Diario: La Nación Sección: Política Fecha: sábado 22 de enero de 2005 “Hay que dar vuelta el sistema educativo” Advierte Silvina Gvirtz, la visión de una prestigiosa educadora “En los años 90 quedó demostrado que no hay una correlación necesaria entre crecimiento económico y disminución de la pobreza. La metáfora del derrame o del goteo es muy poco feliz. Basa la distribución en la saciedad de los de arriba y no tiene en cuenta la responsabilidad social.” En un país que aún enfrenta el flagelo lacerante de la exclusión y que no termina de encontrar todavía un rumbo, la investigadora Silvina Gvirtz está convencida de que el camino para remontar la cuesta es apostar por la educación. Y afirma que la misión de la escuela es hoy, precisamente, “formar personas autónomas, democráticas, preocupadas por el prójimo, con vocación inclusiva y responsabilidad social”. De reconocida trayectoria en el campo de las humanidades, la doctora Gvirtz dirige desde 1999 la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés y es investigadora del Conicet. Ha sido seleccionada Fellow 2003 por la Fundación Guggenheim, de los Estados Unidos, y en diciembre último fue premiada por la Academia Nacional de Educación por un trabajo de investigación orientado a desentrañar un enigma hasta hoy indescifrable: cómo revertir la crisis de la educación argentina. Crecida en el barrio de Belgrano, Gvirtz, de 41 años, recuerda con orgullo su paso por el Colegio Nacional de Buenos Aires. Obtuvo los títulos de profesora para la enseñanza primaria, licenciada en Ciencias de la Educación y doctora en Educación en la Universidad de Buenos Aires, con calificación sobresaliente, y lleva publicados diez libros. El último es "Mejorar la escuela. Acerca de la gestión y la enseñanza", editado por Granica, donde presenta los resultados del Proyecto Escuelas del Futuro (PEF), desarrollado a lo largo de cuatro años por un equipo interdisciplinario en colegios estatales y privados (parroquiales) del conurbano bonaerense y donde se muestra que es posible mejorar las escuelas interviniendo en forma directa sobre ellas. También dirige el Anuario de la Sociedad Argentina de Historia de la Educación y ha publicado más de treinta artículos en revistas especializadas, con referato internacional, en Inglaterra, Alemania, Portugal, Australia, Israel, Colombia, Brasil, Venezuela y Bélgica, entre otros logros y reconocimientos. "La inclusión implica una decisión política y una responsabilidad social. No podemos seguir eternamente intentando paliar las inequidades de la sociedad a través de políticas de emergencia. La necesidad permanente de contar con estas políticas denuncia el gravísimo problema de gobierno de nuestro sistema educativo", precisa la reconocida investigadora, en una entrevista con LA NACION. Según su percepción, el país está saliendo de la profunda crisis de 2001. La mejora de los índices básicos, como el descenso de la tasa de desocupación y el aumento del PBI, y la preocupación del Gobierno por redistribuir la riqueza son signos alentadores. "Pero persiste el problema central: la incertidumbre sobre qué va a pasar con el mediano y el largo plazo. No sabemos si se están haciendo los cambios necesarios para que dentro de diez años no volvamos a repetir el ciclo de la crisis", advierte, con la rigurosidad de una persona habituada a analizar los agitados escenarios sociales. Para ello, prosigue, se necesitan cambios estratégicos, como apostar realmente en favor de la educación, revalorizar la cultura del esfuerzo, extender la jornada escolar, desarrollar nuevos modelos de gobierno en las escuelas y priorizar una mirada que ponga a los chicos y a los adolescentes en el centro de la escena y de las preocupaciones. -¿La historia educativa argentina registra una crisis tan profunda como la actual? -La crisis se fue agudizando desde fines de los años 60 y los peores picos tuvieron que ver con las más graves dificultades de la situación socioeconómica. Tuvo un momento terrible en el año 2001 y, si comparamos el estado actual con esa crisis, estamos muy mal, aunque no en el peor momento. Pero cuantos más años pasen, más difícil será revertir el proceso crítico. -¿En qué momento uno puede considerar que empieza la recuperación? -Desde que volvió la democracia se hicieron algunas mejoras puntuales. Una de las cuestiones más importantes para revertir la crisis es ver qué se hizo bien, no sólo qué se hizo mal, porque cada ministro, cada presidente, llega y quiere poner el primer ladrillo. Empezar todo de cero siempre es muy complejo y mucho más en los tiempos cortos de la política. Estas mejoras parciales fueron, por ejemplo, instalar en los años 90 un sistema nacional de evaluación de la calidad, iniciar procesos de descentralización, aunque sólo se provincializaron las escuelas y el sistema sigue altamente centralizado y fragmentado. En la gestión de Daniel Filmus, la meta de los ciento ochenta días de clase es una muy buena medida política, aunque después hay que resolverla y ver cómo se cumple. Es bueno poner el problema sobre la mesa. Alfonsín, por ejemplo, desreguló el mercado de libros de texto y convocó el Congreso Pedagógico. Son medidas buenas, pero aisladas y fragmentadas. Y lo que estamos necesitando es un cambio más profundo. -¿La tarea no pasa por una sucesión de medidas aisladas sino por un plan más amplio, alguna ley? -No una ley. No me parece que las leyes consigan mejoras en sí mismas. La ley federal de educación dice que el 6% del PBI tiene que invertirse en educación, y no se cumple. Tiene que haber un norte, saber dónde vamos a ir a largo, mediano y corto plazo, saber qué medidas hay que tomar para llegar a esos nortes señalados. No importa si son grandes o pequeñas metas. En este momento hay, a grandes rasgos, tres miradas en política educativa: las de los nostálgicos, que creen que podemos volver al viejo sistema educativo, a la ley 1420; los pragmáticos, que suponen que resolviendo cuestiones coyunturales, con políticas ad hoc y programas específicos se va a poder salir de la crisis, y los pedagogos que impulsan reformas estructurales más profundas, sin destruir todo el edificio, valorizando lo bueno que tenemos. -Ante tantos diagnósticos catastróficos, ¿existen propuestas que realmente puedan mejorar la situación? -Se puede hacer. Por un lado se necesita mayor inversión en educación. Chile invierte el 8% de PBI y nosotros no llegamos al 6%. Pero si invirtiéramos más en este sistema no sería suficiente. La provincia de Buenos Aires, por ejemplo, necesita imperiosamente una reforma del modelo de gobierno educativo. Se maneja de un modo muy centralizado. El Ministerio de Educación de la Nación, junto con el Consejo Federal, tiene que marcar metas claras de hacia dónde vamos. Metas académicas (qué se espera que los chicos aprendan, cómo se espera que lo hagan) y de ejecución (tasas de deserción, rendimiento interno del sistema: si hoy tenemos determinado índice de repitencia escolar, dentro de tres años tenemos que bajarla a tanto). Las provincias también tienen que tener sus metas claras. Y hay que descentralizar la modalidad en que cada escuela llegará a las metas planteadas. Hay que dar vuelta el sistema educativo. Hoy es como si estuviera patas para arriba. Es un sistema que siempre mira para arriba: para el ministerio, para los ministerios provinciales, para los supervisores. Y el sistema tiene que estar al servicio de los chicos. -¿Hoy no lo está? -No. Hoy los chicos y sus familias son los actores menos escuchados. Hay que volver a darles voz. El director tendría que trabajar de un modo más colegiado con los maestros. Si los padres consideran que a sus hijos se les enseña poco, tienen que tener un mecanismo para poder decirlo. Hay que consolidar mecanismos de colaboración entre la familia y la escuela. Puede haber conflictos, pero a mediano plazo generará modelos de colaboración. -¿Qué peso tiene hoy la educación entre quienes tienen poder de decisión? -El peso uno lo mide por cómo se distribuye el presupuesto, mucho más que con las palabras y los discursos. -¿Esta asignación de prioridades es una decisión de la voluntad? -Un poquito sí. Cuando se define un presupuesto hay miles de presiones y miles de sectores que pelean por mayores asignaciones. Pero hay un momento en que alguien decide priorizar, como gestión, como gobierno, como política, determinadas áreas. -¿En esta puja por la asignación de recursos las demandas de la educación básica siempre salen perdiendo frente a las demandas de las universidades? -Sí, salen perdiendo. Pero la pelea central no es enseñanza básica v. universidad, sino ampliar en general el presupuesto educativo. La universidad necesita un aumento presupuestario, pero en el momento de dirimir los conflictos la universidad tiene mayor capacidad de presión política. -¿Cómo habrá que enfrentar el problema de la desigualdad? -A largo plazo, hay que apuntar a metas claras, y un sistema de información y evaluación de la calidad que tenga cierta independencia del Poder Ejecutivo y haga un seguimiento muy fino respecto del cumplimiento de esas metas. Hoy no podemos no pensar en políticas compensatorias. Pero nosotros tenemos un sistema que en un punto genera la desigualdad. Los programas compensatorios, que deberían ser un paliativo para alguna situación de emergencia, se convierten en una necesidad estructural porque el sistema genera tanta desigualdad. Y esto lo advierte Juan Llach, que en su último trabajo muestra cómo el propio Estado provee los mejores edificios y los mejores recursos didácticos a la población que se encuentra en mejores condiciones socioeconómicas. Tendría que hacer al revés, darles mucho más a los que menos tienen. Ahí está la base de la desigualdad. -¿A partir de la transferencia de escuelas el Ministerio de Educación tiene instrumentos para atender estas desigualdades? -Tiene dificultades. El Ministerio de Educación tiene un rol centralísimo y debe generar políticas para garantizar la igualdad. Pero también tienen un papel central las provincias. Hay muchísima desigualdad entre las jurisdicciones. Algunas hacen las cosas bien y otras mal. -¿Atender las necesidades sociales posterga la búsqueda de la calidad? -Tenemos que aprender a pensar en paralelo. Lo social se tiene que resolver al mismo tiempo que lo educativo. Si uno privilegia lo social sobre lo educativo estamos en problemas. Lo educativo es social. Y hace a la calidad de vida que van a poder tener las personas en el presente y en el futuro. No hay ningún justificativo para que se diga "como tenemos una emergencia social vamos a dejar de educar". Tendríamos que estar pensando la educación de acá a cien años, qué querríamos de nuestro sistema educativo en cien años, en cincuenta, en cinco y el año que viene. Para eso se necesitan consensos sociales, porque la educación no puede ser un problema de un gobierno. Ningún gobierno va a resolver el problema educativo solo. -Al margen de los gobiernos, ¿la sociedad valora la importancia de la educación o solamente queda en la retórica? -La sociedad valora la escuela. Tiene muy en claro que la escuela es algo muy importante en la vida de todos. Y se esfuerza muchísimo por mandar a sus hijos a la escuelas y por darles buena educación. Hacen el máximo esfuerzo. Pero no veo que sea una sociedad en muchos aspectos preocupada por la cultura. Uno va a casas de gente de clase media y media alta y no hay libros. Es una sociedad que lee poco. Parece que se privilegia otro tipo de valores que los del mérito, del esfuerzo y la cultura. Es una sociedad que cree que con la inteligencia alcanza. Hay que tener una base de inteligencia, pero después hay que cultivarla, hay que ser culto. Resolver bien los problemas implica haber aprendido. No es algo que nace con uno y alcanza. Hay que cultivarlo, esforzarse, trabajarlo. Hay que empezar a darle más prioridad. En una casa donde no se lee habrá hijos con dificultades de lectura, por más que los padres digan "es muy importante que vayas a la escuela". La cultura tiene su parte de esfuerzo, pero también su parte placentera. -¿Qué rumbo está tomando el país? -En la coyuntura, se está saliendo bien de la crisis de 2001. La mejora de los índices básicos, como el descenso de la tasa de desocupación y el aumento del PBI, la preocupación del Gobierno por redistribuir la riqueza, son signos alentadores. Pero persiste el problema central: la incertidumbre sobre qué va a pasar con el mediano y el largo plazo. No sabemos si se están haciendo los cambios necesarios para que dentro de diez años no volvamos a repetir el ciclo de la crisis. Para eso se necesitan cambios estratégicos, como apostar realmente en la educación con el cambio de los modelos de gobierno de la escuela, los modos de distribuir los recursos. Son cambios que van a llevar décadas, pero hay que empezarlos ya. -¿Cómo puede superar el país el problema de la exclusión? -Para encarar el problema hay que operar sobre un número importante de variables. El crecimiento de la economía es una de ellas, pero en los años 90 quedó demostrado que no hay una correlación necesaria entre crecimiento económico y disminución de la pobreza. Necesitamos políticas redistributivas inteligentes. La metáfora del derrame o del goteo, muy citada en la opinión pública, me parece muy poco feliz. Basa la distribución en la saciedad de los de arriba. Los más necesitados acceden a bienes básicos sólo en la medida en que estén completamente satisfechos en la cúpula. En esta metáfora no hay responsabilidad social y estamos a merced de una economía de crecimiento perpetuo para poder garantizar los derechos de quienes estén más desposeídos. No es una imagen muy republicana. -¿Qué habría que hacer? -Resolver el problema de la exclusión implica pensar en otro tipo de políticas redistributivas, con el fortalecimiento de la conciencia ciudadana y el cuidado del prójimo. El tema del pago de impuestos es muy ilustrativo. No es extraño escuchar voces que sostengan que "si no pagás no importa, porque la plata se la quedan los políticos corruptos" o "la plata que pagás se malgasta" y entonces no vale la pena pagar los impuestos. La síntesis es que si uno evade impuestos no es corrupto porque el dinero se usa mal. El razonamiento debería ser: hay que pagar todos y cada uno de los impuestos con el dolor y el sacrificio que eso implique y a su vez reclamar que el Estado y sus gobernantes rindan cuenta de cómo gastan el dinero. Y presionarlos para que lo hagan con criterios claros y públicos de justicia social y no pensando sólo en cómo perpetuarse en el poder. Hoy estamos en un círculo vicioso en el que los políticos acusan a los sectores con poder adquisitivo y éstos a los políticos. Ambos se benefician: unos pagan menos y otros no hacen las reformas necesarias. Quienes pierden, nuevamente, son los que menos tienen, y la mayoría de ellos son menores, chiquitos a los que se priva de sus derechos más elementales. -¿Se percibe en el Gobierno una estrategia de crecimiento y desarrollo? -Si la tiene, no la hace pública. Se observan avances interesantes y destacables en algunas áreas. Se nota una mayor preocupación que en otros gobiernos para disminuir la pobreza. En la agenda política hay preocupación por lo social en todas sus dimensiones, pero se necesitan reformas estructurales para que el país salga adelante en el mediano y largo plazo. Tenemos que generar una mayor institucionalidad. Necesitamos una reforma política que espero se encare luego de las próximas elecciones. De otro modo, habremos desperdiciado, como lo hacemos desde hace mucho, una coyuntura favorable para iniciar cambios de fondo. -¿Cómo ve el rumbo del país y el futuro, de acá a diez años? -Veo dos escenarios posibles. El primero es un escenario en el que se aprovecha una coyuntura favorable y se realizan mejoras parciales, muy necesarias, pero basadas en la implementación de programas ad hoc. Así, me imagino que vamos a volver a vivir una crisis en el mediano plazo y probablemente, aun si Kirchner fuera reelegido, la enfrentaría su sucesor. En el segundo escenario se avanza lentamente sobre reformas de fondo en todas las áreas y se inicia un camino diferente. En este caso, el Presidente pagaría costos importantes derivados del cambio y los logros obtenidos debería continuarlos su sucesor, que recibiría un país en un estado bastante menos crítico. Este segundo escenario es especialmente difícil, porque se necesita una estrategia integral que cuente con el apoyo y la participación de los gobiernos de las provincias y de otros partidos políticos. Mi deseo es que estemos embarcados en el segundo escenario y que los destellos de algunas medidas que se están tomando no sean espejitos de colores que impactan a la distancia pero que se opacan en la cercanía, sino puntas apenas perceptibles de un país menos pretencioso, más serio, institucionalizado, democrático y preocupado por la justicia y por la calidad de vida de todos sus habitantes. Por Mariano de Vedia De la Redacción de LA NACION