carta de amor

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¿Qué fue?
¿Qué es?
¿Qué será?
carta de amor
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1. Un "te quiero"
“Quería regalarte algo que no tuviera medida; algo así como una sonrisa
cierta o un beso. No, un beso puede medirse, palparse, compararse, y además necesita
de tu aprobación. Algo así como unas gracias: gracias por estar ahí, por existir, por
abrirme tus brazos. O mejor un “te quiero”. Eso es, sé que no debo hacerlo, no por
escrito, pero voy a regalarte un “te quiero” para que lo cuelgues en una de las
perchas del armario de tu mente y te lo pongas cada vez que estés triste. No importa el
tiempo, no importa que se torne vidrioso y la niebla de las horas lo haya
transformado. No importa que esté sombrío, pálido u otoñal. Importa que hoy, al
guardarlo en ese armario, tu sabes que está agarrado, amamantado con una argolla
al corazón. Te quiero.”
Elvira Castañeda cerró su pluma. El calor bajaba recto del sol a la tierra, sin
intermediarios, disecado el viento y las sonrisas, disecada la hora, los árboles y los
pensamientos. Aún no sabía si enviaría aquella carta. Un “te quiero” era un frágil y
delicioso brebaje con caducidad; una bella flor silvestre brotada sobre la piedra dura
del corazón; un montón de nieve blanca, de nieve fina para purificar las entrañas. El
café, negro, con hielo que ya no era, tocaba la campana de vigilia a los párpados
soñolientos, también disecados, de Elvira.
Un “te quiero”, pensó, es tan grande porque no es para siempre. Y de nuevo, en
las estrujadas cajetillas de su mente, los muñecos de cuerda se sublevaban. La duda, la
reflexión de siempre, el por qué más por qué de las cosas. ¿Y si los “te quieros” se
acaban?, Se carcomía, ¿qué combustible tiene el alma?. La zozobra de la hora disecada
engullía su hipotálamo dejándolo sin aire. Atisbó el ligero consuelo de que ella
siempre podría querer cuanto quisiera, lo que quisiera, a quien quisiera. Déjame
quererte, había dicho algunas veces, creyéndolo fácil; pero sabía con certeza que
aquellas personas reacias a dejarse querer se acababa no queriéndolas.
Elvira Castañeda decidió enviar la carta. Recordó, afligido el corazón por los
garabatos fulminantes de su pecho, los últimos versos del poema número veinte de
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Neruda: "Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos los últimos versos
que yo le escribo."
La carta se quedó, como todas las anteriores que había escrito, en un veteado
cajón de caoba de la habitación número 47 -ahora despacho del director- del Parador
Palacio Medieval del siglo XV. La fortificación, que dicen fue morada del Emperador
Carlos V, se esconde en Jarandilla de la Vera, erguida entre verdes y gargantas de
agua, allí, en el Vergel de la Vera y el Tiétar arropada por olivos y naranjos; allí donde
la paz parece salir de la tierra y el sosiego se mezcla con el silencio; allí donde Elvira
Castañeda, multimillonaria excéntrica, pasaba al menos cinco meses al año.
En los mentideros de Madrid se oía que desde que Elvira Castañeda visitó el
monasterio de Yuste su amor platónico era Carlos V y, como no la dejaban vivir en el
propio monasterio, lo intentó comprar, cosa que no consiguió. Por eso cada año, los
meses de primavera y verano se alojaba en el Parador de Jarandilla para sentirse más
cercana a su amor. Los conserjes, el director y todo el servicio del hotel la creían una
encantadora demente que paseaba cada mañana por el claustro hablando sola, saludaba
al servicio por su nombre, escribía cartas a Carlos V, muerto hacía más de
cuatrocientos años, y, sobre todo, daba suculentas propinas. Juan, el recepcionista más
antiguo, estudiante de sicología, decía que su enfermedad se llamaba "correlaciones
ilusorias".
2. Carta de Elvira Castañeda al Emperador Carlos V.
Amigo Carlos, amigo mío:
Una palabra es un respiro y aunque vulgar puede parecer bella. Dos palabras
ya son el doble y tres el triple, mil o más ya cansan y sin embargo el manantial no
seca aún bajo el sol que cae a plomo sobre todos los seres inertes y vivos de la tierra,
sobre los árboles, sobre las tragaderas y sobre las tripas, sobre las paredes rectas y
los tejados, sobre la mala hostia y la ineptitud que ocupan tantos cuerpos, sobre la
hierba y sobre las flores, sobre las chimeneas y sobre los cristales, sobre los límites de
la paciencia y sobre las ideas que encabronadas vapulean los sentimientos.
El calor es intenso, los sueños ligeros, la primavera se va yendo, la luna está
casi llena, casi blanca, esférica y firme. Hay corazones solitarios que apoyan sobre su
hombre su abatimiento. Hay instantes silenciosos que invitan a replegarse. Hay
momentos, muchos, en los que tú lo ocupas todo en un cielo casi negro, casi
abstracto… casi eterno. Esta noche parece acabarse la primavera, la luna está
creciendo hacia su plenitud, igual que un corazón enamorado. Igual que mi propio
corazón. Sí Carlos, igual que mi propio corazón.
Sé que me escuchas Carlos, sé que mis palabras rozan tu piel de piedra y la
casi eternidad de tu cuerpo vibra con su fuerza. Sé que sientes la caricia de mi amor y
en alguna parte de ti explota soliviantado un corazón que no se ve. Sé que me
escuchas Carlos bajo esa luna quebrada y solitaria; luna que es como el amor,
intrépida, clara, cercana a veces y oscura, tímida y lejana otras; luna que es como el
dolor, negra que no se le ve o desafiante que te traspasa. Cuando la veo me recuerda
la pequeñez del mundo, intuyo en ella una sonrisa, una cínica satisfacción de vernos
pasar, rodar ante sus ojos con rumbo infinito y sobrevivir al tiempo.
Porque ella sobrevive Carlos, algo así como tu. Te parecerá extraño que te
cuente algunas cosas. La vida cambia, las cosas cambian, ahora los caballos tienen
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ruedas Carlos, las casas son gigantes y las calzadas carreteras, y no entenderás nada
si te hablo de televisión, ordenadores, satélites…; Pero hay algo que permanece: la
soberbia del hombre, la ambición, la lucha por el poder -esto si que lo entiendes-, las
guerras, la estupidez, estupidez Carlos, estupidez… ¡Y no me contradigas! ; también,
claro que sí, hay algo de amor. Amor como el que yo siento por ti ¿platónico?, no el
amor del negocio, el amor de moda, el amor que no va más allá de la propia palabra
encerrado en ella como un regalo jamás abierto. El amor es un lazo que además de
fustigar el corazón cava las zanjas de la exigencia, los senderos egoístas del todo para
mí y con migo y además hace sufrir, ¡qué tontería!. No hay libertad para amar, no hay
libertad, la libertad es un sueño. Por eso mi proyección hacia ti es tan poderosa.
Pienso en ti, sueño con tigo, a menudo lloro por ti inmersa y sola en mi propia
soledad.
Además la vida pasa en dos momentos, uno para reír, otro para llorar; a veces
los dos en uno provocando emociones agridulces y dando fuerza al oleaje del
corazón; a veces cada uno por un lado, rígidos, exigentes, avasalladores, dueños de ti.
Pero ¿qué es lo bueno?, ¿La risa cuando se ríe porque se desea reír, el llanto cuando
se llora porque se desea llorar, o la conjugación de ambos en guerra sin tregua, en un
rifi rafe que explosiona los sentimientos?, ¿Qué es lo bueno?, Si algo de esto es
bueno; ¿puede acaso la razón ejercer control alguno sobre ello?, y si puede ¿debe
hacerlo?. La vida pasa en dos momentos, uno para reír y otro para llorar. Y tu
tendrás uno y otro, y uno en otro, y viceversa, y nunca sabrás qué es lo mejor.
¡Qué callado estás Carlos!, ¡qué sola me hace sentir tu silencio!. Toda una
vida hablándote, amándote, deseándote sin respuesta. Se ha perdido el sol en la última
cornisa del torreón de enfrente. Sigo esperando que se quiebre tu petrificada
indiferencia. El té ya se fue y el café aún me roza la garganta; aún queda luz, aún
queda esperanza. Creo que voy a ponerme triste. Suena una canción: "Ayer todos mis
problemas parecían tan lejanos… hoy están aquí, para quedarse." Sigo esperándote.
La oscuridad que ha borrado el perfil del torreón tras borrar el cielo, también
va borrando la esperanza y ha germinado una pizca de tristeza para aderezar la
desilusión y atenuar el cariño, quizá desmedido. Hoy es un día más de una vida sin
pausa; ni siquiera existía el pronóstico de una lágrima, y sin embargo no hace falta
amar para derramarla, tan sólo sentir que la tristeza te vuelve a tender la mano.
Estoy cansada Carlos, agotada de arrastrar un corazón repleto de amor
silenciado, curva a curva, rampa a rampa. Por mis venas, al menos por las que lindan
al vientre, al estómago, al pecho y a la asila, riadas de sentimientos alborotados
golpean mi cuerpo y se hace urgente dejar salir tanto amor, que atropellado, duele
como un demonio. Es hora de drenar el corazón, de ofrecerlo todo… ¿pero a quién?.
Tu impasibilidad hace que me sienta sola, amargamente sola. De poder
arrancar de cuajo toda esa primavera extendida del vientre a la garganta, de vértebra
a vértebra, lo haría. Lóbrego, el corazón se está agotando, la noche aún no. La vida
no merece la pena, no sin amor. La realidad es cruda y la razón, poderosa, hace de la
vida una caja vacía, una esfera resbaladiza, una mentira que duele y convierte en
falsa a la razón. Razón que, insultante y cínica, se desparrama por los axones, por las
dendritas y hasta por la madre que la parió. ¡Qué infeliz es la persona enamorada que
a nadie puede transmitir su amor!.
Tampoco esta noche Dios anda por ahí, si acaso el demonio entre las sombras
con la sonrisa dibujada en sus labios y el horquillo clavado en mi vientre.
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Elvira Castañeda Cerró su pluma e hizo mil añicos la carta.
3. Elvira. Crónica de un amor imposible.
Aquella noche lloró amargamente por fin. Se sintió más sola que nunca arrasada
por una amargura fulminante. Nadie se dejaba querer en este mundo ingrato y el amor
se volvía hacia adentro con sus garras y sus fauces desgarrando hasta las mismas
células, hasta los mismos genes. Apoyó la frente en el cristal y vio un mundo vacío, un
mundo cruel, un mundo sin primavera. Era la madrugada de un viernes cualquiera, que
comenzaba en un mes cualquiera, sobre la una y cinco, una y diez, qué más da. Había
muchas más lágrimas en sus ojos de las que ella nunca pudo imaginarse. Estaba llena,
repleta de amor y un mundo vacío, nadie a quien ofrecérselo, nadie que se dejara
querer. Amor que golpeaba asfixiado sus sienes pidiendo ayuda, pidiendo destino, pero
no había nadie, nadie que lo quisiera. Jamás se sintió tan sola, tan descompasada con el
mundo, tan inmersa en una primavera absurda que exprimía su alma sin compasión.
Aquello se resquebrajaba por todas partes: las sienes, los ojos, el pecho, las tripas, en
mil añicos. Estaba sola, absolutamente sola ante un mundo de plástico derretido por la
indiferencia, vació e insensible. Respiró abdominalmente en ocho tiempos, como
Dionisio en "la prueba del laberinto" de Sánchez Dragó, buscando sentirse mejor.
Pasaban las dos y media de la madrugada y aún quedaban lágrimas. Volvió a apoyar la
frente en el cristal y sin ver nada borboteaban las lágrimas violentamente.
Cogió las bolas brillantes del yin y el yang y se las puso en los ojos, las dejó
resbalar por el rostro y las devolvió a las cuencas de los ojos para equilibrar energías.
Recorrió con ellas los músculos de los brazos, piernas y el cuello, hasta anidarlas en su
pecho herido sin sangre, ahogado en su propio amor, vuelta en si, perdida en si,
muriendo en sí.
Las cuatro trece de la madrugada y aún quedaban lágrimas. Unas horas más
tarde el periódico local destacaba en primera página:
"La multimillonaria Elvira Castañeda ha sido hallada muerta en la habitación
118 del Parador Nacional de Jarandilla de la Vera. Su muerte es un misterio, aunque
uno de los camareros al parecer conversó con ella …"
4. Carta de amor
Diez años más tarde se decide hacer una reforma al ala izquierda del castillo.
Bajo baldosa roja cercana a la habitación 118 aparece un pequeño cofre, algunos
objetos, algo de cartografía de 1557 y una carta fechada en junio de 1991.
En el sobre: "Para Elvira en el día de su muerte.
Para leerlo en el cielo, a varios kilómetros de la tierra firme, sintiendo la
libertad de un águila entre y sobre las nubes, mientras escapas de la rutina agria, de
lo cotidiano y lineal, de la hora y las caras repetidas."
Amiga mía:
El crujido de la pluma traspasa el espacio y el viento y tiene la osadía de
presentarse ante tus ojos. Se que soy un canalla porque he querido que leyeras esto
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mientras rozabas el cielo vertiginosamente, para obligarte a pensar en mi y así surcar
junto a tu pensamiento un instante la fluidez del aire y estar más cerca de la luna.
Claro que quizá yo figure en ti como un egoísta que no supe o no quise
responderte -no podía-. Hoy te pido que relajes tus recuerdos y pienses, plagiando a
no sé quien, que esta tinta es mi sangre, aprieto fuerte la pluma para que penetre y te
imagino leyendo muy despacio esta carta, ojalá con un café (si hay café donde tu
estás) cuyo aroma te envuelva en un momento especial; tus ojos hermosos entornados
ligeramente hacia abajo, hurgando en tu intimidad; esa sonrisa, hermosa sonrisa para
soñar; un mundo diminuto a tus pies y ese beso que te envío, que te sale desde dentro
con la textura ondulada de un sueño y el sincero calor del corazón; ese beso que no te
habré dado al partir pero que es tuyo ya.
Oí que las pasiones no están sometidas al tiempo, ni siquiera al espacio. Uno es
sólo uno, sus sentimientos y sus recuerdos, por lo demás la vida es una estupidez.
Alguien dijo que el cuerpo está encerrado en un cofre, en una maleta como un violín y
resuena aquello que ya tenemos dentro. Por eso he dejado que la quemazón de mis
venas (ya ves que no estoy petrificado) sea la tinta que ahora se clava en tus ojos,
¿para qué sirve la escritura sino para realzar y darle importancia a lo que se vive?.
Hoy te escribo cosas que no sabría decirte, sé que mis palabras no son cultas para
estos tiempos, pero rezuman la sencillez de los sentimientos que las engendran.
Asciendo a ti con ellas y sólo pretendo acariciar tus pensamientos y si acaso
acompañarte medio minuto. Dame tu mano y volemos juntos el exiguo instante que te
costará perderme; sobrevolemos las aristas del mundo con la energía febril de la
amistad, hasta que tu mente me cierre las puertas y en mi quede el perfil de tu imagen,
la sensación transpirada de tus dedos y el olor inodoro pero a ti de tu cuerpo.
Transforma la última brizna de tu pensamiento en un abrazo y deja que te
susurre al oído: vives en mí.
Firmado:
Carlos de Habsburgo. Carlos Quinto
Emperador universal
EduBás
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