Raniero,
quien se interesó mucho por todos los detalles de la
lidia que había de presenciar a la tarde, y mostrando
curiosidad por ver de cerca un traje de torear, Frascuelo le ofreció:
— M i criado le llevará hoy uno. Además, esta tarde tendré el gusto de brindar a su alteza mi segundo
toro. Aquel castaño, ojo de perdiz.
A las cuatro el público llenaba la plaza en medio
de extraordinaria animación, y los archiduques, en
unión de la Princesa de Asturias, ocupaban el palco
real.
Sonó la música y las cuadrillas entraron en el
ruedo. Frascuelo vestía terno café con alamares negros. Caminó sonriendo, lleno de confianza en sí mismo, sin dudar de que aquella tarde alcanzaría un
triunfo igual a los anteriores.
A l primero le mató de una gran estocada hasta
la mano, contraria de puro atracarse. Hubo aplausos
sin cuento, cigarros y sombreros llenando el redondel,
y salió el segundo, llamado Guindaleto, negro, bragado, cornialto y de muchos pies.
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F R A S C U E L O
José Trigo fué el primero que le tocó la piel con
la garrocha colocándole tres buenas varas. Antonio
Suárez clavó dos. puyazos más, y al intentar el tercero marró, cayendo al suelo con gran estrépito. Acudió Hermosilla al quite con rapidez, salió tras él el
animal ganándole terreno, y ya parecía inminente la
cogida, cuando Frascuelo metió su capote para librar
al compañero. Ocurrió algo entonces que no es posible
precisar. E l toro tan pronto llevaba embrocado al
uno como al otro; los dos espadas quedaron sin capote a poca distancia de los cuernos. Salvador cogió
la montera en la mano para defenderse, chocáronse
los toreros ante la fiera, y Salvador cayó de bruces
al tiempo que el toro metía la cabeza enganchándole.
Clavado en los cuernos, fué levantado como un muñeco trágico, y arrojado después a poca distancia.
Los capotes previsores de Armilla y Herráiz impidieron que el toro le recogiera.
En medio de la arena quedó Frascuelo un momento. Se levantó ligero, irguiéndose con un esfuerzo,
y sin mirarse el calzón desgarrado teñido en sangre,
dió algunos pasos con dirección a la barrera del tendido l o , tras la que se agolpaban pálidos y emocionados Badila, Juan Mota y varios aficionados. A l querer poner las manos en ella vaciló un momento. Sintió que las fuerzas le faltaban, se nublaron sus ojos
y cayó desplomado. Chocó brutalmente su cabeza,
contra el estribo, produciéndose una herida en el ojo
derecho, y rápidamente saltaron al ruedo Mota, Badila y algunos dependientes que tomando en brazos
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H E R N A N D E Z - G I R B A L
el cuerpo del espada, le transportaron a la enfermería.
Una emoción intensa se apoderó del público, y
creyendo a Hermosilla culpable de la desgracia, reaccionó volcando sobre él su indignación. Y entre gritos e insultos, cayeron sobre el torero naranjas y botellas.
El indescriptible nerviosismo que se apoderó de
los espectadores transmitióse también a los toreros,
quienes, impresionados por la cogida, sin poder sostener en sus manos los capotes de brega, dieron en
la plaza un espectáculo que causaba compasión.
En la enfermería, ante un silencio religioso, se
verificó la primera cura.
La cuadrilla, separada de la cama, que estaba rodeada por el doctor Alcaide de la Peña y sus ayudantes contemplaba al espada con un gesto de dolor, y
Juan Mota, alejado del grupo, sintió cómo sus ojos
se humedecían y todo su cuerpo. temblaba, víctima
de una intensa excitación. Lejos se oía el rumor del
público; sobre una silla, el traje desgarrado mostraba sus alamares negros líenos de sangre; la respiración de Salvador sonaba ronca y agitada, y ante la
puerta de la enfermería el público empezó a agolparse, ansioso de noticias.
El doctor Alcaide abandonó un momento al herido y se acercó a don Manuel Alvarez, el suegro de
Salvador.
—Voy a dar orden de transportarle a su casa en
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F R A S C U E L O
una camilla. Sería conveniente que usted fuera delante
para prevenir a la familia.
Asintió el comerciante, saliendo aprisa.
Y en la casa, donde esperaban ver llegar al torero
triunfador, entró la camilla con su cuerpo destrozado.
A la madre de Salvador, que iba todos los domingos para verle vestir y esperar el resultado de la
corrida, se le ocultó la desgracia en los primeros momentos. Mas al fin supo la verdad, cayendo presa de
un desmayo.
A l sentirse en el portal el ruido de la ambulancia, Manolita, a quien acompañaban sus padres y hermanos, se abalanzó llorando hacia la escalera. La ascensión del herido hasta el segundo piso fué penosa.
Aprovechando aquellos momentos de confusión, Manolita llegó hasta la camilla sin que fueran bastantes
para sujetarla todos los que alli se encontraban. Y
abriendo la lona, se abrazó al cuerpo exánime de su
esposo, bañando el rostro querido con sus lágrimas,
sin cesar de exclamar:
— i Salvador! ¡ Salvador!
Ya no le abandonó un momento hasta verle reposar en la amplia cama familiar, descansando su
cara bronceada sobre las almohadas blanquísimas.
Sus hermanos y el médico consiguieron arrancarla de
allí. A quien no pudieron separar de la cabecera del
torero fué a su madre. Quedó con las manos de Salvador, aun teñidas de sangre de toro, entre las suyas, besándolas trémula, mientras sus ojos no cesaban
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H E R N A N D E Z
- G I R B A L
de llorar y sus labios repetían como una salmodia:
— ¡ P o b r e hijo m í o ! ¡Un mal toro me lo ha matao!
Sólo a ella, le fué permitido quedar en la habitación, en unión del médico.
Afuera, en la sala, estaban Manolita, su padre,
sus hermanos y toda la cuadrilla de Frascitelo. Juan
Mota, aún temblando de emoción; Armilla y Herráiz,,
con las cabezas hundidas en el pecho; Calderón, el
Cabo y Valentín, silenciosos; Paco Sánchez, con los
codos apoyados sobre la mesa y la cabeza oculta entre las manos, llorando quizá. Y alejado de todos, enla puerta misma de la alcoba. Badila estrujaba nervioso su pañuelo, con el que se limpiaba las lágrimas.
A l salir el médico, le suplicó :
—Déjeme usté cuidarlo, hacer ]o que yo pueda.
¡Mire que le quiero como si fuera mi padre!
Impuso silencio el doctor:
•—Hable bajo.
Y Badila musitó con el aliento:
— Y o quiero estar al lado de su cama, cuidarle
hasta que sane.
— ¿ S e encuentra usted con fuerza?
—Para todo.
— E s t á bien.
Badila, desde aquel momento, no se separó ni un
minuto del lecho de Frascuelo. Armilla y Pablo Herráiz quisieron relevarlo, pero él se negó.
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F R A S G U E L O
—Dejarme pagar así—dijo—lo mucho que debo
al maestro.
Por todo Madrid corrió rápidamente la noticia
de la cogida. En las casas, en los cafés y en los teatros fué el tema de todas las conversaciones, y ante
la inmensa muchedumbre que acudía a enterarse del
estado del torero, el alcalde de la Villa, marqués, dfe
Torneros, dio orden de enarenar el trozo de la calle de Jacometrezo donde vivía Frascuelo.
Aquella misma noche la triste noticia llegó a
Chinchón, y antes de que se divulgara, los pocos que
de ella tuvieron conocimiento tomaron en el acto el
camino de Madrid.
A la mañana siguiente, cuando los periódicos publicaban largas informaciones relatando la cogida, la
calle apareció llena de aficionados y admiradores que
esperaban futera colocado el parte facultativo, y ante
las listas puestas en el portal desfiló toda la villa, mezclados los obreros con los títulos de nobleza, los caballeros de la aristocracia con las mujeres y los hombres artesanos. En ellas firmaron el Gobernador civil, el duque de Veragua, el general Fernández de
Córdoba, el hijo de don Juan Prim, el duque de
Fernán-Núñez, el marqués de Campo, el barón de
Benifayó, el conde de Toreno, el mariscal Bazaine,
el marqués de Torneros, alcalde de Madrid, el ministro de la Gobernación, el duque de Sexto, el marqués de Santa Genoveva, el duque de Ahumada, los
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H E R N A N D E Z - G I R B A L
generales Topete y Pavía y casi todos los toreros
y ganaderos que se encontraban en Madrid.
Su majestad Alfonso X I I también trnandó a un
caballerizo con encargo de expresar a la familia sus
deseos de curación, y' el telégrafo funcionó lanzando la noticia por España y el Extranjero, transmitiendo al mismo tiempo cientos de mensajes dirigidos
al espada desde todos los sitios.
*
E l doctor Alcaide de la Peña redactó el parte facultativo, ante el que se agolpó el público haciendo
comentarios.
Y en aquellos momentos de condolencia general,
Frascuelo recibió el mayor homenaje de gratitud
que pudiera soñar. Corrió la noticia de su cogida
por Chinchón, y cuantos vecinos pudieron abandonaron sus casas. En carros, a .pie y a caballo se encaminaron a Madrid. No fueron solamente los pobres, los agradecidos, sino que marcharon con ellos
el Ayuntamiento, el cura párroco y las personas principales de la villa, para expresar así el testimonio de
cariño de todo un pueblo al que había socorrido indigencias y aliviado penas.
A l saberlo Salvador, sus ojos se humedecieron
con lágrimas emocionadas.
Las listas se llenaban rápidamente de miles de
firmas; las frases del matador se comentaban en la
prensa; los lectores devoraban el parte de las últimas
horas; aparecían en los escaparates corbatas de r i guroso luto con el nombre de Frascuelo; en muchos
sitios se exponían cuadros, dibujos y grabados re328
F R A S C U E L O
presentando el momento de la cogida; la cabeza del
toro Guindaleto (al que por equivocación el público
y la prensa llamaron Lagartijo), fué disecada y exhibida en el comercio de los señores Sánchez y Sánchez, de la calle Mayor número 44, y los teatros
también se ocuparon de la desgracia en coplas, que
el pueblo pronto (mezcló con sus cantos populares.
Algunos viejos recordarán aún aquello que cantaba
el coro en una revista de Arderíu's, titulada L a gran
Duquesita:
Venimos de la corría
y a Frascuelo le han cogió.
¡ Señores, valiente día!
Y era el toro Lagartijo.
La noche logró
tranquilo pasar
y dicen que no
se le oyó roncar.
Y al amanecer
tan bien se sintió,
que pidió una chuleta
y se la comió.
Y el señor de A y el señor de B
y el señor de V y el conde de Y
y el duque de C y el barón de G
han ido a firmar
y así podría ser de los de la "Guía Oficial."
Entre las numerosas reproducciones de la cogida que aquellos días llenaron los escaparates de
329
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
Madrid, llamó la atención un bonito grupo modelado en cera. Estaba en una tienda de la Carrera de
San Jerónimo, y algún periódico lo elogió con estas
líneas:
"Es tanto más de admirar, por cuanto su autor don Mariano Venlliure (sic) es un niño de doce años, del cual hemos
tenido el gusto de ver otros magníficos trabajos, capaces por
sí solos de hacer la reputación de un artista."
No se equivocó el gacetillero. Aquel niño de entonces es hoy el glorioso escultor don Mariano Benlliure.
Por aquellos días, Frascuelo, que iba mejorandolentamente bajo los cuidados del doctor Alcaide de
la Peña y vigilado día y noche por el leal Badila, recibió algunos yáliosos regalos.
Una petaca de plata con incrustaciones de oro
de los Ayuntamientos de Bayona y Biarritz, por haberles brindado un toro en San Sebastián el mes anterior : una botonadura de oro con turquesas y perlas
del archiduque Raniero, por acompañarle en el apartado el día de la cogida, y una magnífica faja grana
de crespón con bordados negros en seda de torzal,
que encerrada en artística caja con la dedicatoria:'
" A l espada Salvador Sándiez Frascuelo", le fué enviada por un admirador anónimo, con el deseo expreso de que la vistiera el día de su reaparición en el
ruedo madrileño.
* * *
330
F R A S C U E L O
Un mes después entró en franca convalecencia.
El pueblo recibió la noticia con grandes muestras de
júbilo, y el jueves 7 de junio de 1877 se anunció su
corrida de presentación, en la que había de torear con
Currito y Hermosilla.
Desde muy temprano se llenó la casa de amigos.
Antes de vestirse, Salvador cogió a Badila entre sus
brazos, y gdlpeándole en las mejillas cariñoso, le
dijo:
—Gracias, Pepe. De aquí en adelante eres para mí
un hijo m á s ; como Manolita y Antonio. Frascuela
paga las buenas acciones que le hacen con toa su alma.
Y no digo más.
Como siempre, su esposa le trenzó la coleta, mientras la madre del torero, aún no repuesta de tantas
noches dolorosas, acariciaba con sus ojos la figura del
hijo que estuvo a punto de perder para siempre.
¡Otra vez a la plaza, a burfar la muerte frente a
los toros, a conquistar aplaüsos, dinero y gloria!
La expectación que la corrida produjo en Madrid
fué cosa no vista desde hacía muchos años. Billete que
valió nueve reales se vendió a treinta, y desde la una
de la tarde del sábado anterior se había cerrado el
despacho de billetes.
A l paso de la lujosa carretela descubierta que llevaba al espada y su cuadrilla se desbordó el entusiasmo popular. Corrían los chiquillos, se paró la gente
en las aceras, y llenáronse los balcones de curiosos, al
sentir el ruido alegre de los cascabeles. Aplausos, víto331
H E R N A N D E Z - G I R B A L
res y la misma voz sonando en d camino repetida por
mil personas distintas:
—¡Frascuelo!
—¡Ahí va Frascuelo!
La plaza estaba llena. Sonó la música. Aparecieron las cuadrillas. A l frente de ellas, Salvador el Negro, vistiendo un rico traje lila y oro, avanzó cojeando, resentido aún de la herida. Una ovación imponente, atronadora, saludó al espada valiente. Frasciéelo,
con la montera en la mano y el brazo en alto, saludó
emocionado. De las localidades de sdl cayeron a sus
pies algunas coronas con cintas de los colores nacionales.
Salió d primer toro de Salvador, llamado Jabonero, y después de bien banderilleado por Armilla y
Pahlito, cogió el espada 'la muleta y llevándola liada
hasta la misma cara del veragua, la desplegó. Dos pases naturales, cinco con la derecha, dos altos, uno cambiado y perfilándose, con la plaza en silencio emocionante, dejó una estocada honda a un tiempo, que hizo
"rodar por tierra a Jabonero.
Aplausos, bravos, cigarros inundando el redondel,
alguna caja entera y hasta la admiración idólatra de
un monosabio que, abalanzándose al torero, le abrazó
y le besó con grandes transportes de cariño.
En el segundo toro, tanto se empitonó en un alarde
de bravura, tanto metió el brazo, que se hirió en la
mano derecha con el pincho de una banderilla, teniendo que ir a la enfermeria, de la que salió con la herida
332
F R A S C U E L O
vendada cuando ya el toro había sido arrastrado a los
corrales.
A l terminar la corrida, buena parte del público se echó al ruedo ansioso de tocar uno de los alamares de su traje, de estrechar su mano, de verle de
cerca, de recibir un saludo y una mirada.
¡Qué extraordinario frenesí!
—No está huido—decían—. No le ha tomao miedo
a los cuernos. ¡Dos toros, dos estocás!
—¡Ese es Frascuelo!
—¡El único, el mejor, el a m ó !
Desde las primeras horas de aquella noche la calle
de Jacometrezo apareció intransitable, por la cantidad
de público que se situó frente a la casa de Frascuelo.
Entre la muchediimbre, una banda de música no cesó
de tocar.
Arriba, en el segundo piso, la cuadrilla, la familia
y los amigos celebraban entre risas y bromas el triunf o
dd matador. Corrió el vino en abundancia, salieron
a relucir los chascarrillos del picador Calderón, y
mientras todos reían, el señor Francisco permaneció
serio, agarrado a una botella, que iba apurando vaso
a vaso.
Fuera, en la calle, seguía la música. Y al asomarse
Salvador al balcón, un griterío estridente, mezcla de
aplausos y vivas, saludó su aparición.
—¡Viva el torero más valiente!—gritó una voz.
—¡Viva!—contestaron con entusiasmo.
333
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
A l escuchar el vítor, Frascuelo se irguió orgulloso.
Era la palabra que más le agradaba oír.
Ya se lo dijo un día a Lagartijo:
— T ú serás más torero qué yo; pero yo soy más
valiente que tú. ¡ Cuando quieras te lo demuestro!
Dicen que Rafael calló, porque sabía lo que pesaba en valor d granadino,
* **
Entre los grandes amigos de Frascuelo figuraban
el gran tenor navarro Julián Gayarre y el dentista valenciano don Vicente Andrés, un frascuelista exaltado, para el que no existía más torero que Salvador.
Tan grande amistad les unió, que era rara la corrida,
ya fuera en Cádiz o en Santander, en Barcelona o en
Almería, donde no se le viera en la fonda y en el
callejón de la plaza. Eran inseparables.
Con Gayarre le pasaba otro tanto. Allí donde estuviera él espada se veía al tenor. Y juntos paseaban
por Üas calles, despertando una expectación inusitada.
Hablaban cada uno de su arte respectivo, metiéndose
en discusiones sobre cuál encerraba más dificultad, y
Frascuelo le interrumpió un d í a :
— N o le des vueltas; lo mío es más difícil que lo
tuyo.
— ¿ P o r qué?—preguntó Gayarre.
—Porque tú ensayas y yo no.
Aquel verano de 1887 Salvador perdió bastantes
corridas, porque un toro de Hernández le dió una
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F R A S C U E L O
cornada en un muslo toreando en Valencia, y atendiendo las recomendaciones del doctor Alcaide de la
Peña, marchó a San Sebastián a reponerse. Allí le
tenía contratado don José Arana para torear en el mes
de agosto, y al saber los aficionados, por haberse anunciado, que Frascuelo se vería privado de tomar parte
en las corridas por su lesión, hicieron circular el rumor de que el contrato no existía, comenzando así
una campaña contra la empresa.
Arana, viendo su crédito en entredicho, suplicó a
Frascuelo que saliera, aunque sólo fuera para hacer el
paseo. Y con intención de reforzar más su petición,
encargó a Gayarre y a don Vicente Andrés que trataran de convencer al matador. Puestos en guardia por
el carácter violento del torero, aceptaron sin saber cómo habrían de iniciárselo para no echarlo todo a rodar, y antes de dirigirse a Salvador, pusieron en antecedentes del asunto al banderillero Valentín Martín.
Preparó éste el terreno convenientemente, y al poco
tiempo quedaron los tres frente a Frascuelo, quien,
al conocer los deseos expresados con insistencia por
el empresario, contestó:
—¿Sabéis lo que me pedís?
—Que libres a Pepe Arana de un conflicto, Salvador—exclamó Gayarre.
— Y que unimos nuestro ruego de amigos al suyo.
—Bueno—terminó Frascuelo, dándose un golpe
en las piernas—, siendo así no hay más que hablar:
concedido.
Se anunció en los carteles como demostración de
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H E R N A N D E Z - G I R B A L
que el contrato existía, que Salvador no estaba en
condiciones de estoquear, pero que haría el paseo y
trabajaría lo que pudiese.
Llegó la tarde de la corrida, y antes de salir a
hacer el despejo, un espectador de sol le preguntó con
dejo burlón:
— ¿ V a s a matar algún toro, Salvador?
— Y a dice el cartel que no.
—Entonces, ¿venimos a fantochear?
Tembló todo el cuerpo del torero como sacudido^
por una descarga, hiciéronse de acero sus facciones,
apretó los puños nervioso y acercándose a su mozo
de espadas, Isidro Buendía, le dijo bajo:
—Vete a la fonda y tráete las espadas.
Manifestó a Lagartijo y Angel Pastor que mataría
sus toros correspondientes y éstos trataron de disuadirle ; pero todo fué inútil.
A l llegaríe el turno, requirió muleta y estoque y ordenó a Pablito que le pusiera el toro debajo del sitio
que ocupaba el que le había llamado fantoche.
Con aquella innata bravura que fuera su principal característica, se llegó a la res, dió unos cuantos
pases y se perfiló. Antes de arrancarse, miró hacia
el tendido buscando al espectador, cuyo rostro le había,
quedado grabado, y dijo alto:
— A Frasctwlo no le llama nadie cobarde.
Se tiró sobre el morrillo a volapié, dejando el
estoque enterrado en lo alto; pero la falta de fuerzas
para apoyarse en la pierna herida le hizo quedarse y
el toro 'le enganchó cerca de la axila, arrojándole al
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suelo. Cayó de bruces, y cuando acudieron los capotes ya estaba en pie, mirando al toro moribundo.
Cogió la puntilla de mano del cachetero, y metiéndose
entre los pitones remató al cornúpeto. Cuando volvió
la vista buscando al aficionado que le insultara, no le
encontró. Le habían echado del tendido los espectadores.
Apoyado en el hombro de Valentín llegó hasta
la barrera y al sentarse en el estribo perdió el conocimiento,
A l siguiente día fué curado en la clínica del doctor
Encinas. Una costilla fracturada le quedó tocando la
pleura, y gracias a la rapidez con que fué asistido no
ocurrió una catástrofe.
Gayarre y Andrés quedaron apesadumbrados.
— ¿ N o os dije yo que no sabíais lo que me pedíais?
Y como los dos amigos se excusaran por haber
puesto inconscientemente su vida en peligro, él contestó :
—No preocuparse. Los amigos son para servirse
unos a otros. ¿Heimos salvado a Pepe Arana del conflicto que se le echaba encima? ¿Sí? Pues esto ya se
curará.
Aquel percance hizo perder a Salvador el resto dé
la temporada.
sjí
Con el nuevo año de 1878, Lagartijo volvió a ser
escriturado por Casiano, y la temporada cobró toda
la animación y el interés de los tiempos pasados, ya
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22
F.
H E R N A N
D E Z - G I R B
A L
otra vez frente a frente Rafael y Salvador. Los sucesivos triunfos de Frascuelo hicieron que se enconaran más y más sus enemigos, arremetiendo contra
él, y así fué preparándose poco a poco la célebre retirada dei Negro, que no tardó en verificarse.
Los días 25 y 26 de enero hubo en la Plaza de
Madrid funciones reales de toros con motivo del casamiento de Alfonso X I I con su desgraciada prima
doña Mercedes de Orleáns y Borbón. E l Ayuntamiento, que fué quien las costeó, no quiso celebrarlas
en la Plaza Mayor, único lugar donde podrían resucitarse con todo aparato los antiguos y aplaudidos
festejos taurinos y se dispuso para ello la nueva Plaza
de Toros, encargando de su adorno y ornamentación
al arquitecto don Emilio Ayuso, quien derrochó gusto y riqueza, exornándola a s í :
En las gradas, sobrepuertas y andanadas, colgaduras d^ los colores nacionales; en las entradas de
los tendidos y sobre las puertas de alguaciles, caballos, arrastre y imescta de toril, colgaduras moradas con franja de oro y escudo con las armas de Mad r i d ; rodelas moriscas suspendidas de cordones con
portas de colores brillantes entre trofeos de banderas
nacionales sobre los capiteles de las ciento veinte columnas de las gradas ; en los intercolumnios de éstas
guardamalletas a franjas de los colores azul y blanco ; una colgadura de damasco encarnado con galones
y fleco de oro en los antepechos de los palcos, y en
ellas, él escudo nacional; sobre los capiteles y calados de las ciento diez y ocho arcadas que constituyen
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F R A S C U E L O
el piso de los palcos, se colocaron los escudos de las
cuarenta y nueve provincias españolas, alternando con
el de la villa de Madrid,
Una serie de guirnaldas y colgantes de flores pendía de todos los arcos que coronan la plaza, formando
pabellones. La crestería de hierro del interior estaba
llena de gallardetes, suspendidos por cordones rojos,
y los palcos del Ayuntamiento y de la Diputación ostentaban colgaduras de terciopelo con sus respectivos
escudos.
E l palfco real fué colgado de terciopelo carmesí y
oro con los escudos de las casas de Borbón y Orleáns,
entrelazados y llenos de guirnaldas de flores. Cuatro lanzas dé torneo descansando sobre los antepechos dél palco sostenían otras tantas rodelas, y pendiente de cordones de oro, campeaba el estandarte
morado de Castilla.
Desde allí contempiló el matrimonio regio el vistoso desfile.
Alguaciles a caballo; timbaleros y clarines de la
real casa; las carrozas de los caballeros en plaza, los
cuales vestían traje morado y oro de la época de.
Felipe I V , a los que acompañaban como padrinos de
campo FMscuelo, Lagartijo, Hermosilla y otros espadas famosos; pajes con rejoncillos, vistiendo cada
grupo el cdlor del traje correspondiente ai de su caballero ; coches de gran gala con caballos empenachados ; la maravillosa carroza sobresaliente con adornos
de plata del duque de Santoña, arrastrada por briosos caballos con guarnición de charol negro y plata,
339
F.
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-
G I R B A L
y después, perfectamente formadas, las cuadrillas de
toreros, compuestas por diez y ocho espadas, cuarenta
y ocho banderilleros, cuatro puntilleros y veintisiete
picadores, completando la comitiva los mozos de caballos, los tiros de muías con preciosos arreos y mantas, los ramaleros y los mayorales con trajes de terciopelo y fajas de seda.
Frascuelo fué padrino de campo del caballero en
plaza don Federico González, apadrinado por él
Ayuntamiento de Madrid'.
Los festejos resultaron espléndidos de vistosidad
y de color, pero un tanto fatigosos por repetirse con
exceso la suerte de rejoneo, que pese a la buena voluntad de los caballeros, no siempre resultó muy lucida.
Después de la corrida se multiplicaron en Madrid
las fiestas preparadas en honor de los augustos esposos. Hubo fuegos de artificio, conciertos populares,
desfiles y hasta una serenata militar bajo los balcones de Palacio, en la que los soldados cantaron a voz
en cuello, iluminados por la luz vacilante de infinitas
antorchas:
:
Descansa, rey don Alfonso,
que bien puedes descansar,
pues para que todos duerman
alerta el soldado está.
A l pie de tu trono
te viene a cantar
con bélico son
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F R A S C U E L O
el fiel militar.
¡ Que viva el amor!
i Que viva la paz!
Dichosa reina Mercedes,
dichosa en amor serás,
que sabe querer de veras
el que sabe pelear.
A l pie de tu trono
te viene a cantar,
Etcétera, etc.
La letra, como puede verse, era definitiva. ¿ E n
qué magín se cocerían semejantes estrofas?
Algunos periódicos franceses, al hacer la descripción dé las corridas reales, dijeron que Lagartijo era
título de Castilla y que en el traje llevaba las insignias
de su ilustre casa.
Y es que en París creyeron muy formalmente que
los alamares y los caireles eraíi condecoraciones y escudos.
Aquel mismo año Badila, que ya había" formado
como picador reserva en la cuadrilla dé Salvador, entró en quintas, saliendo soldado.
Y una mañana, cuando serio y apesadumbrado
llegó a la casa de la calle de Jacometrezo, Frascuelo
le recibió sonriente, puso sus dos manos en los hombros del muchacho y le dijo:
—P-ués seguir picando toros. Ya no serás süldao,
porque te he compfao un sustituto.
341
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H E R N A N D E Z - G I R B A L
Badila quedó un momento en silencio, como dudando, y luego estrechó emocionado las manos del
espada.
—¡ Muchas gracias, señor Salvador!
— ¡ Q u é gracias, ni qué niño muerto! Además, toma, por las corridas que has ^icao en Barcelona.
Y sin darle importancia, puso en los bolsillos de
Bayard dos billetes de quinientos reales.
342
F R A S C U E L O
XX
El año siguiente hubo otra vez futiciones reales
de toros para celebrar el nuevo casamiento de Alfonso X I I con la archiduquesa María Cristina; murió
el banderillero de Frascuelo Esteban Argüelles A r milta, pasando a ocupar su puesto en la cuadrilla
Victoriano Recatero Regaterín; Salvador nombró
nuevo apoderado a don Ramón Martínez Matienza,
que vivía en la calle de la Lechuga, número 6, y, por
último, celebró su matrimonio José Bayard Badila, ya
picador famoso, con la bella actriz María García,
hermana de la popular Mercedes, primera dama del
teatro de Variedades. La boda fué de gran rumbo.
Frascuelo hizo a los novios valiosos regalos, y fué
padrino el acaudalado don Ernesto Zulueta, cuñado
de Romero Robledo, ministm de la Gobernación.
El elemento joven se divirtió de lo lindo, y después de la tarde animadísima, Salvador, con Pahlito
y su hermano Paco, fué a terminar la noche en el
teatro de la Bolsa, donde había una compañía de
cante y baile flamenco, dirigida por el popular Salvador Fanconetti.
Allí, entre estudiantes achulados, cigarreras des343
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H E R N A N D E Z - G I R B A L
envueltas, mozos de los barrios y mozas de tronio,
bajo la luz ondulante de las lámparas de aceite, aplaudieron a rabiar los tangos de Encarnación Gutiérrez
la niña Josefina y los bailes castizos y voluptuosos
de Pastorcilla Flores y de Gertrudis Cárcamo la
Churrona.
Cuando salieron, ahitos de guitarras, dé casta"
ñuelas y de vino, era ya de d'ia.
* **
Aquel mes de junio se presentó en la placita de los
Campos Elíseos toreando una corrida a beneficio de
los asilos de San Bernardino la cuadrilla de niños
cordobeses en la que figuraba Rafael Guerra, el más
tarde famoso Guerrita, que entonces actuaba como
banderillero con el apodo de el Llaverito, y un mes
después se celebró allí mismo la primera corrida nocturna efectuada en Madrid. Torearon Mateito y Pulguita, y tal cantidad de público acudió por la novedad
del espectáculo, que arrolló a la dependencia entrando en la plaza en apretado tropel.
Cayeron por el suelo mujeres y niños, y las diez
parejas de la Guardia Civil que como custodia tenía
el circo viéronse impotentes para contener a la multitud desbordada. La iluminación se efectuó con luz
eléctrica y no dió un resultado muy satisfactorio,
pues por la escasez de bombillas no pudo apreciarse
el mérito de las suertes, "aunque se vió a los diestros torear", como dijo un periódico.
344
F R A S C U E L O
En el mis'mo mes, Casiano, el incomparable y popular Casiano, empresario de la plaza nueva, vulneró con gran disgusto de la Diputación el contrato que
-con ella tenía, por rayar nuevamente las delanteras
de los tendidos i , 2, 9 y 10, aumentando en cada
uno cuatro o cinco asientos. Es lo que le decía E l
Globo al día siguiente:
¡Misté que on Casiano es generoso!
Gastarse medio duro en perros chicos
para rayar de nuevo los asientos,
y que en lugar de cuatro salgan sinco.
Y es que Casiano era un empresario aprovechado.
* **
El 12 de octubre Frascuelo tiñó otra vez con su
sangre la arena de la Plaza de Madrid cuando toreaba de muleta al toro Primoroso, de Miura, que encerrado en tablas, estaba incierto, tardó en arrancar.
Salvador, queriendo dominarle, empezó usando la
muleta sucia, que tanto nomlbre dió a Cuchares; pero
más corto que éste y perdiendo terreno, que el señor
Curro ganaba siempre. Consintiéndole, le hizo salir
de las tablas del 8, y al intentar un pase, su banderillero Valentín metió el capote por la derecha cuando
Frascuelo le había llamado por la izquierda. Dudó
Primoroso, y 'en vez de salirse de suerte siguiendo a
Valentín, se volvió contra Salvador, y sin darl^ tiem345
H E R N A N D E Z
-
G I R B A L
po para nada, le suspendió volteándole hasta dejarlo
caer resbalando por el costado izquierdo.
Levantóse con señales de estar herido, tomó del
suelo el estoque y la muleta y empujando rabioso a
Herráiz y a Valentín, que pretendieron sujetarle, se
fué al toro. Dióle un pase con la izquierda, resintiéndose dolorosamente, y al tirar de la muleta vaciló un
momento, próximo a caer al suelo.
Su hermano Paco, que presenciaba la corrida entre barreras, saltó al redondel, y abalanzándose hacia
él le sujetó al tiempo que Salvador, doblando la cabeza, perdía el conocimiento.
Rápidamente fué trasladado a la enfermería, donde le practicó la primer cura el doctor Roa, calificando la herida de grave.
Después fué llevado a su casa.
Volvieron las noches en vela, observando los menores movimientos del herido; las horas amargas
pretendiendo leer en su rostro pálido y sudoroso;
la expectación de los admiradores con la ansiedad
popular, y para que nada faltara, el periódico francés UIllustration se permitió matarlo, publicando la
siguiente noticia:
"Frascuelo ha muerto a consecuencia de las heridas recibidas. De simple chulo que era en la cuadrilla del célebre Tato
llegó a ser banderillero, y tal era su destreza, que frecuentemente se le ha visto lanzarse sobre el toro, poner el pié entre los
cuernos y plantar las banderillas. Su peligroso oficio le había hecho rico. Cada corrida le producía 2.500 francos y había matado más de 300 toros."
346
F R A S C U E L O
Como se ve, no podían decirse más desatinos y
más inexactitudes.
En el mes de noviembre, Frascuelo, ya completamente restablecido, adquirió la propiedad de una extensa posesión rural en Torrelodones, y uno de
aquellos días fué a hacerse cargo de la finca, invitando a su Cuadrilla y a muchos amigos. F u é un día
de campo delicioso. Cazaron en el monte, cobrando
una buena cantidad de piezas, y por la notíhe organizaron un gran banquete en casa del guarda, remojando las abundantes tajadas con un vino añejo que tuvo la virtud de mantener alegres los rostros hasta
muy avanzada la noche.
Frascuelo no pudo volver a torear después de su
cogida, y el año 1880 terminó la empresa del famoso
Casiano con dos corridas extraordinarias.
Inmediatamente se hizo cargo de la Plaza de Madrid don Rafael Menéndez de la Vega, contratando a
Lagartijo, Currito y Frascuelo, y desde aquel instante, por causas inexplicables, la afición a las corridas de toros cobró una animación extraordinaria.
Aumentaron los abonos; llenábase la plaza, convertida en el espectáculo de moda; pagábanse los billetes
con primas escandalosas y ante aquel auge inesperado
subieron de precio las localidades y aumentaron las
exigencias de los.toreros. E l público, en tanto, pagaba
resignado.
La temporada comenzó 'mal para Frascuelo, y a
347
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A J .
cada corrida fuéronse acentuando más y más las injusticias y la saña de que el público apasionado le
hacia objeto. Volvieron las antiguas rencillas y otra
vez su afán inextinguible de superarse fué interpretado como vanidad y su valentía como soberbia. Y
comenzó contra él una guerra sin cuartel. Se le exigía más que a nadie, no se le perdonaba una falta, y
cuando le aplaudían alguna faena, es que ésta había
sido tan grande, tan torera y tan valiente, que por un
momento anulaba los gritos y los insultos, prontos a
herirle los oídos.
La borrachera de entusiasmo de tres años antes tuvo su reacción, y la emoción se fué convirtiendo en apatía. Y Frasm'elo fué juzgado dura, severa,
cruelmente por los mismos que le encumlbraron.
Si en un instante de distracción el toro se le llevaba el capote, sonaban silbidos en el redondel; si
usaba largas o verónicas, comentaban los lagartijistas: "¡Como las del maestro, ningunas!"; si paraba, no era conforme las reglas del arte; si ejecutaba el volapié, no era de los clásicos; si arrancaba
magistralmente, que abusaba de un tranquillo; si resultaba cogido, que era mal torero; si salía bien de
la suerte, que la muleta cegaba los ojos del animal
traidoramente.
Daba vuelta a la plaza montera en mano después
-de una soberbia estocada, ¡qué inmodestia!
Se llevaba entre el capote los pitones de la fiera
en un quite arriesgado por más valiente que los demás, ¡qué exageración y qué envidia!
348
F R A S C U E L O
Si sonreía en los medios, ¡qué petulancia!
Si estaba cabizbajo junto al estribo, ¡cuánta soberbia !
A 'Montes se le permitió atravesar toros con el
estoque; a Cuchares, pindiarles en demasía; a Salvador, sin embargo, se le silbaron las idas, las hondas y aun las contrarias. Su estoque debía estar medido, numerado; no se le permitía la más ligera desviación. Hasta los defectos de las reses se le imputaron a él.
Se le exigió tanto, tanto, que sus enemigos, sin
darse cuenta, fueron haciendo de él por esa causa uno
de los primeros matadores de toros que registra la
historia del toreo.
* **
Todos los días, la peña de Frasciielo, en el café
Imperial, era un hervidero constante de noticias, de
comentarios y de censuras. Y un día recayó la conversación sobre cierto señorito loco—así le calificó
rápidamente Herráiz—que estaba empeñado en ser
matador de toros, sin haber actuado como banderillero ni haber echado un capote bajo las órdenes de
matador grande ni chico.
Semejante osadía fué tomada a broma en la reunión.
—Se habrá creío ése que matar un toro es cdmo
bailar el rigodón—decía riendo el Chuchi.
349
H E R N A N D E Z
-
G I R B A L
—¡Como no los atoree en el plato y guisaos—comentó Francisco Calderón.
— Q u é cosas más raras pasan ahora. Ahí tienen
ustés a Badila y a Pastor que son mu guapos en la
plaza y tocan el piano, cantan ópera y hablan franchute. Apuesto que a éste le pasa igual.
—Toas ías noches asoma la jeta por ahí—indicó
Calderón señalando la vidriera de la calle—; se conoce, Salvador, que le haces gracia.
—Decirme quién es, que nos vamos a divertir a
su costa—exclamó Frascuelo.
No había pasado mucho rato cuando tras los
cristales, mezclado entre el grupo que se agolpaba
contempíando la reunión de los toreros, asomó la
fina silueta de un mozo de veinticinco años, vestido
con discreta elegancia. Sus negras y sedosas patillas daban al rostro redondo y terso una seriedad en
pugna con su aspecto general. Quedó parado, fijando su vista en Frascuelo, y Pablo Herráiz dijo por
lo bajo al maestro:
— ¡ A h í le tienes! Ese delgaducho de las patillas es.
Miróle el torero, y el muchacho, un poco atolondrado, fué a echar a andar, cuando advirtió que
Salvador le hacía señas indicándole que pasara. Insistió el espada, y el de las patillas se dirigió a las
puertas del café.
—Si es un chalao, le desengañaré—dijo Frascuelo, al tiempo que aquél entraba dando traspiés por
entre las mesas, de puro aturrullado.
.350
F R A S C U E L O
Sonaron algunas risitas, qne Salvador cortó con
tina mirada enérgica, y exclamó alto:
—Pase usté por aquí, a mi lao.
Hízolo así el mozo, no sin antes propinar un pisotón a Calderón, que arrugó su cara en un gesto
¿le dolor; un codazo a Regaterillo, y un empujón al
Chuchi. Y a colocado cerca de Frascuelo, paseando
.sus ojos asustados por los rostros de los-contertulios,
.dijo balbuciente:
—Perdón, señores; pero es que estoy así, un poco
nervioso.
—Pues aquí entoavía no nos hemos jamao a denguno—interrumpió Calderón.
— Y o tenía muchos deseos de ser presentado a usted—dijo el joven, mirando a Frascuelo.
— i Usté es ese que quie ser imatador ?
— ¿ L o sabía?
—Estos me lo han dicho—contestó señalando a los
además,
—Pues es verdad. Y o quiero ser torero.
— ¿ Y usté quién es?—preguntó Salvador un tanto
irusco.
Quedósele mirando el desconocido, y exclamó i
—Nadie. Uno más entre todos esos que le miran
-a usted con envidia detrás de la vidriera. Y o me
llamo Luis Mazzantini y Eguía, tengo veinticuatro
años, he nacido en Elgóibar y desciendo de una familia noble italiana.
—Otro tenor—dijo por lo bajo el Chuchi a 5adila—; ya sois tres.
351
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— ¿ Y usté quie ser torero sin haber cogido un capote?—siguió preguntando Salvador.
—¡Quiero serlo y lo seré!—aseguró Mazzantini
con resolución—. Mire usted, señor Salvador: yo he
sido hasta hace poco factor telegrafista, y últimamente jefe d'e estación de Santa Olalla, en la línea de
Cáceres. A mí los toros me han gustado siempre,
y mutíhas veces me escapé del empleo, fingiéndome
enfermo para torear en las corridas de los pueblos
o venirme a Madrid a capear morudios en las becerradas de los Campos Elíseos. U n día se enteró de
estas ausencias, que llegaron a ser frecuentes, el jefe
superior de la línea, don José Echegaray, y me llamó
dándome a elegir entre la compañía y mis aficiones.
Yo no vacilé. Quería ser rico y popular, ganar en
una tarde lo que allí en dos años. Sólo había dos caminos para conseguirlo: o ser cantante o ser torer o ; dar un do de pedio o una estocada en la cruz.
—No te decía yo que éste era otro tenor—comentó Chuchi dando con el codo a Badila.
—¡ Calla!
—Para ser cantante no tenía voz suficiente—continuó Mazzantini—; pero para dar una estocada me
sobraba corazón. Dejé el empleo, y con el sueldo del
último mes vine a Madrid. Veré a Frascuelo, me
dije, y si él puedfe y quiere ayudarme, destacaré
pronto.
—¡Pues sí que quiero!—dijo Salvador, poniéndole
una mano sobre el hombro, ante la estupefacción
de la cuadrilla—. E l domingo habrá novillada en
352
F R A S C U E L O
Talavera. Mañana vienes conmigo a la dehesa de
don Vicente; eliges dos novillos, y a ver lo que haces con ellos en el pueblo. ¡ Ah!, y si te hace falta dinero, dímelo.
Abrió Mazzantini sus ojos llenos de asombro,
y sólo supo exclamar, tembloroso de emoción :
—¡'Muchas gracias, señor Salvador!
Cuando el muchacho marchó, levantóse una gran
algarabía en la reunión de los toreros. Comentarios
mordaces, frases despectivas, bromas y chistes cayeron sobre Mazzantini de forma despiadada.
—No reiros—dijo Salvador—, porque me parece
que ése, ése es un torero.
Quedó un momento en silencio, y acariciándose la
barbilla lentamente, dejó caer:
—Lo que no me gusta es el nombre: Mosambiqiie.
—Mazzantini—corrigió Badila.
—Es verdá.
El domingo el muchacho de las patillas despachó
dos toros derrochando arte, valentía y no pocos conocimientos taurinos. Y cuando Calderón, Pablito,
el Chuchi, Badila y el Cabo le contemplaban alelados,
Frascuelo, orgulloso, se acercó a Mazzantini y después de abrazarle, exclamó sonriente dirigiéndose a
los suyos:
—¿Qué os parece? ¿Hay o no un matador de
toros ?
* * *
353
23
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
En el mes de septiembre Frascuelo organizó en
Chinchón una nueva corrida a beneficio de los pobres, toreando gratis con su cuadrilla. E l líquido ascendió a veinticuatro mil reales, que en días sucesivos fueron repartidos entre las familias necesitadas
por la comisión que a tal efecto nombró el Ayuntamiento.
Tres meses más tarde se verificó en Madrid la
inauguración del nuevo circo ecuestre que Mr. William Parish construyó en el solar en que se hallaba
el antiguo teatro del Circo en la Plaza del Rey. El
edificio, trazado por el arquitecto Villajos, atrajo en
su sesión inaugural a una gran cantidad de público,
que aplaudió calurosamente a las hermanas Guilio, al
Indiano, a Mr. Scallow y a los hermanos Daré, artistas todos desconocidos en Madrid.
En la misma función, el famoso clown Tony
Grice, auxiliado por Honrey y Mariani, hizo la parodia de un toro de muerte, imitando a Frascuelo.
Algún revistero lo comentó en verso, diciendo:
E l espada Tony Grice
estuvo fresco y ceñido;
al fin será el más querido
de los espadas de Price.
Pasa con serenidad
y se atraca... de cartón,
si se gana un revolcón
será una casualidad.
354
l
F R A S C U E L O
Si sigue hiriendo tan hondo,
proclamará el mundo entero
que vale más que Romero,
y Cuchares y Redondo.
En el mismo año bajó al sepulcro el popular Casiano, antiguo empresario de la Plaza de Toros de
Madrid. Como siempre, en aquel momento se le hizo
justicia, y las censuras dé antes se convirtieron en
elogios postumos.
Y al siguiente día, bajo un sol brillante de tarde
de toros, fué sepultado en el cementerio general del
Sur. Acompañaron su cadáver numerosos toreros y
aficionados, muchos de los cuales le debían incontables favores, y aun algunos la popularidad y la fama.
^
3(C
3fC
Terminada la temporada de 1880, Salvador no
pudo resistir más tiempo los continuos ataques dé que
los lagar tijistas le hacían objeto. "Se medía su trabajo con ridicula escrupulosidad, que causaba indignación, cuando no producía risa; se le ponían los puntos
sobre las ¡es; se.tasaba el valor de las faenas con nimiedad dé calculista, y mientras Lagartijo daba el
paso atrás como la cosa más natural del mundo, los
pasos adelante de Frascviélo causaban risa a sus enemigos y levantaban las polvaredas más ridiculas de
que hay ejemplo en la historia de la tauromaquia."
Y comprendiendo que exponía inútilmente su
355
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
vida y su reputación, se retiró de la Plaza de Madrid,,
dejando dueño y árbitro de ella a Lagartijo.
Como su íntimo amigo el incomparable tenor
Julián Gayarre también había recibido algunas heridas en su amor propio, producidas por los intransigentes del teatro Real, acordaron juntos, mediante
una formal promesa, que sellaron con un apretón de
manos, no volver a presentarse ninguno de los dos
ante el público madrileño.
Ante muchos amigos y admiradores se hizo público el acuerdo, y quedaron solos, en la Plaza, Lagartijo, y en el Real, Masini.
3jc
Ya en 1881, mientras el joven Mazzantini, apoyado por Frascuelo, conseguía tomar parte en algunas novilladas, haciendo a la afición fijarse en el^
Salvador toreó en muchas plazas de provincias hasta
el final de la temiporada, y en el mes de septiembre
organizó en Granada una corrida a beneficio del
Hospital de San Juan de Dios y de los vecinos pobres de Churriana.
Tal expectación produjo el anuncio de la fiesta,
que el número de forasteros de los pueblos cercanos
se elevó a seis mil, y la tarde de la corrida quedaron
muchos sin poder entrar en la plaza, que vió llenas
totalmente sus localidades, colocándose el público
hasta en el callejón de entre barreras y en el alero
de las gradas.
El circo se adornó con gallardetes, colgaduras y
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F R A S C U E L O
banderas, y la banda de Cazadores de Cuba, que amenizaba el festejo, estrenó una polca titulada "Frascuelo", dedicada al diestro por el músico mayor, señor
Naranjo.
Toda la cuadrilla de Salvador toreó gratis. En
ella, Be jarano sustituyó a Herráiz, que había sufrido
una cogida en Salamanca, y Agujetas, a Paco Calderón, que tenía fracturado un brazo.
Frascuelo mató sus toros magistralmente; le arrojaron una lluvia de regalos, sombreros y cigarros,
y hasta un cartel de raso, que decía: "Granada admira a Frascuelo."
Durante su estancia en el antiguo reino moro,
Salvador recibió las más entusiastas muestras de cariño. Fué invitado a excursiones, a comidas, a fiestas.
Alternó con el pue'blo en todos los momentos; repartió de su bolsillo cientos de limosnas y él mismo hizo,
con la comisión nombrada al efecto, la distribución
del dinero producto de la corrida, que fué repartido
en cientos de lotes, los más pequeños de cincuenta
reales.
Sus paisanos los pobres de Churriana—algunos
hambrientos—hicieron cesión de tres mil reales, descontados de la cantidad total que les correspondía,
para reparar la ermita del pueblo. Aquella ermita de
la Virgen de la Cabeza donde Salvador recibió las
aguas bautismales.
¿Qué importaba el hambre que aquel dinero podía mitigar, si con él se subía un paso en el camino
del cielo?
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H E R N A N D E Z - G I R B A L
'Mas Frascuelo no lo consintió. De su bolsillo particular dió la cantidad necesaria para reparar el templo, y aun quiso mostrar su esplendidez haciendo
construir un vistoso campanario.
En compañía de su esposa llegó una mañana al
pueblo que 'le vió nacer. Hizo una entrada triunfal a
los acordes de la banda granadina y fueron muchos
los aficionados de la capital que se trasladaron a
Churriana ocupando dos grandes ómnibus que salieron de la fonda de la Alameda.
Visitó Salvador a su tía Quica, la de Pepe Henares, que seguía habitando la casona grande de la
plaza. La buena mujer se hacía cruces al ver al torero tan gallardo, y no sabía cómo exteriorizar su
alegría.
—;Te acuerdas—le decía—cuando venías a comer
con Paco los domingos ? Erais de la piel de Barrabás.
¡ Cuánto te gustaban las natillas!
Allí comieron aquel día. Y en los sucesivos se
multiplicaron los convites, los bailes y los festejos en
su honor. Salvador repartió numerosas limosnas por
valor de miles de reales y el alcalde, don Manuel
Martín, le brindó una copla, que pronto cantó todo
el pueblo:
Viva nuestro buen Frascuelo
y la señé Manolita,
y viva la caridá
que tienen para la ermita.
* * *
358
F R A S C U E L O
Feria de abril en Sevilla. La calle de las Sierpes
está intransitable; los cafés, concurridísimos; el vestíbulo de los círculos, repleto de mecedoras, en las que
se pavonean muellemente los aristócratas; en la cervecería Británica pasan de mesa en mesa los hock
coronados de espuma; en las tabernas y colmados
corre sin cesar la manzanilla; los vendedores gritan
por las calles ¡bocas! y ¡cañaiyas!, y frente a los
escaparates de Pascual fórmanse animados corros,
en los que destacan talles oprimidos por sedosas fajas, coletas bajo los sombreros calañeses y brillantes
pedieras.
En los carteles de toros, dos nombres: Lagartijo
y Frascuelo.
Rafael disputando a Salvador el cartel de la ciudad del Betis. Expectación inusitada, entusiasmo con- .
tenido, pronto a estallar, disputas enardecidas,.. Y
en ellas siempre dos nombres: Rafael y Salvador.
El café Suizo estaba la víspera de la corrida lleno
de aficionados, esperando, según costumbre, ver aparecer a los diestros, para allí, rodeados'•'de amigos y
admiradores, cambiar impresiones, hacer pronósticos
y comentar la visita a la dehesa de Tablada.
Junto a la cancela de cristales que 'daba al patiosalón se agolpaban los curiosos, para ver de cerca
a los toreros. Ya estaban dentro Pablito, Valentín,
Calderón, el Chuchi, Pulguita y toda la cuadrilla
de Salvador con algunos de la de Lagartijo. Sólo
faltaban los espadas.
Hubo de pronto un movimiento de expectación en
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F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
la calle, y por la puerta que daba frente a Correos
entró Frascuelo vestido de pontifical, como observara un canonista.
Todos los ojos quedaron fijos en él.
Su camisa y sus dedos plagados de pedrería; el
clásico calañés cubriendo la íizosa cabellera; la faja
de arabescos bordados ciñendo la cintura breve; sobre el cuerpo, la chaquetilla color guinda, obra de
Gallego, y en la mano un pesado bastón con incrustaciones de plata.
Avanzó basta la mesa de la reunión saludando
sonriente, seguido de un grupo de aficionados.
Un curioso, acercándose a Herráiz, le preguntó:
—¡Camará! ¿Y toas esas piedras son suyas?
— E n cuanto a ser suyas, sí—dijo el banderillero—; pero en lo de ser muchas... ¡Eso no es más
que el escaparate; la tienda se la ha dejcbo en casa!
—/ Chavó!—exclamó el otro, admirado.
Salvador, sin cesar de estrechar manos y repartir
sonrisas, se sentó. Y entre chistes, comentarios y halagos al espada, pasaron gran parte de la nodhe.
Entre tanto, en el lugar más apartado del restaurante, Lagartijo charlaba con su hermano Juan,
sin quitar ojo de una bella morena que tenía enfrente.
Y como un amigo se acercara a él recomendándole saliera al café donde le esperaban muchos aficionados, Rafael respondió:
—Digasté a los que preguntan por mí que cuando
estoy cumpliendo con una obligación no sé abandonarla.
360
F R A S C U E L O
—¿Una obligación?
—Sí—volvió a insistir Lagartijo, fijándose con picaresca intención en la bella mujer que le sonreía—
porque ya lo ve u s t é . . . ¡ estoy toreando!
En los dos primeros toros no hicieron nada ni Rafael ni Salvador. E l público, impacientándose, gritó,
vociferó, el entusiasmo fué convirtiéndose en desprecio, el frenesí en apatía y el apoteosis en desengaño.
Salió el segundo de Frascuelo, cornialto, cárdeno
y manso. Salvador le tanteó en los primeros pases, y
el animal se colaba buscando el cuerpo, sin hacer caso
de la muleta. Sufrió el espada varios achuchones, y
en un momento pasó por su mente el fracaso inminente, las mujeres que le miraban desde los palcos,
Rafael observándole y el público gritando. Había que
hacer algo.
El corazón le dió pronto la respuesta.
Pasó tres veces con la derecha; uno de pecho, otro
en redondo y un cambio. Lió aprisa, se le arrancó el
toro y al tiempo que embrocándole le suspendía, él sepultó hasta el puño el estoque en los rubios. Las res,
deteniendo su impulso,, vaciló bamboleándose y cayó
pesadamente sobre la arena, mientras Salvador, repuesto, se limpiaba con tranquilidad el polvo del
calzón.
Sonó una ovación inmensa, atronadora.
E l Gordito, desde las gradas, decía a sus amigos:
361
H E R N A N D E Z - G I R B A L
—Eso no es arte; eso es falta de inteligencia y de
maestría.
Y el célebre espada Manuel Domínguez Desperdicios, que había echado su petaca al redondel, le contestó :
—De dos modos mata la vergüenza a los toros,,
Antonio: unas veces llega el pesqui hasta el morrillo
y otras el corazón. Aquí ha lie gao lo último.
Los aplausos no cesaban en honor de Frascuelor
y en el siguiente toro Rafael abrió su capote. Y de él
fueron saliendo los quites elegantes, las largas de fino estilo, las verónicas rematando en el testuz, los
recortes ceñidos con el capote al brazo. Después jugó
la muleta en redondo y al cambio, lió rápido, y de una
medio estocada a volapié hizo rodar al toro.
Ahora fué Lagartijo el que gustó las mieles del
triunfo, el que devolvió sombreros y cigarros.
—Bien por la estocada del maestro—gritó desde
un tendido Antonio Sánchez el Tato.
—¡ Si hubiera llegao hasta los gavilanes!—comentó un descontento.
—Es verdá—dijo el Desperdicios—. Pero el estoque en los rubios tiene dos nombres. Hasta la mitadr
maestría con prudencia, y hasta la empuñadura, maestría con arrojo. La primer palabra no se la pué quitar
nadie.
En la segunda y tercera corridas hubo quites
arriesgados de Rafael, soberbias estocadas de Salvador, mezcla de maestría y de arrojo, de inteligencia
y de ánimo, de corazón y de cabeza.
362
F R A S C U E L O
Y los colmados y los cafés ardieron en discusiones.
—Soy de Rafael.
— Y yo de Salvador,
—Pues yo dé los dos—contestó un tercero—. Son
dos valientes y dos grandes toreros: se complementan.
Esta frase, digna de un profesor en geometría,,
hizo furor en Sevilla.
Frascuelo asistió por la noche al teatro. Masini
cantaba Rigoletto. Y desde una butaca de cuarta fila,
el espada hizo destacar su cabellera rizada., su camisa
llena dé pedrería y su faja multicolor. Todas las miradas convergieron en él. Al terminar el primer acto
se puso en pie y produjo un movimiento de sensación mayor que- Masini en la escena.
—¿Y Lagartijof— le preguntó un aficionado.
, —Estará jugando al dominó con Juan.
—¡Al dominó, cuando pudiera ser la envidia del
teatro!—comentó un petimetre—. ¡ Cosas de los grandes hombres!
363
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A
XXI
Alejado Frascuelo de la Plaza de Madrid, Lagartijo siguió triunfando sin tener enfrente rival
alguno.
Salvador realizó una temporada brillantísima en
provincias, y ya en el mes de abril de 1882, tuvo que
hacer precipitadamente un viaje, llamado con urgencia por su esposa. E l telegrama que recibió en la fonda después de la corrida decía solamente:
"Elisa y Antonio, agravados. Ven."
Quitóse rápidamente el traje de luces; ordenó a
Isidro que le sacara billete para el primer tren y recomendó a Pablo Herráiz:
—'Vosotros marchar a Barcelona, donde toreamos
«1 domingo. Yo estaré allí el mismo día por la mañana.
Al llegar a su casa, cruzó rápido el pasillo,
abrazó a su madre y a Manolita y ste dirigió
al cuarto de los niños. Cogió sus m'anecitas entre las suyas recias y los llamó bajo. Sólo Antonio abrió sus ojos débilmente y mirándole un
momento los volvió a cerrar. Al lado del torero, la
esposa y la abuela sollozaban silenciosas.
364
F R A S C U E L O
—Anoche llegamos a temer una desgracia—dijo
Manolita entre lágrimas.
Frascuelo se acercó de nuevo a la cama. Acarició la frente sudorosa de los pequeños y quedó inmóvil, sin pronunciar palabra, sintiendo su pecho
inundiado de dolor, contemplando los dos rostros
queridos. Así estuvo largo rato. Luego depositó un
beso en las mejillas pálidas y salió de la alcoba.
Los visitaron varios médicos, sin encontrar el medio de atajar el mal, y ante lo que ya parecía irremediable, aquel hombre, asombro de públicos y de toreros, aquella voluntad indomable y aquel corazón
que miraba con desprecio la vida, se rindieron. Su
desesperación no tuvo límites.
Y una de las noches, el torero bravo lloró. Corrieron lentamente por su rostro curtido dos gruesas
lágrimas, y al ver toda su arrogancia, toda su entereza anulada de tal forma, sintieron quienes lo
presenciaron un sacudimiento de honda emoción.
—Los hombres no lloran—había dicho muchas
veces.
Y ahora se contestó a sí mismo:
—Los hombres lloran, sí. Lloran cuando son padres y ven morir a sus hijos.
La Beneficencia Provincial contaba entonces con
un profesor ilustre, honra de la ciencia, especializado
en las enfermedades de la infancia. Era éste el doctor Benavente.
El conde de la Romera, presidente de la Dipu365
H E R N A N D E Z - G I R B A L
tación, sabedor de la desgracia de Frascuelo y ansioso de pagar los servicios que el torero había prestado a la Beneficencia toreando gratis en todas las
corridas por ella organizadas, mandó avisar al célebre doctor y le rogó que inmediatamente visitara
a los hijos de Salvador. Prestóse de buen grado, y lo
que otros no lograron lo consiguió él.
Bajo sus sabios cuidados desapareció la gravedad, y pronto quedaron los pequeños fuera de peligro.
Frascuelo no supo cómo expresar su reconocimiento al médico ilustre, y le faltó tiempo para correr al despacho del presidente de la Diputación.
—Todo lo que yo pueda ofrecerle, todo lo que
usté me pueda pedir, es poco para pagarle, señor conde—dijo emocionado.
—Está bien, Salvador—contestó—. Yo le agradezco esos deseos y pienso aprovecharlos.
—No tié usté na más que mandar.
—Pues..., quiero que toree usted con Lagartijo
la corrida de Beneficencia.
Sin contestar, el ceño del torero se arrugó, sus
facciones se endurecieron y quedó pensativo, librando
una dura lucha interior. De un lado, su promesa de
no torear en Madrid mantenida formalmente, y de
•otro, la gratitud que le desbordaba el pecho.
Luego de un momento de vacilación, hizo historia
al presidente de cómo le era imposible faltar a lo
pactado con Gayarre. E l mantendría su palabra a
costa de todo.
366
F R A S C U E L O
—¿Existe otro obstáculo además de ese?
—No.
—Pues de relevarle de ese compromiso yo me encargo, Salvador.
Y, en efecto, a los pocos momentos telegrafió al
gran tenor, rogándole intercediera con Frascuelo,
para que, accediendo a sus súplicas, tomara parte en
la tradicional corrida. Gayarre contestó:
"No podía usted pedirme cosa más en armonía
con mis sentimientos. No sólo relevo a Salvador del
compromiso que contrajimos juntos, sino que le ordeno, apoyado en la confianza de nuestra amistad,
complazca a usted."
Devuelta la palabra por el tenor navarro, Salvador se ofreció a torear en el festejo de Beneficencia,
haciendo resaltar que ello no significaba volver a la
Plaza de Madrid, de la que se hallaba alejado por su
propia voluntad. E l seguiría manteniendo su negativa a contratarse hasta pasados los cuatro años señalados.
Se celebró la corrida y fué un triunfo apoteósico
para Lagartijo y Frascuelo. Los dos rivalizaron en arte y en valentía. E l entusiasmo del público rayó en
frenesí; llenóse el redondel de sombreros, hubo cigarros a granel, prendas de vestir, petacas, regalos
del rey y hasta palomas adornadas con cintas de
seda.
Frascuelo probó una vez más su bravura indómita.
A su primero le dió un volapié perfecto, asombroso de
ejecución.. Cuadró guapamente, dió con la muleta la
367
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
correspondiente salida y se echó sobre el morrillo. Si
el estoque hubiera tenido líneas divisorias podían
haberse apreciado los tanteos de la entrada. A su segundo le pasó de muleta con la izquierda con limpieza extraordinaria y consumó la suerte de recibir como él sabía hacerlo.
—Lagartijo—decían los espectadores vibrantes de
loco entusiasmo—, superior. Frascmlo, ¡¡ sublime !t
Aun sonaban en el circo los bravos y los oles
cuando Lagartijo, con el capote al hombro, atravesó
el redondel, seguido de su cuadrilla. En la mano apretaba el papel azul de un telegrama anunciándole la
gravedad extrema de su esposa.
Y mientras el gran Rafael llegaba a la ciudad de
los Califas con el tiempo justo para recoger el última
suspiro de la mujer querida, la afición, después del
memorable triunfo de Salvador, pidió su vuelta a la
Plaza de Madrid.
Frascuelo, conocedor a costa de su pundonor del
público de la Corte, comprendió, aconsejado cuerdamente por Mota y otros amigos, que le convenía alejarse aún más tiempo de aquella atmósfera caliginosa, adquiriendo así la serenidad y el aplomo que
los lagar tijistas, con su intransigencia, le hacían perder tan fácilmente en el ruedo madrileño.
* **
368
F R A S C U E L O
Durante la temporada de 1883 toreó, alcanzando
ruidosos'éxitos en provincias, y mientras en un rápido viaje a Churriana adquirió, rescatándosela a los
herederos del usurero Horcajo, la casa de la carretera
de Gabia, donde nació, en Madrid inicióse una campaña de prensa pidiendo otra vez su vuelta al ruedo
cortesano. E l periódico taurino L a Lidia publicó un
artículo titulado "La afición al diestro", al que pertenecen estos párrafos:
"Soñaste con días de regocijo y gloria; la existencia te pareció prosaica y mezquina sin los alicientes
del aplauso y el brillo de. un renombre, y esta nota
especial de tu carácter te llamó a ser torero. No recuerdo una sola ovación que te haya proporcionado
la indulgencia, ni una sola palmada que para ti haya
patrocinado la injusticia. Si alguna vez has caído, tu
propio esfuerzo te ha levantado; que no está el mérito del vencedor en el escudo que le supo defender,
sino en el brazo con que supo herir."
" Cuando ya el tiempo no supo vencerte ni las desgracias "dominarte; fué-preciso que una tarde-se confabularan todos los odios, se dieran cita todas las envidias, se dejara estallar la pasión por boca de energúmenos para llegar al colmo de lo repugnante. Y
aun suenan en nuestras conciencias aquellos silbidos
escandalosos, aquellos dicterios de burdel, las carcajadas del uno y el vilipendio del otro, como si el arte
taurómaco hubiera perecido a tus manos o de impro369
24
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
viso hubieras penetrado en el terreno de las medianías. ¿Qué esperaban de ti?"
"Les tenías acostumbrados tan a lo grande, que
lo bueno en ti tomaba carta de mediano."
"Por fortuna, la opinión se rehace, los tiempos
cambian, el propio valer es la pertinaz gota que horada la piedra y la justicia la pólvora en presión que
horada los montes."
"¡Salvador! Contra ese público que injustamente
te tiene alejado de nuestro circo, el anatema de la
culta y verdadera afición; contra esos apasionamientos que te rebajan, la pluma del escritor."
"¡Salvador! Diga tu lengua siempre que este público es el favorito de tu alma y así serás superior a
él. ¿Sabes por qué? Porque habrás envuelto en la
dulzura y magnanimidad de una frase toda la hiél con
que empaparon tus labios."
"Ya ves si las columnas de nuestra imparcial publicación pueden gritar a voces:
¡No te olvidamos!"
Frascuelo contestó con una carta abierta, en la
que decía:
"En todos los círculos taurinos no se ha hablado
de otra cosa que del artículo que se sirvieron ustedes
dedicarme en su último número, y yo me encuentro
altamente reconocido por esta calurosa defensa de
mis condiciones morales como compañero de todos
mis compañeros."
370
F R A S C U E L O
Analizaba después, en justa defensa, sus actos
como lidiador en la Plaza de Madrid, para terminar
diciendo:
"Yo no puedo, yo no debo sospechar nunca que
este público madrileño se empeñe en desconocer mis
buenos deseos, cuando él me ha levantado a una altura que no sospeché, y sus aplausos durante tantos años me han abierto las puertas de las demás plazas de España. Yo le profesaré siempre el cariño de mi gratitud, áunque me negase lo único que yo he podido hacer en su obsequio : exponer cien veces cuanto soy, cuanto tengo
y cuanto valgo para hacerme digno de su simpatía.
Siento en el alma que ciertos apasionamientos justificados para con el mérito, pero injustificables para
mi natural emulación me tengan alejados dte esa plaza, en la que ni como mero espectador me es dado
entrar por mis muchos compromisos en provincias."
5(5
En el mes de julio sufrió un nuevo accidente en
Pamplona. Al tirar del capote enganchado en un cuerno se dislocó un dedo, y la herida, que al principio
pareció no tener importancia, fué calificada después
grave, teniéndole sin poder torear el resto de la temporada.
Y en los primeros meses de 1884, la Junta del Hospital de Valencia solicitó su concurso para tomar par371
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
te en una corrida benéfica. Al pedirle precio, él contestó :
—Como llevo sin torear desde julio, no sé si me
arrimaré, y por este motivo no indico cantidad Para
que me sirva de práctica, mataré, si a ustedes les parece, una de seis toros yo solo y otra con el espada
que me indiquen.
—Su hermano Paco—le dijeron.
—Hecho—contestó Salvador.
La corrida se verificó en marzo y la plaza se llenó
a rebosar. Frascuelo invitó a varios amigos, entre
los que no podía faltar su íntimo Vicente Andrés, y
con ellos se sentó el banderillero Valentín Martín,
que el año anterior había abandonado la cuadrilla de
Salvador para hacerse espada.
Los seis toros los mató de seis estocadas, y uno
de ellos se lo brindó a su antiguo subalterno, diciéndole:
—Que el peor que mates sea como éste.
Y arrancándose en corto, dejó una estocada que
hizo rodar al bicho.
Cuando en el cuarto de los toreros recibía felicitaciones y enhorabuenas, un aficionado le preguntó,,
estrechándole la mano:
—Vamos, Salvador, ¿estarás contento?
—'No mucho.
—¿Pues qué querías?
—Que mi trabajo hubiera salido más perfecto.
No he quedado satisfecho más que en un toro: el
que brindé a Valentín,
372
F R A S C U E L O
—Pues los otros no se han ido vivos.
—No porque los toros mueran están bien muertos—repuso el Negro—es preciso que lo salgan de la
mano y que la manga de la chaquetilla vaya a casa
sin agremanes.
En aquellas palabras iba todo el pundonor y la
bizarría del espada.
Al día siguiente mató otros seis toros en compañía de su hermano Paco. Por la noche, en la fonda
de Villarrasa, los señores de la Junta, después de
felicitarle, le preguntaron:
—Como se ha arrimado usted, díganos lo que quiere cobrar.
—Toreando pa los pobres o los enfermos, yo no
cobro nunca—contestó.
* **
En el mes de abril dió la alternativa en la Plaza
de la Real Maestranza de Sevilla al nuevo ídolo de la
afición Luis Mazzantini, el que después de una triunfal campaña en Francia y en Montevideo, había levantado una polvareda de entusiasmo en todas las
plazas de España.
Al llegar a Sevilla el elegante espada, fué acogido
con hostilidad manifiesta, sólo porque en la calle vestía de levita y sombrero de copa. ¿Cómo^ podían admitir los sevillanos que un torero no luciera el traje
corto, la faja, la camisa escarolada y el sombrero
ancho?
373
H E R N A N D E Z - G I R B A L
Y majo hubo que al encontrarse a Mazzantini
por la calle, le paró preguntándole:
—Oiga, compare. ¿Es osfé el mataor que viene a
torea aquí?
—Efectivamente, yo soy—contestó Luis con su
afabilidad acostumbrada.
—Entonces esto— continuó el sevillano, señalando
los faldones de la levita que vestía el diestro—, ¿qué
quié desi?
De estas y otras pullas oyó Mazzantini todos los
días; pero no hizo caso de ellas y continuó vistiendo
como un caballerito elegante, diciendo muchas veces
que para matar toros no era preciso andar de corto,
sino ponerse cerca denlos cuernos.
Tomó la alternativa, y luego de torear cinco corridas en Cádiz y Sevilla, dos de seis toros para él
solo, la afición se desbordó. Y el público sevillano,
después de ver su manera de ceñirse, de cuadrar en la
cabeza de las reses hasta dar con la mano en los rubios y de admirar cómo Frascuelo, el más renombrado matador de Andalucía, arrojaba entusiasmado
al redondel su sombrero y su petaca de oro, diciendo:
"¡Así se mata!", premió al "señorito" con una de las
ovaciones más grandes que han sonado en aquella
plaza.
Mazzantini pronto fué el ídolo en Sevilla. En las
calles, en los paseos y en los teatros se le hacía objeto
de imponentes demostraciones de admiración, y más
de uno rectificó, acercándose al triunfador, el juicio
que de él formara a priori:
374
F R A S C U E L O
—Chóquela, compare. Paresía osté un pipiólo y
es osté un tío.
Un mes más tarde, Luis Mazzantini confirmaba
en Madrid, de manos de Lagartijo, su alternativa
con el mismo ruidoso suceso de Sevilla, y Frascuelo
marchaba a París para tomar parte en una corrida
benéfica.
En la ciudad del Sena, la aristocrática duquesa dfe
Mouchy había organizado un gran festejo "a la española" a favor del Asilo de la Maternidad. Había
de verificarse el día 8 de mayo en el Hipódromo y
desde una semana antes, los preparativos de la marcha no dejaron conciliar el sueño a la cuadrilla, alborozada por la idea de visitar París.
Adquirieron planos de la ciudad, que después de
mucho estudio acabaron por no comprender; atosigaron a los famosos sastres de toreros Ensebio y el
Gallego para que les tuvieran listos los trajes flamantes, y cada uno procuró reunir las mejores prendas, y prepararse apropiadamente para el esperado
viaje. Así, Paco Sánchez adquiría postales de las
artistas del demi-monde teatral "para irlas conociendo" ; el Chuchi pedía prestada una de sus mejores fajas a Rafael Molina, y Currinche, quejDbtuvo^ permiso de su primo Currito para acompañar a Salva375
H E R N A N D E Z - G I R B A L
dor, había aprendido que oui significaba en francés
sí, y mascullaba el vocablo noche y día.
A las cinco y media de una madrugada fría y
desapacible, más de tres mil personas esperaban en
la estación de Orleáns la llegada de los toreros.
Al sentirse el ruido del tren, movióse la muchedumbre expectante, y una salva de aplausos y vivas
sonó en el anden. Entre un griterío ensordecedor, escucharon mil frases distintas.
—Le toreador
—Frascuelo!
—C'est gentil!,
—Fort curíeitx. . . trop original. . .
Allí estaba Frascuelo, en la puerta del vagón con su
traje courte tenue, como decían los parisienses. Sombrero de anchas alas a la cordobesa, una chaquetilla de
astracán con abrazaderas de seda, la faja negra a
medio ocultar bajo el chaleco desabrochado, el pantalón de lana fina y sobre la blanca pechera tres camafeos orlados de esmeraldas.
En cuanto puso el pie en el suelo, un mayordomo
de la duquesa de Mouchy se ofreció a él, acompañándole hasta un elegante carruaje. Salvador, rodeado de un tropel de público que le vitoreaba, subió y
oyó cómo el lacayo decía al cochero:
— A u Grané Hotel.
Partió el coche y pronto se perdió por las avenidas del Quai d'Orsay.
Mientras tanto, el Chuchi, Paco Sánchez, Cu~
376
F R A S C U E L O
rrinche y el resto de la cuadrilla esperabatij con el
bulto de los capotes en el suelo y el lío de las espadas
bajo el brazo, a que alguien se dirigiera a ellos. Las
mil personas que les rodeaban mirábanles curiosas.
—Pero, ¿ande está París?—preguntó Currinche
en cuanto se vió pisando tierra.
—Par don, monsieur—dijo un cochero reverencioso. Y cogiendo los bultos del suelo les indicó con una
seña que le siguieran.
En el coche de alquiler que les conducía al hotel
de la Terrasse, el Chuchi dormitaba apoyado en el
primo de Currito, y Paco Sánchez, dándoselas de
hombre de mundo, se estiraba en el mullido asiento,
dispuesto a no asombrarse por nada. Currinche, queriendo leer todos los letreros de las tiendas que aun
en español no hubiera comprendido, contemplando
embobado los grandes edificios y el gentío madrugador que llenaba las aceras, movió las rodillas del soñoliento Chuchi, insistiendo en su pregunta de antes:
—Pero, ¿ande está París?
Abrió los ojos el picador, y con ínfulas de dómine, le contestó:
—Eres un iznorank. París, pa que te enteres, es
como si dijéramos, una Francia.
—¡Ah!—murmurió Currinche, no muy convencido.
* **
377
H E R N A N D E Z - G I R B A L
París entero vibraba de entusiasmo al solo anuncio de la fiesta española. E l retrato de Salvador vestido d'e luces atraía la atención de los curiosos en los
escaparates de la fotografía Valier; los periódicos
publicaban largas semblanzas del bravo torero, entre
las que destacaba una jnuy graciosa del Gil Blas; los
vendedores callejeros pregonaban a gritos un cuaderno con la biografía del diestro; pegados en los anchos cristales de las brasseries aparecía su efigie, repetida en el programa anunciador; en los puentes de
Arcóle y Solferino se leía en gigantescos rótulos:
SALVADOR SÁNCHEZ, y en los opacos vidrios de las
farolas, en las tablillas de los ómnibus y en los postes del telégrafo, miles d'e carteles, formando la bandera española, decían en letras negras:
COURSES DES T A U R E A U X
FRASCUELO
A L'HIPPODROME
El día antes de la corrida, un gran gentío invadía
las cercanías del Gran Hotel en las primeras horas
de la tarde. E l boulevard de los Italianos, con las
múltiples calles que desembocan en sus anchas aceras,
estaba intransitable.. Los sprgent de ville eran insuficientes para contener a la multitud, y un semicírculo
de landeaus se extendía hasta las embocaduras de las
calles Auber y Scribe.
¿Cuál era el motivo de tanta ansiedad?
Sencillamente, que Le Figuro había insertado
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F R A S C U E L O
aquella mañana en sus populares Hechos la siguiente curiosa nueva:
" E l ilustre Frascuelo, torero español, saldrá esta tarde, a las
cuatro en punto, del Grand Hotel, en que tiene su hospedaje, y
paseará a caballo por los Campos Elíseos, hasta detenerse en
la gran cascada del Bosque de Bolonia."
Efectivamente, allí, en el patio, estaba el caballo
tordo preferido de Frascuelo, trasladado desde sus
cuadras de la calle del Lobo, con gran atalaje de
cuero adornado con incrustaciones de plata, la crin
trenzada con torzales de seda, la silla de gamuza pespunteada y la doble brida de piel descansando sobre el
cuello.
En medio del entusiasmo popular asomó Salvador
a lomos del precioso animal. Vestía el espada pantalón de torzal de seda, cayendo sobre reluciente bota
de charol, chaquetilla de terciopelo color guinda, con
bordados de oro en las hombreras; rodeaba su cintura una faja con los colores nacionales franceses y
en los cierres de la camisa, en el dije del reloj y en
los dedos con que sujetaba las bridas brillaban los
diamantes.
—/Frascuelo!...
¡Frascuelo/...
—¡España!... ¡El traje español!—gritaba el público deslumbrado, pronto a romper en un aplauso.
Y Salvador, con la gallardía de un emperador, se
abrió paso entre la apiñada muchedumbre. ^
Al llegar a uno de los restaurantes al aire libre
que había en la cascada del Bosque de Bolonia, se
379
H E R N A N D E Z - G I R B A L
sentó, pidiendo una botella de champaña, por la que
el dueño no quiso cobrarle nada. Dió cien francos de
propina al mozo, y volviendo a subir en su enjaezado
cordobés, picó espuelas, lanzándose a correr entre el
bosque de plátanos y marronniers, con dirección a los
boulevares...
Aquella misma nodie Le Fígaro—el aristocrático
diario de la calle Drout—decía en su sección de
sport:
" L a corrida de toros que iba a tener lugar en el Hipódromo
de París, ha sido suspendida por la Prefectura del Sena, en
cumplimiento de un acuerdo del consejo de ministros."
París entero quedó desolado ante aquella noticia.
El que no salió de su asombro fué Currinche.
—Habéis visto ustés el mal ange que tienen estos
franceses. M i a si se les ocurre en España hacer esa
sociedá pa que no maten a los toros, ¡nos habían
mafao a nosotros!
Al día siguiente Salvador escribió una nota explicativa al periódico de Madrid L a Nueva Lidia,
que había preparado un número en francés y en español, conmemorando las fiestas de París, Decía así:
"Señor Director: Su periódico me proporciona el
placer de decir lo que en este momento siento respecto
a la corrida que ya no tendrá lugar en París,
Vivo sentimiento he experimentado por esta determinación del Gobierno de la República, pues yo
me proponía usar puyas poco penetrantes y banderi380
F R A S C U E L O
lias al estilo de las que se clavan en Portugal. En
cuanto a la suprema suerte, yo creo que al ver el
público de París caer un animal feroz en toda su pujanza a los pies dé un hombre sin más defensa que
su habilidad, hubiera entusiasmado a los espectadores.
Pensaba también que hubiese podido hacer alarde
frente a la curiosidad de los parisienses de todo
aquello fino, genial y gracioso que el arte taurino ha
experimentado frente a la cara de los toros. Las
largas a punta de capote, las palmadas en el testuz,
las medias verónicas en firme, los quiebros a pie y
en la silla; yo creo que todo eso hubiera sido de su
mayor complacencia.
¿Qué podía temer, por tanto, de todo esto la
humanidad, la caridad misma, la filantropía y muy
principalmente la Sociedad Protectora de Animales?
Crea usted, señor director, que he sentido por los.
pobres que la corrida no se haya verificado y que siempre me hallo dispuesto a ir a París cuando a ello se
me invite.
En cuanto a mis ideas políticas, de las cuales áe
han ocupado varios periódicos franceses, me atreveré a decir que sus apreciaciones son inexactas. No
me ocupo jamás de política; soy exclusivamente un
modesto artista que expone, es cierto, todos los días,
su vida para buscar un porvenir a sus hijos; pero
bien entendido que de todos esos peligros me hallo
con usura compensado por los aplausos con que el
público premia mi trabajo.
381
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
Salude usted, finalmente, en mi nombre a ese
pueblo francés tan caritativo, tan generoso, tan noble, y al cual yo estimo tanto."
* **
Al llegar la segunda temporada del año 1884, y
cumpliéndose la fecha del voluntario alejamiento que
Frascitelo se había impuesto, aceptó la contrata para
Madrid, merced a las instancias reiteradas de la
empresa, que era eco fiel d^ todos los« aficionados.
Antes de marchar a Jerez, donde había de torear,
Salvador, previa extensa conferencia con don Rafael
Menéndez de la Vega y don Fernando García, firmó
su escritura para alternar con Lagartijo y Gallito en
la próxima temporada.
El contrato constaba de once pliegos y en él se estipulaba que Frascuelo cobraría por cada corrida la
cantidad de 16.000 reales—mil menos que Lagartijo—
y una regalía al terminar la temporada de 10.000.
Para solemnizar sin duda la escritura de Salvador, dispuso la empresa una corrida extraordinaria
con toros de Miura y en la que alternaron los dos
espadas famosos.
Al ver ,juntos nuevamente en el ruedo madrileño
a Frascuelo y a Lagartijo, la plaza se llenó, y en el
palco 37 apareció un letrero que decía:
Q U E NO S E V A Y A N N U N C A L A G A R T I J O
Y F R A S C U E L O Y SUS CUADRILLAS
382
F R A S C U E L O
El ganado fué detestable. Al primer toro, que
-era muy blando, Salvador le trasteó ceñido y con
lucimiento. Citó a recibir y la res acudió holgadamente. Paró el espada de modo admirable y consumó la suerte como pocas veces lo habia hecho.
Aplausos frenéticos, sombreros, cigarros y mil
voces gritando:
—No te vayas, Salvador.
—Eres el único.
-Volvió otra vez la popularidad estruendosa, y la
temporada de 1885 fué una de las más brillantes de
Frascuelo.
La afición se agitó febril, subiéronse los precios
<ie las localidades, una nueva generación de imberbes mozalbetes llenó palcos, andanadas, gradas y tendidos; las corridas constituyeron una j-u¡erga dominguera; hubo toilettes adecuadas al espectáculo—ancho pavero, americana corta y gemelos colgados del
hombro con una correa—; creció el ruido, la animación, la alegría, y los aficionados viejos acudieron
a presenciar, vibrantes de entusiasmo, la esperada
lucha de los dos colosos.
Amigos y adversarios unieron sus aplausos para
premiar con ellos la verdad del toreo que Salvador
realizaba.
Su constitución de acero, su vista de lince y su
arrojo sin limites le llevaron siempre al sitio de peligro, y donde un com'pañero se vió expuesto a pe383
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
recer bajo la fiereza de los toros, allí acudió, salvándole con la exposición de su propia vida.
Esperó con valentía en la suerte de recibir; ejecutó el volapié con los toros que se acostaban en las
tablas con la verdad que lo hacía el Tato; tomó intrépidamente el terreno contrario cuando la difícil
colocación de los toros lo exigía; pasó con muleta
corta magistralmente en diferentes ocasiones; llegó
siempre con la mano , al morrillo y en las veintitrés,
corridas en que tomó parte, alcanzó otros tantos resonantes triunfos.
Y es que cuatro años toreando fuera de Madrid,
lejos de apasionamientos sistemáticos, obraron el
milagro de restablecer en aquel temperamento desquiciado el necesario equilibrio. Sólo él sabía a costa
de cuántos esfuerzos logró dominar con energía las
recias explosiones de su carácter.
Dos veces más rasgaron su carne los cuernos de
los toros; dos heridas graves en el muslo derecho,,
recibidas una en Granada y otra en Nimes, le hicieron perder bastantes corridas aquella temporada.
En tanto, surgió la nueva revelación taurina, el
torero que habría de arrinconar, según los que le
vieron a los maestros de entonces, el mocito andaluz,
que levantó en Sevilla el más frenético entusiasmo-r
Manuel García el Espartero.
384
F R A S C U E L O
—Yo le he visto—decía un entusiasta a grito destemplado en el Imperial—colocarse en los terrenos
que nadie pisa; apoderarse de una res con dos muletazos, debido al castigo de su flámula; pasar más
corto y más derecho que nadie, comerle al toro su
terreno y acosarle con la mano izquierda hasta lograr
que se arranque; tirarse más en corto que ninguno.y...,
en fin, ¡la locura y el desiderátum!
—Pues ná, ya lo saben ustés—le contestaba otro
burlón—, que se retiren Rafael y Salvador; que
Ourrito y Cara-ancha se dediquen a vender esparto;
que Mazzantini debute en el Real y que el Gallo se
corte los espolones, porque en cuanto venga el Espartero van a quedar hechos polvo.
Al ver aquellos entusiasmos prematuros, cuando
en política se agitaba la cuestión de Las Carolinas
y se intentaba construir por suscripción nacional un
barco que habría de llamarse Patria, dijo Lagartijo:
—Si los sevillanos pudieran hacer un matador de
toros por suscripción, se iba a juntar más dinero
que pa el Patria.
Y llevaba razón.
* * >ií
Al terminar la temporada de 1885, en el mes de
noviembre se habló insistentemente de la retirada de
Pablo Herráiz. Varios aficionados quisieron informarse y le interrogaron sobre la verdad del rumor.
—Es cierto—contestó—. Ya hace tiempo que lo
385
25
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
tenía pensao; pero quiero tanto a Salvador, que voy
a ver si tiro otra temporada más a su lado, y el año
que viene me retiro a descansar. ¡Son ya muchos
años y mucho ajetreo! Además, estas piernas, que ya
no responden. ¡Si pudiera comprarme otras!
Sus propósitos no se cumplieron.
Un mes después cayó enfermo y en los primeros
días de 1886 su existencia se apagó.
Bajo un sol amarillo de invierno, su entierro, presidido por Frascuelo, subió por la calle de San Bernardo hacia la plaza de Santo Domingo. Un nutrido
acompañamiento de toreros siguió al cadáver.
Al caer sobre la caja las primeras paletadas de
tierra, Frascuelo no pudo contener sus lágrimas. Y
recostando emocionado la cabeza sobre el hombro
de Juan Mota, murmuró:
—¡Pobre Pahlito! ¡No encontraré otro como él!
Al empezar la temporada, Salvador, queriendo
rendir un tributo a la memoria del que fué su peón
de confianza, apareció en el redondel con una faja
negra.
—Los pliegues de esta seda—dijo—, más que la
cintura, me llegan a apretar el corazón.
386
F R A S C U E L O
XXII
Como en la nueva temporada de 1886 Lagartijo
no quiso aceptar la contrata para Madrid, y sólo se
presentó en Aran juez con su banderillero Guerrita,
tomando parte en dos corridas, la primera de las cuales le valió un triunfo apoteósico, Frascuelo quedó
solo en el ruedo madrileño, alternando con Cara-ancha y Mazzantini, ya convertido en uno de los favoritos de la afición.
Encumbrado el diestro de Elgóibar, y ya Rafael
y Salvador en los primeros pasos de su decadencia, el
público comenzó a mimar a Guerrita, y el joven ban»
derillero caminó hacia la alternativa, que había de
tomar al terminar la temporada de 1887, entre simpatías, aplausos y halagos. La afición le eligió como único heredero del arte de Lagartijo, y éste vió en él el
continuador de sus triunfos, el representante genuino
-de su toreo, el idealizador fufuro de su escuela.
Rafael Molina renacería en Guerrita, seguro de
que sus glorias envolverían a los dos nombres en
aclamación común.
387
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
Lagartijo ya tenía un hijo en el toreo. Era necesario que Frascuelo también lo tuviese, y surgió Rafael Sáncíhez el Bebé, un mocito cordobés de cara
aniñada—motivo de su apodo—, complexión robusta
y gallarda figura, que se presentó en la Plaza del
Puente de Vallecas con la cuadrilla de Dolores Sánchez la Fragosa; pasó después como banderillero a
las del Gallo y Lagartijo, y alcanzó en el ruedo madrileño, junto con su paisano Guerrita, un gran triunfo en la corrida del 12 de mayo de 1887. Su nombre
sonó insistente entre los aficionados, aplaudióse con
entusiasmo su actuación, y el Bebe fué una esperanza, una gloria del porvenir, un ídolo más en los partidarios del Califa
Arrojado hasta el exceso, valiente hasta la temeridad, se fusionaban en él la seriedad del matador dé
toros y la elegancia del lidiador; era Churriana y
Córdoba formando cuerpo común; Lagartijo y Frascuelo en una pieza.
Salvador le vió, y poco tiempo después corrió
una noticia que sembró la indignación entre los fanáticos lagartijistas: el Bebe ingresaba en la cuadrilla del Negro
¡Un cordobés a las órdenes del granadino! ¡Rafael V, como le bautizó Sobaquillo, abdicando de la
dinastía del Califa! ¡Aquello era una traición a la sierra, a las ermitas y a los naranjales!
Y para colmo de los de Rafael, el Bebe fué ungido en Valencia con el sobrenombre de Sánchez I L
388
F R A S C U E L O
¡Ya tenía Frascuelo un hijo taurino que le sucediera en la plaza, recogiendo su herencia de matador
de toros, hasta entonces juzgada intransmisible!
Muy pronto Rafael Sánchez comenzó a estoquear
alternando con su matador, y los frascuelistas le erigieron en ídolo, al igual que los largartijistas lo habían hecho con Guerrita.
Y Salvador, loco de entusiasmo con su discípulo,
puso todo el empeño en ahorrarle las fatigas y las vicisitudes del rudo aprendizaje.
Desde que ingresó en la cuadrilla, se convirtió
en el niño mimado del espada. E l hombre que chillaba
a todos, el que reñía siin ton ni son, el que hacía moverse a los peones con timideces de principiantes, el
inaguantable en la arena, sufrió un cambio completo
desde la presencia del joVen cordobés.
Mientras veteranos como el Ostión y el Pulguita
acechaban siempre al matador y toreaban en constante zozobra, desconfiando de dar cumplimiento exacto
a las órdenes de Frascuelo, el Bebe tenía carta blanca
para hacer lo que se le antojase. Se niovía en la plaza
como en país conquistado, ostentando los atrevimientos que más violentaban a Salvador, y éste, lejos de
censurar sus libertades, le contemplaba con ojos húmedos y cara risueña, atontado, embelesado, cayéndosele la baba.
—No le hay ni más valiente ni más torero—decía
en todas partes.
Los periódicos taurinos dedicaron al Beh? incon389
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
tabks caricaturas. E n una de ellas se veía a Salvador
acunándole en su regazo, y debajo:
Este diestro Salvador,
por el nombre y por los hechos,
os presenta al sucesor
que cría, con grato amor
a sus pechos.
E l viejo y el mozalbete
son verdaderos tesoros
en el arte de Pepete,
y ambos hacen de los toros...
un juguete.
Aquel mismo año la desdichada empresa de la
Plaza de Madrid, Menéndez de la Vega, hizo transferencia de todos sus derechos a la de Romero y Flores, personalidad oficial tras la que se escondía el
nombre del espada Luis Mazzantini, por la cantidad
de 125.000 pesetas.
* **
El 17 de mayo de 1887, Frascuelo recibió en Barcelona una grave cogida por el toro Galeote, d'e la
. ganadería de Zapata. La fuerte naturaleza de Salvador resistió brava, y nueve días después salió a
matar en la Plaza de Madrid como único espada
seis toros de Veragua
Con aquella corrida escribió el Negro la página
390
F R A S C U E L O
más brillante de su historia, alcanzando la cumbre
altísima de la codiciada glorificación taurina. Demostró un conocimiento tan profundo del arte de
torear y de las condiciones del ganado, que jamás
lidiador ninguno de los del siglo xix consiguió triunfo igual.
La corrida empezó a las cinco menos veinte y
terminó a las seis y cuarto. Durante todo este tiempo
los aplausos no cesaron un momento. Encadenáronse
las ovaciones, el público enronqueció a fuerza de entusiasmo, y ante los atónitos ojos de los trece mil
espectadores, que nunca habían presenciado cosa
igual, Frascuelo hizo recordar los buenos tiempos de
Francisco Montes.
La maestría portentosa del granadino no decayó
un solo instante y en él se vieron reunidas todas las
condiciones de un torero y un matador consumado.
De los seis toros, sólo el primero necesitó puntilla. Los cinco restantes salieron muertos de la mano
del Negro, cayendo a plomo, como caen los toros
cuando se fhiere alto y hondo.
Ejecutó las suertes de recibir, arrancar, a volapié
y a un tiempo de forma magistral, como el arte manda ; toreó- con un desahogo admirable, enfilándose en
la misma cuna, haciendo que los toros se comieran la
muleta, a fuerza de acogotarlos con ella, para obligarlos a descubrir la cerviz; arrancó derecho como
una bala, reuniéndose en el embroque hasta el punto de formar con los toros una masa compacta, forzándoles a que hicieran lo demás; y, en fin, todas las
391
F.
H E R N A N D E Z
- G I R B A L
faenas de Salvador fueron, en el detalle y en el conjunto, algo extraordinario nunca visto, algo que en
la historia d'el toreo había de quedar, para no borrarse
jamás.
No sólo el éxito fué para Salvador, sino que se
hizo extensivo a la cuadrilla. Bregaron todos con
acierto y hubo ovaciones entusiastas para Pulguita,
Ostión y el Bebe, que lució como magnífico banderillero en los toros segundo y quinto.
Al acabar la corrida, Frascuelo fué llevado en
hombros hasta el coche, y un tropel de admiradores
llegó vitoreándole hasta cerca de la Puerta de Alcalá.
Don José Sánchez de Neyra exclamó al salir de la
Plaza, convulso y enardecido :
—Tengo sesenta y cuatro años y llevo cuarenta y
ocho viendo toros; pero lo que Salvador ha hecho
esta tarde es un prodigio que yo no había visto hasta
ahora. Estoy admirado. Frascuelo me ha quitado
treinta años de encima.
—Estaba Salvador en una actitud, que ya puesto
a matar toros, hubiera despachado toda una torada
—dijo un lagartijista, rindiéndose a la maestría del
Negro.
El que enloqueció de gozo fué el anciano banderillero Juan Mota. Con lágrimas en los ojos, trémulo y
balbuciente, recibió felicitaciones y abrazos de los
antiguos aficionados que le rindieron así un homenaje
3e simpatía, como partícipe de la gloria del torero.
—¡No hay otro en el mundo!—decía, limpiándose
392
F R A S C U E L O
los ojos—. ¡No hay otro en el mundo! E l día que
muera han de oírse rechinar las ruedas y doblarse el
eje del carro que transporte corazón tan grande 1
La prensa fué unánime en los elogios y en reconocer que aquella tarde quedaría grabada con letras
de oro en la historia del toreo.
E l Imparcial decía al terminar la reseña:
Echoste esos sinco,
señó Salvaor,
que estaste mu guapo
y mu mataor.
Frascuelo dejó dte ser el matador de toros discutible. Ya hasta los lagartijistas más encarnizados lo
reconocieron así, sin dudas ni discusiones, y desde
entonces se le respetó aplaudiéndose como merecía su
trabajo en la plaza.
Así llegó Salvador, por la fuerza de su voluntad
nunca humillada, a la cumbre del toreo, a la meta de
su profesión, a la altura que muy pocos alcanzaron.
Y llegó a calmar sus ansias d'e gloria cuando ya
sus piernas comenzaban a debilitarse y el cabello, antes negro, se tornaba gris.
Una mañana quedó mirándose frente al espejo.
Las canas llenaban su cabeza; las mejillas, morenas,
estaban secas, pegadas a los huesos; la boca, ele labios
gruesos, aun tenía un gesto fiero; en los ojos diminutos se conservaba inextinta la llama voraz^ del valor, y el ceño arrugado, viril, pregonaba energía.
393
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
—Un par de temporadas más, y me retiro—pensó—. ¡Cuarenta y seis años pesan ya mucho!... ¡Y
veinte de alternativa, más!
Exactamente, veinte años hacía aquél, que Ciichares le hiciera matador,
¡Veinte años jugándose la vida día tras día!
¡Veinte años hasta conseguir lo deseado en los tiempos de muchacho! ¡Veinte años contemplando frente
a frente la cabeza de los toros en la hora suprema de
morir o vencer!
—¡Cuarenta y seis años y diez y siete cornadas
pesan mucho!—repitió—. ¡ E l Bebe continuará mis
glorias!...
* **
En el mes de noviembre, la sociedad filantrópica
El Gran Pensamiento organizó una corrida de toros
benéfica para el día 6, y en seguida pensóse en Frascuelo, colaborador entusiasta en esta clase de fiestas.
Decidió la comisión verle inmediatamente, y hubo
de ir al pueblo de Moralzarzal, donde Salvador invernaba con su familia. Al proponerle que tomara parte
en la corrida, se disculpó:
—Yo agradecería que pensasen ustedes en otro
torero. Yo he terminado bien, gracias a Dios, la temporada con setenta y seis corridas, y, la verdad, necesito descansar.
Insistieron los comisionados, tocaron certeramente en el corazón del torero, ponderándole la obra ca394
F R A S C U E L O
rítativa de la asociación, y Salvador dió su consentimiento.
El dia antes hubo de suspenderse la corrida, por
no haberse recaudado lo suficiente para pagar los
gastos, y reunidos los acreedores, acordaron llevarla
a cabo el 13, para ver de perder ío menos posible.
Como Mazzantini, que había de alternar con
Frascuelo, había tenido que marchar a Méjico, un
nuevo ruego convenció a Salvador para que autorizase al Bebe a matar los dos últimos toros.
Tres días antes llegó Frascuelo a Madrid, acompañado de su familia, con la intención dfe emprender
el lunes su viaje anual a los baños de Fitero, y al llegar el domingo, durmió, según su costumbre, hasta las
doce; comió unas chuletas de cordero, que era su
plato favorito, y a las dos comenzó a vestirse.
Salió el primer toro, de la ganadería de don Antonio Hernández. Llevaba por nombre Peluquero, y
era negro, zaino, de libras y cornivuelto. Llegó a la
hora de matar bravo y noble, y Frascuelo, vestido de
esmeralda y oro, comenzó la faena con dos naturales,
que fueron acogidos con palmas; siguió con tres más,
llevando empapado a Peluquero; cuatro por alto, dos
cambiados y uno ayudado, soberbios todos.
Igualó el toro, y cuando Salvador, a dos pasos
de la cuna, se disponía a arrancarse, aquél se tapó.
El matador quiso levantarle la cabeza con el trapo,
ayudándole con el estoque, y no bien mició el^ movimiento, el toro se arrancó con velocidad. Privando
395
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
a FrascUélo de toda acción para evitar la acometida,
que hubiera sido imposible en aquel palmo de terreno,
le empitonó por el lado izquierdo áú vientre. Se contrajo en un gesto de supremo dolor la xara del espada, y cuando logró levantarse, volvió a coger estoque
y muleta, y después de igualar, se volcó sobre el morrillo con una estocada hasta los gavilanes, contraria
de puro atracarse.
Luego de aquel esfuerzo sobrehumano, Salvador
vaciló llevándose las manos al sitio de la herida. Próximo a caer desmayado, fué atendido por su hermano
Paco y algunos diestros que le llevaron a la enfermerk.
Y mientras en la plaza sonaba una ovación imponente en su honor y muchos espectadores abandonaban emocionados las localidades, Frascuelo, lívido,
descansaba sobre la mesa de operaciones, paseando
su mirada por los rostros de Badila, Pulguita y Ostión, que le rodeaban mirándole entristecidos.
Cuando el doctor Pérez Obón entró en la enfermería creyó que Salvador estaba muerto. Exploró la
herida y vió que desde la parte inferior del vientre
la punta del cuerno había llegado hasta la octava costilla, fracturando ésta y dos más.
¡Sólo un hombre como Frascuelo era capaz de
matar clavando una estocada contraria con tres costillas rotas y odio centímetros de asta dentro del
cuerpo!
El Ostión, apenado al ver la palidez de su matador, le ofreció un vaso de agua con limpn.
396
F R A S C U E L O
—Eso es pa los miedosos—dijo Salvador rechazándolo—. ¡Venga un cigarro!
Buscaron los toreros en sus bolsillos, y Pulg-uita
se lo dió.
—Lumbre—pidió el herido.
Y fumando aprisa, sin contraer un solo músculo,
resistió valientemente la primera cura.
En seguida se dispuso una camilla para trasladar
al torero a su domicilio de la plaza de Santo Domingo.
La familia, ya prevenida de la desgracia, llamó
al doctor Alcaide de la Peña, y mientras llegabar
atendieron a Salvador metiéndole en la cama con todo cuidado. Sobre una silla quedó el traje de luces,,
manchado de sangre reciente.
Pronto penetraron en la sala el Ostión, Pulguita
y el Bebe, aun vestidos de toreros, al hombro los capotes de paseo y en los rostros un gesto de pena. E n traron en la alcoba silenciosos y quedaron contemplando el rostro moreno del matador, que era una
mancha oscura sobre la almohada.
Salvador les saludó, y como el Ostión se condoliera de la cogida, interrumpió:
—Los toros dan esto, porque no pueden dar otra
cosa. Si dieran caramelos, daría gusto torear. Pa evitar verse así no hay más que dos cosas: huir o cortarse la coleta.
Luego de una pausa, comentó la cogida con adL
mirable serenidad:
—No me había tocao en toda la temporada un
397
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H E R N A N D E Z - G I R B A L
toro más bravo y más noble que éste. Le toreé a placer, y cuando le vi cuadrado quise meterle el pie a
favor de obra, porque yo daba la espalda a los chiqueros. Entonces se tapó; quise levantarle la cabeza,
y como se conoce que hoy había en Madrid una teja
que se le había de caer a alguien la cabeza, me cayó
a mí. No ha pasao más.
Los banderilleros le escucharon silenciosos, sin
atreverse a despegar los labios, temiendo cometer una
imprudencia. Conocían de sobra a su matador y sabían a qué atenerse sobre aquella tranquilidad fingida.
Despidiéronse el Ostión, P-idguita y Frutos, después de estrecharle la mano, y quedó solo en el cuarto
el Bebé.
Inclinó Salvador la cabeza haciendo un ligero
gesto de dolor, y Rafael cogió las manos recias del
maestro entre las suyas.
La luz de una lámpara que ardía en el gabinete
contiguo dejaba la alcoba en una semioscuridad lúgubre. Sobre el traje de luces del muchacho se quebraban los resplandores de la bujía cercana, produciendo un cabrilleo de fuego fátuo que llenaba la alcoba de violáceos fulgores, y el lujoso capote de paseo, colgante dél brazo, arrastraba por el suelo sus
pliegues recamados.
Los ojos del mozo quedaron fijos en el rostro
curtido del matador.
—Esta mañana vinieron a pedirme permiso pa que
torearas este invierno en novilladas—murmuró Fras398
F R A S C U E L O
€uelo con voz enronquecida, acariciando con su mano
la del joven—, pero yo se lo negué. " E l Bebe—les
dije—no mata toros mientras no esté yo a su lado en
la plaza. No quiero* que se vicie y pueda adquirir
resabios."
Hizo una pausa y continuó:
— Y es que yo pienso, Rafael, torear el año que
viene por última vez, y darte la alternativa en la corrida de mi despedida.
Dejó de hablar fatigado y cayó en un gran sopor.
Su respiración se hizo agitada y el rostro moreno brilló sudoroso.
E l Bebe estuvo un rato mirando a Salvador sin
pronunciar palabra, y apretando la mano derecha del
herido, salió de la alcoba con los ojos húmedos, temblando su cuerpo de emoción.
Al entrar en la sala, advirtieron los amigos del
espada que el Bébe cojeaba. Y entonces recordaron
que aquella tarde el mozo cordobés también había sufrido una cogida.
Viendo las lágrimas del muchacho, fijándose en
los sufrimientos que su entereza quería disimular, algunos se brindaron a acompañarle hasta su casa, recomendándole que se acostara.
E l Bebé se negó y salió andando trabajosamente.
Los doctores Alcaide de la Peña y Pérez Obón
procedieron al examen de la herida, poniendo a prueba el valor de Frascuelo.
399
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El agujero de la cornada tenía una circunferencia algo mayor que la de un duro y no dejaba ver
ni una sola gota de sangre.
El doctor Alcaide introdujo el dedo índice por la
boca sangrienta para comprobar su extensión, y el
dedo desapareció en seguida. Hubo necesidad de empujar el agujero, levantándolo hacia adelante, para tocar el límite de la cornada.
Salvador, apretando los dientes, no exhaló una
queja. Sólo dijo al médico, saltándosele las lágrimas
de dolor:
—Me hace más daño su dedo que el cuerno de Pe-
luquero.
Y al terminar, después de lanzar un suspiro profundo, comentó:
— L a corná me tiene sin cuidao. Lo que me mata
es este dolor de costillas. Yo creo que las tengo rotas
todas. Cuando el toro me enganchó, sentí que el cuerno me llegaba hasta la garganta. Luego, al entrar a
matar casi ahogándome, creí quedar muerto entre
las astas. ¡No hubiera sentido más que dejar vivo a
aquel ladrón! T
Al poco tiempo, el Bebe, ya vestido de calle, entró en la casa de Frascuelo, arrastrando con trabajo
su pierna herida.
Y la cabecera de su maestro pasó toda la noche.
Como diez años antes, cuando Salvador sufriera
la cornada dfel toro Guindaleto, la admiración popular
siguió con interés el curso de la curación.
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F R A S C U E L O
Publicaron los periódicos largas reseñas, situáronse en el portal de la casa varias parejas de Orden
Público para contener a los curiosos; exhibióse la cabeza disecada del toro Peluquero, que luego adquirió
uno de los hijos del marqués de Villamejor; en las
cajas de cerillas se publicaron grabados representando
la cogida; más de quinientos telegramas llegaron a
casa del espada, y al enviar la familia real un recado
interesándose por el torero, Frascuelo contestó:
—'Dígales que muchas gracias y que estoy mejor.
¡Contestación digna de un soberano!
Las listas colocadas en el portal llenáronse rápidamente. Allí firmaron los duques de Veragua y de
los Castillejos, los marqueses de Alcañices y de Santa Marta, los condes de Heredia-Spinola y de la Patilla, los generales Pavía y López Domínguez y los
señores Cávia, Ducazcal, Julio Ruiz, Mesejo, Estrañí
y otros muchos, no faltando frases que rebosaban
admiración y afecto, como aquella que escribió un
hombre del pueblo:
"¡Ole por los toreros valientes! Un lagartijista."
En los primeros momentos, Salvador tuvo alternativas que llenaron de angustia a todos. Los dolores
intensos que sufría en los accesos de tos adquirieron
proporciones tales, que hubo de recurrirse a inyecciones de morfina para calmarle.
_La gravedad de la herida residía principalmente
en la triple fractura y en el traumatismo que interiormente podía haber producido.
401
26
H E R N A N D E Z - G I R B A L
Una cantidad de sanguijuelas que al día siguiente
le aplicaron en las costillas le proporcionó considerable alivio y uno de los peores ratos de su curación.
Ante la vista de los repulsivos bichos tembló como un niño, y al saber que habían de aplicarle veinticuatro, casi se le saltaron las lágrimas.
—¡ Por Dios !—decía suplicante—. Abranme el
cuerpo con un bisturí, métanme el cuchillo por donde
quieran, pero no me pongan sanguijuelas.
La cuadrilla no se separó un momento de la cama
del matador. Allí estuvieron Ostión, Pulguita, Frutos, el Jaro, Chuchi, Cirilo y Matacán, relevándose
constantemente.
La conducta observada por el Bebé demostró el
agradecimiento y el cariño del más joven de la cuadrilla para con su maestro. E l bárbaro varetazo y
las contusiones que le produjo el cuarto toro no hicieron huella alguna en su voluntad, y pasó días enteros en la habitación de Frascuelo.
Desde últimos de mes comenzó la mejoría, y al
conocerse la noticia de que Salvador podría volver
pronto a torear, muchos amigos y admiradores acudieron a su casa para felicitarle.
A la cara niñada del Bebe volvió la alegría, y una
mañana que ayudaba a levantarse a Salvador le preguntó sonriente:
—¿Cuántas cogidas ha tenido usté, maestro?
—Con ésta, diez y ocho, Rafael. Diez y ocho cicatrices que, según dice mi amigo Peña y Goñi, son
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F R A S CU E LO
diez y ocho condecoraciones de valor! ¡Lo que no
sé es cómo no me he quedao en una!
Efectivamente, el cuerpo de Frascuelo era una criba. Una criba y un barómetro. Tenía cicatrices que le
anunciaban el tiempo con odio días de anticipación;
una con veinticuatro horas y otra que marcaba lluvia
horas antes de empezar el chaparrón.
Alguna vez ocurrió estar luciendo un sol espléndido, y al vestirse para ir a la plaza, ya puestas las
zapatillas, las medias y el calzón, decir de pronto a sü
mozo de espadas, haciendo una mueca:
—Quítame los calzones y saca el traje de lluvia.
—¿El de lluvia?—preguntaba asombrado.
—Sí. E l grana y oro pasado por agua. Y di a esos
que no se pongan vestidos de luces.
No le fallaba nunca. Al tercer toro llovía.
403
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A U
XXIII
En el mes de junio del año siguiente murió Sebastiana Povedano. Después de una noche larga y
angustiosa, cuando las sombras comenzaban a borrarse y el ci'elo se iba llenando de una claridad esmerilada, la sufrida mujer cesó de respirar, Salvador^
sujetando entre sus brazos la cabeza querida, sintió
por segunda vez doblegarse su entereza y su valor.
Y lloró como un niño.
En el altarcito que a la pobre vieja le sirviera
para rezar por él los días de corrida, oró el torero
con los ojos llenos de lágrimas.
Frascuelo hizo a su madre unos funerales casi
regios. E l féretro fué bajado hasta el portal a hom-
bros de los banderilleros Ostión, Pulguita, Ojitos y
el picador Cirilo Martín; los toreros más célebres,
rigurosamente enlutados, figuraron en el acompañamiento y a ellos siguieron más de ciento cincuenta coches y una multitud de aficionados. Silenciosos desfilaron por las calles, y al desaparecer el sol
sobre un cielo luminoso de primavera; desapareció
también bajo la tierra el cuerpo de Sebastiana Povedano.
404
F R A S C U E L O
Dos días después fué domingo. La misma muchedumbre que acompañó al entierro asistió a la corrida.
Calle de Alcalá arriba subió un enjambre interminable de coches. Voces, animación, ruido de cascabeles y chasquidos de látigo. Y en los carteles, el
nombre de Frascuelo.
Al aparecer en el ruedo al frente de su cuadrilla,
vestido de negro, una estruendosa salva de aplausos
le saludó. E l , serio, con el pensamiento puesto aún
en la que se fué para siempre, cambió el capote de
lujo por el de brega. Sonó el clarín, se abrió el chiquero, y el primer toro pisó la arena...
* **
El 5 de agosto se recibió en Madrid desde Cartagena un telegrama de Frascuelo, que decía:
"Bebe, cornada grande."
—^•¡Cornada grande!—dijeron los aficionados—.
Cuando Salvador, que a todas las heridas las llama
puntazos, la califica así, tiene que haber sido algo
tremendo.
Fué en el quinto toro, llamado Simbareto. E l
Bebe vestía un temo azul con cordonadura negra,
combinación que, según el Espartero, "toreaba sola" ;
Frascuelo hubo de retirarse a los estoques por resentirse de una herida en la muñeca, y el mozo cordobés, queriendo animar la fiesta, intentó el quiebro.
Se hincó de rodillas, citó al toro, que acudió bravo,
405
F.
H E R N A N
D E Z - G I R B
A L
no le dió suficiente salida y fué enganchado por la
pierna izquierda. Sonó en la plaza un grito desgarrador, Frascuelo volvió la cabeza y el Bebe quedó en
la arena, como un muñeco de trapo, mostrando la
horrible boca de la cornada, por la que la sangre manaba a borbotones, empapando la arena.
En la enfermería logró contenerse la hemorragia
mediante la compresión de la femoral, y rápidamente
el herido fué trasladado al Hospital de Caridad.
Y allí quedaron segados en flor los sueños de herencia frciiscuelista locamente abrigados durante un
año por los partidarios del torero granadino.
Rafael Sánchez empeoró; hubo un vendaje funesto ; luego, manchas violáceas en el pie y la pierna;
después, frío, falta de circulación, y al fin, la amputación.
De aquellos veinte años, de aquellas esperanzas
locas de triunfar, de aquellos halagos, de aquel porvenir espléndido, quedó un torero inválido, un despojo triste.
E l Bebe había muerto para el arte.
Y Frascuelo, el padre taurino, lo perdió todo.
La fatalidad se interpuso otra vez en su camino, deshaciendo en un minuto todos los proyectos, todas
las aspiraciones.
Ya no más lucha.
Guerrita seguía, entre ovaciones, su carrera por
todos los circos de España. Lagartijo resucitaba en
él. La herencia estaba transmitida. La filiación era un
hecho.
406
F R A S C U E L O
En Frascuelo no resucitaría nadie. La suerte,
siempre favorable para su rival, le castigó otra vez,
destruyendo, con la desaparición del mozo cordobés,
los gérmenes de toda esperanza.
Salvador quedaría solo, completamente solo, incopiable, columna aislada de la tauromaquia, donde
la verdad en el arte de matar toros tenía su último
• refugio...
El 11 de noviembre se celebró en Madrid una
corrida a beneficio del Behe-. Torearon Lagartijo,
Frascuelo y Guerrita. Y el torero inválido salió a la
arena recorriendo el anillo montado en un coche
descubierto.
El público le aplaudió, y los frascuelistas de corazón lloraron.
* **
Luego de la muerte de su madre y de la desgracia
del Bebe, Salvador aumentó las asperezas y las brusquedades de su carácter. Se pasaba las horas enteras
sin despegar los labios, y en su casa, durante las horas de la comida, sólo Elisa, Manuela y Antonio conseguían arrancarle alguna palabra.
Su esterilidad taurina le apretaba como una garra
en lo más sensible del corazón. Cada vez que se enceraba de un triunfo de Guerrita, mordíase los labios rabioso. ¿Por qué el Behe cayó ante los cuernos
del toro Simharetof E l hubiera sido el digno conti407
H E R N A N D E Z - G I R B A L
nuad'or de sus glorias, el retoño robusto y enérgico
de sus laureles.
Comenzaba ya la decadencia; se sentía viejo, sin
ilusiones y sin estímulo; otros toreros atraían la
atención del público, y pensando que Lagartijo tendría que buscar ya pronto la tranquilidad de Córdoba, él comenzó a acariciar la idea de retirarse a su
finca de Torrelodones. Los años habían mermado sus
poderosas facultades y era ya mucho batallar y mucha
inquietud. Veintisiete años de riesgos. Cuarenta y
cinco de edad y diez y ocho cornadas demandaban
un reposo.
Pero él no quería ser vilipendiado en el ocaso de
su vida por los mismos que le habían encumbrado;
él quería una retirada a tiempo. Una retirada digna,
seria, a tono con su vida triunfal de lidiador.
' Y luego de algunas noches agitadas en las que sobre su almohada surgieron de los recuerdos las
jornadas gloriosas, decidió poner fin a su historia
torera.
La primera que lo supo fué Manolita, que acogió
la noticia llorando de alegría. Después les fué comunicada a la cuadrilla, a Peña y Goñi, al valenciano
Vicente Andrés y a todos los íntimos.
—Haces bien, Salvador—le dijo Mota,—. Has conseguido todo cuanto podías soñar: gloria y fortuna.
El público te despedirá dignamente y te recordará
después con cariño.
Pronto rodó por los periódicos el rumor sensacional.
408
F R A S C U E L O
"Frascuelo se retira".
Esta frase corrió Madrid de punta a punta. Y
sonó al mismo tiempo en los patios de vecindad y en
los salones aristocráticos; en las tabernas y en los
casinos. A los pocos días la repitió toda España.
El público esperaba la corrida de despedida al
final de la temporada de 1889, Pero ésta terminó y la
retirada no tuvo efecto.
Frascuelo reunió un día en su casa a toda la cuadrilla, y después de dirigirles algunas frases cariñosas y emocionadas, anunció su propósito inquebrantable de retirarse en una de las primeras corridas del
año próximo.
—Desde este momento quedáis libres de contrataros, aunque el día de mi despedida formaré la cuadrilla con vosotros, si tenéis gusto en ello.
Los banderilleros y picadores fueron distribuyéndose con diferentes espadas. Cirilo Martín, Badila y
el puntillero Manuel García el Jaro, con Mazzantini;
Antonio Pérez Ostión, con Lagartijo; Santos López
Pulguita, con Torerito. Sólo quedaron sin contratarse el picador Francisco Gutiérrez Chuchi, que decidió
también despedirse el mismo día que su matador, y
Saturnino Frutos Ojitos, ausente de España desde
«1 final de la temporada, a causa de los malos resultados de sus negocios mercantiles.
sje
*
409
*
F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
La retirada de Frascuelo debía ser excepcional^
como lo había sido su vida torera, y el público de
Madrid, que le había visto nacer para el arte, fué
también el que le dió el último adiós.
Se anunció la corrida, con toros de Veragua, para el día. i i de mayo, y la empresa ofreció al espada
treinta mil pesetas por su actuación de aquella tarde.
En ella había de alternar Salvador con su paisano
el novillero Antonio Moreno Lagartijiüo, a quien
daría la alternativa, y para formar en la cuadrilla
se brindaron a Frascuelo el famoso espada Rafael
Guerra Guerrita y el anciano banderillero Juan Mota, quien hizo cuestión de amor propio volver a vestir aquel día el traje de luces en honor a su ahijado.
Agotáronse rápidamente las localidades, y el día
i i de mayo amaneció frío, con cielo entoldado y
frecuentes chubascos que no cesaron hasta medio
día.
Un cuarto de hora antes de la corrida, Salvador,
ya vestido de torero, reconoció el piso de la plaza, y
convenciéndose de que no permitía una lidia normal,
suspendió el festejo, con gran disgusto del público, que
mostró ruidosamente su descontento.
A la media hora volvió el espada a su casa. Entró en la sala inquieto, dé mal humor; se quitó eí
traje de luces y poco después salió de su cuarto. Mar
nolita le entregó dos cartas que habían llegado para él
Rasgó los sobres, y luego de pasar la vista por los
pliegos, se los tendió a Peña y Goñi, que fumaba
silencioso, arrellanado en una butaca.
410
F R A S C U E L O
—Dos anónimos—dijo seco..
En uno le ensalzaban "los buenos aficionados que
le adoran", según dfecía, y el otro estaba plagado de
insultos y palabras soeces,
Al día siguiente lució un sol espléndido. Desde
las tres de la tarde comenzó a cobrar animación y
bullicio la calle de Alcalá. Tranvías, ómnibus, simones, mañuelas, landos y carretelas rodaban incesantes hacia la Plaza de Toros. Bajo la luz brillante de
la tardfe primaveral el cuadro incomparable fué tomando tonos chillones de color. Relucían los mantones de crespón -de las mozas barriobajeras y caían
sobre el busto pomposo de las aristócratas los pliegues hechos espuma de las mantillas de blonda; veíase al mozo de rumbo con su pantalón de talle y
chaquetilla de terciopelo y a los elegantes tocados
con el ancho sombrero estilo sevillano. Gritos, pregones. Sonido de cascabeles y ¿hasquidos de látigos. Brillaban los ojos alegres y en todos los rostros
aparecía una sonrisa. Corría por el centro de la calle con sonido de campanillas el coche de lujo con
los caballos enjaezados y los cocheros vestidos a la
andaluza—chaquetilla de terciopelo corinto,^ ^ faja
de seda azul, bota jerezana y sombrero calañés—;
cruzaban rápidos los ómnibus de los que la^ gente
colgaba en grandes racimos y pasaba entre chicoleos
y piropos el simón de alquiler donde tres guapas
hembras—claveles entre las crenchas negrísimas y
amplio mantón de Manila de largos flecos ciñendo el
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H E R N A N D E Z - G I R B A L
cuerpo mórbido—levantaban a su paso un murmullo
•de admiración y de entusiasmo.
A la misma hora Salvador en su casa dormía
aún. Después de comer a las doce unas chuletas de
cordero, se había echado, dando orden de que le despertaran a las tres.
A esta hora Manolita entró en la alcoba, y al
poco rato Frascuelo salió al gabinete. Ya le esperaban algunos amigos entre ellos Peña y Goñi, Vicente
Andrés, el ganadero José Fierro, el doctor Alcaide
•de la Peña y muchos más. Saludó a todos' afectuosamente y se sentó en seguida frente al tocador, silencioso y mustio, como soñoliento.
Mientras Manolita le hacía la coleta trenzando
con sumo cuidado aquel pelo rizoso y abundante, eií
el que ya blanqueaban las canas, hasta la habitación
llegó el ruido alborotado de la gente, que esperaba
en la calle la salida del torero. Salvador, silencioso,
no despegó los labios. Pensó que aquella era la última vez que vestía el traje de luces. ¡Qué diferencia entre este tocado triste y aquel otro jaranero
y alegre de cuando tomó la alternativa! Allí todo
fueron sonrisas, frases ocurrentes, palabras de estímulo y aliento. Y aquí todo mutismo, rostros herméticos y ceños fruncidos. Principio y fin. Bautizo
y entierro. E l muchacho, sediento de fama, y el hombre maduro, ahito de'gloria.
Lavóse la cara Frascuelo, se peinó despacio^ y
después se puso las medias blancas de hilo, que suje412
F R A S C U E L O
tó fuertemente con las cintas de los calzoncillos;
luego, sobre aquéllas, las de seda color carne, y en
seguida las zapatillas de torear.
Ayudado por el Desahogao, se vistió los calzones
bronce y oro, hizo el doble nudo en los cordones para sujetar las segundas medias, y levantándose de la
silla se puso la camisa, atóse los tirantes y se colocó la moña.
En aquel momento entró en la habitación la cuadrilla de Salvador e inmediatamente quedó roto el
silencio. Saludaron al jefe y a los amigos y la conversación se hizo animada. Allí estaban Guerrita,
el Chuchi, Badila, Pegote, Mojino, el puntillero Yor-
di y lafiguraaun enérgica y ñrme de Juan Mota, vestido de torero, con un rico terno salmón y oro,
Frascuelo, le abrazó conmovido mientras el pobre
viejo sollozaba.
—Soy feliz conociendo este día—dijo—. Yo cuidé
de tus primeros pasos en el ruedo, y sólo hubiera sentido morirme sin pisarle este día vestido de luces.
Luego, mientras en la sala contigua Salvador se
ceñía ante el espejo la faja blanca y azul, Juan Mota
habló con los hijos de su protegido.
—¿Es verdá que hacía muchos años que no se
vestía usté de torero, tío Juan?
—Algunos hace. Tantos como tú tienes—dijo a
Elisita.
•—¿Y padre no torea más?
—Claro. Desde mañana estará siempre con vosotros.
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F;
H E R N A N D E Z - G I R B A L
Enganchóse Frascuelo la punta de la faja en el
tirante izquierdo, se vistió el chaleco y la chaquetilla
y echóse al hombro el capote de paseo. Su esposa y
sus hijos le rodearon despidiéndole. Aupó hasta su
rostro a los muchachos, los besó emocionado y abrazando a Manolita, dijo:
—Hasta luego.
Seguido de la cuadrilla y de los amigos corrió
escaleras abajo. Desde la mitad volvió los ojos y
vió a sus hijos que le despedían.
—¡Adiós, padre!
—¡ Adiós!—repitió.
Se asomaron los muchachos al balcón, y desde
allí vieron cómo una inmensa multitud invadía la
acera cercando el landó. Al subir en él Frascuelo, se
oyeron gritos, voces y vivas. Arrancó el coche con
tintineo alegre de campanillas y en seguida desapareció por la esquina de la calle de Preciados.
El circo rebosaba de público. Catorce mil almas
ebrias de alegría, febriles de entusiasmo, esperaban
aclamar al matador maravilloso que durante veinticinco años había hecho en aquella arena—más de
una vez tinta en su sangre—derroche temerario de
valor y de arte. En el palco regio asomaba el rostro
popular de la Infanta Isabel, y en una delantera de
grada segunda, la famosa actriz Eleonora Duse, que
actuaba en el teatro de la Comedia, asistía al incomparable espectáculo con ojos asombrados.
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F R A S C U E L O
.Frascuelo, desde el callejón, dirigió su vista hacia el ruedo.
¡ La Plaza de Madrid!
Allí había conquistado palmo a palmo el trono
de matador de toros; allí había luchado cara a cara
y frente a frente con Lagartijo; allí había impuesto la verdad haciéndola brillar orlada de diez
y seis cicatrices; allí había vuelto siempre, porque
-en el atropellado prurito de lucha que le dominaba,
morir en la Plaza peleando hubiera sido gozar.
A las cuatro en punto sonó la música, y los toreros salieron a la arena. Una ovación ensordecedora
los recibió. Saludando, con la montera en la mano
y el brazo en alto, iba Frásmelo el Negro; a su lado
Antonio Moreno Lagartijillo, que tomaba la alternativa, y un poco más rezagados, Guerrita y Juan
Mota. Detrás formaban Pulguita, Almendro, M o j i no, Primito, Antonio Guerra, el Barherillo, el M o ños, Bermúdez, los picadores Chuchi, Colita, Badi-
la, Fuentes, Pegote y los puntilleros Alonca y Yordi.
El ganado fué desigual. Lagartijillo cumplió
bien, Guerrita hizo primores con el capote y las banderillas y Badila demostró sus extraordinarias cualidades de jinete y torero. Montando un caballo de picar, banderilleó ejecutando la suerte con tanta perfección como el mejicano Ponciano Díaz, que ya lo halda realizado en Madrid con jacas adiestradas.
Frascuelo mató de forma magistral sus dos toros.
Sonaron en su honor ovaciones interminables. Lletnaron el ruedo sombreros, cigarros, cajas y estuches
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H E R N A N D E Z - G I R B A L
con regalos de amigos y admiradores, y hasta dos
palomas. Entre aclamaciones entusiastas dieron la
vuelta al ruedo Salvador, Guerrita y Badila.
Y mientras en la plaza se desbordaba el entusiasmo popular estallando en repetidas ovaciones, la
familia del torero rezaba en la capillita familiar.
Pasó el tiempo con lentitud desesperante, y pronto llegó un amigo leal trayendo noticias. Jadeante,,
con el rostro lleno de alegría, rodeado de Manolita,
y sus hijos, exclamíó:
—¡Ya ha matao el último! ¡Un buey! ¡De una.
hasta la mano! ¡No lo merecía el manso! ¡Ovaciónt
Después continuó tembloroso, limpiándose el sudor que le llenaba el rostro:
—¡Badila pa comérselo de artista! ¡Guerrita, eí
amo de las 'banderillas! ¡ Salvador, el maestro indis-1
entibie!
Sintieron en la calle una bulliciosa algarabía, y
Manolita gritó:
—¡El coche!
Seguida de los chicos, cruzó la sala, atravesó el
pasillo y corrió escaleras abajo. A poco, aparecieron rodeando al espada, acariciando su traje de luces,,
besándole, riendo y llorando, locos de felicidad.
Frascuelo correspondió a los transportes de cariñode los suyos, y triste, pensativo, arrojó el capote de paseo sobre una silla. Durante mucho rato desfilaron por
la casa infinidad dé amigos. Unos estrechaban su
mano y otros le abrazaban. De pronto, entró en la
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F R A S C U E L O
sala un hombre de pueblo, que corrió, con los brazos abiertos, en busca del torero.
—¡ Salvador!
Era Florentino Catalán el Tamayo, su amigo de
Chinchón, el que treinta años antes le salvó la vida,
cuando por primera vez un toro rasgó sus carnes.
El viejo labrador le besó sollozante, y entre lágrimas murmuró:
—Allí, en el pueblo, me encargaron toos que te
abrazara. \ Ya verás! E l día que vayas te hemos
de preparar una gran fiesta. Prjesidirás la capea
desde el balcón del Ayuntamiento y repartirás los
bonos a los pobres...
Frascuelo, mordiéndose los labios, cerró con furia los ojos para enjugar el llanto que a ellos se
agolpaba.
—Gracias a Dios que siquiera una vez en mi
vida le he visto a usted emocionado—dijo Peña y
Goñi dirigiéndose al espada.
Miróle Salvador a través de sus ojos húmedos
y exclam)ó:
—Es verdá.
Durante la noche no decayó la animación y la
alegría en casa de Salvador. En el amplio comedor estaban Paco Sánchez, Manolita, los tres hijos
de Salvador, Badila, José Elorrio, el doctor Alcaide de la Peña, Vicente Andrés, Lagartijillo, Pulguita, Yordi y muchos más. Corrió el vino en abundancia, hubo dulces a granel y Badila fué el héroe
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27
H E R N A N D E Z - G I R B A L
de la fiesta recitando versos, cantando )el spirto
gentil] acompañado al piano por Elorrio, y haciendo
juegos de manos como un consumado prestidigitador.
En uno de los descansos, Salvador hizo el reparto de los objetos que había utilizado en la corrida.
El juego de estoques se lo regaló a Guerrita;
la camisa bordada, al banderillero Primito; la faja
y la pañoleta, a don Manuel Romero Flores; la
montera, a Peña y Goñi; la muleta, al ganadero
don José Fierro, y los zapatos y las medias, a Juan
Mota.
Continuó después entre el general regocijo el
muestrario de habilidades de Badila, y a las once,
alguien preguntó a Salvador si se cortaría allí mismo la coleta como había ofrecido. Quedaron en silencio los concurrentes, y Frascuelo dijo con voz
conmovida:
—Yo hasta lo último seré formal. Las hijas de
mi querido amigo el señor Galcerá y mi Elisa, mi
Manuela y mi Antonio serán los encargados de este
menester... Conque, ¡vengan unas tijeras, y echemos un rato!
Ante la expectación de todos la esposa del torero
despeinó la encanecida coleta, dividiéndola ^ en cinco ramales. Elisa tomó unas tijeras de bolsillo y se
dispuso a cortar uno de los trozos, cuando su padre la interrumpió, diciendo:
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F R A S CU E LO
—Brindo este momento a los dos toreros que
más quiero: a Guerrita y a Angel Pastor.
Después de quedar en manos de Elisa uno de
los ramales, Manolita cortó el segundo; el tercero
Antonio, y el cuarto y el quinto, las señoritas Laura
y Francisca, hijas de don José Galcerá.
El rostro de Frascuelo pasó por las más diversas expresiones al contemplar en poder de su esposa la preciada reliquia.
Y al terminar, queriendo hacerse fuerte, dijo
con Voz sonora:
—¡Ea, señores! ¡Ya se pasó el trago! ¡Ahora a
beber y a bailar!
Estalló de nuevo la animación. Pepe Elorrio cogió una guitarra, y en unión de Badila se arrancó
por flamenco.
Pasaron veloces las horas, y entre copa y copa
de vino, tarantas, malagueñas y soleares, conver-
saciones animadas y un poco de baile, cuando los
invitados abandonaron la casa ya el sol marcaba
su salida, llenando las calles de una claridad lívida.
Así terminó para el arte el torero excepcional
que durante veinte años se sostuvo en primera línea,
toreando sesenta corridas todas las temporadas.
¡Veinte años de alternativa sin ceder nunca el
puesto a nadie!
Ya lo dijo Fernando Gómez el Gallo con su inimitable gracejo:
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F.
H E R N A N D E Z - G I R B A L
—¿Qué he hecho yo en los toros? ¡Casi n á ! Sostenerme al lao del Prim y del O'Donnell del toreo,
¿le párese a usté poco?
Así llamaba el gracioso sevillano a Rafael y a
Salvador,
.
420
F R A S C U E L O
XXIV
Frascuelo se retiró a su posesión rural de Torrelodones, y poco a poco su nombre cesó de sonar. Sólo
Lagartijoj en plena decadencia, oscurecido por las
nuevas figuras, sin rival ya, descabalado, triste, le
recordaba muchas veces, volviendo a su memoria
las tardes de lucha y competencia en la Plaza de
Madrid. Y a los tres años decidió retirarse también, refugiándose en Córdoba.
Al marchar los dos colosos que habían llenado
un cuarto de siglo con sus hazañas, quedó Gu^rrita
marcando con su airosa y elegante figura la cúspide
taurina.
Y al correr de los años, brillaron los nombres
de Antonio Fuentes, con su toreo de capa gracioso
y fino; Reverte, el de la popularidad estruendosa,
y Manuel García el Espartero, aquel mozo flaco y
desgarbado, a quien los sevillanos convirtieron en
ídolo. Y un día cayó bajo los cuernos del toro
Perdigón, llenando los pueblos de Andalucía de coplas dolientes y romances callejeros.
421
H E R N A N D E Z
-
G I R B A L
—Maoliyo es de los toros—habían dicho los aficionados.
Y de los toros fué.
* *
Siete años pasaron y Frascuelo salió contadas
veces de Torrelodones. Allí vivía feliz, olvidado
de todo, al lado de sus hijos y nietos, cazando en el
monte, asistiendo a tientas y charlando por la noche, frente a la gran llamarada del hogar, con los
viajeros que reposaban en su parador.
Raramente fué a Madrid. Sólo dos o tres veces
en los siete años.
Al pisar las calles de la Corte, ya no se volvía
la gente a contemplarle; yk no despertaba a(|u€l
movimiento de curiosa expectación; ya no vestía
la chaquetilla de terciopelo ni la camisa rizada; ya
su cintura no se apretaba con la faja azul, ni sus
piernas lucían el pantalón de talle.
Ahora, vistiendo un recio traje de campo, fuertes
borceguíes y tosco capotCj pasaba inadvertido con
su- aspecto de viejo labrador.
Rápidamente hacía sus encargos, y otra vez volvía aí pueblo.
x
Disfrutaba jugando con los nietecillos. ¡Cuántas
veces se ponía en la cocina a cuatro patas, cubierto con
un gabán de pieles para imitar al caballo y con todos los nietos subidos encima recorría la casa, entre
el regocijo y las risas de los pequeños!
m
F R A S C U E L O
Die tarde en tiarde, llegaban hasta el parador
de Torrelodones admiradores y amigos antiguos.
Otras veces recibía el espontáneo homenaje de los
viajeros que cruzaban rápidos en los trenes. Muchos
le saludaban con alborozo.
—¡Adiós, señor Salvador!
—¡Vaya con Dios el Negro!
Allí quedaba Frascuelo junto a la vía, arropado
en su capotón, la escopeta al hombro y el ancho
pavero haciéndole sombra en el rostro atezado.
Y dicen que más de una vez, por voluntad del
soberano español paró el tren real en la estación
del pueblecito con el solo objeto de que el monarca
diera un apretón de manos al torero inolvidable que
fuera un día favorito de la nobleza y la aristocracia.
Los años iban pasando despacio, resbalando suaves sobre la vida de Frascuelo. Sus cabellos hacíanse
blancos, la fiera luz de sus ojos se apagaba y el
rostro enérgico iba acentuando las hondas arrugas
que en él trazara el buril inexorable del tiempo.
Y mientras en la Plaza de Madrid salía a torear
con los embolados un mozuelo apodado el Chico de
la Blusa, que más tarde había de hacer célebre como
torero el nombre de Vicente Pastor, con los primeros
días del mes de f ebrero de 1898 llegó el peligro inminente de la guerra con los Estados Unidos y el fin
de nuestro dominio en la isla de Cuba.
En el puerto de La Habana voló el crucero
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yanqui Maine, enviado oficialmente por el Gobierno
americano, y la formidable explosión que le sepultó
entre llamaradas al fondo de las aguas fué el chispazo iniciador de la contienda. Hubo en aquella catástrofe centenares de heridos, más de doscientos
muertos y se habló de una mina puesta intencionadamente por los españoles o por los insurrectos.
Después de aquellos días agitados, a través de
los años, pudo saberse la verdad de lo ocurrido:
que no hubo nada intencionado, ni minas, ni torpedos, sino una fatal oportunidad que adelantó la
guerra.
Toda España sintió arder de nuevo en sus pechos la llama bélica y comenzaron los preparativos
para la horrible carnicería.
Hubo funciones teatrales, corridas benéficas y
suscripciones populares.
Hasta los oídos de Frascuelo llegó el anuncio de
la guerra inevitable y también él se brindó, poniendo algo de su parte.
—Mira—decía a un amigo—, si se hace una suscripción nacional pa barcos, entre Rafael y yo solos
con Juan matamos gratis seis toros de Saltillo. ¡A
ver si todavía nos acordamos!
Mas la ocasión no llegó.
En los últimos días de febrero asistió a una tienta
de vacas y becerros de la ganadería de don Esteban
Hernández. Dirigió las operaciones de herradero,'
bregó sin cesar como los mejores días de su vida
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taurina, y al terminar, sudoroso y agitado, bebió un
vaso de agua fría.
—¡Qué rica está!—dijo satisfecho.
Aquel mismo día por la tarde comenzó a sentir
cierta destemplanza y algunos escalofríos sacudieron
su cuerpo. Desde el anochecer estuvo junto al fuego
en la amplia cocina del parador, quejándose frecuentemente de un gran malestar. Sus hijos le hicieron
acostarse y todo el día siguiente, que fué domingo,
permaneció en el lecho. Como el lunes no mejorara,
su hijo político, el doctor Porras, indicó la conveniencia de trasladarle a Madrid, y así se hizo, quedando Salvador alojado en la casa de aquél. Avisado
inmediatamente el doctor Pérez del Hierro, fué encargado de su asistencia.
Los frecuentes accesos de fiebre, la difícil expectoración, el desasosiego y el efecto de- los revulsivos, no permitió a Salvador descansar más que a
ratos.
El médico no quiso celebrar junta alguna.
—Se trata—dijo—de una pulmonía y estamos en
el tercer día. L afiebreno ha cedido de 39,8.
La noticia de la enfermedad de Frascuelo corrió
rápidamente por Madrid. Los periódicos publicaron
mañana y tarde noticias de su estado; en el portal
de la casa del doctor Porras, que estaba en la calle
del Arenal, se expuso diariamente el parte facultativo ; las listas se llenaron defirmasy desde el primer
día no cesó de formarse ante la casa del enfermo
un nutrido grupo de admiradores.
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A pesar de los siete años de su desaparición de
los ruedos, el pueblo no le olvidaba. Y al igual que
durante la curación.de sus cogidas famosas, fué entonces el motivo de todas las conversaciones.
—¿Qué se sabe de Frascuelo? ¿Cómo está Frascuelo?—se oía en todos los sitios.
Entre las numerosas personas que acudieron a
casa del enfermo, fué un caballerizo de Palacio en
nombre de la reina, Lagartijo telegrafió desde Córdoba suplicando a la familia le pusiera telegrama cada
dos horas enterándole de la marcha de la enfermedad,
y Paco Sánchez, los espadas Lagartijillo, Valentín
Martín y el picador Sebastián Fernández el Chano no
se separaron del lecho cumpliendo al pie de la letra
las disposiciones del médico.
Frascuelo, desconociendo su estado, se limitó a
decir advirtiendo la debilidad que sentía :
—Lo menos tardo yo dos meses en salir de casa.
Después de ligera mejoría, el día 7 agravóse,
A última hora de la tarde se negó a tomar las medicinas.
E l Chano le instó reiteradamente a ingerir cierto líquido y Frascuelo resistióse moviendo la cabeza y apretando nervioso los dientes.
Valentín Martín, a quien Salvador quería tanto,
se acercó.
—Pero, ¿qué es esto, Salvador?—le dijo—. ¿Es
que se han acabao ya los valientes?
El rostro seco del Negro fué sacudido por un
movimiento enérgico, abrió los ojos que dejó clava426
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dos en su antiguo banderillero, y sacando de entre
las ropas una mano sudorosa agarró la cuchara que
sostenía el Chano. Sin pronunciar palabra aproximó
a la boca la medicina y la tomó.
Al día siguiente el delirio hizo presa en él. Se incorporaba en el lecho, fijaba la vista en quien tenía
más próximo, y con las manos crispadas hablaba sin
cesar, quedamente unas veces y a gritos otras. Creía
estar conversando con su amigo Vicente el Pescadero
y relataba los grandes triunfos alcanzados en Madrid, Sevilla y Bilbao. Luego pidió con insistencia a
Manolita, que no se apartaba un momento de la
cama:
—¡Manolita!... ¡Anda, busca la escopeta!... ¡Y
dame unas alpargatas!... ¡Sí, sí, dámelas!... ¿No ves
que tengo que perseguir a Lagartijillo y denunciarle?... ¡Acércate, Badila!. . .—continuó—. ¡El señor
Francisco ya no vale
picar!... ¡Decirle a Mota
que pronto volveremos a torear!... ¡Cómo me van a
recibir cuando salga al ruedo otra vez!...
Ni las pildoras amoniacales, ni las inyecciones hipodérmicas, ni el doral consiguieron calmarle. Sólo
después de cinco horas cayó rendido, hundiendo el
rostro brillante de sudor entre las ropas revueltas.
El médico calificó aquella postración como precursora del período agónico, y la familia dispuso que
le administraran los Santos Sacramentos.
A mediodía, el sacerdote de San Ginés impuso a
Frascuelo la Extremaunción.
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H E R N A N D E Z - G I R B A L
El momento fué de gran emoción. En la alcoba y
en la sala alumbraban arrodillados Paco Sánchez,
Manolita y los toreros Lagartijillo, Valentin, el Chano y Yordi. La luz ondulante de las velas movía con
suave temblor las sombras gigantes reflejadas en la
pared, y en la penumbra de la alcoba, cerca del lecho,
el recamado de las vestiduras sagradas brillaba con
reflejos apagados.
Durante un rato sólo se oyó el chisporroteo de las
bujías, el llanto ahogado de Manolita y el rumoreo del
rezo.
Frascuelo, inclinado sobre el lado izquierdo, inmóvil, recibió sin darse cuenta el postrer sacramento.
Su rostro había adquirido tal tranquilidad que parecía dormido.
Así se mantuvo durante una hora.
Y callada, silenciosamente, sin la más leve contracción, dejó de existir.
Allí quedó el cuerpo, ya sin vida, del torero Frascuelo. La cara sudorosa, la piel pegada a las mejillas
secas, los cabellos blancos retorciéndose rebeldes en
abundantes rizos, los labios gruesos, .amoratados,
manteniendo entreabierta la boca enérgica. Y en los
ojos vidriosos—espejos empañados por la muerte—
los puntitos brillantes que le enviaban dos bujías alumbrando sobre una mesa la faz sangrienta y trágica de
un Crucificado.
Al día siguiente llegó Lagartijo a Madrid para
asistir al entierro del Negro.
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Apoyado en los brazos de Lagartijillo y el Chano entró en la capilla ardiente.
Al contemplar el cadáver de Frascuelo, al ver
aquella rígida figura que comenzaba a descomponerse, no pudo contener su emoción. Sintió una congoja
apretándole fuertemente el corazón, agarrotó sus manos sobre los brazos de los dos amigos y al tiempo
que sus ojos1 se llenaban de lágrimas cayó de rodillas,
exclamando entre sollozos:
—\Vohre. Salvaor! ¡Tanto luchar pa esto!
E l Chano y Lagartijillo quedaron a la puerta de
la habitación.
Rafael el Califa oró largo rato, sin apartar sus
ojos húmedos del cuerpo de Frascuelo.
La luz de los cirios chisporroteaba vertiendo en
los candelabros lágrimas de cera; en la habitación de
al lado Manolita y sus hijos lloraban calladamente, y
lejos, en la calle, oíase el doblar lento de las campanas
tocando a difuntos.
Allí estaban, luego de siete años de alejamiento,
otra vez frente a frente Lagartijo y Frascuelo. Y por
primera y última vez sin disputas ni rivalidades, sin
trajes de luces ni rumor de ovaciones.
La muerte les separaba, oculta tras el ataúd, mostrando los perfiles afilados de su huesa amarillenta.
Un diablillo filósofo y burlón pareció bailar en la
lengua brillante de los cirios funerarios. Hecho llama viva, fué quemando poco a poco los triunfos resonantes, las tardes de gloria... Y sobre el pábilo negro se consumieron todos.
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Sólo quedó un cuerpo frío, repugnante y nauseabundo, que fué un día prototipo de majeza, de rumbo
y de valor.
El héroe popular desapareció, y con él sus hazañas.
Lagartijo lo decía entre lágrimas:
—¡Tanto luchar pa esto!...
,
F I N
Madrid. Julio 1932-Agosto 1933.
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F. HERNÁNDEZ-GIRBAL Y LA CRÍTICA
« N o solamente ha recoéido Hernáadez-Gírbal cuanto de interesante existe en la vida de Gayarre — sus amaréuras, sus triunfos, sus
ludias, su muerte—sino (jue ka sabido darle una forma novelesca
amena, entretenida, agradable c(ue borra la aridez c(ue consiáo lleva
un simple estudio bioéráfico.»-5tíenavení«ra L . Vidal.-Lk NACIÓN.
«Hay en estas páginas tan bonda y exacta visión de la vida, tanto
«n la figura del protagonista como en el medio que le rodeó y es tal
la viveza con que la narración se desliza, que el lector saborea estas
bellas páginas con el encanto que producen las fuertes sugerencias,
capaces de trasladarnos a momentos y parajes que teníamos deseos
«le visitar para deleitarnos con la sensación de su presencia.»—/. López Prudencio.—A B C.
«La obra de Hernández-Girbal es un retrato fiel, eterno del tenor
roncales, tejido con la pluma firme y rica en motivos, plagada de
anécdotas con que este autor nacido para crear deleites biográficos
sabe ornamentar sus concepciones.»—Julio Angulo.—ATLÁNTICO.
«El libro de Hernández-Girbal escrito con un sentido certero de
la amenidad, no es sólo una biografía sino también un cuadro de
época lleno de colorido.»—Alberto Marín Alcalde.—AHORA.
«Con amarillentos papeles, Hernández-Girbal ba sabido trazar
la bistoria viva de un bombre y de una época.»—E. Ruiz de la
Serna.—HERALDO DE MADRID.
«Es maravilloso como un mucbacbo joven de nuestro tiempo ba
sabido situarse en el siglo pasado lleno de sutil comprensión y ba acertado a situar ideas, bombres, becbos en su justo plano, en su verdadera luz y ba sabido aquilatar valores desconocidos boy. Sobre todo es
-admirable como sabe reconstituir con absoluta verdad el tiempo pasado, su fisonomía moral y sobre todo su ideología.—Jorge de la Cueva.
«Hernández-Girbal ba compuesto un interesantísimo libro per>»
fectamente documentado, escrito con amenidad y adentrándose de
modo magistral en la psicología del personaje. Trátase en suma de
-un volumen que capta por entero la atención del lector apenas fije
su vista en las líneas del primer capítulo.» — Montes de Oca.—EL
.SOCIALISTA.
«Hernández-Girbal, un escritor correctísimo que tiene el raro
^on de saber bailar siempre la amenidad, ba compuesto una biografía, en la que desde las primeras páginas la lectura seduce y se bace
imprescindible basta el final.»—Raimundo de los Reyes.
ACABÓSE D E I M P R I M I R E S T E L I B R O
E L D Í A 27 D E O C T U B R E D E 1933
E N LOS T A L L E R E S TIPOGRÁF I C O S D E JESÚS LÓPEZ,
ESTABLECIDOS EN
SAN BERNARDO
NÚMERO
MADRID
19.
Printed in Spain
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