LA HIBRIDACIÓN DEL DISCURSO AUTOBIOGRÁFICO EN LAS

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Francesca Crippa
Università Cattolica del Sacro Cuore, Milano

Desde el punto de vista teórico, se podría definir la autobiografía como una
tentativa de narración objetiva y verídica de la vida individual. El género
―según los críticos― pertenecería al ámbito de los escritos de no ficción
y, en él, el yo narrativo resultaría ser contemporáneamente el sujeto y el
objeto principal de la narración, puesto que el texto autobiográfico quiere
fundamentalmente proponer una mirada retrospectiva y una imagen detallada, completa y emblemática del yo mismo. Por consecuencia, la finalidad
más importante del género sería la de proporcionar a los lectores el testimonio directo de una determinada experiencia vital de forma más o menos
explícita, según las exigencias de quien esté escribiendo. Algunos autores
recurren con facilidad al uso de la primera persona mientras que otros
prefieren manejar el instrumento literario para hablar de sí mismos indirectamente, a través de la parcial o total identificación con los personajes que
protagonizan sus obras. En este sentido, los textos en cuestión, dejarían
de ser puramente autobiográficos y aumentaría la importancia del papel de
los lectores, los cuales tendrían que mostrarse hábiles en desarrollar la
capacidad de descifrar lo que es verdad de lo que es pura ficción literaria.
Por la multiplicidad de posibles interpretaciones que la definición
que se acaba de mencionar conlleva, no siempre es fácil distinguir entre
tres géneros que presentan analogías estructurales y finalidades parecidas: la ya mencionada autobiografía, las memorias y la novela autobiográfica de ficción literaria. Al contrario, existen obras en las que los
tres niveles se superponen voluntariamente, originando textos más complejos en los que se mezclan elementos pertenecientes a la realidad
personal e histórica con otros derivados de la más pura y simple imaginación de los autores sin que, por eso, cambie el objetivo principal del
texto. Es el caso, por ejemplo, de las cuatro Sonatas de Ramón del ValleInclán, en las cuales la total compenetración entre las dos perspectivas
contribuye a reforzar la teoría del evidente parecido entre las experiencias
del autor y las del protagonista.
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Las novelas que constituyen el ciclo de las Sonatas se publicaron
entre 1902 y 19051 con la ambición de ofrecer un cuadro general y
exhaustivo de las diferentes etapas de la existencia humana, en el cual
cualquier individuo pudiera fácilmente identificarse, puesto que cada uno
de los episodios representa la alegoría de un diferente estado de ánimo en
relación con una determinada edad de la vida. En los textos, Valle-Inclán
logró la armonía formal a través de la equilibrada compenetración entre
unas elecciones estilísticas y retóricas originales, y el cuidado con el que
decidió representar el desarrollo emotivo y psicológico de su protagonista
que, como se verá más adelante, pronto se fue convirtiendo en el perfecto
representante de la mentalidad de toda una época. Según los críticos,
además, el valor universal de las novelas, se debería a que el descuido
narcisista característico del espíritu decadente, la ironía propia del autor y
sus preocupaciones metafísicas constituyen dentro de ellas un “caparazón
de delirio estético y de ironía cínica” (Risley, “Hacia el simbolismo en la
prosa de Valle-Inclán”, 82) bajo el cual se adivinan la incertidumbre y el
desengaño que determinaron la naturaleza no sólo de la estética
valleinclanesca sino, más en general, de la entera Generación de 1898.
Por tratarse de unas de las obras más representativas de la producción narrativa del autor gallego, la crítica se ha ocupado largamente de
analizar los temas, el estilo y el lenguaje de las Sonatas pero, hasta la
fecha, poco se ha dicho acerca de su probable génesis de discurso seudoautobiográfico.
Ya desde una primera lectura, parece evidente que las Sonatas
nunca podrían considerarse ejemplos tradicionales de texto autobiográfico.
Las cuatro novelas, efectivamente, respetan sólo en parte las normas
imprescindibles que, en la opinión de Lejeune, determinarían la naturaleza
del género, es decir, la total identificación de autor y narrador, el uso de la
primera persona, la presentación de un tiempo pasado y la asunción de un
punto de vista a focalización interna2. Si es verdad que en las Sonatas,
Valle-Inclán presenta una serie de acontecimientos a través de la
perspectiva de un narrador anciano que, volviendo su mirada hacia el pasado, recuerda y cuenta algunos episodios de su vida, es también cierto que
en estos fragmentos narrativos el autor no obedece a una precisa voluntad
de reconstrucción cronológica, limitándose a entregar la trama de las
novelas en las manos del protagonista que anima cuatro épocas diferentes
sin nunca llegar a identificarse completamente con quien está escribiendo.
Por lo tanto, los viajes de Bradomín a México e Italia, su adhesión a la
Sonata de otoño (1902), Sonata de estío (1903), Sonata de primavera (1904) y Sonata de invierno (1905).
Antes de la aparición del texto completo, la publicación de algunos capítulos de la Sonata de otoño fue anticipada
en Los Lunes, suplemente cultural de El Imparcial.
2 Según Lejeune se trataría de las características principales que intervienen al momento de estipular cualquier
pacto autobiográfico entre el autor y los lectores. Al faltar una sola de ellas, sería imposible atribuirle a la
narración el carácter de autobiografía.
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ideología carlista, la amputación del brazo izquierdo y la conducta
extravagante, sí establecen un contacto entre las vidas del marqués y la de
Valle-Inclán, pero, a pesar de todo, no las hacen idénticas.
Al contrario, se podría afirmar que las Sonatas son más bien el
resultado de una tentativa híbrida de discurso autobiográfico por dos
motivos diferentes: por un lado, en ellas aparecen los recuerdos de un personaje de ficción con el cual el autor a menudo trata de identificarse; por
otro, al mismo tiempo, Valle-Inclán no siempre logra generar en los lectores
la sensación de una fusión total entre la personalidad del autor y la del
personaje. Por esta misma razón, Bradomín aparece más bien retratado
como un alter ego fantasmagórico sobre cuya figura de incansable
seductor Valle-Inclán pudo proyectar su personal anhelo existencial sin
miedo y temores a las críticas y a los juicios de sus contemporáneos. Como
Unamuno3, pues, también Valle-Inclán mezcló conscientemente realidad y
ficción literaria, generando a un protagonista que, aunque en parte
inspirado por su propia vida, puede llevar a cabo sus propias experiencias
vitales y gloriarse de una existencia incluso más romántica e intensa de la
deseada por su creador.
Lo que, pues, contribuye aún más a complicar la estructura
narrativa de las cuatro novelas es que, en ellas, las referencias autobiográficas a la vida de Valle-Inclán se suman a las memorias del protagonista/narrador que, como anticipado, pertenecen a la esfera de la ficción
literaria. Desde este punto de vista y por lo menos en parte, las novelas
pertenecen también al género de las memorias, como el mismo ValleInclán afirma en la nota introductoria a la Sonata de primavera:
Estas páginas son un fragmento de las “Memorias amables”,
que ya muy viejo empezó a escribir en la emigración el
Marqués de Bradomín. Un Don Juan admirable. ¡El más
admirable tal vez! Era feo, católico y sentimental (22)4.
Diferentemente de lo que se podría esperar, las memorias de las
que habla Valle-Inclán en este fragmento no se van a configurar como una
simple descripción de las etapas más significativas en la vida del personaje.
Al contrario el autor, a pesar de haber tomado la decisión de hacer coincidir
su voz narrativa con la del protagonista, siguió ejerciendo su autoridad
artística de narrador todopoderoso, creando una singular relación entre
vida y literatura. En este sentido, pues, el escritor no se manifiesta y
Emblemático es el caso de Niebla, novela en la que Miguel de Unamuno se convierte en personaje literario
para confrontarse directamente con el protagonista, Augusto Pérez.
4 En este artículo, las ediciones de referencia para las Sonatas son las publicadas por Espasa Calpe en 2002 y
2006 y editadas por Leda Schiavo y Pere Gimferrer.
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tampoco se esconde dentro de los textos sino, al contrario, vuelve a
inventarse como personaje literario.
Uno de los ejemplos más evidentes de la manipulación que ValleInclán supo hacer del género autobiográfico consiste en la variación en la
cronología de los acontecimientos, dado que en la composición de las
novelas decidió seguir un orden que no refleja alguna lógica temporal para
el protagonista sino depende de las exigencias y experiencias del mismo
autor en las distintas fases de su vida.
La publicación de la Sonata de otoño en 1902 se debió
principalmente al interés que en esos años Valle-Inclán sentía por el
Decadentismo, con su bien conocida predilección por las atmósferas
lúgubres y nostálgicas que recuerdan muy de cerca el retrato de la Galicia
otoñal descrita en este episodio de la tetralogía. Según Fernández
Almagro, además, la Sonata de otoño es la que “con mayor pureza realiza
la esencia del arte de Valle-Inclán” (Vida y literatura de Valle-Inclán, 82)
porque en el texto se subraya la perfecta sintonía entre el estado de ánimo
de los personajes y los convencimientos artísticos del autor en esa misma
época de su carrera literaria. En oposición a la melancolía y al decaimiento
que predominan en el episodio otoñal, la Sonata de estío se caracteriza, al
contrario, por la descripción de un paisaje recargado de vitalidad y energía.
Valle-Inclán, efectivamente, describe un México idealizado, sacando la
inspiración de sus propios viajes a América Latina y presentándolo bajo
forma de invitante paisaje tropical con su fauna salvaje y su naturaleza
incontaminada cuyo recuerdo estaba todavía muy vivo es su memoria.
Asimismo, el texto de la Sonata de primavera resume perfectamente todas
las convicciones estilísticas y temáticas que connotaban el estilo del autor
en los años de su composición. Entre ellas, destacan sobre todo la sugestiva sobriedad en la representación del ambiente y la sencillez en la
composición de los diálogos. En la Sonata de invierno la acción se
desarrolla en Navarra y la representación del paisaje, prefigurado con
sabiduría en su significado lírico y en la correspondencia de sentimientos
con el protagonista, es una vez más el resultado de una observación
personal. Efectivamente, la Navarra descrita en esta novela no es muy
diferente de la Galicia tanto amada por Valle-Inclán. Más allá de la historia
de amor vivida por el protagonista, en este último texto, además, la mayor
parte de los elementos autobiográficos quedan resumidos por la adhesión
de Bradomín al Carlismo, lo que refleja la ideología política del mismo
Valle-Inclán.
Con este propósito, es interesante subrayar que los temas relacionados con la acción política carlista adquirieron progresiva importancia
dentro de la producción literaria valleinclanesca hasta el estreno de la
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tragedia Voces de gesta en 19115 y las Sonatas, con la excepción del
episodio primaveral, no desmienten el interés de Valle-Inclán por el tema.
Si en la Sonata de otoño y en la Sonata de estío Bradomín se presenta
como carlista a través de referencias indirectas a la ideología política en
cuestión, en la Sonata de invierno, la vinculación con la causa de don
Carlos desempeña un papel de fundamental importancia. La novela, de
hecho, presenta secuencias y personajes identificables fuera del contexto
narrativo específico, recreados a partir de acontecimientos pertenecientes
a un período de la historia española que va aproximadamente de 1874 a
1876. Sin embargo, a pesar de esto, la dicotomía entre realidad y ficción
literaria que se viene a crear en la Sonata de invierno resulta ser engañosa
puesto que en ella, como en las demás Sonatas, no siempre es fácil
separar lo real de lo ficticio.
Esta misma dificultad se debe a la presencia de Xavier de Bradomín, personaje que proyecta sobre el contexto literario su mirada y su
ambigua figura de seductor, configurándose como el eje alrededor del cual
se desarrollan los acontecimientos. Feo pero fascinante, católico pero
desvergonzado, sentimental y lascivo a la vez, él personifica la imagen
moderna de un don Juan más parecido a la tradición del italiano Casanova
que a la del Burlador de Sevilla. Las novedades propuestas por el
personaje se deben principalmente a su total adhesión a una dimensión
histórica, social y cultural bien distinta de la imaginada por Tirso: Bradomín,
como su creador Valle-Inclán, es un hombre mundano según los cánones
del siglo XX, vinculado a sus orígenes nobiliarios pero, al mismo tiempo,
sensible a la llamada de las novedades, perfecta encarnación de las
inquietudes y esperanzas finiseculares. La moral bradominesca se presenta como difícilmente conjugable con la moral cristiana y el contraste
entre los principios básicos de la religiosidad y el deseo de satisfacer las
pasiones humanas genera en las novelas un trágico enfrentamiento que se
refleja en las elecciones vitales del personaje mismo, cuya figura se carga
incluso de matices diabólicos. El cinismo que lo caracteriza encuentra
parcial rescate en el uso de la ironía por parte del autor. Tal ironía, que
acompaña de alguna forma toda la producción literaria valleinclanesca, se
puede entender sólo si pensada en función de la realidad histórica que
inspiró la voluntad crítica del autor.
Muchos son los rasgos de la personalidad de Xavier de Bradomín
que la crítica tiende a asociar a la de Valle-Inclán como subraya, entre
otros, Toro-Garland:
Por la ambientación y el tema político, la Sonata de invierno presenta una relación muy estrecha con la
producción valleinclanesca posterior, sobre todo con la serie La Guerra Carlista que, a su vez, vuelve a proponer
temas y personajes de las Comedias Bárbaras.
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Y este –creo yo– es en el presente caso el problema de don
Ramón. Tan identificado espiritualmente con su personaje
―que alguna vez se pensó que el rey pudiera conferirle el
título de Marqués de Bradomín―, que se confunde al
definirlo dándole algunas características que no tiene y
pensó que tendría o intentó darle, pero no lo hizo (La obra
de Valle-Inclán. Ejercicios de crítica literaria, 71).
Desde esta perspectiva, la autobiografía de Bradomín resultaría ser
doblemente ficticia: por un lado, efectivamente, el autor presenta a sus
lectores algunos acontecimientos de su propia vida a través de la mirada
de un personaje que nunca existió realmente; por otro, a pesar de que no
haya una completa identificación entre protagonista y autor, éste, en más
de una ocasión, se olvida del contexto literario hasta llegar a compartir las
ideas y los puntos de vista del personaje como si se tratara de un hombre
realmente existido. Como Bradomín, pues, Valle-Inclán manifestaría la actitud típica de quien está recitando un papel, “gran actor de sí mismo” en el
acto de la “ficcionalización del proceso autobiográfico” (Villanueva, ValleInclán, novelista del modernismo, 30-32).
La consecuente deducción es que, a pesar de que la estructura
narrativa de las Sonatas siga el esquema de la autobiografía, el lector
nunca debería olvidarse de la constante superposición entre el punto de
vista del autor y el del personaje. Las dos perspectivas coinciden en presencia de referencias a hechos relativos a la experiencia biográfica de
Valle-Inclán y en el tratamiento de temas gratos al autor. El punto de vista
del personaje, al contrario, predomina cuando la atención se desplaza hacia los temas relacionados con las conquistas amorosas de Bradomín. En
algunos casos, sin embargo, el cambio de perspectiva desde el yo del autor
al yo del personaje es difícilmente identificable, sobre todo cuando el autor
se sirve del ente de ficción para manifestar su propio punto de vista, creando una total sintonía entre la dimensión de la realidad y el nivel de la
ficción literaria.
Esta dificultad se suma también a las consideraciones teóricas
elaboradas por Valle-Inclán con respecto al papel del narrador. Según el
autor gallego, existen tres diferentes tipos de narradores, que se distinguen
entre ellos sobre la base de la perspectiva adoptada: de rodillas, en pie o
levantado en el aire. La primera perspectiva coincide con la técnica más
difundida en el ámbito de la tradición literaria clásica y consiste en otorgar
a los personajes un punto de vista superior al del autor, siguiendo las
pautas de Homero y de Shakespeare. En el segundo caso, el autor se coloca en el mismo nivel que sus personajes, observándolos como si él mismo
fuera parte de la narración. En el tercer caso, el autor observa a los
personajes desde una posición privilegiada que le permite conservar cierta
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superioridad y hablar con ironía de sus empresas, según una técnica que
Valle-Inclán asocia a la tradición narrativa española, desde Quevedo y
Cervantes hasta el siglo XX. Según esta misma clasificación, Bradomín
sería un narrador omnisciente, irónico, altivo, que recuerda los acontecimientos de su propia vida, observándolos desde otra perspectiva temporal.
En sus memorias, él se reconoce el portavoz de valores e ideales relacionados con la mentalidad de una nobleza antigua y caballeresca ya decaída
y no reconocida por la sociedad moderna, burlándose, al mismo tiempo, de
cada aspecto de la realidad que lo rodea, que le parece mísera y
despreciable en comparación con las ideas nostálgicas de heroísmo y
belleza que autor y personaje claramente comparten. El héroe de las
Sonatas se podría considerar, pues, la personificación de las más íntimas
ilusiones valleinclanescas. Diferentemente de otros míticos seductores,
Bradomín sí conoce la emoción galante del poeta y las satisfacciones del
conquistador pero, al mismo tiempo, concentra también en su persona la
irónica sonrisa de Voltaire y la actitud despreocupada y decadente de los
intelectuales de finales del siglo XIX. Ahoga la nostalgia por su tumultuosa
juventud en las aguas del recuerdo y se reconoce víctima de un sólo
pecado, el orgullo, el mismo que, como llama rebelde, arde en las palabras
y en los gestos de su creador Ramón del Valle-Inclán.
Para concluir, es posible afirmar que las Sonatas se caracterizan
por ser textos estructuralmente bastante complejos, en los cuales aparecen
rasgos propios de diferentes tipologías textuales, de la autobiografía a las
memorias a la biografía ficcional. Además, los constantes cambios de
escenario, junto a las variaciones de los estados emotivos del autor y del
protagonista y a la presentación de atmósferas a menudo inquietantes y
misteriosas, suman al lirismo y a la elegancia del estilo el interés típico de
la tan popular narración de aventuras en clave autobiográfica.
A pesar de estar aparentemente recargadas de contradicciones,
las novelas no se pueden considerar como meros ejercicios estilísticos
porque, de hecho, contribuyen a iluminar la realidad literaria e histórica del
período en que fueron escritas y representan una tentativa de hacer
conocer a un público más amplio las luchas ideológicas que tuvieron lugar
en España hacia comienzos del siglo XX. Refugiándose en el mundo de
belleza idealizada que las caracteriza, Valle-Inclán no quiere, efectivamente, tomar las distancias del contexto español sino presentarlo desde
una perspectiva diferente y crítica: en este sentido, las Sonatas resultan
ser uno de los primeros pasos del autor hacia la búsqueda de una solución
para el bien conocido “problema de España” (Gibbs, Las Sonatas de ValleInclán: kitsch, sexualidad, satanismo, historia, 169). Es más, el distanciamiento irónico adoptado por Valle-Inclán hacia su personaje revela, a la
luz de un análisis intertextual, una doble actitud, admirada y polémica, por
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parte del autor: Xavier de Bradomín es un don Juan pero poco atrayente,
católico y sentimental, en oposición a la tradición hispánica que lo describe
como extremadamente fascinante, descreído y políticamente no interesado. El hecho de moverse en espacios sobre los que proyecta sus propios
ideales y utopías no puede que hacer de él la perfecta (y moderna)
transfiguración del ideal caballeresco cervantino tan apreciado por la
Generación de 1898 (Zavala, Fin de siglo: Modernismo, 98 y bohemia,
1974). Un ideal que, sin embargo, sigue presentando los claroscuros típicos de una época en la que todavía no había correspondencia alguna entre
las esperanzas de los intelectuales y el decepcionante contexto social y
cultural que los rodeaba.
Además de ser un don Juan admirable, en sintonía con la oposición
modernista hacia todo lo que era banal y poco interesante, Bradomín llega
al extremo de adquirir los rasgos físicos de quien escribe, convirtiéndose
en la versión literaria del mismo Valle-Inclán. Como su personaje, ValleInclán también era sentimental y, de la misma manera, se dirigió a la
sociedad de su época con una ironía y un cinismo detrás de los cuales se
esconde, una vez más, el guiño al mismo tiempo humorístico y polémico
de su generación. Sin embargo, el personaje cambia y evoluciona a lo largo
de las Sonatas, así como la producción narrativa valleinclanesca sufrió una
evolución evidente que culminaría en los tonos ferozmente satíricos del
esperpento. Con su deseo de cambios profundos, Bradomín, como el
mismo Valle-Inclán, representa y refleja plenamente el espíritu del nuevo
siglo: ama con ímpetu y pasión, funde en su persona los antiguos valores
nobiliarios y el coraje de la modernidad, el orgullo renacentista y el desengaño del ‘98, el amor hacia el pasado histórico del que proviene y la tensión
hacia los cambios futuros, el escepticismo todo hispánico con respecto a
los valores de la fe y el deseo de laicismo típicamente finisecular. Esta
heterogeneidad de matices, que caracterizará gran parte de la producción
artística valleinclanesca, es el símbolo evidente de la atracción del autor
hacia lo nuevo. Desde esta perspectiva, además, el personaje de Xavier
de Bradomín resultaría ser la perfecta síntesis literaria del pensamiento de
su propio creador.
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