LA PASIÓN EN SU CONJUNTO [208 ‒ 209]

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IVE – Ejercicios Espirituales
3° Semana
LA PASIÓN EN SU CONJUNTO [208 – 209]
“Todo hombre que busque la salvación, decía Juan Pablo II, no solo el cristiano, sino todo hombre, debe
detenerse ante la Cruz de Cristo. Aceptará la verdad del Misterio Pascual, o no, ¿creerá? Eso es ya otra
cuestión. Este misterio de salvación es un hecho ya consumado; Dios ha abrazado a todos con la Cruz y la
Resurrección de Su Hijo”. Y en otro lugar añadía: “no hay santidad cristiana sin devoción a la Pasión”.
Palabras estas rotundas; si hay un santo, necesariamente también hay devoción a la Pasión.
Hay que asumir la cruz con toda generosidad. Así como Él cambió el agua en vino, cambiará también
nuestras dificultades en felicidad.
Cuando meditamos los sufrimientos de Cristo cometemos, generalmente, dos errores.
El primero se refiere a su duración. ¿Cuándo comenzó y terminó la Pasión? Muchos responden: del
jueves por la noche al viernes a las tres de la tarde. Un día espantoso, pero sólo un día. ¡Qué error!
Un dolor comienza en el momento preciso en que se lo ve venir con toda certeza. Pues bien, Nuestro
Señor desde el primer instante de su concepción conocía todos sus futuros tormentos con la implacable
precisión de todos sus pormenores. El niño que sonreía en el pesebre veía ya perfilarse la silueta del
Calvario. Toda su vida, sin olvido posible, tuvo Cristo delante de sus ojos la Pasión. Así, ésta duró 33
años.
El segundo error se refiere a la verdadera naturaleza de la Pasión. ¿En qué consistió? Muchos creen que
sólo en aterradores tormentos físicos. Fue sin embargo no una sino una triple Pasión, la Pasión de Cristo.
LA PASIÓN DEL HONOR
Jesús fue ultrajado hasta lo indecible en su honor. Rebajado a la humillación suprema.
1.
Jesús fue entregado por 30 dineros.
Era el precio de un esclavo (Ex 21,32). Ese es el precio que se pone a Dios; ¡Dios es “tasado” por los
hombres! Como se tasa una vaca o un pedazo de campo. Y bien puede ser que haya comenzado con
regateos:
–
¡30 monedas! ¡Es mucho! Hay que rebajar. 25...
–
Tienen que ser 30.
–
Es demasiado.
–
Que no...
–
Que sí...
-
etc...
Entre Judas y los enemigos de Cristo ¿podía acaso esperarse algo distinto de cuanto se escucha entre
dos mezquinos comerciantes en un mercado?
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1
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2.
Después del regateo vinieron a prenderle.
Hoornaert cuenta una narración de un viejo. Tuvo éste una pelea con un hijo. El hijo, antes de salir de la
casa, gritó desde la puerta para que lo escuchasen los vecinos: “¡Voy a buscar a la policía para que te
lleven preso!”. “¡Ah, mal hijo, desnaturalizado! ¡Meter la policía en la casa paterna y hacer arrestar a su
padre!”, decía el viejo.
Vivió muchos años más el viejo, pero aquella escena dolorosa era para él una obsesión en su memoria; y
siempre repetía la misma cantinela: ¡mal hijo! ¡hacer arrestar al padre!
¿Será menos grave hacer arrestar a Dios?
Cuando Jesús fue arrestado nadie protestó a su favor.
3. No se contentaron con arrestarlo. Lo ataron (Jn 18,12).
Aquellas sogas habían ya servido para otros malhechores.
El mismo Jesús hace esa lastimera reflexión: Habéis venido como contra un ladrón (Lc 22,52).
De hecho, poco después se lo pondría en competencia con un ladrón y un asesino (Mt 27,16). Y ¿no iba
a morir entre ladrones? Fue puesto en la clase de los malhechores (Mc 15,28; Is 53,12).
Libremente tendió sus manos omnipotentes para que se las atasen.
Cuenta la historia que estando Luis XVI al pie del cadalso, quisieron atarle las manos, según la
costumbre. Ante este último ultraje el ajusticiado recobró su alma de rey y exclamó:
–Nunca jamás. ¿Me has tomado por un malhechor?
El Abate Firmont, que lo asistía, se acercó y le dijo: Señor, alguno antes que vos aceptó semejante
humillación: Jesús.
El rey no respondió nada, pero levantó los ojos al cielo, como diciendo: “este argumento no tiene
réplica; si Dios pasó por ahí, el rey de Francia también puede pasar por ahí”. Siempre mudo, presentó
sus dos manos al verdugo y atado subió al patíbulo.
Jesús pasó por esta humillación. Por Él las cadenas son ahora motivo de gloria: Acordaos de mí en mis
cadenas (Col 4,18); Yo soy preso por amor de Jesucristo (Fil 1,19).
4. El honor siguió padeciendo en la corte de Herodes.
Herodes Antipas era hijo de un asesino, y asesino también él. Amigo de placeres, lujurioso, superficial,
voluptuoso, lascivo, mujeriego, supersticioso.
¡Ese juez le ponen a Jesús!
Herodes esperaba de Jesús un milagro para divertirse. Jesús no lo hizo; ni siquiera respondió a sus
preguntas.
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Como Herodes no pudo divertirse con él, procuró divertirse a costa de él. Lo pusieron en ridículo como a
un farsante. Esa fue la venganza ante el silencio de Jesús.
Illuderunt (Mt 27,311). ¡Dios burlado!
Sprevit. ¡Dios despreciado!
Ni siquiera se le dará el honor del odio; se le reservará la suerte más bochornosa del desdén.
Herodes, con todos los de su séquito, lo despreció (Lc 23,11). Todos riendo a carcajadas; burlándose se Él.
Se les ocurrió vestirlo de blanco como a los locos...
¡Y esto era un “juicio”! ¡un tribunal! Todos los que se rebelan contra las humillaciones deberían
acordarse de aquella fiesta en casa de Herodes.
Allí estaba Jesús humillado, hecho festín de gozo de las almas vulgares. Un rey asesino tenía en sus
manos el destino de Jesús.
La virtud juzgada por el vicio.
5. Después de esta humillación viene el Ecce homo.
Pilato exhibe a Jesús ante el populacho. Coronado de espinas, flagelado, burlado...
Un reguero de sangre marcaba el camino por donde había pasado sobre el pulido mármol blanco del
palacio.
Pilato se volvió hacia Él, lo señaló con un gesto, y dando por seguro que el pueblo se apiadaría del
hombre de dolores, dijo: Ecce homo. Dos palabras. Era una ironía; una burla triste.
Ecce: ¡aquí le tenéis! ¡miradlo!
Homo: el hombre.
¡El hombre al que le tenéis miedo! ¡Vencido, tiritando de fiebre y dolor, disfrazado de rey de dolores,
coronado de espinas, atado como un delincuente, sin cuota de belleza, encorvado como un gusano!
Jesús estaba hecho un pimpollo de sangre. ¿Se conmovería el pueblo?
...Jesús escapa a la gran ley humana de la piedad.
Mil bocas gritaron: Crucifige! ¡Que lo crucifiquen! ¿Quién pide esa muerte?
...Los sacerdotes, que representan la santidad.
...Los escribas, que representan la ciencia religiosa.
...Los ancianos, que representan la sabiduría.
...Nosotros, los cobardes, que jamás nos oponemos al mundo.
Es decir, lo más selecto del pueblo escogido.
Y –circunstancia tal vez más humillante aún– ¿quién es el único que procura salvarlo? Un pagano.
Pero un pagano tímido y cobarde.
El pueblo clama: Tolle! Tolle! ¡Sácalo de allí!
Esa es la sentencia de los hombres contra Dios.
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¿Qué hacemos con Dios?
¡Sácalo de allí!
¡Nos molesta!
6. Particular humillación recibió Cristo en los tribunales.
Traído y llevado de aquí para allá.
El proceso religioso se compuso de 3 sesiones distintas:
–la primera en casa de Anás
–la segunda en la de Caifás, durante la noche
–la tercera en la de Caifás, al rayar el alba
Bajo la jurisdicción civil también pasó por tres sesiones:
–primero en el pretorio
–luego en el palacio de Herodes
–finalmente, de nuevo en el pretorio...
¡Seis juicios!
¡El Creador juzgado por las creaturas!
¡Dios en el banquillo de los acusados!
Los dos hermanos Lemann, en su libro “Valor de la asamblea que pronunció la pena de muerte contra
Jesús” (escrito en 1876) hacen notar 27 irregularidades manifiestas, de las cuales, la menos grave ya
implica la nulidad de la sentencia.
El decreto de muerte era inválido:
–Por razón del lugar, ya que había sido pronunciado en la casa de Caifás, cuando todo juicio
fuera del gazzil no valía;
–Por razón del tiempo, pues el veredicto no podía darse durante la noche (por eso reúnen otro
tribunal al amanecer)
–Por razón de la competencia, pues sólo la autoridad romana podía condenar a muerte.
Sin embargo, el Sanedrín lo había condenado desde la primera sesión: Reo es de muerte (Mt 26,66).
¡Y qué jueces los de Cristo!
Anás: un viejo corrompido, orgulloso y sectario.
Caifás: que ya había decretado la muerte de Cristo, antes de juzgarlo (Jn 18,14).
Herodes: un lujurioso sanguinario.
Pilatos: uno de esos que traicionan su conciencia para no perder el puesto.
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“Res sacra reus”, decían los romanos: el reo es cosa sagrada, intangible.
Sí... ¡menos Jesús!
Juzgado por jueces injustos y condenado por testigos falsos.
¡Qué humillación! El tribunal lo condena:
–porque blasfemaba: ¡Él, el Santísimo!
–porque inducía al pueblo a la revuelta: ¡Él, que había dicho: Dad al César lo que es del César!
–porque quería hacerse rey: ¡Él, que decía: mi reino no es de este mundo!
LA PASIÓN DEL CORAZÓN
Cuanto más delicado es un corazón, tanto es más sensible a las faltas de atención.
¡Cuánto, pues, debió sufrir el corazón de Jesucristo!
Consideremos en particular el momento en que Jesucristo estaba en la Cruz:
¡Cuánto tenía que sufrir!
Tenía que sufrir doblemente:
-a causa de los que estaban allí
-y a causa de los que no estaban allí.
1.
Jesús sufría por la muchedumbre que lo rodeaba; por su pueblo.
Los que estaban allí eran implacables: la mansedumbre de Jesús y sus heridas no los habían aplacado.
Los cuatro Evangelistas observan que TODOS pedían su muerte.
Que su sangre caiga sobre nosotros.
Es espantoso.
Duro es ser condenado a muerte; pero ¡ser condenado a muerte por los suyos, ser entregado por un
amigo!
Si todavía un enemigo me ultrajara,
podría soportarlo;
si el que me odia se alzara contra mí,
me escondería de él.
Pero tú, un hombre de mi rango,
mi compañero, mi íntimo,
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con quien me unía una dulce intimidad,
en la Casa de Dios! (Sal 54,13-14).
¿Quiénes pedían su muerte?
Su “pueblo escogido”, su “viña predilecta”.
Por boca del profeta Miqueas, dice Dios: Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿O en qué te he agraviado?
Respóndeme (Mi 6,3).
2.
Jesús en la Cruz tenía el corazón inundado de tristeza a causa del mal ladrón.
Éste se halla presente en el acto mismo de la Redención, en el Sacrificio predicho por tantos profetas,
esperado por tantos siglos.
Estaba tan cerca de Jesús; tal vez salpicado por la sangre de Dios; por esa sangre de la cual una sola gota
hubiese bastado para salvar el universo entero.
Vio el arrepentimiento del otro ladrón; escuchó el perdón inmediato y magnífico del Maestro.
A pesar de todo, se cerró en su obstinación.
Ese ladrón va al frente y simboliza a todos los que resisten los asaltos misericordiosos de Jesús...
¡El buen ladrón y el mal ladrón!
Todo el futuro de la humanidad personificado en ellos.
Muchedumbre de arrepentidos.
Muchedumbre de impenitentes.
Jesús veía en este hombre las tristes legiones de rebeldes a Dios; todos los que imitan al triste rebelde
del Gólgota.
Y Jesús sufría en su Corazón.
Morir por los demás es ya heroico... pero morir por los demás previendo que ellos harán inútil aquella
muerte, es doblemente amargo...
El Salmo 30,10, lo dice de una manera patética: ¡Qué utilidad hay en mi sangre!
3. Una causa bien diferente, pero que a su modo provocaba en Nuestro Señor una verdadera
Pasión del corazón, era la presencia de su Madre.
Un buen hijo sufre cuando su madre sufre.
La Virgen estaba allí; de pie; con todo ánimo.
Stabat, pero con el alma traspasada por el filo de las siete espadas.
El Hijo moría.
La madre estaba a su cabecera.
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Y la gente que los rodeaba se reía y se burlaba.
Los magistrados hacían muecas... Los soldados se burlaban de él (Lc 23,35) Y los que pasaban por allí le
insultaban (Mc 15,29).
Ella veía y escuchaba.
Y sufría.
Y Él sufría por Ella.
4. ¿Sufrió menos por parte de los ausentes?
¡Qué lejos andaban los entusiastas de la entrada triunfal!
Así es la inconstancia humana.
En la Pasión no vemos al centurión cuyo hijo curó Jesús.
¿Dónde están los paralíticos que hizo caminar, los ciegos que volvieron a ver por él, los leprosos que
limpió?
Él se inclinó hacia sus enfermedades y dolores con una delicadeza infinita.
¿Dónde están ahora que Él derrama sangre y padece en todo su cuerpo?
¿Cuántos de los que allí estaban habían presenciado alguno de sus milagros?
Y ¿dónde están los Apóstoles?
¡Cómo hiere el Corazón el verse abandonado en los momentos de prueba por los mejores amigos!
Comparemos estos dos pasajes del Evangelio:
En la cena Pedro dijo que jamás abandonaría al Maestro. Eso mismo dijeron TODOS los discípulos, nota
Mateo (25,35).
Omnes.
Pocas horas después, al ser tomado prisionero en Getsemaní: Entonces TODOS los discípulos,
abandonándole huyeron (Mt 26,56).
Omnes.
Dos veces actuaron con unanimidad. Primero para proclamar su amor; después para abandonarlo.
Como dice el libro de Job (19,13-19):
A mis hermanos ha alejado de mí,
mis conocidos tratan de esquivarme.
Parientes y deudos ya no tengo,
los huéspedes de mi casa me olvidaron.
... soy a sus ojos un desconocido.
Hasta los chiquillos me desprecian,
si me levanto, me hacen burla.
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Tienen horror de mí todos mis íntimos,
los que yo más amaba se han vuelto contra mí.
Y el Salmo 69,21 pone en boca del Mesías esta terrible confesión:
Espero compasión, y no la hay,
consoladores, y no encuentro ninguno.
5. Nuestro Señor experimentó todavía otra agonía más dura, causada también por el abandono,
conforme al plan divino: la de su Padre.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mc 15,34).
Misterio de los misterios.
Dios su Padre estaba allí. En lo más íntimo; ser de su ser, fuerza de su fuerza; amor de su amor.
Pero por un misterio que nosotros no podemos explicar ni comprender, esa presencia no se hacía sentir
en el Corazón agonizante de Jesús.
Él no lo sentía.
Para dar fuerza a todos los atribulados que se creen desamparados de Dios.
Para mostrar que ha sufrido hasta lo último. Hasta lo indecible.
¿Quién no amará a quien tanto ha amado?
¿Quién?
¡Nosotros!
¡Qué tristes suenan las palabras de Jesús cuando éste, mostrando su Corazón a Santa Margarita María
de Alacoque, le dice: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio no recibe más
que indiferencia y ultrajes”.
LA PASIÓN DEL CUERPO
Es la más conocida.
Pensemos sólo sus tormentos:
Los dolores y el insomnio de Getsemaní.
Abofeteado.
Golpeado y escupido.
Atado con sogas.
Flagelado hasta el desgarramiento de sus carnes. Mi espalda es como un campo arado (Isaías).
Hecho una llaga, bañado en sangre.
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Tiritando de fiebre; débil por los dolores.
Coronado de espinas; atravesada por las terribles espinas su nuca, su frente, sus sienes.
Caído durante el vía crucis: con las rodillas lastimadas.
Desgarrado por el desnudamiento, reabiertas sus heridas.
Atravesado por clavos.
Seca su garganta. Torturado por la sed.
Colgado en la cruz por los clavos de sus pies y de sus manos.
La lenta agonía...
La Pasión de Cristo tiene que ser para nosotros la gran Maestra: “Ella es la cátedra *decía Juan Pablo II+
donde Cristo enseñó”. Y santo Tomás: “Lo único que tenemos que hacer en nuestra vida para ser santos
es querer lo que Cristo quiso en la cruz, y rechazar lo que Cristo rechazó desde ella”.
Nos enseña muchas cosas…
NOS ENSEÑA A ORAR
La contemplación de la Pasión fue la preferida de los santos. Gran alimento del alma.
Es una oración fácil, porque es tan fuerte el espectáculo de la Pasión que fácilmente se graba en nuestra
memoria.
Es oración devota, porque la voluntad se siente con más fuerza atraída y encuentra gozo en los afectos
del amor, de la compasión, de la admiración, de gratitud, de aliento, de dolor, de celo.
Es fructuosa, porque es en la pasión de Cristo donde encontramos ejemplos más claros de las virtudes, y
de las virtudes más arduas y difíciles.
Es la menos expuesta a la ilusión, y nos empuja al sacrificio, a la pobreza, a la humillación, a copiar el
modelo del crucificado.
ENSEÑA A SER APÓSTOLES
S. Pablo escribe a los corintios: la caridad de Cristo nos apremia (2Cor 5,14). S. Pablo había sacado del
misterio de la cruz de Cristo la fuerza para sus correrías apostólicas, por eso decía con toda conciencia:
la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida (2Cor 4,12); el apóstol defiende su ministerio (cf.
2Cor 6,3ss); él es quien exclama con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para
que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las
necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces
es cuando soy fuerte (2Cor 12,9).
Las almas se conquistan, es cierto por la palabra, por la oración, por el ejemplo de vida; pero,
principalmente por el sufrimiento. Jesús oró, Jesús enseñó, dio ejemplo con su vida; pero las almas las
arrebató del infierno con su pasión. Sin la pasión de Cristo de nada hubiera servido su enseñanza, su
ejemplo.
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Hay almas muy apostólicas que jamás usan de la palabra, ni enseñan, y pocos consideran su vida
escondida; si, tienen mucha oración y mucho sufrimiento, y su oración llega tanto más a Dios cuanto
está más acompañada por el sufrimiento.
NOS ENSEÑA A CONFIAR
¿Qué nos puede faltar que no esté dispuesto a darnos Nuestro Señor? Si él mismo se ha dado por
nosotros enteramente, y constantemente ¿nos negará lo que realmente necesitamos?
¿Acaso nuestros pecados son los que tememos? Pero Jesús desde la cruz dice: Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen. Incluso nuestros mayores crímenes, crímenes como los de los que
pusieron a muerte al Señor; o como los del buen ladrón, que le bastó pedirle a Cristo que se acordase de
él, y estando en los mismos sufrimientos oyó: hoy estarás conmigo en el paraíso.
NOS ENSEÑA A SUFRIR
“Jesús es el gran maestro, y el crucifijo es el gran libro” decía s. Buenaventura.
El Hijo de Dios vino a redimirnos y eligió como medio el dolor: ¡bendito dolor de Cristo que para
nosotros es fuente inextinguible de perdón y gracia!
Mirando el crucifijo no podemos dejar de oír la voz de Nuestro Señor que nos dice ¡mira cómo te he
amado! ¿podría hacer algo más para demostrártelo?
Quiso mostrarnos su amor sufriendo, lo cual pide en nosotros la correspondencia, es decir sufrir por su
amor. Sin embargo son pocos los que aman así a Jesús; son muchos los que ponen amor en palabras
pero desfallecen ante la perspectiva de sufrimiento. El Kempis dice: “tiene Jesús muchos amadores de su
reino celestial, pero pocos que llevan su cruz; muchos que desean consolación, pero pocos que sufran la
tribulación...” (2,11).
Comprendemos que quiso redimirnos por la cruz, por eso si queremos aprovecharnos de la redención es
preciso que lo hagamos por el sufrimiento. Cuando s. Pablo estaba prisionero en Roma escribió a los
colosenses: completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo (1,24).
Sobre esto escribe un conocido teólogo: “la Pasión y Muerte de Cristo fue suficientísima y
sobreabundante y nada le falta que satisfacer. Pero además de esa pasión, que en su carne o en sí
mismo padeció, debe sufrir otras en sus miembros, es decir en sus fieles, y especialmente en sus
ministros; no ciertamente para con ellos lograr nuevos méritos, sino para que se apliquen los méritos de
su pasión y muerte. Tales son las pasiones que san Pablo como miembro y ministro, sufrió por su parte; a
saber: los trabajos y tribulaciones abundantes que el apóstol toleró para congregar y perfeccionar al la
Iglesia y así aplicar a los fieles los méritos de la muerte de Cristo” (Ceuleman).
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Él es nuestro maestro y vino a enseñarnos el camino: Yo soy el camino (Jn 14, 6). Es un gran engaño, si
no del demonio, ciertamente de nuestra carne, el pensar en una vida humanamente feliz (de película),
pensando que rezando un poco más, con sosiego y bienestar somos perfectos.
Es un engaño pensar que la santidad consiste en la práctica tranquila de una vida más o menos
ordenada, sin tropiezos, sin dificultades, sin dolores... sin cruz.
Sin duda la razón está de parte de la Imitación de Cristo cuando dice: “toda la vida de Cristo fue cruz y
martirio” (2,12). ¿Cómo podemos nosotros buscar el descanso y la tranquilidad?
S. Teresa exclama “ya no durmáis, no durmáis, que no hay paz en la tierra”.
Esto hay que pensarlo, y recorriendo con la mirada de la fe impregnada de la caridad toda la pasión de
Cristo, sacar la consecuencia, ver que únicamente cuando llevamos nuestra cruz seguimos a Jesucristo.
S. Agustín dice: “si piensas no tener tribulaciones aún no comenzaste a ser cristiano”. S. Agustín sabía
que ser perseguido y llevado a la muerte era sinónimo de ser cristiano en los albores del cristianismo.
El amor requiere desprendimiento si alguien quiere ser mi discípulo, renuncie a sí mismo (Lc 9, 23). Es
que el gran enemigo del amor es el culto del yo, el egoísmo: ambos son incompatibles en el corazón; en
cambio amor y renunciamiento son proporcionales. El amor engendra el desprendimiento: amar es
olvidarse de sí mismo para ir a atender al amado. Si el amado está atribulado, el amor ansiará compartir
el sufrimiento, aliviarlo, asumirlo hasta donde sea posible; el amor suscita el sacrificio.
Se dijo de s. Francisco que “el renunciamiento llega a ser para él una necesidad”. S. Buenaventura
escribe de él: “Francisco impuso a los Hermanos Menores la más alta pobreza para llevarlos a la más
alta contemplación”; esa es la meta, de otro modo para nada sirve la pobreza. Y de todos los santos, se
ha dicho que quien mejor ha imitado a Jesucristo es sin duda s. Francisco de Asís. Él buscó el sufrimiento
con tanto ardor como ponemos nosotros en esquivarlo. Sufrimientos voluntarios y aceptaba con gran
alegría las pruebas providenciales como si fueran bendiciones. Tuvo verdadera compasión de Cristo:
voluntad de participar efectivamente en la pasión de Cristo. Anhelaba el martirio. Pero su penitencia no
deja de ser en él alegre, y esto porque está teñida del amor, fuente del gozo.
“Supongamos hermano León que, colmados de injurias y molidos a golpes, nos encontremos tendidos en
la nieve, cubiertos de contusiones y llagas; si lo soportamos con paciencia, pensando en los sufrimientos
de Cristo, y considerando qué bueno es sufrir por amor a él, oye y apunta, hermano León: en eso consiste
la perfecta alegría”. Jesús en el Evangelio lo dice de otro modo vuestra tristeza se transformará en
alegría (Jn 16, 20).
¿Quién nos quitará la alegría si sabemos buscarla aún en aquello que es enemigo de la alegría?
Santidad y sufrimiento se identifican. Los santos lo entendieron perfectamente:
-Se decía de santo Domingo que deseaba ser despedazado y muerto por la fe cristiana.
-La Virgen a santa Bernardita: “No te prometo alegrías y consolaciones en esta tierra, sino pruebas y
sufrimientos”.
-“He llegado a no poder sufrir más, pues me es dulce todo sufrimiento”, Sta. Teresita.
-“Hacernos santos es padecer”, San Alfonso.
-“Sufrir para convertir”, San Juan María Vianney.
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Cuando Nuestro Señor se aparece a San Juan de la Cruz para preguntarle que premio quería por sus
méritos, él responde: “Padecer, Señor, y ser despreciado por Vos”. Luego de esto fue encerrado en un
calabozo por los mismos monjes de su convento, donde pasó cerca de seis meses, y donde entendió la
necesidad del sufrimiento.
-“Padecer o morir”, Sta. Teresa de Jesús.
-“No morir sino padecer”, Sta. Magdalena de Pasi.
-“El pan cotidiano del misionero es el sufrimiento”, San Juan Pervoir.
-“Las hora que paso sin sufrir me parecen horas perdidas”, Sta. Margarita María de Alacoque.
-“Cuando uno se determina a padecer está acabado el trabajo”, Sta. Teresa.
¡Quiero sufrir, quiero sufrir!, esta es la frase que debemos grabar en nuestros corazones. Porque es el
modo de amar a Dios.
-“Sin la cruz, no se encuentra el camino para ir al cielo”, Sta. Rosa de Lima.
A sor Faustina Kowalska, Cristo le ofreció llegar al mismo grado de santidad y de gloria por dos caminos:
por una vida tranquila o a través de la cruz, y ella dijo: “elijo la cruz”.
La cruz tiene, como decía el padre Buela, esas dos sombras: la caridad con que uno muestra a Dios que
lo ama al sufrir por El, y la alegría. Hay una muy estrecha relación entre estas tres cosas: santidad con
sufrimiento, y sufrimiento con alegría, unidas todas por el amor. Solo llegamos a la santidad por el
sufrimiento, porque el sufrimiento engendra amor; y cuando el amor llega a ser intenso en grado sumo,
transforma el sufrimiento en alegría. Solo alegra al amante el mostrar su amor al amado, y se da cuenta
de que no hay otra forma de hacerlo que sufriendo por él.
El padre Buela decía en el libro de las Servidoras, en uno de sus sermones: “Aquí podemos poner el caso
concreto de alguna religiosa que no ame los sufrimientos, ni las humillaciones: la pobre vivirá
quejándose voluntariamente, sencillamente porque no tiene fe”. Y en el libro Sacerdotes para siempre:
“La cruz es la que hace posible que aún cocido de cicatrices, una sonrisa brote siempre de sus labios [el
sacerdote], y una risa cristalina sea la rúbrica de sus obras”.
-“Yo encontré en el mundo la alegría y la felicidad, pero solo en el dolor”, Sta. Teresita antes de morir.
-“Y el alma [en los sufrimientos] está feliz y doliente. Doliente por los pecados del prójimo; feliz por la
unión y por el afecto de la caridad que ha recibido de sí misma. Ellos imitan al Cordero Inmaculado, a mi
Hijo unigénito, el cual estando en la cruz estaba feliz y doliente”, Sta. Catalina de Siena.
-“Nuestro Señor en el huerto de los olivos gozaba de todas las alegrías de la trinidad. Sin embargo su
agonía no era menos cruel. Es un misterio pero le aseguro que del que pruebo yo misma comprendo
algo”, Sta. Teresita.
Juan Pablo II en Novo Milenio Ineunte nº 27: “La misteriosa mezcla del dolor con el sufrimiento”.
Pidamos pues, incesantemente, poder enamorarnos de la cruz de Cristo, y convencernos de que no hay
otro camino hacia la santidad que el crucificarnos con Nuestro Señor. Pidamos la gracia de alcanzar la
ciencia, la sabiduría de la cruz.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
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