Las estancias barcelonesas de Arnold Schönberg (Viena, 1874-Los Ángeles, 1951) son aleccionadoras, porque aluden a cuestiones de la creación más exigente. Una de ellas es la relación entre público y experimentación. Otra, la huella de modernidad que un maestro puede dejar en los nuevos creadores Schönberg en Barcelona JORGE DE PERSIA SchönbergBarcelona FUNDACIÓ CAIXA CATALUNYA. LA PEDRERA BARCELONA Exposición abierta hasta el 1 de octubre, obrasocial.caixacatalunya.es os músicos de más sólida reputación moderna –que son también por hecho de contemporaneidad, los más ásperamente discutidos–, han desfilado este año por los escenarios barceloneses: Igor Stravinsky, Arnold Schönberg, Manuel de Falla; sin contar la temporada del Liceo, siempre más rica en acontecimientos musicales (no me refiero a los tenores) que nuestro teatro de ópera...” “El festival Schönberg basta para dar un valor histórico a la entidad que los ha realizado. La Sinfonía de cámara y el Pierrot Lunaire tuvieron así sus primeras audiciones en España (...) En la música nacional se puso en escena El retablo de Maese Pedro, y se estrenó la última producción de Falla: Psiquis, para canto y varios instrumentos.” Si no fuese por algunos detalles, que señalan que estos párrafos fueron escritos en Madrid hace ya ochenta años por el mejor crítico español, podríamos pensar en alguien entusiasta que canta loas a la vida musical de su ciudad. Nada más lejos, porque Adolfo Salazar –que escribe esta nota en El Sol el 19 de agosto de 1925– enmarca este comentario en el L Y es que en esta primera visita de Schönberg en 1925 hubo en la sala “murmullos amenazadores, que en alguna ocasión impedían la marcha normal de la audición, llegando a apostrofarse unos espectadores a otros”, aunque la cordura permitió llegar al final del programa, dice el crítico Walter, “ahogando la mayoría del público los aplausos que no fueran dirigidos a los intérpretes”, lo que prueba, señala el crítico, “que no faltan en Barcelona seres privilegiados que comprenden y admiran la obra del insigne reformador”. (La Vanguardia, 30 de abril de 1925) Barcelona fue en esos años –a partir del modernismo– una sociedad con afinidad a la cultura capaz de absorber las disensiones –como ya lo fue con Wagner– de quienes se sentían afines a una u otra estética y comprender diferentes corrientes y expresiones artísticas. Y esta ciudad, a la que el compositor austríaco volvió esperanzado en 1931, era pujante y alentadora. El mismo Falla se asombró, cuando la visitó en 1915 después de la puesta en escena de El amor brujo, de la aprobación que encontraba su música: “Estoy estupefacto de ver cómo me © ARNOLD SCHÖNBERG CENTER, VIENA La Barcelona que conoció el compositor en 1931 era una ciudad alentadora, capaz de comprender diferentes corrientes y expresiones artísticas A la izquierda, Arnold Schönberg bajo su ‘Autorretrato verde’ en Brentwood Park (Los Ángeles, EE.UU.), hacia 1948 problema de los públicos y sus niveles culturales y el grado de reacción ante lo que no les gusta. Y la música de Schönberg entraba dentro de las consideraciones de Ortega y Gasset –que se refiere a la nueva música en general–, a la que atribuía una especie de impopularidad esencial; la dificultad no reside en que no se comprenda por su complejidad, dice, sino que “es difícil porque es impopular”. conocen aquí sin haber venido yo hasta ahora, toda la gente que tiene relación con teatro, música, etc. está amabilísima conmigo.” Compartió e hizo amigos en la tertulia de La Puñalada y Rusiñol le llevó a trabajar en su piano del Cau Ferrat de Sitges. De hecho, a partir de El retablo de maese Pedro en París en 1923, Falla estrenó aquí Psyché en 1925, y en 1926, con Wanda Landowska, el Concerto para cla- Barcelona, donde también escribió ideas sobre instrumentación y contrapunto, según señala Stuckenschmidt, e incluso unas notas sobre Manuel de Falla, además de un texto para una conferencia que envió a Hans Rosbaud; parece ser que incluso una puesta al día de sus escritos comenzó a inquietarle en esas fechas. Lamentablemente, las estructuras e inquietudes educativas que aquí existían no se hicieron eco al parecer de la cercanía de esta celebridad del siglo, pero los melómanos pudieron asistir a dos memorables conciertos de la Orquestra Pau Casals dirigidos por Schönberg (3 de abril) y por su discípulo y amigo Anton Webern (5 y 7 de abril de 1932). En carta a Alban Berg, Webern comentó su entusiasmo por la calidad de la interpretación del Pelleas de su maestro, en un programa en el que Conchita Badía cantó lieder de Schönberg. Los programas que guarda la biblioteca del Orfeó Català procedentes de estos ciclos de la Associació de Música da Camera que dirigía Clausells, hablan de la densidad, calidad y originalidad de la vida musical de entonces. Un año antes habían dedicado un programa “als compositors de la moderna escola espanyola”, músicos del llamado grupo de Madrid. Otras figuras aportaron a ese relieve y dinamismo, en particular la actividad camerística de Eduard Toldrà, también magnífico compositor, la cantante Conchita Badía, y Pau Casals, ya con reconocimiento internacional. Casals dirigía desde octubre de 1920 la Orquestra que llevó su nombre, con centenares de conciertos y repertorios que renovaron el panorama de la ciudad, estrenos de autores catalanes y personalidades como Richard Strauss en el podio. En mayo de 1926 fundó la Associació Obrera de Concerts con el ánimo de hacer llegar la mú- sica a diferentes sectores sociales, actividad de alcance social y artístico que continuó incluso durante la guerra. En la composición, a Pahissa, Toldrà, Mompou y Gerhard, hay que sumar Baltasar Samper, Agustí Grau, Ricard Lamote de Grignon y Manuel Blancafort, y el joven Joaquim Homs, representantes todos de diferentes opciones estilísticas, algunos de los cuales promueven en 1931 el grupo llamado Compositors Independents de Catalunya (CIC). Los contactos internacionales dan lugar a que en la primavera de 1936 Barce- 04 contra el gobierno republicano quebró la dinámica de progreso y los grandes logros de la vida musical barcelonesa, al igual que ocurrió en el resto de España, aunque durante la guerra Barcelona mantuvo unas inquietudes musicales de importancia. Esta fuerte identidad en lo musical facilitó que, en la inmediata posguerra, Catalunya pudiese contar con un trío privilegiado de compositores en activo, como fueron Toldrà, Mompou y Montsalvatge, el más joven. Los tres muy alejados de las propuestas estéticas schönberguianas y más vin- El gran legado de Arnold Schönberg, más que la proyección de sus ideas, es su música, que es lo que hay que oír, estudiar, interpretar y gozar lona acoja el Festival Internacional de la Sociedad Internacional de Música Contemporánea, en el que se presentan varios estrenos de autores locales y extranjeros, algunos de ellos como Benjamin Britten, presentes en el certamen. De Alban Berg, que había muerto unos meses atrás, en diciembre de 1935, se dio a conocer su Concierto para violín, compuesto “a la memoria de un ángel”, en recuerdo de la hija fallecida de Alma Mahler y Walter Gropius. Nuevamente estuvo en la ocasión Anton Webern, quien por una indisposición, conmovido por la reciente muerte de su amigo Berg, no pudo dirigir el mencionado estreno. De Robert Gerhard se dio a conocer Libra. Eran además tiempos de buenas perspectivas para la música catalana: casi una niña, Alicia de Larrocha se presentaba en el Palau de la Música, y a un paso estaban las grandes voces líricas o los solistas instrumentales como Cassadó, entre otros. El alzamiento militar de julio de 1936 culados a la modernidad que se había fraguado en París. No hay duda de que éste es el perfil de la tradición musical española, muy distante –ello no es objeto de juicio de valor– de la germana, que tanto peso tuvo en la generación siguiente. Poco después de dejar Barcelona, en el poco tiempo que medió hasta la salida casi urgente a París en 1933, Schönberg escribió algún texto sobre la tradición, una tradición que es un orgullo para el mundo germano, pero poco maleable para ser exportada. Sabemos que no hay vanguardia o renovación eficaz si no es dentro de unas referencias a una tradición, a las esencias que se rebuscan en la profundidad de las cosas. Y esto lo comprendió el compositor austríaco, como también Falla o Stravinsky, o Shostakovich, trabajando en coherencia con sus ideales. De ahí que el gran legado de Arnold Schönberg, más que la proyección de sus ideas, sea su música, que es lo que hay que oír, estudiar, interpretar y gozar. | 04 Leopold Godowsky, Albert Einstein y Arnold Schönberg en el Carnegie Hall de Nueva York el 1 d'abril de 1934 TEMA Miércoles, 27 septiembre 2006 03 La casa de Schönberg en Barcelona en la Baixada de Briz Culturas La Vanguardia 03 02 Arnold Schönberg en Barcelona (1931-32) 3 ve y cinco instrumentos. Y no por casualidad dedicó los veinte años finales de su vida a trabajar sobre el texto en catalán de L'Atlàntida de Jacint Verdaguer. El compromiso de la sociedad catalana con las actividades musicales y artísticas fue una de las claves de esta situación; tanto el Liceu como el Palau eran entidades privadas, a diferencia de la gestión cultural de Madrid. En 1920 el mismo Adolfo Salazar proclamaba el éxito parisino de dos jóvenes músicos catalanes, Frederic Mompou y Robert Gerhard. Gerhard, después de tomar contacto con Falla, irá a estudiar con Schönberg y fue a invitación suya que su maestro y amigo se estableció en Barcelona entre octubre de 1931 y mayo de 1932, preocupado con los gestos del nazismo en su tierra. En la torre de Baixada de Briz –ahora nº 20-22– compuso en octubre la Pieza para piano op. 33b, trabajó en el segundo acto de Moisés y Aarón que terminó el 10 de marzo, y en la primavera nació su hija Nuria. Al año siguiente marchaba al exilio definitivo hacia París y luego a América. Los aires republicanos dieron un nuevo y dinámico perfil a la vida musical española. La estancia de Schönberg, a pesar de que no resolvió sus problemas bronquiales especialmente agudizados por el frío invernal, no dejó más que un buen recuerdo, tanto para él como para quienes –incluidos algunos deportistas– le hicieron más cálido el frío invierno, incluso con nieve. Los contactos con los músicos fueron pocos, salvo los casos de Gerhard –que estuvo muy cerca de él– y de Casals. Barcelona le aportó tranquilidad para componer, aspecto que en adelante echaría de menos a pesar de otras bondades que encontró en California, lugar de su exilio definitivo. Entre otras cosas, no pudo acabar allí su famoso oratorio en el que sí trabajó en © ARNOLD SCHÖNBERG CENTER, VIENA 02 © ARNOLD SCHÖNBERG CENTER, VIENA 01 © ARNOLD SCHÖNBERG CENTER, VIENA © BELMONT MUSIC PUBLISHERS, LOS ANGELES 01 Manuscrito firmado y datado en Barcelona del ‘Concierto para piano’, op.33b de Schönberg (1931)