¿EN QUÉ CREE NUESTRO CEREBRO?

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ES10 DE MAYO DEL 2014
Uno de los monumentos más visitados por los turistas que acuden a Barcelona es la Sagrada Família.
No es excepción: cualquier lugar que visitemos sin
duda esconde un monumento religioso digno de
ser visto: el monasterio del Escorial; el Sacré Coeur
de París; los templos hindúes de Ellora; la estupa
budista de Boudhanath en Katmandú; el muro de las
Lamentaciones y la mezquita de Al Aqsa en Jerusalén... ¿Por qué todas las culturas han tenido y tienen
creencias religiosas, al margen del aparente aumento
de personas que se declaran agnósticas o ateas? ¿Es
sólo un constructo cultural, o nuestro cerebro tiene
algo que ver? Y si fuera así, ¿tener creencias religiosas tiene algún valor adaptativo? Sin duda es un tema
controvertido, especialmente para los más creyentes,
pero un puñado de estudios recientes ha arrojado luz
sobre esta cuestión. Los datos obtenidos no invalidan
ni tampoco afirman las creencias religiosas particulares de cada persona, pero nos permiten comprender un poco mejor la esencia humana.
La importancia evolutiva de la abstracción mental Una
de las características comunes a todas las religiones
es que incluyen procesos de abstracción mental. Por
lo tanto, para entender en qué cree nuestro cerebro
es preciso analizar cuándo y por qué surgió esta capacidad. Las primeras evidencias del género Homo
provienen del este de África, hace unos 2,3 millones
de años. Se distinguían de sus ancestros por su morfología dental, por contar con cerebros más grandes
y por iniciar la industria lítica (manipulación de las
piedras). En la construcción de estos instrumentos líticos subyace un primer inicio de abstracción, puesto
que antes de tallarlos es necesaria una representación mental de su forma y potencial utilidad, y también anticipar las necesidades futuras. El entierro de
los muertos también da testimonio de la capacidad
de manejar conceptos abstractos. Con independencia de los fines utilitarios de las prácticas funerarias,
algunos autores han sugerido que también podrían
haber estado motivadas por atribuciones de tipo
religioso, por ejemplo con la pretensión de facilitar el
tránsito a otra vida. Si esto fuera así, sería necesario
contar con un cerebro cuya constitución y funcionamiento permitiera un pensamiento simbólico
suficientemente desarrollado.
No obstante, se considera que las formas más
¿EN QUÉ CREE
NUESTRO
CEREBRO?
Siempre se ha dudado si la religión era discurso cultural o el resultado
de la evolución cerebral. Los científicos no afirman ni invalidan las
creencias de cada uno, pero aclaran que es la actividad cerebral la que
permite creer y que esa actividad diferencia al que cree del que no
avanzadas de abstracción mental son las relacionadas con el arte, el cual no surgió hasta la llegada de
nuestra especie, el Homo sapiens. En Europa sucedió
al inicio del paleolítico superior, hace unos 40.000
años, como se deduce de las pinturas y grabados en
cuevas y abrigos, de las esculturas y de la fabricación
de pequeños objetos transportables, que en conjunto
constituyen los denominados arte parietal y mobiliar respectivamente. Así pues, posiblemente los
fundamentos de las ideas religiosas, como el miedo
a la muerte y a lo desconocido, a lo imprevisto, a lo
irreparable y a lo inexplicable, tienen su origen en
estas capacidades.
La basílica de la Sagrada
Família, en Barcelona,
atrae a creyentes
y a amantes de la
arquitectura
¿Qué es lo que llevó a las personas del paleolítico
superior a elaborar obras de arte? Se han apuntado
diferentes razones: podrían constituir un vehículo
para dejar constancia de la posición social de los autores en el grupo, cumplir una finalidad mágica para
facilitar la caza o promover la fecundidad, fomentar
la creación de instrumentos para ser intercambiados
entre grupos diseminados de cazadores, o simplemente ser un mecanismo para imitar las formas
naturales o expresar las emociones y las experiencias
interiores del autor. No obstante, el arte también
pudo haber nacido como respuesta al miedo a lo desconocido y la necesidad de intentar plasmar lo inexplicable y lo ignoto para hacerlo menos transcendente, y para ayudar a dar sentido a la vida y la existencia
de una especie dotada de una arquitectura cerebral
que le permitía tener conciencia de sí misma. Antes
de la escritura, muy reciente en términos históricos,
el arte pudo haber constituido el principal elemento
para representar el pensamiento simbólico.
El arte mobiliar del paleolítico se caracteriza por un
conjunto de piezas (útiles, armas, adornos), entre
las que aparecen objetos de carácter probablemente
religioso, como esculturas, plaquetas y huesos grabados. De todas formas, es el arte parietal (rupestre)
el que queda más vinculado a lo religioso. A este arte
le sucedió el del neolítico, el de las primeras sociedades productoras. A partir de aquí, y a lo largo de la
historia, el arte ha ido cambiando con las culturas,
reflejando la sociedad, su estructura, creencias y
cambios. También cabe destacar que en la historia
de la humanidad los fines religiosos del arte no han
estado reñidos con los utilitarios y estéticos, en tanto
que una belleza sobrecogedora ayuda a asegurar la
efectividad de lo mágico y lo espiritual.
El hecho de que las creencias y las prácticas religiosas se puedan encontrar en todos los grupos
humanos ha llevado a algunos autores a sugerir que
podrían haber desempeñado un papel de cardinal
importancia en el desarrollo social de nuestra especie, en lo que respecta a la facilitación y estabilización
de la cooperación entre grupos humanos, pudiendo
haberse convertido en objeto de selección cultural.
Un hecho que apoya esta hipótesis es que los grupos
religiosos parecen durar más tiempo que los grupos
no religiosos. Sin embargo, a pesar de las características diferenciales entre las distintas religiones a lo largo de la historia, no suele haber diferencias en cómo
las personas realizan juicios morales o de conteni-
ADINA TOBY
Texto Cervell de Sis
28
29
EN FAMILIA
en familia
De todas las regiones cerebrales que se han relacionado con las experiencias religiosas, la que parece
desempeñar un papel más cardinal es la corteza
prefrontal. Se trata de una región muy importante
para el cumplimiento y la adecuación de las normas
sociales, los procesos de reflexión y la inferencia
de los estados mentales de las otras personas, unos
aspectos que podrían ser necesarios para mantener
una actividad religiosa integrada. Así, la corteza
prefrontal sería la encargada de hacer consciente a
la persona de ese estado y de sus sentimientos, y de
reportarle una experiencia emocional placentera.
También cabría preguntarnos si el cerebro de una
persona religiosa puede diferir anatómicamente del
cerebro de otra no religiosa. Se ha podido comprobar
LA ANATOMÍA
DEL CEREBRO
DEL QUE CREE
ES DISTINTA
DE QUIEN
NO ES
RELIGIOSO
HAY RELACIÓN
INVERSA
ENTRE
DEPRESIÓN
Y RELIGIÓN,
DICEN VARIOS
ESTUDIOS
Estos datos coinciden con lo que sabemos sobre el
desarrollo del cerebro. ¿Quién no se ha dado cuenta
de la facilidad que tienen los niños para creerse las
cosas? Creer en los Reyes Magos, gnomos, elfos, el
hombre del saco y otras criaturas mágicas es algo
muy vinculado a la infancia. Pues bien, resulta que
la corteza prefrontal de los niños se encuentra
desproporcionadamente inmadura en comparación
con otras regiones cerebrales. Esto podría explicar
su predisposición a creerse las cosas, y también a
mostrar una gran deferencia por el autoritarismo en
los juicios morales. Estas conductas se pierden a medida que la corteza prefrontal madura. No obstante,
durante la vejez el funcionamiento de la corteza prefrontal suele verse comprometido, haciendo de las
personas ancianas un blanco más fácil para el engaño
por tender a creerse las cosas con más facilidad.
El sistema de creencias religiosas presumiblemente
interactúa con otros sistemas de creencias y con
la adquisición de valores sociales y morales, y nos
ayuda a determinar la selección de nuestras metas
a largo plazo, el control de la propia conducta y el
equilibrio emocional, lo que posiblemente justifique
su utilidad social o, al menos, su pervivencia en todas
las sociedades.
Depresión y religión Diferentes trabajos científicos
han encontrado también una asociación inversa
entre depresión y religiosidad. En un estudio en que
se siguió a un grupo de voluntarios durante más de
30 años, se puso de manifiesto que las personas que
dan más importancia a la religión presentan una
corteza cerebral más gruesa en diferentes regiones
del cerebro. Curiosamente, este aumento en el tejido
cerebral podría conferir una mayor resistencia a
la depresión a las personas que tienen un riesgo
familiar alto de desarrollarla. Dicho de otra manera,
la importancia que la religión tiene en la vida de una
persona podría ayudar a las más vulnerables y predispuestas a desarrollar depresión, proporcionándoles cierta resistencia neuroanatómica.
Algunos estudios consideran que la religiosidad es
un verdadero rasgo de personalidad, una tendencia
estable de manera de ser, que en parte es innata
(hasta un 40% según estudios con gemelos) y en
parte influida por la biografía personal. Además
esos rasgos parecen tener un lugar en el cerebro.
Por ejemplo, en un estudio realizado el 2006, se
escaneó el cerebro de quince monjas carmelitas de
una comunidad de Canadá mientras reproducían la
vivencia de “gozo y plenitud en la unión con Dios”.
Las imágenes resultantes pusieron de manifiesto
una activación neuronal similar a la que se da en
personas enamoradas sintiendo gozo y bienestar,
incluyendo una desconexión del exterior y poca
reflexión al mirar fotografías de sus seres amados.
Química y genética de la espiritualidad También la
química y la genética del cerebro aportan datos
interesantes sobre la capacidad espiritual de nuestra especie. Por ejemplo, se ha visto que los niveles
cerebrales de dopamina se encuentran elevados
durante la vivencia de una experiencia religiosa
intensa, lo que puede explicar algunos cambios que
se generan en la percepción de los estímulos sensoriales y del paso del tiempo, que suele devenir muy
rápido durante dichas experiencias. La dopamina
realiza muchas funciones en el cerebro, incluyendo
papeles importantes en el comportamiento, la cognición, la motivación y la recompensa, el aprendizaje y la regulación del estado de ánimo. En base a
esta química, a nivel cerebral la religión puede ser
también un mecanismo de autorregulación del propio estado de ánimo. Sobrevivir en condiciones difíciles precisa de trucos para no desfallecer cuando
las circunstancias no son favorables. Así que creer
en alguna cosa puede ayudarnos a tirar adelante.
¿Y qué nos pueden explicar los genes de la espiritualidad y la religión? Hay un gen, el DRD4, que
está implicado en mediar la neurotransmisión de la
dopamina en la corteza cerebral. Este gen presenta
diferentes variantes que predisponen a manifestar
conductas antisociales, sentir atracción por la búsqueda de novedades y el riesgo, y a rehuir las convenciones sociales y las causas pro sociales. Otras
variantes, en cambio, están relacionadas con rasgos
diametralmente opuestos. Se ha visto que algunas
de estas variantes pueden hacer que las personas
sean más susceptibles a las influencias del ambiente
y la religión, fomentando las conductas pro sociales
en entornos que promuevan a ello. De forma añadida también se ha visto que las personas que actúan
pro socialmente porque esto les hace sentirse bien,
presentan una variante específica de este gen que
genera un mayor nivel de señal de dopamina, en
comparación con las personas que se comportan de
forma pro social solo cuando el entorno les empuja
a ello, como sería el caso del contexto religioso.
De hecho, los estados mentales que cursan con un
aumento de dopamina en las áreas prefrontales
del cerebro, como por ejemplo la manía propia del
trastorno bipolar, con frecuencia van acompañadas
de ideas místicas y mesiánicas; dicho de otro modo,
a mayor producción de dopamina, mayor tendencia
a desplazar el pensamiento hacia temas trascen-
G. HARTNAGEL
También se activa el núcleo caudado, que se ha relacionado con la felicidad y el amor, lo que correspondería con los sentimientos de júbilo y amor incondicional que se experimentan durante las experiencias
espirituales. Asimismo, una región de la corteza
cerebral denominada ínsula podría determinar las
respuestas somáticas y viscerales asociadas con estos
sentimientos, y la activación de la corteza parietal
durante las experiencias místicas podría reflejar la
modificación de los esquemas corporales de algunas
personas durante esas experiencias.
Un sistema de creencias La conducta humana está
guiada por el sistema de creencias. Desde un punto
de vista cognitivo, la asimilación de una creencia
implica dos fases. Primero se necesita una representación mental que hace que la creencia se adquiera,
y después se lleva a cabo un análisis que evalúa dicha
creencia y la pone en tela de juicio. Una región del
cerebro implicada en el procesamiento de la información emocional y afectiva, nuevamente la corteza
prefrontal, es crítica para la fase de evaluación de
la creencia. Precisamente, ciertas lesiones en esta
región hacen que los afectados sean más susceptibles
a las creencias dogmáticas y muestren más tendencia
al autoritarismo y al fundamentalismo religioso.
EN FAMILIA
JOEL CARILLET
La idea de Dios altera el cerebro Varios trabajos han
demostrado que las experiencias místicas en las que
uno dice encontrarse en un estado de unión con Dios
se correlacionan con determinados estados de actividad cerebral, que afectan a varias regiones cerebrales
y sistemas neurales. Incluso algunos estudios han
hallado una relación entre las experiencias religiosas
y espirituales y un tipo concreto de epilepsia que
afecta al lóbulo temporal medial. Esto no debería
sorprender, ya que este tipo de estados son muy
complejos e implican marcados cambios somáticos,
viscerales, perceptivos, cognitivos y emocionales. Por
ejemplo, se ha visto que la activación del lóbulo temporal medial, vinculado con la memoria, parece estar
relacionada con la impresión subjetiva de contacto
con una realidad espiritual.
que las personas que experimentan una relación íntima con Dios presentan un mayor volumen en una
porción concreta de la corteza cerebral, la denominada circunvolución temporal media del hemisferio
derecho. Resumiendo: sin cerebro no hay religión.
31
Arriba a la izquierda,
la Cúpula de la Roca,
en Jerusalén, junto a la
mezquita de Al Aqsa
A la izquierda, una de las
cuevas del complejo de
Ellora, en Aurangabad, India
Arriba, a la derecha, monjes
budistas en la estupa
Boudnath de Katmandú,
en Nepal
Abajo a la derecha, judíos
ortodoxos rezan en el muro
de las Lamentaciones en
Jerusalén
TRAVELER1116
do ético, lo que también ha llevado a sugerir que
la religión pudo haber surgido a partir de funciones
cognitivas preexistentes que, en su caso, podrían
haber sido objeto de selección natural, creando un
sistema capaz de solventar, de forma adaptativa, el
problema de la cooperación grupal.
30
THOMAS KÖHLER
ES10 DE MAYO DEL 2014
dentes y a querer salvar a la humanidad. No es éste
el único gen que se ha relacionado con la capacidad
espiritual y la religiosidad. Hace algunos años, en el
2005, se describió otro gen, denominado VMAT2
pero que informalmente se llamó “el gen de Dios”,
cuyas diferentes variantes pueden predisponer
hacia un mayor o menor grado de sentimientos
espirituales. La función de este gen es empaquetar
algunos neurotransmisores en las neuronas del cerebro, como por ejemplo la serotonina y la dopamina, y dejarlos a disposición de ser secretados para
activar determinadas redes neurales. Es interesante
destacar que VMAT2 se ha relacionado también
con el optimismo, una característica humana que
contribuye a la pervivencia de las personas y las sociedades en tiempos difíciles, lo que podría dar un
sentido adaptativo a la espiritualidad, que entonces
se vería favorecida por la selección natural.
En definitiva, la conducta religiosa es un fenómeno
exclusivamente humano del que no se ha encontrado un equivalente en otras especies animales. Se
trata de algo universal, en tanto que está presente
en todas las culturas modernas y, por los vestigios
arqueológicos que disponemos, podemos decir
que ha sido evidente en todos los períodos de la
historia y de la prehistoria, desde el surgimiento
de los procesos mentales de abstracción. Desde
diferentes disciplinas se ha intentado explicar el
origen de esta conducta, con resultados sorprendentes pero al mismo tiempo coherentes. Quizás
lo que nos hace más humanos sea la conciencia de
nuestra propia existencia, lo que a su vez comporta
el conocimiento de la muerte y, en consecuencia,
el recurso a la abstracción y racionalización por el
temor que nos suscita. Creemos porque queremos
y porque necesitamos creer, y no hay nada malo en
ello. Como apuntábamos al inicio de este reportaje, estos datos no invalidan ni tampoco afirman
las creencias religiosas de cada persona, ni restan
importancia a nuestras necesidades espirituales.
Otra cosa, sin embargo, es el uso que se pueda hacer
de dichos sentimientos, no siempre tan noble como
cabría esperar. s
Cervell de Sis David Bueno, doctor en Biología; Enric Bufill, neurólogo; Francesc Colom, doctor en Psicología; Diego Redolar, doctor en
Neurociencias; Xaro Sánchez, doctora en Psiquiatría, y Eduard Vieta,
doctor en Psiquiatría
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