San Juan Crisóstomo

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SAN JUAN CRISÓSTOMO
San Juan Crisóstomo es el representante más importante de la Escuela de
Antioquía y uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia en Oriente. Su
personalidad nos es bien conocida a través de sus biógrafos: enérgico y de gustos
sencillos y austeros, estaba dotado de grandes cualidades oratorias.
Nacido en el seno de una familia cristiana noble, alrededor del año 350, recibió
desde su infancia una educación esmerada. Después de ser ordenado sacerdote en
el año 386, cumplió el oficio sacerdotal en Antioquía durante doce años; allí recibió
el sobrenombre de Crisóstomo (boca de oro) con que ha pasado a la posteridad, a
causa del esplendor de su elocuencia. En el 397 fue consagrado obispo de
Constantinopla. Desde el primer momento dedicó todos los esfuerzos a elevar el
ambiente moral de la sociedad que le rodeaba, lo que le produjo numerosas
incomprensiones y, al final de su vida, el exilio. Murió el 14 de septiembre del año
407. Entre los Padres griegos no hay ninguno que haya dejado una herencia
literaria tan copiosa como San Juan Crisóstomo. Además, es el único, entre los
antiguos antioquenos, cuyos escritos se han conservado casi íntegramente.
Su producción literaria se puede dividir en tratados, homilías y cartas. Según él
mismo atestigua, predicaba todos los días. Algunos de los oyentes tomaban notas,
que él después revisaba, o no, antes de la publicación: ésta es la causa de que, en
ocasiones, nos hayan llegado dos versiones de una misma homilía. Preparaba sus
discursos con sumo cuidado, y miraba especialmente al bien de los oyentes, que,
en no pocas ocasiones, le interrumpían con aplausos.
El mayor número de homilías conservadas—varios centenares—forman parte de
una serie de comentarios a los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Las
noventa Homilías sobre el Evangelio de San Mateo representan el más antiguo
comentario completo sobre el texto del primer evangelista. Su exégesis es de
carácter moral, de acuerdo con el método propio de la Escuela antioquena. San
Juan Crisóstomo mueve decididamente a la conversión a quienes, siendo cristianos
de palabra, no lo son con sus obras y no difunden a su alrededor la luz de Cristo.
Muy importantes son también las ocho Catequesis sobre el Bautismo, descubiertas
en este siglo, en las que expone a los nuevos cristianos las exigencias de la pelea
espiritual del cristiano; el tratado A Teodoro caído, exhortación a un amigo que
había decaído de su anterior fervor religioso; y los cinco libros Sobre el sacerdocio,
una de las joyas de la literatura cristiana de todos los tiempos sobre la excelencia
y dignidad del sacerdocio cristiano.
LOARTE
*****
SAN JUAN CRISÓSTOMO, el autor más importante del período, debió de nacer dentro
de los diez años centrales del siglo IV. Natural de Antioquía, hijo de una familia cristiana
acomodada, su madre había quedado viuda a la edad de veinte años. Fue en la misma
Antioquía donde estudió filosofía y retórica y donde, a la edad de veintiún años, después
de estar tres junto al obispo Melecio, y de recibir el bautismo, fue hecho lector. A pesar
de la oposición de su madre vivió unos años como ermitaño en el desierto, de donde
tuvo que regresar porque su salud empeoraba. En todo este tiempo no había dejado el
estudio de las letras sagradas, y al volver a Antioquía fue ordenado diácono por el obispo
Melecio (381) y luego presbítero por el obispo Flaviano (386); éste le asignó
inmediatamente la tarea de predicar en la principal iglesia de la ciudad, lo que cumplió
con gran puntualidad durante los doce años que van hasta el 397.
Este período de doce años es el más fecundo de su vida, y en ellos pronunció sus
homilías más conocidas, las que más adelante, en el siglo VI, le valdrían el calificativo de
crisóstomo: boca de oro.
Los últimos ocho años de su vida fueron tumultuosos. Fue elegido obispo de
Constantinopla (397) y llevado allí contra su voluntad, con engaños. Teófilo, obispo de
Alejandría, fue obligado a ordenarle de obispo, cosa que no perdonaría a Juan. Una vez
obispo, Juan, que hasta ahora se había resistido a serlo, quiso comenzar una
restauración eclesiástica en la que, quizá por falta de habilidad, su buena y decidida
voluntad se estrelló contra los obstáculos existentes y los muchos intereses creados.
Poco a poco se enemistó con parte del clero, y luego con la emperatriz Eudoxia, a la que
sus enemigos acudían con intrigas. En esta situación, Teófilo de Alejandría, que había
sido citado ante Juan para responder a unas acusaciones, consiguió reunir lo que
después se llamaría Sínodo de la Encina, en las afueras de Calcedonia, donde, con
acusaciones falsas, consiguió que Crisóstomo fuera depuesto y desterrado por el
emperador. El pueblo de Constantinopla se amotinó y Juan, el día siguiente de su salida,
volvió a entrar triunfalmente en su sede.
Sin embargo, la situación volvió a deteriorarse y unos dos meses después tenía que salir
desterrado a Armenia (404), de donde, a petición propia, por el peligro que podía
representar para su vida la envidia de sus enemigos ante las multitudes que acudían a él
desde su antigua ciudad de Antioquía, fue de nuevo desterrado a un lugar más lejano, en
la extremidad oriental del Mar Negro. En el camino hacia este último destierro, lleno de
penalidades, moría el año 407.
Sus restos fueron llevados a Constantinopla el 438, y el emperador Teodosio II, hijo de
Eudoxia, pidió públicamente perdón en nombre de sus padres. Con motivo de la
deposición de Juan, el papa, a quien había apelado y que le había respaldado, rompió su
comunión con Constantinopla, Alejandría y Antioquía, hasta que no se readmitiera a
Juan; esa comunión se restauraría cuando, no muchos años después, el nombre de
Juan, ya difunto, fue introducido en las plegarias litúrgicas oficiales de aquellas Iglesias.
La producción literaria de San Juan Crisóstomo se ha conservado muy bien, debido a la
fama que tuvo en vida y que en ningún momento perdió. Esta producción literaria es
extraordinariamente amplia (ocupa 18 volúmenes en la edición de Migne), y está
compuesta fundamentalmente por sermones, aunque comprende también algunos
tratados de importancia considerable y no falta un buen número de cartas.
Sus sermones se pueden clasificar en los grupos siguientes: homilías exegéticas, de las
que algunas tratan sobre el Antiguo Testamento (sobre el Génesis; sobre los Salmos,
que son las mejores; sobre Isaías) pero que en su gran mayoría versan sobre el Nuevo
Testamento. Así, sobre el evangelio de San Mateo tiene noventa homilías, que
constituyen la explicación más completa de la antigüedad sobre este evangelio; en esas
homilías, junto a la insistencia en la consubstancialidad del Hijo con el Padre se expone
el texto sagrado con gran brillantez y con una constante aplicación moral y ascética; sus
descripciones del ambiente en que se desarrollaba la vida en Antioquía son también muy
interesantes para el historiador. Otras casi noventa homilías sobre el evangelio de San
Juan son en general más breves, y en ellas ocupa más espacio la insistencia en la
consubstancialidad del Hijo con el Padre, pues muchos de los textos de este evangelio
eran aducidos por los arrianos para atacarla. Otros cincuenta y cinco sermones tratan
sobre los Hechos de los Apóstoles, y constituyen el único comentario entero sobre este
libro que nos ha dejado la antigüedad; aún hay que añadir las muchas homilías sobre
todas y cada una de las cartas de San Pablo: sobre los Romanos (32 homilías), de gran
importancia tanto dentro de la patrística en general como dentro del conjunto de la obra
de Juan Crisóstomo; sobre las dos cartas a los Corintios (77); sobre los Gálatas, en que
sigue una exégesis versículo por versículo; sobre los Efesios (24), sobre los Filipenses
(15), sobre los Colosenses (12), sobre las dos cartas a los Tesalonicenses (11), sobre
las cartas a Timoteo, Tito y Filemón (37), sobre los Hebreos (34).
Otras homilías, menos numerosas, están pronunciadas directamente para exponer una
doctrina o luchar contra un error: Sobre la naturaleza incomprensible de Dios, las
Catequesis bautismales y las Homilías contra los judíos están en este grupo.
En algunos sermones ataca especialmente determinados abusos morales, aunque esa
dimensión moral no está nunca ausente en ninguno de ellos. Así, los sermones In
kalendas, donde combate la manera de celebrar el año nuevo, o su sermón contra los
juegos del circo y del teatro, o las homilías sobre el diablo o sobre la penitencia, sobre la
limosna o sobre las delicias futuras y la miseria presente.
Otras homilías fueron pronunciadas con ocasión de fiestas litúrgicas; otras son
panegíricos de santos del Antiguo Testamento o de mártires; y otras obedecen a
diversas circunstancias, como las 21 homilías al pueblo de Antioquía sobre las estatuas,
cuando en un motín popular se derribaron las del emperador Teodosio y su familia.
En cuanto a los tratados, el más famoso es sin duda el que versa sobre el sacerdocio, en
que diserta ampliamente sobre los deberes del sacerdote siguiendo la pauta que le daba
la Apología de fuga de San Gregorio de Nacianzo. Otros tratan sobre la vida monástica y
sobre la virginidad y la viudez, temas por los que muestra predilección, al igual que lo
habían hecho los Padres Capadocios. Su obra acerca de la educación de los hijos tiene
un especial interés tanto por lo que nos muestra de la situación real de la educación en
Antioquía como por el énfasis que pone en que el tema se aborde con responsabilidad.
Otros tratados tocan el tema del sufrimiento, o están destinados a refutar impugnaciones
de paganos y judíos.
Las cartas son algo menos de 250, pertenecientes todas ellas al tiempo de su destierro;
son importantes para conocer el desarrollo de las luchas que le llevaron a él, al mismo
tiempo que son un testimonio patente de su continuado interés por sus amigos.
TEXTOS
Catequesis Bautismales
Los seis libros sobre el Sacerdocio
Homilías al pueblo de Antioquía, Xll, 4-5
Lectura frecuente de la Sagrada Escritura (Homilías sobre el Génesis, 35, 1-2)
Como sal y como luz (Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 15, 6-7)
La ley natural
(Homilías al pueblo de Antioquía, Xll, 4-5)
Voy a intentar demostraros que el hombre tiene por sí mismo conocimiento de la
virtud.
Cometió Adán el primer pecado, e inmediatamente tras el pecado se escondió.
Ahora bien, de no saber que había obrado mal, ¿qué necesidad tenía de ocultarse?
Porque entonces no había Escrituras ni Ley de Moisés. ¿Por dónde, pues, conoció
el pecado y se escondió? Y no sólo se oculta, sino que, acusado, trata de echar la
culpa a otro, diciendo: la mujer que me diste me dio del árbol y comí (Gn 2, 12). Y
ella, a su vez, echa la culpa a la serpiente (...).
Lo mismo cabe ver en la historia de Caín y Abel. Ellos fueron los primeros en
ofrecer a Dios las primicias de sus trabajos. Yo quiero demostraros que el hombre
no sólo es capaz de conocer el pecado, sino también la virtud. Que el hombre
conoce ser un mal el pecado lo demostró Adán, y que sabe que la virtud es un
bien lo puso de manifiesto Abel. Si éste ofreció aquel sacrificio, no es porque lo
aprendiera de nadie, ni porque hubiera oído entonces alguna ley que hablara de
las primicias; él mismo, su propia conciencia, fue su maestro. De ahí que no baje
con mi discurso a tiempos posteriores, sino que me detenga en los primeros
hombres, cuando no había letras, ni ley, ni profetas, ni maestros. Allí estaba Adán
solo con sus hijos, y por ahí podemos comprender que el conocimiento de lo
bueno y de lo malo era un don primero de la naturaleza.
(...) Sin embargo, los griegos no soportan esto. Pues vamos a discurrir también
contra ellos, y sigamos en el tema de la conciencia el procedimiento que usamos
en el de la creación. No los combatiremos sólo por las Escrituras, sino también por
argumentos de razón. Ya Pablo los venció en su lucha con ellos sobre este
capítulo.
¿Qué dicen los griegos? No tenemos—afirman—una ley que la conciencia conozca
por sí misma, ni infundió Dios nada de eso en nuestra naturaleza. Entonces,
decidme, ¿en qué se inspiraron los legisladores de ellos para establecer leyes
acerca del matrimonio, del homicidio, de los testamentos, depósitos, avaricia, e
infinitas cosas más? Los actuales acaso se inspiraron en sus antecesores, éstos en
otros, y otros en los más antiguos; pero estos antiguos y quienes al principio
legislaron entre ellos, ¿en qué se inspiraron? ¡Evidentemente, en su conciencia!
Porque no van a decir que trataron con Moisés y oyeron a los profetas. ¡No serian
entonces gentiles! No, es evidente que los antiguos pusieron las leyes
inspirándose en la ley que Dios infundió al hombre al plasmarlo, y por ella se
inventaron las artes y todo lo demás.
Del mismo modo se constituyeron tribunales y se determinaron castigos. Que es lo
mismo que dice Pablo. Muchos gentiles le iban a replicar y decían: ¿cómo puede
juzgar Dios a los hombres anteriores a Moisés, cuando no les envió un legislador,
ni les propuso una ley, ni les mandó un profeta, ni un apóstol, ni un evangelista?
¿Qué derecho tiene a pedirles cuentas? Mas escucha la respuesta de Pablo, para
demostrarles que tenían una ley que se sabe de suyo y conocían claramente lo
que debían hacer: cuando los gentiles, que no tienen ley, hacen naturalmente lo
que manda la ley, éstos, que no tienen ley, son ley para sí mismos y demuestran
que lo que manda la ley está escrito en sus corazones (Rm 1, 14-15).
¿Cómo puede hallarse escrito sin letras? Porque lo atestigua su propia conciencia y
las diferentes reflexiones que allá en su interior ya los acusan, ya los defienden,
como se verá aquel día en que Dios juzgará lo oculto de los hombres por medio de
Jesucristo, según el Evangelio que yo predico (Rm 2, 15-16). Y poco antes:
cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán, y cuantos con la ley pecaron,
por medio de la ley serán juzgados (Rm 2, 12). ¿Qué quiere decir que perecerán
sin ley? Que no los acusará la ley, sino sus razonamientos y su conciencia. Ahora
bien, de no tener la ley de su conciencia, no debieran siquiera perecer pecando.
¿Cómo perecer si pecaron sin ley? Mas cuando el Apóstol dice que pecaron sin ley,
no quiere decir que no tenían ley en absoluto, sino que no tenían ley escrita, pero
si la ley de la naturaleza.
En otro pasaje, el Apóstol escribe: gloria, honor y paz a todo el que obra el bien,
el judío primeramente y luego el griego (Rm 2, 10). Al hablar así, se refería a los
tiempos remotos anteriores al advenimiento de Cristo. Y llama aquí griego o gentil
no al idólatra, sino al adorador de un Dios único, pero no ligado por necesidad a
las observancias judaicas del sábado, de la circuncisión o de diversas
purificaciones. Se trata, en fin, de un gentil que practique toda la virtud y religión.
Pues hablando de estos gentiles, dice en otro lugar: indignación e ira, tribulación y
angustia aguardan al alma de todo hombre que obra mal, del judío primeramente
y luego del griego (Rm 2, 9). También aquí llama griego al que está libre de la
observancia judaica. Ahora bien, si no ha oído la ley ni se ha educado con los
judios, ¿cómo puede ser objeto de indignación y de ira, de tribulación y angustia,
caso de obrar mal? Porque tiene dentro la conciencia que le da voces y le enseña e
instruye sobre todo.
¿Cómo se prueba eso? Porque el propio gentil castiga a los que pecan, pone leyes
y establece tribunales. Pablo lo pone de manifiesto cuando dice de los que viven
en maldad: los cuales, no obstante conocer la justicia de Dios, no echaron de ver
que los que hacen tales cosas son dignos de muerte; y no sólo los que las hacen,
sino también los que aprueban a los que las hacen (Rm 1, 32). ¿Y por dónde
sabían, se dirá, que Dios quiere castigar de muerte a los que viven en maldad?
Pues por el hecho de castigar ellos a los que pecan. Porque si no piensan que el
homicidio sea un crimen, que no castiguen por sentencia al asesino convicto. Si no
piensan que el adulterio sea un mal, que absuelvan de toda pena al adúltero que
cae en sus manos. Ahora bien, respecto a los pecados de otros promulgas leyes,
determinas penas y eres juez severo, ¿qué excusa puedes tener en lo que tú
mismo pecas, con achaque de no saber lo que se debe hacer? Habéis cometido un
adulterio tú y el otro; ¿qué razón hay para que al otro lo castigues y tú te tengas
por digno de perdón? Si no sabías que el adulterio es un crimen, tampoco había
que castigar al otro. Mas si castigas a otro y tú piensas escapar al castigo, ¿qué
lógica es ésa que, siendo los pecados iguales, no lo sean las penas? (...)
En conclusión, puesto que Dios ha de pagar a cada uno según sus obras, y nos
puso la ley natural y más tarde la escrita, a fin de pedirnos cuentas de nuestros
pecados y coronarnos por nuestras virtudes, ordenemos con gran cuidado nuestra
vida, como quienes han de comparecer ante el tribunal severo, sabiendo que, si
después de la ley natural y la escrita, después de tanta predicación y continua
exhortación, todavía descuidamos nuestra salud, no habrá para nosotros perdón
alguno.
*****
Lectura frecuente de la Sagrada Escritura (Homilías sobre el Génesis, 35, 1-2)
BI/LECTURA-FRECUENTE: Queridísimos, es una cosa muy buena la lectura de las
divinas Escrituras. Da sabiduría al alma. eleva la mente al cielo, hace al hombre
agradecido, nos impulsa a no admirar las realidades de aquí abajo, sino a vivir con
el pensamiento puesto allá arriba, a realizar todas nuestras obras con la mirada
fija en la recompensa que nos dará el Señor, a dedicarnos al trabajo de la virtud
con gran entusiasmo. Gracias a ellas, podemos conocer la providencia de Dios,
siempre dispuesta a prestar auxilio; la valentía de los justos, la bondad del Señor,
la grandeza de los premios. Nos pueden impulsar a imitar fervorosamente la
piedad de hombres generosos, para no adormecernos en las batallas espirituales y
para confiar en las promesas divinas antes de que se cumplan.
Por esto os exhorto: ¡leamos con mucha atención las Escrituras divinas!
Alcanzaremos su verdadera comprensión si nos dedicamos siempre a ellas. No es
posible, en efecto, que quien demuestra gran cuidado y deseo de conocer las
palabras divinas se quede en la estacada. Incluso si no tiene ningún maestro, el
Señor mismo entrará en nuestros corazones, iluminará nuestra inteligencia, nos
revelará las verdades escondidas; será Él nuestro Maestro en lo que no
comprendamos, con tal de que nosotros estemos dispuestos a hacer lo que
podamos (...).
Cuando tomamos en nuestras manos el libro espiritual, hemos de poner en vela
nuestro espíritu, recoger nuestros pensamientos, echar fuera cualquier
preocupación terrena. Dediquémonos entonces a la lectura con mucha devoción,
con gran atención, para que se nos conceda que el Espíritu Santo nos guie a la
comprensión de lo que está escrito, sacando así gran utilidad. Aquel hombre
eunuco y bárbaro, ministro de la reina de los etíopes, que era un hombre
importante, no descuidaba la lectura de la Escritura ni siquiera cuando estaba de
viaje. Teniendo en sus manos al profeta [Isaías], leía con mucha atención, incluso
sin comprender lo que tenía ante sus ojos; pero como ponía de su parte cuanto
podía—diligencia, entusiasmo y atención—, obtuvo un guía (cfr. Hech 8, 26-40).
Considera, por tanto, qué gran cosa es no descuidar la lectura de la Escritura
tampoco durante los viajes, ni yendo en coche. Escuchen esto quienes ni siquiera
en su propia casa admiten que haya que leer la Sagrada Escritura, con la excusa
de que conviven con su mujer o militan en el ejército porque están preocupados
por los hijos, dedicados al cuidado de los parientes, o comprometidos en otros
negocios.
Ese hombre era eunuco y bárbaro: dos circunstancias suficientes para que hubiese
sido negligente. Otros factores eran su dignidad y sus grandes riquezas, y el
hecho de viajar en una carroza, pues no es fácil dedicarse a la lectura cuando se
viaja así; más aún, resulta costoso. Y, sin embargo, su deseo y su celo superaban
cualquier impedimento. Hasta tal punto estaba enfrascado en la lectura, que no
decía lo que muchos repiten en el día de hoy: «No entiendo lo que contiene, no
logro comprender la profundidad de la Escritura; ¿por qué, pues, voy a sujetarme
inútilmente y sin fruto a la fatiga de leer, sin nadie que me guie?». Nada de esto
pensaba aquel hombre, bárbaro por la lengua pero sabio por el pensamiento.
Creía que Dios no le despreciaría, sino que le mandarla pronto alguna ayuda de lo
alto, con tal de que él hubiese puesto lo que estaba de su parte, dedicándose a la
lectura. Por eso, el Padre benigno, viendo su íntimo deseo, no le descuidó ni le
abandonó a sí mismo, sino que le mandó enseguida un maestro.
Este bárbaro está en condiciones de ser maestro de todos nosotros: de quienes
llevan una vida privada, de quienes están enrolados en el ejército, de quienes
gozan de autoridad. En una palabra, puede ser maestro de todos; no sólo de los
hombres, sino también de las mujeres—tanto más que están siempre en casa—, y
de los que han elegido la vida monástica. Aprendan todos que ninguna
circunstancia es obstáculo para leer la palabra divina; que es posible hacerlo no
sólo en casa, sino en la plaza, de viaje, en compañía de otros o cuando estamos
metidos en plena actividad. Si nosotros hacemos lo que está en nuestra mano,
pronto encontraremos quien nos enseñe. Porque el Señor, viendo nuestro afán por
la realidades espirituales, no nos despreciará, sino que nos mandará una luz del
cielo e iluminará nuestra alma. No descuidemos, por tanto—os lo ruego—, la
lectura de la Escritura.
*****
La pelea del cristiano
(Catequesis sobre el Bautismo, Vlll, 8-15)
EU/ARMA-TENTACIONES: El tiempo que ha precedido al Bautismo era un periodo
de entrenamiento y de ejercicio, en el que las caídas encontraban su remedio. A
partir de hoy la arena se os abre, y empieza el combate. Estáis bajo la mirada del
público. Y no sólo del género humano; también la muchedumbre de los ángeles
contempla vuestras luchas. Pues Pablo escribe en su carta a los Corintios: hemos
sido entregados en espectáculo al mundo, tanto a los ángeles como a los hombres
( I Cor 4, 9). Los ángeles, pues, nos contemplan, y el Señor de los ángeles es
quien preside la pelea. Para nosotros, esto es un honor y una seguridad. Pues si
Aquél que ha entregado su vida por nosotros es el juez de esta lucha, ¿qué orgullo
y qué confianza no tendremos?
En los juegos olímpicos, el árbitro permanece en medio de los dos adversarios, sin
favorecer ni al uno ni al otro, esperando el desenlace. Si el árbitro se coloca entre
los dos combatientes, es porque su actitud es neutral. En el combate que nos
enfrenta al diablo, Cristo no permanece indiferente: está por entero de nuestra
parte. ¿Cómo puede ser esto? Veis que nada más entrar en la liza nos ha ungido,
mientras que encadenaba al otro. Nos ha ungido con el óleo de la alegría y a él le
ha atado con lazos irrompibles para paralizar sus asaltos.
Si yo tengo un tropiezo, Él me tiende la mano, me levanta de mi caída, y me
vuelve a poner de pie. Pues escrito está: pisad desde lo alto las serpientes, los
escorpiones y todo poderío del enemigo (Lc 10, 19).
El demonio tiene la amenaza del infierno. Si yo consigo la victoria, recibo una
corona; pero él, cuando triunfa, es castigado. Y para que veas cómo es
atormentado sobre todo cuando vence, te mostraré un ejemplo. Él derrotó a Adán,
haciéndole tropezar. ¿Cuál ha sido el premio de su victoria?: te arrastrarás sobre
tu pecho y sobre tu vientre, y comerás el polvo todos los días de tu vida (Gn 3,
14). Si Dios ha castigado con tanta severidad a la serpiente material, ¿qué castigo
no infligirá a la serpiente espiritual? Si tal ha sido la condena del instrumento, está
claro que un castigo igualmente terrible espera a quien lo manejó. Como un buen
padre que al echar mano sobre el asesino de su hijo, además de castigarle le
destroza la espada, así Cristo, encontrando al diablo homicida, no solamente le ha
reprimido, sino que ha quebrantado su espada.
Llenémonos, pues, de confianza y despojémonos de todo para afrontar esos
asaltos. Cristo nos ha revestido de armas más resplandecientes que el oro, más
resistentes que el acero, más ardientes que la llama, más ligeras que un leve
soplo de aire. Poseen tales propiedades que no nos doblamos bajo su peso; dan
alas, aligeran nuestros miembros, y si con ellas quieres emprender el vuelo hacia
el cielo, no te serán obstáculo. Son armas de naturaleza totalmente nueva, pues
han sido forjadas para un combate inédito. Yo, que no soy más que un hombre,
me veo obligado a asestar golpes a los demonios; yo, que estoy revestido de
carne, lucho contra las potencias incorpóreas. También Dios me ha fabricado una
coraza que no es de metal, sino de justicia; me ha preparado un escudo no de
bronce, sino de fe. Tengo en la mano una espada aguda, la palabra del Espíritu. El
otro lanza flechas, yo tengo una espada. El es arquero, yo soy lancero. Esto nos
muestra cuán cauteloso es, pues el arquero no osa aproximarse, sino que dispara
desde lejos.
¿Pero qué? ¿Dios no te ha dado más que una armadura? No, ha preparado
también un alimento más vigoroso que cualquier arma, para que no te
desmoralices en el combate. Es necesario que tu victoria sea la de un hombre que
rebosa contento. Si el enemigo te ve regresar del festín del Señor, huye más
rápido que el viento, como quien ve un león cuya boca escupe fuego. Si le enseñas
tu lengua teñida de la preciosa sangre, no podrá apresarte; y si le muestras tu
boca empurpurada, como un ruin animal se batirá en retirada a gran velocidad.
¿Quieres conocer la virtud de esta sangre? Volvamos a lo que fue figura de esto, a
las narraciones antiguas, a lo que ocurrió en Egipto. Dios iba a infligir a Egipto la
décima plaga. Quería suprimir sus primogénitos, porque retenían a su pueblo
primogénito. ¿Qué podía hacer para no dañar a los judíos con los egipcios, ya que
todos se encontraban en el mismo lugar? Observa la virtud de la figura para
conocer así el poder de la realidad.
El castigo enviado por Dios iba a venir del cielo y el ángel exterminador andaba
rondando por las casas; ¿Qué hizo Moisés? Inmolad, dijo, un cordero sin mancha y
pintad vuestras puertas con su sangre (cfr. Ex 12, 21-25). ¿Qué dices de esto? ¿La
sangre de un animal irracional puede salvar a los hombres dotados de razón? Sí,
responde Moisés; no por que sea sangre, sino porque es figura de la sangre del
Señor. Del mismo modo que las estatuas de los emperadores, que no tienen alma
ni entendimiento, protegen a los hombres dotados de alma y de razón que buscan
refugio cerca de ellas, no porque sean de bronce, sino porque representan al
emperador; así esta sangre, privada de alma e inteligencia, ha salvado a hombres
dotados de alma no porque fuera sangre, sino porque prefiguraba la sangre del
Señor.
Aquel día el ángel exterminador vio la sangre que señalaba las puertas, y no se
atrevió a entrar. En el presente, si el diablo ve no ya la sangre de la figura
señalando las puertas, sino la sangre de verdad sobre los labios de los fieles,
marcando la puerta de este santuario de Cristo en que se han convertido, con
mayor razón se guardará de intervenir. Pues si la figura ha detenido al ángel, con
mucho más motivo la verdad pondrá al diablo en retirada.
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Como sal y como luz
(Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 15, 6-7)
/Mt/05/13-16 CR/SAL-LUZ/CRISOSTOMO
Vosotros sois la sal de la tierra (Mt 5, 13). Vosotros no habéis de preocuparos sólo
de vuestra propia vida, sino de la de toda la tierra. A vosotros no os envío, como
hice con los profetas, a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte, ni siquiera a una
entera nación. No. Vuestra misión se extenderá a la tierra y al mar, sin más
límites que los del mundo mismo. Y a una tierra que encontraréis mal dispuesta.
En efecto, por el hecho mismo de decirles: vosotros sois la sal de la tierra, el
Señor les mostró que toda la humanidad estaba insípida y podrida a causa de los
pecados. Por eso exige de sus Apóstoles aquellas virtudes que especialmente son
necesarias para el aprovechamiento de los demás. El que es manso, modesto,
misericordioso y justo, no guarda para sí solo estas virtudes, sino que procura que
estas aguas tan hermosas se derramen abundantemente para provecho de los
otros hombres. Del mismo modo, el que es limpio de corazón, el pacífico, el que
es perseguido por causa de la verdad, dispone también su vida para común
utilidad.
No penséis—dice el Señor a sus discípulos—que os lanzo a combates sin
importancia, y que os encomiendo negocios de poca monta. No. Vosotros sois la
sal de la tierra. Entonces, ¿curaron los Apóstoles lo que estaba podrido? De
ninguna manera. Lo que el Señor renovaba y a ellos entregaba, lo que El libraba
del mal olor de la podredumbre, eso salaban ellos, conservándolo y manteniéndolo
en la novedad que del Señor había recibido. Porque librar de la podredumbre de
los pecados fue hazaña exclusiva de Cristo; mas hacer que los hombres no
volvieran a pecar fue ya obra del celo y del trabajo de sus Apóstoles. ¿Veis cómo
poco a poco el Señor les va haciendo ver que son superiores a los profetas?
Porque no les llama maestros de sola Palestina, sino de la tierra entera; y no sólo
los hace maestros, sino temibles.
Ahí está la maravilla: que los Apóstoles no se hicieron amables a todo el mundo
porque adulasen y halagaran a todos, sino escociendo vivamente como la sal.
No os sorprendáis—les dice—si, dejando por un momento a los demás, hablo
ahora con vosotros y os invito a tamaños peligros. Considerad a cuántas ciudades
y pueblos y naciones deseo enviaros como maestros. Por eso no quiero que seáis
prudentes vosotros solos, sino que hagáis también prudentes a los demás. ¡Y qué
prudencia han de tener aquellos de quienes depende la salvación de las almas!
¡Qué abundancia de virtud en quienes han de ser provecho para los otros! Porque,
si no sois tales que podáis servir de provecho a los demás, tampoco os bastaréis
para vosotros mismos.
No os irritéis, como si lo que os digo fuera cosa molesta. Si los demás se tornan
insípidos, vosotros podéis devolverles el sabor; pero, si esto os sucediera a
vosotros, con vuestra pérdida arrastraríais también a los demás. Por tanto,
cuantos mayores asuntos llevéis entre manos, mayor fervor y celo necesitaréis.
Por eso les advierte: si la sal se torna insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor?
Para nada vale ya, sino para ser arrojada y pisoteada de las gentes (Mt 5, 13). Los
otros, en efecto, aunque mil veces desfallezcan, mil veces pueden obtener perdón;
pero, si cae el maestro, no tiene defensa posible (...).
Había dicho el Señor a sus discípulos: cuando os insulten y persigan, y digan toda
palabra mala contra vosotros... (Mt 5, 11). Para que no se acobardaran al oír esto,
y rehusaran salir al campo de batalla, ahora parece decirles: si no estáis
preparados a sufrir todas estas cosas, vana ha sido vuestra elección. Lo que
debéis temer no es que se os maldiga, sino el ser envueltos en la común
hipocresía. En ese caso os habríais tornado insípidos, y seríais pisoteados por la
gente. Pero si seguís frotando con sal, y por ello os maldicen, alegraos entonces.
Ésa es precisamente la función de la sal: escocer y molestar a los corrompidos. La
maledicencia os seguirá forzosamente, pero no os hará ningún daño, sino que
dará testimonio de vuestra firmeza. Pero si por miedo a la murmuración
abandonáis el ímpetu que debéis tener, entonces sufriréis más graves daños. En
primer lugar, se os maldecirá lo mismo; y luego, seréis la irrisión de todo el
mundo; porque eso quiere decir ser pisoteado.
El Señor pasa ahora a otra comparación más alta: vosotros sois la luz del mundo
(Mt 5, 14). Nuevamente se nos habla del mundo; no de una sola nación, ni de
veinte ciudades, sino de la tierra entera. Se nos habla de una luz inteligible,
mucho más preciosa que los rayos del sol, como también la sal había que
entenderla espiritualmente. Y pone primero la sal, luego la luz, para que te des
cuenta de la utilidad de las palabras enérgicas y el provecho de una enseñanza
seria. Ella nos ata fuertemente y no nos permite disolvernos. Ella nos hace abrir
los ojos, llevándonos como de la mano a la virtud.
(...) Después de haberles mostrado su propio poder, el Señor les exige franqueza
y libertad, diciéndoles: nadie enciende una lámpara y la pone debajo del celemín,
sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra
luz ante los hombres, a fin de que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a
vuestro Padre, que está en los cielos (Mt 5, 15-16). Es como si les dijera: yo he
encendido la luz; pero que siga ardiendo, depende ya de vuestro afán apostólico.
Y eso no sólo para alcanzar vuestra propia salvación, sino también la de aquellos
que han de gozar de su resplandor, y ser así conducidos como de la mano hacia la
verdad. Si vosotros vivís con perfección, como conviene a los que han recibido la
misión de convertir a todo el mundo, las calumnias no podrán echar ni una sombra
sobre vuestro resplandor.
Llevad, pues, una vida digna de la gracia; a fin de que, así como la gracia se
predica en todas partes, también vuestra vida esté de acuerdo con la gracia.
Por fin, además de la salvación de los hombres, el Señor les señala otro provecho,
que es suficiente por sí solo para incitarles a la pelea y llevarles al más intenso
fervor. Porque—les dice—viviendo rectamente, no sólo corregiréis a toda la tierra,
sino que glorificaréis a Dios; de manera semejante a como, si no vivís
virtuosamente, no sólo perderéis a los hombres sino que haréis que sea
blasfemado el nombre de Dios.
*****
Recomenzar
(Exhortación a Teodoro caído, 1, 14-15)
No causa ninguna maravilla que los que no creen en la resurrección vivan
negligentemente y no sientan temor del juicio. Por el contrario, sería insensatez
suma que nosotros, para quienes la vida venidera es más cierta que la presente,
viviésemos tan miserablemente que no nos impresionara lo más mínimo su
recuerdo. Si quienes tenemos fe obramos como los incrédulos, y aun a veces
vivimos peor que ellos (pues no han faltado entre los infieles quienes han brillado
por su virtud), ¿qué consuelo y qué perdón nos queda ya? Muchos mercaderes
que sufrieron un naufragio no por eso se desalentaron, sino que nuevamente
reanudaron su actividad, a pesar de que el daño no les vino por negligencia
propia, sino a causa de la violencia de los vientos. Y nosotros, que podemos mirar
confiadamente al término y sabemos perfectamente que, si no queremos, no
hemos de sufrir naufragio ni otro daño alguno, ¿no pondremos nuevamente manos
a la obra para negociar como antes? ¿Vamos a quedarnos ociosos y mano sobre
mano? ¡Y ojalá sólo fuera estar mano sobre mano, y no las volviéramos también
contra nosotros mismos! Porque a veces sucede precisamente esto, lo que es
señal de suma locura.
En efecto, si un púgil, dejando a su rival, volviera los puños contra su propia
cabeza y se destrozase la cara, ¿no le pondríamos en el número de los locos? El
diablo nos echó la zancadilla y nos derribó por tierra. Luego es menester
levantarnos y no dejarnos arrastrar nuevamente; no despeñarnos a nosotros
mismos, ni a sus golpes añadir los propios. El bienaventurado David tuvo una
caída semejante a la tuya; e incluso después sufrió otra: la del homicidio. ¿Pues
qué? ¿Se quedó allí tendido? ¿No se levantó inmediatamente y se enfrentó con el
enemigo? Así fue. Y tan valerosamente le derrotó que, después de la muerte, fue
el protector de sus descendientes. Por eso a Salomón, que cometió una enorme
iniquidad haciéndose merecedor de mil muertes, Dios le dice que dejará intacto el
reino por amor de David, con estas palabras: con escisión escindiré tu reino y se
lo daré a tu sierro. Sin embargo, no lo haré en tus días... ¿Por qué motivo? Por
consideración a David, padre tuyo, lo tomaré de la mano de tu hijo ( 1 Re 11, 1112). Y a Ezequías que, no obstante ser personalmente justo, estaba al borde de un
grave peligro, Dios le quiere socorrer por amor de David: Yo seré escudo de esta
ciudad para salvarla por causa de mí y de David, siervo mío (2 Re 19, 34).
Tal es la fuerza de la penitencia. Si David hubiera pensado entonces como piensas
tú ahora, que es imposible ya aplacar a Dios; si hubiera dicho para sí mismo: Dios
me ha honrado con tan alto honor, me ha puesto en el número de los profetas, me
encomendó el mando de mis gentes, me libró de peligros sin cuento... ¿Cómo
puedo hacérmele nuevamente propicio, si le he ofendido después de recibir tan
grandes beneficios y he cometido los más graves crímenes? De haber pensado así,
no sólo no hubiera hecho lo que hizo, sino que hubiera perdido todo lo anterior.
No sólo las heridas del cuerpo; también las del alma, si se descuidan, producen la
muerte. Y, sin embargo, en ocasiones llegamos a tal punto de insensatez que
cuidamos con todo empeño del cuerpo, pero no hacemos ningún caso del alma. En
el cuerpo, es natural que nos sobrevengan muchas enfermedades incurables; sin
embargo, no por eso desesperamos y, a pesar de que los médicos dicen y repiten
que tal enfermedad no tiene remedio, que ningún medicamento la puede curar,
nosotros insistimos una y otra vez, y les rogamos que, al menos, nos den algo que
la alivie. En el alma, en cambio, no existe ninguna enfermedad incurable, pues el
espíritu no está sometido a la necesidad de la naturaleza. Y sin embargo, como si
se tratara de achaques ajenos, descuidamos sus males y desesperamos de su
remedio. Donde la naturaleza de las enfermedades debería llevarnos a la
desesperación, ponemos todo nuestro cuidado como si conserváramos mil
esperanzas de salud; donde no hay motivo para desalentarnos, desistimos y nos
descuidamos, como si estuviéramos desahuciados. Hasta tal punto nos
preocupamos más del cuerpo que del alma. En verdad que, por este camino, ni el
cuerpo mismo podremos salvar. El que descuida lo principal y pone todo su
empeño en lo secundario, destruye y pierde lo uno y lo otro. El que guarda el
orden debido, al salvar y cuidar lo principal, aunque descuide un poco lo
secundario, la salvación de lo primero lleva consigo la de lo otro. Es lo que nos
quiso dar a entender Cristo, cuando dijo: no temáis a los que matan el cuerpo,
pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede perder alma y
cuerpo en el infierno (Mt 10, 28).
¿Te persuades de que no hay que desesperar jamás de las enfermedades del alma
como si fueran incurables, o será menester apelar a nuevos razonamientos? (...).
Aún puedes volver a la virtud y reconciliarte con la vida primera. Escucha lo que
sigue. Los ninivitas no se desalentaron al escuchar que el Profeta afirmaba y
claramente les amenazaba diciendo: de aquí a cuarenta días, Nínive será destruida
(Jan 3, 4). Ciertamente, no tenían la seguridad de aplacar a Dios, sino la sospecha
de lo contrario, pues las palabras del profeta no venian con distinción alguna, sino
que eran absolutamente categóricas. Sin embargo, hicieron penitencia diciendo:
¿quién sabe si Dios se arrepentirá y se nos mostrará propicio y se apartará del
furor de su ira y no pereceremos? Y vio Dios las obras de ellos cómo se habían
apartado de sus caminos mulos, y se arrepintió Dios del mal que había amenazado
hacerles y no lo hizo (Jan 3, 9-10).
Pues si hombres bárbaros y sin formación pudieron comprender eso mucho más
hemos de hacerlo nosotros, que hemos sido instruidos en las verdades divinas y
hemos visto tanta muchedumbre de ejemplos semejantes en palabras y en
realidad. Porque no son—dice el Profeta—mis pensamientos como vuestros
pensamientos, ni mis caminos como vuestros caminos. Cuanto dista el cielo de la
tierra, tanto distan mis pensamientos de los vuestros y mis designios de vuestros
designios (Is 45, 8-9).
*****
Dignidad del sacerdocio
(Sobre el sacerdocio lll, 4-6) PBRO/DIGNIDAD/CRISOSTOMO
Cuando contemplas al Señor sacrificado y puesto sobre el altar, y al sacerdote que
ora y asiste al sacrificio, y a todos los presentes bañados con la púrpura de aquella
sangre preciosísima, ¿acaso piensas que estás aún entre los hombres y que pisas
la tierra?, ¿no te sientes más bien trasladado a los Cielos donde, desterrado de tu
alma todo pensamiento carnal, miras con alma desnuda y mente pura las
realidades mismas de la gloria? ¡Oh maravilla! ¡Oh benignidad de nuestro Dios! El
que está sentado en la gloria junto al Padre, es tomado en aquel momento en
manos de todos, y se deja abrazar y estrechar de los que quieren. Así lo hacen
con los ojos de la fe.
¿Quieres ver la soberana santidad de estos misterios? Imagínate, te ruego, que
tienes ante los ojos al profeta Elías; mira la ingente muchedumbre que lo rodea,
las víctimas sobre las piedras, la quietud y el silencio absoluto de todos y sólo el
profeta que ora; y, de pronto, el fuego que baja del cielo sobre el sacrificio... Todo
esto es admirable y nos llena de estupor.
Pues trasládate ahora de ahí y contempla lo que entre nosotros se cumple: verás
no sólo cosas maravillosas, sino algo que sobrepasa toda admiración. Aquí está en
pie el sacerdote, no para hacer bajar fuego del cielo, sino para que descienda el
Espíritu Santo; y prolonga largo rato su oración, no para que una llama
desprendida de lo alto consuma las víctimas, sino para que descienda la gracia
sobre el sacrificio y, abrasando las almas de todos los asistentes, las deje más
brillantes que plata acrisolada.
¿Quién habrá, pues, tan loco, quién tan perdido de juicio que desprecie
soberbiamente misterio tan tremendo? ¿Acaso ignoras que, sin una particular
ayuda de la gracia de Dios, no habría alma humana capaz de soportar el fuego de
ese sacrificio, sino que nos consumiría a todos absolutamente?
Si alguien considera atentamente qué cosa significa estar un hombre envuelto aún
de carne y sangre, y poder no obstante llegarse tan cerca de aquella
bienaventurada y purísima naturaleza; ése podrá comprender cuán grande es el
honor que la gracia del Espíritu otorgó a los sacerdotes. Porque por manos del
sacerdote se cumplen no sólo los misterios dichos, sino otros que en nada les van
en zaga, ya en razón de su dignidad en sí, ya en orden a nuestra salvación.
En efecto, a moradores de la tierra, a quienes en la tierra tienen aún su
conversación, se les ha encomendado administrar los tesoros del Cielo, y han
recibido un poder que Dios no concedió jamás a los ángeles ni a los arcángeles. A
ninguno de éstos dijo: lo que atareis sobre la tierra será también atado en el cielo
(Mt 18, 18). Cierto que quienes ejercen autoridad en el mundo tienen también
poder de atar, pero sólo los cuerpos. La ligadura del sacerdote toca al alma misma
y penetra dentro de los cielos. Lo que los sacerdotes hacen aquí abajo, Dios lo
ratifica allá arriba; la sentencia de los siervos es confirmada por el Señor. ¿Qué
otra cosa es esto, sino haberles concedido todo el poder celeste? A quienes
perdonareis—dice—los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los
retuviereis, les serán retenidos (Jn 20, 23). ¿Qué poder puede haber mayor que
éste? Todo el juicio se lo ha dado el Padre al Hijo (Jn 5, 22); pero yo veo que ese
juicio ha sido a su vez enteramente puesto por el Hijo en manos de sus sacerdotes
(...)
Sin la dignidad del sacerdocio no podríamos salvarnos ni alcanzar los bienes que
nos han sido prometidos. Porque si nadie puede entrar en el reino de los cielos, si
no es regenerado por el agua y el Espíritu (cfr. Jn 3, 5), si se excluye de la vida
eterna al que no come la carne y bebe la sangre del Señor (cfr. Jn 6, 53-54), y
todo esto sólo puede cumplirse por las manos santas del sacerdote, ¿cómo podría
nadie escapar al fuego del infierno y alcanzar las coronas que nos están
reservadas?
Los sacerdotes son quienes nos engendran espiritualmente, los que por el
Bautismo nos dan a luz. Por ellos nos revestimos de Cristo (cfr. Rm 13, 14; Gal 3,
27), nos consepultamos con el Hijo de Dios (cfr. Rm 6, 4) y nos hacemos
miembros de aquella bienaventurada Cabeza. De suerte que los sacerdotes
debieran merecernos más reverencia que los magistrados y reyes, y sería incluso
justo tributarles mayor honor que a nuestros mismos padres. Porque éstos nos
engendran por la sangre y la voluntad de la carne (cfr. Jn 1, 13), mas aquellos son
autores de nuestro nacimiento de Dios, de la regeneración bienaventurada, de la
libertad verdadera y de la filiación divina por la gracia.
Los sacerdotes judíos tenían poder de librar de la lepra del cuerpo; digo mal: sólo
tenían poder de examinar a los ya curados de ella, y bien sabemos cuán disputada
era entonces la dignidad sacerdotal. Mas los sacerdotes cristianos han recibido
potestad, no sobre la lepra del cuerpo, sino sobre la impureza del alma; no de
examinar la lepra ya curada, sino de limpiar absolutamente de ella. Por eso, los
que desprecian al sacerdote cometen un sacrilegio mayor que Datán y sus
secuaces, y merecen más severo castigo (cfr. Num 16).
(...) Pero no sólo en orden a castigar, sino también para hacernos bien, ha dado
Dios a los sacerdotes mayor poder que a los padres naturales. Va de los unos a los
otros la diferencia que corre entra la vida presente y la venidera, pues los unos
nos engendran para aquélla y los otros para ésta. Además, los padres no pueden
librar a sus hijos de la muerte corporal, no son capaces ni de alejar de ellos una
enfermedad que les acometa; los sacerdotes, en cambio, curan muchas veces a
un alma enferma y salvan a la que está a punto de perderse; a unas les mitigan el
castigo que merecen, a otras les impiden en absoluto caer. Y eso no sólo por sus
enseñanzas y amonestaciones, sino también con la ayuda de sus oraciones. Y es
así que los sacerdotes no sólo tienen poder de perdonar los pecados cuando nos
regeneran por el Bautismo, sino también los que cometemos después de nuestra
regeneración (...). Además, los padres naturales poco o nada pueden hacer en
favor de sus hijos, cuando éstos ofenden a algún personaje o poderoso de la tierra
los sacerdotes, en cambio, nos reconcilian muchas veces, no ya con magistrados o
emperadores, sino con el mismo Dios irritado contra nosotros.
*****
La educación de los hijos
(Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 59, 6-7)
En la guerra y en el campo de batalla, el soldado que sólo mira cómo salvarse por
medio de la fuga, se pierde a sí mismo y a los otros. El valiente, en cambio, que
lucha por salvar a los demás, se salva también a sí mismo. Pues nuestra religión
es una guerra, y la más dura de todas las guerras, y pelea, y batalla. Formemos la
línea de combate tal como nuestro Rey nos ha mandado, dispuestos siempre a
derramar nuestra sangre, mirando por la salvación de todos, alentando a los que
permanecen firmes y levantando a los que han caído.
Verdaderamente, muchos hermanos nuestros yacen por el suelo en esta batalla,
acribillados de heridas y chorreando sangre; y nadie hay que se cuide de ellos: ni
gente del pueblo, ni sacerdote, ni ningún otro; ni protector, ni amigo, ni hermano.
Cada uno mira sólo por sí mismo. De ahí proviene, justamente, la mezquindad en
que vivimos.
La mayor libertad y gloria nos viene de no preocuparnos sólo de nosotros mismos.
Si somos débiles, si tan fácilmente nos derriban los hombres y el diablo, se debe
precisamente a que nos buscamos a nosotros mismos, a que no nos protegemos
unos a otros como con un escudo, a que no nos rodeamos—como de una cerca—
de la caridad de Dios. Por el contrario, buscamos otros motivos de amistad: el
parentesco, la comunicación, la mera vecindad... Cualquier cosa nos sirve para
hacer amistad, menos la religión, cuando habría de ser esto lo que más nos uniera
a unos con otros. Ahora, sin embargo, sucede todo lo contrario: antes somos
amigos de judíos y de paganos, que de hijos de la Iglesia.
—Es verdad—me dices—. Pero es que mi hermano en la fe es un malvado, y el
otro, judío o gentil, es bueno y modesto.
—¿Qué dices? ¿Malvado llamas a tu hermano, cuando tienes mandado no llamarle
ni siquiera «raca», es decir, necio? ¿No te avergüenzas, no te ruborizas de infamar
públicamente a tu hermano, al que es miembro tuyo, que salió del mismo seno y
participa de la misma mesa? (...).
—Es que realmente es un malvado, y no hay quien lo aguante.
—Pues hazte amigo suyo para que deje de ser como es, para convertirle, para
llevarle a la virtud.
—Es que no me hace caso—me respondes—ni aguanta un consejo.
—¿Cómo lo sabes? ¿Le has exhortado o intentado corregirle?
—Le he exhortado muchas veces, me contestas.
—¿Cuántas?
—Muchas; una y otra vez.
—¿Y eso es muchas veces? Aunque lo hubieras hecho durante toda la vida, no
tendrías que cansarte ni desesperar. ¿No ves cómo Dios nos exhorta durante toda
la vida por medio de los profetas, de los apóstoles y de los evangelistas? Y
nosotros, ¿acaso cumplimos todo lo que nos dice y le hacemos caso en todo? ¡Ni
mucho menos! ¿Y ha dejado Él de exhortarnos por eso'? ¿Ha guardado silencio?
(...).
Pero ¿a qué acusarnos de descuido por los extraños, si ni siquiera hacemos caso
de nuestra misma familia, de la mujer, de los hijos, de los sirvientes? Como si
estuviéramos borrachos, nos ocupamos en unas cosas por otras: que los criados
sean cuantos más mejor, y nos sirvan con el mayor cuidado; que los hijos puedan
recibir un día una pingüe herencia; que la mujer tenga oro, vestidos lujosos y
perlas... No nos preocupamos de nosotros mismos, sino de nuestras cosas, como
tampoco nos preocupamos de la mujer ni de los hijos, sino de las cosas de la
mujer y de los hijos. Nos comportamos como aquél que, teniendo la casa en
ruinas, con las paredes que se tambalean, no se preocupa de levantarlas o
reforzarlas, sino que construye una gran cerca alrededor de la casa (...).
Si un oso, burlando la vigilancia, se escapa de la jaula, al punto cerramos las
puertas y corremos por las calles por miedo de caer en las garras de la fiera; y
aquí no es una fiera, sino muchos pensamientos los que, como fieras, desgarran
nuestra alma, y ni nos damos cuenta. En las ciudades se cuida mucho que las
fieras estén en lugares apartados, bien cerradas en sus jaulas, y no se las deja
cerca del concejo de la ciudad, ni de los tribunales, ni del palacio imperial. Se las
tiene bien atadas, lejos de estos lugares (...).
Sin embargo, hay entre nosotros hombres peores que las animales más salvajes.
Tal es la mayor parte de nuestra gente joven. Dejándose llevar por una
concupiscencia salvaje, como ellos saltan, cocean y corren sin freno, sin tener la
más leve idea de sus deberes. Y los culpables son sus padres. Cuando se trata de
sus caballos, mandan a los caballerizos que los cuiden bien, y no consienten que
crezcan sin domarlos, y desde el principio les ponen freno y demás arreos. Pero
cuando se trata de sus hijos jóvenes, les dejan sueltos por todas partes durante
mucho tiempo, y así pierden la castidad, se manchan con deshonestidades y
juegos, y malgastan el tiempo con la asistencia a inicuos espectáculos. Su deber
sería, antes de que se dieran a la impureza, buscarles una esposa casta y
prudente (...).
—Es mejor esperar—me dices—a que adquiera nombre y brille en las actividades
públicas.
—Sí; pero de su alma no hacéis caso alguno, sino que consentís que se arrastre
por el suelo. Y así, porque el alma se tiene por cosa accesoria, porque se descuida
lo importante y se pone el afán en lo secundario, todo está lleno de confusión y
desorden.
¿No sabes que el mejor favor que puedes hacer a tu hijo es guardarle limpio de la
impureza de la fornicación? Nada hay tan precioso como el alma. ¿Qué le
aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? (Mt 16, 26), dice el
Señor. Pero todo lo ha trastornado el amor al dinero, que ha desterrado el
verdadero temor de Dios y se ha apoderado de las almas de los hombres como un
tirano de una ciudadela. Esta es la razón por la que descuidamos la salvación de
nuestros hijos y la nuestra propia, sin otra mira que enriquecernos lo más posible
y dejar a otros la riqueza, para que éstos se la dejen a otros, y éstos a otros.
Parece como si fuéramos meros transmisores, y no dueños de nuestros bienes. Y
ahí se origina la inmensa insensatez de que los hombres libres estén más
vilipendiados que los esclavos. Porque a los siervos les reprendemos sus faltas: si
no por interés de ellos, al menos por el interés nuestro; pero los hombres libres no
gozan de estos cuidados, sino que se les tiene en menos que a los mismos
esclavos.
Incluso las bestias reciben más cuidados que los hijos. Más velamos por nuestros
asnos y nuestros caballos, que por nuestros hijos. El que posee una mula, se
preocupa de encontrar un buen arriero, que no sea tonto, ni ladrón, ni borracho,
sino un hombre que conozca bien su oficio. En cambio, cuando se trata de buscar
un maestro para el alma del niño, contratamos al primero que se nos presenta. Y,
sin embargo, no hay arte superior a éste. ¿Qué hay comparable con el arte de
formar un alma, de plasmar la inteligencia y el espíritu de un joven'? El que
profesa esta ciencia ha de proceder con más cuidado que un pintor o un escultor al
realizar su obra.
De este autor, D. Ruiz BUENO ha publicado, en versión bilingüe, las Homilías sobre San
Mateo, BAC, nos. 141 y 146, Madrid 1955 y 1956; así como algunas otras obras, bajo el
título de Tratados ascéticos, BAC n. 169, Madrid 1958. Los fragmentos que siguen están
tomados de estas ediciones.
Homilías sobre San Mateo
La confesión de Pedro (Mt 16, 13 ss.):
¿Qué hace, pues, Pedro, boca que es de los apóstoles? Él, siempre ardiente; él, director
del coro de los apóstoles, aun cuando todos son interrogados, responde solo. Y es de
notar que cuando el Señor preguntó por la opinión del vulgo, todos contestaron a su
pregunta; pero cuando les pregunta la de ellos directamente, entonces es Pedro quien se
adelanta y toma la mano y dice: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¿Qué le responde
Cristo?: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te lo
han revelado. Ahora bien, si Pedro no hubiera confesado a Jesús por Hijo natural de
Dios y nacido del Padre mismo, su confesión no hubiera sido obra de una revelación. De
haberle tenido por uno de tantos, sus palabras no hubieran merecido la bienaventuranza.
La verdad es que antes de esto, los hombres que estaban en la barca, después de la
tormenta de que fueron testigos, exclamaron: Verdaderamente es éste Hijo de Dios. Y,
sin embargo, a pesar de su aseveración de verdaderamente, no fueron proclamados
bienaventurados. Porque no confesaron una filiación divina, como la que aquí confiesa
Pedro. Aquellos pescadores creían sin duda que Jesús, uno de tantos, era
verdaderamente Hijo de Dios, escogido ciertamente entre todos, pero no de la misma
sustancia o naturaleza de Dios Padre.
También Natanael había dicho: Maestro, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el rey de Israel.
Y no sólo no se le proclama bienaventurado, sino que es reprendido por el Señor por
haber hablado muy por bajo de la verdad. Lo cierto es que el Señor añadió: ¿Porque te
dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores has de ver. ¿Por qué, pues,
Pedro es proclamado bienaventurado? Porque le confesó Hijo natural de Dios. De ahí
que en los otros casos nada semejante dijo el Señor, mas en éste nos hace ver también
quién fue el que lo reveló. Tal vez pudiera pensar la gente que, siendo Pedro tan
ardiente amador de Cristo, sus palabras nacían de amistad y adulación y de ganas que
tenía de congraciarse con su maestro. Pues para que nadie pudiera pensar así, Jesús
nos descubre quién fue el que habló antes al alma de Pedro, y nos demos así cuenta
que, si Pedro fue quien habló, el Padre fue quien le dictó las palabras -palabras que ya
no podemos mirar como opinión humana sino creerlas como dogma divino-. Mas ¿por
qué no lo afirma el Señor mismo y dice: «Yo soy el Cristo», sino que lo va preparando
por sus preguntas, llevando a sus discípulos a confesarlo? Porque así era entonces para
Él más conveniente y necesario y de esta manera se atraía mejor a sus discípulos a la fe
de aquella misma confesión por ellos hecha. ¿Veis cómo el Padre revela al Hijo, y el Hijo
al Padre? Porque tampoco al Padre le conoce nadie -dice Él mismo-, sino el Hijo y aquel
a quien el Hijo se lo quiera revelar. Luego no es posible conocer al Hijo sino por el Padre,
ni conocer por otro al Padre sino por el Hijo. De suerte que aún por aquí se demuestra
patentemente la igualdad y consustancialidad del Hijo con el Padre.
¿Qué le contesta, pues, Cristo? Tú eres Simón, hijo de Jonás. Tú te llamarás Ce fas.
Como tú has proclamado a mi Padre -le dice-, así también yo pronuncio el nombre de
quien te ha engendrado. Que era poco menos que decir: Como tú eres hijo de Jonás así
lo soy yo de mi Padre. Porque, por lo demás, superfluo era llamarle hijo de Jonás. Mas
como Pedro le había llamado Hijo de Dios, Él añade el nombre del padre de Pedro, para
dar a entender que lo mismo que Pedro era hijo de Jonás, así era Él Hijo de Dios, es
decir, de la misma sustancia de su Padre. Y yo te digo: Tú eres Piedra y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, es decir, sobre la fe de tu confesión. Por aquí hace ver ya que
habían de ser muchos los que creerían, y así levanta el pensamiento de Pedro y le
constituye pastor de su Iglesia. Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y si
contra ella no prevalecerán, mucho menos contra mí. No te turbes, pues, cuando luego
oigas que he de ser entregado y crucificado. Y seguidamente le concede otro honor: Y
yo te daré las llaves del reino de los cielos. ¿Qué quiere decir: Yo te daré las llaves?
Como mi Padre te ha dado que me conocieras, yo te daré las llaves del reino de los
cielos. Y no dijo: «Yo rogaré a mi Padre»; a pesar de ser tan grande la autoridad que
demostraba, a pesar de la grandeza inefable del don. Pues con todo eso, Él dijo: Yo te
daré. ¿Y qué le vas a dar, dime? Yo te daré las llaves del reino de los cielos: y cuanto tú
desatares sobre la tierra, desatado quedará en los cielos. ¿Cómo, pues, no ha de ser
cosa suya conceder sentarse a su derecha o a su izquierda, cuando ahora dice: Yo te
daré? ¿Veis cómo Él mismo levanta a Pedro a más alta idea de Él y se revela a sí mismo
y demuestra ser Hijo de Dios por estas dos promesas que aquí le hace? Porque cosas
que atañen sólo al poder de Dios, como son perdonar los pecados, hacer inconmovible a
su Iglesia aun en medio del embate de tantas olas y dar a un pobre pescador la firmeza
de una roca aun en medio de la guerra de toda la tierra, eso es lo que aquí promete el
Señor que le ha de dar a Pedro. Es lo que el Padre mismo decía hablando con Jeremías:
Que le haría como una columna de bronce o como una muralla. Sólo que a Jeremías le
hace tal para una sola nación, y a Pedro para la tierra entera. Aquí preguntaría yo con
gusto a quienes se empeñan en rebajar la dignidad del Hijo: ¿Qué dones son mayores:
los que dio el Padre o los que dio el Hijo a Pedro? El Padre le hizo a Pedro la gracia de
revelarle al Hijo; pero el Hijo propagó por el mundo entero la revelación del Padre y la
suya propia, y a un pobre mortal le puso en las manos la potestad de todo lo que hay en
el cielo, pues le entregó sus llaves. Él, que extendió su Iglesia por todo lo descubierto de
la tierra y la hizo más firme que el cielo mismo: Porque el cielo y la tierra pasarán, pero
mi palabra no pasará. El que tales dones da, el que tales hazañas realizó, ¿cómo puede
ser inferior? Y al hablar así, no pretendo dividir las obras del Padre y del Hijo: Porque
todo fue hecho por Él, y sin Él nada fue hecho. No, lo que yo quiero es hacer callar la
lengua desvergonzada de quienes a tales afirmaciones se desmandan.
(54, 1-2; BAC 146, 139-143)
El perdón de los enemigos (Mt 18, 21 ss):
Dos cosas, pues, son las que de nosotros quiere aquí el Señor: que condenemos
nuestros propios pecados y que perdonemos los de nuestro prójimo. Y el condenar por el
perdonar, porque lo uno haga más fácil lo otro; pues aquel que considera sus propios
pecados, estará más pronto al perdón de su compañero. Y no perdonar simplemente de
boca, sino de corazón, pues de lo contrario, manteniendo el rencor, no hacemos sino
clavarnos la espada a nosotros mismos. Porque ¿qué es lo que pudo haberte hecho tu
ofensor comparado con lo que tú te haces a ti mismo cuando enciendes tu ira y te atraes
contra ti la sentencia condenatoria de Dios? Porque, si estás alerta y sabes obrar
filosóficamente, todo el mal recaerá sobre la cabeza del ofensor y él será quien lo pague
todo. Mas, si te obstinas en tu malhumor y enfado, entonces el daño será para ti, no el
que te hace tu enemigo, sino el que te haces tú a ti mismo. No digas, pues, que te injurió
y te calumnió y te hizo males sin cuento, pues cuanto más digas, más demuestras que
es un bienhechor tuyo. Porque él te ha dado ocasión de expiar tus pecados. Si más te
hubiera agraviado, de mayor perdón hubiera sido causa. A la verdad, como nosotros
queramos, nadie será capaz de agraviarnos ni dañarnos. Nuestros mismos enemigos
nos harán los mayores favores. Y no digo sólo los hombres. ¿Puede haber nada más
perverso que el diablo? Y, sin embargo, hasta el diablo puede ser para nosotros ocasión
de la mayor gloria, como lo demuestra la historia de Job. Si, pues, el diablo puede ser
para ti ocasión de corona, ¿a qué temes a un hombre enemigo? Mira, si no, cuánto
ganas sufriendo con mansedumbre los ataques de tus enemigos. En primer lugar, y es la
mayor ganancia, te libras de tus pecados; en segundo lugar, adquieres constancia y
paciencia; y en tercer lugar, ganas mansedumbre y misericordia. Porque quien no sabe
irritarse contra quienes le ofenden y dañan, con más razón será suave con los que le
quieren. En cuarto lugar, te limpias definitivamente de la ira. ¿Y puede haber bien
comparable a éste? Porque el que está puro de ira, evidentemente también estará libre
de la tristeza, de que es fuente la ira, y no consumirá su vida en vanos afanes y dolores.
El que no sabe irritarse, no sabe tampoco estar triste, sino que gozará de placer y de
bienes infinitos. En conclusión, cuando a los otros aborrecemos, a nosotros mismos nos
castigamos; y al revés, a nosotros mismos nos hacemos beneficio cuando a los otros
amamos. Sobre todo esto, tus mismos enemigos, aun cuando fueren demonios, te
respetarán; o, por mejor decir, con esta actitud tuya, ni enemigos tendrás en adelante. En
fin, lo que vale más que todo y es lo primero de todo: así te ganarás la benevolencia de
Dios; y, si has pecado, alcanzarás perdón; si has practicado el bien, añadirás nuevo
motivo de confianza.
Esforcémonos, pues, por no odiar a nadie, a fin de que Dios nos ame. Así, aun cuando le
debamos diez mil talentos, se compadecerá de nosotros y nos perdonará. ¿Pero dices
que te perjudicó tu enemigo? Pues tenle compasión, no le aborrezcas; llórale, no le
rechaces. Porque no eres tú el que ha ofendido a Dios, sino él; tú más bien has adquirido
gloria, si lo sabes llevar pacientemente. Considera que, cuando Cristo iba a ser
crucificado, se alegró por sí y lloró por los que le crucificaban. Tal ha de ser también
nuestra disposición de alma: cuanto más se nos agravie y perjudique, tanto más hemos
de llorar a quienes nos agravian y perjudican. Porque a nosotros, sólo bien puede
venirnos de ello; mas a ellos, todo lo contrario. ¡Mas es que me insultó, es que me hirió
en presencia de todo el mundo! Luego en presencia de todo el mundo se cubrió de
ignominia y deshonor y abrió la boca de infinitos acusadores y tejió para ti más
numerosas coronas y juntó mayor coro de heraldos de tu paciencia. ¡Pero es que me
calumnió delante de los otros! ¿Y qué tiene eso que ver, cuando ha de ser Dios el que te
ha de pedir cuentas y no esos que oyeran a tu calumniador? A sí mismo fue a quien se
añadió materia de castigo, pues no sólo tendrá que dar cuenta de sus propios actos, sino
también de lo que dijo contra ti. Él te desacreditó a ti delante de los hombres, pero él
quedó desacreditado delante de Dios. Mas, si no te bastan estas consideraciones,
considera que también tu Señor fue calumniado, no sólo por Satanás, sino también por
los hombres, y calumniado ante quienes más Él amaba. Y como el Padre, así también su
Unigénito. De ahí que éste dijera: Si al amo de casa le han llamado Belcebú, mucho más
se lo llamarán a sus familiares. Y no sólo calumnió al Señor aquel maligno demonio, sino
que se le dio crédito, y no le calumnió en cosas de poco más o menos, sino de infamias y
culpas gravísimas. En efecto, de El hizo correr que era un endemoniado, impostor y
enemigo de Dios. Mas ¿es que después de hacer beneficio se te ha pagado con malos
tratos? Pues por eso justamente has de llorar por quien te los ha dado y alegrarte por ti,
pues has venido a ser semejante a Dios, que hace salir su sol sobre buenos y malos.
Acaso te parezca por encima de tus fuerzas el imitar a Dios. A la verdad, para quien vive
vigilante, ello no es dificil. Pero, en fin, si te parece superior a tus fuerzas, yo te pondré
ejemplos de hombres como tú. Ahí está José, que, después de sufrir tanto de parte de
ellos, fue el bienhechor de sus hermanos; ahí Moisés, que, después de tanta insidia de
parte de su pueblo, ruega a Dios por él; ahí Pablo, que, no obstante no poder ni contar
cuánto sufrió de parte de los judíos, aún pedía ser anatema por su salvación; ahí
Esteban, que apedreado, rogaba al Señor no les imputara aquel pecado. Considerando
también estos ejemplos, desechemos de nosotros toda ira, a fin de que también a
nosotros nos perdone Dios nuestros pecados, por la gracia y misericordia de nuestro
Señor Jesucristo, con quien sea al Padre y al Espíritu Santo gloria, poder y honor ahora y
siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
(61, 5; BAC 146, 281-285)
El entierro del Señor y las santas mujeres (Mt 27, 45):
Y, acercándose José, le pidió el cuerpo. Este José es el que se había antes escondido;
mas ahora, después de la muerte de Cristo, da muestras de grande audacia. Porque no
era un hombre vulgar, de los que pasan inadvertidos, sino que formaba parte del
Consejo y era muy ilustre. De ahí el extraordinario valor de que dio pruebas, pues se
exponía a la muerte al atraerse con su benevolencia para con Jesús la odiosidad de
todos y al atreverse a pedir el cuerpo y no cejar en su intento hasta haberlo conseguido.
Y su amor para con Jesús y su valor no se muestran sólo en tomar el cuerpo y enterrarle
suntuosamente, sino en que ello fuera en su propio sepulcro nuevo. Lo cual no sin razón
fue ordenado por la Providencia, pues así no cabía sospecha de que hubiera resucitado
uno por otro. Y María Magdalena y la otra María estaban sentadas junto al sepulcro.
¿Por qué razón se quedan éstas allí pegadas? Porque todavía no tenían del Señor la
idea grande y elevada que debieran tener. De ahí el traer los ungüentos y el perseverar
junto al sepulcro, a ver si amainaba el furor de los judíos y podían ellas verterlos sobre el
cadáver de Cristo.
¡Qué valor, qué amor el de estas santas mujeres! ¡Qué magnificencia en su dinero hasta
la muerte del Señor! Imitemos, hombres, a estas mujeres. No abandonemos a Jesús en
momentos de prueba. Ellas gastaron tanto con el que ya había muerto y por Él
expusieron sus vidas. Nosotros, empero (otra vez tengo que repetir lo mismo), ni le
damos de comer cuando tiene hambre, ni le vestimos cuando está desnudo. Le vemos
que nos pide y pasamos de largo. A la verdad, si le vierais en persona, no habría quien
no se desprendiese de lo que tiene. Sin embargo, también ahora es el mismo. Él mismo
nos dijo que era Él. ¿Por qué, pues, no nos desprendemos de todo? A la verdad,
también ahora le oímos decir: A mí lo hacéis. No hay diferencia alguna en que des al
Señor o a un pobre. No llevas desventaja alguna a aquellas mujeres que en vida le
alimentaron; más bien les llevas ventajas. No os alborotéis por mi afirmación. No es, en
efecto, lo mismo alimentarle a Él, si personalmente apareciera, lo que fuera bastante
para atraerse a un alma de piedra, que, fiados en su sola palabra, cuidar del pobre, del
mutilado o del tullido. En el primer caso, la vista y la dignidad de la persona se reparten
el merecimiento en el otro, todo el premio pertenece íntegro a tu generosidad. Mayor
prueba de reverencia le das, en efecto, cuando, por sola su palabra cuidando a un siervo
suyo como tú, le das descanso en todo. Dale pues, ese descanso, creyendo que Él es el
que recibe y el que dice: A mí me lo das. Si no fuera Él a quien das, no te prometería el
reino de los cielos. Si no fuera Él a quien rechazas, si fuera un cualquiera a quien
desatiendes, no te mandaría por ello al infierno. Mas como es Él a quien se desprecia, de
ahí la gravedad de la culpa. Así, Él era a quien Pablo perseguía, y por eso le dijo: ¿Por
qué me persigues? Cuando demos, pues, hagámoslo con la misma disposición de ánimo
con que daríamos a Cristo en persona. En realidad, más dignas de fe son sus palabras
que nuestros ojos. Cuando veas, pues, un pobre, acuérdate de las palabras de Cristo,
por las que te manifestó ser Él quien en el pobre es alimentado. Cierto que lo que
aparece ante tus ojos no es Cristo, pero Él es quien en esa figura te pide y recibe.
Avergüénzate, pues, cuando te pide y no le das. Porque esto sí que es vergüenza, esto
sí que merece castigo y suplicio. Que Él te pida, obra es de su bondad, y ello ha de ser
motivo de nuestro orgullo; pero no darle, lo es de tu crueldad. Y si ahora no crees que, al
pasar de largo por junto a un cristiano pobre, pasas de largo por junto a Cristo, día
vendrá en que lo creerás cuando, poniéndote delante de ellos, te diga: Cuanto no
hicisteis por éstos, por mí no lo hicisteis. Mas no quiera Dios que tengamos que aprender
así esta lección; creamos más bien ahora: demos el fruto de nuestra fe, y merezcamos
entonces oír aquella bienaventurada palabra que nos introducirá en el reino de los cielos.
Pero tal vez dirá alguno: Todos los días nos estás hablando de la limosna y de la
caridad. Y no dejaré por ahora de hablar de lo mismo. Aun suponiendo que ya
cumplierais lo que os digo, no habría en modo alguno que abandonar el tema, a fin de
que no os volvierais negligentes, aunque no digo que en ese caso no aflojara ya un
poco. Pero, no habiendo llegado ni a la mitad, no os quejéis de mí, sino de vosotros.
(88, 2-3; BAC 146, 703-705)
Sobre el sacerdocio
El sacerdote y la oveja extraviada:
Pero no es esto sólo; mucho trabajo también le espera, si quiere unir nuevamente a la
Iglesia los miembros que han sido arrancados de ella. Allá al pastor ordinario, sus ovejas
le siguen mansamente por dondequiera él las guía; y si alguna se extravía del camino
derecho y, dejando el pasto saludable, se anda paciendo por parajes estériles y
precipicios, le basta levantar un poco más la voz para recoger nuevamente a la
descarriada y juntarla al' rebaño.
Mas si un hombre se extravía de la fe derecha, ¡cuánta diligencia, cuánta perseverancia
y paciencia no necesita el pastor de las almas! Porque no se trata aquí de arrastrarle por
la fuerza ni de obligarle por el temor, sino de atraerle, por la persuasión, nuevamente a la
verdad, de la que en hora mala se apartara. Alma a la verdad generosa se requiere para
no desalentarse, para no desesperar de la salvación de los extraviados, para tener
siempre delante y repetirse aquello del Apóstol: Quién sabe si Dios les dará
arrepentimiento para reconocer la verdad y despierten del lazo del diablo.
Por eso, hablando el Señor con sus discípulos, les dijo: ¿Quién es, pues, el siervo fiel y
prudente? Porque el que practica una ascesis personal, a sí mismo circunscribe el
provecho, pero el fruto de la acción pastoral pasa al pueblo entero. Cierto que quien
distribuye dinero a los necesitados o de otro cualquier modo defiende a los oprimidos,
aprovecha también, a su modo, al prójimo; pero tanto menos que el sacerdote cuanto va
del alma al cuerpo. Con razón pues, dijo el Señor que la señal del amor que le tenemos
es el celo que ponemos en guardar su rebaño.
(2, 4; BAC 169, 631-632)
La palabra y la ciencia, necesarias al sacerdote:
Cierto que para la guarda de los mandamientos el ejemplo puede ayudarnos
grandemente; grandemente digo, porque no me atrevería a decir que ni ahí siquiera lo
consiga el ejemplo todo por sí solo. Mas cuando el combate se entabla en torno a los
dogmas y todos toman sus armas de las mismas Escrituras, ¿qué fuerza puede tener
aquí la ejemplaridad de la vida? ¿De qué le aprovecharán sus muchos trabajos, si,
después de tanto ,sudar, cae por su impericia en una herejía y se desgarra del cuerpo de
la Iglesia, cosa que sé yo ha acontecido a muchos? ¿De qué le sirve toda su austeridad?
¡De nada! Como de nada tampoco sirve la sana fe, si la vida está corrompida.
Por todas estas causas señaladamente, el que tiene misión de enseñar a otros ha de ser
muy diestro en todos estos combates. No basta que él personalmente se mantenga firme
y para nada le afecten los ataques de sus contradictores; si la muchedumbre de gente
simple, que está bajo sus órdenes, ve que su ,guía es vencido y no sabe contestar
adecuadamente a sus contrarios, no achaca la derrota a flaqueza del maestro, sino a
debilidad de la doctrina misma, y así, por la impericia de uno solo, todo un pueblo se
precipita a su última ruina. No es que de todo Punto se pasen al bando contrario; pero se
ven forzados a dudar de aquellos en quienes debieran tener plena confianza, y lo que
habían abrazado con fe inquebrantable ya no pueden mantenerlo con la misma firmeza.
La derrota del maestro levanta tal tormenta en sus almas que el mal puede terminar en
completo naufragio. Mas qué perdición, qué cantidad de fuego se acumula sobre la
cabeza de aquel desgraciado por la pérdida de cada una de estas almas, no tengo por
qué explicártelo yo, cuando tú lo sabes perfectamente.
Y ahora, por lo que a mí se refiere, ¿puede llamarse orgullo, puede llamarse vanagloria
que no quisiera hacerme culpable de la pérdida de tantas almas y atraerme mayor
castigo del que ya me amenaza en la otra vida? ¿Quién osará decir tal cosa? Nadie, Si
no es que tiene ganas de criticar por criticar y gusta de filosofar en las ajenas desgracias.
(4, 9; BAC 169, 714-716)
La dignidad del sacerdote y el sacrificio del altar:
Mas ¿en qué orden y jerarquía pondremos, dime, al sacerdote, cuando invoca al Espíritu
Santo y realiza aquel tremendo sacrificio y toca continuamente al Señor universal de
todos? ¿Qué pureza, qué reverencia no exigiremos de él? Considera en efecto qué tales
hayan de ser las manos que administran estos misterios y la lengua que pronuncia
aquellas palabras, qué pureza y santidad no haya de superar la santidad del alma que en
sí recibe a tan soberano espíritu. En ese momento, hasta los ángeles rodean al
sacerdote y toda la jerarquía de las celestes potestades clama y de ellas se llena el lugar
que rodea el altar para gloria del que allí está puesto. Y para creer esto, basta considerar
los misterios que allí entonces se cumplen; mas yo oí también referir a uno que un
anciano, varón venerable y que acostumbraba ver revelaciones, le refirió cómo una vez
se le concedió tener una visióñ semejante y en aquel momento vio de pronto una
muchedumbre de ángeles, en cuanto cabe ver a los ángeles, vestidos de ropas
resplandecientes, rodeando el altar e inclinadas las cabezas, como pueden verse los
soldados formando en presencia del emperador. Y yo no tengo dificultad en creerlo. Y
otro me contó, no ya como cosa sabida de tercero, sino que le fue concedido ver y oír él
mismo, cómo a los que están para salir de este mundo, si con pura conciencia han
tomado parte en los misterios de la Eucaristía, cuando están a punto de expirar, los
ángeles les hacen la guardia por reverencia de Aquel a quien han recibido y los trasladan
de la tierra al cielo.
¿Y tú no tiemblas todavía de introducir en iniciación tan sacrosanta a un alma como la
mía y levantar a la dignidad sacerdotal a quien está vestido de ropas sucias, siendo así
que Cristo arrojó al otro del coro de los convidados?
(6, 4; BAC 169, 736-737)
A Teodoro caído
Consideraciones a Teodoro, que ha abandonado sus compromisos con Cristo:
Si fuera posible poner de manifiesto por las letras las lágrimas y gemidos, llena de ellos
te envío esta carta. Y lloro no porque te ocupas en los negocios paternos, sino porque te
has borrado del catálogo de los hermanos y has faltado a tus compromisos con Cristo.
Por esto me estremezco, por esto lloro, por esto temo y tiemblo, pues sé que el
desprecio de esos compromisos acarrea condenación grande a quienes se inscribieron
en esta bella milicia y por negligencia han abandonado su puesto. Y que el castigo de
estos desertores haya de ser muy duro, lo puedes ver por esta sencilla consideración. A
un particular, nadie pudiera echarle en cara una deserción; mas al que una vez se hizo
soldado, si se le convence de deserción, corre peligro extremo.
No es lo grave, querido Teodoro, que quien lucha caiga, sino permanecer en la caída. No
es lo grave que uno sea herido en la guerra, sino desesperarse después de recibido el
golpe y no cuidar de la herida. Un mercader, no por haber una vez sufrido naufragio y
perdido su cargamento, deja de navegar. Otra vez vuelve al mar y desafía las olas y
atraviesa los océanos y, al cabo, recupera su riqueza. Y vemos a muchos atletas que,
después de grandes caídas, lograron ser coronados; y muchas veces ha acontecido que
un soldado que primero volvió las espaldas, dio luego vuelta atrás y luchó como un
valiente y venció al enemigo. Muchos, en fin, que negaron a Cristo forzados por la
violencia de los tormentos, volvieron luego al combate y salieron de este mundo ceñida
la corona del martirio. Si cada uno de éstos se hubiera desalentado al primer golpe, no
hubiera alcanzado los bienes que luego alcanzó. Así también en tu caso, querido
Teodoro, no porque te hayas apartado un poco de tu estado, te precipites tú mismo
hasta el abismo. No. Resiste valerosamente y vuelve luego al puesto de donde saliste y
no tengas a deshonor haber por un tiempo recibido ese golpe. Si vieras a un soldado que
vuelve herido de la guerra, no lo tendrías a deshonor. La deshonra es arrojar las armas y
salirse del campo de batalla; pero mientras uno se mantiene firme en su puesto
combatiendo, aunque sea herido, aunque ceda unos pasos, nadie será tan insensato ni
tan inexperto en cosas de guerra que se atreva a echárselo en cara. El no ser herido,
propio es de los que no luchan; pero quienes se arrojan con gran ímpetu contra el
enemigo, natural es que alguna vez les alcance un golpe y caigan. Que es lo que a ti te
ha acontecido ahora: Quisiste de pronto matar a la serpiente y fuiste mordido de ella.
Pero ten buen ánimo; con un poco de vigilancia no quedará ni rastro de aquella herida y
hasta, con la gracia de Dios, tú aplastarás la cabeza de la serpiente (...)
¿Qué te parece, de las cosas del mundo, codiciable y envidiable? El mando, me dirás sin
duda, la riqueza y la gloria entre los hombres. Pero ¿qué más miserable que todo eso,
cuando se lo compara con la libertad de cristianos? El que manda está sujeto al furor de
los pueblos, a los impulsos sin razón de la muchedumbre, al miedo de los que mandan a
su vez sobre él, a las preocupaciones de sus subordinados. Y el que ayer mandaba, hoy
es un hombre privado. La vida presente no se diferencia nada de un teatro. Allí uno es
rey, otro general, otro hace papel de soldado raso. Venida la tarde, ni el rey es rey, ni el
que manda manda, ni el general es general. Así, el día del juicio, cada uno recibirá lo
que merezca no por la persona que represente, sino por las obras que hubiere hecho.
¿Será acaso de estimar la gloria que cae como flor de heno? ¿La riqueza, a cuyos
posesores maldice el Señor? ¡Ay de vosotros —dice— ricos! Y el salmista: ¡Ay de los
que confían en su poder y se enorgullecen de la muchedumbre de su riqueza! El
cristiano jamás pasa de hombre que manda a hombre privado, de rico a pobre, ni de
glorioso a oscuro. Sigue rico cuando mendiga y es exaltado cuando se esfuerza en
humillarse. No manda sobre hombres, sino sobre los príncipes sometidos al poder del
príncipe de las tinieblas de este mundo, y ese imperio nadie se lo puede quitar.
(Exhortación segunda, 1.3; BAC 169, 363-364.368-371)
De la vanagloria y de la educación de los hijos
Hay que educar a los niños desde la primera edad:
Ahora bien, si desde la primera edad carecen los niños de maestros, ¿qué será de ellos?
Si algunos, educados e instruidos desde el vientre de su madre hasta la vejez, no logran
triunfar, ¿qué fechorías no serán capaces de cometer quienes desde los comienzos de
su vida se acostumbran a oír palabras semejantes? Lo cierto es que todo el mundo se
afana por que sus hijos se instruyan en las artes, en las letras y en la elocuencia; pero a
nadie se le ocurre pensar en cómo se ejercite su alma.
Yo no ceso de exhortaros, rogándoos y suplicándoos que, antes de todas las cosas,
eduquéis bien a vuestros hijos. Si tienes consideración a tu hijo, aquí lo has de mostrar.
Por lo demás, tampoco te faltará la recompensa. Escucha lo que te dice Pablo: Si
permacieren en la fe, y en la caridad y en la santificación con castidad. Si tu conciencia
te acusa de mil pecados, busca algún consuelo para ellos. Educa a un atleta para Cristo.
No te digo que lo apartes del matrimonio y lo mandes al desierto y le hagas abrazar la
vida de los monjes. No es eso lo que yo digo. Lo quiero ciertamente y haría votos a Dios
para que todos lo abrazaran; mas dado caso que parece carga, no pongo obligación a
nadie. Educa un atleta para Cristo, y aun permaneciendo en el mundo, enséñale a ser
piadoso desde la primera edad.
Si las buenas enseñanzas se imprimen en el alma cuando ésta es aún blanda, luego,
cuando se hayan endurecido como una imagen, nadie será capaz de arrancárselas. Es
lo que pasa con la cera. Lo tienes ahora en tus manos cuando todavía teme, tiembla y se
espanta de tu vista, de una palabra, de cualquier gesto tuyo. Usa de tu poder para lo que
conviene. Si tienes un hijo bueno, tú eres el primero que gozas de ese bien; luego, Dios.
Para ti trabajas.
(18-20; BAC 169, 774-775)
Hay que enseñar a los niños a no necesitar servidores para todo:
El padre mismo será también mejor al enseñar estas cosas y tenerse que educar a sí
mismo. Porque, si no por otro motivo, siquiera por no echar a perder el modelo, el padre
tiene que ser cada vez mejor.
Aprenda, pues, el joven a ser despreciado y postergado. No exija nada de los esclavos a
título de libre; en la mayor parte de las cosas ha de servirse él a sí mismo. Sólo en lo que
le sea imposible servirse por sí mismo han de servirle los criados. Un hombre libre no
puede, por ejemplo, ser cocinero, pues no va a dejar los trabajos propios de un libre para
dedicarse a la cocina. Pero si ha de lavarse los pies, que no se lo haga nunca el esclavo,
sino por sí mismo. Has de procurar hacer el libre benigno y muy amable para con los
esclavos. Nadie tampoco le tenga que dar el manto. En el baño no ha de esperar la
ayuda ajena, sino hacerlo todo por sí mismo. Esto hace al joven robusto, sencillo y
humano.
(70; BAC 169, 799-800)
También la madre ha de educar a su hija:
También la madre ha de aprender a educar de este modo a su hija, y apartarla del lujo,
de los adornos y de todo lo demás, que es propio de mujeres perdidas. Conforme a esta
ley ha de hacerlo todo, y apártela de la gula y de la embriaguez, a la joven lo mismo que
al joven. Esto contribuye mucho a la castidad. Al joven, en efecto, le domina o molesta la
concupiscencia y a la joven el amor a los adornos y a llamar la atención. También eso
hemos, pues, de reprimirlo y así agradaremos a Dios, criándole tales atletas, y podremos
alcanzar, nosotros y nuestros hijos; los bienes prometidos a los que le aman, por la
gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea al Padre, junto con el Espíritu
Santo, gloria, poder y honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
(90; BAC 169, 809) 378
CATEQUESIS BAUTISMALES
INTRODUCCIÓN
1. Las Catequesis bautismales de Juan Crisóstomo
Las Catequesis bautismales, dentro de la amplia
producción de san Juan Crisóstomo, ocupan un puesto
importante no solamente por el gran número de las que han
llegado hasta nosotros (doce, en conjunto), sino, sobre todo,
porque ellas vienen a representar una fuente preciosa para
la historia de la concepción y de la liturgia bautismal en
Antioquía, una de las sedes más ilustres de la Iglesia
oriental, al final del siglo IV.
Juan Crisóstomo, ordenado de sacerdote el 16 de febrero
del año 386, al comienzo de la Cuaresma, empezó
enseguida su actividad de predicador, cuyos primeros
testimonios son las Ocho homilías sobre el Génesis,
desarrolladas durante el mismo año.
Pertenecen a la Cuaresma del año 387 las veintiún
Homilías sobre las estatuas, con las cuales Juan Crisóstomo,
junto con la participación del obispo Flaviano, logró
interrumpir y evitar represiones sangrientas ulteriores, por
parte del poder imperial, como consecuencia de la sedición
popular que llegó a mutilar las estatuas de Teodosio y de su
familia.
2. Teoría y praxis bautismal en Juan Crisóstomo
San Juan Crisóstomo, desde el comienzo de su actividad
pastoral, reveló una clara y penetrante concepción del
bautismo debida, ya sea a su experiencia personal, que con
frecuencia subraya en las Catequesis 15, ya sea también a
la tradición presente en la Iglesia de Antioquía.
Su estilo sencillo y vivo, que, aun en la inmediata y
constante relación con el auditorio, conserva siempre la
impronta de la pura elocuencia ática, nos permite
comprender sin dificultad su pensamiento.
El primer aspecto fundamental que san Juan Crisóstomo
capta en el bautismo es el sentido del misterio que lo rodea y
que la misma expresión «sacramento», si se entiende en su
acepción original, siempre refleja.
La terminología que indica la distinción entre fieles y
catecúmenos, en la comunidad cristiana de la época, es
reveladora al respecto: únicamente los fieles (pistoi) son los
«iniciados» (memuemenoi), mientras los catecúmenos
(katéchoumenoi) son los «no iniciados» (amuetoi).
Y la separación entre los dos grupos que se realizaba al
comienzo de la liturgia eucarística, en la cual sólo los fieles
podían participar mientras que los catecúmenos eran
invitados a salir, se justifica por aquella «disciplina del
arcano», profundamente enraizada en la Iglesia de
Antioquía y que san Juan Crisóstomo refleja con frecuencia
con la utilización de términos como «terrible», «tremendo»,
«inefable» 18, de los cuales desgraciadamente en los
momentos actuales, se ha perdido su significado genuino.
El sentido del misterio, viene sugerido a san Juan
Crisóstomo por la viva fe que tenía en la nueva realidad a la
cual el catecúmeno es llamado a participar: la adhesión
plena y definitiva a Cristo; y para expresarla se sirve con
mucha frecuencia de la imagen humana y sugestiva del
matrimonio 19.
La conocida cita de Efesios (5, 31-32), que constituye la
base de la interpretación patrística del matrimonio, es
reiterada y reelaborada originalmente por san Juan
Crisóstomo con un realismo muy suyo, que es otra de las
características típicas de su pensamiento.
Y este realismo es lo que le impide caer en lo genérico y
abstracto, incluso en los momentos de más alta tensión y
precisamente cuando uno se sentiría inducido a pensar que
la teoría sobrepasa y anula la praxis en su apasionada
elocuencia.
Pero a pesar de la exaltación del bautismo y de sus dones
20, y a pesar de sus cálidas y repetidas exhortaciones, él
sabe muy bien que numerosos catecúmenos están
esperando para solicitar el bautismo hasta el momento de la
muerte 21 y otro hecho, aún más descorazonador, es ¡que
muchos cristianos apenas bautizados e introducidos en las
reuniones litúrgicas, no dejan de asistir a las carreras de
caballos y a los espectáculos del teatro! 22,
Él, sin embargo, no deja de exigir continuamente de los
catecúmenos una seria preparación moral y doctrinal para
merecer la recepción del bautismo y llegar a ser como
«nuevos iluminados» (neophotistoi) 23 que pueden
comprender con fe la luz resplandeciente de las nuevas
verdades cristianas.
En esta visión se encuadran las diversas etapas que van
marcando progresivamente la preparación de los
catecúmenos: la elección de los fieles que les acogen como
a hijos y que vienen a ser como «padres espirituales» para
ellos (los futuros «padrinos»), garantes de la seriedad de su
compromiso 24; los exorcistas a quienes son confiados,
cubiertos únicamente con la túnica de penitentes, con los
pies desnudos y las manos levantadas al cielo como los
suplicantes o los prisioneros 25.
La hora nona del Viernes Santo, que recuerda el trágico
momento de la muerte de Cristo en la Cruz 26 es el momento
culminante de la liturgia bautismal.
San Juan Crisóstomo que, con frecuencia y durante largo
tiempo, ha insistido sobre la plena libertad del hombre en
contraste con la inmutabilidad de la naturaleza 27, reclama
toda la atención de los catecúmenos sobre la importancia de
la elección que ellos debían realizar 28.
La fórmula litúrgica de la renuncia al demonio: «Renuncio
a ti, Satanás, a tus seducciones, a tu servicio y a tus obras»
29, es un compromiso solemne que san Juan Crisóstomo
asimila a la elección total y definitiva que se realiza en el
matrimonio.
La liturgia bautismal, testimoniada por san Juan
Crisóstomo, después de la renuncia a Satanás, hacía seguir
la unción con el signo de la cruz sobre la frente del
catecúmeno; después durante la celebración nocturna,
seguían la unción de todo el cuerpo, la profesión de fe y la
bajada a la piscina sagrada, para recibir el bautismo de las
manos del obispo o del sacerdote, que extendía la mano
sobre la cabeza del bautizado y la sumergía tres veces en el
agua, pronunciando la fórmula sacramental:
«Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo» 30.
San Juan Crisóstomo, después del bautismo, hace
mención únicamente del beso de la paz 31, al cual seguía la
participación de los nuevos bautizados en la liturgia
eucarística 32.
En Antioquía se prolongaban durante siete días los
festejos en honor de los nuevos bautizados, período de
tiempo análogo a las fiestas en honor de los nuevos esposos
33, y cada día debían asistir a la reunión litúrgica destinada
a ellos, como lo testimonian las cinco últimas Catequesis
prebautismales editadas por Wenger.
Así se nos presenta la concepción que san Juan
Crisóstomo tiene del bautismo y, después de tantos siglos,
su voz parece conservar todavía inalterada toda su frescura,
inspirando un sentido profundo de serenidad y de confianza,
de la cual también el hombre de hoy tiene necesidad para
renovar con plena libertad, como los catecúmenos de otro
tiempo, su adhesión a Cristo.
PRIMERA CATEQUESIS
«A los que van a ser iluminados, acerca de las mujeres que
se adornan con trenzas y oro, y sobre aquellos que se sirven de
agüeros, de amuletos o de hechizos, todo lo cual es
completamente ajeno al Cristianismo».
Finalidad de la catequesis
1. Me he presentado antes, con el propósito de reclamaros
los frutos de lo que dije hace muy poco tiempo a vuestra
caridad. Efectivamente, no hablamos únicamente para que nos
oigáis, sino también para que recordéis lo dicho y nos déis
prueba de ello con las obras; mejor dicho, no a nosotros, sino a
Dios, que conoce lo más secreto de la mente. Y para eso se
llama también Catequesis: para que, al ausentarnos nosotros,
la palabra siga resonando en vuestras mentes.
Y no os asombréis de que, habiendo transcurrido solamente
diez días, vengamos ya a reclamaros los frutos de las semillas,
porque, en verdad, incluso en un día es posible a la vez
sembrar y cosechar. Efectivamente, no se nos llama a luchar
equipados solamente con nuestra propia fuerza, sino también
con el firme apoyo que viene de Dios.
Por consiguiente, cuantos acogieron las cosas que dijimos y
las han puesto en práctica con las obras, que sigan
proyectados hacia lo que tienen delante 2; en cambio, los que
todavía no han puesto mano en este excelente ejercicio, que lo
emprendan desde este momento, para que, mediante el esmero
por estas cosas, puedan alejar de sí con la subsiguiente
diligencia, la condena originada por su negligencia.
Es posible, en efecto, es posible que incluso el que vive en el
mayor descuido, si en adelante se vale de la diligencia, pueda
compensar el daño del tiempo anterior. Por eso dice la
escritura: Si hoy oyéreis su voz, no endurezcáis vuestro corazón
como en la exacerbación 3.
Y dice esto exhortándonos y aconsejándonos que nunca
desesperemos, al contrario, que mientras estemos acá,
tengamos buenas esperanzas de alcanzar lo que está delante,
y de perseguir el premio al que Dios llama desde arriba 4.
El nombre de fieles
Hagamos, pues, esto, y examinemos cuidadosamente los
nombres de este gran don, porque, de igual modo que la
grandeza de una dignidad, si es ignorada, hace bastante
negligentes a los que han sido honrados con ella, así también,
cuando es conocida, los vuelve agradecidos y los hace más
diligentes.
Y por otra parte, sería vergonzoso y ridículo que quienes
disfrutan de gloria y honor tan grandes de parte de Dios, ni
siquiera sepan qué quieren significar sus nombres.
¡Y qué digo de este don! Con que pienses en el nombre
común de nuestra raza, recibirás una enseñanza y una
exhortación a la virtud grandiosas. Este nombre de hombre, en
realidad nosotros no lo definimos según lo definen los de fuera,
sino como ordenó la divina Escritura.
Efectivamente, hombre no es quien simplemente tiene manos
y pies de hombre, ni sólo quien es racional, sino quien se
ejercita con confianza en la piedad y la virtud.
Escucha, pues, siquiera lo que dice sobre Job.
Efectivamente, al decir: Había un hombre en la región de
Ausitide 5, no lo describe en los términos en que lo hacen los
de fuera, ni dice sin más que tiene dos pies y uñas anchas y
planas, sino que, conjuntando las señales de aquella piedad,
decía: Justo, veraz, piadoso y apartado de toda maldad 6, con
lo cual daba a entender que éste era un hombre. Lo mismo,
pues, que dice otro también: Teme a Dios y guarda sus
mandamientos, porque esto es el todo del hombre 7.
Ahora bien, si el nombre de hombre ofrece una tan gran
exhortación a la virtud, ¿con cuánta mayor razón no la ofrecerá
el de fiel? Pues te llamas fiel por lo siguiente: porque tienes fe
en Dios, y por él tienes confiada la justicia, la santificación, la
limpieza del alma, la adopción filial, el reino de los cielos. Todo
te lo confió y encomendó a ti. Sin embargo, por tu parte,
también le confiaste y encomendaste a él otras cosas: la
limosna, las oraciones, la castidad y todas las virtudes.
¡Y qué digo la limosna! Aunque no le des más que un vaso
de agua fresca, ni siquiera eso perderás 8, antes bien, incluso
esto lo guarda con cuidado para el día aquel, y te lo devolverá
muy colmadamente. En efecto, esto es realmente lo admirable,
que no solamente guarda cuanto se le ha confiado, sino que lo
acrecienta con las recompensas.
También a ti te mandó que, según tus fuerzas y respecto de
lo que se te confió, hicieras esto: aumentar la santificación que
recibiste, abrillantar más y más la justicia que procede del baño
bautismal y hacer más fúlgida la gracia, como hizo Pablo, quien
con sus trabajos, su celo y su diligencia, aumentó luego todos
los bienes que había recibido.
Y mira la atención solícita de Dios: en aquel momento, ni te
dio todo ni te privó de todo, sino que te dio unas cosas y te
prometió otras. ¿Y por qué motivo no te dio entonces todo?
Para que tú demuestres tu confianza en Él, creyendo en lo que
todavía no te da, basado únicamente en su promesa. Y una vez
más, ¿por qué motivo allí no se reservó todo, sino que dio la
gracia del Espíritu, la justicia y la santificación? Para aliviar tus
trabajos y para hacerte concebir buenas esperanzas sobre lo
futuro, basado en lo ya otorgado.
El nombre del nuevo iluminado
Y estás a punto de ser llamado nuevo iluminado por la razón
siguiente: porque, si tú quieres, tienes siempre una luz nueva, y
nunca se apaga. Efectivamente, a esta luz de acá, lo queramos
o no lo queramos nosotros, le sucede la noche; en cambio la
tiniebla no conoce aquel rayo de luz, pues la luz brilla en las
tinieblas, mas las tinieblas no la comprendieron 9.
Así pues, el mundo no es tan resplandeciente después de
alzarse el rayo solar, como brilla y refulge el alma después de
recibir la gracia del Espíritu.
Y aprende con mayor exactitud la naturaleza de las cosas:
mientras es de noche, efectivamente, y todo está oscuro,
muchas veces uno, al ver una cuerda, la toma por una
serpiente, o al acercársele un amigo, huye de él creyéndolo un
enemigo, o al percibir cualquier ruido, se asusta; en cambio,
mientras es de día, no podría ocurrir nada semejante, al
contrario, todo aparece como es.
Esto mismo sucede también con nuestra alma.
Efectivamente, en cuanto la gracia llega y expulsa la oscuridad
de la mente, aprendemos la exacta realidad de las cosas, y los
antiguos temores se nos hacen fácilmente despreciables: ya no
tememos a la muerte después de haber aprendido, a lo largo de
esta sagrada iniciación a los misterios, que la muerte no es
muerte, sino sueño y dormición pasajeros; ni tememos ya la
pobreza, la enfermedad o cualquier otra cosa de éstas, porque
sabemos que estamos caminando hacia una vida mejor, intacta,
incorruptible y libre de cualquier imperfección parecida.
2. Por consiguiente, no nos quedemos embobados ante las
cosas mortales, ni por los placeres de la mesa ni por el lujo de
los vestidos: en realidad tienes un vestido incomparable, tienes
una mesa espiritual, tienes la gloria de arriba, y Cristo se hace
todo para ti: mesa, vestido, casa, cabeza y raíz.
Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de
Cristo estáis vestidos 11 ¡mira cómo se hizo vestido para ti!
¿Quieres saber cómo se hizo también mesa para ti? Quien
me come -dice-, igual que yo vivo para el Padre, también él
vivirá por mí 12.
Y que también para ti se hace casa: El que come mi carne,
en mi permanece y yo en él 13.
Y que se hace raíz, lo dice también: Yo soy la vid, vosotros
los sarmientos 14.
Y que se hace hermano, amigo y esposo: Ya no os llamo
más siervos, porque vosotros sois mis amigos 15.
Y Pablo, por su parte: Os he desposado a un solo mando,
para presentaros a Cristo como virgen intacta 16; y además:
Para que él sea el primogénito entre muchos hermanos ]7.
Y no solamente nos hemos convertido en hermanos suyos,
sino también en hijos, pues dice: Mira, yo y los hijos que Dios
me dio 18; y no sólo esto, sino también sus miembros y su
cuerpo 19.
Efectivamente, como si no bastara lo dicho para demostrar el
amor y la benevolencia de que ha hecho gala para con
nosotros, añadió todavía algo mucho mejor y más íntimo que lo
anterior, al llamarse a sí mismo cabeza nuestra 20.
Necesidad de una conducta ejemplar
Puesto que ya sabes todo esto, querido, corresponde a tu
bienhechor con una conducta inmejorable, y después de
reflexionar sobre la grandeza del sacrificio, embellece los
miembros de tu cuerpo.
Piensa en lo que recibes en tu mano, y jamás la levantes
para golpear a alguien, y no mancilles con semejante pecado
21 la mano enaltecida con un don tan grande.
Piensa en lo que recibes en tu mano, y consérvala limpia de
toda avaricia y rapiña.
Piensa que no solamente lo recibes en tu mano, sino que
también te lo llevas a la boca: guarda, pues, tu lengua limpia de
palabras torpes e insolentes, de blasfemia, de perjurio y de todo
lo demás de análoga ralea.
Realmente es pernicioso que la lengua, que está al servicio
de tan tremendos misterios, enrojecida con tal sangre y
convertida en espada de oro, sea transferida al servicio del
ultraje, de la insolencia y de la chocarrería.
Ten en gran respeto el honor con que Dios la honró, y no la
rebajes a la vileza del pecado, antes bien, reflexiona una vez
más que, después de la mano y de la lengua, es el corazón
quien recibe ese tremendo misterio, y nunca más urdas
engaños contra tu prójimo, sino guarda tu mente limpia de toda
maldad, y así podrás también asegurar tus ojos y tu oído.
Pues, ¿cómo no va a ser absurdo, después de aquella
misteriosa voz que venía del cielo -quiero decir la de los
querubines- ensuciar el oído con cantos de burdel y cascadas
melodías? Y, ¿cómo no va a ser digno del último castigo mirar a
las rameras con los mismos ojos con que miras los inefables y
tremendos misterios, y cometes adulterio de pensamiento?
A una boda fuiste convidado, querido, no vayas a entrar
vestido con ropa mugrienta, al contrario, ponte un traje
adecuado para la boda. Porque, si los hombres convidados a
las bodas terrenales, aunque sean los más pobres del mundo,
muchas veces alquilan o se compran un vestido limpio, y así se
presentan a los que les invitaron, tú, convidado a una boda
espiritual y a un banquete regio, piensa qué vestido tan
extraordinario sería justo que compraras. Pero hay más: ni
siquiera es preciso comprarlo, sino que el mismo que te invita te
lo da gratis, para que ni la pobreza puedas presentar como
pretexto.
Por consiguiente, conserva el mismo vestido que recibiste,
porque, si lo pierdes, en adelante no podrás ya ni alquilarlo ni
comprarlo, pues tal vestido no se vende en parte alguna.
¿Oíste cómo sollozaban los que habían sido iniciados
anteriormente en los misterios y cómo se golpeaban el pecho,
porque entonces la conciencia los estimulaba? Mira, pues,
querido, no tengas tú que padecer eso mismo. Pero, ¿cómo no
vas a padecerlo, si no echas fuera la pésima costumbre del
mal?
La corrección de las faltas
Por esta razón os dije recientemente, y os digo ahora y no
cesaré de repetirlo: si alguno no ha rectificado los fallos de las
costumbres y no ha conseguido facilidad en la virtud, que no se
bautice.
Efectivamente, los pecados anteriores puede perdonarlos el
baño bautismal, pero existe un temor no pequeño y un peligro
no casual de que alguna vez volvamos a las andadas y el
remedio se nos mude en llaga, porque, cuanto mayor fue la
gracia, tanto mayor será el castigo para los que pecan después
de aquello.
3. Por consiguiente, para no volver al prístino vómito 22,
tratemos de instruirnos a nosotros mismos ya desde ahora.
Pues bien, respecto de que es necesario que primero nos
convirtamos y nos apartemos de los males anteriores y así nos
acerquemos a la gracia, escucha lo que dicen, de una parte,
Juan, y de otra, el primero de los apóstoles, a los que van a
bautizarse. Aquél, efectivamente, dice: Dad fruto digno de la
conversión, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos:
Tenemos por padre a Abrahán 23: Este otro, por su parte,
repetía a los que le preguntaban: Convertíos, y cada uno de
vosotros se bautice en el nombre del Señor Jesucristo 24.
Ahora bien, el que se convierte ni siquiera toca ya las
mismas cosas de las que se ha convertido, y por esta razón se
nos manda decir: «Renuncio a ti, Satanás», para que no
tornemos a él ya más.
Lo mismo, pues, que ocurre con los pintores, que suceda
también ahora. Éstos, efectivamente, después de ponerse ante
la tabla, de trazar blancas líneas y de esbozar las regias
imágenes, antes de aplicar los colores definitivos, con toda
libertad borran unas cosas y sustituyen otras, y así enmiendan
los errores y cambian lo que estaba mal. Pero después que han
dado el color, ya no son dueños de volver a borrar y repintar,
porque esto dañaría la belleza de la imagen y seria motivo de
reproche.
Haz también tú lo mismo: piensa que el alma es para ti una
imagen. Por lo tanto, antes de darle el verdadero color del
Espíritu, borra las malas costumbres que han prendido en ti: si
tienes la costumbre de jurar, de mentir, de injuriar, de hablar
obscenidades, de hacer ridiculeces o de cualquier otra obra
parecida, de las que no son lícitas, arráncate esa costumbre,
para que no vuelvas otra vez a ella después del bautismo.
El baño del bautismo elimina los pecados: tú enmienda la
costumbre, para que, una vez dados los colores y con la regia
imagen ya en todo su esplendor, no tengas que borrar ya más,
ni producir heridas o cicatrices en la belleza que Dios te ha
dado.
Reprime, pues, tu ira, apaga tu furor, y si alguien te
perjudica, si te ultraja, llóralo a él; tú no te sulfures, conduélete,
no te encolerices ni digas: «¡En el alma me ha perjudicado!».
No hay nadie que sea perjudicado en el alma, a no ser que
nosotros mismos nos perjudiquemos en el alma, y voy a decirte
de qué forma.
¿Alguien te robó la hacienda? No te perjudicó en el alma,
sino en los bienes; pero, si tú guardas rencor, te perjudicas a ti
mismo en el alma, porque en realidad los bienes robados en
nada te dañaron, más bien te favorecieron; en cambio tú, si no
depones tu ira, darás cuentas allá de este rencor.
¿Alguien te insultó y te ultrajó? Tampoco te perjudicó en el
alma, ni siquiera en el cuerpo. ¿Tú devolviste insultos y
ultrajes? Tú te perjudicaste a ti mismo en el alma, y allá tendrás
que dar cuentas de las palabras que dijiste.
Y sobre todo quiero que vosotros sepáis esto: al cristiano y
fiel nadie puede perjudicarle en el alma, ni el mismo diablo.
Pero lo admirable no es únicamente esto: que Dios nos hizo
inexpugnables frente a todas las insidias, sino también que nos
hizo aptos para la práctica de la virtud, sin que nada lo impida,
con tal de quererlo nosotros, aunque seamos pobres, débiles
de cuerpo, marginados, sin nombre o esclavos.
Efectivamente, ni pobreza, ni enfermedad, ni manquedad
corporal, ni esclavitud, ni cualquier otra cosa parecida podría
nunca ser impedimento para la virtud.
¡Y qué digo pobre, esclavo y sin nombre! ¡Aunque estés
prisionero! Tampoco esto te será impedimento para la virtud.
¿Y cómo? Voy a decírtelo yo. ¿Uno de tus domésticos te
contristó y te irritó? ¡Ahórrale tu ira! ¿Acaso para hacer esto
tuviste como impedimento tus cadenas, tu pobreza o tu baja
condición? ¡Y qué digo impedimento! ¡Incluso te ayudan y
cooperan contigo para abajar tus humos!
¿ Que ves a otro en pleno éxito ? No lo envidies, porque ni
siquiera aquí es impedimento la pobreza.
Por otra parte, cuando hayas de orar, hazlo con la mente
sobria y despierta, que nada podrá tampoco impedirlo.
Muestra en todo mansedumbre, equidad, moderación,
dignidad, porque esto no necesita de ayudas externas. Y esto
sobre todo es lo más grande de la virtud: que no tiene
necesidad de la riqueza, ni del poder, ni de la gloria, ni de
cualquier otra cosa parecida, sino únicamente del alma
santificada, y no busca más.
Pero mira cómo esto mismo sucede también con la gracia.
Efectivamente, aunque uno esté cojo, aunque tenga vacías las
cuencas de los ojos y mutilado el cuerpo, y aunque haya caído
en extrema enfermedad, nada de esto impide a la gracia venir:
ésta busca únicamente al alma que la acoge con diligencia, y
deja de lado todas esas cosas externas.
Es cierto que, en los soldados de fuera, quienes los alistan
para el ejército buscan talla corporal y músculo vigoroso, pero
quien ha de servir como soldado no debe tener solamente eso,
sino que además ha de ser libre, porque, si uno es esclavo, lo
rechazan. En cambio el rey de los cielos no busca nada
parecido, antes bien, admite en su ejército incluso esclavos,
viejos e inválidos, y no se avergüenza de ello. ¿Qué puede
haber de más bondadoso y de mayor provecho que esto?
Porque éste busca únicamente lo que está en nuestra mano, en
cambio aquellos buscan lo que no está en nuestra mano.
Efectivamente, el ser esclavo o libre no está en nuestro
poder; y tampoco está en nuestra mano el ser alto, bajo o viejo,
el estar bien proporcionado y cuanto se quiera de parecida
índole. En cambio, el ser clemente y benigno y tener las demás
virtudes es cosa de nuestra voluntad. Y Dios nos exige
únicamente aquello de que nosotros somos dueños. Y con
muchísima razón, pues no nos llama a su gracia para su propio
provecho, sino por hacernos bien a nosotros, mientras que los
reyes llaman para servicio suyo. Estos, además, arrastran a una
guerra material, en cambio Él a un combate espiritual.
Puede ser que alguno vea la misma relación de semejanza
no solo en las guerras externas, sino también en las
competiciones. Efectivamente, los que van a ser arrastrados a
dar el espectáculo no bajan a la liza antes de que el heraldo los
haya cogido y hecho circular a la vista de todos mientras va
diciendo a voz en grito: «¿Acaso alguien acusa a éste?» Y sin
embargo, allí no se trata de luchas del alma, sino de los
cuerpos: ¿por qué, pues, exiges dar cuentas de la nobleza?
Pero aquí no hay nada parecido, sino todo lo contrario.
Como quiera que nuestra lucha no consiste en trabarse las
manos, sino en la sabiduría 26 del alma y en la virtud de la
mente, nuestro juez de competición hace lo contrario de aquél:
no lo coge y lo conduce alrededor mientras va gritando:
«¿Acaso alguien acusa a éste?, sino que grita: «¡Aunque los
hombres todos, y aunque los demonios apiñados con el diablo
le acusen de las mayores y más ocultas atrocidades, yo no lo
rechazo, ni abomino de él, sino que, después de arrancarlo a
los acusadores y de librarlo del mal, lo conduzco a la
competición!» Y no sin razón, pues allí el árbitro no ayuda a
ninguno de los luchadores a lograr la victoria, sino que se
mantiene en el medio; en cambio, aquí, en los combates de la
piedad, el juez de competición se convierte en camarada y
coadyuvador de los atletas, y junto con ellos entabla la batalla
contra el diablo.
4. Pero lo admirable no es únicamente el hecho de que nos
perdona los pecados, sino también que no los descubre, ni los
pone en evidencia, ni a los que llegan los obliga a pregonar en
medio las faltas propias, sino que manda defenderse ante Él
sólo y confesarse a Él.
Ciertamente, si uno de los jueces de este mundo 27 dijese a
un bandolero o a un ladrón de tumbas, apresados, que con sólo
declarar sus fechorías quedarían libres del castigo, acogerían
la propuesta con toda diligencia y por el deseo de salvarse
despreciarían todo sentimiento de vergüenza. Aquí, sin
embargo, no hay nada de esto, al contrario, Dios perdona los
pecados y no obliga a exponerlos en presencia de algunos, sino
que busca solamente una cosa: que quien disfruta del perdón
aprenda la grandeza del don.
¿Cómo, pues, no va a ser absurdo que en las cosas en que
nos hace el bien Él se contente únicamente con nuestro
testimonio, y nosotros en cambio, cuando se trata de rendirle
culto a Él, busquemos otros testigos y lo hagamos por
ostentación?
Por consiguiente, admiremos su benevolencia y mostremos
abiertamente lo nuestro, y lo primero de todo refrenemos el
ímpetu de nuestra lengua para no estar hablando
constantemente, ya que en las muchas palabras no falta el
pecado 28.
Si tienes, pues, algo útil que decir, abre tus labios; pero si en
nada es necesario, cállate, porque es lo mejor.
¿Eres artesano? Canta salmos mientras estás sentado.
¿Que no quieres salmodiar con la boca? Hazlo con la mente: el
salmo es un gran compañero de conversación. Y con ello no
tomarás sobre ti nada pesado, antes bien, podrás estar sentado
en tu taller como en un monasterio, pues no es la comodidad de
los lugares, sino la probidad de las costumbres, la que
proporcionará la tranquilidad.
Lo cierto al menos es que Pablo ejerció su oficio en el taller
y no sufrió daño alguno en su propia virtud 29.
Por consiguiente no digas: «¿Cómo podré yo ejercer la
sabiduría 30, pues soy artesano y pobre?» ¡Por esta razón
sobre todo podrás ejercerla! Para nosotros, en orden a la
piedad, es más conveniente la pobreza que la riqueza y el
trabajo que la ociosidad, del mismo modo que la riqueza se
torna impedimento para los que no andan con cuidado.
Efectivamente, cuando sea preciso abandonar la ira, apagar
la envidia, refrenar la cólera; cuando sea menester demostrar la
oración, la honradez, la mansedumbre, la benevolencia y el
amor, ¿en qué punto podría ser obstáculo la pobreza?
Y es que, realmente, no es posible realizar todo eso
repartiendo dinero, sino demostrando una voluntad recta. La
limosna es la que más necesita de bienes, pero también ella
resplandece todavía más con la pobreza, pues la que echó los
dos óbolos 31 era la más pobre de todos, pero a todos
sobrepasó.
Por consiguiente, no consideremos la riqueza como algo
grande, ni pensemos que el oro es mejor que el barro, porque
el valor de la materia no depende de la naturaleza, sino de
nuestra opinión.
Efectivamente, para quien lo examine con rigor, el hierro es
mucho más necesario que el oro, pues éste no aporta ventaja
alguna para la vida, y en cambio aquél, por servir para
incontables oficios, nos ha proporcionado la mayor parte de lo
necesario.
¿Y por qué comparar solamente el oro y el hierro? Estas
mismas piedras son mucho más necesarias que las piedras
preciosas pues de éstas nada útil podría salir, en cambio con
aquellas se han levantado casas, murallas y ciudades.
Y tú muéstrame cual podría ser la ganancia proveniente de
estas perlas, o más bien, qué daño no podría derivarse, porque
incluso para que tú luzcas un solo aljófar, innumerables pobres
sufren la angustia del hambre: por tanto, ¿qué disculpa
obtendrás?, ¿qué perdón?
El verdadero adorno de la mujer
¿Quieres adornar tu rostro? Que no sea con perlas, sino con
modestia y decoro, y así el marido verá un semblante más
placentero. Efectivamente, aquel adorno suele hacer caer en
sospechas de celos, en enemigas, en contiendas y en
rivalidades; ahora bien, nada más desagradable que un rostro
sospechoso. En cambio, el adorno de la limosna y de la
modestia destierra toda mala sospecha y se atraerá al cónyuge
con mayor vehemencia que cualquier otro vínculo.
En realidad la naturaleza de la belleza no hace tan hermoso
al semblante como la disposición anímica del que lo contempla,
y a su vez, nada suele crear esta disposición como la modestia
y el decoro.
Tanto es así que, si una mujer es hermosa, pero su marido le
tiene inquina, a él le parecerá la más fea de todas; en cambio
otra, si ocurre que no es de buen ver, pero gusta a su marido, a
él le parecerá la más hermosa de todas, y es que los juicios se
basan, no en la naturaleza de las cosas vistas, sino en la
disposición anímica de los que miran.
Embellece, pues tu semblante con la modestia, el decoro, la
limosna, la benignidad, el amor, la amistad para con el marido,
la equidad, la mansedumbre, la resiguación: éstos son los
colores de la virtud; gracias a ellos, te atraerás como íntimos a
los ángeles, no a los hombres; gracias a ellos tienes a Dios
mismo como panegirista, y cuando Dios se dé por satisfecho,
también al marido te lo aplacará por completo.
Efectivamente, si la sabiduría de un hombre ilumina su
rostro, mucho más la virtud de una mujer ilumina su semblante
32.
Pero si tú piensas que este adorno es algo grande, dime:
¿Qué provecho sacarás de estas perlas aquel día?
¿Y qué necesidad tenemos de hablar de aquel día, si todo
eso lo podemos demostrar por el presente?
Es el caso, pues, que cuando los supuestamente culpables
de insolencia contra el emperador eran arrastrados hasta el
tribunal y corrían peligro de la máxima pena, entonces sus
madres y sus mujeres se desprendían de los collares, del oro,
de las perlas, de todo adorno y de las doradas vestimentas; se
ponían un vestido sencillo y vulgar, se encenizaban y se
echaban a rodar por el suelo ante las puertas del tribunal, y así
intentaban ablandar a los jueces. Pues bien, si en los tribunales
de acá el oro, las perlas y el vestido suntuoso pueden
convertirse en asechanza y traición, y en cambio la equidad, la
mansedumbre, la ceniza, las lágrimas y los vestidos vulgares se
ganan mejor al juez, con mucha mayor razón ocurrirá esto
mismo en aquel incorruptible y tremendo juicio.
Porque, dime, ¿qué razón vas a exponer, qué disculpa,
cuando el Señor te acuse por estas perlas y saque a la vista 33
a los pobres acabados por el hambre? Por esto decía Pablo:
Sin trenzas en el pelo, sin oro, sin perlas ni trajes suntuosos 34.
De aquí, en efecto, podría seguirse la asechanza: podríamos
disfrutar continuamente de ello, pero, con la muerte nos llegará
la separación total.
En cambio, de la virtud se sigue toda seguridad y ninguna
mudanza ni defección, al contrario, aquí nos hace aún más
seguros, y allá nos acompaña.
¿Quieres adquirir perlas y no ser nunca despojado de esta
riqueza?
Arráncate todo adorno y deposítalo en las manos de Cristo
por medio de los pobres; Él te guardará toda la riqueza para
cuando haya resucitado a tu cuerpo con gran claridad, y
entonces te otorgará una mejor riqueza y un adorno mayor,
tanto al menos cuanto éste de ahora es vulgar y despreciable.
Piensa, pues, a quién quieres agradar y por quiénes te has
envuelto en estos adornos: ¿para que, al verte, se maravillen el
cordelero, el fundidor de bronce y el mercachifle? ¿Y no te
avergüenzas luego ni te sonrojas de mostrarte a ellos y de
hacer todo por los mismos a los que ni siquiera consideras
dignos de tu saludo?
La renuncia a Satanás
¿Cómo, pues, te burlarás de esta fantasía? Si recuerdas
aquella palabra que pronunciaste al ser iniciada en los
misterios: «Renuncio a ti, Satanás, a tu pompa y a tu culto»: tu
manía por adornarte con perlas es, efectivamente, pompa
satánica.
Recibiste oro, en efecto, mas no para encadenar tu cuerpo,
sino para liberar y alimentar a los pobres.
Di, pues, continuamente: «Renuncio a ti, Satanás»: nada
más seguro que esta palabra, si la demostramos por medio de
las obras.
5. Esta palabra la considero digna de que la aprendáis
también vosotros, los que estáis a punto de ser iniciados en los
misterios, porque esta palabra es un pacto con el Señor.
Y de igual modo que nosotros, al comprar esclavos 35, antes
que nada preguntamos a los mismos que nos son vendidos si
quieren ser esclavos nuestros, así también procede Cristo:
cuando va a tomarte a su servicio, primero pregunta si quieres
abandonar a aquel amo inhumano y cruel, y te acepta el pacto:
su señorío, en efecto, no es forzado.
Y mira la bondad de Dios: nosotros, antes de pagar el precio,
preguntamos a los que son vendidos y, cuando ya nos hemos
informado de que sí quieren, entonces abonamos el precio;
Cristo en cambio no obra así, al contrario, pagó ya el precio por
nosotros: su preciosa sangre: Por precio fuisteis comprados 36,
dice efectivamente. Y sin embargo, ni aun así fuerza a los que
no quieren servirle, antes bien, dice: «Si no te sientes
agracecido ni quieres tampoco por tu propia iniciativa y
voluntariamente inscribirte en mi dominio, yo no te obligaré ni te
forzaré».
Por otra parte, nosotros no elegiríamos comprar esclavos
malos, y si alguna vez lo elegimos, los compramos por una mala
elección y pagamos el precio correspondiente. Cristo en
cambio, a pesar de comprar unos siervos ingratos e inicuos,
pagó el precio de un esclavo de primera calidad, más aún, un
precio mucho mayor, tan mayor que ni la palabra ni el
pensamiento pueden mostrar su grandeza, pues, en efecto, Él
no nos compró dando el cielo, la tierra y el mar, sino pagando
de lo que es más precioso que todas estas cosas: su propia
sangre. Y después de todo esto, no nos exige testigos ni
documento escrito, sino que se da por contento con sólo tu voz,
e incluso si dices mentalmente: «Renuncio a ti, Satanás», y a tu
pompa», todo lo acepta.
Digamos, pues, esto: «Renuncio a ti, Satanás», como
quienes han de dar aquel día razón y cuenta de esta palabra, y
guardémosla para que entonces podamos devolver sano y
salvo este depósito.
Ahora bien, pompa satánica son los teatros, los hipódromos
y todo pecado, y los horóscopos 37, augurios y presagios.
¿Y qué son, pues, los presagios? -dice.
Muchas veces algunos, al salir de casa, ven un hombre
ojituerto o cojo, y lo toman como un presagio. Esto es pompa
satánica, ya que el encontrarse con un hombre no hace que el
día sea malo, sino el vivir en pecado.
Por consiguiente, cuando salgas, guárdate de una sola cosa:
que el pecado tope contigo, porque éste es el que nos hace
caer, y sin él, en nada podrá dañarnos el diablo.
¿Qué estás diciendo? Ves a un hombre, y lo toman como un
presagio, ¿y no ves la trampa diabólica: cómo te excita a la
guerra contra alguien que ningún mal te ha hecho, cómo te
vuelve enemigo de tu hermano, sin causa justa alguna?
Y sin embargo, Dios mandó amar incluso a los enemigos 38;
tú en cambio, aun sin tener de qué acusarlo, ¿aborreces al que
en nada te ha perjudicado, y no piensas la risa que das, ni cuán
grande es la vergüenza, más aún, el peligro?
¿Te digo otro presagio más ridículo todavía? Me avergüenza
y me sonroja decirlo, pero me veo obligado a ello por vuestra
salvación.
Si uno se encuentra, dice, con una virgen, el día será un
fracaso, pero, si se topa con una ramera, el día será favorable,
provechoso y repleto de negocios.
¿Os ocultáis, os golpeáis la frente y de verguenza bajáis la
vista hacia el suelo? ¡Pero no ahora, al decir yo estas palabras,
sino al ponerlas vosotros por obra!
Mira, pues, cómo también aquí el diablo ocultó el engaño,
para hacernos aborrecer a la que es casta y en cambio saludar
y amar a la disoluta: puesto que oyó a Cristo decir: El que fija su
mirada en una mujer para desearla, ya adulteró en su corazón
39, y vio a muchos sobreponerse a la incontinencia, cuando
quiso hacerles recaer en el pecado por otro camino, gracias a
este presagio los convenció para que fijasen complacidos su
atención en las rameras.
AMULETOS/HECHIZOS
¿Y qué podría decirse de los que se sirven de hechizos y amuletos,
y de los que se atan en torno a la cabeza y los pies monedas de
bronce de Alejandro el Macedonio? ¿Son éstas, dime, nuestras
esperanzas: que después de la cruz y de la muerte del Señor,
tengamos en la imagen de un rey griego la esperanza de la
salvación ?
¿No sabes cuántas cosas llevó felizmente a cabo la cruz?
Abolió la muerte, extinguió el pecado, hizo inútil el infierno,
destruyó el poder del diablo, ¿y no es de fiar para la salud del
cuerpo? Hizo revivir a toda la tierra habitada, ¿y tú no confías
en ella? Entonces, ¿de qué serías digno tú? -dime. Te rodeas
no sólo de amuletos, sino también de hechizos, cuando
introduces en tu casa a viejas borrachas y alocadas, ¿y no te
avergüenzas ni te sonrojas de perder el seso por esto, después
de tan gran sabiduría? Y lo que es más grave que el mismo
error: cuando nosotros amonestamos sobre esto y tratamos de
persuadirles, ellos creen disculparse diciendo: «La mujer que
hace el hechizo es cristiana y no pronuncia otra cosa que el
nombre de Dios».
Pues precisamente por eso la odio y aborrezco tanto, porque
se vale del nombre de Dios para la insolencia, porque dice ser
cristiana, pero ostenta las obras de los gentiles.
Por lo demás, también los demonios pronunciaban el nombre
de Dios, pero seguían siendo demonios, y así decían a Cristo:
Sabemos quién eres, el Santo de Dios 40, y sin embargo, Él los
increpó y los expulsó.
Por todo ello os exhortó a purificaros de este engaño y a
tener como báculo 41 esta palabra; y así como ninguno de
vosotros querría bajar a la plaza sin sandalias o sin vestido, así
tampoco bajes nunca a la plaza sin esta palabra, antes bien,
cuando estés a punto de cruzar el portón del atrio, pronuncia
primero esta palabra: «¡Renuncio a ti, Satanás, y a tu pompa y
a tu culto, y me junto contigo, oh Cristo!». Y nunca salgas sin
esta palabra: ella será para ti báculo, armadura y torre
inexpugnable.
Y junto con esta palabra, traza también la cruz en tu frente,
porque de esa manera, no sólo un hombre que te sale al
encuentro no podrá dañarte en nada, pero es que ni el mismo
diablo siquiera, pues por todas partes te ve aparecer con estas
armas.
Y en esto edúcate a ti mismo ya desde ahora, para que,
cuando recibas el sello, seas un soldado bien preparado y,
después de erigir un trofeo 42 contra el diablo, recibas la
corona de la justicia, la que ojalá todos nosotros podamos
alcanzar, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo,
con el cual se dé la gloria al Padre, junto con el Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.
.................................................
2. Cf. Flp 3, 13.
3. Sal 94, 8 (la versión de los Setenta, seguida siempre por san Juan
Crisóstomo, entendió el hebreo meribá, no como nombre propio de la
localidad desértica de Meribá, según el relato de Nm 20, 1-13, sino como
nombre común, parapikrasmós, equivalente a exacerbación, irritación,
riña, exasperación).
4. Flp 3, 13-14.
5. Jb 1, 1.
6. Ibid.
7. Este «otro» (sobreentendido «autor») es el Qohélet 12, 13.
8. Cf. Mt 10. 42.
9. Jn 1, 5.
11. Ga 3, 27.
1 2. Jn 6, 57.
13. Jn 6, 56.
14. Jn 15, 5.
15. Jn 15, 14-15.
16.2 Co 11, 2.
17. Rm 8, 29.
18. Is 8, 18.
19. Cf. 1 Co 12, 27.
20. Cf. Ef. 1, 22.
21. Literalmente «con el pecado del golpe», del bofetón.
22. Nótese el realismo de la expresión.
23. Lc 3, 8: la expresión es de Juan el Bautista.
24. Hch 2, 38: la expresión es de Pedro.
26. Literalmente «en la filosofía del alma», pero el término «filosofía»,
tiene en san Juan Crisóstomo -como en los demás escritores cristianos-
un significado completamente distinto del moderno.
27. Traduzco así ton exothen, expresión familiar a san Juan
Crisóst:omo y que literalmente significa «los de fuera, foráneos»; para él
los no cristianos.
28. Pr 10, 19.
29. Cf. Hch 18, 3.
30. Para el uso del término (philosophein), cf. supra n. 26.
31. Cf. Lc 21, 3-4.
32. Cf. Qo 8, 1.
33. Literalmente «saque al medio».
34. 1 Tm 2,9.
35. En tiempos de san Juan Crisóstomo no se había eliminado aún del
todo la condición servil, ni se había integrado plenamente en la nueva
concepción cristiana de la persona, libre en el ámbito de la sociedad a
que pertenece.
36.1 Co 7,23.
37. Literalmente «examen y observación de los días», fastos o
nefastos.
38. Cf. Mt 5, 44ss.
39. Mt 5, 28.
40. Cf. Mc 1, 24.
41. Es decir, como apoyo para la conducta.
42. Esto es, después de vencerle: el trofeo, monumento de victoria, lo
erigía el vencedor allí donde el enemigo, vencido, volvía la espalda y
huía.
SEGUNDA CATEQUESIS 1
«A los que están a punto de ser iluminados, y por qué se
habla de baño de regeneración y no de perdón de los pecados;
y por qué es peligroso, no solamente jurar en falso, sino incluso
jurar, aunque juremos rectamente».
A la espera del gran don del bautismo
1. ¡Cuán deseable y cuán amable es para nosotros el coro
de los nuevos hermanos! Porque yo os llamo ya hermanos
antes del alumbramiento, y antes del parto saludo ya mi
parentesco con vosotros.
Sé efectivamente, sé con toda claridad a qué honor tan
grande y a qué magistratura vais a ser elevados. Ahora bien, a
los que van a asumir una magistratura es costumbre que todos
los honren incluso antes de ejercerla, por asegurarse de
antemano para el futuro, mediante este homenaje, su
benevolencia. Esto mismo hago yo también ahora, porque no
vais a ser elevados a una magistratura sin más, sino al mismo
reino, más aún, tampoco a un reino simplemente, sino al mismo
reino de los cielos.
Por esta razón os pido y os suplico que os acordéis de mí
cuando lleguéis a ese reino, y lo que decía José al copero
mayor: Acuérdate de mi cuando te vaya bien 2, esto mismo os
digo yo a vosotros ahora: «Acordaos de mí cuando os vaya
bien».
No os pido, como aquél, la recompensa de unos sueños,
porque yo no vine a interpretaros unos sueños, sino para
exponeros detalladamente las cosas del cielo y ser portador de
la buena noticia de aquellos bienes, tales que ni ojo vio, ni oído
oyó, ni subieron a corazón de hombre, esto es, lo que Dios
preparó para los que le aman 3.
Cierto es que José decía al copero aquel: Al cabo de tres
días, él te restablecerá en tu puesto de copero mayor 4.
Yo no digo: «Al cabo de tres días, seréis promovidos al cargo
de coperos del tirano», sino: «Al cabo de treinta días 5, no el
Faraón, sino el rey de los cielos os restablecerá en la patria de
arriba, en la Jerusalén libre, en la ciudad celeste».
Y cierto es que aquél decía: Y darás la copa al Faraón en su
mano 6, yo en cambio no digo: «Daréis la copa al rey en su
mano, sino: El rey en persona os dará en vuestra mano la copa
tremenda y llena de gran poder y más preciosa que toda 7
creatura». Los ya iniciados conocen la fuerza de esta copa,
pero también vosotros la conoceréis dentro de poco.
Acordaos, pues, cuando lleguéis a aquel reino, cuando
recibáis la vestidura regia, cuando vistáis la púrpura tinta en la
sangre del Señor, cuando os ciñáis la diadema que por todas
partes irradia resplandores más intensos que los rayos del sol.
Tal es, en efecto, la dote del esposo, sin duda mayor que
nuestro merecimiento, pero digna de su bondad.
Peligro del que retrasa el bautismo hasta el final de su vida
Por esta razón, ya desde ahora y a causa de aquellas
sagradas alcobas nupciales, yo os felicito, y no solamente os
felicito, sino que también alabo vuestro buen sentido, porque no
os habéis acercado a la iluminación como los más perezosos de
los hombres, en las últimas boqueadas 9, sino que ya desde
ahora, como siervos sensatos, preparados para obedecer con
la mejor voluntad al Señor, habéis puesto el cuello de vuestra
alma, con tanta mansedumbre como celo, bajo la gamella de
Cristo, y recibisteis el yugo suave y tomasteis la carga ligera 10.
Efectivamente, aunque la gracia es igual para vosotros que
para los iniciados al final de sus vidas, sin embargo, ni el
propósito ni la preparación de las cosas son lo mismo.
Ellos, en efecto, la reciben en su lecho; vosotros, en el
regazo de la Iglesia, la madre común de todos nosotros; ellos,
quejándose y llorando; vosotros, alegres y gozosos; ellos,
gimiendo; vosotros, dando gracias; ellos, en fin, amodorrados
por mucha fiebre; vosotros en cambio, rebosantes de deleite
espiritual.
De ahí que todo esté aquí en consonancia con el don,
mientras que allí todo es contrario al don: el llanto y el lamento
de los que se inician es abundante; en derredor están los hijos
llorando, la mujer arañándose la cara, los amigos entristecidos,
los criados llenos de lágrimas y, en fin, toda la casa con aspecto
de un día invernal y lóbrego. Y si logras destapar el corazón
mismo del yacente, lo hallarás el más sombrío de todos.
MORIBUNDO/SACRAMENTOS: Efectivamente, igual que los
vientos que, al lanzarse con gran ímpetu unos contra otros,
dividen el mar en muchas partes, así también los pensamientos
de los males entonces dominantes, al abatirse sobre el alma del
enfermo, dividen su mente en múltiples preocupaciones: cuando
mira a los hijos, piensa en su orfandad; cuando pone los ojos en
la mujer, considera su viudez; cuando ve a los siervos, sopesa
la desolación de la casa entera; cuando vuelve la atención
sobre sí mismo, trae a la memoria su vida presente y, al verse a
punto ya de separarse, lo envuelve una densa nube de
postración. Tal es el alma del que va a ser iniciado.
Luego, en medio mismo del tumulto y de la confusión, entra el
sacerdote, más temible que la propia fiebre y más cruel que la
muerte a los ojos de los parientes del enfermo, pues éstos
consideran que la entrada del presbítero es mayor causa de
desesperación que la voz misma del médico que da por perdida
la vida del enfermo, y lo que es fundamento de la vida eterna
ellos lo consideran señal de muerte.
Pero todavía no he añadido el colofón de los males. Muchas
veces, en efecto, el alma abandonó el cuerpo y se fue, mientras
los parientes armaban gran barullo preparándose 11. Con todo,
a muchos tampoco les aprovechó la presencia del alma.
Efectivamente, cuando no reconoce a los parientes, ni oye la
voz, ni puede responder las palabras aquellas mediante las
cuales se establecerá el feliz pacto con el común Señor de
todos nosotros, antes bien, cuando el que va a ser iluminado
yace como un leño inútil o como una piedra, sin diferenciarse en
nada de un cadáver, ¿cuál puede ser el provecho de la
iniciación en tales condiciones de inestabilidad?
2. El que está efectivamente a punto de llegarse a estos
sagrados y tremendos misterios necesita velar y andar
despierto, purificarse de toda preocupación mundana, llenarse
de mucha templanza y de mucho celo, desterrar de la mente
todo pensamiento ajeno a los misterios y dejar por todas partes
limpia la casa, como si estuviera a punto de acoger al rey en
persona.
Tal es la preparación de vuestra mente, tales los
pensamientos que debéis tener, tal el propósito del alma.
Por consiguiente, la digna recompensa de esta óptima
determinación espérala de Dios, que en las retribuciones vence
a cuantos le obsequian con su obediencia.
Ahora bien, puesto que es necesario que los consiervos
contribuyan con lo que es suyo, también nosotros
contribuiremos con lo que es nuestro, aunque, si ni siquiera
esto es nuestro, que es también del Señor!
Pues dice: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo
recibiste, ¿de qué te glorias, como si no hubieras recibido? 12.
Yo hubiera querido, lo primero de todo, deciros lo siguiente:
por qué realmente nuestros padres, dejando correr todo el año,
legislaron que éste era el momento oportuno para que los hijos
de la Iglesia fueran iniciados en los misterios, y por qué razón,
después de nuestra enseñanza, os descalzan y os desnudan y
luego, descalzos y desnudos, cubiertos únicamente con la
tuniquilla, os hacen pasar a las voces de los exorcistas.
En realidad ellos no nos determinaron sin más y a ciegas
esta forma de actuar y este tiempo, sino que ambas cosas
tienen un sentido misterioso e inefable.
Los varios nombres del bautismo
También hubiera querido explicaros este sentido, pero veo
que ahora el discurso nos empuja hacia otro punto más
necesario. Necesario es, efectivamente, decir qué es en fin de
cuentas el bautismo, por qué razón ha entrado en nuestra vida
y qué bienes nos reserva.
Pero, si queréis, dialoguemos primeramente sobre la
denominación de esta misteriosa purificación.
No tiene un nombre único, en efecto, sino muchos y variados.
Esta purificación se llama baño de regeneración, pues dice:
Nos salvó por el baño de la regeneración y de la renovación del
Espirita Santo 13.
Se llama también iluminación, y esto mismo le llamó también
Pablo: Traed a la memoria los días pasados, en los cuales,
después de haber sido iluminados, sufristeis gran combate de
aflicciones 14; y de nuevo: Porque es imposible que los que una
vez fueron iluminados y gustaron el don celestial y recayeron,
sean otra vez renovados para conversión 15.
Se llama también bautismo: Porque todos los que habéis sido
bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos 16.
Se llama sepultura: Porque fuisteis sepultados juntamente
con Él -dice- por el bautismo, para muerte 17.
Se llama circuncisión: En el cual también fuisteis
circuncidados con una circuncisión no hecha con manos, en el
despojamiento del cuerpo de los pecados de la carne 18.
Se llama cruz: Porque nuestro viejo hombre fue crucificado
con Él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho 19.
El bautismo como baño de regeneración
Se podría seguir enumerando otros muchos nombres, sin
embargo, para no consumir todo el tiempo en las
denominaciones del don, ¡ea!, volvamos a la primera
denominación y, en cuanto hayamos explicado su significado,
pondremos fin al discurso. Entre tanto, reasumamos nuestra
enseñanza desde un poco más arriba.
Existe el baño común a todos los hombres, el de los
establecimientos de baños, que suele limpiar la suciedad del
cuerpo. Pero está también el baño judío, más digno que aquél,
pero muy inferior al de la gracia, pues éste limpia también la
suciedad corporal, pero no sólo la corporal, sino también la que
afecta a la conciencia débil.
Efectivamente, hay muchas cosas que no son impuras por
naturaleza, sino que se vuelven impuras por efecto de la
debilidad de la conciencia. Y lo mismo que tratándose de niños,
ni las máscaras ni las demás paparrasollas son de por sí
espantosas, sino que a los niños les parecen espantosas por
causa de su propia debilidad natural, así también tratándose de
lo que os dije; por ejemplo, tocar cadáveres: por naturaleza no
es algo impuro, pero, si le ocurre a una conciencia débil,
entonces vuelve impuro al que los toca.
Ahora bien, que no sea algo impuro por naturaleza, lo dejó
bien claro el mismo legislador 20, Moisés, que llevó consigo
intacto el cadáver de José y, sin embargo, permaneció puro.
Por la misma razón Pablo, dialogando con nosotros acerca
de esta impureza debida, no a la naturaleza, sino a la debilidad
de la conciencia, decía también algo así: De suyo nada hay
impuro, de no ser para quien piensa que algo es impuro 21.
¿Estás viendo cómo la impureza no se origina de la naturaleza
de la cosa, sino de la debilidad del pensamiento? Y de nuevo:
Todo es puro, ciertamente, pero malo es para el hombre comer
con escándalo 22, ¿Ves cómo no es el comer, sino el comer con
escándalo, la causa de la impureza?
3. Semejante mancha la limpiaba el baño judío. El baño de la
gracia, en cambio, limpia, no ya ésta, sino la verdadera
impureza, la que deposita la gran suciedad, no sólo en el
cuerpo, sino sobre todo en el alma; en efecto, no purifica a los
que han tocado los cadáveres, sino a los que han tocado las
obras muertas.
Aunque uno sea un afeminado, un fornicario o un idólatra;
aunque haya cometido cualquier clase de mal y esté en
posesión de toda maldad humana, en cuanto baja a la piscina
de las aguas, sale del divino manantial más puro que los rayos
del sol.
Y para que no pienses que lo dicho es mera jactancia,
escucha a Pablo cuando habla del poder de este baño: No os
engañéis, que ni los idólatras, ni los fornicarios, ni los adúlteros,
ni los afeminados, ni los invertidos, ni los borrachos, ni los
maldicientes, ni los robadores heredarán el reino de Dios 23.
«¿Y qué tiene esto que ver-dice- con lo dicho? ¡Pon de
manifiesto lo que estamos buscando, a saber, si todo eso lo
limpia la fuerza del baño bautismal!».
Pues bien, escucha lo que sigue: Y esto mismo erais algunos:
pero ya estáis lavados, pero ya estáis santificados, pero ya
estáis justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y
en el Espíritu de nuestro Dios 24,
Nosotros os prometíamos mostraros que los que se acercan
al baño bautismal quedan limpios de toda fornicación 25, pero el
discurso ha demostrado mucho más: no solamente limpios, sino
también santos y justos, pues no dijo solamente: estáis lavados,
sino también: estáis santificados y estáis justificados. ¿Qué
puede haber de más extraordinario que esto, que sin trabajos,
sin sudores y sin éxitos nazca la justicia? ¡Pues tal es la bondad
del don divino, que sin sudores hace justos!
Efectivamente, si una carta del emperador, por breve que
sea el texto, no sólo deja libres a los responsables de
innúmeras acusaciones, sino que también encumbra a la
máxima dignidad a otros, ¡con cuánta mayor razón el Espíritu de
Dios, que además lo puede todo, nos agraciará con una gran
justicia y nos colmará de una gran confianza!
Y lo mismo que una centella, al caer en medio del inmenso
mar, inmediatamente se apaga y desaparece anegada por la
masa de las aguas, así también toda maldad humana, cuando
cae en la piscina de las divinas aguas, se anega y desaparece
más rápida y más fácilmente que aquella centella.
«¿Y por qué razón -dice- si el baño bautismal perdona todos
nuestros pecados, no se le llama baño del perdón de los
pecados, ni baño de la purificación, sino baño de la
regeneración?». -Porque no nos perdona sin más los pecados,
ni simplemente nos purifica de las faltas, sino que lo hace de tal
manera, como si de nuevo fuésemos engendrados.
Y efectivamente, de nuevo nos crea y nos forma, pero, no
plasmándonos otra vez con barro, sino formándonos con otro
elemento: la naturaleza de las aguas; y es que no se limita a
fregar el vaso, sino que vuelve a refundirlo por entero. De
hecho, los objetos que se friegan, por más cuidadosamente que
se restriegue, siempre retienen huellas de la cualidad y guardan
restos de la mancha; en cambio, los objetos que se meten en el
horno de fundición y se renuevan por medio del fuego se
desprenden de toda mancha y, cuando salen de la fragua,
emiten el mismo resplandor que los totalmente nuevos.
Por consiguiente, lo mismo que un hombre toma una estatua
de oro, sucia por obra del tiempo, del humo, del polvo y del orín,
y la funde, y luego nos la devuelve limpísima y esplendorosa,
así también Dios: tomó nuestra naturaleza enrobinada por el
orín del pecado, ennegrecida por el mucho humo de las faltas y
perdida la belleza que de Él recibiera al principio, y otra vez la
fundió: metiéndonos en el agua como en un horno de fundición,
envía la gracia del Espíritu en vez del fuego, y luego nos saca
de allí totalmente rehechos y renovados con gran resplandor,
como para desafiar en adelante a los mismos rayos del sol;
deshizo al hombre viejo, pero construyó otro nuevo, más
esplendoroso que el primero.
4. Ya el profeta, aludiendo veladamente a esta nuestra
destrucción y a esta misteriosa purificación, decía
antiguamente: Como jarro de alfarero los desmenuzarás 26.
Efectivamente, que la frase se refiere a los fieles, nos lo
muestran claramente los versos anteriores: Tú eres mi hijo, yo
te engendré hoy; pídeme, y te daré las gentes por heredad
tuya; y por posesión tuya, los confines de la tierra 27.
¿Ves cómo hizo mención de la Iglesia de los gentiles y cómo
dijo que el reino de Cristo se extiende por todas partes? Y luego
vuelve a decir: Los apacentarás con vara de hierro: no
abrumadora, sino fuerte; como jarro de alfarero los
desmenuzarás 28,
Aquí tienes un modo más misterioso de entender el baño
bautismal, porque no dijo simplemente «jarro de loza», sino
«jarro de alfarero».
Pero fijaos bien: los jarros de loza, una vez desmenuzados,
no admitirían arreglo, por causa de la dureza que les dio una
vez por todas el fuego; en cambio, los jarros de alfarero no son
de tierra cocida, sino de arcilla, de ahí que, incluso si se
quiebran, fácilmente puedan volver a su forma anterior 29
mediante la maestría del artesano.
Así pues, cuando el Señor habla de una calamidad
irremediable, no dice «jarro de alfarero», sino «jarro de loza».
Por lo menos, cuando quería enseñar al profeta y a los judíos
que habían entregado la ciudad a una calamidad irremediable,
mandó coger un ánfora de tierra cocida y desmenuzarla delante
de todo el pueblo, y decir: Asi perecerá también la ciudad, y
será desmenuzada 30. En cambio, cuando quiere ofrecerles
buenas esperanzas, conduce al profeta a una alfarería y allí, no
le muestra un jarro de loza, sino que le muestra un jarro de
arcilla que se le cae de las manos al alfarero, y razona diciendo:
Si este alfarero ha recogido el jarro caído y de nuevo lo ha
restaurado, ¿no podré yo mucho mejor enderezaros a vosotros
que habéis caído? 31.
Por consiguiente, a Dios le es posible no sólo restaurar a los
que somos de arcilla por medio del baño de la regeneración,
sino también, mediante una perfecta penitencia, devolver a su
prístino estado a los que, a pesar de haber recibido la fuerza
del Espíritu, han recaído.
La lucha de los catecúmenos contra el demonio
Pero no es ésta la ocasión de que escuchéis los discursos
acerca de la penitencia, mejor dicho, ¡ojalá nunca tengáis
ocasión de dar en la necesidad de esos remedios, al contrario,
ojalá permanezcáis siempre firmes en la guarda integral de la
belleza y del esplendor que ahora estáis a punto de recibir!
Pues bien, para que podáis permanecer siempre así, ¡ea!,
dialoguemos un poquito con vosotros acerca del plan de vida.
Efectivamente, en esta palestra las caídas no son peligrosas
para los atletas, ya que la lucha es contra gente de casa y todo
ejercicio se realiza a expensas de los cuerpos de los
entrenadores. Pero, cuando llega el momento de las
competiciones, cuando se abre el estadio y el público está
sentado arriba y el juez de competición aparece, a partir de ese
instante es preciso: o bien acobardarse y caer, para retirarse
llenos de vergüenza, o bien emplearse a fondo y alcanzar las
coronas y los premios.
Así ocurre también con vosotros: estos treinta días se
asemejan a una palestra con sus ejercicios y entrenamientos.
Aprendamos ya desde ahora a vencer a aquel malvado
demonio, porque, después del bautismo, deberemos
desnudarnos para entrar en liza contra él. Y contra él
deberemos dirigir los golpes de nuestro puño, y contra él luchar.
Por consiguiente, aprendamos ya desde ahora sus llaves, de
dónde procede su maldad y por qué medios puede fácilmente
perjudicarnos, para que, cuando lleguen las competiciones, no
nos extrañemos ni nos alborotemos al ver la novedad de su
agonística, sino que, habiendo aprendido todas sus
estratagemas a la vez que nos ejercitamos nosotros mismos,
emprendamos con toda confianza la lucha contra él.
El peligro de la lengua
LENGUA/PELIGRO: Pues bien, él está acostumbrado a
intentar dañarnos por todos los medios, pero sobre todo a
través de la lengua y de la boca, porque no hay para él
instrumento más apropiado para engañarnos y perdernos que
una lengua intemperante y una boca sin puertas. De aquí nacen
nuestras numerosas caídas, de aquí nuestros graves motivos
de acusación.
Y cuán fácil sea resbalar con la lengua, alguien lo declaró
cuando decía: Muchos cayeron a filo de espada, mas no tantos
como los caídos por obra de la lengua 32, y la gravedad de la
caída la revelaba el mismo diciendo otra vez: Mejor es resbalar
del pavimento que resbalar de la lengua 33; y lo que dice viene
a ser esto mismo: «Mejor es caer y magullarse el cuerpo que
proferir una palabra tal que pueda perder nuestra alma».
Pero no solamente habla de caídas, sino que ademas nos
exhorta a que andemos con gran cuidado para no ser
derribados, cuando dice así: Haz a tu boca una puerta y
cerrojos 34, no para que realmente preparemos puertas y
cerrojos, sino para que, con gran seguridad, cerremos a la
lengua el paso a las palabras inconvenientes.
Y en otra parte, mostrando que junto con nuestro cuidado, y
antes de nuestro cuidado, necesitamos del impulso de lo alto,
para que podamos retener a esta fiera dentro, el profeta, con
las manos levantadas hacia Dios, volvía a decir: La elevación de
mis manos sea como sacrificio vespertino. Pon, Señor, una
guardia a mi boca y una puerta de protección a mis labios 35.
Y el mismo que había exhortado anteriormente vuelve a
decir: ¿Quién pondrá una guardia a mi boca, y a mis labios sello
de prudencia? 36,
¿Estás viendo cómo todos temen estas caídas, se lamentan,
aconsejan y ruegan que su lengua disfrute de buena guardia?
Y si tal es la ruina que nos acarrea este órgano, ¿por que
-dice- lo puso Dios en nosotros ya desde el comienzo? Porque
también tiene una gran utilidad y, si andamos con cuidado,
únicamente nos trae utilidad y ningún perjuicio. Escucha, pues,
lo que afirma el mismo que dijo lo de antes: En poder de la
lengua están la vida y la muerte 37. Y Cristo viene a declarar lo
mismo cuando dice: Por tus palabras serás condenado, y por
tus palabras serás justificado 38,
Efectivamente, la lengua está situada en el centro de uno y
otro uso: el dueño eres tú.
Lo mismo ocurre con la espada que yace en el medio: si la
utilizas contra los enemigos, tendrás en ella un instrumento de
salvación, pero, si asestas el golpe contra ti mismo, la causante
de tu herida no será la naturaleza del hierro, sino tu propia
transgresión de la ley.
Pensemos lo mismo respecto de la lengua: es una espada
que yace en medio, por tanto agúzala para acusarte de tus
pecados, no asestes el golpe contra un hermano. Por esta
razón Dios la circundó con doble muro: con la valla de los
dientes y la cerca de los labios, para que no profiera con
facilidad y atolondradamente las palabras inconvenientes.
Refrénala dentro. ¿Que no lo soporta? Entonces dale una
lección utilizando los dientes, como si entregaras su cuerpo a
estos verdugos, y haz que la muerdan, porque mejor es que sea
mordida por los dientes ahora, mientras peca, que entonces,
cuando ande achicharrada buscando una gota de agua 39, no
consiga el alivio.
En todo esto, pues, y en mucho más, suele pecar, cuando
insulta, blasfema, profiere palabras torpes, calumnia, jura y
perjura.
Los peligros del juramento
5. Sin embargo, para no hundir vuestra mente en la
confusión, si os digo hoy de golpe todo, os propongo entre
tanto una sola ley: la que manda evitar los juramentos, y de
antemano os digo y aviso esto: si no evitáis los juramentos -no
digo solamente los perjurios, sino los mismos juramentos
hechos por causa justa-, si no los evitáis, digo, no dialogaremos
más con vosotros sobre otro tema.
Efectivamente, sería absurdo que, mientras los maestros de
las letras no dan a los niños una segunda noción hasta que ven
la precedente bien fija en sus memorias, nosotros, por el
contrario, a pesar de no haber podido inculcaros con exactitud
las nociones precedentes, nos adelantaremos a imbuiros otras
nuevas: esto no sería otra cosa que sacar agua en herrada
agujereada.
Por tanto, si no queréis que callemos, poned muchísimo
cuidado en el asunto.
Grave es, en efecto, este pecado, y muy grave. Y es muy
grave, porque no parece ser grave, y por eso lo temo: porque
nadie lo teme; y por eso es una enfermedad incurable: porque
ni siquiera parece ser enfermedad, antes bien, como el simple
platicar no es motivo de acusación, así tampoco esto parece ser
motivo de acusación, al contrario, se tiene la osadía de cometer
con la mayor confianza esta transgresión de la ley. Y si alguien
intenta una acusación, inmediatamente se siguen la risa y gran
escarnio, pero no contra los acusados por causa de los
juramentos, sino contra los que quieren remediar la
enfermedad.
Por esta razón amplío yo mi discurso sobre este asunto,
porque quiero arrancar una raíz profunda y acabar con un mal
crónico: no digo los perjurios solamente, sino también los
mismos juramentos hechos según ley.
«¡Pero el tal -dice- es un hombre honrado, que ejerce el
sacerdocio y que vive con mucha templanza y piedad!» ¡No me
hables de este hombre honrado, templado, piadoso y que
ejerce el sacerdocio! Pon, si quieres, que éste sea Pablo, o
Pedro, o incluso un ángel bajado del cielo: ¡ni aun así presto
atención al valor de las personas! Efectivamente, la ley sobre
los juramentos yo no la leo como ley servil, sino como ley regia;
ahora bien, cuando se leen documentos de un rey, enmudece
toda dignidad de los siervos.
Pues bien, si tú puedes decir que Cristo mandó jurar, o que
Cristo no lo castiga cuando se hace, muéstralo y quedaré
persuadido; pero, si pone tanto empeño en impedirlo y tanto se
preocupa por este asunto que al que jura lo equipara al Maligno
(Pues lo que pasa de esto -del si y del no, dice-, del diablo
procede 40), ¿por qué me mientas al tal y al cual?
De hecho Dios no te dará su voto basándose en la
negligencia de tus consiervos, sino en el mandato de sus leyes:
Él lo mandó, así que era necesario obedecer, y no presentar al
tal como pretexto, ni mezclarse en males ajenos.
Aunque el gran David cometió un grave pecado 41, ¿acaso
por esa razón, dime, no va a ser para nosotros peligroso el
pecar? Por lo mismo es necesario, pues, ponerse en guardia
contra esa idea y emular solamente las buenas acciones de los
santos, y si en alguna parte se dan negligencia y transgresión
de la ley, obligación es huir de ellas con suma diligencia.
Efectivamente, el contenido de nuestro discurso no se refiere a
nuestros consiervos, sino al Señor, y a Él daremos cuentas de
todo lo vivido.
Preparémonos, pues, para aquel tribunal, ya que, por
infinitamente admirable y grande que sea el que viola esta ley,
pagará cabalmente la pena debida por la transgresión, pues
Dios no hace acepción de personas 42.
Cómo evitar los juramentos
¿Cómo, pues, y de qué manera es posible evitar este
pecado? Porque, en verdad, no solamente es necesario mostrar
que la acusación es grave, sino también aconsejar sobre cómo
poder librarnos de ella.
¿Tienes mujer, criados, hijos, un amigo, un pariente, un
vecino? Ordénales a todos ellos estar en guardia sobre esto.
¿Que la costumbre es cosa difícil, que cuesta arrancarla, que
no es fácil guardarse de ella, y muchas veces nos empuja sin
quererlo ni saberlo nosotros? Pues bien, cuanto más conoces la
fuerza de la costumbre, tanto mayor empeño pon en ser
liberado de la mala costumbre y en convertirte a la otra, a la
más provechosa.
Efectivamente, lo mismo que aquélla muchas veces fue capaz
de hacerte caer, a pesar de tu diligencia, de tu cautela, de tu
cuidado y preocupación, así también ahora, si te conviertes a la
buena costumbre, la de no jurar, nunca podrás caer en el
pecado de juramento, ni sin querer ni por negligencia, porque
cosa grande es realmente la costumbre y tiene la fuerza de la
naturaleza.
Por consiguiente, para no andar penando continuamente,
pasémonos a esta costumbre, y a cada uno de los que conviven
y se relacionan contigo pídeles esta gracia: que te aconsejen y
exhorten a evitar los juramentos, y si te sorprenden
haciéndolos, que te acusen.
De hecho, la vigilancia ejercida por ellos sobre ti es también
para ellos consejo y exhortación a obrar rectamente. En efecto,
el que acusa a otro de juramento no caerá él mismo tan
fácilmente en este abismo, pues abismo nada común es la
frecuencia en el jurar, no sólo cuando se hace por cosas
mínimas, sino también cuando se hace por las mayores.
Ahora bien, nosotros, lo mismo cuando compramos
legumbres y regateamos por dos óbolos que cuando nos
enfadamos con los criados y los amenazamos, en toda ocasión
apelamos a Dios como testigo, y sin embargo, a un hombre libre
y con un cargo de poca monta tú no te hubieras atrevido a
llamarle a la plaza como testigo de tales cosas, y si acaso te
atreves a hacerlo, se te castigará por tu insolencia: en cambio,
¡al rey de los cielos, al Señor de los ángeles, tú lo arrastras a
dar testimonio cuando discutes sobre cosas venales, sobre
dinero o sobre minucias! Y, ¿cómo esto va a ser tolerable?
¿Por qué medios, pues, podremos vernos libres de esta mala
costumbre? Poniendo en derredor nuestro las guardias que
dije, fijándonos a nosotros mismos un plazo para la enmienda e
imponiéndonos una multa si, pasado el plazo, hubiéremos
fracasado en el empeño.
Ahora bien, ¿cuánto tiempo nos bastará para esto? Yo no
creo que los muy sobrios, despiertos y que velan por su propia
salvación necesiten más de diez días para quedar
completamente libres de la mala costumbre de los juramentos.
Pero si al cabo de esos diez días se nos viera seguir jurando,
impongámonos a nosotros mismos una pena, incluso fijemos el
castigo y la multa máximos por nuestra transgresión.
¿Cuál será, pues, la condena? Esto no os lo determino yo
todavía, sino que os dejo a vosotros mismos el ser dueños de la
sentencia.
Administremos así nuestros asuntos, y no sólo los referidos a
los juramentos, sino también los que atañen a los demás fallos:
si nos fijamos a nosotros mismos un plazo, con gravísimas
penas en el caso de reincidencia, partiremos puros hacia
nuestro Señor, quedaremos libres del fuego infernal y con toda
confianza nos mantendremos en pie delante del tribunal de
Cristo. Ojalá podamos conseguirlo todos, por la gracia y la
bondad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual se dé la gloria
al Padre, junto con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.
.................................................
1. La presente catequesis, editada por Montfancon como primera
Catequesis (y reimpresa en Migne PG 49, 223-232, de donde la traduzco),
y tenida también como tal por Papadopoulos, quien sin embargo, no la
publicó, probablemente fue pronunciada el año 388, treinta días antes de
la Pascua (cf. WENGER, Introd., pp. 26-27 y 64).
2. Gn 40, 14.
3.1 Co 2,9.
4. Gn 40, 13.
5. Por consiguiente, la instrucción se realizó un mes antes de Pascua,
fecha del bautismo.
6. Gn 40, 13.
7. hekateros = hekastos (cf. LIDDELL-SCOTT, Lexicon s.v.).
9. Nótese en ésta y en las siguientes expresiones que describen a un
moribundo el vivo realismo y el magistral uso que el autor hace de la
antítesis.
10. Cf. Mt 11, 30.
11. Entiéndase para el acontecimiento de la iniciación bautismal.
12. 1 Co 4, 7.
13. Tt 3. 5.
14. Hb 10, 32.
15. Cf. Hb 6, 4.
16. Ga 3, 27.
17. Cf. Rm 6, 4.
18. Col 2, 11.
19. Rm 6, 6.
20. Literalmente «que ordenó estas cosas»; el ejemplo debe de
referirse a Ex 13, 19.
21. Cf. Rm 14, 14.
22. Rm 14, 20.
23. 1 Co 6, 9-10.
24. 1 Co 6, 11.
25. Quizá sea mejor leer, con un antiguo traductor latino, ponerías en
vez de porneias: «limpios de toda maldad».
26. Sal 2, 9.
27. Sal 2, 7-8. 1
28. Sal 2, 9.
29. Sigo la lección de Migne: proteron, en vez del deuteron de
Montfaucon.
30. Jr 19, 11.
31. Jr 18, 6.
32. Cf. Si 28, 18.
33. Si 20, 18.
34. Cf. Si 28, 25.
35. Cf. Sal 140, 2-3.
36. Si 22, 27.
37. Pr 18, 21.
38. Mt 12, 37.
39. Alusión probable al castigo del rico epulón, cf. Lc 16, 24.
40. Cf. Mt 5, 37.
41. Cf. 2 S 11, 2ss.
42. Hch 10, 34.
TERCERA CATEQUESIS 1
«Del mismo. Habiendo tratado en la Catequesis anterior
sobre los juramentos, pronunció ésta volviendo sobre el mismo
tema, y muestra que no sólo el perjurar, sino también el jurar
según ley merece castigo, y que fue provechoso el que Cristo
resucitase al cabo de tres días».
Insistencia sobre la necesidad de no jurar nunca
1. ¿Verdaderamente habéis desterrado de vuestras bocas la
mala costumbre de los juramentos?
JURAMENTOS/CRISOSTOMO: Porque yo no me he
olvidado, ni de lo que yo mismo dialogué con vosotros, ni de lo
que vosotros me prometisteis acerca de este tema. En efecto,
yo disertaba, y vosotros prometíais, si no de palabra, cierto, sí
al menos con vuestros elogios de lo dicho.
Ahora bien, esta promesa es mejor que la hecha de palabra,
pues muchas veces el que promete de palabra asiente con la
lengua, pero no con la voluntad; en cambio, el que aprueba lo
que se ha dicho realiza el asentimiento desde su alma.
¿En verdad, pues, habéis limpiado vuestra lengua de aquella
grave mancha? ¿Entonces habéis desterrado la suciedad de
vuestra sagrada alma?
Yo supongo que la habéis limpiado, porque estáis a punto de
recibir a un gran rey, y de saborear la abundante enseñanza
espiritual de padres bastante entendidos.
Por otra parte, el plazo es suficiente, y el término prefijado
para la enmienda se acerca ya al final, y vosotros sois dóciles y
obedientes, pues dice el Apóstol: Obedeced y someteos a
vuestros dirigentes 2, y vosotros le hacéis caso en todo.
Basándome en todo esto, creo que el éxito es total. Sin
embargo, yo no quería suponerlo ni creerlo, sino saberlo con
toda claridad, para, en tal caso, entregarme con más ardor a
discursos más místicos, descargado ya de la preocupación por
los juramentos: os hubiera introducido en el santuario mismo y
os hubiera mostrado al Santo de los Santos con todo lo que allí
se contiene: no una vasija de oro con maná 3, sino el cuerpo
del Señor, el pan del cielo; os hubiera mostrado, no un arca de
madera con las tablas de la ley, sino la carne irreprochable y
santa que contiene al legislador en persona; os hubiera
mostrado en su interior, no una oveja irreprochable degollada,
sino al cordero de Dios sacrificado, mística víctima que hace
temblar a los mismos ángeles cuando la miran; os hubiera
mostrado, no a Aarón entrando con vestimenta de oro 4, sino al
Unigénito que entra, que tiene la primicia de nuestra naturaleza
5 y que manifiesta a su Padre la grandeza de su éxito: Porque
no entró Cristo -dice- en su santuario hecho de mano, sino en el
mismo cielo, para presentarse ahora en la presencia de Dios 6.
Hay allí un velo, no tal cual lo tenía el templo judío, sino
mucho más terrible. Escucha, pues, qué clase de velo es éste,
para que aprendas cómo era aquel Santo de los Santos, y cómo
es éste: Puesto que tenemos -dice- mucha confianza para
entrar en el santuario por la sangre de Jesús, por el camino
nuevo y vivo que Él inauguró para nosotros a través del velo,
esto es, de su propia carne 7.
¿Ves cómo este velo es más terrible que aquél? En todo esto
quería iniciaros hoy.
2. Pero, ¿qué va a ser de mí? La inquietud por los
juramentos no me abandona, y me consume el alma.
Y sé bien que muchos condenarán por exagerado lo que
acabo de decir, al escuchar que consume mi alma, pues ellos
creen que es un pecado leve: pero justo por eso yo me lamento
más. Los otros pecados, efectivamente, son graves, pero
también se piensa que son graves, como ocurre con el
homicidio y el adulterio: son graves y se cree que son graves;
en cambio, el juramento es grave, ciertamente, pero no se cree
que sea grave. Por eso me lamento y tengo miedo de este
pecado. Esto, en efecto, esto es lo propio de la estratagema del
diablo: introducir encubierto el pecado y, como si mezclara
veneno con el alimento habitual, se las ingenia para ocultar el
juramento entre los preconceptos 8 de los hombres.
Entonces, ¿qué? ¿Vamos a gastar para el juramento toda la
enseñanza y todo el tiempo? De ninguna manera, sobre todo
porque supongo a algunos de vosotros ya corregidos.
Efectivamente, lo mismo que cuando salió el sembrador no
toda la simiente cayó entre los espinos, ni toda entre las
piedras, sino que mucha también fue a parar a la buena tierra 9,
así también ahora es imposible que, después de tanta
enseñanza, no haya entre tal muchedumbre nadie que pueda
mostrar el fruto.
Así pues, ya que se han corregido muchos, aunque no todos,
repartamos también nosotros el discurso. Era, en efecto,
necesario que los no corregidos tampoco escuchasen por
entero las palabras misteriosas; sin embargo, en atención a los
más diligentes, complaceremos a los más negligentes, para que
no se vean defraudados, pues mucho mejor es complacer a
éstos en atención a aquellos, que perjudicar a los más
diligentes por causa de los negligentes.
El tiempo del bautismo
3. Ahora bien, quiero que recordéis la promesa que os hice
en la plática anterior, pero que no he cumplido porque el
discurso nos empujó hacia puntos más necesarios.
PAS/TIEMPO-REGIO: ¿Qué promesa, pues, era aquélla?
Intentaba yo deciros por qué razón nuestros padres, dejando
correr todo el año, determinaron que éste era el tiempo
oportuno para iniciar a vuestras almas en los misterios. Y decía
que la observancia de este tiempo no está dada sin más y al
azar. Efectivamente, la gracia es siempre la misma, y en nada la
estorba el tiempo, ya que es divina; sin embargo, también la
observancia del tiempo tiene algo de misterioso 11.
Pues bien, ¿por qué los padres legislaron que esta fiesta
fuese ahora? Ahora nuestro rey ganó la guerra contra los
bárbaros: bárbaros, y más crueles que los bárbaros son,
efectivamente, todos los demonios. Ahora destruyó el pecado;
ahora aniquiló la muerte y sometió al diablo e hizo prisioneros.
Por lo tanto, en el presente día recordamos aquellos
triunfos. Por esto los padres legislaron que los regios dones se
distribuyesen ahora, ya que ésta es una ley de triunfo; así
obran también los emperadores paganos: nuestros días de
triunfo los honran con múltiples festejos.
Pero el carácter de ese honor está lleno de deshonor,
porque, ¿qué clase de honor son los teatros y lo que en los
teatros se hace y se dice? ¿Acaso no está todo rebosando
vergüenza y gran ridículo?
Este otro honor, en cambio, es digno de la munificencia del
que honra. Por eso legislaron que fuese ahora, por valerse de
este tiempo para hacerte recordar la victoria del Señor, para
que en las fiestas de la victoria haya algunos que lleven los
vestidos resplandecientes y entren en la estima del rey. Pero no
solamente por esto, sino, además, para que también durante
este tiempo te unas al Señor.
Bautismo y cruz
Él fue -dice- crucificado en el madero 12: crucifícate tú
mediante el bautismo, pues cruz -dice- es el bautismo, y muerte,
pero muerte del pecado y cruz del hombre viejo 13.
4. Escucha, pues, lo que dice Pablo, cómo declara ambas
cosas acerca del bautismo, a saber: que es muerte del pecado
y cruz: ¿O ignoráis que todos cuantos fuisteis bautizados en
Cristo, fuisteis bautizados en su muerte? 14. Y de nuevo:
Nuestro viejo hombre fue crucificado junto con Él, para que sea
anulado el cuerpo del pecado 15.
Sin duda, para que, al escuchar «muerte» y al oir «cruz», no
tengas miedo, añadió que la cruz es muerte del pecado.
¿Ves de qué manera el bautismo es cruz? Pues sabe que
Cristo también llamó bautismo a la cruz, dándote y tomando en
cambio el nombre del bautismo.
Tu bautismo lo llamó cruz. «Mi cruz -dice- la llamo bautismo»
¿Y dónde dice esto? Un bautismo tengo, para ser bautizado,
que vosotros no conocéis 16.
¿Y de dónde sacamos la evidencia de que está hablando de
la cruz? Se le acercaron los hijos de Zebedeo, o mejor, la madre
de los hijos de Zebedeo, que dijo: Di que estos dos hijos míos
se sienten, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda en tu
reino 17. Es la petición de una madre, aunque desatinada.
¿Y qué responde Cristo? ¿Podéis beber el cáliz que yo he de
beber, y ser bautizados con el mismo bautismo con que yo soy
bautizado? 18. ¿Estás viendo cómo llamó bautismo a la cruz?
¿De dónde resulta esa evidencia? ¿Podéis -dice- beber el
cáliz que yo he de beber? Llama cáliz a su pasión, y por eso
dice: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz 19.
¿Ves cómo llamó bautismo a la cruz y cáliz a la pasión?
Ahora bien, los llamó así, no porque Él mismo se purificara
(¿cómo iba a hacerlo, efectivamente, el que no hizo pecado, ni
hubo engaño en su boca 20?) sino porque la sangre que de allí
corría purificaba al universo entero.
Y por esta razón dice también Pablo: Si fuimos plantados
juntamente con Él, a la semejanza de su muerte, por medio del
bautismo... 21. No dijo: en la muerte, sino: a la semejanza de su
muerte: muerte es aquélla, efectivamente, y muerte es ésta pero
no de lo mismo: la una, del cuerpo; la otra, del pecado. De ahí
la semejanza de la muerte.
Sepultura y resurrección de Cristo
5. Entonces, ¿qué? ¿ Solamente morimos con el Señor, y
solamente en las cosas tristes nos unimos a Él? Ante todo: ni
siquiera eso es triste, el tener parte en la muerte del Señor. Sin
embargo, espera un poco y verás que también tienes parte con
Él en las cosas provechosas: Si efectivamente morimos con Él
-dice-, creemos que también viviremos con Él 22.
Sí, en el bautismo y al mismo tiempo están juntas sepultura y
resurrección: deja abajo al hombre viejo, y toma el nuevo y
resucita, como Cristo resucitó por la gloria del Padre 23.
¿Estás viendo cómo nuevamente habla de la resurrección?
Mas, ¿por qué razón nuestra resurrección, nuestra sepultura y
nuestra muerte se dan al mismo tiempo (a la vez, efectivamente,
somos sepultados y resucitamos), y en cambio la del Señor se
retardaba tanto? Resucitó, en efecto, al cabo de los tres días.
¿Por qué, pues, nuestra resurrección es instantánea, y en
cambio la del Señor más lenta?
Sí, lo fue, y muy a propósito, para que aprendas que la
lentitud no se debe a la debilidad, pues el que en breve instante
pudo resucitar al criado 24 con mayor razón podía resucitarse a
sí mismo.
Entonces, ¿por qué motivo la lentitud? ¿Por qué razon la
sepultura de tres días? Porque, al prolongarse la muerte y
gracias a esa lentitud, la prueba de la resurrección resulta
inconcusa.
Efectivamente, cuando incluso ahora, después de semejante
prueba, hay hombres que dicen que padeció en apariencia, si
no hubiera habido tan acusada lentitud, ¿qué no hubieran dicho
ésos? Porque el diablo no quería conspirar solamente contra el
relato de la resurrección, sino también contra la fe en la muerte,
pues sabía, y sabía claramente, que la muerte del Salvador era
común remedio del universo, y se apresuraba a arrancarla de la
fe de los hombres, para eliminar la salvación.
Por esta razón el Señor se retarda en su resurrección, y los
judíos se acercan diciendo: Danos soldados para que podamos
guardar el sepulcro 25.
¡Qué desvergüenza! ¿Cuándo viste, oh judío, un muerto bajo
custodia? Porque, si el crucificado era un muerto común y mero
hombre, ¿por qué tomas tan extraña y paradójica medida? ¿Por
qué tienes miedo y tiemblas y reúnes centinelas?
Por lo demás, Dios ni siquiera esto impidió, al contrario, dejó
que le custodiasen, y así el pecador quedaría atrapado en las
obras de sus propias manos. Aquellos, efectivamente, decían:
Danos soldados, para que no le hurten sus discípulos y digan
que resucitó 26,
Sucedió, sin embargo, lo contrario: tomaron soldados,
efectivamente, para que, al resucitar Él, no dijesen que los
discípulos le habían hurtado y que no había resucitado, y lo que
habían conseguido por intriga contra la resurrección se les
volvió en favor de la resurrección, y a los mismos conspiradores
Cristo los hizo testigos de su resurrección, para así truncar la
excusa que alegaran el día aquel.
El significado del exorcismo
6. La razón, pues, de que los padres mandaran realizar en
este tiempo la iniciación a los misterios os la expuse de manera
suficiente (yo al menos lo creo) a través de lo que llevo dicho.
Quiero, sin embargo, saldar con vosotros otra deuda -si es
que no os cansáis ya de escuchar- y deciros por qué razón de
aquí os enviamos desnudos y descalzos a las voces de los
exorcistas. Y en verdad, también aquí aparece otra vez el mismo
motivo, a saber, que el rey ganó la guerra e hizo prisioneros: y
tal es la indumentaria de los prisioneros.
Escucha, pues, qué dice Dios a los judíos: De la manera que
anduvo mi siervo Isaías, desnudo y descalzo, así caminarán
hacia la cautividad los hijos de Israel, desnudos y descalzos 27.
Pues bien, porque quiere recordarte la anterior tiranía del
diablo, se vale de la indumentaria para llevarte a ti al recuerdo
de tu anterior origen vil.
Por esta razón estáis de pie, no solamente desnudos y
descalzos, sino también con las palmas de las manos abiertas
hacia arriba: para que también confeséis la ulterior soberanía
de Dios, a la que ahora os estáis acercando.
Despojos y botín de guerra sois todos vosotros. Y de estos
despojos hace mención Isaías mucho antes del cumplimiento de
los hechos, al anunciar de antemano así: Él mismo repartirá
despojos del fuerte 28; y luego: Vino a proclamar libertad a los
cautivos 29. y con él, David, profetizando esta cautividad, decía:
Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad 30.
Pero no te amusties, al oír «cautividad», pues nada hay de
mayor dicha que esta cautividad. En efecto, la cautividad de los
hombres lleva de la libertad a la esclavitud; ésta, en cambio,
hace pasar de la esclavitud a la libertad; la de los hombres priva
de la tierra patria y lleva a la extraña; en cambio, esta cautividad
expulsa de la tierra extraña y lleva a la patria, la Jerusalén de
arriba; la cautividad de los hombres priva de la madre; ésta, en
cambio, te conduce a la madre común de todos nosotros;
aquélla, en fin, separa de parientes y de conciudadanos,
mientras que ésta lleva hacia los ciudadanos de arriba.
Dice, en efecto: Sois conciudadanos de los santos 31. Esta
es, pues, la razón de la indumentaria.
7. EXORCISMOS/RAZON: Mas, ¿por qué motivo las voces,
terribles y estremecedoras voces, de los exorcistas te hacen
recordar al común Señor, el castigo, la venganza, la gehena?
Por causa de la desvergüenza de los demonios. Y en efecto, el
catecúmeno es una oveja sin marcar, un albergue solitario, una
posada sin puertas, abierta simplemente a todos, guarida de
bandoleros, madriguera de fieras y morada de demonios.
Pues bien, ya que plugo al rey, por su inmensa bondad, que
este albergue solitario y sin puertas, esta guarida de
bandoleros, se convirtiese en palacio real, por esta razón nos
mandó preparar al albergue a nosotros, los que enseñamos, y
a los otros, los exorcistas. Y nosotros, los que enseñamos,
consolidamos con nuestra enseñanza las paredes ruinosas,
pues dice: Todo el que me oye estas palabras, y las practica,
será comparado a un hombre prudente que edificó su propia
casa sobre la peña 32.
Vamos echando los cimientos bien sólidos, hasta que se
presente el rey. Si en alguna parte vemos algo de suciedad o
de barro, lo quitamos, porque tal es la costumbre del pecado:
hedionda y sucia.
Escucha, pues, cómo describe David su naturaleza: Como
carga pesada se han agravado sobre mi. Hedieron y se
pudrieron mis llagas, por causa de mi locura 33.
Nosotros quitamos la hediondez y ponemos el perfume
espiritual, y los exorcistas, por su lado, con aquellas terribles
voces, van mirando alrededor, no sea que en alguna parte
aparezca una fiera, una serpiente, una víbora o un escorpión; y
es que, después de escuchar aquella temible voz, la fiera, por
dañina que sea, no puede ocultarse hundiéndose o
deslizándose, antes, bien, se levanta y escapa, aunque no
quiera.
Nueva exhortación contra los juramentos
8. JURAMENTO/MALICIA: Quería decir también otra cosa,
que justamente no había prometido decir. Pero era necesario
aclarar por qué razón nosotros nos llamamos fieles y, en
cambio, los no iniciados catecúmenos. Y en efecto es realmente
vergonzoso y ridículo que quien recibe una dignidad no sepa
siquiera el nombre de tal dignidad.
Pero, ¿qué me está pasando? ¡Otra vez se me ha
presentado la preocupación por los juramentos, que me acusa
de lentitud y arrastra hacia ella mi discurso!
Por esta razón dejemos para el próximo día lo que estábamos
tratando y volvamos ahora a la exhortación sobre los
juramentos.
¡Cosa terrible el juramento, querido! Terrible y dañina:
remedio fatal, veneno intolerable, herida oculta, llaga invisible,
pastizal totalmente sombreado y que lleva el miasma hasta el
alma, dardo satánico, flecha encendida, alfanje de doble filo,
espada aguzada, yerro inexcusable, delito sin posible defensa,
abismo profundo, precipicio escarpado, trampa poderosa, red
extendida, atadura indisoluble, nudo corredizo sin posible
escape 34.
Pues bien, ¿os basta lo dicho para que creáis que el
juramento es algo terrible y más peligroso que todos los
pecados?
Fiaos de mí, os lo ruego, fiaos. Pero si alguno no cree, desde
ahora mismo ofrezco la demostración: ningún pecado posee lo
que precisamente tiene este pecado.
Efectivamente, si no transgredimos los demás mandamientos,
estamos libres de castigo; pero el juramento, tanto si lo
guardamos como si lo violamos, muchas veces somos
castigados por igual.
¿Quizá no habéis comprendido lo dicho? Pues bien,
entonces es necesario repetirlo más claro.
Muchas veces alguien juró realizar una acción inicua, y cayó
dentro de un nudo corredizo indisoluble: en adelante le era
necesario guardar el juramento y transgredir la ley, o bien no
guardar el juramento y ser condenado bajo acusación de
perjurio.
Así, por uno y otro lado el precipicio se hizo profundo: por
uno y otro lado, la muerte inexorable, tanto si guardaba el
mandamiento como si no lo guardaba. Por consiguiente, ¿hay
algo más fatal que esto, lo mismo cuando se cumple que
cuando no se cumple?
El juramento de Herodes
9. Y para que aprendáis que esto es así y que muchos se
hicieron acreedores muchas veces al castigo, no sólo violando
el juramento, sino también guardando el juramento voy a
relataros algo parecido.
Herodes estaba una vez festejando su cumpleaños y
celebraba el día de su nacimiento 35.
Como quería hacer espléndido aquel día, invitó a la hija de la
reina a que bailase para él, sin percatarse de que así
deshonraba más bien aquel día. Y en efecto, cuando lo que
necesitaba era dar gracias al Dios bondadoso por haberle
creado de la nada, por haberle dado un alma, por haberle
introducido en este augusto espectáculo de la creación, por
haberle hecho espectador de esta hermosísima y maravillosa
creación; cuando era necesario, digo, que honrase el día con
himnos y acciones de gracias al Señor, él, sin embargo, lo
honró con el deshonor.
Efectivamente, ¿hay algo más deshonroso que el baile? Y
ese día bailó la hija de Herodías.
¡Escuchad, hombres y mujeres, todos cuantos con tales
bailes y tales cantares honráis lo mejor de vosotros mismos! No
son pequeños estos males, aunque parezcan ser indiferentes.
Por eso precisamente son males grandes: porque parecen ser
indiferentes y por ello tampoco se benefician de especial
precaución.
Efectivamente, la enfermedad grande y que se cuida
desaparece; en cambio la que parece pequeña, al ser
descuidada por esto mismo, se hace grande.
¿Qué estás diciendo? ¿Alguien se atreve a meter el baile en
la casa de un fiel y no teme que un rayo de lo alto caiga y todo
lo abrase?
Esto lo digo también a las mujeres, para que hagan entrar en
razón a sus maridos y los aparten de semejante diversión.
Aquel día, la hija de la reina entró y bailó. ¡Dios bendito!
¡Hacia qué gran templanza hiño que se volviera nuestra vida!
Escuchad, fieles, a qué esposo os estáis acercando: al que
adornó con pudor, templanza y recato vuestra vida, muy
degradada antes de esto: lo que entonces la reina no se
avergonzó de hacer, ahora no querría soportarlo una simple
criadita.
Bailó, pues, aquélla, y después del baile cometió otro pecado
más grave: persuadió al mentecato aquel a que le prometiera
con juramento darle lo que ella pidiese.
¿Estáis viendo cómo el juramento hace también mentecatos?
¡Juró él, sin más, darle justamente lo que pidiese!
Pues bien, ¿qué hubiera pasado si ella hubiera pedido su
cabeza? ¿Y qué, si hubiese pedido el reino entero?
Solamente que él de nada de esto era consciente: el diablo
se había presentado junto a él con un fuerte lazo y, en cuanto el
rey acabó el juramento, puso el lazo y extendió la red por todas
las partes, y entonces sugirió aquella petición que haría
inevitable la presa: Dame -dice- sobre una bandeja la cabeza
de Juan el Bautista 36,
¡Desvergonzada la petición! ¡Insensata y fatal la donación!
¡Culpable de ambas, el juramento!
¿Qué se debía, pues, hacer? Recordad lo que yo os decía:
que somos igualmente castigados, tanto si guardamos el
juramento, como si lo violamos.
¿Era necesario dar la cabeza del profeta? ¡En tal caso el
castigo habría sido insoportable!
¿No darla, entonces? ¡Sobrevendría la acusación de
perjurio!
¿Ves cómo el precipicio se abre a uno y otro lado? Dame
-dice- aquí, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.
¡Oh petición maldita! ¡Y sin embargo logró persuadir, y con
ello creía acallar aquella sagrada lengua que, por el contrario,
aún ahora sigue gritando! En efecto, cada día, pero sobre todo
en cada iglesia, a través del Evangelio escucháis a Juan
advertir a gritos: ¡No te es licito tener la mujer de tu hermano!
37 (/Mt/14/03-04).
Cortó la cabeza, pero no cortó la voz. Acalló la lengua, pero
no acalló la reprobación.
10. Ya veis lo que hace el juramento: corta cabezas de
profetas. Viste el cebo: teme tu pérdida. Viste la red: no caigas
en ella.
Sólo que, en adelante, será necesario andar con talento para
evitar que el corte se haga más profundo: en adelante, será
necesario detener la mano y el hierro ensangrentado, y reducir
a silencio el discurso referente a las heridas del perjurio.
Sí, recordad esto y nunca pecaréis: tanto si guardáis el
juramento como si no lo guardáis, seréis igualmente castigados.
¿Dónde están ahora los que decían: «¿Y si juro por un
justo?». Porque, ¿cómo puede esto ser justo, si hay
transgresión de la ley? ¿Cómo justo, si Dios lo prohíbe pero tú
lo haces?
En adelante, empero, soportad que nosotros os vendemos
las heridas, porque incluso el vendaje tiene su tanto de
doloroso. Efectivamente, grave es el castigo, tanto del perjurio
como del juramento guardado, ya antes de nuestra enseñanza:
pero será mucho más grave después de nuestra enseñanza.
Dice, en efecto: Si yo no hubiera venido, ni les hubiera
hablado, no tendrían pecado; mas ahora no tienen excusa de
su pecado 38.
También es posible decir esto refiriéndolo a vosotros: en
adelante, no tendréis disculpa alguna si erráis.
Lo cierto es que ahora el bautismo, aunque encuentre
perjurio, juramento legal, fornicación, adulterio o cualquier otra
maldad, lo limpia y lo purifica todo con el máximo rigor.
¡Ojalá en lo porvenir también vosotros conservéis esta
limpieza, libres ya de toda mancha, y nosotros podamos
participar de alguna confianza por vuestras oraciones! En
adelante, efectivamente, os está permitido rogar también por
vuestros maestros, porque, de hecho, dentro de muy poco vais
a aparecer ante nosotros desde el cielo, resplandeciendo con
mayor luminosidad que las mismas estrellas.
¡Ojalá, pues, todos nosotros participemos, por vuestras
oraciones, de segura confianza delante del tribunal de Cristo,
por el cual y con el cual se dé gloria al Padre, junto con el
Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos!
Amén.
.................................................
1. Esta Catequesis, editada por PAPADOPOULOS, op. cit. pp. 154-156
(del que traduzco), fue pronunciada diez días después de la segunda
durante la cuaresma del año 388 (cf. la n. I de la segunda Catequesis, y
WENGER, Introd., pp. 28-29 y 64); el título es el que presenta el códice de
la Biblioteca Sinodal de Moscú n. 129, del siglo X.
2. Cf. Hb 13, 17.
3. Cf. EX 16, 32-34.
4. Cf. EX 28, 6ss.
5. Quizá alusión indirecta a St 1, 18.
6. Cf. Hb 9, 24.
7. Cf. Hb 10, 19-20; para el significado de «terrible, tremendo»
aplicado a lo sagrado y al bautismo, cf. WEN- GER, Introd., p. 71ss.
8. Traduzco asé el singular prolepsis, probable derivación estoica.
9. Cf. Mt 13, 3ss.
11. Como en otras ocasiones, así traduzco mystikós, según la acepción
originaria del término.
12. Cf. Ga 3, 13 (referencia a Dt. 21, 23).
13. Cf. Rm 6, 6, citado más explícitamente casi a continuación (n 15).
14. Rm 6, 3.
15. Rm 6, 6.
16. Cf. Lc 12, 50; Mt 20, 22; Mc 10, 38: Papadopoulos sugiere la
posibilidad de que sea un agraphon (aparato crítico, p. 158).
17. Mt 20, 20-21.
18. Mt 20, 22; Mc 10, 38.
19. Mt 26, 39.
20. Cf. 1 P 2, 22 (con referencia a Is 53, 9).
21. Cf. Rm 6, 5.
22. Cf. Rm 6, 8.
23. Rm 6, 4.
24. Cf. Mt 8, 6-13; Lc 7, 1-15.
25. Cf. Mt 27, 62-66; Evangelio de Pedro. 30 (ed. de A. DE SANTOS
OTERO, Madrid 1979, B.A.C. 148, pp. 387-388).
26. Cf. Mt 27, 64 y nota anterior.
27. Cf. Is 20, 3-4.
28. Cf. Is 53, 12.
29. Cf. Is 61-1.
30. Sal 67, 19: la versión de los Setenta calca servilmente la
paronomasia o figura etimológica, del hebreo (cf. JOUON, Grammaire de
l'Hebreu biblique, Roma 1965, par. 125 q); san Juan Crisóstomo la hace
suya.
31. Ef 2, 19.
32. Mt 7, 24.
33. Sal 37, 5-6.
34. Nótese la larga enumeración, cuyo fin es poner de relieve la
peligrosidad del juramento.
35. Cf. Mt 14, 6-12.
36. Cf. Mt 14, 8.
37. Cf. Mt 14, 3-4.
38. Jn 15, 22.
CUARTA CATEQUESIS 1
«Del mismo: última Catequesis para los que van a ser
iluminados»
El bautismo como desposorio
1. Hoy es el último día de la Catequesis, por eso yo, el último
de todos, he llegado también al último día, pero al final llego con
el anuncio de que el esposo vendrá dentro de dos días.
¡Pero levantaos, encended vuestras lámparas y recibid con
luz esplendente al rey de los cielos! 2.
Levantaos y velad, porque el esposo no llega a vosotros
durante el día, sino a media noche. Y en efecto, ésta es la
costumbre del cortejo nupcial: que las esposas sean entregadas
a los esposos de anochecida. Pero no os hagáis sin más los
sordos al escuchar la voz de que llega el esposo, porque es una
voz realmente grande y está llena de bondad: no mandó que la
naturaleza de los hombres fuese hacia Él, sino que Él
personalmente se vino junto a nosotros, y es que,
efectivamente, la ley de las nupcias es ésta: que el esposo
venga a la esposa, aunque él sea riquísimo y ella en cambio
pobre y despreciada.
Sin embargo, nada tiene de extraño que esto se dé entre los
hombres. Efectivamente, si en cuestión de mérito la diferencia
puede ser mucha, la diferencia de naturaleza, en cambio, es
nula: por rico que sea el esposo y por indigente y pobre que
sea la esposa, ambos son, con todo, de la misma naturaleza.
Pero, tratándose de Cristo y de la Iglesia, la maravilla está en
que Él, a pesar de ser Dios y tener aquella dichosa y purísima
substancia (¡y sabéis cuánto dista de los hombres!), se dignó
bajar a nuestra naturaleza y, dejando su casa paterna, corrió
hacia la esposa, no con un mero desplazamiento, sino por la
economía de la encarnación.
Conocedor, pues, de esto y maravillado del exceso de
solicitud y de estima, el mismo bienaventurado Pablo a grandes
voces decía: Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre
y se unirá a su mujer: éste misterio es grande, mas yo lo digo
con respecto a Cristo y a la Iglesia 3.
El vestido de la esposa
2. ¿Y qué tiene de admirable el que haya venido a la esposa,
cuando ni siquiera se negó a dar su vida por ella? Y sin
embargo, ningún esposo pone su vida por su esposa, y es que
nadie, ningún enamorado, por loco que esté, se inflama tanto
en el amor de su amada, como Dios se desvive por la salvación
de nuestras almas:
«Aunque tenga que ser escupido -dice-, ser apaleado y
subir a la misma cruz, no me negaré a ser crucificado, con tal de
acoger a la esposa».
Ahora bien, todo esto lo sufrió y lo soportó sin que contara
para nada la admiración de su belleza: en efecto, antes de esto
4, nada era más feo y repulsivo que ella.
Escucha, pues, cómo describe Pablo su disformidad y su
fealdad: Porque también nosotros éramos en otro tiempo
necios, rebeldes, extraviados, esclavos de pasiones y placeres
diversos, aborrecibles y odiándonos los unos a los otros 5.
Unos a otros nos odiábamos (¡tal era la exageración de
nuestra maldad!), pero Dios no nos odió a nosotros, que
mutuamente nos odiábamos, al contrario, salvó a esos mismos
que vivían en tanta fealdad y en tanta disformidad del alma.
Cuando vino y encontró a la que iba a ser conducida como
esposa desnuda y fea, la envolvió con un manto puro, cuyo
resplandor y cuya gloria, ni palabra ni mente alguna podrá
representar.
¡Qué estoy diciendo! ¡Él mismo es el manto con que nos
cubrió: Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo,
de Cristo estáis vestidos! 6.
David, que vio mucho antes este vestido con ojos proféticos,
decía a voz en grito: Está la reina a tu derecha 7.
Ser reina la pobre y rechazada, y ponerse de pie junto al rey,
todo fue uno, y el profeta presenta a la Iglesia y a Cristo como
un esposo con su esposa de pie en el sagrado pórtico: Con
vestido recamado en oro envuelta, adornada con variedad 8.
Mira, también te señaló el vestido. Luego, para que al oír «de
oro» no vengas a dar en las cosas sensibles, de nuevo levanta
él tu mente y la conduce hacia la contemplación de las cosas
inteligibles, cuando añade lo siguiente: Toda la gloria de la hija
del rey está dentro 9.
¿Quieres también ver su calzado? Tampoco éste está cosido
con material sensible, ni se compone de cuero común, sino de
Evangelio y de paz, pues dice: Y calzad vuestros pies con el
aparejo del Evangelio y de la paz 10.
¿Quieres que te muestre también el semblante mismo de la
esposa, fulgurante y de una belleza inconcebible, y la gran
muchedumbre de ángeles y arcángeles que la rodean?
Entonces agarrémonos de la mano de Pablo, el conductor por
excelencia de la esposa, el cual podrá introducirnos hasta ella
abriéndose paso entre la multitud.
¿Qué nos dice, pues, éste? Maridos, amad a vuestras
mujeres como también Cristo amó a la Iglesia y se entregó por
ella, con el fin de santificarla purificándola en el baño del agua
con su palabra 11.
¿Viste la pureza y esplendor de su cuerpo? ¿Viste su
perfecta sazón, más refulgente que los mismos rayos del sol?
Luego añade: Para que sea santa e irreprochable, sin mancha
ni arruga, ni cosa semejante 12,
¿Viste la flor misma de la juventud, la cumbre misma de la
edad? ¿Quieres aprender también su nombre? Fiel se llama, y
santa, pues dice: Pablo, apóstol de Cristo Jesús, a los santos y
fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso 13.
El significado del nombre de fiel
3. Sin embargo, al oír el nombre de la esposa, me acordé de
una antigua deuda, y es que os tenía prometido explicaros por
qué nos llamamos fieles 14.
CR/DOS-OJOS OJOS/CR: ¿Por qué razón, pues, nos lo
llamamos? A nosotros los fieles se nos han confiado cosas que
los ojos de nuestro cuerpo no pueden ver: tan grandes y
terribles son, y exceden a nuestra naturaleza. Efectivamente, ni
un razonamiento humano podrá hallarlas y ni una palabra
humana podrá explicarlas; sin embargo, la sola enseñanza de la
fe sabe bien todo eso. Por lo mismo Dios nos hizo dos tipos de
ojos: los de la carne y los de la fe.
Cuando entres en la sagrada iniciación, los ojos de la carne
verán el agua, en cambio los de la fe mirarán al espíritu;
aquellos contemplarán el cuerpo inmerso, éstos, en cambio, al
hombre viejo sepultado 15; aquellos, la carne lavada, éstos, el
alma purificada; aquellos verán el cuerpo que sale de las aguas,
y éstos al hombre nuevo 16 y radiante que sube de esta
puriflcación.
Y aquellos verán que el sacerdote impone desde arriba su
mano derecha tocando la cabeza; éstos, en cambio,
contemplarán al gran sumo sacerdote que desde los cielos
extiende su invisible mano derecha y toca la cabeza: en realidad
no es un hombre el que entonces bautiza, sino el Hijo unigénito
de Dios en persona.
Y lo que aconteció en la carne del Señor, esto mismo
acontece también en la nuestra. Efectivamente, lo mismo que,
en apariencia, Juan tenía aquélla agarrada por la cabeza, pero
era el Dios Verbo quien realmente la bajaba a la corriente del
Jordán y la bautizaba, y era la voz del Padre la que desde arriba
decía: Éste es mi Hijo amado 17, así también obraba el Espíritu
Santo con su venida.
Y lo mismo acontece también en tu carne, pues el bautismo
se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Y por esta razón Juan decía, al enseñarnos que no nos
bautiza un hombre, sino Dios: Detrás de mi llega el que es más
poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de
su sandalia: Él os bautizará en Espiritu Santo y fuego 18.
Y también por la misma razón el sacerdote, al bautizar, no
dice: «Yo bautizo a Fulano», sino: Fulano es bautizado en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, dando así a
entender que no es él quien bautiza, sino el Padre y el Hijo y el
Espíritu Santo, cuyos nombres se invocan.
Y por idéntica razón también nuestra exposición de hoy se
llama fe y no os permitimos pronunciar ninguna otra cosa antes
de que digáis: «Creo». Esta palabra es un cimiento
inconmovible sobre el que se asienta una edificación inaccesible
a las sacudidas 19. Por eso Pablo dice también: Porque es
necesario que quien se acerca a Dios crea que existe 20.
Y también por esta razón tú, al acercarte a Dios, primero
crees, y luego proclamas esta palabra, porque, si no es ésta,
ninguna otra podrás decir, ni siquiera pensar.
Y por dejar de lado aquella generación inefable y sin testigos,
te presentaré a las claras esta generación de aquí abajo, de la
que muchos fueron testigos, y por la prueba misma de los
hechos te confirmaré la verdad de que, sin la fe, no es posible
aceptar ni siquiera ésta.
El que es infinito, el que todo lo abarca y domina, vino al
útero de una virgen.
¿Cómo, dime, de qué manera? Demostrarlo no es posible,
pero, si acudes a la fe, ella te satisfará del todo: las cosas que
sobrepasan la debilidad de nuestro razonamiento, menester es,
en efecto, confiarlas a la enseñanza de la fe.
El modo de esta generación, ni el mismo Mateo que la
escribió lo sabe. Dijo, efectivamente, que María se halló haber
concebido del Espiritu Santo 21, pero, de qué modo, no lo
enseño.
Tampoco Gabriel lo sabe, pues también él se limitó a decir lo
siguiente: El Espiritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del
Altísimo te cubrirá con su sombra 22, pero el cómo y de qué
manera, ni él mismo lo sabe.
4. Con todo, el discurso sobre la fe lo dejaremos para el
maestro, y en otro momento oportuno nos será también posible
hablaros, cuando estén presentes muchos de los no iniciados;
pero lo que ahora necesitáis escuchar vosotros solos y que no
podemos decir si ellos están mezclados con vosotros, esto es
necesario que os lo diga hoy 23.
Renuncia a Satanás y adhesión a Cristo
¿De qué se trata, pues? Mañana, viernes, y a la hora nona,
será necesario exigiros que pronunciéis ciertas palabras y que
establezcáis pactos con el Señor. Ahora bien, no os he
recordado este día y esta hora sin más, sino porque es posible
sacar de ello alguna enseñanza del misterio.
Y en efecto, el viernes, a la hora nona, entró el bandido en el
paraíso, y se deshizo la oscuridad que había durado desde la
hora séptima hasta la nona 24, y tanto la luz sensible como la
inteligible fue ofrecida entonces como sacrificio por el universo:
entonces, efectivamente, dice Cristo: Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu 25.
Entonces este sol sensible, cuando vio al sol de justicia
resplandecer desde la cruz, apartó sus rayos.
Por tanto, cuando tú también estés a punto de ser
introducido en la hora nona, acuérdate también de la grandeza
de los resultados y calcula estos dones en ti mismo y en
adelante no estarás ya sobre la tierra, sino que te realzarás y
con tu alma tocarás los mismos cielos.
Naturalmente, es preciso que entonces todos vosotros en
común, al ser introducidos (y en efecto, observa también esto:
que todo se os da en común a todos vosotros para que ni el rico
mire por encima del hombro al pobre, ni el pobre piense que
tiene algo inferior al rico, pues en Cristo Jesús no hay varón, ni
hembra, ni escita, ni bárbaro, ni judío, ni griego 26, ya que se
ha eliminado toda desigualdad, no sólo de edad y de
naturaleza, sino también de honor: un solo honor, un solo don,
un solo vínculo de fraternidad entre vosotros: la misma gracia),
es preciso, digo, que al ser introducidos, todos vosotros en
común dobléis la rodilla y no permanezcáis derechos, y con las
manos tendidas hacia el cielo, deis gracias a Dios por este don.
Las sagradas leyes mandan estar de rodillas, de modo que
incluso a través del gesto se pueda confesar la soberanía.
Efectivamente, el doblar la rodilla es propio de los que confiesan
su esclavitud; escucha, si no, lo que dice Pablo: Ante Él se
doblará toda rodilla: de los seres del cielo, de la tierra y de bajo
la tierra 27.
Pues bien, los que inician en los misterios mandan que, al
doblar las rodillas, se digan estas palabras: «¡Renuncio a ti,
Satanás!»
5. Las lágrimas se me han saltado ahora mismo, y tengo
confusa la mente y sollozo con amargura.
¿Por qué razón me he acordado de aquel sagrado día en
que a mí se me juzgó digno de proferir esta venturosa frase, por
la cual fui conducido a la terrible y santa iniciación de los
misterios? ¿Por qué me acordé de la limpieza de entonces y de
todos los pecados que desde aquel día hasta hoy fui
acumulando?
Pues bien, lo mismo que toda mujer que de la riqueza cae en
la más extrema pobreza, cuando ve a otras jóvenes casarse, ser
entregadas a maridos ricos, disfrutar de gran estima y
acompañarse de servidumbre y ostentación, ella sufre dolor y
gran aflicción, no porque envidie los bienes ajenos, sino porque
en los éxitos de las demás percibe con más exactitud las propias
calamidades, así también yo ahora estoy pasando por algo
semejante.
Sin embargo, para no ensombrecer todavía más mi discurso,
si lo que hago es contaros mis propios males, ¡ea!, volvamos de
nuevo a vosotros.
6. «¡Renuncio a ti, Satanás!» ¿Qué ha sucedido? ¿No es
extraño y paradójico? Tú, el miedoso y tembleque, ¿te has
sublevado contra el tirano? ¿Desprecias su crueldad? ¿De
dónde te vino ese atrevimiento?
«¡Tengo un arma poderosa!», dice -¿Qué clase de arma?
¿Qué aliados?- Dime.
«Me adhiero a ti, Cristo, dice. Por eso tengo osadía para
sublevarme, porque tengo un poderoso refugio. Éste me dio
superioridad sobre el diablo: a mí, que ante él temblaba de
miedo. Y por esta razón renuncio, no sólo a él, sino también a
toda su pompa.
POMPAS/CRISOSTOMO: Ahora bien, pompa del diablo es
toda forma de pecado: los espectáculos de iniquidad, los
hipódromos, las reuniones que rebosan de risa y palabras
torpes; pompa del diablo son los auspicios y vaticinios, los
agüeros y los horóscopos, los presagios, los amuletos y los
hechizos.
La cruz tiene el poder de un admirable amuleto y del más
grande hechizo; dichosa el alma que pronuncia el nombre de
Jesucristo crucificado: invoca a éste, y toda enfermedad huirá y
toda asechanza satánica te cederá el terreno.
Acuérdate, pues, de estas palabras: ellas son los pactos
hechos con el esposo. Efectivamente, lo mismo que en las
bodas es necesario cumplimentar los documentos referentes a
los regalos nupciales y a la dote, así también ocurre ahora
antes de las nupcias. Te encontró desnuda, pobre y fea, y no
pasó de largo: únicamente necesita de tu consentimiento. Así,
pues, tú, en vez de la dote, ofrece estas palabras, que Cristo las
tendrá por riqueza inmensa, con tal que tú las cumplas en todo:
su riqueza es, efectivamente, la salvación de nuestras almas.
Escucha cómo lo dice Pablo: Porque rico es para con todos los
que le invocan 28.
La unción con la señal de la cruz
7. Después de estas palabras, después de la renuncia al
diablo y después de la adhesión a Cristo, como convertidos ya
en familiares suyos y que nada tienen ya de común con el
diablo, manda él que inmediatamente sean marcados con el
sello. Y te señala con la cruz sobre la frente.
Efectivamente, puesto que lo propio es que la fiera aquella, al
escuchar tus palabras, se enfurezca más todavía (¡tal es su
desvergüenza!) y quiera saltar sobre tu misma cara, al grabar
con el crisma en tu rostro la cruz, se calma todo su furor. En
adelante no se atreverá ya a mirar de frente a un semblante así,
al contrario, en cuanto vea los rayos que de allí emanan, se
alejará con los ojos deslumbrados.
Ahora bien, la cruz se marca usando el crisma, y este crisma
es a la vez aceite y perfume: perfume para la esposa, aceite
para el atleta.
Y repito: no es un hombre, sino Dios mismo quien te unge
valiéndose de la mano del sacerdote; que es así, escúchalo de
Pablo, que dice: Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y
el que nos ungió, es Dios 29.
Ahora bien, en cuanto esta unción haya ungido todos tus
miembros, podrás someter sin miedo alguno a la serpiente, y
nada malo te pasará.
El bautismo
8. Pues bien, después de esta unción, sólo queda ya bajar a
la piscina de las santas aguas.
Entonces el sacerdote, despojándote del vestido, él mismo te
introduce en la corriente.
¿Por qué desnudo? Te hace recordar tu primera desnudez,
cuando estabas en el paraíso y no te avergonzabas, pues dice:
Adán y Eva estaban desnudos, y no se avergonzaban 30, hasta
que tomaron el manto del pecado, todo él impregnado de
vergüenza.
Tú, empero, no te avergüences ni siquiera entonces, pues la
piscina es mucho mejor que el paraíso: no está allí la serpiente,
sino que allí está Cristo que te inicia en los misterios llevándote
a la regeneración por el agua y el Espíritu.
Tampoco hay allí árboles deliciosos a la vista, pero allí están
los carismas espirituales. No está allí el árbol de la ciencia del
bien y del mal 31, ni la ley ni los mandamientos, pero sí la gracia
y los dones: Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros,
pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia 32.
9. Mas, ya que escuchasteis con tanto placer lo que os he
dicho, voy a pediros a cambio una sola cosa, la misma que os
pedí al principio.
Cuando bajéis a la piscina de aquellas aguas, acordaos de
mi indignidad 33.
Esto mismo os pedí recientemente, cuando os recordé a
José, que decía al copero mayor: Acuérdate de mi cuando te
vaya bien 34.
También yo os dije al principio: «Acordaos de mí cuando os
vaya bien». Pero ahora no digo: «Acordaos de mí cuando os
vaya bien», sino: «Acordaos de mí, puesto que os ha ido bien».
También aquel decía: Acuérdate, porque yo no hice nada malo
35; yo en cambio digo: «Acordaos de mí, porque hice muchos y
graves males».
Todos vosotros ahora tenéis una gran confianza con el Rey:
a vosotros os enviamos como comunes legados en favor de la
naturaleza de los hombres. No le lleváis como ofrenda una
corona de oro, sino una corona de fe: os recibirá con gran
benevolencia.
Pedid, pues, por la común madre de todos, para que sea
inconmovible e inmune a las sacudidas; también por el sumo
sacerdote, gracias a cuyas manos y voz alcanzáis estos bienes.
Regatead mucho con Él en favor de los sacerdotes que
comparten nuestra sede, y en favor de todo el género humano,
de modo que nos perdone, no las deudas de riquezas, sino las
de los pecados.
Que sean comunes los éxitos: mucha es vuestra confianza
con el Señor, y Él os acogerá con un beso.
El beso santo
10. Mas ya que hemos mencionado el beso, quiero también
hablaros ahora sobre él. Siempre que estamos a punto de
acercarnos a la sagrada mesa, se nos manda besarnos
mutuamente y acogernos con el santo saludo.
¿Por qué razón? Puesto que estamos separados por los
cuerpos, en aquella ocasión entrelazamos nuestras almas unas
con otras mediante el beso, de modo que nuestra reunión sea
tal cual lo era aquella de los apóstoles, cuando el corazón y el
alma de los fieles eran uno solo 36. Así, efectivamente, es
preciso que nos lleguemos a los sagrados misterios:
estrechamente unidos los unos con los otros.
Escucha lo que dice Cristo: Si traes tu ofrenda al altar, y allí
te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, marcha,
reconcíliate primero con tu hermano y entonces ven y ofrece tu
presente 37.
No dijo: «Primero ofrece», sino: «Reconcíliate primero, y
entonces ofrece».
Por esto mismo nosotros también, con el don delante,
primero nos reconciliamos mutuamente, y entonces nos
acercamos al sacrificio.
Pero hay además otra razón misteriosa de este beso.
BESO-SANTO: El Espíritu Santo nos hizo templos de Cristo
38, y así, al besarnos mutuamente en la boca, besamos con
ternura los umbrales del templo. Que nadie, pues, haga esto
con perversa conciencia, con mente engañosa, porque el beso
es santo, pues dice: Saludaos mutuamente con el santo beso
39.
Con todo esto presente en la memoria, guardemos en todo
momento la adhesión, la renuncia y la confianza con que ahora
nos ha agraciado el Señor, y conservémosla sin mancha y pura,
para que podamos salir con gran gloria al encuentro del Rey de
los cielos y nos consideren dignos de ser arrebatados en la
nube y aparecer merecedores del reino de los cielos. Que todos
nosotros podamos alcanzarlo por la gracia y bondad de nuestro
Señor Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos.
Amén.
.................................................
1. Publicada también por PAPADOPOULOS (op. cit. pp. 166-175), es la
pronunciada el Jueves Santo del año 388 (cf. WENGER, Introd., pp. 30 y
34); como en la Catequesis precedente, el título es el atestiguado por el
códice de la Biblioteca Sindodal de Moscú n. 129.
2. Probable alusión a la parábola de las diez vírgenes, Mt 25 1-13.
3. Ef 5, 31-32.
4. Es decir, antes del desposorio.
5. Tt 3, 3.
6. Ga 3, 27.
7. Cf. Sal 44, 10.
8. Ibid.
9. Cf. Sal 44, 14.
10. Ef 6, 15; es alusión clara a Is 52, 7.
11. Ef 5, 25-26.
12. Ef 5, 27.
13. Ef 1, 1.
14. Cf. supra, Catequesis 1.
15. Cf. Ef 4, 22; «inmerso» = bautizado.
16. Cf. Ef 4, 24.
17. Mt 3, 17.
18. Cf. Jn 1, 27; Lc 3, 16.
19. Así traduzco asáleuton.
20. Hb 11, 6.
21. Mt 1, 18.
22. Lc 1, 35.
23. En tiempos de san Juan Crisóstomo todavía estaba vigente la clara
distinción entre bautizados y catecúmenos; estos últimos no eran
admitidos a la celebración del misterio eucarístico.
24. Cf. Lc 23, 43-44.
25. Lc 23, 46.
26. Cf. Col 3, 11.
27. Cf. Flp 2, 10.
28. Rm 10, 12: la repetición de epi pántas probablemente se debe a un
error de transcripción, pues la tradición manuscrita no la atestigua; por
eso no la traducimos.
29. 2 Co 1, 21.
30. Gn 2, 25.
31. Cf. Gn 2, 9, que en la versión de los Setenta: xylon tou eidénai
gnoston sigue literalmente la expresión he- brea; san Juan Crisóstomo ha
omitido el infinitivo sustantivado.
32. Rm 6, 14.
33. Así traduzco eutéleia, título de humildad, corriente ya en esta época.
34. Gn 40, 14; cf. supra, Catequesis II, c. 1.
35. Cf. Gn 40. 15.
36. Cf. Hch 4, 32.
37. Mt 5, 23-24.
38. Cf. 1 Co 3, 16; 6, 19.
39. 1 Co 16, 20.
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QUINTA CATEQUESIS 1
«Catequesis primera para los que van a ser iluminados».
El bautismo como matrimonio espiritual
1. Tiempo de gozo y de alegría espiritual es el presente, pues
ved llegados los por nosotros tan deseados y queridos días de las
nupcias espirituales. Porque nadie podría decirse que yerra quien
llama nupcias a lo que ahora acontece, y no sólo nupcias, sino
también leva admirable y sorprendente.
Y no vaya alguien a pensar que lo dicho sea contradictorio;
escuche más bien al maestro del universo, al bienaventurado
Pablo, que se sirve de ambas imágenes cuando en cierto momento
dice: Os he desposado a un solo marido, para presentaros a Cristo
como virgen intacta 2; Y en otro, como si estuviera armando a
soldados que van a partir para la guerra, les dice también:
Revestíos la armadura de Dios, para que podéis resistir a las
insidias del diablo 3.
2. Realmente 4 hay alegría hoy en el cielo y en la tierra, porque,
si tan grande es el contento que se da por un solo pecador que se
convierte 5, ¡por tamaña muchedumbre que a una se ríe de los
lazos del diablo y a una se apresura a inscribirse en el rebaño de
Cristo, cuánto mayor no será la alegría que habrá entre los
ángeles y los arcángeles, entre todas las potestades de arriba y
entre todas las creaturas de la tierra!
3. Pues bien, tratemos de hablaros como a una esposa que
está a punto de ser introducida en el tálamo, y a la vez que os
vamos mostrando la enorme riqueza del esposo y la indecible
bondad de que hace gala para con ella, le mostraremos a ella
también de qué males la han librado y de qué bienes va a disfrutar.
Y si os parece, examinemos en primer lugar lo referente a ella, y
veamos en qué situación está, y cómo se halla dispuesta cuando el
esposo se le acerca.
Porque de esta manera será como mejor se mostrará la infinita
bondad del común soberano de todas las cosas.
Efectivamente, no la acogió por estar enamorado de su buena
estampa, de su belleza o de la lozanía de su cuerpo, al contrario,
aunque disforme, fea, indigna, sucia a más no poder y, por así
decirlo, poco menos que revolcándose en el lodazal de sus
pecados, así fue cómo la hizo entrar en la alcoba nupcial.
4. Sin embargo, al escuchar de mí estas palabras, que nadie
caiga en una crasa interpretación material, pues nuestro discurso
versa sobre el alma y sobre su salvación. Y es que ni siquiera el
bienaventurado Pablo, aquella alma cuya altura toca el cielo,
cuando decía: Os he desposado a un solo marido, para
presentaros a Cristo como virgen intacta 6, no quería darnos a
entender otra cosa sino que había unido, como virgen intacta a
Cristo, las almas que se acercan a la piedad.
5. Por consiguiente, puesto que sabemos muy bien esto,
aprendamos con toda claridad cuál fue la anterior fealdad del
alma, para que admiremos la bondad del Señor. Efectivamente,
¿qué mayor disformidad podía haber que la de esta alma que,
abandonando su propia dignidad y olvidándose de su noble
nacimiento de arriba, hace alarde de su culto a los ídolos de piedra
y madera, a los animales irracionales y a objetos aun más
indignos, y por efecto del grasiento vapor de la sangre sucia y del
humo 7, sigue acrecentando su fealdad? Porque de ahí nace
luego el abigarrado enjambre de los placeres, las orgías, las
borracheras, los desenfrenos 8: de todas las desvergonzadas
conductas que son la alegría de los demonios a los que sirven.
6. Pero el Señor en su bondad, al ver al alma en semejante
estado y, por así decirlo, abismada en el fondo mismo del mal, sin
tener en cuenta su fealdad, ni el exceso de su miseria, ni la
enormidad de sus males, la acogió desnuda y desheredada,
mostrando así el exceso de su propia bondad. Y tal disposición la
pone de manifiesto cuando por medio del profeta, dice: Escucha,
hija, mira e inclina tu oído: olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y
el rey se prendará de tu belleza 9.
7. Ya ves cómo muestra su peculiar bondad desde los mismos
comienzos, pues se digna llamar hija a la que así se había
rebelado y se había entregado a los impuros demonios. Y no sólo
esto, sino que tampoco pide cuentas de las faltas cometidas, ni
exige satisfacción, antes bien, únicamente la anima y exhorta a
aplicar el oído y a aceptar la exhortación y el aviso, y la ordena
que se olvide de lo ya hecho.
8. ¿Has visto la inefable bondad? ¿Ves la exageración de su
solicitud? Porque el santo David decía aquello entonces como
hablando a todo el universo, que se hallaba en mala situación,
pero ahora es el momento oportuno de que también nosotros,
dirigiéndonos a los que desean el yugo de Cristo y acuden
corriendo a esta leva espiritual, gritemos esto mismo y digamos a
cada uno de los aquí presentes, cambiando un poquito el dicho del
profeta: «Olvidaos, vosotros, los nuevos soldados de Cristo, de
todo lo anterior: dad al olvido las malas costumbres. Escuchad y
aplicad el oído, y haced caso de este óptimo aviso».
9. Escucha, hija -dice-, y mira, e inclina tu oído: olvida tu pueblo
y la casa de tu padre 10.
Ya ves que el profeta dirigió a todo el universo la misma
exhortación que hoy dirigimos, también nosotros, a vuestra
caridad, pues, al decir: Olvida tu pueblo, quiso dar a entender la
idolatría, el error y el culto a los demonios; y la casa -dice- de tu
padre: esto es, olvida tu anterior comportamiento que te condujo a
esta disformidad. Olvídate de todo ello, y arroja de tu mente todo
preconcepto de esa índole.
Porque, con sólo que hagas esto y renuncies a tu pueblo y a la
casa de tu padre, es decir, a la vieja levadura y a la maldad en que
habías consumido y destruido la lozanía de tu alma junto con la del
cuerpo, el rey se prendará de tu belleza.
10. ¿Estás viendo, querido, que se trata del alma?
Efectivamente, la fealdad natural del cuerpo nunca podría
cambiarse en belleza, pues el Señor dispuso que lo natural fuese
inamovible e inmutable. En cambio, por lo que hace al alma, esa
mutación es factible, incluso muy fácil. ¿Cómo y por qué? Porque
en todo depende de la libre elección, y no de la naturaleza 11, y
por eso es posible que incluso el alma más disforme y sumamente
fea, si con todas sus fuerzas quiere cambiar, vuelva a alcanzar la
cima de la belleza y ser de nuevo hermosa y bella, lo mismo que, si
se abandona, puede hundirse otra vez en la fealdad más extrema
12.
Así pues, el rey se prendará de tu belleza, si olvidas lo anterior:
tu pueblo -dice- y la casa de tu padre.
El gran misterio del matrimonio
11. ¿Ves la bondad del Señor? Por tanto, no en vano ni a bulto
comencé mi discurso llamando matrimonio espiritual a este
acontecimiento.
Y es que, efectivamente, en el matrimonio carnal es imposible
que la doncella se una al marido si no es olvidándose antes de sus
padres y de quienes la han criado, y transfiriendo su entera
voluntad al esposo que va a unirse con ella 13.
Por eso también el bienaventurado Pablo, al topar con este
tema, llamó al asunto misterio. Efectivamente, después de haber
dicho: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se
unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne, tras considerar la
grandeza del hecho, exclamó estupefacto: ¡Gran misterio es éste!
14.
12. Y en efecto, grande es, en verdad. Porque, ¿qué
entendimiento humano podrá comprender la naturaleza de este
hecho, cuando se piensa, efectivamente, que la joven,
amamantada y guardada en su aposento y objeto de tanta solicitud
por parte de sus padres, cuando llega la hora del casamiento, de
golpe y en un solo instante se olvida de los dolores maternos en su
alumbramiento, de todos los demás cuidados, de su vida en
común, del lazo del amor y de todo, en fin, y toda su voluntad la
transfiere a aquel a quien ella nunca viera antes de esa misma
anochecida 15, y se produce un cambio de la situación tan
considerable que, en adelante, él es todo para ella y le considera
padre, madre, esposo y cuanto se quiera, y no tiene el menor
recuerdo de quienes la criaron durante tantos años, y en cambio
es tan fuerte la unión que, en adelante, ya no son dos, sino uno
solo?
13. Previendo esto mismo con su mirada profética, decía el
primer hombre: Ésta se llamará mujer, porque del varón ha sido
tomada. Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se
juntará a su mujer, y los dos serán una sola carne 16.
Lo mismo podría decirse también del varón: también él se olvida
de los que le engendraron y de la casa paterna, y se une y se
pega a la que en ese mismo anochecer se casa con él.
Y la divina Escritura, para mostrarnos el rigor de la convivencia,
no dice: Se unirá a la mujer, sino: Se juntará 17 a su mujer.
Y no se contenta con esto, sino que añade: Y serán los dos una
sola carne. Por eso Cristo, al aducir este testimonio, decía: De
modo que ya no son dos, sino una sola carne 18.
¡Tan intensa -dice- se hace la unión y la conjunción, que los dos
son una sola carne! ¿Qué entendimiento, dime, podrá imaginar
esto, qué pensamiento comprender lo acontecido? ¿Acaso no
decía bien aquel bienaventurado maestro del universo que esto es
un misterio? Y tampoco dijo simplemente «un misterio», sino: ¡Gran
misterio es éste!
14. Por consiguiente, si en el campo de las realidades sensibles
el matrimonio es un misterio, y un gran misterio, ¿qué podría
decirse que fuera digno de este matrimonio espiritual?
Por lo demás, mira exactamente como, por ser todo esto de
índole espiritual, los hechos ocurren al revés que en las realidades
sensibles. Efectivamente, en el matrimonio carnal, a nadie se le
ocurriría aceptar el tomar una mujer sin antes haberse afanado en
indagar sobre su belleza y la lozanía de su cuerpo, y no sólo eso,
sino también, y antes que nada, sobre el buen estado de su
fortuna.
15. Aquí, en cambio, nada de eso. ¿Por qué? Porque lo que se
realiza es de índole espiritual, y nuestro esposo se apresura a
salvar nuestras almas empujado por su bondad. Efectivamente,
aunque uno sea disforme y horriblemente feo, aunque sea pobre
de solemnidad y de bajo nacimiento, aunque sea un esclavo, un
desecho y un tarado corporal, y aunque uno ande abrumado con
fardos de pecados, Él no para mientes, en sutilezas, ni indaga, ni
pide cuentas.
Es un don gratuito, es generosidad, es gracia soberana, y de
nosotros solamente pide una cosa: el olvido del pasado y la buena
disposición en lo por venir.
El contrato y los regalos del matrimonio espiritual
16. ¿Ves qué exceso de gracia? ¿Ves a qué esposo se unen
los que obedecen a la llamada? Pero veamos también, si os
parece, los comienzos de este matrimonio espiritual.
De igual manera que en los matrimonios carnales se concluye
un contrato de dote y se hace entrega de regalos, aportando unos
el esposo y otros la que se va a casar, naturalmente era preciso
que también aquí se diera algo parecido. Efectivamente, el
pensamiento de las realidades corporales hay que trasladarlo a las
más divinas y espirituales.
Por consiguiente, ¿cuáles son aquí los contratos dotales? ¿Y
qué otra cosa pueden ser, si no son la obediencia y los pactos que
van a concluirse con el esposo?
¿Y qué regalos son justamente los que aporta el esposo antes
de la boda? Escucha al bienaventurado Pablo, que nos lo enseña
y dice así: Maridos, amad a vuestras mujeres como también Cristo
amó a la Iglesia y se entregó por ella, con el fin de santificarla
purificándola en el baño del agua con su palabra, para prepararse
una Iglesia radiante de gloria, sin mancha ni arruga ni nada
parecido 19.
17. ¿Ves la grandeza de los regalos? ¿Ves el indecible exceso
de amor?
¡Cómo también Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella!
Nadie hubiera aceptado jamás tal cosa, ¡derramar su sangre por la
que va a unirse a él! Y, sin embargo, el bondadoso Señor,
imitando su propia bondad, aceptó tamaña y descomunal proeza
por causa del mimo con que envuelve a su esposa, para
santificarla por medio de su propia sangre y poner ante sí radiante
de gloria a la Iglesia, purificada con el baño del bautismo.
Por eso derramó su sangre y sufrió la cruz, para otorgarnos por
ese medio la gracia de la santificación, purificarnos mediante el
baño de la regeneración y poner ante sí radiante de gloria y sin
mancha ni arruga, ni nada parecido, a los que antes eran objeto
de desprecio y no podían tener la más mínima confianza.
18. ¿Estás viendo cómo, al decir: Con el fin de purificarla y
prepararse una Iglesia radiante de gloria, sin mancha ni arruga,
nos hizo saber la impureza en que se hallaba antes?
Si reflexionáis, pues, sobre todo esto, vosotros, los nuevos
soldados de Cristo, no os fijéis en el tamaño de vuestros propios
males, ni tengáis en cuenta el exceso de vuestros pecados; mejor
aun, aunque logréis calcularlo con exactitud, no por eso vaciléis, al
contrario: sabedores como sois de la munificencia del Señor, del
exceso de su gracia y de la grandeza de su don, todos cuantos
habéis sido considerados dignos de recibir aquí el derecho de
ciudadanía, acercaos con la mayor buena voluntad y, renunciando
a todo lo pasado, empeñad sin reservas vuestra mente en
demostrar vuestro cambio.
La profesión de fe en la Trinidad
19. Y ya que conocéis bien vuestra disposición y vuestro estado
al acercarse a vosotros el Señor sin pediros cuentas de vuestras
fechorías y sin hacer averiguaciones de vuestros pecados,
contribuid también vosotros personalmente confirmando vuestra
confesión de fe en El, no tan sólo con la lengua, sino también con
la mente. Porque -dice- con el corazón se cree para lograr la
justicia, en cambio con la boca se confiesa la fe para conseguir la
salvación 20.
Efectivamente, es necesario que el pensamiento esté
sólidamente arraigado en la piedad de la fe, y que la lengua
proclame por medio de la confesión de fe la firmeza del
pensamiento.
20. Por consiguiente, ya que el fundamento de la piedad es la
fe, ¡ea!, dialoguemos juntos un poco sobre ella, para que, una vez
puesto el cimiento inquebrantable, podamos luego levantar con
seguridad todo el edificio.
Es, pues, obligatorio que los que se alistan en esta particular
milicia, la espiritual, crean en el Dios del universo, el Padre de
nuestro Señor Jesucristo, causa de todas las cosas, el inefable, el
incomprensible, el que no puede ser explicado con la palabra ni
con la mente, el que creó todas las cosas por amor al hombre y
por bondad.
21. Y también en nuestro Señor Jesucristo, su único Hijo, en
todo semejante e igual al Padre, con una semejanza de total
identidad con Él, consubstancial, pero manifestado en su propia
persona 21, que de Él procede de manera misteriosa, anterior a
los tiempos y creador de los siglos todos, pero que en los últimos
tiempos y por causa de nuestra salvación tomó la forma de
esclavo, se hizo hombre, convivió con la naturaleza humana, fue
crucificado y resucitó al tercer día.
22. Porque es necesario que tengáis estas verdades clavadas
en vuestra mente, para no ser juguete de los engaños diabólicos,
antes bien, en caso de que los hijos de Arrio 22 quieran poneros la
zancadilla, vosotros sepáis con toda claridad que debéis taparos
los oídos para todo cuanto ellos os digan y a la vez responderles
con toda libertad mostrándoles que el Hijo es igual al Padre según
la substancia. Él mismo, efectivamente, es quien ha dicho: Igual
que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el
Hijo da vida a los que quiere 23, y en todo está mostrando que
tiene el mismo poder que el Padre.
Y si desde otro lado Sabelio 24 quiere corromper las sanas
creencias, amuralla también contra él tus oídos, querido, y
enséñale que la substancia del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo es una, ciertamente, pero que las personas son tres. En
efecto, ni el Padre podría ser llamado Hijo, ni el Hijo Padre, ni el
Espíritu Santo otra cosa que esto mismo, y sin embargo, cada uno,
permaneciendo en su propia persona, posee el mismo poder.
23. Porque es necesario que en vuestra mente se clave lo
siguiente: que el Espíritu Santo es de la misma dignidad, como
Cristo decía también a sus discípulos: Id, haced discípulos de
todas las naciones, y bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo 25.
24. DOGMAS/RAZON/CRISOS: ¿Ves qué cabal profesión de
fe? ¿Ves qué doctrina, sin ambigüedad alguna? Que nadie te
turbe en adelante introduciendo en los dogmas de la Iglesia
averiguaciones de sus propios razonamientos y queriendo
enturbiar las rectas y sanas creencias. Rehuye más bien la
compañía de tales gentes, como el veneno de las drogas.
Efectivamente, peores que éste son aquellos, pues el veneno
detiene su daño en el cuerpo, y en cambio aquellos echan a
perder la misma salvación del alma.
Por eso ya de entrada y desde el principio conviene que
rehuyáis las conversaciones de esa índole con ellos, sobre todo
hasta que, andando el tiempo y bien equipados ya con armas
espirituales, cuales son los testimonios sacados de la divina
Escritura, podáis vosotros amordazar su lengua desvergonzada.
El yugo de Cristo manso y humilde de corazón
25. Y es que, sobre los dogmas de la Iglesia, queremos que
mostréis esa misma exactitud, y que los tengáis bien fijos en
vuestras mentes.
Ahora bien, como quiera que quienes hacen gala de una fe así
conviene que resplandezcan también por la conducta en las obras,
se hace necesario enseñar también sobre esto a los que van a ser
considerados dignos del regio don, y así sabréis que no hay
pecado tan grande que pueda vencer a la generosidad del Señor.
Al contrario, ya puede uno ser un lujurioso, un adúltero, un
afeminado, un invertido, un prostituido, un ladrón, un avaro, un
borracho o un idólatra: el poder del don y la bondad del Señor son
tan grandes, que pueden hacer desaparecer todo eso y volver
más resplandeciente que los rayos del sol al que muestra un
mínimo de buena voluntad.
26. Considerando, pues, el don superexcelso de la bondad
divina, id preparándoos ya, no sólo para absteneros del mal, sino
también para la práctica de las buenas obras, pues a ello os
exhorta también el profeta cuando dice: Apártate del mal y haz el
bien 26.
Y el mismo Cristo, a su vez, dirigiéndose a toda la humana
naturaleza, decía: Acercaos a mi todos los que estáis cansados y
abrumados, que yo os aliviaré; cargad con mi yugo sobre vosotros
y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y
encontraréis alivio para vuestras almas 27.
27. ¿ Visteis mayor sobreabundancia de bondad ? ¿Veis la
generosidad de la llamada;
Acercaos a mi -dice- todos los que estáis cansados y
abrumados: ¡Amorosa la llamada! ¡Inefable la bondad!
Acercaos a mi todos: no solamente los que mandan, sino
también los mandados; no solamente los libres sino también los
esclavos; no solamente los hombres, sino también las mujeres; no
solamente los jóvenes, sino también los ancianos; no solamente
los de cuerpo sano, sino también los lisiados y tullidos, todos -diceacercaos.
Tales son, efectivamente, los dones del Señor: no conoce
diferencia entre esclavo y libre, ni entre rico y pobre, sino que toda
esta desigualdad está desechada: Acercaos -dice- todos los que
estáis cansados y abrumados.
28. Mira a quienes llama: a los que se han agotado por
completo en las iniquidades, a los que están abrumados por los
pecados, a los que ni siquiera pueden ya levantar la cabeza, a los
que están muertos de vergüenza, a los que más privados están de
confianza para hablar 28.
¿Y por qué los llama? No para pedirles cuentas, ni para
establecer un tribunal. Entonces, ¿para qué? Para hacerles
descansar de su fatiga, para quitarles su pesada carga.
Y es que, ¿podría darse algo más pesado que el pecado? Éste,
efectivamente, por más que tantas veces nosotros no lo sintamos o
queramos ocultarlo al común de las gentes, es el que despierta
contra nosotros al juez incorruptible que es nuestra conciencia, y
ella, en perenne alerta, va haciendo que nuestro dolor sea
continuo, como un verdugo que desgarra y ahoga a la mente,
mostrando así la enormidad del pecado.
«A los que están, pues, abrumados por el pecado -dice- y como
doblegados por una carga, a éstos los aliviaré agraciándoles con
el perdón de sus pecados. Unicamente, ¡acercaos a mí!».
¿Quién será tan de piedra, quién tan empecinado que no
obedezca a una llamada tan bondadosa?
29. Luego, para enseñarnos también de qué modo alivia,
añadía: Cargad con mi yugo sobre vosotros. «Entrad -dice- bajo mi
yugo. Pero no os asustéis al oír yugo, porque este yugo ni roza el
cuello ni hace abajar la cabeza, al contrario, enseña a pensar en
las cosas de arriba y forma en la verdadera filosofía» 29.
Cargad con mi yugo sobre vosotros, y aprended: «Unicamente,
entrad bajo el yugo y aprended. Aprended, es decir: aplicad el
oído, para poder aprender de mi».
«Efectivamente, no voy a exigir a vosotros nada pesado:
vosotros, mis esclavos, imitadme a mí, vuestro amo; vosotros, que
sois tierra y polvo, emuladme a mí, hacedor del cielo y de la tierra,
creador vuestro: Aprended de mi, que soy manso y humilde de
corazón.
La imitación de Cristo
30. ¿Ves la condescendencia del Señor? ¿Ves su inconcebible
bondad? No nos ha exigido algo pesado y odioso. Efectivamente,
no dijo: «Aprended de mí que obré prodigios, que resucité
muertos, que hice milagros»: todo esto era propio únicamente de
su poder.
Entonces, ¿qué? Aprended de mi, que soy manso y humilde de
corazón, y encontraréis alivio para vuestras almas.
¿Ves cuán grandes son el provecho y la utilidad de este yugo?
Por tanto, el que haya sido considerado digno de entrar bajo
este yugo y es capaz de aprender del Señor a ser manso y
humilde de corazón obtendrá para su alma todo el alivio. Éste es,
efectivamente, el punto capital de nuestra salvación: quien es
poseedor de esta virtud, aunque esté unido al cuerpo, podrá
rivalizar con los poderes incorpóreos y no tener ya nada en común
con lo presente.
31. En efecto, el que imita la mansedumbre del Señor no se
irritará ni se soliviantará contra su prójimo.
Y si alguien la emprende a golpes con él, dirá: Si he hablado
mal, muestra en qué está la falta, pero, si he hablado bien, ¿por
qué me pegas? 30.
Y si alguien le moteja de endemoniado, responde: ¡Yo no tengo
demonio! 31, y nada de cuanto se aduzca logrará hincar el diente
en él.
Este hombre desdeñará toda gloria de la vida presente, y nada
de lo visible le cautivará: en adelante poseerá, efectivamente,
otros ojos.
El que se ha hecho humilde de corazón jamás podrá envidiar los
bienes del prójimo. Un hombre así no robará, ni será avaro, ni
ansiará riquezas, al contrario, incluso dejará lo que tiene y pondrá
de manifiesto su gran compasión para con su semejante. Tampoco
arruinará el matrlmomo ajeno.
Y es que quien entra bajo el yugo de Cristo y aprende a ser
manso y humilde de corazón pondrá de manifiesto en cada
circunstancia toda virtud e irá siguiendo las huellas del Señor.
32. Entremos, pues, bajo este provechoso yugo y echémonos
encima esta ligera carga, y así podremos también hallar descanso.
El que entra bajo este yugo debe olvidarse por completo de su
antigua conducta y mostrar rigurosa vigilancia de los ojos, porque,
dice: El que fija su mirada en una mujer para desearla, ya adulteró
con ella en su corazón 32. Por eso es necesario imponer
seguridad a las sensaciones visuales no sea que a través de ellas
trepe la muerte.
Pero no sólo de los ojos, que también de la lengua es preciso
mostrar mucha vigilancia, pues muchos -dice- cayeron a filo de
espada, mas no tantos como los caidos por obra de la lengua 33.
Preciso es también refrenar las demás pasiones que se van
engendrando, asentar la mente en la calma y desterrar la cólera, la
ira, el rencor, la enemistad, la envidia, los deseos aberrantes, toda
clase de libertinaje y todas las obras de la carne, que son, dice,
34: adulterio, fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
hechicería, enemistad, discordia, envidias, borracheras, orgías.
33. Es, pues, necesario 35 eliminar todo esto y empeñarse en
conseguir el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, entereza de
ánimo, agrado, honradez, bondad, mansedumbre, templanza 36.
Si así purificamos nuestra mente, haciéndonos eco de las
enseñanzas de la piedad 37, ya desde ahora podremos ponernos
totalmente a punto y así hacernos dignos de recibir el don en toda
su grandeza y de guardar los bienes que nos han dado.
El verdadero adorno de la mujer
34. Que nadie en adelante se me inquiete por los adornos
externos, ni por la fastuosidad de los vestidos, sino que todo el
cuidado se trasmude al embellecimiento del alma, de modo que su
belleza resulte más radiante. ¡Fuera de mi vista los trajes de seda,
las borlas 38, los collares de oro! Porque el mismo maestro del
universo, buen conocedor de la blandura del natural femenino y de
su lábil voluntad, no vaciló en dar órdenes también sobre estas
cosas.
¿Qué digo: que no rehusó enseñarnos sobre estas cosas? Al
aconsejar sobre los atavíos 39, dice a voz en grito: Sin trenzas en
el pelo, sin oro, sin perlas ni trajes suntuosos, como si más o
menos quisiera enseñarnos esto: «Mujer, ¿quieres acicalarte para
ser requebrada de cuantos te miren? 40. Yo voy a incitar, no ya a
los hombres, tus congéneres, sino al mismo Señor del universo,
para que te alabe y te aclame.
35. Y ya que el Apóstol desechó el atavío ese que se compone
de trenzas, de oro, de perlas y de trajes suntuosos, veamos ahora
qué clase de adorno le atribuye.
Efectivamente, ese adorno que se compone de oro y de
vestidos, aunque logre algún tanto encantar a la que se los pone,
con el tiempo se desgasta. ¿Digo que se desgasta? ¡Incluso antes
de que el tiempo lo desgaste excita la mirada de los envidiosos e
invita a los malhechores a robarlo!
En cambio, el adorno que el Apóstol le atribuye no se puede
robar, ni se desgasta, ni falta: permanece con nosotros acá y es
compañero de viaje allá, y nos proporciona una gran confianza 41.
36. Pero es preciso escuchar las palabras mismas del Apóstol.
¿Qué dice, pues? Sino como conviene a mujeres que se profesan
piadosas: con buenas obras 42.
«Pórtate -dice- de manera digna de tu profesión: adórnate con
las buenas obras. Que la práctica del bien sea imitación de tu
profesión: profesas la piedad para con Dios, practica lo que le
agrada: las buenas obras».
Pero, ¿qué significa: con buenas obras? Quiere decir el
conjunto integral de la virtud: el desdén por los bienes presentes,
el deseo de los futuros, el desprecio de las riquezas, la abundancia
generosa para con los pobres, la modestia, la mansedumbre, la
filosofía 43, el sosiego y la paz del alma, y el rechazo de cualquier
arrebato de pasión por la gloria de la vida presente, manteniendo
en cambio la mirada tensa hacia arriba, estando continuamente
preocupado por las cosas de allá y anhelando la gloria de allá.
37. Mas, como quiera que ahora estoy dirigiéndome sobre todo
a las mujeres, quiero además hacerles a ellas alguna otra
recomendación, de modo que, junto con otras cosas, puedan
abstenerse también de la nociva costumbre de enjalbegarse la
cara y de usar postizos como si la creación fuera defectuosa, para
no ultrajar al Creador.
Pues, ¿qué haces, mujer? ¿Es que, efectivamente, a fuerza de
cosméticos y de coloretes puedes añadir algo a tu belleza natural o
cambiar tu fealdad natural? Por esos medios no añadirás nada a
aquélla, y en cambio destruirás la belleza de tu alma, porque este
desmedido esmero es testimonio de la molicie interior.
Sobre todo, por ese medio, vas acrecentando enormemente el
fuego contra ti misma, pues excitas las miradas de los jóvenes, te
llevas los ojos de los licenciosos y creas perfectos adúlteros, con lo
que te haces responsable de la ruina de todos ellos.
38. Por tanto, lo conveniente y provechoso es abstenerse por
completo de eso. Pero, si se niegan las que son presa de esa mala
costumbre, que por lo menos se abstengan cuando se llegan a la
casa de oración.
Pues, dime, ¿por qué te arreglas así cuando vienes a la iglesia?
¡No será porque sea esa la belleza que busca el que tú vienes a
adorar y a quien vas a confesar tus pecados!
La belleza que Él busca es la interior, la práctica de las buenas
obras: la limosna, la templanza, la compunción, la fe rigurosa.
En cambio tú, dejando todo esto, te propones hacer caer a
muchos desidiosos, incluso en la iglesia. ¿Y cuántos rayos no
merece esto?
¡Estás atracando en el puerto, y tú misma te propones un
naufragio! ¡Acudes al médico para curar tus llagas, y vuelves con
ellas agrandadas! ¿Qué perdón tendrás en adelante?
Pero si antes hubo algunas con tanta desidia respecto de su
propia salvación, que por lo menos ahora se dejen convencer y se
aparten de esa ruina, porque, si el Apóstol 44 prohibió el uso de
vestidos suntuosos, con mucha mayor razón el de cosméticos y
coloretes.
Contra los agüeros, los sortilegios y los espectáculos
39. Además de esto, yo exhorto a hombres y mujeres a que
rehuyan totalmente los agüeros y los sortilegios.
Sandez de griegos y de quienes todavía son presa del error es,
efectivamente, el estar en vilo por el graznido de un cuervo, por el
ruido del ratón o por el cru)ido de una viga; el acoger con placer
los encuentros con gentes de torpe vida y en cambio rehuir los de
personas piadosas y dignas, por considerarlas causa de
innumerables males 45.
¡Mira cuántas son las artimañas del diablo! Porque no sólo
quiere que estemos privados de la virtud y que nos inclinemos a la
maldad, sino que busca también inculcarnos odio y hacernos dar la
espalda a los que siguen la virtud.
Y aún más: no sólo quiere que busquemos lo perverso, sino que
se empeña en urgirnos a familiarizarnos con ello, disponiéndonos
para que el placer acompañe a nuestro encuentro.
40. No penséis que esto es de poca o de ninguna importancia,
al contrario, es bastante para hundir vuestras almas y llevarlas
hasta el fondo mismo de la maldad.
Ésta es, efectivamente, la insidiosa intención del perverso
demonio: hacer caer, valiéndose incluso de las cosas pequeñas.
Pero vosotros, los nuevos soldados de Cristo, hombres y
mujeres -pues este ejército de Cristo no conoce distinción de
sexo-, tronchando ya desde ahora toda costumbre de semejante
índole, en la idea de que vais a recibir al Rey del universo,
purificad vuestras mentes de tal manera que ni la más mínima
suciedad venga a ensombrecer vuestros pensamientos.
41. Si, por otra parte, alguien tiene algún enemigo, que se
reconcilie con él, pensando en qué bienes va a recibir de parte del
Señor, aun estando él mismo inmerso en tantos y tan grandes
pecados, y perdone al prójimo los agravios que de él haya
recibido.
Pues dice la Escritura: Que nadie entre vosotros trame males
contra el prójimo en su corazón 46.
Por tanto, si alguien tiene pagarés con intereses acumulados,
que los haga trizas, pues dice: Un contrato injusto, rásgalo 47.
42. Y antes que nada, acostumbrad a vuestra lengua a
conservarse limpia de juramentos: no hablo ya de los perjurios,
sino incluso de los juramentos que se hacen sin tan ni son,
inútilmente y para daño de los que juran. Dice, efectivamente: Se
mandó: No juréis en falso. Pero yo os digo que no juréis en
absoluto 48,
Escuchaste bien: No juréis en absoluto, así que, en adelante, no
te empeñes en discutir las leyes que vienen del Señor, al contrario,
obedece a quien da las órdenes, y en todo momento purifica tu
mente.
43. No hagas caso alguno ya de las carreras de caballos ni del
inicuo espectáculo de los teatros, pues también eso enardece la
lascivia; ni tampoco del inhumano placer de las luchas con fieras.
Pues, dime, ¿qué placer hay en ver a tu semejante, que
comparte tu misma naturaleza, despedazado por las fieras
salvajes? ¿Y no tiemblas de espanto y de miedo a que un rayo
caiga de lo alto y abrase tu cabeza?
Tú eres, efectivamente, quien, por así decirlo, aguzas los
dientes de la fiera: por tu parte, al menos con tus gritos, también tu
cometes el crimen, no con las manos, pero sí con la lengua.
Respeto al nombre de cristiano
44. Os lo suplico: ¡No seáis tan despreocupados al decidir sobre
vuestra propia salvación!
CR/DIGNIDAD/CRISOS: Piensa en tu dignidad, y siente respeto.
Porque, si por una dignidad humana uno se siente orgulloso y
muchas veces se abstiene de realizar algún acto para no ultrajar
dicha dignidad, tú que estás a punto de obtener tamaña dignidad,
¿no debes presentarte ya respetándote a ti mismo? En realidad, tu
dignidad es tal, que te acompaña a lo largo del siglo presente y te
sigue en el viaje a la vida futura. ¿Y qué dignidad es esa? En
adelante oirás llamarte cristiano, por la bondad amorosa de Dios, y
fiel 49.
Mira que no es una sola dignidad, sino dos: dentro de muy
poco, vas a revestirte de Cristo, y conviene que obres y decidas
todo pensando que Él está contigo en todas partes.
45. ¿O es que no ves a los dirigentes políticos, cómo se afanan
en cuanto se han calado un traje con las insignias imperiales? Y
por ello quieren que se les rindan mayores honores, y disfrutan de
escolta.
Por consiguiente, si estos hombres quieren ser respetados por
el hecho de llevar la insignia prendida sobre el vestido, con mucha
mayor razón tu que estás a punto de revestir a Cristo mismo, pues
dice: Pondré mi morada entre vosotros y caminaré con vosotros, y
seré vuestro Dios 50.
46. Rehuid, pues, todos estos perversos atractivos del diablo, y
nada prefiráis a vuestra entrada en la Iglesia.
Y junto con la abstinencia de alimentos y abstención del mal,
haya en vosotros un gran celo por la virtud. Y repartamos todo el
tiempo del día entre oraciones y acción de gracias, de una parte, y
en lecturas y compunción del alma, de otra, y que todo nuestro
empeño sea no tener más conversación que sobre las realidades
espirituales.
Mucho rigor de disciplina necesitamos para no quedar
atrapados por los lazos del Maligno, pues, si hemos de rendir
cuentas por una palabra ociosa, con cuánta mayor razón por las
chácharas intempestivas, por las conversaciones terrenales.
47. Por consiguiente, si tal es vuestra inquietud y os preocupáis
por la salud de vuestras almas, no sólo inclinaréis a Dios hacia una
mayor benevolencia, sino que vosotros mismos disfrutaréis de una
confianza más cumplida, y nosotros seguiremos con gran ánimo la
tarea de enseñar, conscientes de que estas semillas espirituales
las vamos dejando caer en oídos bien dispuestos y en terreno
enjundioso y feraz.
¡Ojalá también vosotros seáis considerados dignos del
abundante don que viene de Dios, y nosotros podamos alcanzar
su amorosa bondad, por la gracia y las misericordias de su Hijo
unigénito, con el cual sean dados al Padre, junto con el Espíritu
Santo, la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los
siglos de los siglos! Amén.
.................................................
1. Corresponde a la primera de las Catequesis halladas por WENGER en
el códice Athos Stavronikita 6, de comienzos del siglo XI; san Juan
Crisóstomo debió de predicarlas en Antioquía, en la Pascua del año 390 (cf.
WENGER, Introd., p. 63ss.); como señala el título, se trata de una catequesis
prebautismal. La traducción corre sobre el texto de WENGER, pp. 108-132.
2. 2 Co 11, 2.
3. Ef 6, 11; en el texto griego, por deterioro del pergamino falta algo, cuyo
contenido, según Wenger, vendría a ser: «¿Ves cómo san Pablo utiliza
ambas imágenes?» (p. 109)
4. Según Wenger, en la parte borrada estaría el comienzo de la frase, que
él supone sería ontos: realmente, de hecho.
5. Cf. Lc 15, 7.
6. 2 Co 11, 2.
7. Sin duda está aludiendo a los sacrificio de animales en honor de los
falsos dioses.
8. Cf. Rm 13, 13.
9. Sal 44, 11-12.
10. Ibid.
11 Ver en LAMPE, Léxicon s.v. esta acepción de prolepsis.
12 WENGER, en nota a este pasaje (n. 1, pp. 113-114), hace justamente
observar cómo san Juan Crisóstomo insiste sobre la importancia de la libre
elección del hombre para alcanzar la propia salvación en contraste con la
inmutabilidad de la naturaleza humana.
13. Estas expresiones deben entenderse en y desde el ambiente social
del siglo IV, cuando el matrimonio suponía realmente para la joven un
cambio radical de vida y era para ella realmente un misterio.
14. Ef 5, 31-32.
15. Según la costumbre, el novio iba a buscar a la novia a casa de sus
padres después del anochecer.
16. Cf. Gn 2, 23-24: la versión griega de los Setenta, seguida aquí por san
Juan Crisóstomo, no reproduce la correspondencia etimológica de los
términos hebreos 'issa-'is (mujer-varón), que sí reproduce la Vulgata latina:
haec vocabitur virago, quoniam de viro sumpta est (también nuestros
clásicos: varona-varón, la moderna versión de Schokel-Mateos nos da:
hembra-hombre).
17. Literalmente «se pegará», (proskollethesetai) como he traducido en el
párrafo anterior; la Vetus Latina da una versión (conglutinabitur) más
expresiva que la Vulgata (adhaerebit).
18. Mt 19, 6.
19. Ef 5, 25-27.
20. Rm 10, 10.
21. He traducido con «persona» el término hypostasis, que indica la
individualidad de la substancia de Cristo, incluso en su semejanza con la del
Padre: cf. toda la amplitud del vocablo en el Lexicon de LAMPE,
especialmente pp. 1456-1461.
22. Arrio admitía las tres personas distintas, pero negaba la divinidad del
Hijo.
23. Jn 5, 21.
24. Sabelio no admitía la distinción de las tres personas.
25. Mt 28, 19.
26. Sal 37, 27.
27. Mt 11, 28-29.
28. Así traduzco el término -raro- aparresiastoi.
29. Sobre el uso de philosophia, cf. la nota 26 de la primera Catequesis.
30. Jn 18, 23.
31. Jn 8, 49.
32. Mt 5, 28.
33. Si 28, 22.
34. El sujeto sobreentendido es Pablo, del que se viene citando Ga 5,
19-20.
35 Traduzco en presente el imperfecto proseke que indica una condición
no realizada todavía (cf. SCHWYZER, II, p. 308).
36. Cf. Ga 5, 22.
37. Sobre el sentido especial de katepado, cf. A. WENGER, P. 125, n. 1.
38. Literalmente «los hilos de los gusanos», expresión rara, aunque no en
san Juan Crisóstomo; probablemente indica un conjunto de hilos retorcidos
o cordones, como nuestras borlas.
39. El término emplégmata, de raro uso, probablemente deriva de la
subsiguiente cita de 1 Tm 2, 9, donde la expresión en plégmasin, en lugar de
ser entendida como formada por la preposición en y el dativo pl. de plegma,
con el sentido de objeto entrelazado o formando trenza, ha sido considerada
dativo de emplegma.
40. Esta expresión y la siguiente las he traducido siguiendo el texto de
WENGER (P. 126), quien no ha eliminado toda incertidumbre en la
puntuación, aunque en varios puntos corrige la lección del códice.
41. WENGER (P. 126) deja esta última frase sin traducir.
42. 1 Tm 2, 10.
43. Cf. la nota 26 de la primera Catequesis, en cuanto a las palabras
epieikeia (moderación, modestia) y praotes (mansedumbre, dulzura), san
Juan Crisóstomo las asocia entre sí hasta convertirlas casi en sinónimos.
44. Es el sujeto sobreentendido.
45. Cf. Catequesis I, n. 5.
46. Za 8, 17.
47. Is 58, 6. En la Homilía 56, 5 sobre san Mateo, comenta san Juan
Crisóstomo: «Así llama a las escrituras usureras, a las letras de préstamo»
(trad. Ruiz Bueno: BAC 146, p. 191). Y por decirlo en pocas palabras, que
tome la delantera y muestre lo que pone de su parte, para que pueda recibir
con más abundancia lo que viene del Señor. A la hora de perdonar, Dios
quiere que vayamos por delante, pero Él no se deja vencer en generosidad.
48. Mt 5, 33-34.
49. San Juan Crisóstomo y su público sabían bien que el nombre de
«cristianos» se dio por primera vez a los discípulos de Cristo precisamente
en Antioquía (Hch 11, 26).
50. Cf. Lv 26, 11-12.
SEXTA CATEQUESIS 1
«Del mismo autor, continuación para los que van a ser
iluminados, y clara explicación de lo que en el divino bautismo se
realiza de modo simbólico y en figura» 2.
La extraordinaria generosidad de Dios
1. Pues bien, conversemos un poquito nuevamente con los que
se han inscrito en la propiedad de Cristo, y mostrémosles tanto el
poder de las armas que están a punto de recibir como la inefable
bondad que en favor del género humano muestra el Dios amador
de los hombres, y así podrán acercarse con gran fe y plena
seguridad, y gozar con más abundancia de su generosidad.
Pues considera, querido, el exceso de su bondad ya desde los
mismos comienzos.
Efectivamente, si juzga dignos de don tan grande a los que aún
no han trabajado, ni han mostrado nobleza alguna, y si perdona
las faltas cometidas en todo tiempo; si vosotros, bien dispuestos
después de tanta generosidad, queréis contribuir con lo que está
en vuestras manos, ¿de qué recompensa no es de razón que
seáis considerados dignos por parte de ese Dios de bondad?
2. Ciertamente, en los asuntos humanos, jamás se pudo ver
algo parecido, al contrario, muchos, después de numerosos
trabajos y de sufrimientos soportados con la esperanza de las
recompensas, regresan a casa tantas veces con las manos vacías,
bien porque aquellos de quienes se esperaba la recompensa se
han vuelto ingratos para con los que han padecido tantas fatigas,
bien incluso, muchas veces, porque fueron arrebatados
prematuramente de en medio y no pudieron cumplir su propósito.
En cambio, respecto de nuestro Señor, no sólo no es posible
sospechar nada por el estilo, sino que incluso antes de comenzar
nosotros los trabajos y de mostrar nuestra colaboración, ya se
adelanta El a dar pruebas de su propia generosidad, con el fin de
inducirnos, a fuerza de beneficios, a tener cuidado de nuestra
propia salvación.
La bondad de Dios para con el primer hombre
3. Así es, pues, cómo desde el más remoto comienzo 3 Dios
continuó colmando de bienes al género humano. Efectivamente,
apenas formó al hombre, ya le hizo habitar en el paraíso y le
obsequió con aquella vida libre de fatigas, a la vez que le permitió
disfrutar de todo cuanto había en el paraíso, con la excepción de
un solo árbol. Pero él, por intemperancia 4 y engañado por la
mujer, pisoteó el mandato que se le había dado y atentó contra
honor tan grande.
4. Sin embargo, mira también aquí la grandeza de la bondad
divina para con el hombre. Efectivamente, lo justo hubiera sido que
a quien tan ingrato era respecto de los beneficios con que él se
había anticipado a colmarle, lo considerase indigno de todo perdón
y lo dejara fuera de su Providencia. Pues bien, no sólo no hizo
esto, sino que, igual que un padre tiernamente amoroso y que
tiene un hijo rebelde, movido por la natural ternura de su amor, no
le abruma con los reproches que su falta merece, ni tampoco le
perdona del todo, sino que le reprende moderadamente para que
no vaya a dar en mayor maldad, así también Dios en su bondad:
cuando el hombre mostró abiertamente su desobediencia,
ciertamente lo expulsó de aquel género de vida, pero, reprimiendo
para en adelante su arrogancia, para evitar que cayese en
rebeldía mayor, lo condenó al trabajo y al sufrimiento, poco menos
que diciéndole:
5. «La gran relajación y la sobrada licencia te indujeron a tan
grave desobediencia y te hicieron olvidar mis mandamientos, y el
no tener nada que hacer te predispuso para pensar cosas que
sobrepasan tu propia naturaleza, ya que la ociosidad enseña toda
maldad 5. Por eso te condeno al trabajo y al sufrimiento, para que,
mientras labras la tierra, estés constantemente recordando, no
sólo tu desobediencia, sino también la miseria de tu propia
naturaleza.
Efectivamente, ya que soñaste fantásticas grandezas y no
quisiste permanecer en tus propios límites, quiero que vuelvas de
nuevo a la tierra de la que fuiste sacado, porque tierra eres -dicey a la tierra volverás 6».
6. Y para intensificarle el dolor y hacerle sentir vivamente su
caída, no le domicilió lejos, sino cerca del paraíso. Pero le cerró el
paso de entrada en él, para que, viendo cada día de qué bienes
fue desposeído por su propia negligencia, se aprovechase de la
continua advertencia y en adelante fuera más firme en la guarda
de los mandamientos recibidos.
Efectivamente, mientras estamos disfrutando de los bienes, no
nos damos cuenta, como deberíamos, del beneficio que se nos
hace, pero, en cuanto nos vemos privados de ellos, entonces, por
el nuevo hecho de la pérdida, lo sentimos mucho más y sufrimos
por ello mayor dolor. Es justamente, lo que entonces sucedió al
primer hombre.
7. Sin embargo, para que conozcas, no solamente la
maquinación del malvado demonio, sino también la sabiduría y
habilidad de nuestro Señor, considera de una parte qué es lo que
el diablo quiso hacer al hombre por medio de su engaño, y de otra,
qué bondad le demostró su Señor y protector.
Efectivamente, aquel perverso demonio, envidioso de su
estancia en el paraíso, con la esperanza de una mayor promesa le
despojó incluso de lo que tenía en mano, ya que, tras empujarle a
imaginarse ser igual a Dios, le condujo al castigo de la muerte.
Tales son, efectivamente, sus cebos, y no sólo nos arrebata los
bienes que tenemos en mano, sino que además intenta
empujarnos hacia un precipicio aún mayor.
En cambio, el Dios de bondad ni siquiera en tales condiciones
se desentendió del género humano, sino que, mostrando al diablo
lo inútil de su empresa y al hombre las pruebas de lo mucho que
de él se cuida, le hizo a éste, mediante la muerte, donación de la
inmortalidad.
Míralo bien: aquél lo expulsó del paraíso; en cambio el Señor lo
introdujo en el cielo: la ganancia supera al castigo.
8. Sin embargo, como os decía al comienzo -y por ello también
me vi arrastrado a decir lo anterior-, si al que fue un
desagradecido respecto de tan grandes beneficios, Dios le juzgó
una vez más, digno de tan gran bondad como la suya, si vosotros
los soldados de Cristo, os aplicáis con empeño a ser agradecidos
por estos inefables dones recibidos y estáis en vela continua para
guardarlos, ¿cuán grande no será, dime, la recompensa que de Él
conseguiréis después de guardarlos?
Él es, efectivamente, quien tiene dicho: Al que tiene se le dará,
y le sobrará 7. Y es que quien se hace digno de lo que ya se le ha
dado, justo es que disfrute también de bienes mayores.
Los ojos de la fe
9. Por consiguiente, cuantos habéis sido considerados dignos
de ser inscritos en este celestial libro aportad una fe generosa y
una razón firme.
Efectivamente, lo que aquí acontece necesita de la fe y de los
ojos del alma, para no atender sólo a lo que se ve, sino, partiendo
de esto, imaginarse lo que no se ve.
Porque tales son los ojos de la fe, ya que, de la misma manera
que los ojos del cuerpo únicamente pueden ver lo que cae bajo el
sentido, así también los ojos de la fe, pero, al contrario que
aquellos, no ven nada en absoluto de lo visible, sino que ven lo
invisible como si lo tuvieran ante ellos.
Y es que la fe es esto: adherirse a lo que no se ve, como si
estuviéramos viéndolo, pues dice: Fe es fundamento de lo que se
espera, prueba de realidades que no se ven 8.
10. ¿Qué significa entonces lo que estoy diciendo, y por qué
tengo dicho: no aplicar la mente a lo que se ve sin poseer ojos
espirituales? Pues para que, al ver la piscina del agua y la mano
del sacerdote 9 posada sobre tu cabeza, no pienses que aquélla
es simplemente agua y que únicamente la mano del gran
sacerdote se posa sobre tu cabeza.
¿No tenía yo razón al decir que necesitamos de los ojos de la fe
en orden a creer lo que no vemos, sin la menor sospecha de
materialidad? 10.
11. En realidad, el bautismo es sepultura y resurrección:
Efectivamente, el hombre viejo es sepultado junto con el pecado, y
resucita el nuevo, renovado a imagen de su creador 11.
Nos desnudamos y nos vestimos: nos desnudamos del viejo
traje, ensuciado por la muchedumbre de nuestros pecados, pero
nos vestimos el nuevo, limpio de toda mancha.
Pero, ¿qué estoy diciendo? Nos revestimos de Cristo mismo:
Porque -dice- todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de
Cristo estéis vestidos 12.
Finalidad y simbolismo del exorcismo
12. Mas, como quiera que ya está a la puerta el momento en
que vais a gozar de tan grandes dones, ¡ea! en la medida de lo
posible os enseñaremos las causas de cada uno de los actos, para
que podáis saberlas y os retiréis de aquí dueños de una
certidumbre mayor.
Es, pues, necesario que sepáis por qué motivo, después de la
instrucción cotidiana, os enviamos a las voces de los que os
exorcizan.
Esto, efectivamente, no ocurre porque sí y al azar, sino que,
puesto que vais a recibir de huésped al Rey celestial, por esa
razón, después de nuestra amonestación, os reciben los que están
designados para esto, y como quien prepara la casa para un rey
que está para llegar, así ellos purifican vuestra mente mediante
aquellas terribles voces con que destierran de ella toda
maquinación del Maligno y la tornan digna de la presencia del Rey.
Efectivamente, es imposible que un demonio, por feroz y cruel
que sea, no se aparte a toda prisa de vosotros después de
aquellas terribles voces y de la invocación del común Señor de
todas las cosas
Por otra parte, junto con esto, el acto mismo deposita en el alma
una gran piedad y la conduce a una copiosa compunción.
13. Y lo admirable y paradójico es que aquí se elimina toda
desigualdad y toda diferencia de honores: efectivamente, si ocurre
que uno se halla investido de una dignidad mundana o envuelto
por el halo de la riqueza, o se ufana de su cuna o de la gloria de
su vida presente, también éste queda en las mismas condiciones
que el mendigo y el andrajoso, y- como tantas veces- que el ciego
y el cojo, y no se enfada por ello, pues sabe que en lo espiritual
todo eso está eliminado y que sólo se busca la buena disposición
del alma.
14. ¡Así de grande es el provecho que producen aquellas
terribles y admirables voces e invocaciones! En cambio, el gesto
de llevar descalzos los pies y de extender las manos significa algo
distinto.
De igual manera que los que sufren la cautividad de aca
muestran también por sus gestos la tristeza del infortunio que los
atenaza, así también éstos, cautivos del diablo: puesto que están a
punto de ser liberados de la tiranía de éste y de entrar bajo el
yugo beneficioso, comienzan por recordarse a sí mismos, por ese
gesto, su anterior condición, para así poder saber de quien son
liberados, pero también hacia quién se apresuran, y tener en esto
mismo la base para un mayor agradecimiento y una mejor
disposición.
Los padrinos en el bautismo
15. BAU/PADRINOS/DEBERES: ¿Queréis que además
dirijamos la palabra a los que responden de vosotros, para que
ellos también puedan saber de qué recompensas se hacen dignos
si demuestran gran preocupación por vosotros, y qué condena se
les seguirá si os descuidan? 13.
Considera, querido, a los que salen fiadores de alguien en
asuntos de dinero: ellos están sujetos a un peligro mayor que el
mismo que ha de rendir cuentas y recibe el dinero.
Efectivamente, si el que toma el préstamo se muestra bien
dispuesto, aligera la carga de su fiador, pero, si en cambio resulta
ingrato ¡vaya catástrofe que le prepara!
Por eso cierto sabio exhorta diciendo también: Si has dado
fianza, tente por deudor 14.
Por consiguiente, si los que salen fiadores de alguien en
asuntos de dinero ellos mismos se hacen responsables de la
integridad de la suma, con mayor razón los que salen fiadores de
alguien en asuntos espirituales y en el compromiso de la virtud
deben dar prueba de una gran vigilancia y exhortar, aconsejar,
enmendar y mostrar cariño de padres.
16. Y no vayan a pensar que lo que se hace es casual, sino
sepan con toda exactitud que entrarán a la parte de la buena fama
si por medio de sus personales advertencias los van llevando de la
mano hacia el camino de la virtud, pero que, si son descuidados,
sobre ellos caerá muy grave condena.
Por esta razón, efectivamente, es también costumbre llamar a
los tales padres espirituales: para que por los hechos mismos
aprendan qué gran cariño deben mostrarles al instruirlos en lo
espiritual. En efecto, si bueno es ir encaminando al celo de la
virtud a los que nada tienen que ver con nosotros, con mucha
mayor razón debemos cumplir el mandato respecto de aquel que
acogemos en calidad de hijo espiritual.
También vosotros, los fiadores, habéis aprendido así que no es
pequeño el peligro que pende sobre vosotros si sois negligentes.
Sentido de la renuncia a Satanás
17. Pero vengamos ya a dialogar con vosotros acerca de los
misterios mismos y de los pactos que van a ser concluidos entre
vosotros y el Señor.
Efectivamente, como en los negocios de esta vida, cuando uno
quiere confiar a alguien sus asuntos es necesario que se estipulen
documentos entre el que otorga la confianza y el que la recibe, de
la misma manera también aquí, puesto que estáis a punto de que
se os confíe de parte del Señor del universo, no unas realidades
perecederas ni corruptibles ni caducas, sino espirituales y
celestiales.
Por esto, efectivamente, se llama fe también, puesto que nada
tiene de visible y en cambio todo puede ser escrutado con los ojos
del espíritu.
Realmente se hace necesario que intervenga la conclusion de
pactos, no en papel y con tinta, sino en Dios mediante el Espíritu,
porque, efectivamente, las palabras que pronunciáis aquí se van
registrando en el cielo, y los pactos que vais apalabrando
permanecen imborrables en el Señor.
18. Ahora bien, vuelvo a considerar aquí el gesto de la
cautividad: después de introduciros los sacerdotes, os mandan
que oréis de rodillas y con las manos tendidas hacia el cielo, y así,
mediante ese gesto, os recordaréis a vosotros mismos de quién
sois liberados y a quién os vais a consagrar.
Luego el sacerdote va pasando junto a cada uno de vosotros y
os pide vuestros pactos y vuestras confesiones 15, y os dispone
para pronunciar aquellas terribles y espantosas palabras:
«¡Renuncio a ti, Satanás!».
19. Ahora me vienen ganas de llorar y de gemir con fuerza,
pues me acuerdo del día en que yo mismo fui también considerado
digno de pronunciar esta palabra, y al calcular el peso de los
pecados que he ido acumulando desde entonces hasta ahora, se
me confunde la mente y mi razón siente la mordedura de ver
cuánta vergüenza he derramado sobre mí por mi negligencia
después de aquello.
Por eso también os exhorto a todos vosotros a que demostréis
para conmigo un poco de generosidad y, puesto que vais a
encontraros con el Rey -Él os recibirá, efectivamente, con gran
efusión, os revestirá la túnica regia y os deparará cuantos y cuales
dones queráis, con tal que busquemos solamente lo espiritual-,
pedid una gracia también para nosotros: que no nos pida cuentas
de nuestros pecados, antes bien, que nos dé su perdón y en
adelante nos haga dignos de su auxiio.
Mas no dudo de que lo haréis, pues amáis tiernamente a
vuestros maestros.
20. Pero bueno, atengámonos al hilo de nuestro discurso.
Entonces, pues, el sacerdote os dispondrá para que digáis:
«¡Renuncio a ti, Satanás, a tus pompas, a tu culto y a tus obras!».
¡Pocas palabras, pero de una fuerza enorme! Efectivamente, los
ángeles que os asisten y las potestades invisibles, gozosos por
vuestra conversión, recogen las palabras que salen de vuestra
lengua y las suben al común Señor de todas las cosas, y entonces
las escriben en los libros celestiales.
21. ¿Ves cómo son los documentos de los pactos?
Efectivamente, después de renunciar al Maligno y a todo lo que
interesa al Maligno, de nuevo el sacerdote os manda decir: «¡Y me
adhiero 16 a ti, Cristo!»
¿Viste mayor exceso de bondad? Aunque de ti no ha recibido
más que las palabras te confía un tesoro tan grande de realidades
y se olvida de toda ingratitud anterior y no te recuerda tu pasado,
antes bien, se contenta con estas breves palabras.
Unción y bautismo de los catecúmenos
22. BAU/UNCION-CRISO: Luego, después de este pacto, de
esta renuncia y de esta incorporación 17, puesto que confesaste
su soberanía y mediante las palabras de tu lengua te incorporaste
a Cristo, ahora, como a un soldado y como a uno alistado para el
estadio espiritual, el sacerdote te unge la frente con el crisma
espiritual y te estampa el sello mientras dice: «Fulano es ungido en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
23. Sabe, en efecto, que desde ahora el enemigo está loco
furioso, rechina los dientes y anda rondando como león rugiente
18, al ver a los que antes se hallaban bajo su tiranía rebelados en
masa y no sólo desertando de él, sino pasándose a Cristo y
demostrando su incorporación a Él, y por eso el sacerdote les
unge sobre la frente y les estampa el sello, para que aquél desvíe
su mirada.
Efectivamente, aquél no se atreve a mirar de frente si ve el
resplandor que irradia de allí y que le deslumbra los ojos.
Y es que, desde ese momento, se entabla una lucha y una
oposición del uno contra el otro, y por esa razón, como atletas de
Cristo, os introduce en el sentido espiritual por medio de la unción.
24. Luego, después de esto y cuando ya es de noche, el
sacerdote os hace desnudar por completo y, como quien va a
introduciros en el mismo cielo por medio de lo que se está
realizando, dispone que todo vuestro cuerpo sea ungido con aquel
aceite espiritual, de tal modo que todos vuestros miembros queden
robustecidos y se hagan invulnerables a las flechas que dispara el
enemigo.
25. Así pues, tras esta unción, os hace bajar a las aguas
sagradas y al mismo tiempo entierra al hombre viejo y resucita al
nuevo, renovado a imagen del que lo creó.
Entonces justamente, por medio de las palabras y de la mano
del sacerdote, sobreviene la presencia del Espíritu Santo 19, y en
lugar del anterior, surge otro hombre limpio de toda mancha de
pecado, desnudo del antiguo vestido del pecado y revestido con el
traje regio.
26. Y para que también de aquí aprendas que la substancia del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una sola, la administración
del bautismo se hace de la siguiente manera.
Mientras el sacerdote pronuncia las palabras: «Fulano es
bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo»,
por tres veces le sumerge y le saca la cabeza, y así, mediante este
misterioso rito, le dispone a recibir el descenso del Espíritu Santo
sobre él.
Y es que, en realidad, no es el sacerdote sólo quien le toca la
cabeza, sino también la diestra de Cristo. Y esto se demuestra
también por las propias palabras del que bautiza, porque no dice:
«Yo bautizo a Fulano», sino: «Fulano es bautizado», con lo cual
demuestra que él es únicamente ministro de la gracia y que se
limita a prestar su propia mano, ya que para esto ha sido ordenado
de parte del Espíritu Santo.
Ahora bien, quien realiza todo es el Padre y el Hijo y el Espíritu
Santo: la indivisible Trinidad. Por consiguiente, la fe en ésta nos
agracia con el perdón de los pecados, y esta confesión es la que
nos hace el regalo de la adopción filial.
27. Y en cuanto a los actos que siguen, se bastan para
enseñarnos de quiénes fueron liberados y qué bienes han
alcanzado los que se consideró dignos de esta misteriosa
iniciación.
Efectivamente, apenas emergen de aquellas sagradas aguas,
todos los presentes los abrazan, los saludan, los besan, los
felicitan y comparten su alegría, porque los que antes eran
esclavos y cautivos, de repente son libres e hijos, y son
convidados a la mesa del Rey.
Efectivamente, tan pronto como salen de allí, se los conduce a
la mesa terrorífica 20 que rebosa de bienes, y gustan el cuerpo y
la sangre del Señor, y se convierten en morada del Espíritu Santo,
y caminan como quienes se han revestido de Cristo mismo, pues
en todas partes se muestran como ángeles terrestres y
deslumbran a los mismos rayos del sol.
Exhortación final
28. Todo esto no os lo he anticipado en vano y sin razón en mi
enseñanza a vuestra caridad 21, sino más bien para que, antes de
gustarlo, en alas de la esperanza vayáis catando el inmenso goce,
adquiráis un espíritu digno de lo que está sucediendo y, como
exhortó el bienaventurado Pablo, penséis en las cosas de arriba
22 y trasladéis vuestra reflexión de la tierra al cielo, de las cosas
visibles a las que no se ven, ya que éstas las vemos con los ojos
espirituales más claramente que se ve con los ojos sensibles.
29. Mas, como quiera que os halláis cerca de los regios
umbrales y estáis a punto de llegaros al trono mismo en que se
sienta el Rey que distribuye los dones, mostrad una generosidad
total en vuestras peticiones, y no pidáis nada de terrestre, nada de
humano, sino haced peticiones dignas del que da.
Por consiguiente, al salir de aquellas aguas divinas y mostrar
por medio de ese gesto el símbolo de la resurrección, pedidle que
sea vuestro aliado para que podáis demostrar vuestro empeño en
guardar los dones que os ha hecho y os tornéis invulnerables a las
asechanzas del Maligno.
Abogad por la paz de las iglesias, suplicad por los que andan
todavía extraviados, prosternaos por los que están en pecado, y
así nosotros seremos considerados dignos de algún perdón.
Efectivamente, el que os ha comunicado confianza tan grande,
os ha inscrito entre sus primeros amigos y os ha elevado a la
adopción filial, a vosotros que antes erais cautivos y esclavos y
privados de toda confianza, no se negará a vuestras peticiones,
antes bien, os otorgará todo, con lo cual, incluso en esto, imitará
su propia bondad.
30. Y sobre todo, de esta manera os lo ganaréis para una
mayor benevolencia.
Efectivamente, cuando vea el cuidado tan solícito que tenéis de
los que son vuestros miembros 23 y vuestra preocupación por la
salvación de los demás, también por esto os juzgará dignos de una
confianza mayor, pues, efectivamente, nada le alegra tanto como
el que seamos compasivos con nuestros miembros, demos
pruebas de vivo afecto para con los hermanos y tengamos gran
preocupación por la salvación del prójimo.
31. Así pues, queridos, sabedores de esto, disponeos con
alegría y alborozo espiritual a recibir la gracia, para que también
vosotros gustéis sin tasa el don bautismal, y todos a una demos
pruebas de una conducta digna de la gracia, y merezcamos
alcanzar los bienes eternos e inefables, por la gracia y la bondad
de nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual se dé al Padre,
juntamente con el Espíritu, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
.................................................
1. Es la segunda Catequesis prebautismal editada por WENGER (op. cit.,
pp. 133-150, de la que traduzco), y probablemente la última de la serie que
tuvo san Juan Crisóstomo por la Pascua de 390, pues presenta numerosas
semejanzas con la tercera y cuarta editadas por Papadopoulos (cf. WENGER,
Introd, p. 40); como en las anteriores, tampoco el título es el de Crisóstomo, y
resulta difícil de señalar su procedencia (cf. amplios datos en la larga nota 1
de WENGER, p. 133).
2. He traducido «en figura» el adverbio Typikos, según la acepción que da
al vocablo E. AUERBACH, Figura, en «Studi su Dante», Milán 1963, p. 176ss.
3. Así traduzco la expresión redundante anothen kai ex arches.
4. Traduzco así el término akrasía, siguiendo a WENGER (P. 135, n. 1): no
se trata de una imperfección o flaqueza de la naturaleza, como interpretan
Ireneo o Gregorio de Nisa desde una filosofía ajena a san Juan Crisóstomo;
para éste es mera intemperancia del vientre (cf. Hom. I in Genes.: PG 53, 23
C).
5. Si 33, 28.
6. Gn 3, 19.
7. Mt 25, 29.
8. Hb 11, 1.
9. Wenger (p. 138, n. 3) hace notar con razón la dificultad para identificar al
ministro de los diversos ritos bautismales: hieréus, como el latín sacerdos,
puede designar tanto al presbítero como al obispo (éste designado quizás
con archiereus, sumo sacerdote, pontífice).
10. En la traducción de esta frase, Wenger -a quien sigo- es más preciso y
fiel al texto que Harkins; Brigatti suprime la frase entera.
11. Cf. Col. 3, 9-10.
12. Ga 3, 27.
13. Sigo el sentido interrogativo dado por Wenger y Harkins.
14. Si 8, 13.
15. Posiblemente se refiera a la profesión de fe, pero no es seguro (cf.
WENGER, nota I, p. 144).
16. Literalmente: me junto contigo, me pongo a tus órdenes.
17. Cf. nota precedente.
18. Probable alusión a 1 P 5, 8.
19. La terminología utilizada alude claramente a la bajada del Espíritu
Santo en forma de paloma (cf. v. gr. Mt 3, 16).
20 Sobre el valor de este adjetivo, que refleja la disciplina del arcano, tan
viva en tiempos de Crisóstomo, cf. WENGER, Introd., p. 71ss.
21. El término ágape lo traduzco por «caridad» muy inferior a él en valor
semántico, a falta de otro mejor.
22. Col 3, 2.
23. Alusión evidente al cuerpo místico de Cristo; cf. I Co 12, 12ss.
SÉPTIMA CATEQUESIS 1
«Del mismo, homilía dirigida a los nuevos iluminados» 2.
Los nuevos bautizados comparados a nuevas estrellas
1. ¡Bendito sea Dios! Ved que también de la tierra nacen
estrellas, estrellas más rutilantes que las del cielo. Estrellas sobre
la tierra, por causa de aquel que apareció sobre la tierra venido
del cielo.
Pero no sólo estrellas sobre la tierra, sino también estrellas en
pleno día. ¡Segundo prodigio éste! ¡Estrellas en pleno día más
rutilantes que las nocturnas!
Éstas, efectivamente, se ocultan cuando aparece el sol,
aquellas, en cambio, cuando aparece el sol de justicia
resplandecen ano más.
¿Viste alguna vez aparecer estrellas junto al sol?
2. Las unas desaparecen cuando la plenitud se deja ver. Estas
otras, cuando sobreviene la plenitud, resplandecen con más fuerza
todavía.
Y de aquellas dice el Evangelio: Las estrellas del cielo caerán,
como se caen de la parra las hojas 3; en cambio, de éstas dice:
Los justos resplandecerán como el sol en el reino de los cielos 4.
3. ¿Qué significa: Como se caen de la parra las hojas así
caerán las estrellas del cielo?
De la misma manera que la parra, mientras está alimentando a
los racimos, necesita de la protección que prestan las hojas, pero
en cuanto se descarga del fruto también se desprende de su
cabellera de hojas, así también el mundo entero: mientras
contenga en sí mismo a la naturaleza humana, el cielo retiene
también las estrellas, como la parra sus hojas; pero entonces, al
no haber ya noche tampoco habrá ya necesidad de estrellas.
4. De fuego es la naturaleza de aquellas estrellas; de fuego es
también la substancia de estas otras. Pero allí se trata de un fuego
sensible; aquí, de un fuego inteligible: El mismo os bautizará -dicecon Espirita Santo y fuego 5.
¿Quieres también aprender los nombres de unas y de otras? En
las estrellas del cielo se dan estos nombres: Orión, Arturo, Lucero
de la tarde, Lucero del alba; en cambio entre estas otras estrellas
no se da solamente un Lucero del alba: ¡todos son Luceros del
alba!
Los múltiples dones del bautismo
5. ¡Bendito sea Dios -digamos otra vez-, el único que hace
maravillas! 6, el que todo lo crea y todo lo transforma.
Los cautivos de anteayer son hoy libres y cindadanos de la
Iglesia; los que antes vivían en la vergüenza del pecado viven
ahora en la confianza y en la justicia.
Porque no son únicamente libres, sino también santos; no sólo
santos, sino también justos; no sólo justos, sino también hijos; no
sólo hijos, sino también herederos; no sólo herederos, sino
también hermanos de Cristo; no sólo hermanos de Cristo, sino
también coherederos; no sólo coherederos, sino también
miembros; no sólo miembros, sino también templos, y no sólo
templos, sino también instrumentos del Espíritu 7.
6. ¡Bendito sea Dios, el único que hace maravillas!.
¿Viste cuán numerosos son los dones del bautismo? Por más
que muchos crean que solamente tiene uno, el perdón de los
pecados, sin embargo, nosotros hemos enumerado hasta diez
honores.
BAU/NIÑOS: Esta es, pues, la razón por la que incluso
bautizamos a los niños, aunque no tienen pecados 8, para que se
les añada la santificación, la justicia, la adopción filial, la herencia,
el hermanazgo, el ser miembros de Cristo y el convertirse en
morada del Espíritu.
7. Mas, ¡oh amadísimos hermanos...! Si es que me es lícito
llamaros hermanos, porque, ciertamente, yo también participé del
mismo alumbramiento que vosotros, pero luego, por mi negligencia
perdí el perfecto y auténtico hermanazgo; con todo, permitidme
llamaros hermanos por lo mucho que os amo, y exhortaros a que,
cuanto mayor sea el honor de que gocéis, tanta mayor solicitud
mostréis.
La táctica de la lucha contra el diablo
8. El tiempo que precedió a éste era palestra y campo de
entrenamiento, y se era indulgente con los caídos. En cambio, a
partir del día de hoy, el estadio se ha abierto, el combate está
fijado, el público está sentado arriba, y no sólo el género humano
contempla vuestros combates, sino también la muchedumbre de
los ángeles, y Pablo grita a los Corintios: ¡Nos han dado en
espectáculo al mundo, y no solamente a los hombres, sino también
a los ángeles! 9.
Así pues, los ángeles son espectadores y el Señor de los
ángeles actúa de juez de competición: esto no solamente es un
honor, sino también una garantía.
Efectivamente, cuando juzga los combates precisamente el
mismo que entregó su vida por nosotros, ¿qué honor y qué
garantía no será para nosotros?
9. Ahora bien, en los combates olímpicos, el árbitro se coloca en
medio de los dos contendientes, sin estar a favor del uno ni a favor
del otro, sino a la espera del final: por eso justamente se coloca en
el medio, porque su juicio es también neutral.
Sin embargo, entre nosotros y el diablo, Cristo no se coloca en
el medio, sino que es todo nuestro. Y que no está en el medio, sino
por entero con nosotros, nótalo en esto: al entrar en la liza, a
nosotros nos ungió, a él lo amarró; a nosotros nos ungió con el
óleo de la alegría 10, y a él lo amarró con nudos indisolubles, para
tenerlo inmovilizado en los combates.
Y si ocurre que tropiezo, Él me tiende su mano, levanta al que
cae y de nuevo le hace caminar. Dice, efectivamente: Pisotead
sobre serpientes, sobre escorpiones y sobre toda fuerza del
enemigo 11.
10. A él, tras la victoria, lo amenazó con la gehena; yo, si venzo,
soy coronado; él, si vence, es castigado.
Y para que sepas que recibe mayor castigo sobre todo cuando
triunfa, ¡ea!, te lo demostraré con hechos.
Venció a Adán y le hizo caer: ¿cuál fue el premio de la victoria?
Sobre tu pecho y sobre tu vientre andarás, y comerás polvo todos
los días de tu vida 12,
Ahora bien, si tan duramente castigó a la serpiente material,
¿cuál será el castigo que infligirá a la espiritual?
Y si tal es la condena del instrumento, bien claro está que a su
artífice le aguarda una pena mucho mayor.
Efectivamente, lo mismo que un padre amoroso, cuando
encuentra al que ha matado a su hijo, no solamente castiga al
asesino, sino que también hace pedazos la espada misma, así
también Cristo, no solamente castigó al diablo, sino que también
destrozó su espada.
11. Con toda confianza, pues, desnudémonos para estos
combates. Además, Cristo nos ha ceñido unas armas que son más
brillantes que todo el oro, más fuertes que todo acero, más
abrasadoras y voraces que todo fuego y más ligeras que todo aire.
Estas armas, efectivamente, son de tal naturaleza que no
abruman las rodillas, antes bien, prestan alas y alzan en volandas
a los miembros, y si quieres echarte a volar al cielo con estas
armas, nada te lo impide.
Y es que nueva es la naturaleza de estas armas, porque nueva
es también la índole del combate: a pesar de ser hombre, se me
obliga a batirme en pugilato con los demonios; aunque estoy
revestido de carne, peleo contra fuerzas incorpóreas.
Por esta razón Dios me hizo una coraza, no de hierro sino de
justicia, y por lo mismo me preparó el largo escudo no de bronce,
sino de fe. Tengo además una espada afilada: la palabra del
Espíritu 13.
Aquél dispara flechas contra mí, yo tengo una espada; aquél es
arquero, yo soy hoplita. Aprende tú también de esto lo precavido
que es él: el arquero no se atreve a acercarse, sino que dispara
de lejos.
La sangre de Cristo como arma invencible
12. Pero, ¿cómo? ¿Acaso no preparó más que armas? No, que
también previno una mesa más poderosa que cualquier arma, para
que luches sin cansarte, para que saciado, triunfes en toda la línea
del enemigo.
Efectivamente, con que sólo te vea cuando regresas del convite
del Señor, como quien ve un león que echa fuego por la boca, así
él huirá más veloz que todo viento.
Y si le muestras tu lengua tinta con la preciosa sangre no podrá
ni tenerse en pie: si le muestras tu boca enrojecida él volverá
grupas a todo correr, como cualquier animalejo.
13. ¿Quieres, pues, saber la fuerza de esta sangre?
Recurramos a su figura 14, a los antiguos relatos de lo acaecido
en Egipto.
Dios estaba a punto de infligir a los egipcios la décima plaga.
Quería, en efecto, eliminar a sus primogénitos, porque ellos
retenían al pueblo primogénito suyo.
¿Qué hacer, pues, para evitar que los judíos quedaran
implicados con los egipcios, ya que todos se hallaban habitando un
único lugar? Infórmate del poder de la figura para que también
comprendas la fuerza de la verdad.
La plaga que Dios enviaba estaba a punto de abatirse desde lo
alto, y el exterminador iba avanzando contra las casas.
14. ¿Qué hizo entonces Moisés? Inmolad -dijo- un cordero sin
mancha y untad con su sangre vuestras puertas (/Ex/12/21-25).
¿Qué estás diciendo? ¿La sangre de un irracional es capaz de
salvar a los hombres, a los dotados de razón? «Sí, -dice-, no
porque sea su sangre, sino porque es figura de la sangre del
Señor».
Efectivamente, lo mismo que las estatuas de los emperadores,
aunque son inanimadas e insensibles, salvan a los hombres que
se acogen a ellas, dotados como están de sensación y de alma, no
porque ellas sean de bronce, sino porque son imagen del
emperador, así también aquella sangre insensible e inanimada
salvó a los hombres que tenían alma, no porque fuese sangre,
sino porque era figura de esta otra sangre.
15. Entonces el exterminador vio la sangre asperjada en las
puertas y no se atrevió a entrar.
Si ahora el diablo ve, no ya la sangre de la figura asperjada en
las puertas, sino la sangre de la verdad rociando la boca de los
fieles, puerta del templo portador de Cristo, ¿no va a detenerse
con mucho mayor motivo? Porque, si el ángel tuvo miedo al ver la
figura, con mayor razón el diablo emprenderá la huida al ver la
verdad.
La Iglesia nacida del costado de Cristo en la cruz
16. ¿Quieres saber también por otro camino la fuerza de esta
sangre?
Mira de dónde comenzó a manar y dónde tuvo su fuente: desde
lo alto de la cruz, del costado del Señor.
Efectivamente, muerto Cristo -dice-, pero mientras aún estaba
en la cruz, el soldado se acercó y le punzó el costado con su lanza,
y luego salió agua y sangre: la primera símbolo del bautismo; la
segunda, de los misterios.
Por esta razón no dijo: Salió sangre y agua, puesto que primero
viene el bautismo y luego los misterios 16.
Así pues, el soldado aquel punzó el costado, perforó la pared
del santo templo 17, y yo encontré el tesoro y me apropié la
riqueza.
Lo mismo sucedió también con el cordero: los judíos inmolaron
la oveja y yo cosecho el fruto del sacrificio: mi salvación.
17. Salió del costado agua y sangre.
No pases de largo y sin más, querido, ante el misterio porque
puedo aún darte otra explicación mística.
Dije que símbolos del bautismo y de los misterios son aquella
sangre y aquel agua.
De una y otra nace la Iglesia, por el baño de la regeneración y
de la renovación del Espirita Santo 18, por el bautismo y por los
misterios.
Ahora bien, los símbolos del bautismo y de los misterios brotan
del costado, por consiguiente, de su costado formó Cristo la
Iglesia, como del costado de Adán formó a Eva 19.
18. CREACIÓN/H-I I-H/CREACION: Por esta razón también
Moisés, al dar su explicación sobre el primer hombre, dice: Hueso
de mis huesos y carne de mi carne 20, dándonos con ello a
entender el costado del Señor.
Efectivamente, lo mismo que entonces tomó Dios la costilla y
formó la mujer, así también nos dio sangre y agua de su costado y
formó la Iglesia.
Por tanto, de la misma manera que entonces tomó la costilla
durante el arrobamiento de Adán, mientras dormía, así también
ahora nos dio la sangre y el agua, aunque el agua primero y
después la sangre. Ahora bien, lo que allí fue el arrobamiento,
aquí lo fue la muerte, para que aprendas que en adelante esta
muerte es sueño 21.
19. ¿Veis cómo Cristo unió a sí su esposa? ¿Ves con qué
alimento nos nutre a todos? ¡Con el mismo alimento hemos sido
formados y nos nutrimos!
Efectivamente, igual que la mujer alimenta con su propia sangre
y su leche al recién alumbrado, así también Cristo alimenta
continuamente con su propia sangre a los que engendró.
20. Por consiguiente, ya que disfrutamos de don tan grande,
demostremos una gran diligencia y recordemos los pactos que
hemos firmado con Él.
Os lo digo a todos vosotros: a los que ahora estáis siendo
iniciados y a los que lo fuisteis antes, incluso hace muchos años.
Efectivamente, mi discurso es común para todos nosotros,
puesto que todos también hemos firmado con Él pactos, que
escribimos, no con tinta, sino con el espíritu; no con la pluma, sino
con la lengua.
Con esta pluma se escriben, efectivamente, los pactos hechos
con Dios, por eso dice también David: Mi lengua es pluma de ágil
escribano 22.
Confesamos su soberanía, renunciamos a la tiranía del diablo:
ésta fue nuestra firma de puño y letra, éste el pacto, éste el
pagaré.
21. Mirad de no recaer en manos del antiguo pagaré.
Una sola vez vino Cristo: encontró nuestro eterno pagaré, el
que Adán escribió. Éste comenzó la deuda; nosotros fuimos luego
aumentando el préstamo con nuestros pecados 23. Allí había
maldición, pecado, muerte y condena de la ley: todo esto lo abolió
Cristo, y nos perdonó.
Y Pablo dice a gritos: El pagaré de nuestros pecados que nos
era contrario, también lo quitó de en medio clavándolo en la cruz
24.
No dijo: borrándolo, ni tampoco: raspándolo, sino: clavándolo en
la cruz, para que no quedase ni huella de él.
Por eso no lo borró, sino lo rompió: los clavos de la cruz,
efectivamente, lo rompieron y lo destruyeron, para que en adelante
fuera inútil.
22. Y no fue en un rincón ni de oculto como saldó la deuda, sino
en medio del universo y en lo alto de un estrado.
«¡Miren los ángeles -dice-, miren los arcángeles, miren las
potestades de arriba, miren incluso los perversos demonios y el
mismo diablo, los que nos hicieron responsables de las deudas
ante usureros sin piedad: el pagaré está roto para que no nos
asalten más!».
La salida de los hebreos de Egipto como figura del bautismo
23. Puesto que el primero está roto, cuidémonos, pues con todo
empeño de que no reaparezca otro pagaré, porque no hay una
segunda cruz, ni un segundo perdon por medio del baño de
regeneración.
Realmente hay perdón, pero no hay un segundo perdón
mediante el baño bautismal. Sin embargo, no por ello nos hagamos
más despreocupados, os lo suplico. Saliste, oh hombre, de Egipto:
¡no busques de nuevo Egipto ni los males de Egipto; no te
acuerdes ya más del barro y de los adobes 25 las cosas de la vida
presente son barro y adobes puesto que el mismo oro, antes de
convertirse en oro, no es otra cosa que tierra!
24. Los judíos vieron prodigios. Tú también los ves incluso
mucho mayores y más preclaros que entonces, cuando los judíos
salían de Egipto 26.
No viste al Faraón ahogado con todas sus armas, pero has visto
al diablo hundido con sus armas; aquéllos atravesaron el mar, tú
atravesaste la muerte; aquellos se libraron de los egipcios, tú
quedas libre de los demonios; los judíos se sacudieron la
esclavitud de los bárbaros, tú la que es mucho más penosa: la del
pecado.
25. ¿Quieres saber por otro camino cómo fuiste considerado
digno de privilegios mayores?
Los judíos no podían entonces mirar el rostro glorificado de
Moisés, y esto a pesar de que él era un congénere y un esclavo
con ellos 27: tú en cambio viste el rostro de Cristo en su gloria. Y
Pablo dice a gritos: Y nosotros, con la cara descubierta, reflejamos
como un espejo la gloria del Señor 28.
Aquellos tenían entonces a Cristo que los iba siguiendo, pero
con mucha mayor razón nos sigue a nosotros ahora, pues a ellos
entonces el Señor los acompañaba por la gracia de Moisés; a
nosotros, en cambio, no sólo por la gracia de Moisés, sino también
por vuestra propia docilidad 29.
Para aquellos, después de Egipto, el desierto; para nosotros, en
cambio, tras el éxodo 30, el cielo. Aquellos tenían por guía y
óptimo general a Moisés: también nosatros tenemos otro Moisés, a
Dios, que nos guía y nos manda.
26. ¿Cuál era, efectivamente, la característica de aquel Moisés?
Era realmente Moisés -dice- el más apacible de los hombres que
hay sobre la tierra 31.
Si esto lo hubiera dicho también alguien acerca de este otro
Moisés, no se habría equivocado, pues también en éste estaba
presente el mansísimo Espíritu, como consubstancial 32 y
congénito que le es.
Moisés entonces extendió sus manos hacia el cielo e hizo que
bajara el pan de los ángeles, el maná 33: este otro Moisés
extiende sus manos hacia el cielo y trae el alimento eterno. Aquél
golpeó la peña e hizo brotar ríos de agua 34: éste toca la mesa,
golpea la mesa espiritual, y hace fluir las fuentes del Espíritu.
Por esta razón está la mesa situada en el medio, como una
fuente, para que de todas partes afluyan los rebaños en torno a la
fuente y puedan gozar de las aguas salvadoras.
27. Por consiguiente, ya que hay aquí una fuente así y una vida
de tal calidad, y ya que la mesa rebosa de innumerable bienes y
de todas partes hace germinar para nosotros los dones
espirituales, acerquémonos con un corazón sincero, con una
conciencia limpia, para que recibamos gracia y mlsericordia que a
su tiempo nos socorran. Por la gracia y la bondad del Hijo
unigénito, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, por medio del cual
se dé al Padre, y al Espíritu vivificante, la gloria, el honor y la
fuerza, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
..................................................
1. Esta Catequesis corresponde a la tercera de las ocho editadas por
WENGER (p. 151-167, del que traduz- co), pero, a diferencia de las siete
restantes, había sido ya publicada por PAPADOPOULOS, sobre la base del
códice de Moscú 129 (cf. op. cit. pp. 168-181); además había tenido ya una
extraordinaria difusión gracias a una antigua versión latina de comienzos del
s. V, conocida por Agustín y por Julián de Eclana, que también conocían el
texto griego. Montfaucon pudo leerla en el códice Parisino 700, del s. X, pero,
inexplicablemente, no la tuvo por auténtica y no la incluyó entre las obras de
san Juan Crisóstomo, en tanto WENGER ha defendido, con razón, su
autenticidad y, tras el texto griego, ha publicado también la antigua versión
latina (op. cit. p. 168-181); según el mismo WENGER (Introd., p. 76), habría
sido pronunciada en la noche de Pascua del año 388; cf., sin embargo, las
más recientes investigaciones de BOUHOT, Versión inédite, pp. 40-41.
2. El título es el que Wenger da a la Catequesis (p. 151).
3. Cf. Is 34, 4 y Mt 24, 29.
4. Mt 13, 43, con la variante «en el reino de los cielos» atestiguada por
unos pocos códices minúsculos, frente a la lección «en el reino de su
Padre», asumida por ALANO (Novum Testamentum Graece, Stuttgart 1979
26, ad loc.).
5. Mt 3, 11.
6. Sal 72, 18.
7. Nótese la eficaz gradación de las antítesis, todas ellas basadas en la
Escritura.
8. Sobre las incertidumbres de san Juan Crisóstomo respecto del pecado
original, evidentes incluso en esta sola afirmación sobre las culpas de los
niños, y a pesar de las precisiones que hace en el c. 21, cf. WENGER, nota 2,
p. 154, y HARKINS, Chrysostom's Sermo íd neophytos, op. cit. pp. 113-114;
para los pasajes correspondientes de la antigua versión latina, cf. WENGER,
nota 2, p. 170, y BOUHOT, op. cit. p. 34.
9. 1 Co 4, 9: nótese cómo san Juan Crisóstomo usa eficazmente la
terminología deportiva, a pesar de sus frecuentes recriminaciones contra los
espectáculos y juegos.
10. Probable referencia a la idéntica expresión del Sal 44, 8.
11. Lc 10, 19.
12. Gn 3, 14: la serpiente, como dirá poco después, es el arma (lit. «la
espada») del diablo.
13. La terminología metafórica del equino militar remonta claramente a Ef
6, 14-17.
14. Para los acontecimientos de que se habla, cf. Ex 11, 1-11; 12, 21-25.
16. WENGER (nota 1, p. 160), pone justamente de relieve cómo en el relato
de Jn 19, 33-34 se habla de que sale sangre y agua, no agua y sangre: la
inversión se debe, no a un error de san Juan Crisóstomo, que en otros
lugares cita con exactitud el pasaje, sino a las exigencias de su Catequesis,
según la cual el agua, esto es, el Bautismo, precede a la sangre, esto es, a la
Eucaristía (aquí definida con el término «misterios», familiar a san Juan
Crisóstomo y presente aun hoy día en la expresión «santo Sacramento»).
17. Así es como se indica la humanidad de Cristo.
18. Tt 3, 5.
19. Según WENGER (nota 2, p. 161), esta interpretación del nacimiento de
la Iglesia del costado de Jesús crucificado, como Eva del costado de Adán
(cf. Gn 2, 21ss.) inspirará la interpretación análoga del Tract. 120 in Joh. (PL
35 1953) de san Agustín, quien conoció esta catequesis de san Juan
Crisóstomo en su texto original y en la antigua versión latina como ya se
indicó.
20. Gn 2, 23.
21. MU/SUEÑO: La equivalencia «muerte» = «sueño», con su excepcional
mutación semántica, deriva coherentemente de la contraposición entre Cristo
y Adán, instituida por san Juan Crisóstomo: la innovación lingüística más
evidente nos la brindará el término «cementerio» lugar donde los muertos
duermen, a la espera de la resurreccion.
22. Sal 44, 1.
23. Para esta precisión de san Juan Crisóstomo sobre la naturaleza del
pecado original, cf. la nota 8 de esta Catequesis.
24. Col 2, 14.
25. Cf. Ex 1, 13-14.
26. Para los hechos aludidos, cf. Ex 13, 18ss.
27. Cf. Ex 34, 29ss.
28. 2 Co 3, 18.
29. Según WENGER (P. 165-166, notas I y 2, y p. 180-181, notas 3 y 4), san
Juan Crisóstomo está pensado en «el nuevo Moisés», esto es, Cristo.
30. «Exodo» con significado de «muerte» (cf. LAMPE, Lexicon, s. V).
31. Nm 12, 3: sobre el valor superlativo del comparativo praóteros cf.
SCHWYZER, II, p. 185.
32. El término homoousios no puede referirse más que a Cristo, puesto
que estaba reservado para expresar la unidad de las personas divinas.
33. Cf. Ex 16, 9ss.
34. Cf. Ex 17, 1ss.
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OCTAVA CATEQUESIS 1
«Del mismo, a los nuevos iluminados, y sobre el dicho del
Apóstol: Si alguno está en Cristo, nueva creación es; lo viejo pasó;
mira: todas las cosas son hechas nuevas» 2,
Alegría de la Iglesia por los nuevos bautizados
1. Hoy veo la asamblea más radiante que de costumbre, y a la
Iglesia de Dios en el colmo del gozo por sus propios hijos.
Porque, lo mismo que una madre amorosa, cuando ve a sus
hijos formando corro en su derredor, se llena de gozo, salta de
alegría y se deja llevar en alas del contento, así también esta
madre espiritual, cuando mira sus propios hijos, se alegra y exulta,
pues se ve a sí misma como ubérrimo campo, orgullosa de estas
espigas espirituales.
Y considera, querido, el exceso de la gracia, pues ya ves, ¡en
una sola noche, cuántos hijos alumbró de una vez esta madre
espiritual! 3.
Y no te maravilles, porque así son los alumbramientos
espirituales: no necesitan de tiempo ni de un período de meses.
2. ¡Ea pues, gocémonos también nosotros con ella y
participemos de su alegría!
Porque, si por un pecador que se convierte hay alegría en el
cielo 4, mucho más conviene que nosotros, por tan gran
muchedumbre, saltemos de gozo, nos alegremos y glorifiquemos al
Dios de bondad por su insondable don.
En efecto, la grandeza del don de Dios verdaderamente
sobrepasa todo discurso. ¿Qué inteligencia, qué mente, qué
razonamiento podrá comprender el exceso de bondad de Dios y la
grandeza de los dones inefables con que ha agraciado a la
naturaleza humana?
3. Efectivamente, los que ayer y anteayer, esclavos del demonio
y sin confianza alguna, estaban bajo la tiranía del diablo y, como
cautivos, andaban traídos y llevados de Ceca en Meca, mira, ¡hoy
han sido admitidos en el rango de hijos de Dios y, tras
desprenderse de la carga de los pecados y ponerse la vestidura
real, compiten en resplandor casi con el mismo cielo, y
apareciendo con una luz más fulgurante que estas estrellas que
vemos, deslumbran la vista de cuantos los miran!
Aquellas, efectivamente, brillan únicamente en la noche y nunca
podrían brillar en pleno día. Éstos, en cambio, resplandecen por
igual de noche y de día, porque son estrellas espirituales y
rivalizan con la misma luz del sol, mejor aún, la sobrepasan en gran
medida.
Efectivamente, si Cristo el Señor se sirvió de esta imagen para
mostrar el resplandor de los justos en el siglo futuro, cuando dijo:
Entonces los justos resplandecerán como el sol 5, no fue para
indicar que brillan solamente tanto, sino porque le era imposible
hallar otro ejemplo sensible más brillante que el sol; por eso
comparó con esta imagen la condición de los justos.
4. Así pues, abracemos también nosotros hoy a éstos, que
pueden brillar más que las estrellas y rivalizan con el fulgor de los
rayos del sol, y no nos limitemos a estrecharlos con estas manos
corporales, sino también demostrémosles nuestro cariño con
nuestro aliento espiritual y exhortémosles a reflexionar en el
exceso de la generosidad del Señor y en el fulgor del vestido que
han sido considerados dignos de llevar: Porque -dice- todos los
que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estéis vestidos 6, y
así, que en adelante hagan y obren todo como quien tiene con él
conviviendo a Cristo, el Creador de todo y Señor de nuestra
naturaleza. Y cuando digo a Cristo, digo también al Padre y
también al Espíritu Santo, pues, de hecho, Él mismo pronunciaba
esta promesa: Si alguno me ama y guarda mis mandamientos, yo y
mi Padre vendremos a él y haremos en él morada 7.
5. Este hombre, en adelante, aunque camine por la tierra, se
comportará tal como si viviese en los cielos, con el pensamiento y
la imaginación puestos en las cosas de arriba, y sin temor ya a las
asechanzas del perverso demonio.
Efectivamente, cuando el diablo vea semejante cambio y que los
que anteriormente estaban bajo su dominio han sido elevados a
tan gran altura y han sido considerados dignos de tanta bondad
por parte del Señor, se marchará avergonzado, sin atreverse tan
solo a mirar a la cara, porque no soporta los destellos que de allí
emanan, antes bien, deslumbrado por la ráfaga de luz que de allí
emiten, vuelve la espalda y se va.
6. Vosotros, por el contrario, los nuevos soldados de Cristo, los
inscritos hoy en el censo de ciudadanos del cielo, los convidados a
este festín espiritual y que estáis a punto de gustar la mesa real:
demostrad un celo digno de la grandeza de los dones, y así os
ganaréis de lo alto mayor abundancia de gracia.
Efectivamente, nuestro Señor, bondadoso como es, en cuanto
vea que somos agradecidos por los bienes ya otorgados y que
hemos demostrado mucha circunspección en torno a la grandeza
de los dones, nos prodigará la gracia y, por poco que
contribuyamos nosotros, El por su parte nos honrará con mayores
dones.
Pablo, modelo del nuevo bautizado
7. También Pablo, el maestro del universo, que primero
perseguía a la Iglesia y, circulando por todas partes, arrastraba a
hombres y mujeres 8, y todo lo confundía y perturbaba con las
muestras de su inmenso furor, en cuanto gustó de la bondad del
Señor y, deslumbrado por la luz inteligible, se desprendió de las
tinieblas del error y fue conducido de la mano a la verdad y por
medio del bautismo se lavó de todos sus pecados cometidos
anteriormente, al instante y sin dejarlo al azar, el que antes todo lo
hacía en favor de los judíos y asolaba a la Iglesia, se puso a
confundir a los judíos que habitaban en Damasco, proclamando
que el crucificado es el Hijo de Dios en persona 9.
8. ¿Has visto alma mejor dispuesta? ¿Ves cómo por medio de
los hechos mismos nos muestra que también anteriormente había
obrado por ignorancia? ¿Ves cómo por la experiencia misma de los
hechos nos enseña a todos nosotros que con toda justicia se le
consideró digno de la bondad de lo alto y se le introdujo de la
mano en el camino de la verdad?
Cuando Dios en su bondad ve, efectivamente, al alma bien
dispuesta, pero extraviada por causa de la ignorancia, no la
desprecia, ni la deja mucho tiempo sin su ayuda providente, al
contrario, da pruebas de que aporta todo cuanto de Él depende,
sin descuidar nada de cuanto pueda contribuir a nuestra salvación,
con una sola condición: que nosotros mismos nos hagamos dignos
de atraer con abundancia la gracia de lo alto, como hizo este
bienaventurado Apóstol.
9. Efectivamente, como quiera que todo lo que hacía
anteriormente lo hacía por ignorancia y, pensando que con su celo
no hacía más que defender la Ley, se convertía en causa de
perturbación y desorden para todos, en cuanto aprendió del mismo
legislador que iba por camino contrario y que sin darse cuenta se
estaba precipitando en los abismos, no lo retardó, no lo difirió, sino
que inmediatamente, nada más iluminarle la luz inteligible, se
constituyó en heraldo de la verdad, y los primeros que quiso
conducir al camino de la piedad fueron aquellos mismos para
quienes llevaba las cartas de parte de los sumos sacerdotes,
según él mismo decía en su arenga a la muchedombre judía:
Como también el sumo sacerdote me es testigo, y todo el colegio
de los ancianos, que habiendo yo recibido de ellos cartas, me
dirigía hacia Damasco en busca de los sumos sacerdotes, con la
intención de poder traer presos a Jerusalén a cuantos allí estaban
10.
10. ¿Le viste furioso como un león y dando vueltas por todas
partes? 11. Míralo de nuevo mudado repentinamente en manso
cordero, y al que antes de esto apresaba, arrojaba en las cárceles
y acosaba y perseguía a todos los creyentes en Cristo, de repente,
míralo descolgado por el muro en una espuerta, por causa de
Cristo, para escapar a las asechanzas de los judíos. Míralo en otra
ocasión enviado a Cesarea durante la noche y de allí remitido a
Tarso, para evitar que la furia de los judíos lo despedazase 12.
¿Ves qué cambio, querido? ¿Ves qué transformación la suya?
¿Ves cómo en cuanto gustó la generosidad de lo alto, él
contribuyó largamente con cuanto estaba en su mano, a saber: el
celo, el fervor, la fe, el valor, la paciencia, la nobleza de alma, la
voluntad impávida? Por esta razón fue también considerado digno
de mayor apoyo de arriba, y de ahí que, escribiendo, dijera: Yo he
trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios,
que está conmigo 13.
11. Imitad a éste, os lo suplico! También vosotros, los que ahora
habéis sido considerados dignos de entrar bajo el yugo de Cristo y
habéis gustado la adopción filial, y ya inmediatamente, desde el
comienzo, demostrad un fervor y una fe en Cristo tan grandes
como para atraer sobre vosotros de arriba una gracia mayor,
hacer más resplandeciente el vestido que os han regalado y gozar
de más abundante benevolencia de parte del Señor.
Efectivamente, si a pesar de no haber hecho todavía ni una sola
obra buena, antes bien, estando cargados con tantos pecados, él,
imitando su propia bondad, os consideró dignos de tan grandes
dones -pues no solamente os libró de los pecados y os justificó
con su gracia, sino que también os hizo santos y os dio la adopción
filial-, pues se anticipó regalándoos tantos dones, con tal que
vosotros os apresuréis, después de tantos dones, a contribuir con
cuanto esté en vuestra mano, y junto con la guarda de lo ya
recibido, demostréis rigor en la conducta, ¿cómo no vais a ser
considerados dignos otra vez de mayor generosidad?
El bautismo como nueva creación
12. /2Co/05/17: Escuchaste hoy al bienaventurado Pablo, el
padrino de boda 14 de la Iglesia, que, escribiendo, decía: De modo
que si alguno está en Cristo, nueva creación es 15. Para que no
pensemos que lo dicho se refiere a esta creación sensible, señaló
esta condición: Si alguno está en Cristo; con ello nos enseña que,
si alguno se pasa a la fe en Cristo, nos muestra una nueva
creación.
Porque, dime, ¿qué provecho puede haber en ver un cielo
nuevo y nuevas las demás partes de la creación? ¿Tanto como
ganancia en ver a un hombre pasar del vicio a la virtud y del error
a la verdad?
Pues a esto, efectivamente, llamaba nueva creación aquel
bienaventurado, y por eso añadió en seguida: Las cosas viejas
pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas! 16; con ello
nos daba a entender más o menos que, después de despojarse
como de un vestido viejo de la carga de los pecados por medio de
la fe en Cristo, los recién liberados del error e iluminados por el sol
de justicia se ponían este nuevo y resplandeciente vestido y túnica
de reyes. Por esto decía: Si alguno está en Cristo nueva creación
es; las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas
nuevas!
13. Efectivamente, ¿cómo no van a ser nuevas e inimaginables,
cuando el que ayer y anteayer estaba entregado a la molicie y a la
glotonería de golpe abraza la continencia y la vida frugal?
¿Como no van a ser nuevas e inimaginables todas las cosas,
cuando el que antes era un libertino y se consumía en los placeres
de la vida presente, de pronto se hace superior a sus pasiones y,
como si no estuviese revestido de un cuerpo, así se pone a
conquistar la templanza y la castidad?
14. ¿Ves cómo lo ocurrido es realmente nueva creación? En
efecto, la gracia de Dios sobrevino, remodeló y transformó las
almas, y las convirtió en otras diferentes de las que eran, no
cambiando su esencia, sino transformando su voluntad y no
dejando que en adelante el tribunal de los ojos de la mente juzgue
contrariamente a la realidad 17: como quien quita una legaña de
los ojos, les permitió ver con exactitud la fealdad y disformidad del
vicio y la mucha belleza y resplandor de la virtud.
15. ¿Ves cómo el Señor cada día obra una nueva creación?
Porque, dime, ¿qué otro hubiera persuadido a un hombre que
con frecuencia consumía toda su vida en los placeres de la vida y
que adoraba a las piedras y a la madera 18 por creerlas dioses, a
que de repente se lanzase a tal altura de virtud que pudiera, de
una parte, despreciar y mofarse de todo aquello y ver piedras en
las piedras lo mismo que madera en la madera, y de otra, adorar al
creador de todas las cosas y preferir la fe en él a todos los bienes
de la vida presente?
16. FE/NUEVA-CREACION: ¿Ves cómo se llama nueva creación
a la fe en Cristo y al regreso a la virtud? Por tanto escuchemos
todos, os lo suplico, los que fuimos iniciados antes y los que
acaban de gustar la generosidad del Señor, la exhortación del
Apóstol, que dice: Las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas
son hechas nuevas!, y olvidados de todo lo anterior,
transformemos nuestra propia vida, como ciudadanos de un nuevo
régimen de vida, y con el pensamiento clavado en la dignidad del
que mora en nosotros, hablemos y obremos consecuentemente en
todo.
El resplandor del nuevo bautizado
17. Efectivamente, si los hombres que reciben cargos
mundanos y que muchas veces llevan sobre el vestido que los
envuelve la marca de las imágenes imperiales, gracias a la cual
aparecen dignos de crédito ante los demás, nunca se permitirían
obrar lo que fuese indigno de ese vestido con las insignias
imperiales; y si alguna vez lo intentasen ellos, tienen a muchos que
se lo impedirían; e incluso si otros quisieran maltratarlos a ellos, el
vestido que llevan puesto les aportaría suficiente seguridad para
no sufrir nada desagradable, con mucha mayor razón es justo que
quienes tienen a Cristo morando, no sobre el vestido, sino sobre el
alma, y con Él a su Padre y la presencia del Espíritu Santo, den
pruebas de tener gran seguridad, y por su cabal conducta
evidencien ante todos su personal condición de portadores de la
imagen imperial.
18. Lo mismo, efectivamente, que aquellos, al mostrar sobre el
vestido a la altura del pecho las imágenes imperiales, se ponen en
evidencia ante todos, así también nosotros, los que de una vez por
todas fuimos revestidos de Cristo y considerados dignos de tenerlo
morando en nosotros, si de verdad le queremos, mediante una
vida perfecta, incluso callando, podremos mostrar a todos la fuerza
del que mora en nosotros.
Y de la misma manera que ahora el despliegue de vuestro
indumento y el brillo de las vestiduras atraen todas las miradas, así
también, y para siempre, con tal que lo queráis y conservéis el
resplandor de vuestra regia vestimenta, podréis con mucha más
exactitud que ahora, por medio de una conducta según Dios y muy
cabal, atraeros a todos los que os miran a un mismo celo y a la
glorificación del Señor.
19. Por esta razón, indudablemente, decía Cristo: Alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos
19.
¿Ves cómo exhorta a que alumbre la luz que hay en nosotros,
no a través de los vestidos, sino mediante las obras? En efecto, al
decir: Alumbre vuestra luz, añadió: Para que vean vuestras buenas
obras.
Esta luz no se detiene en los límites de los sentidos corporales,
sino que ilumina las almas y las mentes de los que miran, y tras
disipar la tiniebla de la maldad, persuade a los que la reciben a
que alumbren con luz propia e imiten la virtud.
20. Alumbre -dice- vuestra luz delante de los hambres. Y dijo
bien: delante de los hombres. «Vuestra luz -dice- sea tan grande
que no solamente os ilumine a vosotros, sino que alumbre también
delante de los hombres que necesitan abundancia de ella».
Por consiguiente, como esta luz sensible ahuyenta la oscuridad
y hace que caminen recto los que han tomado este camino
sensible, así también la luz espiritual que proviene de la óptima
conducta ilumina a los que tienen la vista de la mente enturbiada
por la oscuridad del error y son incapaces de ver con exactitud el
camino de la virtud, limpia la legaña de los ojos de sus mentes, los
guía hacia el buen camino y hace que en adelante marchen por el
camino de la virtud.
21. Para que vean vuestras obras y glorifiquen a vuestro Padre
que está en los cielos. «Vuestra virtud -dice-, vuestra exactitud en
la conducta y el éxito de vuestras buenas obras excite a los que os
ven a glorificar al común Señor de todos».
Así pues, cada uno de vosotros, os lo suplico, ponga toda su
diligencia en vivir con tal exactitud que eleve hasta el Señor la
alabanza de todos los que os miran.
22. Por esta razón también aquel bienaventurado imitador de
Cristo y maestro de la conducta óptima, que recorría el mundo y
todo lo hacía por salvación de los hombres, decía escribiendo: Si
alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron;
mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas! 20, casi como
exhortándonos diciendo: «Te quitaste el viejo vestido y tomaste el
nuevo, que tiene un resplandor tan grande que puede rivalizar con
los rayos del sol: mira cómo te las arreglas para que puedas
conservar con ese mismo brillo la belleza del vestido».
Efectivamente, mientras aquel malvado demonio, enemigo de
nuestra salvación, vea que este nuestro vestido espiritual sigue
resplandeciente, no osará ni siquiera acercarse, pues tanto teme
él su resplandor: le ciega el fulgor que de allí salta.
23. Por eso, os lo suplico, ya desde los mismos comienzos,
presentad la lucha sin cuartel y mostrad la intensidad del
resplandor haciendo por todos los medios que la belleza de este
vestido sea más luminosa y más refulgente. Y que de nuestra
lengua no salga una sola palabra vana y sin más, antes bien,
examinemos primero si tiene alguna utilidad y si puede ofrecer a
quienes la oigan alguna edificación, y aun entonces profiramos las
palabras con mucho temor, como si a nuestro lado tuviéramos a
alguien escribiéndolas, sin olvidar lo dicho por el Señor: Mas yo os
digo que toda palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella
darán cuenta en el día del juicio 21.
24. Por consiguiente, que tampoco se dé entre vosotros
conversación de cosas terrenas, inútil y sin provecho, porque
hemos escogido para en adelante una vida nueva y diferente, y
conviene que obremos en consecuencia con esta vida, para no
hacernos indignos de ella.
¿No veis en los cargos terrenales cómo a los que se afanan por
formar parte de lo que ellos llaman Senado las leyes humanas les
impiden realizar algunas acciones que a los demás se les permiten
con toda libertad?
Pues de la misma manera lo justo sería que vosotros, los recién
iniciados, y nosotros, los que de antes fuimos considerados dignos
de esta gracia, inscritos como estamos una vez por todas en el
Senado espiritual, no tuviéramos ya parte en las mismas obras que
los demás, sino que diéramos pruebas de rigor en la lengua y de
limpieza en la mente, y educáramos cada uno de nuestros
miembros para que no emprendan obra alguna que no reporte al
alma gran provecho.
25. ¿De qué estoy hablando? De que la lengua se ocupe
únicamente de himnos, de glorificación, de lectura de las divinas
palabras y de conversaciones espirituales, pues dice: Si sale
alguna palabra buena, sea para edificación, para que dé gracias a
los oyentes. Y no contristéis al Espirita Santo de Dios, con el cual
estéis sellados 22.
¿Ves? El no hacer lo dicho tiende a contristar al Espíritu Santo.
Por esta razón, os lo suplico, pongamos todo nuestro empeño en
no obrar nada que contriste al Espíritu Santo, y si hemos de salir,
no busquemos afanosos las reuniones perjudiciales, ni los
encuentros insensatos y llenos de boberías, sino al contrario, ante
todo, que nada nos sea más preferible que las casas de oración y
que las reuniones donde se conversa sobre temas espirituales.
26. Y todo cuanto nace de nosotros que vaya impregnado del
mayor decoro, pues dice: El atuendo del hombre, su risa y su
andar delatan lo que él es 23.
En efecto, el semblante externo podría muy bien ser clara
imagen de la disposición del alma, pero su belleza la pone de
manifiesto muy particularmente el movimiento de los miembros.
Y si caminamos por la plaza, sea tal nuestra andadura y dé
pruebas de tanta serenidad y aplomo que todos cuantos nos
encuentren se vuelvan a contemplarnos. Que el ojo no parezca ser
un azogue ni los pies trastrabillen; que la lengua profiera las
palabras con sosiego y suavidad, y en fin, que todo nuestro
exterior revele la belleza del alma que está dentro, y que en
adelante nuestra conducta resulte extraña y cambiada, puesto que
nuevo y extraño es lo que hemos comenzado, como muestra el
bienaventurado Pablo cuando dice: Si alguno está en Cristo, nueva
creación es 24.
27. Y para que aprendas que es nuevo e inimaginable lo que
nos han dado, los que antes de esto éramos más despreciables
que el barro y, por así decirlo, nos arrastrábamos por tierra, de
repente nos tornamos más resplandecientes que el oro y
cambiamos la tierra por el cielo.
Y ésta es la razón de por qué son espirituales todos los dones
que se nos han hecho. Efectivamente, espiritual es nuestro
vestido, espiritual nuestra comida y espiritual nuestra bebida. La
consecuencia es que en adelante, también nuestras obras y todas
nuestras acciones deberían ser espirituales.
Éstas son efectivamente fruto del Espíritu, como dice también
Pablo: Mas el fruto del Espirita es: amor, alegría, paz, entereza de
ánimo, agrado, bondad, fe, mansedumbre, templanza: contra tales
cosas no hay ley 25, dice.
Con razón habló así, pues quienes se esfuerzan por lograr la
virtud están por encima de la ley, y no sujetos a ella, pues dice: La
ley no está puesta para el justo 26.
28. Luego, después de explicarnos el fruto del Espíritu, añadió:
Y los que son de Cristo crucificaron su carne con sus pasiones y
concupiscencias (/Ga/05/24) 27, como quien dice: la incapacitaron
para obrar el mal, la redujeron a objeto inerte, la vencieron de tal
modo que podía estar por encima de las pasiones y apetitos.
Esto es, efectivamente, lo que Pablo quería significar cuando
dijo: crucificaron. Lo mismo que el que está clavado en la cruz y
horadado con aquellos clavos, molido por los dolores y, por así
decirlo, traspasado de parte a parte, nunca podría ser perturbado
por el apetito carnal, al contrario, tiene desterrados toda pasión y
todo apetito, porque el dolor no deja sitio alguno para las
pasiones, así también los que se han consagrado a Cristo: de tal
modo se han clavado a él y se han reído de las necesidades
corporales que es como si se hubiesen crucificado a sí mismos con
sus pasiones y apetitos 28.
29. Así pues, nosotros, los que ya somos de Cristo, nos hemos
revestido de Él y hemos sido considerados dignos de su comida y
de su bebida espirituales, regulemos nuestras propias vidas como
corresponde a quienes naca tienen en común con las realidades
de la vida presente.
En efecto, nos hemos empadronado en otra ciudad, en la
Jerusalén de arriba. Por eso, os lo suplico, presentemos obras
dignas de aquella ciudadanía, para que, bien porque por ellas
practicamos la virtud, bien porque por ellas invitamos a los demás
a glorificar al Señor, podamos atraernos abundante benevolencia
de lo alto.
Porque, cuando nuestro Señor es glorificado, Él por su parte
también derrama con gran abundancia entre nosotros sus propios
dones, como quien ha aceptado nuestros buenos sentimientos y
sabe que no deposita sus propios beneficios en manos
desagradecidas e injustas.
30. Sé que hice largo el sermón. Perdonadme, sin embargo, el
gran cariño que os tengo fue extendiendo y alargando nuestra
instrucción. Y es que, al ver vuestra riqueza espiritual, y porque
conozco la furia del perverso demonio y que ahora sobre todo es
cuando necesitáis el apoyo y la vigilancia, por eso os exhorté a
que cada día permanezcáis sobrios, estéis despiertos y demostréis
vuestra continua vela y vigilancia en torno de vuestro tesoro
espiritual, para que el enemigo de nuestra salvación no pueda
encontrar ni un solo resquicio.
31. Así pues, los pactos que hicisteis con el Señor y que
escribisteis, no con tinta ni en papel, sino con la fe y la confesión
29, guardadlos firmes e inconmovibles. Y esforzaos por
permanecer durante todo el tiempo de vuestra vida con el mismo
resplandor.
Porque es posible, efectivamente, con tal de querer nosotros
contribuir continuamente con nuestra parte, no sólo mantener el
mismo resplandor, sino también hacer que sea más rutilante el
ámbito de estos nuestros vestidos espirituales, puesto que el
mismo Pablo, después de la gracia del bautismo, cuanto más
avanzaba el tiempo, tanto más brillante y refulgente se mostraba,
pues la gracia florecía en él.
32. Por consiguiente, esforcémonos también nosotros por
examinar cada día con cuidado este nuestro radiante vestido, no
sea que coja alguna mancha o arruga 30; pero hagamos un
examen constante hasta de las faltas que se tienen por pequeñas,
para que así podamos evitar los grandes pecados.
Efectivamente, si comenzamos por desdeñar algunos fallos
como insignificantes, y seguimos andando por este camino, en
breve tiempo llegaremos a las grandes caídas.
Por esta razón os exhorto también a que siempre traigáis en la
mente el recuerdo de estos pactos y constantemente rehuyáis el
contagio de todo aquello a que renunciasteis, quiero decir, de las
pompas del diablo y de todos los demás artificios del Maligno, y a
que guardéis íntegros los pactos con Cristo, para que, sacando
continuo provecho de estos festines espirituales y fortalecidos con
esta comida 31, os hagáis invulnerables a las asechanzas del
diablo.
33. Y con la perfección de vuestra conducta, os atraeréis de
parte del Espíritu una gracia tan grande como para hacer que
también vosotros seáis inexpugnables, que la Iglesia de Dios salte
de gozo y se alegre por vuestro progreso, que el Señor de todas
las cosas sea glorificado, y todos nosotros seamos considerados
dignos del reino de los cielos, por la gracia, las misericordias y la
bondad del mismo Hijo unigénito y Señor nuestro Jesucristo, por el
que se dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza y
el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
.................................................
1. Según WENGER (Introd., p. 41ss.), el grupo constituido por esta octava
Catequesis y por las cuatro Catequesis postbautismales siguientes habría
sido compuesto por la misma época, o sea, en la semana de Pascua del
año 390, Y podría distribuírselas así: la octava, el domingo o el lunes (Id. pp.
182-199); la novena, el martes (Id. pp. 200-214); la décima, el miércoles (Id.
pp. 215-228); la undécima, el viernes (Id. pp. 229-246), Y la duodécima, el
sábado (Id. pp. 247-260).
2. 2 Co 5, 17: la cita en el título probablemente remonta al mismo
Crisóstomo.
3. Al estar reservado el bautismo para la noche pascual, se comprende
fácilmente que fuera grande el número de neófitos.
4. Cf. Lc 15, 7.
5. Mt 13, 43.
6. Ga 3, 27.
7. Cf. Jn 14, 23 y la nota 21 de la quinta Catequesis.
8. Cf. Hch 8, 3.
9. Cf. Hch 9, 22.
10. Cf. Hch 22, 5.
11. Cf. I P 5, 8.
12. Cf. Hch 9, 25-30.
13.1 Co 15, 10.
14. Nymphayogós -término frecuente en san Juan Crisóstomo- era el que
conducía a la esposa en el cortejo nupcial; del correspondiente latino derivó
en castellano antiguo «paraninfo».
15. 2 Co 5, 17.
16. Ibid.
17. Sobre la dificultad de estas expresiones, véase WENGER, nota 2,p.
190.
18. Esto es, a los ídolos, fabricados generalmente con esos materiales.
19. Mt 5, 16.
20. 2 Co 5, 17.
21. Me 12, 36.
22. Ef 4. 29-30.
23. Si 19, 27.
24. 2 Co 5, 17.
25. Ga 5, 22-23.
26. 1 Tm 1, 9.
27. Ga 5 24.
28. Nótese la original valoración positiva del dolor en la más dramática
forma de la crucifixión y su consideración como medio indispensable para
dominar las pasiones y ser dueños de si mismos.
29. La fe señala las disposiciones internas; la confesión, la exteriorización
de esas disposiciones, según explicó en la Catequesis. V, 19 (cf. WENGER,
op. cit. nota 2 de la p. 198).
30. Probable alusión a Ef 5, 27.
31. Festines y comida: clara alusión a la Eucaristía.
NOVENA CATEQUESIS 1
«Del mismo: exhortación a abstenerse de la molicie y de la
embriaguez, y a preferir a todo la moderación. También para los
nuevos iluminados».
1. Aunque el ayuno haya pasado, queridos, quede sin
embargo, la piedad. Aunque haya transcurrido ya el tiempo de
la santa Cuaresma, con todo, nos nos desprendamos de su
recuerdo al menos. Pero que nadie, os lo suplico, lleve a mal
esta exhortación.
AYUNO-CRISO: Porque no digo esto para obligaros a
ayunar de nuevo, sino porque quiero que aflojéis un poco y que
ahora particularmente deis pruebas más rigurosas del
verdadero ayuno.
Efectivamente, es posible ayunar incluso no ayunando. ¿Y
cómo? Os lo diré: cuando tomamos alimentos, pero nos
abstenemos de los pecados.
Éste es, en efecto, el ayuno provechoso, y él es la razón de
ser de la abstinencia de alimentos: para facilitarnos nuestra
carrera hacia la virtud.
Por consiguiente, si queremos tener el conveniente cuidado
del cuerpo y guardar el alma limpia de pecados,
convenzámonos y obremos así.
2. Efectivamente, este modo de ayunar nos será bastante
más fácil, porque, durante aquel ayuno -el de la abstención de
alimentos, quiero decir- oía yo a muchos afirmar que
soportaban penosamente el peso de no comer, disculparse con
la debilidad del cuerpo, lamentarse de muchas otras maneras y
aseverar que el no lavarse y el beber agua sola acababa con
ellos.
Pues bien, durante este otro ayuno es imposible pretextar
nada semejante. Efectivamente, no sólo es posible gozar de
todas esas cosas, sino también procurar al cuerpo el oportuno
cuidado y tener por el alma la conveniente solicitud. Por de
pronto, ahora no estoy exhortándote a que te abstengas un
tiempo de alguna cosa de éstas. Aléjate únicamente del pecado,
y da continuamente pruebas de esta abstinencia, y así podrás
cumplir el verdadero ayuno en todo el tiempo de tu vida.
Efectivamente, el goce moderado de las cosas antes
enumeradas no se impide; en cambio, se prohibe todo pecado.
Ahora bien, éste no nace de otra parte que de la molicie, de la
glotonería y de la mucha pereza.
Por esta razón, os lo suplico, ya que esto lo sabemos
cabalmente, no utilicemos injustas disculpas de nuestra desidia.
3. En efecto, lo que muchas veces dije, lo repetiré también
ahora: igual que el uso mesurado del comer proporciona gran
provecho, tanto a la salud del cuerpo como al estado del alma,
así también la desmesura destruye al hombre por ambas partes,
ya que la glotonería y la embriaguez debilitan el vigor corporal y
arruinan la salud del alma.
Así pues, evitemos la desmesura y no seamos negligentes en
lo que atañe a nuestra propia salvación, antes bien, sabedores
de que ella es raíz de todos los males, cortémosla sin
contemplaciones.
Efectivamente, como de una fuente, así todas las especies
de pecados nacen de la molicie y de la embriaguez, y lo que es
la materia combustible para el fuego, eso son la molicie y la
embriaguez para la caída en los pecados; y como allí, cuanto
más abunda la leña, mayor es la hoguera y más alta sube la
llama, así también aquí, al entregarse uno a la molicie y a la
embriaguez, hace que se acreciente la hoguera de los pecados.
4. Ciertamente sé que vosotros, inteligentes como sois,
después de nuestra exhortación no os vais a permitir el
sobrepasar los límites de lo necesario.
Pero yo os exhorto ahora, y con razón, a que no os alejéis
únicamente de esta embriaguez, sino también de la que se
produce sin vino, ya que ésta es aún más grave.
Y no os sorprendáis de lo que acabo de decir, porque es
posible embriagarse sin vino. Y que sea posible embriagarse sin
vino, escucha al profeta cuando dice: ¡Ay de los que os
embriagáis, y no de vino! /Is/29/09 2.
¿Qué clase, pues, de embriaguez es ésta, sin vino? Es
múltiple y variada. En efecto, producen embriaguez la ira, la
vanagloria y el orgullo insensato; y cada una de las fatales
pasiones nacidas en nosotros produce también en nosotros una
especie de embriaguez y de hartura, y oscurece nuestra razón.
Efectivamente, la embriaguez no es otra cosa que extravío de
la inteligencia natural, alteración de los razonamientos y pérdida
de la conciencia.
5. Por tanto, dime, ¿en qué son menos que los borrachos de
vino los que se encolerizan y se emborrachan de furor y dan
muestra de tanta inmoderación que se comportan igualmente
contra todos, y ni miden las palabras ni saben distinguir las
personas?
Efectivamente, como los locos y frenéticos se arrojan ellos
mismos a los precipicios sin darse cuenta de ello, así también
los que se encolerizan y son asaltados por el furor.
Y por esta razón un sabio, queriendo mostrar la perdición
que es semejante embriaguez, dice: Porque el ímpetu de su
pasión lo hará caer 3. ¿Ves cómo en breve sentencia nos hace
comprender la demencia de esta pasión fatal?
6. Pero, a su vez, también la vanagloria y la necia soberbia
son otras formas de embriaguez, y más graves aún que la
misma embriaguez. Efectivamente, quien es presa de estas
pasiones pierde, por así decirlo, el criterio incluso de los mismos
órganos de los sentidos, y tampoco él está en mejor condición
que los locos.
Y efectivamente, destrozado cada día por estas pasiones, no
se da cuenta de nada hasta que, hundido en el abismo mismo
de la maldad, se ve envuelto en males incurables.
Rehuyamos, pues, os lo suplico, tanto la embriaguez de vino
como el oscurecimiento que nos viene de absurdas pasiones, y
escuchemos al común maestro del universo, que nos dice: No
os embriaguéis con vino, en el cual está la perdición 4.
7. ¿Ves cómo por medio de esta palabra nos ha puesto en
claro que también es posible embriagarse de otras maneras?
Porque, si no hubiera otras formas de embriaguez, ¿por qué
razón cuando dijo: No os embriaguéis, añadió: con vino?
Y mira, a través de lo que añade, su excelsa sabiduría y la
exactitud de su enseñanza, pues, cuando hubo dicho: No os
embriaguéis con vino, añadió: en el cual está la perdición, poco
más o menos como mostrándonos que la inmoderación en él se
nos convierte en causa de todos los males.
En el cual -dice- está la perdición, esto es, por medio del cual
perdemos la riqueza de la virtud.
8. Y para que sepas que esto es lo que nos da a entender,
intentaremos esclarecéroslo partiendo de los términos mismos
que emplea.
Efectivamente, solemos llamar perdidos a aquellos jóvenes
que vemos derrochar a lo loco y sin necesidad alguna la
hacienda paterna, y que habiendo consumido en breve tiempo
toda la riqueza paterna, quedan reducidos a miseria extrema.
Así son también los que caen presa de la embriaguez del
vino: no saben ya administrar como se debe la riqueza de la
mente, sino que, como los jóvenes perdidos, así también ellos,
anegados por la embriaguez, tanto si se trata de derrochar
palabras como de hablar algo inconveniente y muy pernicioso,
todo lo dicen y lo hacen sin escrúpulo, y peor que aquellos
perdidos que dilapidaban la fortuna paterna, éstos se precipitan
solos en la más extrema pobreza de la virtud, y muchas veces,
sin darse de ello cuenta, revelan los secretos de su
pensamiento y, después de haber dilapidado las riquezas de su
pensamiento, se ven repentinamente desnudos y privados de
todo escrúpulo y de toda conciencia.
El peligro de la embriaguez
9. EMBRIAGUEZ/CRISO: En efecto, el que se embriaga no
sabe administrar con discernimiento sus palabras, sino que,
como casa abierta por todas partes y fácilmente atacable por
cualquier insidioso, así está la mente del tal: abierta de par en
par y destrozada por las funestas pasiones.
Porque, al fin y al cabo, la embriaguez no es más que traición
de los pensamientos, calamidad que hace reír y enfermedad de
que se hace burla. La embriaguez es un demonio
voluntariamente elegido; la embriaguez es oscurecimiento de los
razonamientos; la embriaguez es atizador de las pasiones de la
carne.
Efectivamente, al que está atormentado por el demonio,
muchas veces hasta lo compadecemos; en cambio, con el
borracho nos indignamos y airamos, ¿por qué razon? Porque
aquello es vejación del demonio, y esto, en cambio, es prueba
de mucha despreocupación; aquello es insidia del demonio,
mientras esto es insidia de los propios pensamientos
10. Y para que aprendas que así es realmente, míramelo
victima de los mismos males que el endemoniado, y aun peores.
Efectivamente, como el endemoniado arroja espuma por la
boca, se cae y muchas veces permanece inmóvil sobre el suelo,
sin reconocer a los presentes, pero haciendo visajes con los
ojos, así también el que se embriaga, después que el exceso de
vino ingerido ha devastado su capacidad crítica de los
pensamientos, lo mismo que aquél, no sólo arroja espuma por
su boca y yace abandonado en peores condiciones que un
cadáver, sino que también, muchas veces, arroja por su boca
liquido podrido. Y desde ese momento se hace repulsivo para
los amigos, insoportable para la mujer, ridículo para los hijos y
despreciable para los esclavos, y en una palabra, a los ojos de
todos cuantos le ven aparece como tema de indecencias y de
risa.
11. ¿Ves cómo estos tales son más miserables que los
endemoniados? ¿Y quieres aprender, además de todo eso, cuál
es el principal de los males? Porque, después de tener dichas
tantas cosas, todavía no he puesto el remate: el que se
embriaga se hace extraño al reino de los cielos.
Escucha lo que dice el bienaventurado Pablo: No os
engañéis, que ni los fornicarlos, ni los idólatras, ni los adúlteros,
ni los invertidos, ni los borrachos, heredarán el reino de los
cielos 5.
Pero quizá alguien diga: «Entonces, ¿qué? ¿Los idólatras,
los adúlteros y los borrachos quedan por igual fuera del
Reino?» Querido, esto no quieras saberlo de mí, porque yo he
leído la ley tal como es; por tanto, no andes dándole vueltas a
eso, esto es, si el borracho paga la misma pena que los otros,
sino mira bien esto otro: que también sufre la privación del
Reino; ahora bien, una vez puesto fuera de él, ¿qué consuelo
podrá ya tener?
12. Y digo esto ahora, no como acusación de los presentes,
¡Dios me libre! Estoy convencido, en efecto de que vosotros
estáis limpios de esta pasión, por la gracia de Dios, y la mejor
prueba de ello la encuentro en vuestra concurrencia aquí con
tanto ardor, y en vuestra diligencia en escuchar esta instrucción
espiritual, porque no es posible que esté deseoso de palabras
divinas el que no es sobrio ni está vigilante.
Os digo esto, sin embargo, porque a través de vosotros
quiero también instruir a los demás, y porque quiero que
vosotros os hagáis más firmes, de modo que nunca vengáis a
ser presos de esta pasión.
13. Y es que los tales podría decirse que son más
irracionales que los mismos irracionales. ¿Cómo? Yo os digo:
los irracionales, cuando tienen sed, contienen el deseo en los
límites de la necesidad, y nunca se permiten sobrepasar la
necesidad; los hombres, en cambio, los racionales, no se
aplican a calmar la sed, sino a ver de anegarse en vino y
agravar así su propio naufragio.
Efectivamente, lo mismo que un barco sobrecargado zozobra
enseguida, así también el hombre que sobrepasa los límites de
la necesidad e impone a su estómago una sobrecarga:
rápidamente hunde su mente y envilece la nobleza de su alma.
14. Por eso, queridos, os conviene preocuparos seriamente
de corregir al prójimo y arrebatarle a ese oleaje, para que
obtengáis un salario mayor, no sólo por lo que toca a vosotros
mismos, sino también por la salvación de los demás.
Así decía también Pablo: Ninguno busque su propio bien,
sino el del otro 6, y de nuevo: Edificnos mutuamente 7.
Por consiguiente, no mires sólo que tú estás sano y libre de
enfermedad, sino cuida también y preocúpate mucho de que
también el que es miembro tuyo se vea libre del daño
consiguiente y evite la enfermedad, porque miembros somos los
unos de los otros, y si un miembro padece, menester es que
todos los miembros a una se conduelan; y si un miembro es
glorifcado, todos los miembros a una deben congratularse 8.
15. No teníais tanta necesidad de exhortación y de consejo
durante el tiempo de la santa Cuaresma como ahora. Entonces,
efectivamente, la resolución de ayunar os volvía mesurados,
aun sin quererlo. Ahora, en cambio, estoy asustado por el temor
a vuestra seguridad y a la despreocupación que de ella se
deriva, porque realmente ante nada se siente tan inútil la
humana naturaleza como ante la dejadez. Por esta razón el
Señor en su bondad, ya desde los mismos comienzos impuso al
género humano como una especie de freno, al condenar al
hombre al trabajo y al sufrimiento, prueba de su gran
preocupación por nuestra salvación.
Los judíos y la dejadez
16. PEREZA/PERVERSIÓN: Continuamente, en efecto,
necesitamos del freno para caminar en buen orden. De hecho,
por ahí les vino a los judíos mismos el atraerse la ira de lo alto.
Cuando efectivamente gozaron de gran relajación y
estuvieron seguros, después de verse libres de la dura
esclavitud de Egipto, lo propio era que intensificaran la acción
de gracias, que se dieran con mayor celo a glorificar al Señor, y
que fueran muy generosos con quien tan grandes beneficios les
había conferido.
Pero ellos hicieron lo contrario: su mucha dejadez los
pervirtió. Y por esta razón la divina Escritura los acusa cuando
dice: Comió Jacob y se hinchó; engordó y engrosó el amado, y
coceó 9.
17. Efectivamente, después de tantas maravillas y de
aquellos inimaginables milagros -la travesía del mar, el desastre
de los egipcios y el nuevo y extraño alimento del maná- y
aunque todavía les habitaba la memoria de los beneficios, tan
pronto como se encontraron en medio de fuerte relajación,
echaron en completo olvido aquello, se fabricaron un becerro y
lo adoraron diciendo: Israel, estos son tus dioses, los que te
sacaron de la tierra de Egipto 10.
¡Qué ingratitud! ¡Qué tremenda falta de sensibilidad! Porque
tal fue siempre su costumbre: en cuanto se toman algún
relajamiento, se dejan llevar al precipicio y se olvidan de su
bienhechor, pero, en cuanto se sienten un poco apretados,
entonces pliegan velas y se humillan. Por esto también el
bienaventurado David, para ilustrar esto, decía: Si los mataba,
entonces le buscaban 11.
18. Sólo que ésta es la costumbre de los servidores ingratos
y de los insensibles judíos.
Nosotros, en cambio, os lo suplico, revolviendo
continuamente en nuestras mentes los dones de Dios y
recordando la magnitud y el número de sus beneficios, seamos
generosamente agradecidos, reconozcamos en todo instante en
Él la causa de nuestro bien, demostremos una conducta digna
de sus beneficios y, en fin, cada día empeñemos nuestro
esfuerzo en la salud de nuestra propia alma.
Y muy particularmente vosotros, los que recientemente
fuisteis considerados dignos de la iniciación en los misterios; los
que os habéis quitado de encima la carga de los pecados; los
que os habéis revestido la túnica esplendente. ¡Y qué digo la
túnica esplendente! ¡Los que os habéis revestido de Cristo
mismo y habéis recibido como morador en vosotros al Señor de
todas las cosas!
Vosotros, pues, dad pruebas de una conducta digna de ese
huésped, para que os atraigáis mayor gracia de lo alto y os
apliquéis ardientemente a ser imitadores del que primero fue
perseguidor, pero después apóstol.
Pablo y Simón Mago
19. Éste, cuando fue bautizado e iluminado con la luz de la
verdad, inmediatamente se hizo así de grande, pero aun se hizo
mucho más grande según fue pasando el tiempo.
Efectivamente, después que él hubo contribuido con cuanto
de él dependía: el celo, el ardor, la decisión generosa, el
fervoroso deseo y el desprecio de los presentes, en adelante
iban fluyendo sobre él con gran abundancia los dones de la
gracia de Dios.
Y el que antes de esto había dado pruebas de un furor
incontenible, que había corrido por todas partes, y por todos los
medios había guerreado contra la causa de la piedad, en
cuanto conoció el camino de la verdad, se puso a confundir a
los ingratos judíos, y fue descolgado en un serón por una
ventana 12 para que pudiera escapar a la crueldad de los
furiosos judíos.
¿Viste el repentino cambio? ¿Ves cómo la gracia del
Espíritu Santo transformó su alma, cómo cambió su voluntad y
cómo, al igual que un fuego que se abate sobre los espinos, así
también entró en él la gracia del Espíritu, consumió las espinas
de sus pecados y le tornó más resistente que el diamante?
20. Imitadle a él vosotros también, os lo suplico, y no
solamente podréis ser llamados «nuevos iluminados» para dos,
tres, diez e incluso veinte días, sino que también mereceréis
este apelativo después de transcurridos diez, veinte o treinta
años y, por así decirlo, durante toda vuestra vida.
Efectivamente, si por medio de la práctica de las buenas
obras nos esforzamos por hacer más resplandeciente la luz que
hay en nosotros, quiero decir, la gracia del Espíritu, de modo
que nunca la dejemos extinguirse, gozaremos de ese nombre a
lo largo de todo el tiempo.
Porque, lo mismo que es posible que el que ayuna, vela y
demuestra una conducta digna sea perpetuamente un «nuevo
iluminado», así también, a su vez, es posible volverse indigno
de este nombre con un solo día de negligencia.
21. Así el bienaventurado Pablo, puesto que por la gracia
subsiguiente se atrajo un mayor apoyo de lo alto, permanecía
constantemente en este resplandor y volvía más refulgente en
él la luz de la virtud.
En cambio, el Simón Mago aquel, después que, arrepentido,
corrrió hacia el don del bautismo y gozó de la gracia y de la
generosidad del Señor, pero no contribuyó con una disposición
digna, sino que demostró una gran negligencia, de repente se
quedó privado de gracia tan grande, hasta el punto de recibir
del primero de los apóstoles un consejo: curar por el
arrepentimiento la enormidad de la falta; le dice, efectivamente:
Arrepiéntete, pues, de esta maldad tuya, por si te es perdonado
este pensamiento de tu corazón 13.
22. Pero no quiera Dios que alguien de los aquí reunidos se
exponga alguna vez a algo parecido, al contrario, ojalá, a
ejemplo del bienaventurado Pablo todos vosotros acrecentéis
tanto vuestra virtud que merezcáis más abundante generosidad
por parte del Señor.
Efectivamente, querido, no son cosas de poca monta
aquellas de las que se nos ha considerado dignos: la grandeza
de lo que se nos ha dado sobrepasa toda humana inteligencia y
vence a nuestro razonamiento.
Considera, por favor, qué cargo tan importante se te ha
confiado, efectivamente, y cuál es la dignidad que has recibido
del rey del universo.
Porque tú, el que antes eras esclavo, el cautivo, el
fracasado, súbitamente has sido elevado a la categoría de hijo.
Por consiguiente, no te descuides ni dejes que te arrebaten
esta tu dignidad, ni que te priven de esta tu riqueza espiritual,
porque, si tú no quieres, nadie podrá nunca arrebatarte los
dones que Dios te ha dado.
23. Esto no es posible, sin embargo, en las cosas humanas.
Efectivamente, cuando uno obtiene de un rey de la tierra una
dignidad, el que le sea arrebatada no está en su propia
decisión, sino que el mismo que proporciona el cargo es
también dueño de retirarlo, y así, cuando él quiere, despoja de
la dignidad al que la recibió, le reduce repentinamente a simple
particular y le separa del mando.
Totalmente contrario es lo que ocurre con nuestro Rey: la
dignidad que por su bondad nos fue dada una vez por todas
-quiero decir la adopción filial, la santificación y la gracia del
Espíritu-, si nosotros no somos unos descuidados, a nadie de
nosotros podrá nunca serle arrebatada. ¡Y qué digo arrebatar!
¡Cuando Él nos vea responder generosamente de lo que ya nos
ha dado, añadirá todavía más y así con su generosidad
aumentará una vez más los dones que de Él vienen!
Necesidad y posibilidad de continua conversión de los
bautizados
24. Conscientes, pues, de que, después de la gracia de Dios,
todo depende de nosotros y de nuestra diligencia, respondamos
generosamente de lo que ya se nos ha dado, para hacernos
dignos de dones aún mayores.
Por eso os exhorto: vosotros, los que habéis sido
recientemente considerados dignos del don divino, demostrad
una gran circunspección, y conservad puro y sin mancha el
vestido espiritual que se os ha entregado; nosotros, los que
recibimos hace tiempo este don, demostremos un buen cambio
de vida.
Porque hay, sí, hay un regreso, si queremos, y es posible
volver de nuevo a la antigua belleza y al prístino esplendor, con
tal, únicamente, que nosotros contribuyamos con nuestra parte.
25. Efectivamente, en lo que atañe a la belleza corporal, es
imposible que vuelva de nuevo a su mejor momento el
semblante que, una vez por todas, se ha afeado, y que, por
vejez, por enfermedad o por cualquier otra cinconstancia
corporal, ha perdido su antigua belleza.
Es, en efecto, un accidente de la naturaleza, y por esta razón
es imposible regresar al esplendor de la belleza primera.
En cambio, respecto del alma, si nosotros queremos, sí que
es posible, gracias a la inefable bondad de Dios, y así el alma
que una vez se manchó y por la muchedumbre de los pecados
se afeó y envileció, puede rápidamente regresar a su primera
belleza, con tal que nosotros demostremos una intensa y
rigurosa conversión.
26. Ahora bien, esto lo digo para mí mismo y para los que
fueron dignos del bautismo ya antes. Vosotros, sin embargo, los
nuevos soldados de Cristo, hacedme caso y empeñaos por
todos los medios en conservar puro vuestro vestido.
En efecto, mucho mejor es tener ahora el cuidado y la
preocupación de su brillo, de modo que podáis permanecer
continuamente en la pureza y no cojáis mancha alguna, que,
por haberos descuidado, llorar después y golpearos el pecho
para poder limpiaros la mancha sobrevenida.
No paséis lo que pasamos nosotros 14, os lo suplico, antes
bien, que la negligencia de los que os precedimos os sirva de
escarmiento a vosotros.
27. Y como soldados espirituales, nobles y vigilantes,
limpiaos cada día vuestras armas espirituales, para que el
enemigo, al ver el fulgor de las armas, se aleje y no piense que
puede acercarse.
Efectivamente, cuando vea, no sólo que brillan las armas,
sino también que vosotros estáis bien protegidos por todas
partes y que el tesoro de vuestra mente está bien asegurado
con todo rigor, como una casa, él se ocultará y se marchará,
sabedor de que nada más logrará, aunque intente el asalto
miles de veces.
Porque puede ser desvergonzado y atrevido en alto grado y
más cruel que una fiera, pero, cuando ve al completo vuestra
armadura espiritual y la fuerza que el Espíritu os ha dado,
percibe con mayor exactitud su propia debilidad, y se retira con
gran vergüenza y con gran desprecio de sí mismo, porque sabe
que intenta lo imposible.
28. Por consiguiente, os lo suplico, vivamos todos
sobriamente: los que fuimos antes considerados dignos de este
don, para que podamos regresar a la primera belleza y
purificarnos de la mancha sobrevenida, y los que acabáis de
gustar la generosidad del rey demostrad vigilancia y gran
firmeza, de modo que podáis permanecer en continua pureza y
no recibáis la más leve mancha o arruga 15 por insidia del
diablo; al contrario, como si éste se presentase, se colocara
cerca y disparase los dardos de la maldad, nosotros
fortifiquémonos bien por todos los flancos y resistámosle con
mucha diligencia y con gran preocupación por nuestra propia
salvación, para que podamos evitar las insidias de aquél, y por
nuestra fidelidad nos atraigamos el auxilio de lo alto, por la
gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se
dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el
honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
.................................................
1. Esta Catequesis probablemente se pronunció el martas de Pascua
del año 390, al día siguiente de la anterior (cf. nota I de la Catequesis
octava).
2. Cf. Is 29, 9.
3. Si 1, 22 (Vulg. 28).
4. Ef 5, 18.
5. 1 Co 6, 9-10.
6. 1 Co 10, 24.
7. 1 Ts 5, 1 1.
8. 1 Co 12, 25-26.
9. Dt 32, 15.
10. Cf. Ex 32, 4.
11. Sal 78, 34.
12. Cf. 2 Co 11, 33; Hch 9, 22-25.
13. Cf. Hch 8, 22.
14. Utiliza el plural de inclusión: él es uno más de los que recibieron el
bautismo pero descuidaron la gracia.
15. Cf. Ef 5, 27.
NOVENA CATEQUESIS 1
«Del mismo: exhortación a abstenerse de la molicie y de la
embriaguez, y a preferir a todo la moderación. También para los
nuevos iluminados».
1. Aunque el ayuno haya pasado, queridos, quede sin
embargo, la piedad. Aunque haya transcurrido ya el tiempo de
la santa Cuaresma, con todo, nos nos desprendamos de su
recuerdo al menos. Pero que nadie, os lo suplico, lleve a mal
esta exhortación.
AYUNO-CRISO: Porque no digo esto para obligaros a
ayunar de nuevo, sino porque quiero que aflojéis un poco y que
ahora particularmente deis pruebas más rigurosas del
verdadero ayuno.
Efectivamente, es posible ayunar incluso no ayunando. ¿Y
cómo? Os lo diré: cuando tomamos alimentos, pero nos
abstenemos de los pecados.
Éste es, en efecto, el ayuno provechoso, y él es la razón de
ser de la abstinencia de alimentos: para facilitarnos nuestra
carrera hacia la virtud.
Por consiguiente, si queremos tener el conveniente cuidado
del cuerpo y guardar el alma limpia de pecados,
convenzámonos y obremos así.
2. Efectivamente, este modo de ayunar nos será bastante
más fácil, porque, durante aquel ayuno -el de la abstención de
alimentos, quiero decir- oía yo a muchos afirmar que
soportaban penosamente el peso de no comer, disculparse con
la debilidad del cuerpo, lamentarse de muchas otras maneras y
aseverar que el no lavarse y el beber agua sola acababa con
ellos.
Pues bien, durante este otro ayuno es imposible pretextar
nada semejante. Efectivamente, no sólo es posible gozar de
todas esas cosas, sino también procurar al cuerpo el oportuno
cuidado y tener por el alma la conveniente solicitud. Por de
pronto, ahora no estoy exhortándote a que te abstengas un
tiempo de alguna cosa de éstas. Aléjate únicamente del pecado,
y da continuamente pruebas de esta abstinencia, y así podrás
cumplir el verdadero ayuno en todo el tiempo de tu vida.
Efectivamente, el goce moderado de las cosas antes
enumeradas no se impide; en cambio, se prohibe todo pecado.
Ahora bien, éste no nace de otra parte que de la molicie, de la
glotonería y de la mucha pereza.
Por esta razón, os lo suplico, ya que esto lo sabemos
cabalmente, no utilicemos injustas disculpas de nuestra desidia.
3. En efecto, lo que muchas veces dije, lo repetiré también
ahora: igual que el uso mesurado del comer proporciona gran
provecho, tanto a la salud del cuerpo como al estado del alma,
así también la desmesura destruye al hombre por ambas partes,
ya que la glotonería y la embriaguez debilitan el vigor corporal y
arruinan la salud del alma.
Así pues, evitemos la desmesura y no seamos negligentes en
lo que atañe a nuestra propia salvación, antes bien, sabedores
de que ella es raíz de todos los males, cortémosla sin
contemplaciones.
Efectivamente, como de una fuente, así todas las especies
de pecados nacen de la molicie y de la embriaguez, y lo que es
la materia combustible para el fuego, eso son la molicie y la
embriaguez para la caída en los pecados; y como allí, cuanto
más abunda la leña, mayor es la hoguera y más alta sube la
llama, así también aquí, al entregarse uno a la molicie y a la
embriaguez, hace que se acreciente la hoguera de los pecados.
4. Ciertamente sé que vosotros, inteligentes como sois,
después de nuestra exhortación no os vais a permitir el
sobrepasar los límites de lo necesario.
Pero yo os exhorto ahora, y con razón, a que no os alejéis
únicamente de esta embriaguez, sino también de la que se
produce sin vino, ya que ésta es aún más grave.
Y no os sorprendáis de lo que acabo de decir, porque es
posible embriagarse sin vino. Y que sea posible embriagarse sin
vino, escucha al profeta cuando dice: ¡Ay de los que os
embriagáis, y no de vino! /Is/29/09 2.
¿Qué clase, pues, de embriaguez es ésta, sin vino? Es
múltiple y variada. En efecto, producen embriaguez la ira, la
vanagloria y el orgullo insensato; y cada una de las fatales
pasiones nacidas en nosotros produce también en nosotros una
especie de embriaguez y de hartura, y oscurece nuestra razón.
Efectivamente, la embriaguez no es otra cosa que extravío de
la inteligencia natural, alteración de los razonamientos y pérdida
de la conciencia.
5. Por tanto, dime, ¿en qué son menos que los borrachos de
vino los que se encolerizan y se emborrachan de furor y dan
muestra de tanta inmoderación que se comportan igualmente
contra todos, y ni miden las palabras ni saben distinguir las
personas?
Efectivamente, como los locos y frenéticos se arrojan ellos
mismos a los precipicios sin darse cuenta de ello, así también
los que se encolerizan y son asaltados por el furor.
Y por esta razón un sabio, queriendo mostrar la perdición
que es semejante embriaguez, dice: Porque el ímpetu de su
pasión lo hará caer 3. ¿Ves cómo en breve sentencia nos hace
comprender la demencia de esta pasión fatal?
6. Pero, a su vez, también la vanagloria y la necia soberbia
son otras formas de embriaguez, y más graves aún que la
misma embriaguez. Efectivamente, quien es presa de estas
pasiones pierde, por así decirlo, el criterio incluso de los mismos
órganos de los sentidos, y tampoco él está en mejor condición
que los locos.
Y efectivamente, destrozado cada día por estas pasiones, no
se da cuenta de nada hasta que, hundido en el abismo mismo
de la maldad, se ve envuelto en males incurables.
Rehuyamos, pues, os lo suplico, tanto la embriaguez de vino
como el oscurecimiento que nos viene de absurdas pasiones, y
escuchemos al común maestro del universo, que nos dice: No
os embriaguéis con vino, en el cual está la perdición 4.
7. ¿Ves cómo por medio de esta palabra nos ha puesto en
claro que también es posible embriagarse de otras maneras?
Porque, si no hubiera otras formas de embriaguez, ¿por qué
razón cuando dijo: No os embriaguéis, añadió: con vino?
Y mira, a través de lo que añade, su excelsa sabiduría y la
exactitud de su enseñanza, pues, cuando hubo dicho: No os
embriaguéis con vino, añadió: en el cual está la perdición, poco
más o menos como mostrándonos que la inmoderación en él se
nos convierte en causa de todos los males.
En el cual -dice- está la perdición, esto es, por medio del cual
perdemos la riqueza de la virtud.
8. Y para que sepas que esto es lo que nos da a entender,
intentaremos esclarecéroslo partiendo de los términos mismos
que emplea.
Efectivamente, solemos llamar perdidos a aquellos jóvenes
que vemos derrochar a lo loco y sin necesidad alguna la
hacienda paterna, y que habiendo consumido en breve tiempo
toda la riqueza paterna, quedan reducidos a miseria extrema.
Así son también los que caen presa de la embriaguez del
vino: no saben ya administrar como se debe la riqueza de la
mente, sino que, como los jóvenes perdidos, así también ellos,
anegados por la embriaguez, tanto si se trata de derrochar
palabras como de hablar algo inconveniente y muy pernicioso,
todo lo dicen y lo hacen sin escrúpulo, y peor que aquellos
perdidos que dilapidaban la fortuna paterna, éstos se precipitan
solos en la más extrema pobreza de la virtud, y muchas veces,
sin darse de ello cuenta, revelan los secretos de su
pensamiento y, después de haber dilapidado las riquezas de su
pensamiento, se ven repentinamente desnudos y privados de
todo escrúpulo y de toda conciencia.
El peligro de la embriaguez
9. EMBRIAGUEZ/CRISO: En efecto, el que se embriaga no
sabe administrar con discernimiento sus palabras, sino que,
como casa abierta por todas partes y fácilmente atacable por
cualquier insidioso, así está la mente del tal: abierta de par en
par y destrozada por las funestas pasiones.
Porque, al fin y al cabo, la embriaguez no es más que traición
de los pensamientos, calamidad que hace reír y enfermedad de
que se hace burla. La embriaguez es un demonio
voluntariamente elegido; la embriaguez es oscurecimiento de los
razonamientos; la embriaguez es atizador de las pasiones de la
carne.
Efectivamente, al que está atormentado por el demonio,
muchas veces hasta lo compadecemos; en cambio, con el
borracho nos indignamos y airamos, ¿por qué razon? Porque
aquello es vejación del demonio, y esto, en cambio, es prueba
de mucha despreocupación; aquello es insidia del demonio,
mientras esto es insidia de los propios pensamientos
10. Y para que aprendas que así es realmente, míramelo
victima de los mismos males que el endemoniado, y aun peores.
Efectivamente, como el endemoniado arroja espuma por la
boca, se cae y muchas veces permanece inmóvil sobre el suelo,
sin reconocer a los presentes, pero haciendo visajes con los
ojos, así también el que se embriaga, después que el exceso de
vino ingerido ha devastado su capacidad crítica de los
pensamientos, lo mismo que aquél, no sólo arroja espuma por
su boca y yace abandonado en peores condiciones que un
cadáver, sino que también, muchas veces, arroja por su boca
liquido podrido. Y desde ese momento se hace repulsivo para
los amigos, insoportable para la mujer, ridículo para los hijos y
despreciable para los esclavos, y en una palabra, a los ojos de
todos cuantos le ven aparece como tema de indecencias y de
risa.
11. ¿Ves cómo estos tales son más miserables que los
endemoniados? ¿Y quieres aprender, además de todo eso, cuál
es el principal de los males? Porque, después de tener dichas
tantas cosas, todavía no he puesto el remate: el que se
embriaga se hace extraño al reino de los cielos.
Escucha lo que dice el bienaventurado Pablo: No os
engañéis, que ni los fornicarlos, ni los idólatras, ni los adúlteros,
ni los invertidos, ni los borrachos, heredarán el reino de los
cielos 5.
Pero quizá alguien diga: «Entonces, ¿qué? ¿Los idólatras,
los adúlteros y los borrachos quedan por igual fuera del
Reino?» Querido, esto no quieras saberlo de mí, porque yo he
leído la ley tal como es; por tanto, no andes dándole vueltas a
eso, esto es, si el borracho paga la misma pena que los otros,
sino mira bien esto otro: que también sufre la privación del
Reino; ahora bien, una vez puesto fuera de él, ¿qué consuelo
podrá ya tener?
12. Y digo esto ahora, no como acusación de los presentes,
¡Dios me libre! Estoy convencido, en efecto de que vosotros
estáis limpios de esta pasión, por la gracia de Dios, y la mejor
prueba de ello la encuentro en vuestra concurrencia aquí con
tanto ardor, y en vuestra diligencia en escuchar esta instrucción
espiritual, porque no es posible que esté deseoso de palabras
divinas el que no es sobrio ni está vigilante.
Os digo esto, sin embargo, porque a través de vosotros
quiero también instruir a los demás, y porque quiero que
vosotros os hagáis más firmes, de modo que nunca vengáis a
ser presos de esta pasión.
13. Y es que los tales podría decirse que son más
irracionales que los mismos irracionales. ¿Cómo? Yo os digo:
los irracionales, cuando tienen sed, contienen el deseo en los
límites de la necesidad, y nunca se permiten sobrepasar la
necesidad; los hombres, en cambio, los racionales, no se
aplican a calmar la sed, sino a ver de anegarse en vino y
agravar así su propio naufragio.
Efectivamente, lo mismo que un barco sobrecargado zozobra
enseguida, así también el hombre que sobrepasa los límites de
la necesidad e impone a su estómago una sobrecarga:
rápidamente hunde su mente y envilece la nobleza de su alma.
14. Por eso, queridos, os conviene preocuparos seriamente
de corregir al prójimo y arrebatarle a ese oleaje, para que
obtengáis un salario mayor, no sólo por lo que toca a vosotros
mismos, sino también por la salvación de los demás.
Así decía también Pablo: Ninguno busque su propio bien,
sino el del otro 6, y de nuevo: Edificnos mutuamente 7.
Por consiguiente, no mires sólo que tú estás sano y libre de
enfermedad, sino cuida también y preocúpate mucho de que
también el que es miembro tuyo se vea libre del daño
consiguiente y evite la enfermedad, porque miembros somos los
unos de los otros, y si un miembro padece, menester es que
todos los miembros a una se conduelan; y si un miembro es
glorifcado, todos los miembros a una deben congratularse 8.
15. No teníais tanta necesidad de exhortación y de consejo
durante el tiempo de la santa Cuaresma como ahora. Entonces,
efectivamente, la resolución de ayunar os volvía mesurados,
aun sin quererlo. Ahora, en cambio, estoy asustado por el temor
a vuestra seguridad y a la despreocupación que de ella se
deriva, porque realmente ante nada se siente tan inútil la
humana naturaleza como ante la dejadez. Por esta razón el
Señor en su bondad, ya desde los mismos comienzos impuso al
género humano como una especie de freno, al condenar al
hombre al trabajo y al sufrimiento, prueba de su gran
preocupación por nuestra salvación.
Los judíos y la dejadez
16. PEREZA/PERVERSIÓN: Continuamente, en efecto,
necesitamos del freno para caminar en buen orden. De hecho,
por ahí les vino a los judíos mismos el atraerse la ira de lo alto.
Cuando efectivamente gozaron de gran relajación y
estuvieron seguros, después de verse libres de la dura
esclavitud de Egipto, lo propio era que intensificaran la acción
de gracias, que se dieran con mayor celo a glorificar al Señor, y
que fueran muy generosos con quien tan grandes beneficios les
había conferido.
Pero ellos hicieron lo contrario: su mucha dejadez los
pervirtió. Y por esta razón la divina Escritura los acusa cuando
dice: Comió Jacob y se hinchó; engordó y engrosó el amado, y
coceó 9.
17. Efectivamente, después de tantas maravillas y de
aquellos inimaginables milagros -la travesía del mar, el desastre
de los egipcios y el nuevo y extraño alimento del maná- y
aunque todavía les habitaba la memoria de los beneficios, tan
pronto como se encontraron en medio de fuerte relajación,
echaron en completo olvido aquello, se fabricaron un becerro y
lo adoraron diciendo: Israel, estos son tus dioses, los que te
sacaron de la tierra de Egipto 10.
¡Qué ingratitud! ¡Qué tremenda falta de sensibilidad! Porque
tal fue siempre su costumbre: en cuanto se toman algún
relajamiento, se dejan llevar al precipicio y se olvidan de su
bienhechor, pero, en cuanto se sienten un poco apretados,
entonces pliegan velas y se humillan. Por esto también el
bienaventurado David, para ilustrar esto, decía: Si los mataba,
entonces le buscaban 11.
18. Sólo que ésta es la costumbre de los servidores ingratos
y de los insensibles judíos.
Nosotros, en cambio, os lo suplico, revolviendo
continuamente en nuestras mentes los dones de Dios y
recordando la magnitud y el número de sus beneficios, seamos
generosamente agradecidos, reconozcamos en todo instante en
Él la causa de nuestro bien, demostremos una conducta digna
de sus beneficios y, en fin, cada día empeñemos nuestro
esfuerzo en la salud de nuestra propia alma.
Y muy particularmente vosotros, los que recientemente
fuisteis considerados dignos de la iniciación en los misterios; los
que os habéis quitado de encima la carga de los pecados; los
que os habéis revestido la túnica esplendente. ¡Y qué digo la
túnica esplendente! ¡Los que os habéis revestido de Cristo
mismo y habéis recibido como morador en vosotros al Señor de
todas las cosas!
Vosotros, pues, dad pruebas de una conducta digna de ese
huésped, para que os atraigáis mayor gracia de lo alto y os
apliquéis ardientemente a ser imitadores del que primero fue
perseguidor, pero después apóstol.
Pablo y Simón Mago
19. Éste, cuando fue bautizado e iluminado con la luz de la
verdad, inmediatamente se hizo así de grande, pero aun se hizo
mucho más grande según fue pasando el tiempo.
Efectivamente, después que él hubo contribuido con cuanto
de él dependía: el celo, el ardor, la decisión generosa, el
fervoroso deseo y el desprecio de los presentes, en adelante
iban fluyendo sobre él con gran abundancia los dones de la
gracia de Dios.
Y el que antes de esto había dado pruebas de un furor
incontenible, que había corrido por todas partes, y por todos los
medios había guerreado contra la causa de la piedad, en
cuanto conoció el camino de la verdad, se puso a confundir a
los ingratos judíos, y fue descolgado en un serón por una
ventana 12 para que pudiera escapar a la crueldad de los
furiosos judíos.
¿Viste el repentino cambio? ¿Ves cómo la gracia del
Espíritu Santo transformó su alma, cómo cambió su voluntad y
cómo, al igual que un fuego que se abate sobre los espinos, así
también entró en él la gracia del Espíritu, consumió las espinas
de sus pecados y le tornó más resistente que el diamante?
20. Imitadle a él vosotros también, os lo suplico, y no
solamente podréis ser llamados «nuevos iluminados» para dos,
tres, diez e incluso veinte días, sino que también mereceréis
este apelativo después de transcurridos diez, veinte o treinta
años y, por así decirlo, durante toda vuestra vida.
Efectivamente, si por medio de la práctica de las buenas
obras nos esforzamos por hacer más resplandeciente la luz que
hay en nosotros, quiero decir, la gracia del Espíritu, de modo
que nunca la dejemos extinguirse, gozaremos de ese nombre a
lo largo de todo el tiempo.
Porque, lo mismo que es posible que el que ayuna, vela y
demuestra una conducta digna sea perpetuamente un «nuevo
iluminado», así también, a su vez, es posible volverse indigno
de este nombre con un solo día de negligencia.
21. Así el bienaventurado Pablo, puesto que por la gracia
subsiguiente se atrajo un mayor apoyo de lo alto, permanecía
constantemente en este resplandor y volvía más refulgente en
él la luz de la virtud.
En cambio, el Simón Mago aquel, después que, arrepentido,
corrrió hacia el don del bautismo y gozó de la gracia y de la
generosidad del Señor, pero no contribuyó con una disposición
digna, sino que demostró una gran negligencia, de repente se
quedó privado de gracia tan grande, hasta el punto de recibir
del primero de los apóstoles un consejo: curar por el
arrepentimiento la enormidad de la falta; le dice, efectivamente:
Arrepiéntete, pues, de esta maldad tuya, por si te es perdonado
este pensamiento de tu corazón 13.
22. Pero no quiera Dios que alguien de los aquí reunidos se
exponga alguna vez a algo parecido, al contrario, ojalá, a
ejemplo del bienaventurado Pablo todos vosotros acrecentéis
tanto vuestra virtud que merezcáis más abundante generosidad
por parte del Señor.
Efectivamente, querido, no son cosas de poca monta
aquellas de las que se nos ha considerado dignos: la grandeza
de lo que se nos ha dado sobrepasa toda humana inteligencia y
vence a nuestro razonamiento.
Considera, por favor, qué cargo tan importante se te ha
confiado, efectivamente, y cuál es la dignidad que has recibido
del rey del universo.
Porque tú, el que antes eras esclavo, el cautivo, el
fracasado, súbitamente has sido elevado a la categoría de hijo.
Por consiguiente, no te descuides ni dejes que te arrebaten
esta tu dignidad, ni que te priven de esta tu riqueza espiritual,
porque, si tú no quieres, nadie podrá nunca arrebatarte los
dones que Dios te ha dado.
23. Esto no es posible, sin embargo, en las cosas humanas.
Efectivamente, cuando uno obtiene de un rey de la tierra una
dignidad, el que le sea arrebatada no está en su propia
decisión, sino que el mismo que proporciona el cargo es
también dueño de retirarlo, y así, cuando él quiere, despoja de
la dignidad al que la recibió, le reduce repentinamente a simple
particular y le separa del mando.
Totalmente contrario es lo que ocurre con nuestro Rey: la
dignidad que por su bondad nos fue dada una vez por todas
-quiero decir la adopción filial, la santificación y la gracia del
Espíritu-, si nosotros no somos unos descuidados, a nadie de
nosotros podrá nunca serle arrebatada. ¡Y qué digo arrebatar!
¡Cuando Él nos vea responder generosamente de lo que ya nos
ha dado, añadirá todavía más y así con su generosidad
aumentará una vez más los dones que de Él vienen!
Necesidad y posibilidad de continua conversión de los
bautizados
24. Conscientes, pues, de que, después de la gracia de Dios,
todo depende de nosotros y de nuestra diligencia, respondamos
generosamente de lo que ya se nos ha dado, para hacernos
dignos de dones aún mayores.
Por eso os exhorto: vosotros, los que habéis sido
recientemente considerados dignos del don divino, demostrad
una gran circunspección, y conservad puro y sin mancha el
vestido espiritual que se os ha entregado; nosotros, los que
recibimos hace tiempo este don, demostremos un buen cambio
de vida.
Porque hay, sí, hay un regreso, si queremos, y es posible
volver de nuevo a la antigua belleza y al prístino esplendor, con
tal, únicamente, que nosotros contribuyamos con nuestra parte.
25. Efectivamente, en lo que atañe a la belleza corporal, es
imposible que vuelva de nuevo a su mejor momento el
semblante que, una vez por todas, se ha afeado, y que, por
vejez, por enfermedad o por cualquier otra cinconstancia
corporal, ha perdido su antigua belleza.
Es, en efecto, un accidente de la naturaleza, y por esta razón
es imposible regresar al esplendor de la belleza primera.
En cambio, respecto del alma, si nosotros queremos, sí que
es posible, gracias a la inefable bondad de Dios, y así el alma
que una vez se manchó y por la muchedumbre de los pecados
se afeó y envileció, puede rápidamente regresar a su primera
belleza, con tal que nosotros demostremos una intensa y
rigurosa conversión.
26. Ahora bien, esto lo digo para mí mismo y para los que
fueron dignos del bautismo ya antes. Vosotros, sin embargo, los
nuevos soldados de Cristo, hacedme caso y empeñaos por
todos los medios en conservar puro vuestro vestido.
En efecto, mucho mejor es tener ahora el cuidado y la
preocupación de su brillo, de modo que podáis permanecer
continuamente en la pureza y no cojáis mancha alguna, que,
por haberos descuidado, llorar después y golpearos el pecho
para poder limpiaros la mancha sobrevenida.
No paséis lo que pasamos nosotros 14, os lo suplico, antes
bien, que la negligencia de los que os precedimos os sirva de
escarmiento a vosotros.
27. Y como soldados espirituales, nobles y vigilantes,
limpiaos cada día vuestras armas espirituales, para que el
enemigo, al ver el fulgor de las armas, se aleje y no piense que
puede acercarse.
Efectivamente, cuando vea, no sólo que brillan las armas,
sino también que vosotros estáis bien protegidos por todas
partes y que el tesoro de vuestra mente está bien asegurado
con todo rigor, como una casa, él se ocultará y se marchará,
sabedor de que nada más logrará, aunque intente el asalto
miles de veces.
Porque puede ser desvergonzado y atrevido en alto grado y
más cruel que una fiera, pero, cuando ve al completo vuestra
armadura espiritual y la fuerza que el Espíritu os ha dado,
percibe con mayor exactitud su propia debilidad, y se retira con
gran vergüenza y con gran desprecio de sí mismo, porque sabe
que intenta lo imposible.
28. Por consiguiente, os lo suplico, vivamos todos
sobriamente: los que fuimos antes considerados dignos de este
don, para que podamos regresar a la primera belleza y
purificarnos de la mancha sobrevenida, y los que acabáis de
gustar la generosidad del rey demostrad vigilancia y gran
firmeza, de modo que podáis permanecer en continua pureza y
no recibáis la más leve mancha o arruga 15 por insidia del
diablo; al contrario, como si éste se presentase, se colocara
cerca y disparase los dardos de la maldad, nosotros
fortifiquémonos bien por todos los flancos y resistámosle con
mucha diligencia y con gran preocupación por nuestra propia
salvación, para que podamos evitar las insidias de aquél, y por
nuestra fidelidad nos atraigamos el auxilio de lo alto, por la
gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se
dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el
honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
.................................................
1. Esta Catequesis probablemente se pronunció el martas de Pascua
del año 390, al día siguiente de la anterior (cf. nota I de la Catequesis
octava).
2. Cf. Is 29, 9.
3. Si 1, 22 (Vulg. 28).
4. Ef 5, 18.
5. 1 Co 6, 9-10.
6. 1 Co 10, 24.
7. 1 Ts 5, 1 1.
8. 1 Co 12, 25-26.
9. Dt 32, 15.
10. Cf. Ex 32, 4.
11. Sal 78, 34.
12. Cf. 2 Co 11, 33; Hch 9, 22-25.
13. Cf. Hch 8, 22.
14. Utiliza el plural de inclusión: él es uno más de los que recibieron el
bautismo pero descuidaron la gracia.
15. Cf. Ef 5, 27.
NOVENA CATEQUESIS 1
«Del mismo: exhortación a abstenerse de la molicie y de la
embriaguez, y a preferir a todo la moderación. También para los
nuevos iluminados».
1. Aunque el ayuno haya pasado, queridos, quede sin
embargo, la piedad. Aunque haya transcurrido ya el tiempo de
la santa Cuaresma, con todo, nos nos desprendamos de su
recuerdo al menos. Pero que nadie, os lo suplico, lleve a mal
esta exhortación.
AYUNO-CRISO: Porque no digo esto para obligaros a
ayunar de nuevo, sino porque quiero que aflojéis un poco y que
ahora particularmente deis pruebas más rigurosas del
verdadero ayuno.
Efectivamente, es posible ayunar incluso no ayunando. ¿Y
cómo? Os lo diré: cuando tomamos alimentos, pero nos
abstenemos de los pecados.
Éste es, en efecto, el ayuno provechoso, y él es la razón de
ser de la abstinencia de alimentos: para facilitarnos nuestra
carrera hacia la virtud.
Por consiguiente, si queremos tener el conveniente cuidado
del cuerpo y guardar el alma limpia de pecados,
convenzámonos y obremos así.
2. Efectivamente, este modo de ayunar nos será bastante
más fácil, porque, durante aquel ayuno -el de la abstención de
alimentos, quiero decir- oía yo a muchos afirmar que
soportaban penosamente el peso de no comer, disculparse con
la debilidad del cuerpo, lamentarse de muchas otras maneras y
aseverar que el no lavarse y el beber agua sola acababa con
ellos.
Pues bien, durante este otro ayuno es imposible pretextar
nada semejante. Efectivamente, no sólo es posible gozar de
todas esas cosas, sino también procurar al cuerpo el oportuno
cuidado y tener por el alma la conveniente solicitud. Por de
pronto, ahora no estoy exhortándote a que te abstengas un
tiempo de alguna cosa de éstas. Aléjate únicamente del pecado,
y da continuamente pruebas de esta abstinencia, y así podrás
cumplir el verdadero ayuno en todo el tiempo de tu vida.
Efectivamente, el goce moderado de las cosas antes
enumeradas no se impide; en cambio, se prohibe todo pecado.
Ahora bien, éste no nace de otra parte que de la molicie, de la
glotonería y de la mucha pereza.
Por esta razón, os lo suplico, ya que esto lo sabemos
cabalmente, no utilicemos injustas disculpas de nuestra desidia.
3. En efecto, lo que muchas veces dije, lo repetiré también
ahora: igual que el uso mesurado del comer proporciona gran
provecho, tanto a la salud del cuerpo como al estado del alma,
así también la desmesura destruye al hombre por ambas partes,
ya que la glotonería y la embriaguez debilitan el vigor corporal y
arruinan la salud del alma.
Así pues, evitemos la desmesura y no seamos negligentes en
lo que atañe a nuestra propia salvación, antes bien, sabedores
de que ella es raíz de todos los males, cortémosla sin
contemplaciones.
Efectivamente, como de una fuente, así todas las especies
de pecados nacen de la molicie y de la embriaguez, y lo que es
la materia combustible para el fuego, eso son la molicie y la
embriaguez para la caída en los pecados; y como allí, cuanto
más abunda la leña, mayor es la hoguera y más alta sube la
llama, así también aquí, al entregarse uno a la molicie y a la
embriaguez, hace que se acreciente la hoguera de los pecados.
4. Ciertamente sé que vosotros, inteligentes como sois,
después de nuestra exhortación no os vais a permitir el
sobrepasar los límites de lo necesario.
Pero yo os exhorto ahora, y con razón, a que no os alejéis
únicamente de esta embriaguez, sino también de la que se
produce sin vino, ya que ésta es aún más grave.
Y no os sorprendáis de lo que acabo de decir, porque es
posible embriagarse sin vino. Y que sea posible embriagarse sin
vino, escucha al profeta cuando dice: ¡Ay de los que os
embriagáis, y no de vino! /Is/29/09 2.
¿Qué clase, pues, de embriaguez es ésta, sin vino? Es
múltiple y variada. En efecto, producen embriaguez la ira, la
vanagloria y el orgullo insensato; y cada una de las fatales
pasiones nacidas en nosotros produce también en nosotros una
especie de embriaguez y de hartura, y oscurece nuestra razón.
Efectivamente, la embriaguez no es otra cosa que extravío de
la inteligencia natural, alteración de los razonamientos y pérdida
de la conciencia.
5. Por tanto, dime, ¿en qué son menos que los borrachos de
vino los que se encolerizan y se emborrachan de furor y dan
muestra de tanta inmoderación que se comportan igualmente
contra todos, y ni miden las palabras ni saben distinguir las
personas?
Efectivamente, como los locos y frenéticos se arrojan ellos
mismos a los precipicios sin darse cuenta de ello, así también
los que se encolerizan y son asaltados por el furor.
Y por esta razón un sabio, queriendo mostrar la perdición
que es semejante embriaguez, dice: Porque el ímpetu de su
pasión lo hará caer 3. ¿Ves cómo en breve sentencia nos hace
comprender la demencia de esta pasión fatal?
6. Pero, a su vez, también la vanagloria y la necia soberbia
son otras formas de embriaguez, y más graves aún que la
misma embriaguez. Efectivamente, quien es presa de estas
pasiones pierde, por así decirlo, el criterio incluso de los mismos
órganos de los sentidos, y tampoco él está en mejor condición
que los locos.
Y efectivamente, destrozado cada día por estas pasiones, no
se da cuenta de nada hasta que, hundido en el abismo mismo
de la maldad, se ve envuelto en males incurables.
Rehuyamos, pues, os lo suplico, tanto la embriaguez de vino
como el oscurecimiento que nos viene de absurdas pasiones, y
escuchemos al común maestro del universo, que nos dice: No
os embriaguéis con vino, en el cual está la perdición 4.
7. ¿Ves cómo por medio de esta palabra nos ha puesto en
claro que también es posible embriagarse de otras maneras?
Porque, si no hubiera otras formas de embriaguez, ¿por qué
razón cuando dijo: No os embriaguéis, añadió: con vino?
Y mira, a través de lo que añade, su excelsa sabiduría y la
exactitud de su enseñanza, pues, cuando hubo dicho: No os
embriaguéis con vino, añadió: en el cual está la perdición, poco
más o menos como mostrándonos que la inmoderación en él se
nos convierte en causa de todos los males.
En el cual -dice- está la perdición, esto es, por medio del cual
perdemos la riqueza de la virtud.
8. Y para que sepas que esto es lo que nos da a entender,
intentaremos esclarecéroslo partiendo de los términos mismos
que emplea.
Efectivamente, solemos llamar perdidos a aquellos jóvenes
que vemos derrochar a lo loco y sin necesidad alguna la
hacienda paterna, y que habiendo consumido en breve tiempo
toda la riqueza paterna, quedan reducidos a miseria extrema.
Así son también los que caen presa de la embriaguez del
vino: no saben ya administrar como se debe la riqueza de la
mente, sino que, como los jóvenes perdidos, así también ellos,
anegados por la embriaguez, tanto si se trata de derrochar
palabras como de hablar algo inconveniente y muy pernicioso,
todo lo dicen y lo hacen sin escrúpulo, y peor que aquellos
perdidos que dilapidaban la fortuna paterna, éstos se precipitan
solos en la más extrema pobreza de la virtud, y muchas veces,
sin darse de ello cuenta, revelan los secretos de su
pensamiento y, después de haber dilapidado las riquezas de su
pensamiento, se ven repentinamente desnudos y privados de
todo escrúpulo y de toda conciencia.
El peligro de la embriaguez
9. EMBRIAGUEZ/CRISO: En efecto, el que se embriaga no
sabe administrar con discernimiento sus palabras, sino que,
como casa abierta por todas partes y fácilmente atacable por
cualquier insidioso, así está la mente del tal: abierta de par en
par y destrozada por las funestas pasiones.
Porque, al fin y al cabo, la embriaguez no es más que traición
de los pensamientos, calamidad que hace reír y enfermedad de
que se hace burla. La embriaguez es un demonio
voluntariamente elegido; la embriaguez es oscurecimiento de los
razonamientos; la embriaguez es atizador de las pasiones de la
carne.
Efectivamente, al que está atormentado por el demonio,
muchas veces hasta lo compadecemos; en cambio, con el
borracho nos indignamos y airamos, ¿por qué razon? Porque
aquello es vejación del demonio, y esto, en cambio, es prueba
de mucha despreocupación; aquello es insidia del demonio,
mientras esto es insidia de los propios pensamientos
10. Y para que aprendas que así es realmente, míramelo
victima de los mismos males que el endemoniado, y aun peores.
Efectivamente, como el endemoniado arroja espuma por la
boca, se cae y muchas veces permanece inmóvil sobre el suelo,
sin reconocer a los presentes, pero haciendo visajes con los
ojos, así también el que se embriaga, después que el exceso de
vino ingerido ha devastado su capacidad crítica de los
pensamientos, lo mismo que aquél, no sólo arroja espuma por
su boca y yace abandonado en peores condiciones que un
cadáver, sino que también, muchas veces, arroja por su boca
liquido podrido. Y desde ese momento se hace repulsivo para
los amigos, insoportable para la mujer, ridículo para los hijos y
despreciable para los esclavos, y en una palabra, a los ojos de
todos cuantos le ven aparece como tema de indecencias y de
risa.
11. ¿Ves cómo estos tales son más miserables que los
endemoniados? ¿Y quieres aprender, además de todo eso, cuál
es el principal de los males? Porque, después de tener dichas
tantas cosas, todavía no he puesto el remate: el que se
embriaga se hace extraño al reino de los cielos.
Escucha lo que dice el bienaventurado Pablo: No os
engañéis, que ni los fornicarlos, ni los idólatras, ni los adúlteros,
ni los invertidos, ni los borrachos, heredarán el reino de los
cielos 5.
Pero quizá alguien diga: «Entonces, ¿qué? ¿Los idólatras,
los adúlteros y los borrachos quedan por igual fuera del
Reino?» Querido, esto no quieras saberlo de mí, porque yo he
leído la ley tal como es; por tanto, no andes dándole vueltas a
eso, esto es, si el borracho paga la misma pena que los otros,
sino mira bien esto otro: que también sufre la privación del
Reino; ahora bien, una vez puesto fuera de él, ¿qué consuelo
podrá ya tener?
12. Y digo esto ahora, no como acusación de los presentes,
¡Dios me libre! Estoy convencido, en efecto de que vosotros
estáis limpios de esta pasión, por la gracia de Dios, y la mejor
prueba de ello la encuentro en vuestra concurrencia aquí con
tanto ardor, y en vuestra diligencia en escuchar esta instrucción
espiritual, porque no es posible que esté deseoso de palabras
divinas el que no es sobrio ni está vigilante.
Os digo esto, sin embargo, porque a través de vosotros
quiero también instruir a los demás, y porque quiero que
vosotros os hagáis más firmes, de modo que nunca vengáis a
ser presos de esta pasión.
13. Y es que los tales podría decirse que son más
irracionales que los mismos irracionales. ¿Cómo? Yo os digo:
los irracionales, cuando tienen sed, contienen el deseo en los
límites de la necesidad, y nunca se permiten sobrepasar la
necesidad; los hombres, en cambio, los racionales, no se
aplican a calmar la sed, sino a ver de anegarse en vino y
agravar así su propio naufragio.
Efectivamente, lo mismo que un barco sobrecargado zozobra
enseguida, así también el hombre que sobrepasa los límites de
la necesidad e impone a su estómago una sobrecarga:
rápidamente hunde su mente y envilece la nobleza de su alma.
14. Por eso, queridos, os conviene preocuparos seriamente
de corregir al prójimo y arrebatarle a ese oleaje, para que
obtengáis un salario mayor, no sólo por lo que toca a vosotros
mismos, sino también por la salvación de los demás.
Así decía también Pablo: Ninguno busque su propio bien,
sino el del otro 6, y de nuevo: Edificnos mutuamente 7.
Por consiguiente, no mires sólo que tú estás sano y libre de
enfermedad, sino cuida también y preocúpate mucho de que
también el que es miembro tuyo se vea libre del daño
consiguiente y evite la enfermedad, porque miembros somos los
unos de los otros, y si un miembro padece, menester es que
todos los miembros a una se conduelan; y si un miembro es
glorifcado, todos los miembros a una deben congratularse 8.
15. No teníais tanta necesidad de exhortación y de consejo
durante el tiempo de la santa Cuaresma como ahora. Entonces,
efectivamente, la resolución de ayunar os volvía mesurados,
aun sin quererlo. Ahora, en cambio, estoy asustado por el temor
a vuestra seguridad y a la despreocupación que de ella se
deriva, porque realmente ante nada se siente tan inútil la
humana naturaleza como ante la dejadez. Por esta razón el
Señor en su bondad, ya desde los mismos comienzos impuso al
género humano como una especie de freno, al condenar al
hombre al trabajo y al sufrimiento, prueba de su gran
preocupación por nuestra salvación.
Los judíos y la dejadez
16. PEREZA/PERVERSIÓN: Continuamente, en efecto,
necesitamos del freno para caminar en buen orden. De hecho,
por ahí les vino a los judíos mismos el atraerse la ira de lo alto.
Cuando efectivamente gozaron de gran relajación y
estuvieron seguros, después de verse libres de la dura
esclavitud de Egipto, lo propio era que intensificaran la acción
de gracias, que se dieran con mayor celo a glorificar al Señor, y
que fueran muy generosos con quien tan grandes beneficios les
había conferido.
Pero ellos hicieron lo contrario: su mucha dejadez los
pervirtió. Y por esta razón la divina Escritura los acusa cuando
dice: Comió Jacob y se hinchó; engordó y engrosó el amado, y
coceó 9.
17. Efectivamente, después de tantas maravillas y de
aquellos inimaginables milagros -la travesía del mar, el desastre
de los egipcios y el nuevo y extraño alimento del maná- y
aunque todavía les habitaba la memoria de los beneficios, tan
pronto como se encontraron en medio de fuerte relajación,
echaron en completo olvido aquello, se fabricaron un becerro y
lo adoraron diciendo: Israel, estos son tus dioses, los que te
sacaron de la tierra de Egipto 10.
¡Qué ingratitud! ¡Qué tremenda falta de sensibilidad! Porque
tal fue siempre su costumbre: en cuanto se toman algún
relajamiento, se dejan llevar al precipicio y se olvidan de su
bienhechor, pero, en cuanto se sienten un poco apretados,
entonces pliegan velas y se humillan. Por esto también el
bienaventurado David, para ilustrar esto, decía: Si los mataba,
entonces le buscaban 11.
18. Sólo que ésta es la costumbre de los servidores ingratos
y de los insensibles judíos.
Nosotros, en cambio, os lo suplico, revolviendo
continuamente en nuestras mentes los dones de Dios y
recordando la magnitud y el número de sus beneficios, seamos
generosamente agradecidos, reconozcamos en todo instante en
Él la causa de nuestro bien, demostremos una conducta digna
de sus beneficios y, en fin, cada día empeñemos nuestro
esfuerzo en la salud de nuestra propia alma.
Y muy particularmente vosotros, los que recientemente
fuisteis considerados dignos de la iniciación en los misterios; los
que os habéis quitado de encima la carga de los pecados; los
que os habéis revestido la túnica esplendente. ¡Y qué digo la
túnica esplendente! ¡Los que os habéis revestido de Cristo
mismo y habéis recibido como morador en vosotros al Señor de
todas las cosas!
Vosotros, pues, dad pruebas de una conducta digna de ese
huésped, para que os atraigáis mayor gracia de lo alto y os
apliquéis ardientemente a ser imitadores del que primero fue
perseguidor, pero después apóstol.
Pablo y Simón Mago
19. Éste, cuando fue bautizado e iluminado con la luz de la
verdad, inmediatamente se hizo así de grande, pero aun se hizo
mucho más grande según fue pasando el tiempo.
Efectivamente, después que él hubo contribuido con cuanto
de él dependía: el celo, el ardor, la decisión generosa, el
fervoroso deseo y el desprecio de los presentes, en adelante
iban fluyendo sobre él con gran abundancia los dones de la
gracia de Dios.
Y el que antes de esto había dado pruebas de un furor
incontenible, que había corrido por todas partes, y por todos los
medios había guerreado contra la causa de la piedad, en
cuanto conoció el camino de la verdad, se puso a confundir a
los ingratos judíos, y fue descolgado en un serón por una
ventana 12 para que pudiera escapar a la crueldad de los
furiosos judíos.
¿Viste el repentino cambio? ¿Ves cómo la gracia del
Espíritu Santo transformó su alma, cómo cambió su voluntad y
cómo, al igual que un fuego que se abate sobre los espinos, así
también entró en él la gracia del Espíritu, consumió las espinas
de sus pecados y le tornó más resistente que el diamante?
20. Imitadle a él vosotros también, os lo suplico, y no
solamente podréis ser llamados «nuevos iluminados» para dos,
tres, diez e incluso veinte días, sino que también mereceréis
este apelativo después de transcurridos diez, veinte o treinta
años y, por así decirlo, durante toda vuestra vida.
Efectivamente, si por medio de la práctica de las buenas
obras nos esforzamos por hacer más resplandeciente la luz que
hay en nosotros, quiero decir, la gracia del Espíritu, de modo
que nunca la dejemos extinguirse, gozaremos de ese nombre a
lo largo de todo el tiempo.
Porque, lo mismo que es posible que el que ayuna, vela y
demuestra una conducta digna sea perpetuamente un «nuevo
iluminado», así también, a su vez, es posible volverse indigno
de este nombre con un solo día de negligencia.
21. Así el bienaventurado Pablo, puesto que por la gracia
subsiguiente se atrajo un mayor apoyo de lo alto, permanecía
constantemente en este resplandor y volvía más refulgente en
él la luz de la virtud.
En cambio, el Simón Mago aquel, después que, arrepentido,
corrrió hacia el don del bautismo y gozó de la gracia y de la
generosidad del Señor, pero no contribuyó con una disposición
digna, sino que demostró una gran negligencia, de repente se
quedó privado de gracia tan grande, hasta el punto de recibir
del primero de los apóstoles un consejo: curar por el
arrepentimiento la enormidad de la falta; le dice, efectivamente:
Arrepiéntete, pues, de esta maldad tuya, por si te es perdonado
este pensamiento de tu corazón 13.
22. Pero no quiera Dios que alguien de los aquí reunidos se
exponga alguna vez a algo parecido, al contrario, ojalá, a
ejemplo del bienaventurado Pablo todos vosotros acrecentéis
tanto vuestra virtud que merezcáis más abundante generosidad
por parte del Señor.
Efectivamente, querido, no son cosas de poca monta
aquellas de las que se nos ha considerado dignos: la grandeza
de lo que se nos ha dado sobrepasa toda humana inteligencia y
vence a nuestro razonamiento.
Considera, por favor, qué cargo tan importante se te ha
confiado, efectivamente, y cuál es la dignidad que has recibido
del rey del universo.
Porque tú, el que antes eras esclavo, el cautivo, el
fracasado, súbitamente has sido elevado a la categoría de hijo.
Por consiguiente, no te descuides ni dejes que te arrebaten
esta tu dignidad, ni que te priven de esta tu riqueza espiritual,
porque, si tú no quieres, nadie podrá nunca arrebatarte los
dones que Dios te ha dado.
23. Esto no es posible, sin embargo, en las cosas humanas.
Efectivamente, cuando uno obtiene de un rey de la tierra una
dignidad, el que le sea arrebatada no está en su propia
decisión, sino que el mismo que proporciona el cargo es
también dueño de retirarlo, y así, cuando él quiere, despoja de
la dignidad al que la recibió, le reduce repentinamente a simple
particular y le separa del mando.
Totalmente contrario es lo que ocurre con nuestro Rey: la
dignidad que por su bondad nos fue dada una vez por todas
-quiero decir la adopción filial, la santificación y la gracia del
Espíritu-, si nosotros no somos unos descuidados, a nadie de
nosotros podrá nunca serle arrebatada. ¡Y qué digo arrebatar!
¡Cuando Él nos vea responder generosamente de lo que ya nos
ha dado, añadirá todavía más y así con su generosidad
aumentará una vez más los dones que de Él vienen!
Necesidad y posibilidad de continua conversión de los
bautizados
24. Conscientes, pues, de que, después de la gracia de Dios,
todo depende de nosotros y de nuestra diligencia, respondamos
generosamente de lo que ya se nos ha dado, para hacernos
dignos de dones aún mayores.
Por eso os exhorto: vosotros, los que habéis sido
recientemente considerados dignos del don divino, demostrad
una gran circunspección, y conservad puro y sin mancha el
vestido espiritual que se os ha entregado; nosotros, los que
recibimos hace tiempo este don, demostremos un buen cambio
de vida.
Porque hay, sí, hay un regreso, si queremos, y es posible
volver de nuevo a la antigua belleza y al prístino esplendor, con
tal, únicamente, que nosotros contribuyamos con nuestra parte.
25. Efectivamente, en lo que atañe a la belleza corporal, es
imposible que vuelva de nuevo a su mejor momento el
semblante que, una vez por todas, se ha afeado, y que, por
vejez, por enfermedad o por cualquier otra cinconstancia
corporal, ha perdido su antigua belleza.
Es, en efecto, un accidente de la naturaleza, y por esta razón
es imposible regresar al esplendor de la belleza primera.
En cambio, respecto del alma, si nosotros queremos, sí que
es posible, gracias a la inefable bondad de Dios, y así el alma
que una vez se manchó y por la muchedumbre de los pecados
se afeó y envileció, puede rápidamente regresar a su primera
belleza, con tal que nosotros demostremos una intensa y
rigurosa conversión.
26. Ahora bien, esto lo digo para mí mismo y para los que
fueron dignos del bautismo ya antes. Vosotros, sin embargo, los
nuevos soldados de Cristo, hacedme caso y empeñaos por
todos los medios en conservar puro vuestro vestido.
En efecto, mucho mejor es tener ahora el cuidado y la
preocupación de su brillo, de modo que podáis permanecer
continuamente en la pureza y no cojáis mancha alguna, que,
por haberos descuidado, llorar después y golpearos el pecho
para poder limpiaros la mancha sobrevenida.
No paséis lo que pasamos nosotros 14, os lo suplico, antes
bien, que la negligencia de los que os precedimos os sirva de
escarmiento a vosotros.
27. Y como soldados espirituales, nobles y vigilantes,
limpiaos cada día vuestras armas espirituales, para que el
enemigo, al ver el fulgor de las armas, se aleje y no piense que
puede acercarse.
Efectivamente, cuando vea, no sólo que brillan las armas,
sino también que vosotros estáis bien protegidos por todas
partes y que el tesoro de vuestra mente está bien asegurado
con todo rigor, como una casa, él se ocultará y se marchará,
sabedor de que nada más logrará, aunque intente el asalto
miles de veces.
Porque puede ser desvergonzado y atrevido en alto grado y
más cruel que una fiera, pero, cuando ve al completo vuestra
armadura espiritual y la fuerza que el Espíritu os ha dado,
percibe con mayor exactitud su propia debilidad, y se retira con
gran vergüenza y con gran desprecio de sí mismo, porque sabe
que intenta lo imposible.
28. Por consiguiente, os lo suplico, vivamos todos
sobriamente: los que fuimos antes considerados dignos de este
don, para que podamos regresar a la primera belleza y
purificarnos de la mancha sobrevenida, y los que acabáis de
gustar la generosidad del rey demostrad vigilancia y gran
firmeza, de modo que podáis permanecer en continua pureza y
no recibáis la más leve mancha o arruga 15 por insidia del
diablo; al contrario, como si éste se presentase, se colocara
cerca y disparase los dardos de la maldad, nosotros
fortifiquémonos bien por todos los flancos y resistámosle con
mucha diligencia y con gran preocupación por nuestra propia
salvación, para que podamos evitar las insidias de aquél, y por
nuestra fidelidad nos atraigamos el auxilio de lo alto, por la
gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se
dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el
honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
.................................................
1. Esta Catequesis probablemente se pronunció el martas de Pascua
del año 390, al día siguiente de la anterior (cf. nota I de la Catequesis
octava).
2. Cf. Is 29, 9.
3. Si 1, 22 (Vulg. 28).
4. Ef 5, 18.
5. 1 Co 6, 9-10.
6. 1 Co 10, 24.
7. 1 Ts 5, 1 1.
8. 1 Co 12, 25-26.
9. Dt 32, 15.
10. Cf. Ex 32, 4.
11. Sal 78, 34.
12. Cf. 2 Co 11, 33; Hch 9, 22-25.
13. Cf. Hch 8, 22.
14. Utiliza el plural de inclusión: él es uno más de los que recibieron el
bautismo pero descuidaron la gracia.
15. Cf. Ef 5, 27.
DUODÉCIMA CATEQUESIS 1
«Del mismo. Acogida y alabanza de los venidos de los
lugares circundantes; y además, que, mientras los justos que
habían recibido las promesas sensibles aspiraban a los bienes
inteligibles en vez de a los sensibles, nosotros, por el contrario,
que hemos recibido la promesa de los bienes inteligibles, nos
quedamos boquiabiertos ante los bienes sensibles; y que
conviene que, al amanecer y por la tarde, acudamos presurosos
a la iglesia para hacer las oraciones y las confesiones 2. y
también para los nuevos iluminados».
Elogio del público venido de la campiña
1. En los días pasados, vuestros buenos maestros 3 os han
regalado bastante los oídos, y habéis gustado constantemente
su exhortación espiritual, al tiempo que participabais de la
abundante bendición procedente de las reliquias de los santos
mártires.
Por fin hoy, en vista de que los que han afluido hasta
nosotros desde el campo 4 han dado mayor brillantez a nuestro
público, también nosotros vamos a ponerles una copiosísima
mesa espiritual, rebosante del amor que ellos nos han
demostrado.
Por tanto, después de ofrecerles esta recompensa y de
aceptar su buena disposición para con nosotros, esforcémonos
por demostrarles ancha hospitalidad.
Efectivamente, si ellos no vacilaron en recorrer un camino tan
largo para proporcionarnos con su presencia esta inmensa
alegría, justo es de todo punto que nosotros hoy les ofrezcamos
mucho más abundante este manjar espiritual, para que tomen
de aquí suficiente viático y puedan así regresar a casa.
2. Son, efectivamente, hermanos nuestros, y son también
miembros del cuerpo de la Iglesia. Abracémosles, pues, como
miembros nuestros, y démosles así prueba de nuestro sincero
amor hacia ellos, y no paremos mientes en que tienen un modo
de hablar diferente, sino comprendamos exactamente la
sabiduría de sus almas; ni reparemos en que tienen una lengua
bárbara, sino reconozcamos sus sentimientos de dentro y el
hecho de que ellos con sus obras están demostrando
justamente lo mismo que nosotros nos esforzamos por enseñar
con nuestros sabios discursos, y así ellos con sus obras
cumplen la ley del Apóstol, que manda ganarse el alimento
cotidiano con el trabajo de las propias manos.
3. Escucharon, efectivamente, al bienaventurado Pablo, que
dice: Y nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos 5;
y de nuevo: Sabéis que, para lo que yo y quienes están
conmigo hemos necesitado, estas manos me sirvieron 6.
Y al esforzarse por cumplir esto con las obras mismas,
producen una voz más clara que los discursos, y así, por sus
obras, se manifiestan a sí mismos dignos también de la
bienaventuranza proclamada por Cristo, pues bien:
Bienaventurado el que hace y enseña 7.
Efectivamente, cuando se escoge la enseñanza por las
obras, no hay ya necesidad de instrucción por las palabras.
Y a cada uno de éstos podrías verlo, ya de pie junto al altar
sagrado leyendo las leyes divinas e instruyendo a los oyentes,
ya en plena faena de cultivo de sus tierras, unas veces tirando
del arado, abriendo los surcos, arrojando la semilla y
confiándola al regazo de la tierra, y otras veces manejando el
arado de la enseñanza y depositando en las almas de los
discípulos la semilla de las lecciones divinas.
4. Por consiguiente, no pasemos por alto su virtud, por
fijarnos simplemente en su aspecto externo y en su peculiar
lenguaje, sino tratemos de comprender con exactitud su vida
angélica, su sabia conducta 8.
Entre ellos, efectivamente, están desterradas toda molicie y
toda glotonería; y no solamente esto, sino también cualquier
otra delicadeza de las que tienen su carta de ciudadanía en las
ciudades. Ellos toman solamente la cantidad de alimento que
puede bastarles para el sostenimiento de la vida, y todo el resto
del tiempo ocupan sus mentes en himnos y en oraciones
continuas, en lo cual también imitan la vida de los ángeles.
5. Efectivamente, lo mismo que aquellas potencias
incorpóreas tienen como única tarea alabar en todo momento al
creador de todas las cosas, así también estos hombres
admirables: satisfacen la necesidad del cuerpo, porque están
unidos a la carne, y todo el tiempo restante se dedican a los
himnos y a las oraciones, tras decir adiós a todas sus
aspiraciones terrenales, y por medio de esta su óptima
conducta, se esfuerzan por lograr que sus oyentes los imiten.
Por tanto, ¿quién podrá felicitar a éstos como se merecen,
porque, sin haber tenido participación alguna en la instrucción
de fuera ellos han aprendido la verdadera sabiduría, con lo cual
han demostrado cumplir con las obras aquello del Apóstol:
Porque lo loco de Dios es más sabio que los hombres 9?
6. Y es que, cuando ves a este hombre simple, rústico y que
no sabe más que las faenas agrícolas y el cultivo de la tierra,
que realmente no hace caso alguno de las cosas presentes,
pero que en alas de su mente se lanza hasta los bienes que
están en los cielos, que posee el saber 10 sobre aquellos
bienes inefables y que conoce con exactitud lo que nunca
pudieron ni imaginar los filósofos, tan ufanos de su barba y de
su bastón, ¿cómo no vas a tener bien clara la demostración del
poder de Dios?
Porque, dime, ¿de qué otra parte podría venir tan gran
sabiduría de la virtud y el no aplicarse a los bienes visibles, sino
al contrario, al preferir a las cosas manifiestas y que están a la
mano los bienes ocultos, invisibles y objeto de la esperanza?
FE/DEFINICIÓN: Esto es, efectivamente, la fe: cuando uno
cree que los bienes prometidos por Dios y que no son
manifiestos a los ojos del cuerpo son más dignos de crédito que
los bienes manifiestos y patentes ante nuestros ojos.
La fe de Abraham en los bienes espirituales
7. Así es como se hicieron célebres todos los hombres justos
y fueron considerados dignos de aquellos inefables bienes. Así
fue proclamado el patriarca Abraham de parte de Dios, cuando
hubo sobrepasado la debilidad de la humana naturaleza y
tendió su mente por entero al poder del que le hizo la promesa.
Y por eso también le proclama la divina Escritura, pues dice: Y
creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia 11. Y por
esta razón también, cuando ya desde el principio oyó: Sal de tu
tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre, y ¡halal, a la
tierra que yo te mostraré 12, él obedeció con la mejor voluntad y
puso por obra lo mandado, y abandonó la tierra familiar donde
tenía plantada su tienda, y salió, pero sin saber adónde se
detendría. Pues bien, a las cosas manifiestas y bien
reconocidas por todos, él prefirió lo mandado de parte del
Señor, y no solamente no hizo preguntas curiosas, ni su mente
se turbó, sino que, centrando su mirada en la dignidad del que
le mandaba, y dejando de lado todo impedimento humano, sólo
tuvo una preocupación: no omitir nada de lo mandado.
8. Ahora bien, todo esto sucedió, no solamente por causa del
justo, para demostrar la grandeza de su fe, sino también para
que nosotros emulemos al patriarca.
Efectivamente, así que Dios vio su alma generosa, como
astro ignorado y oculto, quiso trasladarlo a la tierra de Canaán,
justamente para que condujera a la razón de la piedad a los que
allí andaban descarriados y con la mente afectada todavía por
la tiniebla de la ignorancia.
Esto es lo que realmente sucedió, y por medio de Abraham,
no solamente los que habitaban Palestina, sino también los de
Egipto, llegaron a conocer la providencia de Dios para con él, y
la virtud del justo.
Mira, en efecto, su excelsa magnanimidad, y cómo en alas de
su deseo de Dios no se paró en la linde de lo visible, ni se
aplicaba solamente a lo prometido, sino que lograba figurarse
los bienes futuros. Y pues Dios le había prometido una tierra, un
lugar de otra tierra diciendo: Sal de tu tierra, y ¡hala!, a la tierra
que yo te mostraré, él dejó las realidades sensibles y se prendó
de las inteligibles.
9. ¿Acaso os parece un enigma lo que acabo de decir? No
os desconcertéis, sin embargo, os daré la explicación, para que
os enteréis de cómo este justo, después de recibir la promesa
de bienes sensibles, fijó su deseo en los bienes inteligibles.
¿De dónde, pues, sabremos esto con exactitud?
Escuchemos al mismo interesado que dice..., pero no,
escuchemos más bien al bienaventurado Pablo, el maestro del
universo, el que sabe todo esto con exactitud y que habla de él,
y no sólo de él, sino también de todos los justos.
Efectivamente, queriendo recordar la lista de hombres justos
como Abraham, Isaac y Jacob, dice: Conforme a la fe murieron
todos estos, sin haber recibido las promesas, sino mirándolas y
saludándolas de lejos, y confesando que eran forasteros y
peregrinos sobre la tierra 13.
10. ¿Qué estás diciendo, oh bienaventurado Pablo? ¿No
recibieron las promesas? ¿No ocuparon toda Palestina? ¿No
fueron dueños de la tierra?
«Sí -dice-, recibieron Palestina y la posesión de la tierra,
pero con los ojos de la fe fijaban su deseo en otras cosas».
Por eso añadió: Porque los que dicen esto, claramente dan a
entender que buscan una patria, y que si se hubieran acordado
de aquella de donde salieron, tiempo tuvieron ciertamente para
volverse; sin embargo, deseaban una mejor, esto es, la celestial
14. ¿Ves su anhelo? ¿Ves su deseo? ¿Ves cómo, mientras el
Señor por todas partes les prometía bienes materiales y
dialogaba acerca de la tierra, ellos buscaban esta otra patria y
tendían hacia la que está en los cielos? Por esto, efectivamente,
añadió: De la cual es Dios artífice y hacedor 15.
¿Ves cómo ellos deseaban los bienes inteligibles y cómo se
figuraban aquellos bienes que no se manifiestan a los ojos
corporales, pero son conocidos por la fe?
La vanidad de los bienes materiales
11. Pero aquí mi mente se desconcierta y mi pensamiento se
confunde, cuando considero que nosotros caminamos al
contrario que ellos. Efectivamente, como estos justos, aunque
recibieron una promesa de bienes sensibles, fijaron su deseo
en los bienes inteligibles, así también nosotros, pero al revés:
aunque hemos recibido una promesa de bienes inteligibles, nos
alucinamos con los bienes sensibles, y desoímos al
bienaventurado Pablo, que dice: Porque las cosas que se ven
son temporales, mas las que no se ven son eternas 16.
Y de nuevo en otra parte, para revelar que tales son las
cosas preparadas para los que aman a Dios, dice Cosas que ni
ojo vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre 17.
Pero nosotros, incluso después de todo esto, seguimos
boquiabiertos ante los bienes presentes, quiero decir, ante la
riqueza, la gloria de la vida presente, la molicie, los honores que
vienen de los hombres: todo esto, en efecto, parece ser lo
brillante de la presente vida. Dije «parece», porque en nada
difiere de una sombra y de un sueño.
12. Efectivamente, la misma riqueza muchas veces ni siquiera
dura hasta el anochecer en manos de quienes creían poseerla,
sino que, cual esclavo fugitivo e ingrato, va pasando de uno a
otro, y deja desnudos y solos a quienes se desvivían por
honrarla; y que muchas veces también envuelve en peligros
insoportables a los que tanto la desean, la experiencia misma
de los hechos se lo enseña a todos.
Y algo así es también la gloria humana, porque quien hoy
aparece ante todos ilustre y famoso, de repente cae en la
deshonra y en el desprecio de todos.
13. Por consiguiente, ¿qué puede haber de menos valor que
estos bienes, quiero decir, los que antes de aparecer ya han
volado, los que nunca se quedan quietos, sino que tan
rápidamente escapan a los que se dejan fascinar por ellos?
Efectivamente, como nunca es posible ver la rueda quieta
sobre el mismo punto de la llanta, sino que da vueltas
continuamente y sube y baja, así también ocurre con los bienes
en cuestión. De fácil vaivén es, en efecto, el cambio de los
negocios humanos, y rápida la mudanza, sin nada seguro ni
estable; al contrario, todo es voluble y con pronta inclinación a
lo opuesto.
Por consiguiente, ¿qué podría haber de más ridículo que
esas gentes que se quedan boquiabiertas y clavadas ante los
bienes presentes, y los consideran preferibles a los que son
constantes y permanecen siempre?
14. Por esta razón también el profeta, al lanzar la grave
acusación contra los que se dejan alucinar por estas cosas,
dice: Como estables las consideraban, y no como fugaces 18.
¿Ves cómo con una sola palabra quiso expresar su ser de
nonada? Pues no dijo: «como transitorias», ni dijo: «como
cambiantes», ni dijo: «escurridizas», sino, ¿qué? «Como
fugaces», queriendo poner de manifiesto su rapidez y su grande
y repentina mudanza, y para enseñarnos a no estar nunca
sujetos a las cosas que se ven, sino a creer y a tener plena
confianza únicamente en las que Dios ha prometido.
15. Efectivamente, aunque medien mil impedimentos, las
promesas de parte de Dios nunca fallarán, porque, lo mismo
que Él es inmutable e inalterable, y perdura siempre y
constantemente, así también sus promesas son indefectibles e
inconmovibles, a no ser que se obstaculice su realización por
parte nuestra.
En las cosas humanas, sin embargo, ocurre lo contrario,
porque al ser corruptible y perecedera la naturaleza de los
hombres, así también son corruptibles y caducos los bienes que
proceden de los hombres. Y es justo, puesto que los hombres
somos todos corruptibles, y la naturaleza de los humanos dones
imita a nuestra naturaleza.
En cambio, nada parecido es posible ni sospechar siquiera
en las promesas de Dios, antes al contrario, estas promesas
son las únicas en tener seguridad, inmutabilidad, fijeza y
constancia.
Los deberes de los nuevos bautizados
16. Por esto, os lo suplico, busquemos las que perduran
siempre y no sufren mudanza. Por lo demás, también, si yo he
desarrollado mi discurso delante de vosotros, lo hice adrede,
para hacer una exhortación común para todos, tanto para los
iniciados de antiguo en los misterios, como para los recién
considerados dignos del don bautismal.
Pues bien, ya que en los días pasados, al reunirnos
continuamente junto a los sepulcros de los santos mártires,
disfrutábamos de la gran bendición que de ellos brota y
gustábamos su abundosa enseñanza, y ya que, en cambio, de
ahora en adelante se interrumpirá la continuidad de las
reuniones, siento la necesidad de recordar a vuestra caridad
que tengáis siempre resonando en vuestra memoria tan
importante enseñanza, y que a todos los bienes de esta vida
prefiráis los bienes espirituales.
17. También os recuerdo 19 que con la mayor diligencia
vengáis aquí al amanecer y rindáis al Dios del universo vuestras
oraciones y vuestras confesiones, y le deis gracias por los
bienes que ya os ha otorgado, y le supliquéis el poder haceros
dignos de su ayuda para guardarlos en lo sucesivo, y así,
después de salir de aquí, que cada uno emprenda con toda
circunspección los negocios que le atañen.
Así, uno se dedicará al trabajo manual, otro se alistará en el
ejército y un tercero entrará en la política. Cada uno, sin
embargo, acérquese a sus asuntos con temor e inquietud y
pase todo el tiempo de la jornada como quien debe presentarse
de nuevo aquí al anochecer para dar al Señor cuenta de toda la
jornada y pedirle perdón por los fallos.
Porque realmente, aunque mil veces tratemos de
asegurarnos, es imposible no hacernos responsables de
muchas y variadas caídas; por ejemplo, de haber hablado
inoportunamente, de haber prestado oído a vanos rumores, de
haberse precipitado en el mirar o de haber gastado nuestro
tiempo en vano y sin utilidad ni necesidad alguna.
18. Y por esta razón conviene que nosotros, cada día,
pidamos al Señor perdón por todos estos fallos y recurramos e
imploremos a la bondad de Dios. Y que así, después de pasar
con sobriedad el tiempo de la noche, afrontemos de nuevo la
confesión del amanecer, todo ello con el fin de que cada uno de
nosotros, si organiza su vida de esta manera, pueda también
atravesar sin peligro el mar de esta vida y hacerse digno de la
bondad que viene del Señor.
Y cuando nos convoque el momento oportuno de la
asamblea, que a todas las cosas prefiramos los bienes
espirituales y esta reunión de aquí, para que también
administremos con seguridad lo que tenemos entre manos 20.
19. Efectivamente, si nosotros anteponemos estos bienes,
los demás no nos causarán trabajo alguno, pues Dios en su
bondad nos los proporcionará con gran facilidad. En cambio, si
descuidamos los espirituales y únicamente nos preocupamos de
los otros, y si continuamente giramos en torno de los bienes de
esta vida sin tener para nada en cuenta al alma, sufriremos la
pérdida de éstos y ni uno más tendremos de los otros.
Por consiguiente, os lo suplico, no invirtamos el orden, sino,
ya que conocemos la bondad de nuestro Señor, confiémosle a
Él todo, y no nos atormentemos nosotros mismos con las
preocupaciones terrenales.
Efectivamente, el que del no ser nos sacó al ser, por su
propia bondad, con mayor razón nos otorgará en adelante toda
su providencia Porque -dice- sabe vuestro Padre del cielo que
tenéis necesidad de todo esto, antes que vosotros se lo pidáis
21.
20. Y naturalmente, por esta razón quiere que nosotros
estemos libres de tal preocupación y que todo nuestro tiempo
disponible sea para los bienes espirituales.
Viene, efectivamente, a decir: «Tú busca los bienes
espirituales y yo te proporcionaré en abundancia todo lo que
atañe al cuerpo».
De aquí también les vino a todos los justos su reputación, y
ciertamente nosotros tomamos su virtud como punto de
arranque de este nuestro discurso. Efectivamente, decíamos
que éstos, a pesar de haber recibido promesas de bienes
sensibles, buscaban los inteligibles, mientras que nosotros
practicamos justamente lo contrario: aunque tenemos promesa
de bienes espirituales, nos quedamos boquiabiertos ante los
bienes sensibles.
21. Y por esta razón, os lo suplico, nosotros, los que estamos
bajo la gracia, imitemos por lo menos ahora, a aquellos que, por
su cuenta y antes de la ley, desde la enseñanza ínsita en su
naturaleza, pudieron alcanzar tamaña cima de virtud, y
traslademos todo nuestro celo al cuidado del alma, troquemos
nuestras preocupaciones y repartamos la inquietud: el cuidado
del alma, aceptémoslo nosotros mismos, puesto que es lo más
importante en nosotros; la preocupación y la inquietud por el
cuerpo, confiémosla por entero al común Señor de todas las
cosas.
22. Por otra parte, la mayor prueba de su sabiduría y de su
inefable bondad es ésta: que el cuidado de lo más grande que
hay en nosotros -del alma, quiero decir- nos lo encargó a
nosotros, y así, con los hechos mismos, nos enseñó que nos ha
creado libres y que ha dejado en poder nuestro y en nuestra
voluntad el elegir la virtud y el fugarnos hacia el mal; en cambio,
de todos los bienes corporales prometió que Él mismo
proveería. Con esto quería también hacer cambiar a la
naturaleza humana, con el fin de que ésta no confíe en su
propia fuerza, ni crea que puede contribuir en algo al
sostenimiento de la vida presente.
23. Por esta razón, naturalmente, a nosotros, enaltecidos con
la razón y juzgados dignos de tan gran preeminencia, nos
exhorta a que imitemos a los irracionales, y dice: Mirad las aves
del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en trojes, y
vuestro Padre celestial las alimenta 22; como si dijese: «Si me
preocupo de los pájaros, aunque son irracionales, y tanto que
les procuro todo, sin sembradura ni laboreo, con mucha más
razón me preocuparé de vosotros, los racionales, si al elegir
preferís los bienes espirituales a los carnales.
Efectivamente, si por vosotros produje estas cosas y la
creación entera, y yo mismo tengo de todo ello tan gran
providencia, ¿cuál no será la amorosa solicitud de que os
juzgaré dignos a vosotros, por cuyo bien fue producido todo
esto?».
24. Confiemos, pues, plenamente, os lo suplico, en la
promesa de Dios, y tengamos toda nuestra mente desplegada
en torno al deseo de los bienes espirituales, y juzguemos todo
lo demás secundario en comparación del goce de los bienes
futuros, para que así obtengamos también con abundancia los
bienes presentes, podamos ser considerados dignos de los
bienes que tenemos prometidos y seamos librados del castigo
de la gehena.
No me derrochéis de nuevo todo el tiempo de vuestra
jornada en la dejadez, en pasatiempos inútiles, en reuniones de
perdidos, en banqueteo y en la diaria borrachera. No dejemos
que, por nuestra posterior incuria, se escurra entre las manos lo
que teníamos bien recogido, al contrario, retengamos con
seguridad todo cuanto se nos ha dado de parte de la bondad
de Dios.
25. Y sobre todo vosotros, los que os revestisteis
recientemente de Cristo y recibisteis la visita del Espíritu, os lo
suplico, cada día examinad cuidadosamente el resplandor de
vuestro vestido, para que por ninguna parte reciba alguna
mancha o arruga: ni por palabras inconvenientes, ni por
escuchas vanas, ni por pensamientos malvados, ni por ojos que
van sin tino saltando sobre cualquiera que se encuentran.
Por consiguiente, fortifiquémonos por todos lados, sin
excepción, con el recuerdo continuo de aquel terrible día, y así,
por haber perseverado en nuestro resplandor y por haber
guardado sin mancha ni arruga el vestido de la inmortalidad,
seremos juzgados dignos de aquellos inefables dones que ojalá
todos nosotros alcancemos, por la gracia y la bondad de
nuestro Señor Jesucristo, con el cual se den al Padre, junto con
el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y
por los siglos de los siglos. Amén.
.................................................
1. Esta última Catequesis cierra la serie; probablemente se tuvo
después de la precedente, el sábado de la semana de Pascua del año
390 (cf. nota I de la octava Catequesis).
2. Es difícil precisar si se trata de la profesión de fe, de la simple
alabanza o del reconocimiento y aceptación de la propia culpa (cf. nota I
de la décima Catequesis).
3. Es decir, en principio el obispo local y los presbíteros encargados
de preparar los catecúmenos para el bautismo.
4. La gran afluencia de gente del campo (entre ellos los monjes, cf.
infra, c. 4) y el hecho de que hablan una lengua distinta (cf. c. 2) induce a
pensar que esta Catequesis y la precedente se tuvieron en Antioquía (cf.
WENGER, nota 3, p. 247).
5. 1 Co 4, 12.
6. Hch 20, 34.
7. Esta cita no está tal cual en el texto evangélico; probablemente
resume la idea de Mt 5, 19. Como también aparece en Hom. 13 in Gen.
(PG 53, llO), WENGER la considera prueba importante de la autenticidad
crisostomiana de esta Catequesis (Introd., p. 55).
8. Con «vida angélica» se alude a la vida monástica, lo mismo que la
expresión «sabia conducta» (literalmente «conducta filosófica»)
presupone su confrontación y su contraste con la conducta no tenida por
sabia, de los filósofos paganos, de los que se habla luego en el c. 6 (cf.
WENGER, nota 2, p. 249).
9. 1 Co 1, 25.
10. Literalmente «que sabe filosofar» (cf. supra, n. 8).
11. Rm 4, 3.
12. Gn 12, 1.
13. Hb 11, 13.
14. Hb 11, 14-16.
15. Hb 11, 10.
16. 2 Co 4, 18.
17. 1 Co 2,9.
18. La rareza de esta cita de Amós 6, 5 depende probablemente del
hecho de estar tomada de la versión de los Setenta, donde el significado
del versículo es totalmente diferente del texto hebreo que en varios puntos
es críticamente incierto.
19. Se sigue la exhortación del capítulo anterior.
20. Después de seguir un estricto programa propio de los días en que
no se celebra la Eucaristía (synaxis), cuando ésta se celebra -domingos y
algún día entre semana- nada debe impedir al nuevo bautizado asistir a
ella.
21. Mt 6, 32.
22. Mt 6, 26.
LOS SEIS LIBROS DE SAN JUAN CRISÓSTOMO SOBRE EL SACERDOCIO
AL SER. MONSEÑOR INFANTE DON GABRIEL DE BORBÓN
SEÑOR.
La dificultad de una buena traducción es conocida solamente
por aquéllos que saben hacerla. Y como es muy corto el número
de los que traducen bien, por esto son muy pocos los que no
desprecian este género de aplicación. V.A. acaba de dar una
muestra del último primor en el primero de los historiadores
latinos, con la que ha manifestado, que conoce la dificultad del
traducir, y al mismo tiempo, que aprecia este género de trabajo.
Yo no dejo de conocer la dificultad; pero aspiro aún a la
perfección: me contemplo en el pie de la subida; y V.A. se halla
ya en lo más encumbrado, vencida toda la aspereza. Por lo que
no será extraño, que yo llegue a V.A. a suplicarle rendido, se
digne alargar benignamente su mano, para que pueda subir tan
arriba, y poner a sus reales pies esta pequeña traducción. Con
esto no pretendo otra cosa, sino oír sus doctas
animadversiones y dar un público testimonio de mi ánimo
agradecido a las repetidas y particulares honras que debo a
V.A.
SEÑOR,
A L.R.P. de V.A.
Su más favorecido y reconocido servidor,
Felipe Scio de San Miguel
ADVERTENCIA
Los libros que escribió San Juan Crisóstomo sobre el
sacerdocio han sido mirados siempre como la obra más
sobresaliente entre todas las que nos han quedado suyas, y
que no dejan que añadir a los que han tratado después esta
materia. Dispuestos en forma de diálogo, nos ponen delante las
graves razones y fundamentos que tuvo el santo para huir de la
dignidad episcopal; y al mismo tiempo, una pintura muy
acabada, en la que se registra la perfección altísima que pide el
estado sacerdotal, y el gravísimo peso, que ponen sobre sus
hombros, los que se encargan del gobierno de las almas. A la
vista pues de esta, será sin duda muy grande nuestra
confusión, si para poner un velo a nuestros descuidos
pretendemos recurrir a que el santo la hizo siguiendo las trazas
de una exageración retórica, y sin ser penetrado de los mismos
sentimientos. Pero el que atendiere a lo que ejecutó después de
promovido al sacerdocio, y al modo con que desempeñó el
ministerio episcopal, hallará que sus acciones fueron en todo
conformes a lo que dejó escrito y que debían practicarse por los
buenos eclesiásticos y prelados; y por consiguiente, que no nos
queda pretexto alguno con qué poder dar color a nuestra
desidia. Dignos son, por tanto, de que continuamente los
registremos, y de que por ellos observemos qué es lo que
tenemos y qué nos falta para formar en nuestras almas una
imagen digna del celestial Esposo; dignos de que no los pierdan
de vista los que han de dar cuenta a Dios de su ministerio y
empleo, por las obligaciones que aquí se representan; dignos
de que todos los prelados de la Iglesia se apliquen con el mayor
desvelo a que con la continua meditación los conviertan en jugo
y sangre los que han de responder a los cargos de un ministerio
temible aun a las mismas angélicas potestades; dignos,
finalmente, de que con la más atenta y seria reflexión los
revuelvan y pesen aquéllos a quienes está confiado el proveer
la Iglesia de sujetos útiles, estando asegurados de que
encontrarán aquí notados por menor, como en una cumplida, y
exacta carta de navegar, todos los escollos en que pueden
tropezar; y al mismo tiempo, los rumbos y dirección que deben
seguir para su elección, y aprobación. Que la reforma de una
comunidad, de un pueblo, de un reino, y de todo el mundo
dependa de la bondad, y rectitud de costumbres que se noten
en las personas de los prelados y eclesiásticos destinados para
su instrucción es doctrina común entre todos los Padres y
Doctores de la Iglesia; porque mirándose todos en ellos, como
en un ejemplar, según el cual han de dirigir sus acciones, creen
lícitas aquéllas que ven practicadas, aplaudidas y aun
disimuladas por estos. Igualmente lo es que para la reforma del
clero y del estado eclesiástico, contribuyen únicamente el
discernimiento y rectitud de los que proponen, consultan, y
hacen la elección para las prelacías, prebendas y beneficios
eclesiásticos. El prelado (dice admirablemente nuestro santo),
por cuya culpa se perdiere el rebaño de Jesucristo, responderá
por los pecados de aquéllos que se perdieron por su causa;
pero los electores responderán por los de éstos, y no menos
por las culpas, y errores del prelado. Un mal eclesiástico, que
con sus procederes indignos y vida licenciosa escandaliza a los
otros, dará cuenta de los escándalos y de la ruina que ocasiona
con su mal ejemplo; pero el prelado queda sujeto a la pena que
corresponde a todos aquellos escándalos, y también a la de
haber elegido y ordenado a un indigno. Para todos proporciona
remedio nuestro santo ofreciendo una pauta por la cual deban
arreglar sus pensamientos y acciones, tanto los electores, para
que conozcan y examinen bien las costumbres de los que han
de elegir, como los elegidos, para que entren en el
conocimiento de sí mismos; y haciendo prueba de sus fuerzas,
vean si pueden mantener, o no, tan grave peso.
De lo que acabo de decir, se comprenderá fácilmente que mi
principal designio en traducir y publicar este tratado ha sido
contribuir, cuanto esté de mi parte, a que Dios sea glorificado y
a que todos conozcamos el grave peso de nuestras
obligaciones; de lo que resultando la reforma de nuestras
acciones, se derive al pueblo cristiano el fruto del buen ejemplo.
He seguido en esto las pisadas de otros muchos, que movidos
de la misma consideración, lo tradujeron en varias lenguas, y
publicaron separadamente; de lo que para instrucción tuya daré
aquí una breve noticia. La primera edición, que se hizo de sólo
el texto, fue en Lovaina por el Clenardo, el año 1529 y el de
1544 lo tradujo en latín Jano Cornario, y publicó en Basilea. El
Hoeschelio lo imprimió en Augusta en 1599 quien después de
todo el texto, puso la versión latina de Jacobo Ceratino a los dos
primeros libros, y la de Germano Brixio a los cuatro restantes,
añadiendo algunas observaciones. Juan Hugues la dio al
público en Cantabrigia el año 1710 enriqueciendo su edición de
algunas disertaciones sobre la dignidad sacerdotal; pero con
otra versión diversa de la de Ceratino, y la de Brixio. Esta se
renovó en Londres en 1712 por Styano Thirlby, con una
apología de la fuga del Nacianceno. Stutgardo Alberto Bengelio
hizo otra edición en 1725 acompañada de una nueva
interpretación y continuas notas. Ricardo Le Blanc la tradujo en
francés, e imprimió en París en 1553 y el Lami la publicó en el
mismo idioma en 1650. Se encuentran también varias
traducciones italianas, y últimamente, la que hizo Miguel Ángel
Giacomelli, impresa en Roma en 1757 con el texto griego y
notas muy copiosas. De todas estas, yo solamente he podido
tener presentes la latina de Germano Brixio, la del Montfaucon,
que se halla en el cuerpo de todas las obras de san Juan
Crisóstomo impresas en París, y la italiana de Giacomelli; a cuya
fe dejo las citas que pongo de Bengelio, Hoeschelio, o algún
otro que no he podido registrar, y consultar por mí mismo. Entre
las que dejo apuntadas, se encuentra alguna de los
protestantes, que sin duda se propusieron el poder alegar en
defensa, y confirmación de sus errores la autoridad y patrocinio
de nuestro santo en algunos lugares de este tratado. Por lo que
muchos de los católicos lo han traducido con la mira también de
refutar las opiniones de aquéllos y vindicar al santo en los
pasos que torcían a su réprobo sentido: sustituyendo otras de
sus obras, en donde no dejando duda de la pureza de su
doctrina, ha tratado de propósito la materia. De esto se dará
razón en sus respectivos lugares.
En vista, pues, de lo dicho, no puedo yo persuadirme de que
será reprensible en mí lo que tantos ejecutaron con el mayor
aplauso; antes bien estoy creyendo, que animados muchos con
este ejemplo, se empeñarán en nuevos y mayores
descubrimientos e ilustraciones. Sería, sin duda, utilísimo, que
imitando la aplicación, e industria de los antiguos españoles,
que apenas dejaron autor alguno profano, particularmente
griego que no tradujesen, se aplicasen a entresacar aquellos
lugares y tratados más señalados de los primeros padres y los
ofreciese al público en un traje, por el que pudiesen ser
conocidos de todos y hacerse familiares aun a los menos
instruidos. Pero por cuanto parecerá tal vez a alguno de poca
consideración, y aun despreciable semejante especie de
trabajo, no será fuera del intento el dar aquí brevemente una
idea de la dificultad que en sí encierra. Ya desde luego se
descubre esta por el corto número de buenas versiones que
hay, entre muchas que tenemos de varias lenguas, al paso que
publicándose muchas obras de invención propia, son
generalmente más bien recibidas, y aplaudidas. Porque la
invención es hija de un entendimiento fecundo; y la buena
versión, sólo puede provenir de una madurez de juicio
consumada; aquélla, teniendo muchos caminos que puedas
seguir, te da lugar para la elección; pero ésta sólo te ofrece
uno, de donde no es lícito apartarte; por aquélla hacemos
patentes nuestros pensamientos; por esta descubrimos lo que
pensaron otros. Ya se ve la gran diferencia que hay entre
manifestar los propios sentimientos, o penetrar en el fondo de
los ajenos. Crece la dificultad, cuando se trata de haber de
traducir de lenguas muertas, en donde no nos queda otro
recurso, que el consultar los libros, y el cotejo de otros pasos,
que puedan tener alguna alusión, con cuyo auxilio podamos
revestirnos de los verdaderos pensamientos de su autor: en lo
que ya se deja ver, cuánta fatiga, y cuánto juicio se requiere. A
lo que se junta ser esto más necesario en la lengua griega,
cuya copia increíble, y expresión muchas veces inexplicable de
sus compuestos, adverbios, participios, partículas, ofrece a
cada paso dificultades infinitas. Pero todo esto toca en general
a la versión. ¿Pues qué, si quisiéramos poner aquí por menor
las calidades que la hacen buena? En ella se han de explicar
claramente, y como son en sí, todos los sentimientos del autor,
sin añadir, ni quitar; pero sin perder de vista el estilo, y aun el
número de las cláusulas. ¿Quién podrá seguir este camino sin
tropezar en un extremo? ¿Quién atenderá al número, y estilo,
sin añadir, o quitar a los pensamientos del autor? ¿Y quién
explicará bien estos, conservando la igualdad, armonía y pureza
en el estilo? De aquí es, que divididas las inclinaciones de los
hombres, unos son admiradores perpetuos de la paráfrasis, en
donde cabe toda la belleza de las voces, y torneo, o número de
las cláusulas; pero estos no pueden menos de reconocer que
están sujetas a expresiones inútiles, y a quedar deformadas con
muchos pensamientos ajenos, y despojadas de los originales y
legítimos. A esta clase puede reducirse la de Germano Brixio, y
que por esta causa fue desechada por el Montfaucon. Hay
otros, por el contrario, tan escrupulosos, que llegan a hacerse
fastidiosos, y viles esclavos de la letra, dejando por esta
atención tan descarnadas sus versiones que no pueden leerse
sin fastidio. Sin embargo, son estas preferibles a las primeras,
particularmente cuando se trata de traducir de lenguas muertas.
Yo, evitando los dos extremos, siento, que la mejor traducción,
es la que mejor explica el sentido del autor; y por consiguiente,
la que se acerca más a lo literal, no perdiendo de vista, cuanto
sea posible, la pureza del estilo. De esta clase son las que
admiramos, y que se equivocan con sus originales, de un
Villegas, de un Gonzalo Pérez, de un Oliva, de un Marinerio, a
quien parece haber destinado la divina providencia para agotar
los tesoros de toda la Grecia; finalmente, las de otros infinitos
españoles. He añadido el texto griego, atendiendo al
adelantamiento de los que se aplican al conocimiento nobilísimo
y utilísimo de esta lengua, para que con sus principios, y con
una reflexión atenta, puedan penetrar por sí la fuerza que
tienen las voces en su origen; y al mismo tiempo a la
satisfacción de los que la poseen, los cuales hallan un gusto
particular en poder confrontar las versiones, teniendo a la vista
los originales. Había concebido el designio de publicarla,
acompañada de otra versión latina, por parecerme poco
ajustadas las que he visto de esta clase; y con esta mira tenía
ya traducidos los dos primeros libros; pero habiendo leído con
atención la que hizo el Montfaucon, me parece que no deja que
desear, ni que hacer, porque sin perder de vista la pureza de la
frase, se acerca más a lo literal, y explica con mayor claridad los
sentimientos del santo. Esta consideración, y la de no abultar
demasiado este volumen, me han hecho desistir de mi primer
intento. He añadido algunas observaciones críticas, que puedan
servir de mayor ilustración, omitiendo el confirmar lo doctrinal
con otros lugares de los Padres, por creer que la autoridad del
nuestro, sin otro apoyo, es suficiente para confirmación de lo
que enseña; pero sin pasar por alto algunos puntos de
disciplina, que me han parecido dignos de ponerse en claro, y
también algunos dogmas combatidos por los protestantes, que
se valieron para esto de la autoridad del santo. En estas
observaciones me aparto, no pocas veces de la interpretación
de Montfaucon: pero no por esto crea alguno que yo pretendo
igualar, ni defraudar en la menor parte al mérito de un escritor,
por tantos títulos señalado, y recomendable. Y esto es lo que
principalmente tenía que avisarte.
Ahora, para conclusión de esta advertencia, quiero que
entiendas, que éste, y los demás frutos de mis tareas, se deben
únicamente al celo de mi católico, y piadoso monarca, que con
tanto empeño atiende a renovar el buen gusto de las ciencias, y
de las lenguas más útiles: y no menos a la aplicación continua,
e infatigable de sus ministros, para llevar a su perfección las
plausibles intenciones del monarca. Pretendo yo,
congratulándome de esto con la nación española, sentar desde
un rincón una pequeña piedra para la construcción de tan
noble, y majestuosa fábrica; pero protestando al mismo tiempo,
que hay en mi ciertas esperanzas, de que serán en gran
número los que concurran a poner de su parte otras de mayor
primor, artificio, y grandeza: y de que veremos prontamente,
levantado y renovado este hermoso edificio, que arrebatará la
admiración de todos los que nos miraban como incultos, y bien
hallados, con las heces que nos quedaron de los árabes y
godos.
I.
Muchos amigos he tenido sencillos, y verdaderos, que
entendieron, y guardan escrupulosamente las leyes de la
amistad; pero uno entre estos muchos ha sido, el que
señalándose en amarme, ha procurado dejarlos tan atrás, como
estos dejaron a los que sólo tenían conmigo una vulgar
correspondencia. Era éste uno de aquéllos, que jamás se
apartó de mi lado; porque habiéndose aplicado a unos mismos
estudios, y tenido unos mismos maestros, era siempre una
nuestra inclinación, y cuidado en las ciencias a que nos
aplicábamos, y no diferente el deseo de ambos, porque
procedía de unos mismos principios. Ni duró esto sólo aquel
tiempo que frecuentábamos las escuelas; continuó también,
cuando habiéndolas dejado, fue necesario deliberar sobre el
estado más conveniente de vida que debíamos abrazar; aun en
este lance fueron muy conformes nuestros sentimientos.
II.
Fuera de éstas, había otras muchas causas, por las que se
conservaba entre nosotros invariable, y constante esta
uniformidad. Ninguno de los dos podía vanagloriarse sobre el
otro por la nobleza de su patria; ni a mí me sobraban
conveniencias, ni él se veía acosado de una extremada
pobreza; sino que a la proporción de nuestros haberes
correspondía la uniformidad de nuestras voluntades; era
igualmente honrada nuestra familia. Finalmente, no había cosa
que no conspirase a formar la unión estrecha de nuestros
ánimos.
III.
Pero cuando llegó el tiempo de que aquel hombre feliz
abrazase el instituto monástico, y siguiese la verdadera filosofía;
ya desde entonces quedaron desiguales nuestros pesos: su
balanza se levantaba en alto, al paso que yo, enredado en los
deseos del siglo, hacia bajar la mía, y la violentaba a que
quedase oprimida, cargándola de pensamientos juveniles. Aun
entonces permanecía entre nosotros, del mismo modo que
antes, una firme y constante amistad; pero debía interrumpirse
nuestro trato. ¿Cómo era posible que pudiésemos mantenerlo
continuo, siendo nuestras ocupaciones tan diversas?
Pero luego que comencé yo también, poco a poco, a sacar la
cabeza de entre las tempestades de la vida, me recibió en esta
ocasión con los brazos abiertos; pero ni aun así pudimos
conservar nuestra primera igualdad: porque habiéndome
prevenido en el tiempo, y manifestado un ardor de ánimo
increíble, se levantaba todavía sobre mí, llegando a tocar un
punto de elevación muy grande.
IV.
Sin embargo, siendo él de una índole muy buena, y haciendo
gran aprecio de mi amistad, abandonó la compañía de todos los
otros, por pasar en la mía todo el tiempo. Esto es lo que ya
mucho tiempo antes vivamente había deseado, pero por mi
desidia, como dije, habían quedado burlados sus deseos.
¿Cómo podía yo, asistiendo continuamente a los tribunales, y
andando a caza de diversiones en el teatro, tener gusto en
conversar familiarmente con aquél, cuyo pensamiento estaba
fijo sobre los libros, y que no se dejaba ver jamás en público?
De aquí es, que habiendo estado hasta entonces separados,
luego que me admitió al mismo género, y método de vida, sin
perder un instante de tiempo, me descubrió aquel deseo, que
muy anticipadamente había concebido: y no apartándose de mi
lado ni una brevísima parte del día, me exhortaba sin cesar, a
que dejando cada uno su casa particular, eligiésemos una
habitación común. Llegó a persuadirme, y quedamos
determinados a ponerlo ya en ejecución.
V.[1]
Pero los continuos halagos de mi madre, fueron causa de que
yo no le concediese esta gracia; mejor diré, que no recibiese de
él este beneficio. Luego que ésta llegó a entender la
deliberación que yo quería tomar, asiéndome de la mano, me
introdujo en un cuarto retirado de la casa, y haciéndome sentar
junto a la cama, en donde me había parido, prorrumpió en un
mar de lágrimas, y añadiendo palabras, que movían más que su
llanto, comenzó a lamentarse de esta suerte: «Hijo mío, dijo, no
me fue permitido disfrutar largamente las virtudes de tu padre,
porque Dios así o dispuso; a los dolores que yo tuve cuando te
parí, sucedió su muerte, dejándote a ti huérfano y a mí viuda
antes de tiempo y entre los males y trabajos de una viudez, que
sólo pueden comprender las que los han experimentado.
¿Qué palabras pueden bastar para explicar aquella
tempestad, y turbación que sufre una mujer joven, cuando
apenas salida de la casa de su padre, y sin experiencia alguna
de las cosas, repentinamente se halla en medio de un dolor
insoportable, y se ve obligada a entrar en pensamientos
superiores a su sexo, y a su edad? Porque debe, según yo
pienso, atender a corregir el descuido de los domésticos,
observando sus malos procederes, haciendo frente a las
asechanzas de los parientes, y soportando con generosidad de
ánimo las molestias de aquéllos que administran los intereses
del público, y su dureza en exigir los tributos. Y si el que ha
muerto deja sucesión, si es femenina, aun así, deja un cuidado
no pequeño a la madre; pero libre de gasto, y de temores: mas
si es varonil, cada día la aumenta nuevos sobresaltos, y
mayores cuidados. Deja a un lado el consumo de dinero que se
necesita hacer, si desea que tenga una educación
correspondiente a su estado. Con todo, ninguna de estas cosas
han podido inducirme a que yo abrazase un segundo
matrimonio, y que introdujese otro esposo en la casa de tu
padre; sino que he permanecido en esta tempestad, y torbellino,
y no he rehusado el trabajoso ardor de la viudez, asistida
principalmente de la gracia del Señor. Ni contribuyó poco para
esto el gran consuelo que recibía, viendo continuamente tu
semblante, en donde registraba vivamente copiada la imagen
de tu difunto padre. De aquí es, que siendo tú niño, y que no
sabías aun articular las palabras, que es cuando más gusto
reciben los padres de los hijos, yo tenía en ti un grandísimo
consuelo.
Ni tú podrás decirme, o culparme con verdad, que aunque
generosamente haya soportado la viudez, no obstante por las
incomodidades de ésta, te he disminuido el patrimonio, como sé
que ha sucedido a muchos, que han tenido la desgracia de
quedar huérfanos como tú. Pues yo te he conservado intacto
todo lo que era tuyo; ni he perdonado a gastos en todo lo que
pertenecía a tu decoro, gastando de lo que era mío, y de lo que
tenía cuando salí de la casa de mi padre.
Ni te persuadas que te digo esto por sacarte los colores a la
cara: solamente te pido por todo esto una gracia; y es, que no
me envuelvas en una segunda viudez, despertándome un dolor,
que está ya enteramente adormecido; sino que esperes mi
muerte, que tal vez ya no tardará. Se puede esperar que los
jóvenes lleguen a una larga vejez, pero nosotros, que hemos
comenzado ya a envejecer, solo podemos esperar la muerte.
Luego que me hayas enterrado, y puesto mis huesos junto a los
de tu padre, puedes emprender largas peregrinaciones; entra
en el mar que quisieres, pues no tendrás alguno que te lo
impida; pero mientras que yo respiro, sufre el vivir en mi
compañía. No quieras temerariamente, y sin consejo ofender a
Dios, poniéndome en tan grandes trabajos, sin que de mi parte
hayas tenido motivo para ello. Y si tú puedes culparme de que
yo te arrastro a los cuidados de la vida, y de que te obligo a
atender a tus cosas, niégate enhorabuena a las leyes de la
naturaleza, a la educación que te he dado, a la compañía, y a
todos los otros motivos: huye de mí, como de un enemigo que te
pone asechanzas. Pero si no omito diligencia, para que te sea
más fácil, y llevadero el camino de esta vida, ya que no otro
respeto, a lo menos este lazo te detenga junto a mí. Pues
aunque tú digas ser infinitos aquéllos que te aman; ninguno
podrá hacer que goces de una libertad como ésta; porque
ninguno hay que estime tu decoro como yo.
Éstas, y otras cosas me dijo mi madre, y yo se las repetí a
aquel generoso varón, que no sólo no se movió de semejante
discurso, sino que insistió con mayor tesón en su primera
resolución e instancia.
VI.
Hallándonos, pues, en estos términos, e instándome él
continuamente a que condescendiese con sus súplicas, pero sin
acabar yo de resolverme, nos puso a los dos en confusión un
rumor que se esparció por la ciudad. Era éste, que seríamos
promovidos a la dignidad episcopal.
Luego que yo oí semejante voz, quedé sorprendido de temor,
y perplejidad: de temor porque no me obligasen a abrazar
contra mi voluntad aquel estado; y de perplejidad, porque no
acababa de entender cómo pudo venir al pensamiento de
aquellos varones el resolver una cosa como ésta de mi persona;
pues volviendo a mirar sobre mí mismo, no encontraba en mí
cosa que fuese digna de tal honor.
Por lo que toca a aquel joven valeroso, vino a buscarme a
solas; me dio parte de las voces que corrían y creyendo que yo
las ignorase, me rogaba que en esta ocasión, como en todas
las antecedentes, se viese que nuestras acciones y
deliberaciones eran unas; que él por su parte estaba dispuesto
a seguir con prontitud de ánimo, cualquier camino que yo le
mostrase; ya conviniese rehusar, ya abrazar aquel estado.
Viendo, pues, una resolución tan noble, y creyendo que
podría causar no pequeño daño a todo el común de la Iglesia, si
por mi debilidad privaba al rebaño de Jesucristo de un joven tan
bueno y tan útil para el gobierno de los hombres, no le descubrí
lo que sentía de estas cosas; aunque hasta entonces, jamás
había podido sufrir el ocultarle alguno de mis sentimientos. Y
añadiéndole ser muy conveniente dejar para otro tiempo (por no
ser cosa que urgiese mucho) el resolver sobre este negocio, lo
persuadí sin dificultad a que dejase por entonces este
pensamiento y a que confiase, que si llegaba el caso de abrazar
aquel estado, yo le acompañaría en la determinación.
Pero no pasó mucho tiempo, cuando llegó allí el que nos
había de ordenar: yo me oculté, y él, ignorante de lo que
pasaba, fue con otro pretexto conducido a recibir el yugo,
esperando, por lo que yo le había prometido, que sin dificultad
lo seguiría, o que tal vez era él el que me seguía, pues algunos
de los que se hallaban presentes,[2] viéndole inquieto por esta
especie de violencia, lo engañaron diciendo que era cosa
indigna, que aquél a quien todos tenían por atrevido,
(señalándome a mí) hubiese cedido con tanta sumisión al juicio
de los Padres; y que él, que era más modesto y prudente, se
mostrase soberbio y amigo de vanagloria, rehusando,
repugnando, y contradiciendo.
Habiendo cedido a estas razones, luego que supo que yo me
había ocultado, fue a buscarme; y entrando en mi cuarto con un
aire de semblante muy triste, se sienta junto a mí, quería decir
alguna cosa. Pero impedido por la angustia, no podía
manifestar con las palabras la violencia que padecía; luego que
abría los labios para proferir alguna, la opresión interna se la
cortaba antes que pasase de los labios.
Viéndolo tan afligido y tan lleno de turbación, y sabiendo yo la
causa, no pude dejar de prorrumpir en risa por el gran gusto
que sentía; y cogiéndolo de la mano, me arrojaba a abrazarle,
glorificando a Dios, de que mis artificios hubiesen tenido el feliz
suceso que yo siempre había deseado.
Luego que advirtió en mí una alegría tan extraordinaria,
conociendo que yo hasta entonces lo había engañado, tanto
más se inquietaba, y lo sentía.
VII.
Finalmente, volviendo algún tanto sobre sí de aquella
turbación de ánimo dijo: Ya que tú enteramente has
abandonado mis intereses, y que tan poco caso haces de mí,
sin que yo pueda entender el motivo, debías, a lo menos,
atender a tu reputación. Tú al presente has abierto la boca a
todos, y todos a una voz dicen, que llevado del amor de una
gloria vana, has rehusado este ministerio; no hay alguno que te
libre de este cargo. Yo no me atrevo a presentarme en público:
tantos son los que vienen a encontrarme, y los que cada día me
acusan. Luego que llegan a descubrirme en cualquier parte de
la ciudad, tomándome separadamente los que tienen alguna
familiaridad con nosotros, cargan sobre mí la mayor parte de
esta culpa. "Sabiendo, me dicen, el ánimo de éste, (pues te
eran patentes sus secretos) no convenía que nos lo hubieses
ocultado, sino que debías haberlo comunicado con nosotros;
pues no nos hubiera faltado modo de cogerle en sus mismas
redes".
Yo por mi parte no me atrevo, antes me avergüenzo de
responderles, que he ignorado la resolución, que tú ya mucho
antes habías tomado, para que no crean que es pura ficción
nuestra amistad. Pues aunque ello sea así, como
verdaderamente lo es, lo que tú mismo no podrás negar, por lo
que acabas de hacer conmigo; con todo, es bueno que se
oculten nuestras faltas a los de afuera, que tienen de nosotros
un mediano concepto. Yo no tengo cara para descubrirles la
verdad del hecho, ni el estado de nuestras cosas; por lo que no
me queda otro recurso, sino callar, fijar la vista en el suelo, y
evitar, retirándome, el encuentro con los que me pueden
preguntar. Y aun en el caso de que pueda librarme de la
primera acusación, con todo es necesario que me convenzan de
embustero. ¿Cómo podrán darme crédito, cuando me oigan
decir, que tú has puesto a Basilio en el número de aquéllos a
quienes conviene ocultar tus cosas?
Pero sobre esto no quiero alargarme más, porque tú así lo
has querido. Paso a otras cosas, que de ningún modo
podremos sufrir sin vergüenza, porque unos te acusan de
arrogante, otros de vanaglorioso, y los que no son tan
moderados en la censura, nos culpan de uno y otro; y añaden
al mismo tiempo injurias contra los que nos han hecho este
honor, diciendo que les está muy bien, aunque por nuestra
causa tuvieran más que sufrir: porque habiendo despreciado a
tales, y a tantos varones, han promovido de repente a una
dignidad de tanto honor, que ni aun por sueños la hubieran
podido esperar, a unos jovencillos, que no hace dos días que
se hallaban envueltos en los cuidados de la vida, porque de
poco tiempo a esta parte comenzaron a arrugar la frente, a
vestir de negro, y a fingir tristeza en su semblante. Y que los
que se han ejercitado en la vida ascética desde sus primeros
años hasta la edad más decrépita, se ven obligados a
obedecer, y a que los manden sus mismos hijos, que ignoran
las leyes con que se debe administrar este empleo. Éstas y
otras muchas cosas oigo continuamente de los que se acercan
a mí. Ahora yo no sé qué he de responder a todos estos
cargos: por lo que te ruego me sugieras alguna cosa. Pues yo
no me puedo persuadir que, temerariamente y sin consejo
hayas hecho esta fuga, y querido granjearte una enemistad tan
grande con varones tan esclarecidos; sino que esto lo has
hecho con toda reflexión y movido de alguna razón particular;
por lo que conjeturo que tú las tendrás muy prontas para la
defensa. Dime, pues, ¿qué excusa justa podremos dar a los que
nos acusan?
De lo que tú me has ofendido no pido satisfacción, ni de que
me has engañado, ni de haberme vendido, ni tampoco del bien
que has disfrutado en el tiempo pasado. Yo por mi parte, por
decirlo así, he llevado y puesto mi alma en tus manos: tú has
usado conmigo de la misma cautela que pudieras con aquellos
enemigos, de quienes debieras guardarte. Si sabías que era útil
este tu consejo, no debías rehusar la utilidad que de él
resultase; y si por el contrario lo conocías nocivo, podías librar
también del daño a quien siempre decías estimar sobre los
otros. Pero tú todo lo has dispuesto para que yo cayese en el
lazo. ¿Necesitabas tú usar de engaños y de ficciones con aquél
que ha acostumbrado decir y hacer todas sus cosas sin
recelarse de ti, y con la mayor sencillez? Pero de nada de esto,
como ya te he dicho, te acuso al presente, ni te doy en cara con
la soledad en que me has dejado, habiendo cortado aquellos
ratos de conversación, de que sacábamos tan gran utilidad, y
entretenimiento. Dejo todo esto, y lo sufro con silencio, y con
paciencia, no porque tú hayas faltado levemente contra mí; sino
porque desde aquel día en que comencé a frecuentar tu
amistad, me puse la ley de no ponerte en obligación de
responder, ni defenderte de aquellas cosas, en que quisieras
causarme sentimiento. Que no ha sido pequeño el que me has
dado, tú mismo lo puedes conocer, si es que tienes presentes
los discursos que frecuentemente hacían de nosotros los
extraños, y los que pasaban también entre los dos. Éstos se
reducían, a que nos sería muy útil el permanecer unidos de
voluntades, y defendidos con una mutua amistad. Todos los
otros decían que la concordia de nuestros ánimos traería no
pequeña utilidad a otros muchos. Yo, por lo que toca a mí,
estaba persuadido, que de ningún modo podría ser útil a
alguno; pero decía que nos resultaría no poca ganancia de una
tal concordia; esto es, la dificultad con que nos podrían vencer
los que intentasen combatirnos. Yo no cesaba de traerte
continuamente a la memoria estas cosas; ser los tiempos
trabajosos; crecido el número de los que nos ponen
asechanzas; haberse perdido la sinceridad en el amor, y haber
entrado en su lugar la peste de la envidia; caminar nosotros en
medio de los lazos y pasearnos sobre las almenas de las
ciudades; ser muchos, y de muchos lugares, los que estaban
prevenidos para alegrarse de nuestros males, si nos acaecía
alguna cosa contraria; ninguno, o muy pocos los que se
compadeciesen de nosotros. Mira, pues, no sea que nuestra
desunión cause la risa de muchos, o algún mal mayor todavía
que la risa:[3] Un hermano asistido por otro, es como una
ciudad fuerte, y como un reino bien pertrechado. No quieras
deshacer la sinceridad de esta hermandad, ni romper esta
firmeza.
Éstas y otras muchas cosas te decía yo continuamente, no
sospechando de ti una cosa semejante; sino que creyendo
enteramente que tú me tuvieses un ánimo sincero, yo por un
exceso de amor, quería curarte, aun estando sano; pero no
reperaba, como he visto por experiencia, que aplicaba
medicinas a un enfermo. Y ni aun así, ¡miserable de mí! he
adelantado cosa alguna, ni he sacado algún fruto de esta tan
exquisita providencia.
Porque tú, desechando enteramente todo esto, y no
queriendo darle entrada en tu ánimo, me has entregado a un
mar inmenso, como un navío sin lastre, y sin considerar la furia
de las olas, que necesariamente había de padecer. Y si en lo
sucesivo acaeciere que muevan contra mí una calumnia, o que
me hagan alguna burla, afrenta, o algún otro daño (pues es
necesario que sucedan estas cosas muchas veces) ¿a quién he
de recurrir? ¿Con quién comunicaré yo mis turbaciones de
ánimo? ¿Quién querrá defenderme? ¿Quién podrá contener a
los que me den que sentir; o hará que no lo hagan en lo
sucesivo? ¿Quién me dará consuelo, o me preparará para sufrir
con paciencia las insolencias de otros? Ninguno por cierto,
habiéndote apartado tú tan lejos de esta tan peligrosa guerra,
que no podrás jamás oír, ni aun mis clamores. ¿Sabes tú, por
ventura, el grande mal que has hecho? ¿Conoces siquiera,
después de haberme herido, qué herida tan mortal es la que me
has dado? Pero dejemos estas cosas, (pues no es posible
deshacer lo que ya está hecho, ni hallar camino para lo que no
le tiene) ¿qué diremos a los extraños? ¿qué responderemos a
sus acusaciones?
VIII.
Ten buen ánimo, le dije yo, porque no sólo estoy dispuesto a
darte cuenta de estas cosas, sino que procuraré defenderme,
en cuanto pueda, de todas aquéllas de que tú has querido
dejarme libre. Y si lo quieres así, de la defensa de estas daré
principio a mis razones; pues sería un hombre muy necio, y sin
consideración, si haciendo caso de la opinión de los extraños, y
no omitiendo diligencia para que dejasen de acusarme, no
pudiera también persuadir de que en nada he ofendido al que
entre todos estimo, y que conmigo usa tal respeto, que ni aun
quiere acusarme de las ofensas que dice haber recibido de mí;
y que descuidando enteramente sus intereses, sólo atiende a
los míos; y al mismo tiempo, si se viese que yo he tenido con él
más descuido, que el cuidado que él ha manifestado de mí.
¿Qué es, pues, en lo que yo te he ofendido? porque he
determinado entrar desde aquí en el piélago de mi defensa. ¿Es
acaso porque te he engañado, y te he ocultado mi
determinación?
Pero esto lo he hecho atendiendo a tu utilidad, que has sido
el engañado, y a la de aquéllos en cuyas manos te he puesto,
engañándote. Y si, universalmente hablando, es malo todo
engaño, y no es permitido usar de él alguna vez para una cosa
útil, yo estoy pronto a sufrir la pena que tú quisieres darme; o
mejor diré (pues no tendrás valor para tomar satisfacción de
mí), yo mismo me condenaré a aquellas penas a que condenan
los Jueces a los malhechores, cuando sus acusadores los
convencen de algún delito.
Pero si éste no es siempre dañoso, sino que viene a ser
bueno o malo, según el fin e intención de quien lo usa; dejando
a un lado el que yo te haya engañado, me has de probar que lo
haya hecho con fin malo. Y si nada de esto hay, justa cosa será,
que los que pretenden parecer rectos en sus juicios no
solamente no muevan acusaciones y cargos, sino que alaben al
que usa semejantes artificios. Es tan grande la utilidad que
resulta de un engaño de estos, hecho a tiempo, y con rectitud
de intención, que muchos, por no haberlo usado,
frecuentemente han pagado la pena.
Y si quieres buscar con diligencia los capitanes que han
florecido en todos los siglos, hallarás que la mayor parte de sus
trofeos son frutos de un ardid, y que han merecido mayor
alabanza que los que vencieron en campo abierto. Pues éstos
dan fin a las guerras con mayor dispendio de hombres y de
dinero; de modo que no les queda alguna utilidad de la victoria,
padeciendo los vencedores no menor pérdida que los vencidos,
destruida la gente y agotados los erarios. Fuera de esto, los
vencidos no los dejan disfrutar enteramente de la gloria de la
victoria, no siendo pequeña la parte que toca a los que cayeron
en el campo; porque quedando vencedores en los ánimos, sólo
fueron vencidos en los cuerpos; de suerte, que si hubiera
estado en su mano el no ser muertos, y la muerte que sobrevino
no los hubiera hecho cesar de su ardor, de ningún modo
hubieran desistido de él.
Pero aquél que ha podido vencer por alguna astucia, no
solamente envuelve a sus enemigos en la miseria, sino que los
expone a la risa del mundo. Pero así como en el primer caso no
llevan los unos y los otros iguales alabanzas por su fortaleza,
así tampoco aquí por su prudencia, sino que todo el premio es
de los vencedores; y lo que no es menos apreciable que lo
dicho, conservan entero a sus ciudades todo el gusto que
resulta de la victoria. Ni pueden compararse de algún modo la
abundancia de dineros, o el número de los cuerpos con la
prudencia del ánimo; porque aquéllos, al paso que sin cesar se
consumen en la guerra, se apuran, y faltan a sus poseedores;
pero esta, cuanto más se ejercita, tanto más se aumenta
naturalmente.
Y no solamente en la guerra, sino también en la paz se
encontrará muy necesario, y conveniente el uso de los
engaños: lo es en los negocios públicos, y en los domésticos; al
marido respecto de la mujer, a la mujer respecto del marido; al
padre con su hijo, al amigo con el amigo, y aun a los hijos con
su mismo padre. La hija de Saúl[4]no hubiera podido librar de
otra suerte a su marido[5]de las manos de Saúl, sino
engañando a su padre. Ni el hermano de ésta,[6] que ya la
había librado, viéndola en peligro nuevamente, y queriéndola
salvar, uso de otras armas, que de las que se valió la
mujer»[7].
IX.
Pero nada de esto me toca a mí, dijo Basilio, pues yo no soy
enemigo oculto, ni declarado, ni de aquéllos que intentan
ofender a otro, sino todo lo contrario; pues he dejado siempre a
tu arbitrio todas mis cosas, habiendo seguido por aquel camino,
por donde tú me has mandado.
Juan: Por lo mismo, ¡oh varón bueno, y admirable!, con
prevención te he dicho que no solamente en la guerra y con los
enemigos, sino en la paz y con los más amigos, es bueno usar
de la astucia. Y en prueba de que ésta sea útil, no sólo a los
que engañan, sino también a los engañados, acércate a
algunos de los médicos, y pregúntales cómo curan a los
enfermos, y te dirán que no se contentan solamente con el arte
sino que hay ocasiones, en que valiéndose del engaño, y
acompañando su socorro, restituyen por este medio la salud a
los enfermos. Cuando el hastío de éstos, y la gravedad de la
dolencia no dan lugar a los consejos de los médicos, es
necesario en tal caso ponerse la máscara del engaño para
poder ocultar, como sucede en una escena, la verdad del
hecho.
Y si quieres, yo te contaré uno de los muchos que
acostumbran usar. Se vio uno en cierta ocasión acometido de
calentura muy ardiente: crecía el ardor y el enfermo rehusaba
tomar todo aquello que pudiese mitigar el fuego, y por el
contrario apetecía, y hacía grandes instancias, pidiendo a todos
los que entraban a visitarle, que le alargasen vino puro con
abundancia y le diesen con qué saciar este mortal deseo. No
hay duda que si alguno hubiera condescendido con su gusto,
lejos de mitigarle el ardor, hubiera puesto fuera de sentido a
aquel desgraciado. Viéndose, pues, el arte perplejo, y no
encontrando algún otro medio, y quedando enteramente inútil,
entró en su lugar el engaño, y dio tales pruebas de su virtud, y
eficacia, como oirás ahora de mí. Tomando, pues, el médico
una vasija de tierra que acababa de salir del horno, y
habiéndola puesto en una buena cantidad de vino hasta
empaparse, la sacó vacía, y llenándola de agua, mandó que
oscureciesen el cuarto donde yacía el enfermo, poniendo
muchas cortinas para que la luz no descubriese el artificio y se
la alargó para que bebiese, como si estuviera llena de vino
puro. El enfermo antes de tomarla en las manos, engañado
luego del olor que salía del vaso, no se detuvo a indagar
curiosamente qué era lo que se le había dado, sino que
persuadido del olor, y deslumbrado por la oscuridad, agitado del
deseo, tragó con gran ansia lo que le habían presentado, y
saciándose, apagó en el punto aquel ardor, y evitó el peligro
que le amenazaba.
¿No ves la utilidad de un engaño? Y si quisiera alguno reducir
a número todas las astucias que usan los médicos, alargaría
infinitamente su discurso. Se hallará también, que no solamente
los que curan los cuerpos, sino también los que atienden a las
enfermedades del alma, han aplicado frecuentemente esta
medicina. De este modo redujo[8] el apóstol San Pablo aquellos
tantos millares de judíos. Con este fin circuncidó a Timoteo,[9] el
mismo que amenazó a los gálatas,[10] que Cristo nada
aprovecharía a los que se circuncidasen. Por esto permanecía
bajo el yugo de la Ley; bien, que juzgaba demérito, después de
la fe en Jesucristo,[11]la justificación que proviene de la Ley.
Grande es la fuerza de un engaño, como este no sea con fin
dañado. Ni se puede esto llamar engaño, sino una cierta
economía, una sabiduría, y arte propia, para buscar camino
donde no le hay, y para corregir los vicios del alma. Ni podré yo
llamar homicida a Phinees, aunque de un solo golpe mató a
dos;[12]ni tampoco a Elías después de los cien soldados[13]con
sus oficiales, y después de aquel abundante arroyo de
sangre[14]que hizo correr con la muerte de aquéllos que se
habían consagrado a los demonios. Si esto concediéramos, y
pretendiéramos examinar las cosas en sí mismas, y desnudas
del fin e intención de los que las ejecutaron, podría cada uno,
sin dificultad, condenar a Abraham de parricidio,[15] y del mismo
modo acusará a su nieto y biznieto de malicia y engaño. Pues
aquél se usurpó la primogenitura[16]y el otro[17] pasó al campo
de los israelitas las riquezas de los egipcios.
Pero no es esto así, no. No permita Dios semejante
atrevimiento. Pues no sólo no culpamos a estos tales, sino que
por el contrario los admiramos por semejantes hechos; pues
ellos por los mismos merecieron la aprobación divina. Será
digno de ser llamado engañador, aquél que use del engaño con
fin torcido; pero no el que lo hace con buena intención. Muchas
veces es necesario usar de la astucia y por medio de este
artificio ocasionar grandísimo bien. Aquél, pues, que camina sin
esta cautela, ocasiona gravísimos daños a quien no ha querido
engañar.
..............
1. El eruditísimo Rollin en el tratado de la «Elocuencia de los
Predicadores» propone, y con razón, el presente capítulo, por modelo
de una perfecta elocuencia.
2. Esto es de los electores.
3. Prov. 18. c.
4. Esta fue Michol.
5. David.
6. Jonatás, hermano de Michol.
7. Michol, mujer de David. Esta historia se halla en el lib. I de los Reyes
en los cap. 19 y 20.
8. Act. XXI. 26.
9. Act. 16. 3.
10.Galat.5. 2. it. Act. 15. 1.
11. Philip. 3. 7.
12. A Zambri y a Gozbi por haberse mezclado con los madianitas contra
el precepto de Dios. Numer. 25. 8.
13. Que le había enviado Ococías y que hizo morir con fuego bajado del
cielo. IV. Reg. 1. 10.
14. Fueron 850 los falsos profetas que mandó matar Elías. III Reg. 18.
40.
15. Obedeciendo a Dios que le mandó sacrificar a su hijo. Genes. 22. 3.
16. Jacob, hijo de Isaac, a quien su hermano Esaú vendió la primogenitura
por un plato de lentejas. Genes. 27. 19.
17. Moisés. Exod. 11. 2.
I.
Pudiera detenerme a probar más largamente, que se puede
usar para un fin honesto de la eficacia de la astucia; y que esta
no debe llamarse engaño, sino una cierta admirable economía.
Pero bastando lo expuesto hasta aquí para demostrarlo, sería
una cosa molesta y enfadosa alargar superfluamente mi
discurso. A ti sí que tocaría ahora el hacerme ver que yo no he
usado de ésta, atendiendo únicamente a tu provecho.
A esto respondió Basilio: ¿Y qué utilidad me ha venido de
esta tu economía, sabiduría, o como quieras llamarla?
¿Pretendes acaso persuadirme con esto, que no me has
engañado?
Juan: Pues qué utilidad mayor, le dije yo, que practicar
aquellas cosas que el mismo Cristo dijo ser las pruebas del
amor hacia sí. Hablando, pues, al Príncipe de los Apóstoles,
Pedro, le dijo, ¿me amas?[18]Y habiendo éste confesado que
sí, añade: Si tú me amas, apacienta mis ovejas.
El Maestro pregunta al discípulo si lo amaba; no para saberlo:
¿qué necesidad tenía de esto, quien penetra los corazones de
todos? sino para manifestarnos cuán grande es el cuidado que
tiene de que se apacienten estos rebaños. Lo cual, siendo por
sí tan claro, igualmente lo será también ser grande e inefable
aquel premio que está reservado para los que trabajan en
aquellas cosas que tanto aprecia Jesucristo.
Y si nosotros, cuando vemos que algunos miran con cariño a
nuestros domésticos o bestias, contamos este cuidado como un
testimonio del amor que nos tienen, aunque todas ellas sean
cosas que se adquieren por dinero; el que no por dinero, ni por
cosa semejante, sino que con su misma muerte compró este
rebaño, dando por precio de él su misma sangre, ¿qué dones
no tendrá preparados para los que se emplean en
apacentarlo?
De aquí es que respondiendo el discípulo: «Tú sabes, Señor,
que yo te amo», y poniendo por testigo de su amor al mismo
que amaba, el Salvador no se paró aquí, sino que añadió la
prueba del amor. No quería manifestar entonces, cuánto era lo
que Pedro lo amaba; (porque esto ya se había conocido en
muchos lances) sino que quiso, que Pedro, y todos nosotros
supiésemos cuánto era lo que él amaba a su Iglesia, para que
nos aplicásemos a esto con el mayor esmero.
¿Y cuál fue la causa de no haber perdonado Dios a su Hijo
Unigénito,[19]sino que aun siendo único lo entregó? Para
reconciliar a aquéllos que eran sus enemigos, y formarse un
Pueblo escogido. ¿Y por qué derramó su Sangre? para tener la
posesión de aquellas ovejas que encomendó a Pedro y a todos
sus sucesores.
Justamente decía Cristo:[20] ¿Quién es el siervo fiel y
prudente a quien el Señor ha puesto para gobernar su casa?
He aquí por segunda vez palabras de uno que duda; y el que
hablaba, las profería sin dudar. Si no que como cuando
preguntando a Pedro, si lo amaba, no lo preguntaba porque
necesitase saber el amor del discípulo, sino porque quería
manifestar el exceso de su amor: así en nuestro caso, cuando
dice: ¿Quién es el siervo fiel, y prudente? no dijo esto porque
ignorase quien es este siervo fiel y prudente, sino que quería
manifestar lo raro del ministerio, y la grandeza de este grado.
Observa ahora cuán grande es el premio: le pondrá en la
administración de todos sus bienes. Querrás acaso porfiar aún
que yo no he hecho bien en engañarte, debiendo de ser puesto
en la administración de los bienes de Dios y practicar aquellas
cosas, que practicando Pedro, afirmó el Señor, había de
sobresalir entre los demás Apóstoles, diciéndole: Pedro, ¿me
amas más que estos? apacienta mis ovejas. Podía muy bien
hablarle de esta suerte: si me amas, ayuna, duerme sobre la
tierra desnuda, vela sin cesar, asiste a los que padecen
injustamente, sé Padre de los huérfanos y sirve de marido a la
madre de estos. Ahora, pues, dejadas a un lado todas estas
cosas, que es lo que dice: Apacienta mis ovejas.
II.
Todas las cosas que acabo de decir pueden fácilmente
practicar muchos de aquéllos que son súbditos, y no solamente
los hombres, sino también las mujeres; pero cuando se trata de
gobernar la Iglesia, y de tomar a su cargo el cuidado de tantas
almas, sepárese de la grandeza de este ministerio todo el sexo
de aquéllas, y la mayor parte de los hombres, y sean
presentados aquéllos que sobresalen entre todos con exceso, y
que son tanto más altos que los otros en la virtud del ánimo,
cuanto lo era Saúl sobre toda la nación de los hebreos en la
altura del cuerpo, y aun mucho más. Ni se busque aquí
solamente la medida de la estatura, sino que cuanta es la
diferencia que hay de los brutos a las criaturas racionales, otra
tanta distancia ha de haber entre el pastor y las ovejas, por no
decir, que ha de ser aun mayor, pues el peligro es de cosas
mucho mayores. Porque aquél que perdió las ovejas, o porque
las cogieron los lobos, o asaltaron los ladrones, o las sorprendió
la peste, o alguna otra desgracia de estas, podrá tal vez
esperar algún disimulo del dueño del ganado; y cuando éste
quiera pedirle satisfacción, el daño se recompensa con dinero.
Pero aquél a quien están confiados los hombres, que son el
rebaño racional de Cristo, padece en primer lugar el daño, no
en el dinero, sino en su misma alma por la pérdida de las
ovejas.
Le queda demás de esto una contienda mayor y más difícil:
no son lobos a los que ha de hacer frente, ni tiene que
recelarse de ladrones, ni que procurar apartar el contagio del
rebaño. ¿Pues con quién tiene esta guerra? ¿Con quién debe
pelear? Oye al bienaventurado Pablo, que dice:[21]«Nosotros
no tenemos guerra con la sangre, y con la carne, sino con los
principados, y con las potestades; con los mundanos rectores
de las tinieblas de este siglo, contra las espirituales malicias en
las partes celestiales». ¿No has visto la terrible muchedumbre
de enemigos, los atroces escuadrones, no armados de hierro,
sino que en lugar de toda la armadura, tienen bastante con su
propia naturaleza? ¿Quieres ver aún otro ejército cruel y fiero
que pone asechanzas a este rebaño? Este lo verás desde la
misma atalaya. El mismo que habló de aquellas cosas nos
muestra estos mismos enemigos, hablando de esta
suerte:[22]«Son manifiestas las obras de la carne, las cuales
son: la fornicación, el adulterio, la impureza, la deshonestidad,
la idolatría, los maleficios, las enemistades, las riñas, los celos,
las iras, las contiendas, las detracciones, los chismes, las
hinchazones de ánimo, las sediciones, y otras muchas cosas».
No las redujo todas a número, sino que dejó que de estas se
comprendiesen las demás.
Y por lo que toca al pastor de los irracionales, los que quieren
destruir el rebaño, si ven que huye el que lo cuida, no se
detienen a combatir con él, sino que se contentan con llevarse
el ganado; pero en nuestro caso, aun después de haber cogido
todo el ganado, no dejan al que lo apacienta, sino que lo
acometen con mayor furia y toman mayor ardor, no desistiendo
de su empresa, hasta haberle derribado o quedar ellos
vencidos. Se junta a todo esto que las enfermedades de las
bestias se conocen fácilmente: ya sea hambre, ya peste, ya
herida, o cualquiera otra cosa que las infeste; lo que no sirve de
poco alivio para librarlas de los males que las molestan. Y aun
se encuentra otra mayor ventaja que esta, la que hace que se
apresure la curación del mal. ¿Y cuál es? Que los pastores, con
gran potestad, obligan a las ovejas a recibir la curación, cuando
de buena voluntad no la admiten: pues sin dificultad las atan
cuando conviene aplicar el fuego, o el hierro; y las tienen
cerradas mucho tiempo, y las conducen de un pasto a otro y
alejan de las aguas, cuando todo esto les es conducente. Del
mismo modo sin el menor trabajo aplican todas las otras cosas,
que creen pueden conducir para su curación.
III.
Pero por lo que respecta a las enfermedades de los hombres,
no es fácil al principio que un hombre las conozca:[23] «Porque
ninguno conoce las cosas del hombre, sino el espíritu del
hombre que está dentro de él». ¿Cómo, pues, podrá uno aplicar
el remedio a una enfermedad, cuya condición no conoce, y que
muchas veces, ni aun puede saber si está enfermo aquél a
quien lo aplica? Aun cuando el mal se manifiesta, no es por eso
menor la dificultad. Porque no se pueden curar todos los
hombres con la misma facilidad con que cura el Pastor las
ovejas. Se puede muy bien atar aquí, apartar del pasto, usar del
hierro y del cauterio;[24]pero la libertad de recibir la curación
está no en quien aplica la medicina, sino en el enfermo.
Conociendo esto aquel varón admirable, decía a los de
Corinto:[25]«Nosotros no dominamos vuestra fe, sino que
somos cooperadores de vuestro gozo».
Principalmente a los cristianos, es a quienes entre todos es
menos permitido el corregir con la fuerza las caídas de los
pecadores. Los jueces externos,[26]cuando cogen a los
delincuentes que han faltado contra las leyes, ejercitan su gran
poder, y por fuerza los obligan a mudar de costumbres. Pero en
nuestro caso, las persuasiones, y no la fuerza son las que han
de mejorar a este hombre. Porque ni las leyes nos han dado
facultad tan grande para reprimir a los delincuentes; y aunque
nos la hubieran dado, no tendríamos ocasión en que emplear
esta autoridad; porque Dios corona a aquéllos que se abstienen
del pecado por elección, y no por necesidad.
De aquí es que se necesita una gran habilidad para que los
que están enfermos puedan ser persuadidos a que
voluntariamente se sujeten a la curación de los sacerdotes; y no
solamente esto, sino que conozcan la gracia que reciben en
curarlos. Y si alguno, estando atado, él mismo se golpea, (pues
está en su mano el hacerlo) hará el mal más incurable; y si no
hiciere caso de las palabras que cortan a semejanza de cuchillo,
con este desprecio añadirá otra herida, y la ocasión de la cura
vendrá a ser materia de enfermedad más difícil; pues no hay
alguno que le obligue, ni que pueda contra su voluntad curarle.
IV.
¿Qué es, pues, lo que aquí se puede hacer? Si te portas con
demasiada blandura con aquél que necesita de mucho rigor, y
no dieres el corte profundo a quien tiene necesidad de esto,
cortarás una parte de la herida, y dejarás otra: y si dieres sin
misericordia un corte justo, sucederá muchas veces, que
exasperado aquél de dolor, arrojándolo todo
desconsideradamente, la medicina y la ligadura, se precipitará a
sí mismo, haciendo pedazos el yugo y rompiendo las ataduras.
Pudiera contarte aquí muchos$que llegaron a los últimos
males por haberles aplicado las penas que merecían sus
delitos; porque no se debe aplicar sin consejo el castigo a
proporción de las culpas, sino que es necesario explorar
primero el ánimo de los que pecan, no sea que queriendo
reparar lo que está roto, lo hagas más irreparable, y queriendo
levantar lo caído des ocasión a otra mayor caída.
Los que son débiles, y relajados, y que por la mayor parte se
hallan entregados a los placeres del mundo, y que pueden
blasonar no poco por su nobleza y poder, reduciéndolos
blandamente, y poco a poco, a que reconozcan sus pecados,
podrán, ya que no en todo, a lo menos en parte, librarse de los
males que los aprisionan; pero si alguno sin medida aplicare la
corrección, los privará aun de aquella menor enmienda.
El ánimo, pues, cuando una vez ha sido obligado a pasar los
límites de la vergüenza, cae en la indolencia, y después no cede
a razones suaves, ni se dobla por amenazas, o mueve con los
beneficios, sino que viene a hacerse peor que aquella ciudad, a
quien reprobando el profeta, decía:[27] «Te has hecho
semejante a una ramera; has perdido con todos la vergüenza».
De aquí es, que el pastor necesita de mucha prudencia y de
mil ojos para considerar por todas partes el estado de un alma;
porque así como muchos se inquietan hasta el extremo de una
locura, y caen en una desesperación de su salud, por no poder
sufrir los remedios ásperos; así también hay otros que, por no
haber pagado el castigo correspondiente a sus delitos, se
entregan al desprecio y descuido, y se hacen mucho peores, y
son como llevados por la mano a cometer mayores excesos.
Conviene, pues, no dejar cosa alguna de estas sin examen.
Después de haberlas considerado todas con la mayor atención,
ha de aplicar todo cuanto esté de su parte el Sacerdote, para
que su cuidado no le salga inútil. Y no solamente para esto, sino
para reunir los miembros que están separados de la Iglesia,
conocerá cualquiera que tiene mucho que hacer; porque un
pastor de ovejas tiene su rebaño, que le sigue por cualquier
parte que lo guíe: y si algunas se extraviaren del camino recto, y
dejados los pastos buenos, se apacientan en lugares estériles y
escabrosos, le basta gritar con fuerza para reducir de nuevo, y
hacer volver al rebaño la que se había separado. Pero si un
hombre se apartare de la verdadera creencia necesita el pastor
de mucha industria, constancia y paciencia; porque no podemos
traerle por fuerza, ni obligarle con el temor, sino que es
necesario con persuasiones hacer que vuelva a la verdad, de
donde desde el principio se había extraviado. Se requiere, por
tanto, un ánimo generoso para no desfallecer, ni desesperar de
la salud de los que andan perdidos; de suerte, que
continuamente vayan rumiando y diciendo aquéllo:[28]«Mira no
sea que Dios les de arrepentimiento, para que conozcan la
verdad, y queden libres de los lazos del demonio». Por esto
mismo, hablando el Señor con sus discípulos, les
dijo:[29]«¿Quién es el siervo fiel, y prudente?»
Porque aquél que atiende a perfeccionarse a sí mismo,
reduce solamente a sí toda la utilidad; pero el provecho del
ministerio pastoral se extiende a todo el pueblo. Y aquél que
distribuye el dinero a los necesitados, y que por otra parte
defiende a los que padecen injustamente, en la realidad no deja
de aprovechar a sus prójimos, pero tanto menos que un
sacerdote, cuanta es la distancia que hay entre el cuerpo y el
alma. Justamente dijo el Señor, que el cuidado de su rebaño es
una señal de amor hacia él.
¿Pues qué, tú no amas a Cristo? dijo Basilio.
Juan: Yo le amo, y nunca dejaré de amarlo; pero temo enojar
al mismo que amo.
Basilio: ¿Y qué enigma más oscuro que éste? porque si Cristo
ha ordenado que apaciente sus ovejas aquél que le ama,
¿cómo dices que tú no las apacientas, porque amas al mismo
que manda esto?
Juan: No es enigma, respondí, este modo de hablar, sino muy
claro, y sencillo. Porque si yo, hallándome con las fuerzas
suficientes que Cristo pide para administrar este cargo, con
todo lo rehusase, podías, en tal caso, dudar de lo que digo;
pero haciéndome inútil para tal ministerio la debilidad de mi
ánimo, ¿qué duda puede quedar de mis palabras? Temo, pues,
no suceda, que recibiendo el rebaño de Cristo, grueso, y bien
alimentado, por mi falta de experiencia lo eche a perder,
irritando contra mí a un Dios, que lo ama con tanto extremo, que
se dio a sí mismo por precio de su salud, y redención.
Basilio: ¿Te burlas cuando dices esto? porque si hablas de
veras, yo no sé verdaderamente con qué otras razones podrías
probar mejor ser justo mi sentimiento que con las que has
procurado apartar de mí esta tristeza; porque yo, aunque desde
el principio he visto muy bien que he sido engañado, y vendido
por ti; pero ahora que has querido dar satisfacción a mis
cargos, conozco y entiendo mucho más claramente en qué
abismo de males me has metido; porque si tú has huido de este
ministerio por el conocimiento que tenías de que tu ánimo no
podría sufrir el peso de este cargo, debías haberme librado de
él a mi el primero; y esto, aun en el caso de haber yo
manifestado mucho deseo de alcanzarlo, y no en el de haber
puesto en tus manos todas mis deliberaciones. Pero ahora veo,
que atendiendo solo a tu comodidad, has olvidado enteramente
la mía. ¡Y ojalá fuera sólo haberla olvidado; así me daría por
contento! Pero me has puesto asechanzas, para que con mayor
facilidad me pudiesen coger los que quisieran hacerlo.
Ni tienes que recurrir a la disculpa de haber sido engañado
del concepto de muchos, por el cual quedaste persuadido de
algunas grandes y admirables prerrogativas que en mí hayan
hallado; porque yo no puedo entrar en el número de los que
pueden ser admirados o llamarse ilustres; y aunque todo esto
fuera así, debía prevalecer en tu estimación la verdad a la
opinión del vulgo. Si yo nunca te hubiera dado pruebas de lo
mismo, por mi trato, podía quedarte algún pretexto razonable
para haber sentenciado, siguiendo la opinión del vulgo; pero si
ninguno ha sabido tan bien todas mis cosas, antes bien tenías
conocido mi ánimo, mejor aun que los mismos que me
engendraron, y criaron, ¿qué razón probable podrás dar, con
que puedas persuadir a los que te oigan, que tú
involuntariamente me has puesto en este peligro? Pero dejemos
a un lado todo esto, porque yo no intento obligarte a responder
sobre ello. Dime solamente, ¿qué excusa hemos de dar a los
que nos culpan?
Yo no pasaré antes, le respondí, a hablar de estas cosas, sin
que primero dé satisfacción a las que pertenecen a ti, aunque tú
mil veces quieras librarme de responder a tus cargos.
Tú dices, que por la ignorancia podía tener algún perdón, y
aun quedar libre de todo cargo, si ignorante de tus cosas, te
hubiera reducido a estos términos; pero que por haberte
entregado, no ignorante, sino bien informado de todas ellas, no
me queda algún pretexto razonable con qué defenderme
justamente. Pues yo digo todo lo contrario. ¿Y por qué? porque
semejantes cosas necesitan de mucha consideración; y aquél,
que debe dar un sujeto idóneo para el sacerdocio, no ha de
atender sólo a la fama, y opinión del pueblo, sino que
juntamente con ella, se debe, sobre todo, informar del modo de
portarse de aquel sujeto.
Diciendo el bienaventurado San Pablo:[30] «Conviene que
tenga también un buen testimonio de aquéllos que son de
fuera», no quita el diligente, y cuidadoso examen, ni lo pone
como principal indicio de semejante pesquisa; porque habiendo
apuntado antes otras muchas circunstancias, añade por último
ésta, manifestando que no le debe bastar ésta sola para tales
elecciones, sino que necesita acompañarla con las otras;
porque sucede, no pocas veces, ser falsa la opinión del vulgo.
Pero cuando han precedido unas pruebas diligentes, no queda
que temer para lo sucesivo algún peligro por aquélla. De aquí
es, que después de otras muchas calidades, añade el
testimonio de los extraños; porque no dijo simplemente,
conviene que tenga un buen testimonio, sino que insertó la voz,
también, queriendo significar, que antes de la opinión de los
extraños, se debe hacer una inquisición diligente de su persona.
Justamente, pues, por esto; esto es, por saber yo todas tus
cosas, mejor aun que los mismos que te engendraron, como tú
mismo has confesado, sería justo que yo quedase libre de toda
culpa.
Basilio: Justamente por esto, dijo Basilio, no podrás ser
absuelto si alguno quisiere acusarte. ¿No te acuerdas, y no me
has oído decir frecuentemente, y por las mismas obras has
podido conocer cuán poca es la fortaleza que se halla en mi
alma? ¿No me has burlado continuamente como a hombre de
poco espíritu, porque yo, fácilmente, al menor contratiempo
perdía el ánimo? Juan. Bien me acuerdo, respondí yo, haberte
oído muchas veces semejantes discursos, ni yo lo negaría: pero
si alguna vez me he burlado de ti, ha sido por chanza, y no
seriamente.
V.
Al presente no es mi ánimo altercar contigo sobre este punto.
Te pido sí, que uses conmigo de igual sinceridad, cuando yo
quiera hacer memoria de alguna de las cosas buenas que en ti
se hallan; porque aunque tú pretendas redarguirme de que falto
a la verdad, no me detendré en demostrar, que tú más hablas
así por modestia que por hacerla obsequio: y para confirmación
de lo dicho, no me valdré de otro testimonio, que del de tus
mismas palabras y de tus hechos.
Quiero, en primer lugar, que me respondas a esto: ¿sabes
bien cuál es la fuerza del amor? Cristo, dejando a un lado todos
los milagros que debían ser obrados por los apóstoles
dijo:[31]«En esto conocerán los hombres, que vosotros sois mis
discípulos, en que os amáis mutuamente». Y Pablo
dice:[32]«Que el cumplimiento de la ley es el amor»; y que
faltando éste, son inútiles todos los dones de Dios. Este singular
bien, este distintivo de los discípulos de Cristo, y que se pone
sobre todos los dones divinos, lo he visto fuertemente plantado
en tu alma, y brotar frutos muy copiosos.
Yo confieso, respondió Basilio, que no es pequeño el cuidado
que tengo sobre este punto; y confieso también, que pongo la
mayor atención en este mandamiento; pero que yo, ni aun la
mitad de él haya cumplido, tú mismo podrás ser buen testigo, si
dejando a un lado toda lisonja, quisieres hacer honor a la
verdad.
VI.
Juan. Con que me volveré, dije, a los argumentos, y cumpliré
ahora lo que te tengo amenazado, manifestando, que tú más
das a la modestia, que a la verdad. Contaré un caso que
sucedió poco hace tiempo, para que ninguno tenga que
sospechar que trayendo aquí cuentos viejos, intento, por el
mucho tiempo que ha pasado, oscurecer la verdad; no
permitiendo ésta, que yo añada alguna cosa aun a lo que dijese
sólo por gusto.
Cuando uno de nuestros confidentes fue, por calumnia,
acusado de ultraje y de soberbia, se vio en el último peligro; tú
entonces, sin que ninguno te llamase a la causa, y sin que te lo
rogase el mismo que había de peligrar, tú mismo te arrojaste en
medio de los peligros. El hecho fue de esta suerte.
Y para convencerte con tus mismas palabras, haré también
aquí memoria de lo que tú dijiste. Porque no faltando unos que
desaprobaban aquel ardor tuyo, y otros, que por el contrario lo
alabasen, y admirasen: «¿Qué otra cosa, pues, debo yo
hacer?» Dijiste a los que reprendían tu conducta; yo no sé amar
de otra suerte, sino es ofreciendo mi vida, cuando fuere
necesario, para salvar alguno de mis amigos. Repetiste, aunque
con diferentes palabras, pero en el mismo sentido, lo que Cristo
dijo a sus discípulos, queriendo señalar los términos de un
perfecto amor:[33] «Ninguno tiene, dijo, mayor caridad que ésta;
que es poner su propia vida por sus amigos». Pues si no se
puede encontrar mayor que ésta, llegaste ya al término de ella,
y por lo que ejecutaste, y dijiste, has llegado ya a la cumbre.
Este es el motivo que he tenido para haberte vendido, y por
esto he urdido aquel engaño. ¿Quedas ahora persuadido, que
ni por mala voluntad, ni por querer ponerte en peligro, sino por
saber que serías muy útil, te hemos traído a este estadio?
Basilio: ¿Y piensas tú, dijo, que pueda ser bastante la fuerza
del amor para la corrección de lo prójimos?
Juan: Sin duda, respondí, que puede éste contribuir en
mucha parte para esto; y si quieres que yo produzca aquí
también pruebas de tu prudencia, pasemos a hablar de ésta, y
manifestemos, que eres aun más prudente que amante.
Basilio se sonrojó al oír estas razones, y cubierto su rostro de
vergüenza dijo: déjense ahora a un lado nuestras cosas, porque
yo ya desde el principio no te he pedido cuenta de ellas. Si
tienes alguna causa razonable con qué poder responder a los
de fuera, de ésta te oiría hablar con mucho gusto. Por lo que
omitido este inútil contraste, dime qué defensa podré yo alegar
a los otros, tanto a los que nos han hecho este honor, como a
los que se compadecen de ellos, como ultrajados por
nosotros?
VII.
Juan: Yo ya, respondí, me apresuraba a llegar a esto; porque
concluido el discurso por lo que pertenece a ti, fácilmente me
volveré también a esta parte de defensa. ¿Qué es, pues, en lo
que estos nos acusan, y cuáles son los delitos?
Basilio: Dicen que nosotros los hemos injuriado, y que han
recibido un ultraje muy grave, porque no hemos aceptado la
honra que nos han querido hacer.
Juan: Pues yo, lo primero que digo, es, que no se debe hacer
caso de la injuria que resulta a los hombres, cuando por
conservarles el honor, nos vemos obligados a ofender a Dios.
Ni puedo tampoco creer, que puedan, sin peligro, indignarse
los que llevan esto mal; antes bien estoy persuadido, que
encierra en sí un gravísimo daño: Porque aquéllos que están
dedicados a Dios, y que miran a él solo en todas sus acciones,
deben estar tan religiosamente dispuestos, que no cuenten por
injuria una cosa de esta clase; y esto, aunque mil veces fueran
ultrajados. Pero que yo, ni aun por pensamiento, haya tenido
semejante atrevimiento, lo puedes conocer de lo que diré: Si yo
por soberbia, o por vanagloria (de lo que tú has dicho, que con
frecuencia nos calumnian muchos), hubiera venido a esto,
sería, sintiendo con mis acusadores, uno de los que hubieran
faltado más gravemente, por haber despreciado a unos varones
grandes, y admirables, y sobre todo nuestros bienhechores. Y si
es digno de castigo el ofender a aquél que no te ha ofendido,
¿cuánta pena merecerá el corresponder con obras contrarias, a
los que por sí mismos se movieron a honrarnos? ni alegue
alguno, que por haber recibido de mí algún beneficio, o grande
o pequeño, han querido premiar este servicio.
Ni aun en tiempo alguno nos ha pasado semejante cosa por
el pensamiento; antes bien, hemos huido tan grave carga por
otro fin muy diverso; ¿por qué, ya que no nos perdonan, no
quieren aprobar mi hecho? sino que nos acusan de que hemos
mirado por nuestra alma.
Yo, pues, he estado tan distante de injuriar a tales varones,
que por el contrario, estoy por decir, que han recibido de mí un
gran honor, con rehusar el que me hacían; y no te admires, si te
parece alguna paradoja lo que digo: oirás muy prontamente la
razón de todo esto.
En este caso, ya que no todos, a lo menos, algunos que
encuentran su gusto en maldecir, hubieran tenido ocasión de
sospechar y de hablar muchas cosas de mi, que era el
ordenado, y también de los que me habían elegido. Dirían, que
atendiendo a las riquezas, y admirando la nobleza de la cuna, y
lisonjeados por mí, me habían promovido a este grado; y no me
atrevo a asegurar, si se hallaría tal vez alguno, que sospechase
haber sido inducidos por dinero. Cristo, añadirían, ha llamado a
esta dignidad pescadores, artífices de tiendas, y publicanos;
pero estos no se dignan admitir a los que se mantienen con su
trabajo cotidiano: y si encuentran alguno que se haya aplicado
a las letras humanas, y que pase en ocio toda la vida, a este
alaban, y a este admiran. ¿Por qué, pues, desprecian a los que
han sufrido innumerables sudores en utilidad de la Iglesia, y en
un punto han elevado a semejante honor, al que ni aun
ligeramente ha gustado jamás alguno de estos trabajos, sino
que ha gastado toda su vida en la vana aplicación a las ciencias
profanas?
VIII.
Estas, y otras muchas cosas hubieran podido decir, si
hubiéramos admitido esta dignidad, pero no al presente; pues
con esto se les ha cortado todo pretexto de maldecir. Ni pueden
acusarme de adulación, ni tampoco a aquéllos de haber
recibido regalos, sino es que haya algunos, que
voluntariamente quieran dar en semejante manía. ¿Cómo
puede componerse, que el que sigue la adulación, y gasta el
dinero por llegar a un puesto de honor cuando está a punto de
conseguirlo, lo ceda a los otros? Esto sería lo mismo, que si un
hombre después de haber tolerado muchos trabajos en cultivar
la tierra, para que la mies viniese cargada de mucho fruto y el
vino rebosase en los lagares después de innumerables fatigas y
excesivo gasto de dineros; cuando llegase el tiempo de segar, y
de recoger la uva, dejase a los otros la cosecha de los frutos.
¿Ves como en este caso, aunque sus discursos fueran muy
distantes de la verdad, con todo quedaba algún pretexto a los
que quisieran calumniarlos de haber hecho la elección sin un
recto discernimiento de razón? pero ahora no les hemos dejado
lugar para respirar, ni aun para abrir simplemente la boca.
Estas, y aun otras cosas mucho mayores hubieran dicho en el
principio; pero después de haber comenzado a ejercitar el
ministerio, no hubiéramos bastado a defendernos cada día de
los acusadores; y esto, aunque en todo nos hubiéramos
portado irreprensiblemente, ¿qué sería cuando por la poca
experiencia, y por la corta edad nos hubiéramos visto obligados
a errar en muchas cosas?
En nuestro caso los hemos librado de este cargo; y en el otro,
los hubiéramos expuesto a innumerables oprobios. Quién en tal
caso no hubiera dicho: han fiado a muchachos sin juicio cosas
grandes, y maravillosas; han destruido el rebaño de Dios. ¿Las
cosas de los cristianos, se han convertido en juegos de niños, y
en irrisión?
Pero ahora[34]toda la iniquidad cerrará su boca. Y si por lo
que toca a ti dijeren todas estas cosas, prontamente los harás
conocer por las obras, que ni la prudencia se mide por la edad,
ni se hace prueba por las canas de la vejez; ni se debe apartar
enteramente al joven de tal ministerio, sino sólo al que es
neófito, habiendo entre uno y otro grandísima diferencia.
.................
18. Joann. XXI. 15.
19. Rom. VII. 32. Joan. III. 16. Rom. V. 16. tit. II. 14.
20. Mat. XXIV. 45.
21. Ephes. 6. 12.
22. Galat. 5. 19. 2. Cor. 12. 20.
23. I Cor. 2. 11.
24. Estas palabras se explican mas abajo y no perjudican a lo que sienta
poco después.
25. 2. Cor. I. 23.
26. Esto es seculares.
27. Jerem. 3. 3.
28. 2. Tim. 2. 25.
29. Mat. 24. 45.
30.
31.
32.
33.
34.
I Tim. III.
Joan. 13. 35.
I Cor. 13. 3.
Joan. 15. 3.
Ps. 106. 42.
I.
Para probar que no hemos rehusado este honor con ánimo
de injuriar a los que nos han honrado, ni pretendiendo por esto
hacerles algún ultraje, pudiéramos alegar lo que dejamos dicho.
Pero que tampoco lo hemos rehusado, arrebatados de alguna
especie de soberbia, procuraré ahora, en cuanto me sea
posible, hacerlo también patente; porque si se dejara a mi
elección el aceptar un gobierno militar, o un reino, y yo abrazara
este sentimiento, con razón podría alguno sospechar esto de
mí; o en tal caso, ninguno me culparía de soberbia, sino que
todos me tendrían por un loco.
Pero proponiéndoseme el sacerdocio, que es tanto más
excelente que un reino, cuanta es la distancia que hay entre el
espíritu, y la carne; ¿tendrá alguno el atrevimiento de acusarme
de soberbia? ¿No es, pues, una cosa absurda, tratar, y acusar
como a locos a los que desprecian cosas de poca monta, y a los
que hacen esto con otras de mucho mayor consideración,
absolviéndolos de locura, acusarlos de soberbia? Esto es lo
mismo que tratar, no como a soberbio, sino como a hombre
privado de sentido, a aquél que rehusara gobernar una torada,
y que no quisiera ser vaquero; y que del que se negase a
recibir el imperio de todo el mundo, y el mando de todos los
ejércitos de la tierra, se asegurase, no que estaba loco, sino
poseído de soberbia.
Pero no, no es esto así: los que hablan de este modo, se
desacreditan más a sí mismos, que a nosotros; porque el
pensar solamente que la naturaleza humana pueda despreciar
tan gran dignidad, es un indicio suficiente de la opinión que
tienen de ella, los que profirieron esto: porque si no la tuvieran
por una cosa de poca consideración, y monta, de ningún modo
les hubiera venido al pensamiento una sospecha semejante.
¿Cuál es, pues, la causa, de que ninguno jamás ha tenido el
atrevimiento de formar semejante pensamiento sobre la
naturaleza de los ángeles, y de decir, que hay un alma humana,
que por soberbia no se dignaría de aspirar a la dignidad de
aquella naturaleza? Son grandes las cosas que nos figuramos
de aquellas potestades; y esto no nos permite creer, que
pudiese el hombre pensar cosa mayor que aquel honor: por
tanto, con más razón pudiera alguno acusar de soberbia a
nuestros mismos acusadores; porque no podrían sospechar de
los otros una cosa como ésta, si ellos primero no la
despreciasen como de ningún valor.
II.
Si después dicen que hemos hecho esto, atendiendo a la
gloria, se manifestarán repugnantes, y que se contradicen a sí
mismos. A la verdad, yo no sé qué otras razones más eficaces
que estas podrían alegar, si quisieran defendernos de ser
acusados de vanagloria.
Si hubiera entrado en mi ánimo semejante deseo, debía yo
antes haberlo aceptado, que rehusado; ¿y por qué? porque de
esto me hubiera resultado mucha gloria. Porque hallándome en
tal edad, y que hace poco aparté de mí los pensamientos del
siglo, si de repente hubiera comparecido para con todos tan
admirable, que pudiese ser preferido a los que han consumido
toda su vida en tan grandes fatigas, y hubiese tenido más votos
que ellos, ¿no hubiera sido ésta una cosa, que a todos los
hubiera movido a pensar, que en mí se hallaban prerrogativas
tan grandes y admirables, y que me hubiera granjeado el
respeto, y veneración de todos? Pero ahora, a excepción de
algunos pocos, la mayor parte de la Iglesia no me conoce, ni
aun por el nombre; de modo, que no todos saben, sino algunos
pocos, que yo lo haya rehusado; y de estos, no creo que todos
sepan la verdad del hecho. Y aun es verosímil, que muchos se
persuadirán, que, o no hemos sido elegidos, o que después de
la elección, se nos ha removido por habernos juzgado
incapaces, y no que voluntariamente nos hemos retirado.
III.
Basilio: Bien está esto: pero aquéllos que están informados
de la verdad, no podrán menos de admirarse.
Juan: Pero estos, tú decías, que nos acusaban de vanagloria,
y de soberbia. ¿De dónde, pues, podemos prometernos
alabanzas? ¿del vulgo? éste no sabe bien la verdad del hecho.
¿De algunos pocos? pero aun en este caso nos ha salido todo
al contrario. Ni tú por otro motivo has entrado en este discurso,
sino por saber qué podríamos responder a éstos. ¿Mas por qué
trato estas cosas con tanta sutileza? Aunque todos supiesen la
verdad, quiero que esperes un poco, y que conozcas
claramente, que ni aun así debíamos ser condenados de
soberbia, o de vanagloria.
Fuera de esto, verás también claramente, que no es pequeño
el peligro que amenaza, no sólo a los que tengan semejante
atrevimiento, si es que se encuentra alguno, que no me lo
puedo persuadir, sino también a los que tienen esta sospecha
de los otros.
IV.
Porque el sacerdocio se ejercita en la tierra, pero tiene la
clase de las cosas celestiales, y con razón; porque no ha sido
algún hombre, ni ángel, ni arcángel, ni alguna otra potestad
creada, sino el mismo Paráclito el que ha instituido este
ministerio, y el que nos ha persuadido, a que permaneciendo
aun en la carne, concibiésemos en el ánimo el ministerio de los
ángeles.
De aquí resulta, que el sacerdote debe ser tan puro, como si
estuviera en los mismos cielos entre aquellas potestades.
Terribles a la verdad, y llenas de horror eran las cosas que
precedieron el tiempo de la gracia, como las campanillas,[35]las
granadas, las piedras preciosas en el pecho, y en el humeral, la
mitra, la cidaris, o tiara, el vestido talar, la lámina de oro, el
sancta sanctorum, y la gran soledad[36] que se observaba en lo
interior de él. Pero si alguno atentamente considerase las cosas
del Nuevo Testamento, hallará, que en su comparación son
pequeñas aquéllas tan terribles y llenas de horror, y que se
verifica aquí lo que se dijo de la ley:[37]«Que no ha sido
glorificado el que lo ha sido en esta parte por la gloria
excelente».
Porque cuando tú ves al Señor sacrificado y humilde, y el
sacerdote que está orando sobre la víctima, y a todos teñidos
de aquella preciosa sangre; ¿por ventura crees hallarte aún en
la tierra entre los hombres, y no penetras inmediatamente sobre
los cielos, y apartado de tu alma todo pensamiento carnal, con
un alma desnuda, y con un pensamiento puro no registrar las
cosas que hay en el cielo?
¡Oh maravilla! ¡oh benignidad de Dios para con los hombres!
¿Aquél que está sentado en el cielo juntamente con el Padre,
en aquella hora es manoseado de todos, y se da a sí mismo a
todos los que quieren, para que lo estrechen, y abracen? y esto
lo hacen todos con los ojos de la fe:
¿Te parecen, por ventura, dignas de desprecio estas cosas,
o ser tales, que alguno pueda levantarse contra ellas? ¿Quieres
también por otra maravilla conocer la excelencia de este
sacrificio? Ponme delante de los ojos a un Elías,[38]y una
innumerable muchedumbre que le cerca, la víctima puesta
sobre las piedras, y a todos los otros en una gran quietud y
silencio, y sólo al profete en oración: después, en un punto, el
fuego que se desprende de los cielos sobre la víctima:
maravillosas son estas cosas, y llenas de pasmo.
Pasa después de allí a las que se hacen al presente, y las
encontrarás, no sólo maravillosas, sino que exceden todo
asombro. Se presenta, pues, el sacerdote, no haciendo bajar
fuego del cielo, sino al Espíritu Santo; y permanece en oración,
no para que consuma las cosas propuestas una llama
encendida en lo alto, sino para que descendiendo la gracia
sobre la víctima, por medio de ella se enciendan los ánimos de
todos, y queden más brillantes que la plata purificada en el
fuego. ¿Quién, pues, podrá despreciar este tremendo misterio,
si no es que sea enteramente furioso, o que estuviere fuera de
sí? ¿Ignoras, acaso, que el alma humana no pudiera sufrir
aquel fuego del sacrificio, sino que todos serían enteramente
destruidos sin un fuerte auxilio de la divina gracia?
V.
Porque si alguno considerase atentamente lo que en sí es, el
que un hombre envuelto aún en la carne y en la sangre, pueda
acercarse a aquella feliz e inmortal naturaleza; se vería bien
entonces, cuán grande es el honor que ha hecho a los
sacerdotes la gracia del Espíritu Santo. Por medio, pues, de
éstos se ejercen estas cosas y otras también nada inferiores, y
que tocan a nuestra dignidad y a nuestra salud. Los que
habitan en la tierra, y hacen en ella su mansión, tienen el
encargo de administrar las cosas celestiales y han recibido una
potestad que no concedió Dios a los ángeles ni a los
arcángeles; porque no fue a estos a quienes se dijo:[39]«Lo
que atáreis sobre la tierra, quedará también atado en el cielo, y
lo que desatáreis, quedará desatado». Los que dominan en la
tierra tienen también la potestad de atar, pero solamente los
cuerpos; mas la atadura de que hablamos, toca a la misma alma
y penetra los cielos; y las cosas que hicieren acá en la tierra los
sacerdotes, las ratifica Dios allá en el cielo, y el Señor confirma
la sentencia de sus siervos.
¿Y qué otra cosa les ha dado, sino toda la potestad
celestial?[40]«De quien perdonáreis, dice, los pecados, le son
perdonados, y de quien los retuviereis, les son retenidos».
¿Qué potestad puede darse mayor que ésta?[41] «El Padre ha
dado al Hijo todo el juicio». Pero veo que toda esta potestad la
ha puesto el Hijo en manos de éstos. Como si hubieran sido ya
trasladados a los cielos, y levantándose sobre la humana
naturaleza, y libres de nuestras pasiones, así han sido
ensalzados a tan gran poder.
Fuera de esto, si un rey hiciese tal honra a uno de sus
súbditos, que a su voluntad encarcelase, o por el contrario
librase de las prisiones a todos los que quisiese, ¿no sería éste
mirado como feliz, y con respeto por todos? ¿Y el que ha
recibido de Dios tanto mayor potestad, cuanto es más precioso
el cielo que la tierra, y las almas que los cuerpos, podrá parecer
a algunos que ha recibido una honra de tan poca
consideración, que pueda, ni aun pasarles por el pensamiento,
que a quien se confiaron estas cosas, pueda despreciar el
beneficio? ¡Oh, vaya fuera semejante locura!
Lo sería, sin duda, manifiesta el despreciar una dignidad tan
grande, sin la cual no podemos conseguir, ni la salud, ni los
bienes que nos están propuestos.[42]Porque ninguno puede
entrar en el reino de los cielos, si no fuere reengendrado por el
agua, y por el espíritu.[43] Y aquél que no come la carne del
Señor, y no bebe su sangre, es excluido de la vida eterna. Ni
todas estas cosas se hacen por medio de algún otro, sólo por
aquellas santas manos; quiero decir, por las del sacerdote,
¿Cómo, pues, podrá alguno, sin estos, escapar del fuego del
infierno, o llegar al logro de las coronas que están reservadas?
Estos pues son a quienes están confiados los partos
espirituales y encomendados los hijos que nacen por el
bautismo. Por estos nos vestimos de Cristo y nos unimos con el
Hijo de Dios haciéndonos miembros de aquella bienaventurada
cabeza; de modo que para nosotros justamente han de ser mas
respetables, no sólo que los potentados y que los reyes, sino
aun que los mismos padres; porque estos nos han engendrado
de la sangre y de la voluntad de la carne, pero aquéllos no son
autores del nacimiento de Dios y de aquella dichosa
regeneración de la verdadera libertad y de la adopción de hijos
según la gracia.
VI.
Los sacerdotes[44]de los judíos tenían potestad de curar la
lepra del cuerpo, mejor diré, no de librar, sino de aprobar
solamente a los que estaban libres de ella. Y tú no ignoras con
qué empeño era apetecido entonces el estado sacerdotal. En
cambio nuestros sacerdotes han recibido la potestad de curar,
no la lepra del cuerpo, sino la inmundicia del alma; no de
aprobar la que está limpia, sino de limpiarla enteramente.
De modo que los que a estos desprecian, son mucho más
execrables y merecen mayor castigo que Dathan y quienes le
siguieron.[45]Aunque aquéllos pretendían una dignidad que no
les correspondía, tenían de ella al mismo tiempo una opinión
maravillosa, lo que manifestaron con el mismo hecho de
desearla tan ardientemente. Éstos en cambio, en el tiempo en
que el sacerdocio se halla en un grado de tanto honor y ha
tomado tan gran incremento, han manifestado un atrevimiento
mucho mayor que aquéllos, aunque de diverso modo. Porque
no es lo mismo, por lo que toca a razón de desprecio, el desear
un honor que no te conviene, o el despreciarlo; sino que esto es
tanto peor que aquéllo cuanta es la diferencia que hay entre el
despreciar una cosa y admirarla. ¿Cuál es, pues, aquella alma
desgraciada, que desprecie bienes tan grandes? yo no diré que
hay alguna, sino es que fuere agitada de un furor diabólico.
Pero nuevamente vuelvo al lugar de donde salí. No solamente
por lo que toca a castigar sino también para beneficiar, dio Dios
mayor potestad a los sacerdotes que a los padres naturales. Y
hay entre unos y otros tan gran diferencia como la que hay
entre la vida presente y la venidera; porque aquéllos nos
engendran para ésta, y éstos para aquélla. Aquéllos no pueden
librar a sus hijos de la muerte corporal, ni defenderlos de una
enfermedad que los asalte; pero estos han sanado muchas
veces nuestra alma enferma y vecina a perderse, haciendo a
unos la pena más llevadera y preservando a otros desde el
principio para que no cayesen; y no solamente enseñándoles y
amonestándoles, sino también socorriéndolos con oraciones. Y
esto, no sólo cuando nos vuelven a engendrar, sino porque
después de esta generación, conservan la potestad de
perdonarnos los pecados. [46] ¿Enferma alguno entre
vosotros? llame a los ancianos de la Iglesia, y estos rueguen
sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, y la
oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará; y si
hubiere hecho pecados, le serán perdonados. Fuera de esto,
los padres naturales, si sus hijos ofenden a algún gran príncipe,
o potentado, en nada los pueden favorecer; porque los
sacerdotes los han reconciliado, no con los príncipes, o con los
reyes, sino con el mismo Dios enojado. ¿Y habrá alguno,
después de todas estas cosas, que se atreva a acusarnos de
soberbia?
Yo creo que, por lo que dejo dicho, quedarán las almas de los
que me escuchen tan ocupadas de religioso temor, que no
condenarán de soberbia o atrevimiento a aquéllos que huyen,
sino quienes por sí mismos se apresuran a procurar este honor.
Porque si aquéllos a quienes se encomendó el gobierno de las
ciudades las arruinaron cuando no se han portado con la mayor
prudencia y cautela, y se perdieron a sí mismos, ¿cuánta virtud,
tanto propia como sobrenatural, te parece que necesita para no
errar aquél a quien tocó por suerte el adornar la Esposa de
Cristo?
VII.
Ninguno amó más a Cristo que San Pablo, ninguno dio
muestras de mayor cuidado que él, ninguno fue hecho digno de
mayor gracia. Con todo, después de tantas prerrogativas, teme
aún y tiembla por esta potestad y por aquéllos que le están
encomendados. [47] «Temo, dice, no sea que como la serpiente
engañó a Eva con su astucia, así se aparten vuestros
pensamientos de aquella simplicidad que teníais para con
Cristo». Y en otro lugar:[48] «He estado con grande temor, y
temblor por lo que toca a vosotros». Un hombre arrebatado al
tercer Cielo, y hecho participante de los Arcanos de Dios, y que
sufrió tantas muertes como días vivió después de su
conversión; un hombre que no quiso usar de la potestad que
había recibido de Cristo, para que no se escandalizase alguno
de los fieles.: Si él, que aun se excedía en la custodia de los
divinos mandamientos, y que de ningún modo buscaba lo que
era suyo sino el bien de sus súbditos estaba siempre con tanto
temor cuando volvía la consideración a la grandeza de este
ministerio, ¿qué será de nosotros, que frecuentemente sólo
buscamos nuestros intereses, que no sólo no sobrepasamos los
divinos mandamientos sino que por la mayor parte no los
cumplimos?[49] ¿Quién, dice él, enferma, y yo no enfermo?
¿quién se escandaliza, y yo no me siento abrasar? Tal ha de
ser necesariamente el sacerdote, y no solamente así; porque
estas cosas son de poca, o de ninguna consideración, respecto
de las que diré.
¿Y cuáles son estas?[50] Yo deseaba, dice, ser anatema de
Cristo por mis hermanos unidos a mí según la carne. Si alguno
puede proferir semejante palabra, si alguno tiene un alma que
toque en este deseo, merece justamente ser reprendido, si es
que huye. Pero si alguno se halla tan necesitado de esta virtud
como yo me hallo, justo es que sea abominado, no cuando huye
sino cuando acepta. Porque si se propusiese la elección para
una dignidad militar, y los que hubieran de conceder este honor,
poniendo en medio un herrero, o un zapatero, u otro artesano
de esta clase, le confiasen el mando del ejército, yo no alabaría
a este infeliz, si no huyera e hiciera cuanto estuviera de su
parte, para no caer en una ruina inevitable; porque si basta
simplemente el ser llamado pastor, y desempeñar de cualquier
modo que sea este ministerio, ni en este se encuentra peligro
alguno, puede enhorabuena acusarnos de vanagloria todo
aquél que quisiere.
Pero si el que toma sobre sí este cuidado necesita tener una
gran prudencia, y aun más que ésta, una gracia muy grande de
Dios, rectitud de costumbres, pureza de vida, y mayor virtud que
la que puede hallarse en un hombre, ¿me negarás el perdón,
porque no he querido sin consejo, y temerariamente, perderme?
Porque si uno, conduciendo una nave mercantil, bien
pertrechada de remeros y colmada de inmensas riquezas, y
haciéndome sentar junto al timón, me mandase doblar el Mar
Egeo o Tirreno; yo, al oír la primera palabra, rehusaría
semejante comisión; y si alguno me preguntase, por qué; le
respondería, que por no echar a pique el navío.
VIII.
Pues si donde la pérdida se extiende tan solamente a las
riquezas, y el peligro a la muerte corporal, ninguno puede
acusar a los que usen de la mayor cautela, cuando a los que
naufragan, les espera no caer en este mar sino en un abismo
de fuego, y les aguarda una muerte, no la que separa el alma
del cuerpo, sino la que envía la una juntamente con el otro a
una pena eterna. Te enojarías conmigo, y me aborrecerías,
porque precipitadamente no me había arrojado a tan grande
ruina; no así, te ruego, y suplico. Conozco bien este ánimo
débil, y enfermo; conozco la grandeza de aquel ministerio, y la
dificultad grande que encierra en sí este negocio. Son, pues, en
mucho mayor número las olas que combaten con tempestades
el ánimo del sacerdote que los vientos que inquietan el mar.
IX.
Y sobre todos los males, aquel terribilísimo escollo de la
vanagloria, más peligroso que los prodigios que fingen los
poetas. Muchos, en la realidad, pudieron, navegando, pasar
éste sin recibir daño alguno; pero a mí me parece tan peligroso,
que aun ahora, cuando ninguna necesidad me arrebata a
semejante abismo, apenas puedo verme libre de este mal.
Si alguno pusiese en mis manos semejante carga, sería lo
mismo que si me atase las manos atrás, y me diese por presa a
las bestias que habitan en aquel escollo, para que cada día me
despedazasen.
¿Y cuáles son estas bestias? La ira, la tristeza, la envidia, la
altercación, las calumnias, las acusaciones, la mentira, la
simulación, las asechanzas, las imprecaciones contra los que no
han hecho mal alguno, la alegría en los trabajos de los
ministros, la tristeza por su buen porte en el cumplimiento de su
obligación, el amor de las alabanzas, el deseo de honra (que es
lo que sobre todas cosas precipita el ánimo humano) las
doctrinas acomodadas al gusto de los oyentes, las viles
adulaciones, las lisonjas bajas, el desprecio de los pobres, los
obsequios a los ricos, los honores inconsiderados y las gracias
dañosas, que igualmente son peligrosas a los que las hacen y a
los que las reciben; el temor servil, y que solamente conviene a
los esclavos más viles; el no tener libertad para hablar; una
humildad toda aparente, pero ninguna en la realidad; el no
aplicar las reprensiones y el castigo, o tal vez emplearlas sin
medida contra personas humildes, no habiendo quien se atreva,
ni aun a abrir la boca contra aquéllos que tienen el gobierno.
Estas son las bestias, y otras aun mayores, que mantiene en
su seno aquel escollo; de las cuales, los que una vez llegaron a
ser sorprendidos, caen por necesidad en una esclavitud tan
grande, que no pocas veces hacen a gusto de las mujeres
muchas cosas, que tengo por conveniente no explicar.[51] La
ley divina las ha excluido de este ministerio; pero ellas procuran
con el mayor tesón introducirse en él; y ya que por sí mismas
nada pueden, lo hacen todo por medio de otros, y es tan
grande el poder que se han arrogado, que a su voluntad
aprueban, o excluyen los sacerdotes. No se ve bien cumplido
aquí lo que se dice proverbialmente el mundo al revés:[52]los
súbditos guían a los superiores; y ojalá fueran hombres y no
aquéllas a quienes no se ha permitido el enseñar, ¿y qué digo
el enseñar? [53]ni aun hablar en la Iglesia les permitió San
Pablo. Yo he oído contar a alguno, que se han tomado tanta
libertad, que reprendían a los prelados de las Iglesias y los
gritaban más ásperamente que los señores a sus propios
esclavos. Ni crea alguno, que yo pretendo comprender a todos
en los cargos que acabo de decir; porque hay muchos, sí,
muchos hay que se libraron de estas redes, y son en mucho
mayor número, que los que han quedado aprisionados en
ellas.
X.
Ni tampoco podría acusar al sacerdocio de estos males: no
sería yo tan desatinado. Porque todos aquéllos que tienen
juicio, no culpan del homicidio al puñal, ni al vino de la
embriaguez, ni a la fuerza de la injuria, ni a la fortaleza de un
atrevimiento inconsiderado, sino a los que abusan de los dones
que recibieron de Dios: a éstos son a quienes castigan; porque
el sacerdocio justamente nos acusará, que no le tratamos con
rectitud. No es este causa de los males que dejamos dichos,
sino nosotros, que en cuanto está de nuestra parte, lo afeamos
con tantas manchas, confiándolo a cualquier persona.
Estos, pues, sin entrar primero en el conocimiento de sus
propias almas, y sin atender a la gravedad del negocio, reciben
alegremente lo que se les da; pero cuando llegan a la práctica,
deslumbrados de su poca experiencia, envuelven en mil males a
los pueblos que les han sido confiados. Esto, pues, esto es lo
que ha faltado poco para sucederme a mí, si Dios prontamente
no me hubiera preservado de tales peligros, mirando por su
Iglesia, y por mi alma. ¿De dónde, dime, juzgas que nacen tan
grandes inquietudes en las Iglesias? yo creo que no proceden
de otra parte, sino de hacerse sin consejo, y sin reparo las
elecciones de los prelados; porque es necesario que sea muy
robusta la cabeza, para que pueda regir, y poner en orden los
malos vapores que suben de la parte inferior de lo restante del
cuerpo; pero sí por sí misma es débil, y enferma, y que no
puede desechar aquellos insultos de que se engendran las
enfermedades, se debilita de día en día más y más, y
juntamente consigo pierde lo restante del cuerpo: para que no
sucediese esto al presente, me ha conservado Dios en el orden
de los pies, que por suerte me tocó desde el principio. Otras
muchas cosas hay, ¡oh Basilio! otras muchas cosas hay además
de las dichas, que deben hallarse en el sacerdote, y que
nosotros no tenemos; y la primera de todas es, que ha de tener
el alma enteramente pura del deseo de este grado; porque si se
inclina con un afecto desordenado a semejante dignidad,
después de haberla conseguido, enciende una llama mucho
más vehemente; y dejándose llevar por la fuerza, a trueque de
hacérsela estable, se ve obligado a incurrir en infinitos males,
ya siguiendo la adulación, ya sufriendo cosas indignas y
serviles, ya derramando y consumiendo mucho dinero. Y porque
no parezca tal vez a algunos que cuento cosas increíbles, paso
ahora en silencio, que muchos peleando por esta dignidad, han
cubierto de cadáveres las Iglesias y han dejado desiertas las
ciudades.
Debía, pues, según yo pienso, mirarse con tanta religión este
ministerio que debía rehusarse al principio como carga; y
después de hallarse en ella, no esperar los juicios de los otros,
si acaeciese incurrir en algún delito que mereciese la
deposición, sino previniéndolo, eximirse por sí mismo de esta
dignidad; porque así es probable, que se inclinaría Dios a
misericordia. Pero el retener con obstinación esta dignidad
contra lo conveniente, es privarse de todo perdón, es irritar más
la ira de Dios, añadiendo al primer pecado otro mayor; pero no,
no habrá alguno tan obstinado. Porque mala cosa es sin duda,
mala, el apetecer esta dignidad. Ni yo me opongo, diciendo
esto, a lo que escribe San Pablo; antes entiendo, que voy
enteramente conforme con sus palabras. ¿Qué es, pues, lo que
dice?[54] (a) «Si alguno desea el obispado, desea una buena
obra». No digo que es malo el desear la obra, sino el apetecer
la autoridad, la dominación.
XI.
Este es aquel deseo, que juzgo yo se debe desterrar del
ánimo con el mayor cuidado, procurando no dar lugar desde el
principio, a que quede ocupado de este deseo, para poder
obrar con libertad en todas las cosas. Aquél que no se deja
arrastrar de alguna ambición de manifestarse brillante con esta
potestad, tampoco teme el dejarla; y no temiendo, puede obrar
en todo con aquella libertad que conviene a los cristianos. Pero
los que están recelosos, y temen el ser removidos, sufren una
esclavitud amarga, y llena de muchos males, y se ven obligados
frecuentemente a ofender a Dios, y a los hombres. Conviene,
pues, que no tengamos un ánimo dispuesto de esta suerte; sino
que así como en las guerras vemos combatir con denuedo, y
morir con fortaleza a los soldados valerosos, del mismo modo
los que entran en este ministerio, deben estar dispuestos a
ejercer los empleos del sacerdocio y a dejar la dignidad como
corresponde a hombres cristianos, y que saben que semejante
dejación no trae consigo menor corona que el mismo ministerio;
porque cuando uno sufre y padece un caso semejante, por no
incurrir en una cosa indecente e indigna de aquella dignidad,
atrae mayor castigo a los que injustamente le han depuesto, y
para sí consigue un premio más colmado. Dice la
Escritura:[55]«Vosotros sois bienaventurados, cuando os
ultrajaren, persiguieren y dijeren todo mal contra vosotros,
mintiendo por ocasión mía, alegraos, y regocijaos, porque
vuestro premio es grande en los cielos». Y esto cuando sea
depuesto por los de su mismo orden, o por envidia, o por
congraciarse con otros, o por odio, o por otro motivo poco justo;
pero cuando sucede sufrir esto de los contrarios, creo que no
se necesitan palabras para demostrar la utilidad que les
ocasionan con su malicia. Lo que conviene, pues, observar por
todas partes con la mayor atención es que no quede escondida
alguna centella de este deseo. No será toco de estimar que los
que desde el principio tienen pura el alma de esta pasión,
puedan librarse de ella cuando lleguen a este grado. Pero si
alguno, aun antes de conseguirle, alimenta dentro de sí esta
cruel y terrible fiera, no te podré explicar en qué incendio tan
grande se arroja después de haberlo conseguido. Nosotros,
pues, (ni creas que por modestia quiero en modo alguno
disimularte la verdad) tenemos el alma muy poseída de este
deseo; y este es el motivo, que no nos ha espantado menos
que todos los otros, y que nos ha dado ocasión para esta fuga.
Porque así como los que aman los cuerpos mientras pueden
estar cerca de las personas amadas, sufren su pasión con
mayor impaciencia; pero cuando les sucede estar apartados,
cuanto les es posible, de los objetos de su cariño, destierran al
mismo tiempo aquella manía; del mismo modo los que apetecen
este grado, cuando se acercan a él se les hace un mal
insoportable; pero cuando han depuesto la esperanza,
juntamente con ella han apartado de sí el deseo. Esta, pues, es
una causa no despreciable, la que aunque fuera sola, bastaría
por sí misma para tenernos lejos de esta dignidad.
XII.
Pero se añade otra, que no es menor. ¿Cuál es ésta? Es
necesario que el sacerdote sea vigilante,[56]perspicaz, y que
por todas partes tenga innumerables ojos, como aquél que no
vive para sí solo, sino también para tan gran muchedumbre.
Ahora bien, tú mismo confesarás que yo soy perezoso, omiso, y
que apenas basto para procurar mi salud; aunque por el amor
que me tienes procuras, más que todos, ocultar mis defectos.
No me tienes que alegar aquí el ayuno, las vigilias, el dormir
sobre la tierra desnuda, ni otras austeridades y maceraciones
del cuerpo porque sabes muy bien cuán lejos estoy yo de todas
estas virtudes; y aunque con diligencia las practicara, ni aun así
por esta lentitud me podrían aprovechar cosa alguna para este
ministerio. No hay duda que podrían ser muy útiles a un
hombre, que metido en su aposento, atendiese y cuidase
solamente de sus cosas; pero respecto de aquél que está
dividido para atender a tan gran muchedumbre, y que tiene sus
particulares cuidados sobre cada uno de sus súbditos, ¿qué
utilidad de alguna consideración pueden traer para el provecho
de estos, si no tiene un ánimo muy fuerte y varonil?
XIII.
Y no te admires si juntamente con tan gran tolerancia, pido en
el alma otra prueba de valor. Vemos, a la verdad, que muchos,
sin dificultad desprecian los manjares, las bebidas, la cama
blanda, y particularmente, aquéllos que tienen una naturaleza
un poco agreste y que se han criado así desde sus primeros
años; y a otros muchos también, a quienes por la disposición
del cuerpo y por la costumbre es fácil y llevadera la aspereza
que se encuentra en estos trabajos.
Pero el sufrir una injuria, un daño, una palabra molesta, los
dicterios de los inferiores, vengan, o no vengan al caso, las
quejas vanas e inconsideradas, tanto de los superiores como de
los súbditos, no es de muchos sino de uno u otro. Y verás, que
aquéllos que se manifiestan fuertes en aquellas cosas padecen
en éstas tales vahidos que se enfurecen mucho más aun que
las bestias más feroces. A este género de sujetos, los
tendremos principalmente apartados del sacerdocio.
Porque de que un obispo no sea inclinado a la abstinencia de
las viandas, ni a caminar descalzo, no por esto dañará al común
de la Iglesia; pero una ira desordenada, ocasiona grandes
males al que es poseído de ella, y a los prójimos. Contra los que
no ejercitan aquellas cosas, no hay amenaza alguna de parte
de Dios; pero a los que inconsideradamente se dejan llevar de
la ira, se les amenaza con el infierno, [57] y con el fuego del
infierno.
Así el que ama la vanagloria cuando llega a tener la
dominación de muchos suministra al fuego mayor materia; y del
mismo modo, el que ni consigo mismo, ni en una conversación
de pocos puede dominar la ira, fácilmente se deja transportar
por ella; y si llega el caso de que se le fía el gobierno de todo
un pueblo, como una bestia fiera acosada por todas partes de
innumerables personas, no podrá jamás vivir en quietud y
ocasionará males infinitos a los que están confiados a su fe.
XIV.
Ninguna cosa, pues, impide tanto la pureza del ánimo, ni
embota la perspicacia del entendimiento como una ira
desordenada y que se transporta con gran ímpetu. Porque ésta,
dice la Escritura, [58]pierde a los prudentes.
Del mismo modo que en una batalla dada de parte de noche,
ofuscada la vista del alma, no sabe distinguir los amigos de los
enemigos, ni a los que tienen honor de los que no lo tienen,
sino que los trata a todos sin diferencia alguna; y aunque deba
recibir algún mal, todo lo sufre fácilmente por saciar el placer del
ánimo. Es el ardor de la ira un cierto placer que tiraniza al alma
con más rigor que el mismo deleite, turbando enteramente toda
la tranquilidad de su constitución; porque con facilidad la
levanta a la soberbia y la excita a enemistades fuera de
propósito y a un odio inconsiderado; y con frecuencia la dispone
a hacer ofensas temerariamente, y sin juicio, y la obliga a
ejecutar, y decir otras cosas semejantes; siendo, entretanto, el
alma arrastrada de la furia de la pasión, sin tener donde,
apoyando su fuerza, pueda resistir a un ímpetu tan fuerte.
Basilio: No puedo sufrirte ya más tiempo que hables con tal
disimulo. ¿Quién es, pues, dime, el que ignora, cuán ajeno
estás de semejante enfermedad?
¿Qué quieres, respondí yo, ¡oh feliz varón! ponerme cerca de
la llama, e irritar una fiera que se está quieta? ¿Ignoras, acaso,
que no me ha sucedido esto por virtud propia, sino por el amor
que tengo a la quietud, y a la soledad? El que se siente tocado
de este achaque podrá librarse de aquel incendio,
permaneciendo en soledad y frecuentando el trato de uno u
otro amigo solamente; pero no si se mete en un abismo de
tantos cuidados. En este caso, no sólo arrastra a sí mismo al
precipicio de la perdición, sino a otros muchos también en su
compañía y los hace que atiendan menos a cultivar la
mansedumbre.
Sucede, pues, naturalmente, que el vulgo de los que deben
obedecer, se miren frecuentemente como en un ejemplar
original en las costumbres de los que los gobiernan, procurando
asemejarse a ellos. ¿Cómo podrá uno que padece tumores,
hacer cesar las inflamaciones en los súbditos? ¿y cuál será en
un pueblo, el que deseará moderar prontamente los ímpetus de
la ira, viendo al superior iracundo? Porque no es posible, no,
que estén ocultos los defectos de los sacerdotes; antes bien,
aun los más pequeños, se hacen públicos prontamente. El
atleta puede a la verdad ocultarse, aunque sea muy débil,
mientras se está quieto en casa sin entrar en lucha con alguno;
pero cuando despojándose desciende al combate, fácilmente se
descubre lo que es. Igualmente, pues, aquellos hombres que
pasan una vida privada y libre de negocios, tienen en la soledad
un velo que cubre sus defectos; pero si se presentan en
público, se ven obligados a despojarse de la soledad que les
servía como vestido y a manifestar a todos desnudas sus almas,
por los movimientos externos.
Así como sus buenas acciones son a muchos de gran utilidad,
convidándolos a una igual imitación, así también sus delitos los
hacen más perezosos en la práctica de la virtud y los disponen
a que se entorpezcan en las fatigas de las buenas obras. De
todo lo cual resulta ser necesario que por todas partes brille la
hermosura de su alma para que pueda alegrar e iluminar las de
aquéllos que los miran. Porque los pecados de la gente ínfima,
hechos como a lo oscuro, sirven de ruina solamente a los que
los cometen; pero el de un hombre de consideración, y
conocido de muchos, trae un daño común a todos, haciendo
que los que han caído, sean más remisos en los sudores de las
cosas buenas, y excitan a soberbia a los que quieren atender a
sí mismos.
Fuera de esto, las caídas de la gente ínfima, aunque lleguen
a publicarse, a ninguno ocasionan una herida tan profunda;
pero los que se hallan puestos en lo alto de este grado, están,
en primer lugar, patentes a todos, y después, aunque sean muy
tenues las cosas en que falten, se descubren estas muy
grandes a los otros; porque no miden el pecado por la grandeza
del hecho, sino por la dignidad de aquél que lo ha cometido. Se
necesita, pues, que el sacerdote esté pertrechado de un gran
cuidado y de una perpetua vigilancia sobre su vida, como de
unas armas de diamante, y que vele con la mayor atención,
para que no haya alguno, que encontrando algún lado
descubierto y abandonado le de una herida mortal. Porque
todos le cercan dispuestos a herirle y derribarle; y no sólo toda
suerte de enemigos, sino muchos también de aquéllos que se le
venden por amigos.
Es por tanto necesario que sean elegidas tales almas, como
en otro tiempo manifestó la gracia de Dios fueron los cuerpos
de aquellos santos en el horno de Babilonia. [59]No es el
sarmiento, ni la pez, o la estopa alimento de este fuego, sino
otro mucho más nocivo. Porque no es lo que tienen debajo,
aquel fuego sensible; sino que es la llama de la envidia, la que
los cerca, y la que consumiéndolo todo, se levanta por todas
partes y los asalta escudriñando su vida con más diligencia, que
hizo entonces el fuego con los cuerpos de aquellos niños.
Luego que encuentra una pequeña porción de estopa,
inmediatamente se pega; y no sólo consume aquella parte débil
y viciada, sino que abrasa y oscurece con aquel humo toda la
restante estructura, aunque fuera más resplandeciente que los
rayos del sol.
Siempre que la vida del sacerdote estuviere por todas partes
bien compuesta, no podrá ser cogida por asechanzas; pero si
tuviere el menor descuido, por pequeño que sea, (como es
creíble que sucederá a un hombre que pasa este mar de la vida
lleno de tantos extravíos) nada le aprovechan todas las otras
buenas acciones para poder librarse de las lenguas de sus
acusadores: por el contrario, aquella pequeña falta basta para
oscurecer todo lo restante.
Todos quieren juzgar al sacerdote, no como a hombre vestido
de carne, y a quien ha tocado una naturaleza de hombre, sino
como a un ángel libre de toda otra enfermedad.
Así como todos temen y lisonjean a un tirano mientras se
mantiene en el dominio, porque no pueden derribarle de aquel
puesto pero cuando ven que sus intereses toman otro
semblante contrario, dejada la máscara de aquel fingido honor,
los que poco antes se manifestaban sus amigos, se le
convierten de repente en contrarios y enemigos declarados, y
registrando cuál es el lado que tiene más flaco, le embisten y
privan del Imperio. Así con los sacerdotes, aquéllos que poco
antes, y cuando se hallaba sobre el candelero, le honraban y
respetaban; luego que encuentran un mínimo pretexto, se
preparan fuertemente para derribarlo, no sólo como a tirano,
sino como a una cosa peor aun que tirano. Y así como aquél
teme principalmente a los que le hacen guardia a sus costados;
así éste teme también, más que a todos, a los que le sirven en
el ministerio; porque ningún otro desea tanto su dignidad, ni
sabe sus cosas tan bien como estos: estando a su lado, si
sucede alguna cosa de éstas, la saben antes que los otros, y
pueden fácilmente ser creídos; aunque sea calumniándolos, y
haciendo grandes las cosas de poco cuerpo, pueden cogerle
sorprendido con este engaño. Así se verifica en sentido
contrario el dicho del Apóstol: [60] "Si padece algún miembro, se
alegran todos los miembros; y si es honrado un miembro,
padecen todos los miembros;" a no ser que alguno de señalada
piedad pueda mantenerse fuerte contra todas estas cosas.
¿Y es posible que nos envíes a una guerra tan grande? ¿Has
juzgado, acaso que mi ánimo bastará para mantener una batalla
tan varia y de tan diferentes especies? ¿De dónde y de quién lo
supiste? Porque si Dios te lo ha revelado, muéstrame el oráculo
y obedezco; y si no puedes mostrármelo, sino que das tu voto
siguiendo el concepto de los hombres, aparta tu ánimo de
semejante error; porque por lo que toca a nuestras cosas, es
justo que sigamos antes nuestro juicio que el de los otros:
[61]"Pues ninguno conoce las cosas de un hombre, sino el
espíritu que está dentro de él". Que nosotros nos hubiéramos
hecho ridículos a nosotros mismos, y a los que nos hubieran
elegido, en el caso de haber aceptado esta dignidad, y que con
gran daño hubiéramos tenido que volvernos a este estado de
vida, en que al presente nos hallamos, ya que no antes, a lo
menos al presente, creo que quedarás persuadido por estos
discursos. Porque no solamente la envidia, sino otra cosa más
terrible aun que la envidia, suele armar a muchos contra aquél
que la tiene. Porque así como los hijos codiciosos de dinero no
pueden sufrir la larga vejez de sus padres; así algunos de estos
tales, cuando ven que el sacerdocio dura mucho tiempo, ya que
el matarlo no porque esto sería una iniquidad, procuran
derribarlo de aquel grado, deseando todos entrar en su lugar, y
esperando cada uno, que recaerá en él el ministerio.
XV.
¿Quieres que te muestre otro género de esta contienda llena
de mil peligros? Ve, pues, y atiende a las fiestas públicas en
que se acostumbran hacer las elecciones de los prelados de la
Iglesia y verás al sacerdote acosado de tantas acusaciones,
cuanto es el número de aquéllos a quienes preside. Todos los
que tienen parte en la colación de esta dignidad se dividen en
esta ocasión en muchos partidos, sin que alguno pueda ver
aquel congreso de presbíteros, ni concordes entre sí, ni con
aquél que ha obtenido el obispado; sino que cada uno forma su
partido, queriendo uno a este y el otro al otro. La causa de esto
es el que no miran todos a una cosa, que es a la que sólo
debían mirar, esto es, a la virtud del ánimo; sino que se mezclan
otros motivos, por los que se confiere esta dignidad. Como por
ejemplo: uno dice, elíjase éste, porque es de ilustre nacimiento;
el otro, porque posee inmensas riquezas, y no tendrá necesidad
para mantenerse de las rentas de la Iglesia; otro, porque del
partido de los enemigos ha pasado al nuestro. Quién procura
adelantar su amigo a los otros, quien al pariente, quien al
lisonjero y ninguno quiere atender al que es idóneo, ni hacer la
prueba de la virtud del ánimo.
Ahora, estoy yo tan lejos de creer, que son estas causas
suficientes para la prueba de los sacerdotes, que ni aun si se
encontrara alguno adornado de una gran piedad, que sin duda
no conduce poco para este ministerio, ni aun a este me
atrevería a elegir inconsideradamente por solo este título, si no
juntaba a la piedad una prudencia consumada. Porque yo he
conocido a muchos, que habiéndose macerado, y afligido con
ayunos, mientras han podido permanecer en la soledad y
atender a sus cosas solamente, merecieron la divina aceptación
y añadieron cada día a aquella filosofía una porción no
pequeña; pero después que entraron a gobernar un pueblo y
se vieron obligados a corregir las ignorancias del vulgo, los
unos no pudieron, ni aun a los principios, mantenerse en el
ministerio, y los otros obligados a permanecer en él, luego que
abandonaron aquella primera diligencia y austeridad,
ocasionaron a sí mismos un gravísimo daño y a los otros no
sirvieron de algún provecho.
Pero ni aunque uno hubiera permanecido toda la vida en el
ínfimo grado de este ministerio, y hubiera llegado así a la última
vejez, no promoveríamos a éste inconsideradamente a un grado
más alto por respeto de sus años. ¿Pues qué, si pasada ya
toda esta edad, permanece aún menos apto? Ni yo digo esto,
pretendiendo defraudar las canas del honor que les es debido,
ni tampoco establecer una ley por la que enteramente sean
removidos de este ministerio los que vienen del orden solitario,
habiendo habido muchos venidos de él, que resplandecieron en
esta dignidad; lo que intento demostrar, es que si ni la piedad
por sí sola, ni una larga vejez son suficientes para hacer digno
del sacerdocio al que las posee, mucho menos podrán los
motivos que dejamos dichos.
Pero no faltan algunos que proponen otros más absurdos:
unos son alistados en el orden clerical para evitar que se
inclinen al partido de los contrarios; y otros por su misma
iniquidad, para que olvidados, no ocasionen mayores males.
¿Puede darse cosa más inicua que ésta, que unos hombres
malvados y llenos de mil vicios sean honrados por aquellas
mismas cosas por las cuales deberían ser castigados, y que por
las que ni aun podrían atravesar los umbrales de la Iglesia, por
estas mismas suban a la dignidad sacerdotal? ¿Y buscamos
aún, dime por tu vida, cuál sea la causa de la divina indignación,
cuando confiamos las cosas más santas, y más tremendas a
hombres inicuos, y de ningún valor, para que todas las
trastornen? Porque cuando han llegado a la administración de
cosas, que de ningún modo conviene a unos, o son muy
superiores a las fuerzas de los otros, hacen que la Iglesia en
nada difiera del Euripo.
Yo, a la verdad, me reía antes de los príncipes seculares
porque hacen la distribución de los empleos, no en atención a la
virtud y dotes del ánimo, sino a proporción de las riquezas, del
número de los años, o patrocinio de los hombres; pero después
que he oído haberse introducido también en nuestras cosas el
mismo modo irracional, no he tenido ya por tan grande este
desorden. ¿Qué maravilla, pues, que se vean cometer estos
errores por unos hombres entregados a los placeres de la vida,
amigos de reputación para con la muchedumbre, y que todo lo
hacen con el fin de amontonar riquezas? Cuando aquéllos que
fingen vivir libres de todo esto, no se hallan más bien
dispuestos, sino que altercando por las cosas celestiales, como
si se deliberase sobre algunas yugadas de tierra u otra cosa
semejante, eligiendo temerariamente a hombres de ninguna
consideración, los ponen en el gobierno de unas cosas por las
que el Unigénito Hijo de Dios no rehusó evacuar su gloria,
[62]hacerse hombre, tomar la forma de siervo, ser afeado con
salivas, ser azotado y sufrir, según la carne, una muerte
ignominiosa.
Y no paran en esto, sino que añaden otros absurdos mucho
mayores: porque no solamente admiten a los indignos, si no que
excluyen a los que son útiles. Y como si se debiese arruinar por
las dos partes la firmeza de la Iglesia, o como si no bastase la
primera causa para irritar la divina indignación, así añaden esta
segunda, que no es menos grave. Porque yo juzgo ser
igualmente malo el tener apartadas a las personas útiles, que el
introducir a las inútiles. Y esto se hace para que el rebaño de
Cristo no pueda por parte alguna hallar algún consuelo, ni aun
siquiera respirar.
¿No son estas cosas dignas de mil rayos? ¿No merecen un
infierno mucho más terrible que el que nos está amenazado? ¿Y
con todo, sufre y tolera estos males aquél que no quiere la
muerte del pecador, [63]sino que se convierta y viva? ¿Quién
podrá admirar bastante su bondad y amor para con los
hombres? ¿Cómo no quedará pasmado de su misericordia? Las
personas dedicadas a Cristo destruyen la heredad de Cristo
mucho más aun que sus mismos contrarios y enemigos. Y el
buen Señor usa aún de clemencia y convida al arrepentimiento.
Gloria a ti, ¡oh Señor! gloria a ti. ¡Qué abismo de amor para con
el hombre hay en ti! ¡qué inmensidad de paciencia! Aquéllos
que por tu nombre, de hombres viles y oscuros llegaron a los
honores y se hicieron respetables y visibles, se sirven de este
honor contra el mismo que los honró. Tienen atrevimiento de
ejecutar las cosas más indignas, desacreditan las cosas santas,
dejando a un lado y excluyendo a los buenos, para que los
malvados puedan sin estorbo, y con la mayor seguridad
trastornarlo todo a su placer.
Y si quieres saber las causas de este mal, las encontrarás
semejantes a las primeras; pero que tienen por raíz, o
digámoslo así, por única madre, a la envidia. Estas, a la verdad,
no son de una misma suerte, sino que difieren entre sí; porque
uno dice se deseche aquél, porque es joven; el otro, porque no
sabe adular; otro, porque ha ofendido a fulano; el uno, porque
fulano no se disguwte, viendo reprobado el que él ha propuesto,
y elegido éste; el otro, porque es moderado y de costumbres
apacibles; el otro, porque es terrible a los que obran mal; y otro
por otras causas semejantes, porque no les faltan pretextos,
cuantos quieran. Y aun, cuando no tengan otro, traen el de que
son en gran número los sacerdotes, y que no conviene conferir
esta dignidad inconsideradamente, sino poco a poco, y por sus
grados. Tampoco les falta modo de hallar otros motivos,
cuantos quisieren.
Ahora, yo aquí blandamente quiero preguntarte: ¿Qué hará el
Obispo, combatiendo con tantos vientos? ¿Cómo podrá
mantenerse fuerte contra olas tan furiosas? ¿Cómo rechazará
todos estos ataques? Porque si dispone la cosa ajustado a las
reglas de la recta razón, todos se vuelven enemigos y contrarios
suyos, y también de los que han sido elegidos. Todo lo hacen
con el fin de mantener su tesón contra él, excitando sediciones
cada día e imponiendo mil cosas injuriosas a los que han sido
elegidos, hasta conseguir excluirlos o introducir a los suyos.
Sucede aquí casi lo mismo, que como cuando un piloto de un
navío lleva navegando en su compañía piratas que
continuamente, y a cada hora, ponen asechanzas a su vida, a la
de los marineros y a la de los pasajeros. Porque si recibiendo
gente que no debía admitir, hace más caso de su favor que de
la propia salud, tendrá, en lugar de aquéllos, a Dios por
enemigo. ¿Qué cosa puede haber más terrible que esta? y le
darán que hacer mucho más aun que antes, ayudándose todos
mutuamente y haciéndose con la unión mucho más fuertes.
Porque así como cuando soplan de partes contrarias vientos
furiosos, el mar que hasta entonces permanecía tranquilo, en
un punto se embravece y se encrespa, sumergiendo a los
navegantes; del mismo modo la tranquilidad de la Iglesia,
recibiendo en sí hombres pestilenciales, se llena de
tempestades y de naufragios.
XVI.
Piensa, pues, cuál debe ser aquél que ha de resistir a
tempestad tan grande, y templar de modo tales cosas que no
impidan la pública utilidad. Porque es necesario que se muestre
grave, pero sin fausto; rígido, pero humano; entero, pero afable
con todos, sin aceptación de personas, pero oficioso; humilde, y
no servil; de espíritu vehemente, pero blando, para poder
combatir fácilmente contra todas estas cosas, y promover con
toda libertad al que es idóneo, aun cuando todos lo resistan; y
con la misma, no admitir al que no es tal, aunque todos juntos
conspiren a que se admita, y no atender a otra cosa, que a la
edificación de la Iglesia, y no hacer nada por odio, o por favor.
¿Te parece que con razón hemos rehusado este ministerio?
Pues aún no te lo he expuesto todo, porque tengo otras muchas
cosas que decirte. Pretendo que no te sea molesto el sufrir a un
amigo sincero y fiel, que quiere persuadirte se halla fuera de
todos aquellos cargos que le hacías. Esto te será muy útil, no
sólo para nuestra defensa, sino también para cuando llegares,
como sucederá brevemente, a la administración de este empleo;
porque es necesario, que el que ha de pisar este camino de
vida, no ponga las manos sobre tal ministerio, sin haberlo
primero examinado todo con la mayor madurez. ¿Y por qué
esto? porque ya que no sea otra cosa, hallándose informado de
todo, tendrá la ventaja de que nada se le hará nuevo cuando
ocurrieren estas cosas.
¿Quieres, pues, que vengamos a tratar primero de la
presidencia de las viudas, o del cuidado de las vírgenes, o de la
dificultad de la parte judiciaria? porque sobre cada una de estas
se pide diverso cuidado, y mayor temor aun que cuidado. Y
para dar principio de aquéllo, que entre todo parece lo más
fácil, el cuidado de las viudas parece que no trae otro
pensamiento a los que están encargados de ellas, que el
consumo del dinero. Pero no es así, sino que se requiere
también aquí mucha diligencia, cuando se llegare al caso de
ponerlas en lista; porque de elegirlas sin consideración, y como
vienen, se han originado males infinitos, habiendo entre éstas,
quienes han corrompido las familias, han causado divisiones en
los matrimonios, y frecuentemente han sido cogidas en hurtos y
en otras feas ganancias, y han practicado otros tratos poco
decentes. Ahora bien, el alimentar con dinero de la Iglesia
semejantes mujeres, atrae sobre sí el castigo de la parte de
Dios, y de parte de los hombres, el que sea en gran manera
blasfemado, y desalienta a aquéllos que están bien dispuestos
para hacer bien. Porque, ¿quién querrá, que el dinero que ha
mandado se ofrezca a Cristo, se emplee, y consuma con
aquéllos que afean y calumnian el nombre de Cristo? Por esto
es necesario un diligente examen, para que no consuman la
mesa de las que se hallan imposibilitadas, no solamente las que
dejamos dichas, sino también aquéllas, que pueden sustentarse
con el trabajo de sus manos.
Después de este diligente examen, se sigue otro cuidado no
pequeño; esto es, que los alimentos nunca falten, sino que
corran abundantemente como de una fuente. Es un mal en
cierta manera insaciable la pobreza involuntaria, lleno de
quejas, y de desagradecimiento; y se requiere mucha
prudencia, mucha atención para cerrarle la boca, quitándole
todo motivo de queja.
Muchos hay, que cuando ven a alguno superior a todo
interés, sin otro examen lo califican por idóneo para este
empleo. Pero yo juzgo que no le basta por sí sola, esta
superioridad de ánimo; bien, que es necesario ver, si tiene ésta
antes que las otras; porque sin ella sería un disipador, y no un
tutor, un lobo en vez de pastor; o si juntamente con ésta, posee
también otra. Esta es la que a los hombres ocasiona todos los
bienes; quiero decir, la paciencia, que conduce el ánimo y lo
guía como a un puerto tranquilo. Las viudas son una casta de
gente, que por su pobreza, por su edad y por su sexo usan de
una libertad de hablar (porque es mejor decirlo así) sin medida:
gritan sin venir al caso y se quejan fuera de propósito,
lamentándose sobre aquellas mismas cosas de que deberían
mostrar agradecimiento, y reprendiendo lo mismo que deberían
alabar. Y a todo esto conviene, que el que las tiene a su cargo,
no se mueva por sus rumores intempestivos, ni por sus quejas
sin razón. En atención a su infelicidad, es justo que sea
compadecido este género de personas, y que de ningún modo
sean injuriadas; porque el insultar sus calamidades, y añadir la
injuria al trabajo que tienen por su pobreza, sería tocar en lo
último de la crueldad.
Por esto un varón muy sabio, que atiende a la condición y
soberbia de la naturaleza humana, y tiene bien conocida la
índole de la pobreza, capaz de acobardar el ánimo más
generoso e inducirlo a despojarse de la vergüenza y arrojarlo a
pedir muchas veces unas mismas cosas; para que ninguno que
se ve acosado de los pobres, se mueva a ira, y quien debe
socorrerlos, irritado de verse continuamente envestido de ellos,
no se haga su enemigo; lo invita a ser apacible y de fácil
entrada a los necesitados, diciendo: [64]"Inclina de buena gana
tus orejas al pobre y respóndele con mansedumbre palabras de
paz". Dejando a un lado a aquél que puede ser ocasión de
impaciencia, (porque, ¿qué se puede decir a un infeliz, que
yace en la miseria?) habla sólo con el que puede soportar su
enfermedad, exhortándole, a que antes de darle nada, lo alivie
con el agrado de su semblante y con la mansedumbre de las
palabras.
Si hubiere, pues, alguno que no usurpe lo que está destinado
para el sustento de las viudas; pero que las injurie y se irrite
contra ellas, cargándolas de afrentas; no solamente no alivia
con su liberalidad la tristeza que nace de la miseria, sino que
con las injurias hace el mal mucho mayor.
Pues por la necesidad en que las pone la falta de alimento, se
ven ciertamente en la precisión de ser muy descocadas; pero
con todo, sienten semejante violencia. Cuando, por temor del
hambre se ven obligadas a mendigar; y por mendigar, a ser
descaradas; y por ser así, a dejarse cargar de mil villanías, se
apodera de su ánimo una violenta melancolía, y que de mil
diversos modos las cubre de una gran oscuridad. Es, pues,
necesario que el que tiene a su cargo el cuidado de éstas, esté
dotado de un espíritu tan elevado, que no solamente no
aumente trabajo a su ánimo con la indignación y enojo; sino que
por medio de sus exhortaciones y consuelos mitigue la mayor
parte del dolor que tienen en su desdicha.
Porque así como aquél que es ultrajado, aunque sea
socorrido largamente, no siente la utilidad del dinero, por la
herida que le causó el ultraje; así aquél, que tratares con
humanidad y blandura, si juntamente con el consuelo recibe
alguna dádiva, se alegra y se regocija, y lo cuenta por don
doblado, en atención al buen modo con que se le ha dado. Ni yo
digo esto por propia autoridad, sino por la de aquél, que ha
dado las advertencias que quedan dichas: [65]"Hijo mío, dice él,
no quieras poner ultraje en los beneficios, ni en algún don la
aspereza de palabras. ¿No es verdad, que el rocío hace pasar
el ardor? pues así son mejores las palabras que el don. Mira
como las palabras son un bien mayor, que el mismo don; y uno
y otro se halla en un hombre dotado de gracia".
El que está destinado para estas cosas ha de ser adornado,
no sólo de suavidad de costumbres, y de paciencia, sino que ha
de hacer al mismo tiempo de sabio ecónomo; porque si le falta
esta cualidad, quedarán expuestos al mismo desfalco los
caudales de los pobres. Hubo uno, a quien estaba encargado
este ministerio; el cual, habiendo juntado una gruesa suma de
dinero, en la realidad no lo gastó consigo mismo, ni tampoco
con los pobres, a excepción de una pequeña cantidad, sino que
ocultaba la mayor parte, enterrándola; hasta que sobreviniendo
un contratiempo, puso todo aquel dinero en manos de los
enemigos. Se necesita, pues, de una grande providencia, para
que ni sobren, ni tampoco hagan falta las facultades de la
Iglesia. Es, pues, necesario, que todas las rentas se repartan
prontamente entre los pobres y conviene tener depositados los
tesoros de la Iglesia en la buena voluntad de los súbditos.
Y por lo que toca al hospedar los peregrinos y a las
curaciones de los enfermos, ¿cuánto consumo de dinero crees
tú que pide esto, y cuánta diligencia y prudencia en quien tiene
el cuidado? porque aquí el gasto no es inferior al que queda
dicho, y muchas veces es mayor; y se necesita, que el que
preside, sea un provisor adornado a un tiempo de piedad, y de
prudencia para disponer a los que tienen facultades a que
ofrezcan a porfía, y sin pena, lo que poseen, cuidando de no
ofender los ánimos de los bienhechores, al paso que solicita
proveer al alivio de los enfermos. Se necesita, pues, que
manifieste en esta ocasión una magnanimidad y atención mucho
mayor; porque los enfermos son en cierto modo una cosa llena
de fastidio, y sin acción. Y si por todas partes no se aplica una
gran diligencia y cuidado; basta un descuido, aun en lo mínimo,
para ocasionar gravísimos males a los enfermos.
XVII.
Por lo que toca al cuidado de las vírgenes, es tanto mayor el
temor, cuanto es este un bien más precioso, y el rebaño más
digno de un rey que los otros; pero habiéndose introducido
ahora en el coro de estas santas una infinidad de gente llena de
innumerables males, el trabajo se hace más difícil. Pues así
como no es lo mismo el pecado de una doncella noble, que el
de su sierva; así tampoco el de una virgen, y el de una viuda:
porque éstas tienen por una cosa indiferente el usar de las
burlas, el injuriarse mutuamente, el adular, el ser descaradas, el
dejarse ver por todas partes, y el andar vagueando por la plaza;
pero la virgen se ha impuesto mayores obligaciones: es
emuladora de la filosofía celestial, y hace profesión de
representar en la tierra el modo de vivir de los ángeles; y su
propósito es, hacer, vestida de esta carne, aquéllo que hacen
las potestades incorpóreas. No le conviene hacer frecuentes e
inútiles salidas de casa, ni se le permite emplearse en discursos
vanos y fuera de propósito, debiendo ignorar aun el nombre de
las villanías y de la adulación.
Por esto tiene necesidad de una guardia muy segura y de
mayor atención, porque el enemigo de la santidad está siempre
alerta y les pone asechanzas pronto a devorarlas, si acaso
desliza alguna, o cae. Además muchos hombres procuran
seducirlas, juntándose a todos estos el furor de la naturaleza, y
por decirlo en una palabra, tiene que estar preparada a
sostener dos guerras; una que la asalta exteriormente, y otra
que la turba por la parte interior.
Por esto, grande debe de ser el temor de quien tiene sobre sí
este cuidado, esperándole mayor peligro y dolor si acaeciese (lo
que jamás suceda) alguna cosa que no se quiere: [66] "porque
si una hija escondida, ocasiona vigilia a un padre, y el cuidado
que tiene de ella, aparta el sueño de sus ojos"; siendo tan
grande su temor, o de que sea estéril, o de que se le pase la
edad de poderse casar, o de que pueda ser odiada de su
marido: ¿qué padecerá aquél, que no tiene el pensamiento
puesto sobre alguna de estas cosas, sino de otras mucho
mayores? Porque aquí no se trata del desprecio de un marido,
sino del que se hace al mismo Cristo: ni la esterilidad se reduce
solamente a oprobios, sino que el mal va a terminar en la
perdición del alma. [67]"Porque todo árbol, dice la Escritura, que
no da buen fruto, es cortado, y se arroja al fuego." Y a la que es
aborrecida por el esposo, no basta tomar libelo de repudio, y
retirarse; si no que le dan por pena del odio un eterno castigo.
Y el padre natural tiene muchas cosas, que le hacen fácil la
custodia de la hija; porque la madre, la ama, la multitud de los
criados, y la seguridad de la casa, sirven al padre de socorro
para guardar más fácilmente la virgen. Ni se le permite salir en
público de continuo, ni cuando sale tiene necesidad de hacerse
ver de todos los que la encuentran; siendo cierto, que no menos
la oscuridad de la tarde, que los muros de la casa, pueden
ocultar a la que no quiere dejarse ver. Fuera de que no tiene
pretexto alguno, por el que esté obligada a comparecer delante
de los hombres. Porque ni el pensamiento de las cosas
necesarias, ni los ultrajes de los hombres injuriosos, ni alguna
otra causa semejante, la pone en necesidad de tal encuentro,
sirviéndole el padre por todos. A ella sólo le queda un cuidado,
que es no hacer ni decir cosa que sea indigna de su persona, ni
de la honestidad que le conviene.
Pero aquí son muchas las cosas, que hacen al padre
espiritual difícil, o tal vez imposible la custodia; porque ni puede
tenerla consigo dentro de casa, por no serle decente, ni sin
peligro semejante cohabitación. Y aun cuando de aquí no
sintiesen daño, y guardasen constantemente una sincera
santidad, deberían, no obstante, dar cuenta de aquellas almas
que habían escandalizado del mismo modo que si entre sí
hubieran pecado. Ahora, siendo esto imposible, no se pueden
fácilmente conocer los movimientos del alma, ni cercenar las
cosas que brotan superfluamente, ni cultivar mejor las que
están en buen orden, y proporción, reduciéndolas a mejor
estado: ni es fácil tampoco indagar las salidas de casa; porque
la pobreza y el desamparo en que se halla, no le permiten
inquirir sutilmente la honestidad que le conviene. Estando
obligada a hacer por sí todas las cosas, tiene con esto muchos
pretextos de salir de casa, si no quiere vivir honestamente. Y es
necesario, que el que la manda, esté continuamente dentro de
ella, y corte estas ocasiones, atendiendo a proveerlas de todo
lo necesario, y de una mujer, que la sirva en estas cosas. Es
necesario tenerla lejos de los funerales y de las vigilias
nocturnas; porque sabe aquella astutísima serpiente, sabe
sembrar su veneno por medio aun de las obras buenas. Y se
necesita, que la virgen por todas partes esté cercada de un
muro y que salga pocas veces de casa en todo el año, y
solamente cuando la obliguen motivos inevitables y forzosos.
Y si alguno dijere que ninguna de estas cosas es obra que
debe tratar el obispo, sepa que en cada una de ellas, los
cuidados y las culpas recaerán sobre él. Es, pues, mejor, que
manejándolo por si todo, se libre de los cargos, que es
necesario vengan sobre él por los delitos de los otros; y que
dejada a otros la administración, tenga que temer dar cuenta de
lo que otros hicieron.
Fuera de esto, el que todo lo maneja por sí, fácilmente
ejecuta todas las cosas; pero el que es obligado a hacer esto, a
fuerza de persuadir los pareceres de todos, no consigue el
quedar libre de dar por sí tanto alivio, cuantas son las
inquietudes y turbaciones que le ocasionan los que se le
atraviesan y contrastan sus sentimientos.
No podría yo reducir a número todos los cuidados que se
requieren sobre las vírgenes; porque aun cuando debe hacerse
la elección de ellas, el que tiene a su cargo este ministerio no
tiene que atender a un negocio de poca consideración.
La parte que pertenece a los juicios encierra infinitas
molestias, un grandísimo trabajo y tantas dificultades, cuantas
no sostienen los jueces seculares; porque el hallar lo justo no
es pequeña dificultad; y aun después de hallado, es difícil el no
violarlo. Y no solamente aquí se encuentra trabajo y dificultad,
sino un peligro no pequeño; porque algunos de los más
enfermos, después de haberse enredado en pleitos y negocios,
hicieron naufragio en la fe por no tener quien los socorriese.
Muchos también de los que recibieron alguna injuria aborrecen
a los que no les dan auxilio, del mismo modo que a los que los
injuriaron; ni quieren hacerse cargo del desorden de las cosas,
ni de la dificultad de los tiempos, ni de la cortapisa que tiene la
potestad sacerdotal, ni de otra semejante, sino que son jueces
inexorables, y que no entienden de otra defensa, sino de verse
libres de los males de que se hallan oprimidos; y aquél que no
puede ponerlos en libertad, aunque exponga mil motivos, de
ningún modo podrá escapar de que le condenen.
Pero supuesto que he hecho mención de lo que es patrocinio,
espera te declararé otra causa que hay de quejas; porque si el
que posee un obispado no va rodando cada día por todas las
casas, más aun que los que no tienen otra ocupación, se le
originarán de aquí disgustos increíbles. Y no sólo sucede esto
con los que están enfermos, sino también con los sanos,
deseando ser visitados por el obispo, inducidos, no de algún
motivo de religión, sino que por la mayor parte pretenden esto
por honor y por dignidad. Si alguna vez sucede que lo haga con
más frecuencia con alguno de los más ricos y poderosos por
pedirlo así alguna necesidad urgente en utilidad del común de
la Iglesia, sin otra reflexión se le apropia la reputación de
lisonjero y adulador.
¿Y qué hablo yo de patrocinios, y de visitas? solamente por
las salutaciones, cargan sobre él un tan grande peso de quejas,
que oprimido muchas veces, se ve abatido por la tristeza.
Deben dar cuenta aun de sus miradas; porque el vulgo examina
con sutileza sus acciones, aun las más sencillas, y consideran el
tono de la voz y el gesto del semblante, y miden la cantidad de
la risa. A fulano, dice alguno, se le ha sonreído y le ha saludado
con un semblante alegre y en voz alta; pero a mí, solamente de
paso y por encima; y si estando muchos sentados no vuelve la
vista cuando habla a todas partes, reciben esto los demás como
un ultraje. ¿Quién, pues, que no tenga un espíritu muy robusto,
podrá resistir a tantos acusadores, ya sea para quedar libre
enteramente de sus cargos, o para poder desembarazarse de
ser culpado? Porque es necesario no tener acusadores, mas si
esto es imposible, conviene dar descargo a los delitos que se le
acumulan. Y si aun esto no es fácil porque algunos encuentran
su gusto en acusar temerariamente y sin consideración, se
necesita resistir generosamente a la tristeza de sus quejas.
El que es acusado justamente, soporta con facilidad al que le
acusa; porque no habiendo acusador más acervo que la misma
conciencia, si éste nos sorprende primero, que es el más
terrible de todos, sufrimos más fácilmente a los acusadores
externos, en quienes se halla mayor suavidad.
Pero aquél en quien no se halla conciencia de algún hecho
malo, cuando es acusado injustamente se deja llevar con
prontitud por la ira, y con facilidad pierde el ánimo, si por otra
parte no está bien preparado de antemano para soportar las
manías del vulgo. Porque no es posible, no, que deje de
inquietarse aquél que es temerariamente calumniado y
condenado, y que no sienta en sí algún movimiento a la vista de
una cosa tan poco razonable.
¿Y quién podrá contar los dolores que padecen, cuando es
necesario separar a alguno del cuerpo de la Iglesia? ¡Ojalá el
mal se quedase sólo en dolor! pero al presente se experimenta
una ruina no pequeña. Hay, pues, que temer, no sea que
castigado más de lo justo, no padezca lo que dejó dicho San
Pablo; esto es, "que quede anegado de la abundancia del
dolor".
Extremada diligencia se necesita aquí también, para que no
se le convierta en ocasión de mayor daño, lo que había de ser
motivo de su alivio: porque el médico que no hubiere cortado
bien la herida, tendrá parte en la ira que corresponde a cada
uno de los pecados que cometiere aquél, después de
semejante curación. ¿Cuántos castigos no puede temer,
cuando se le pida cuenta, no solamente de los pecados en que
por sí mismo ha incurrido, sino cuando se vea puesto en el
último riesgo por lo que hicieron los otros? Y si tememos por la
cuenta que hemos de dar por nuestros propios pecados, como
que no podremos escapar de aquel fuego, ¿qué no podrá temer
ha de sufrir, aquél que tenga que defenderse de tantas cosas?
En confirmación de esta verdad, oye a San Pablo, o mejor diré,
al mismo Cristo, que hablaba en él: "Obedeced a vuestros
superiores y estadles sujetos, porque ellos velan sobre vuestras
almas, como que han de dar cuenta de ellas".
¿Te parece de poca consideración el temor que consigo lleva
esta amenaza? no es fácil decir cuan grande sea. Ahora bien,
todas estas cosas bastan para persuadir a los más tercos y
obstinados que esta huida la hemos hecho, no sorprendidos de
algún motivo de soberbia o vanagloria, sino solamente temiendo
a nosotros mismos y atendiendo a la suma gravedad del
ministerio.
........................
35. Exod. 28. Véase la misteriosa explicación de todos estos ornamentos
en Agustín Calmet y en el Tabernaculum foederis de Bernardo Lamy.
36. Sólo el Sumo Sacerdote entraba una vez al año en lo interno del
Santuario, en la Fiesta de la Expiación.
37. II Cor. III. 10.
38. 3 Reg. 18. f.
39. Mat. 18. 18.
40. Joan. 20. 23.
41. Jo. V. 22.
42. Joan. 3. 5.
43. Jo. 4. 52.
44. Lev. 14.
45. Numer. 16. Estos fueron Core y Abiron, los cuales movieron una
sedición contra Moisés y Aarón, pretendiendo serles iguales; pero la
tierra, que se abrió bajo de sus pies y los tragó vivos, castigó su
soberbia.
46. Jacob. V. 14.
47. 2. ad Cor. 12. 2.
48. I Cor. 2. 5.
49. 2 Cor. 11. g.
50. Rom. 9. 3.
51. I Cor. 14. 34.
52. I. Tim. 2. 12.
53. I Cor. 14. 34.
54. I Tim. 3. a.
55. Mat. V. 11.
56. I. Tim. 3. 2.
57. Matth. 5. 22.
58. Prov. XV. 1.
59. Daniel. 3. c.
60. 1 Cor. 12. 26. Las palabras del Apóstol son estas: Et sive patitur
unum membrum, compatiuntur omnia membra: sive glorificatur unum
membrum, congaudent omnia membra.
61. I Cor. 2. 11.
62. Mat. 26. 67. Philip. 11. 7.
63. Ezech. 18. 23. y 23. 33.
64. Ecles. 4. v. 8.
65. Ecl. XVIII. 15.
66. Eccl. 42. 9.
67. Matth. 3. 10.
I.
Oídas estas cosas por Basilio, y permaneciendo en silencio
algún rato, dijo: Sería razonable ese temor, si tú hubieras
solicitado ambiciosamente esta dignidad; porque aquél que se
juzga idóneo para manejar este empleo, solicitando el
obtenerlo, después que le ha sido confiado no puede recurrir al
pretexto de su ignorancia en lo que errare; porque
anticipándose con el correr precipitadamente a arrebatar este
ministerio, él mismo se privó de esta defensa. Ni podrá tampoco
alegar, por haberse introducido en él voluntariamente, y por su
gusto: yo, sin querer, he faltado en esto, involuntariamente he
destruido este negocio. Podrá en semejante ocasión replicarle,
el que fuere su juez, sobre este punto: ¿pues cómo, sabiendo
tu propia insuficiencia, y no teniendo ciencia bastante para
manejar, sin errar, un tal ministerio, te apresuraste y atreviste a
tomar sobre ti cosas tan superiores a tus fuerzas? ¿Quién te
violentó? ¿Quién por fuerza te arrastró, resistiéndolo tú y
huyendo?
Pero tú no podrás oír jamás alguna de estas cosas; porque ni
reconoces semejante delito, y por otra parte es notorio a todos,
que ni poco, ni mucho has solicitado este honor, sino que lo has
tenido por la solicitación de otros. Ahora bien, lo que impide a
aquéllos el tener perdón en lo que pecaren, te da a ti materia
muy cumplida para tu defensa.
Juan: Al oír yo estas razones, moviendo la cabeza, y
sonriéndome blandamente, admiré la sencillez de este hombre y
le respondí de esta suerte: quisiera yo verdaderamente, ¡oh
amigo!, a quien entre todos más estimo, que la cosa pasase
como dices; aunque no para poder aceptar este ministerio, que
ahora he rehusado; porque aunque no me esperase castigo
alguno por gobernar sin atención y sin ciencia el rebaño de
Jesucristo; con todo, habiéndome sido confiadas cosas de tan
grande peso, tendría por la pena más terrible, el haber de
comparecer tan indigno a vista de aquél que me lo confió.
¿Por qué, pues, te parece que desearía yo, que no fuese
falsa esta tu opinión? no por otro motivo, sino para que puedan
aquellos infelices y desgraciados (así conviene llamar a los que
no hallan el modo de administrar bien este empleo, aunque tú
digas mil veces, que han sido llevados por fuerza y que pecan
por ignorancia) para que puedan, digo, librarse de aquel fuego
inextinguible, de aquellas tinieblas exteriores, del gusano que
nunca muere, para que no sean separados de los escogidos, y
confundidos con los hipócritas. ¿Pero qué quieres que te haga?
La cosa no es así, no.
Si quieres, comenzaré, para confirmación de lo que llevo
dicho, a probar esto por el reino, que en la aceptación divina,
no es de tanta consideración como el sacerdocio. Aquel Saúl,
hijo de Cis, no fue hecho rey porque él lo solicitase; sino que
habiendo salido en busca de unas borricas, se fue al profeta
para preguntarle sobre ellas. Este le introdujo en discursos
sobre el reino; y ni aun así, aunque lo oía de la boca de un
profeta, corrió al reino ambiciosamente, sino que se retiraba y lo
rehusaba diciendo: ¿Pues quién soy yo, y qué consideración
merece la casa de mi padre? ¿Pues qué? Después de haber
usado mal del honor que Dios le había dado, pudieron acaso
librarle del enojo de quien le había elegido rey, estas palabras
de disculpa con que podía responder a Samuel cuando le
reprendía: ¿por ventura, he corrido yo por mí al reino? ¿acaso
he solicitado yo este imperio? Yo quería tener una vida
particular, tranquila y sin cuidados; tú eres el que me has
arrastrado a esta dignidad; si yo hubiera permanecido en
aquella humildad, me hubiera librado fácilmente de estos
encuentros porque siendo uno de tantos, y sin nombre, no
hubiera sido enviado a esta empresa, ni Dios me hubiera
encomendado la guerra contra los amalecitas; y no habiendo
tenido esta comisión, tampoco hubiera incurrido en este
pecado. Pero todas estas cosas son débiles para la defensa; y
no solamente débiles, sino muy peligrosas, y que encienden
más y más la indignación divina; porque habiendo sido honrado
sobre su mérito, no debía oponer la grandeza del honor
recibido por defensa de sus pecados, sino servirse como de
motivo para aprovecharse más y más del gran favor que Dios le
había hecho. Aquél, pues, que por haber obtenido una dignidad
mayor de lo que le convenía juzgaba que por esto mismo le era
lícito pecar, daba a entender que la clemencia divina era sola la
causa de sus pecados. Es lo que acostumbran decir los impíos
y los que viven sin cuidado alguno de su salvación; pero
nosotros no debemos tener iguales sentimientos, ni incurrir en
la misma locura de estos tales, sino procurar por todas partes
poner por obra todo lo que alcancen nuestras fuerzas;
manteniendo igualmente religiosa nuestra lengua y nuestro
pensamiento.
Y dejando ahora a un lado el reino; pasemos al sacerdocio
que es del que tratamos. Bien cierto es que Helí no procuró
obtener esta dignidad. [68]¿Pero de qué le sirvió esto cuando
pecó? ¿Y qué digo para obtenerla? No podía por la necesidad
de la ley, rehusarla aunque quisiese. Siendo de la Tribu de
Levi, necesariamente había de recibir una potestad que le
venía por sucesión de sus mayores. Con todo, no fue pequeño
el castigo que experimentó por la insolencia de sus hijos. Y
aquél que fue el primer sacerdote de los hebreos, de quien tuvo
Dios con Moisés tantos discursos, después que no pudo resistir
sólo al furor de tan grande muchedumbre, ¿no es cierto que
estuvo para perderse, si la interposición de su hermano no
hubiera mitigado la divina indignación? Y por cuanto hemos
hecho aquí memoria de Moisés, no será malo demostrar la
verdad de este discurso, por lo que a él le sucedió. [69]Este
mismo bienaventurado Moisés estuvo tan lejos de pretender el
principado de los judíos que aun habiéndoselo dado, lo
rehusaba; y aun mandándoselo Dios, lo resistía: y esto fue con
tanto extremo que irritó al mismo que se lo daba. Y no
solamente entonces, sino también después cuando se hallaba
ya en el principado, hubiera con gusto escogido la muerte por
librarse de él: [70]"Mátame, dijo, supuesto que quieres tratarme
así".
¿Pues qué, después que pecó al agua, pudieron estas
continuadas resistencias servirle de defensa y mover a Dios
para que le perdonase? ¿Y por qué otro motivo fue privado de
la tierra prometida? Por ningún otro, como todos sabemos, sino
por este pecado, por el que aquel maravilloso varón no pudo
conseguir lo que lograron sus súbditos. Sino que después de
tantos trabajos, y calamidades, después de extravíos tan
inmensos, después de las guerras, y trofeos, murió lejos de
aquella tierra por la que había sufrido tantas fatigas; y habiendo
pasado los trabajos del mar, no pudo gozar de los bienes del
puerto.
¿Ves, pues, como no queda algún lugar de defensa en las
cosas en que pecaren, no solamente a los que arrebatan este
ministerio, sino a los que llegan a él por la solicitación y empeño
de otros? Porque si aquéllos que rehusaron muchas veces a
Dios, que los escogía, fueron castigados con tanto rigor; e
igualmente ninguna cosa pudo librar de aquel peligro, ni a [71]
Aaron, ni a Heli, ni a aquel bienaventurado Varón, Santo,
Profeta, [72]admirable, el más humano de cuantos hombres se
hallaban en la tierra, a aquél que como un amigo hablaba con
Dios; mucho menos a nosotros, que estamos tan distantes de
su virtud, podrá servir de defensa el conocimiento de que no
hemos solicitado esta dignidad; particularmente proviniendo la
mayor parte de estas elecciones, no de la gracia de Dios, sino
de los empeños de los hombres.
[73] Dios eligió a Judas, lo puso en aquel santo colegio
dándole juntamente la dignidad de apóstol y aun le añadió
alguna cosa más que a los otros; esto es, la administración del
dinero. ¿Pues qué, pudo huir del castigo por haber usado mal
de uno y otro, vendiendo al mismo que le había encargado que
le predicase y administrando mal el dinero que se le había
confiado? No por cierto; antes bien esto mismo fue lo que le
fabricó un castigo más severo, y con justa razón: porque no es
justo abusar de los honores recibidos de Dios para ofenderle;
sino que se deben emplear en agradarle mayormente.
El que habiendo sido promovido a una honra mayor que su
mérito pretende por esto librarse del castigo que merecen sus
excesos se conduce igual que alguno de los incrédulos judíos
que al escuchar a Cristo decir: [74]"Si yo no hubiera venido y no
les hubiera hablado, no tendrían algún pecado; y si yo no
hubiese hecho entre ellos milagros, que ningún otro ha hecho,
no tendrían pecado" acusa al salvador y bienhechor diciendo:
¿por qué has venido y has hablado? ¿por qué hiciste milagros?
¿acaso para castigarnos con más rigor? Pero estas son
palabras del último furor y locura. El médico no vino para
condenarte, sino para curarte; no para desecharte enfermo,
sino para librarte enteramente de la enfermedad. Tú mismo
voluntariamente te has escapado de sus manos. Recibe, pues,
un castigo más grave. Y del mismo modo que si te hubieras
sujetado a la cura, te hubieras librado aun de los primeros
males; así, porque huiste de él, teniéndole presente, no podrás
ya lavar estas culpas; y no pudiendo lavarlas, serás castigado
por esto; y también porque cuanto estuvo de tu parte, hiciste
inútil el trabajo del médico. Por esto no recibirás igual castigo,
sino mucho mayor que antes de haber sido elevado por Dios a
tales honores. El que no se mejora con los beneficios recibidos,
es justo que sea castigado con mayor rigor. Y por cuanto he
demostrado que para nosotros es de poca fuerza esta defensa;
y que no sólo no salva a los que recurren a ella, sino que los
hace más reos, es necesario buscar otro refugio.
Basilio: ¿Cuál será éste? yo ya no puedo estar en mí: tan
turbado y tan lleno de temores me han dejado tus palabras.
II.
Crisóstomo: No quieras, respondí, te ruego y suplico, no
quieras abatirte tanto. Queda aún, sí, algún refugio. Para
nosotros que somos débiles, lo es el no entremeternos de modo
alguno en semejante dignidad; y para vosotros fuertes, el de no
tener puestas las esperanzas de vuestra salud en otra cosa
alguna, sino en no hacer, después de la gracia de Dios, cosa
que sea indigna de este don, ni de Dios, que lo dio. Serían sin
duda dignos del mayor castigo, aquéllos que habiendo
conseguido esta dignidad por ambición y por solicitación
abusasen de ella, o por pereza, o por malicia, o por falta de
ciencia. Pero no por esto queda algún perdón a los que no la
solicitaron; antes bien quedan estos privados de todo lugar de
defensa.
Conviene, pues, según yo entiendo, que aunque sean
millares los que te llamen y estimulen, no atiendas a lo que te
dicen; sino que examinando antes las fuerzas de tu alma y
haciendo de todo un examen diligente, cedas de este modo a
los que te hicieren fuerza. Ninguno se atrevería a hacer fabricar
una casa sin ser arquitecto; ni otro que ignorase la medicina, se
atrevería a tocar los cuerpos enfermos; y aunque fuesen
muchos los que quisiesen obligarle a esto, se excusaría, y no
tendría vergüenza de confesar su ignorancia.
¿Y el que ha de tomar a su cargo el cuidado de tantas almas,
no entrará primero en cuentas consigo mismo? ¿aunque se
reconozca el más inútil de todos, recibirá el ministerio porque
fulano lo manda; porque el tal le hace fuerza, y por no ofender a
aquél otro? ¿Cómo, pues, no podrá caer juntamente con ellos
en una ruina manifiesta? ¿Por qué, pudiendo conseguir por sí
mismo la salud, junta a su propia ruina la de otros? ¿de dónde,
pues, puede esperar la salud? ¿dónde hallar el perdón?
¿quiénes serán los que intercederán entonces por nosotros?
¿Acaso aquéllos que al presente nos violentan y nos llevan por
fuerza? ¿y quién en este tiempo los salvará a ellos mismos?
Aun ellos tienen necesidad de otros para escapar del fuego
eterno.
Ahora, para que veas que yo no te digo esto por espantarte,
sino porque en la realidad es así, oye lo que dice San Pablo a
su discípulo Timoteo, su verdadero y amado hijo: [75]"No
pongas inconsideradamente las manos sobre alguno, porque
no tengas parte en los pecados ajenos". ¿Ves tú de cuanta, no
digo reprensión, sino castigo, hemos librado, a lo menos cuanto
estuvo de nuestra parte, a los que querían conducirnos a este
grado?
Y así como a los que han sido elegidos, no basta para su
defensa el decir: "yo no he venido llamado por mí, y no lo he
rehusado, porque no lo he previsto"; así tampoco puede
aprovechar a los electores la excusa de que no tenían
conocimiento del elegido; antes bien por esto mismo se hace
mayor su culpa porque elevaron a tal grado al que no conocían;
y lo que parecía defensa, agrava mucho más la acusación.
¿Cómo, pues, no será una cosa absurda, que los que
quieren comprar un esclavo, lo hagan ver a los médicos, pidan
fiadores de la venta, pregunten a los vecinos; y aun después de
todo esto no se fían, sino que quieren mucho tiempo para la
prueba; y que los que han de destinar a alguno a un tan gran
ministerio; sin reflexión, y como sale, formen su testimonio, y
juicio, según el favor u odio de otros, sin hacer otro examen
alguno? ¿Quién, pues, nos librará entonces de la pena, si los
que debían protegernos, necesitan de patrocinio?
Conviene, pues, que el elector haga un examen muy atento;
pero mucho mayor ha de ser el que debe hacer el elegido,
porque aunque tenga a los electores por compañeros en el
castigo de los pecados, no por eso quedará él libre de la pena;
antes la tendrá mayor, si no es que aquéllos por algún motivo
humano hubieren obrado contra su dictamen y contra la propia
razón. Porque si incurrieren en semejante pecado, y
conociendo a alguno por indigno, por algún motivo particular le
hubiesen promovido, serán castigados igualmente los unos y
los otros, y aun con más severidad aquéllos que han promovido
a un indigno. Aquél que da la potestad a uno que quiere
corromper la Iglesia tendrá la culpa de todos los males que se
atreviere a ejecutar.
Pero si la conciencia no le acusa de alguna de estas cosas,
sino que dice haber sido engañado de la opinión del vulgo; no
por esto queda libre de la pena, sino que tendrá un castigo algo
menor que el elegido. ¿Pues por qué esto? porque no es
extraño que los electores, engañados de una falsa opinión,
vengan a este paso; pero el que ha sido elegido, no podrá
decir: "yo no me conocía", como lo pueden decir de él los otros.
Así como deberá ser castigado más gravemente que aquéllos;
así, es necesario que haga una prueba más rigurosa de sí
mismo. Y si aquéllos por ignorancia le quieren promover,
sálgales él al encuentro e infórmeles por menor de todas las
causas que puedan sacarles del error, y manifestándose
indigno del ministerio, huya el grave peso de negocios tan
grandes.
¿Cuál es, pues, la causa, de que debiéndose deliberar sobre
una expedición militar, sobre el comercio, sobre la agricultura, y
otras cosas semejantes que pertenecen a la vida humana, ni el
labrador elegiría el oficio del marinero, ni el soldado el del
labrador, ni el piloto el del soldado, aunque les amenazasen con
mil muertes? No por otra cosa, sino porque cada uno prevería
el peligro que sobrevendría por su ignorancia.
Ahora bien, donde el daño es de cosas de tan poca monta,
usaremos de tanta providencia, y de ningún modo cederemos a
la violencia de los que nos quieren hacer fuerza; y donde
espera un castigo eterno a los que no saben manejar el
sacerdocio, sin consideración, y como ocurre, hemos de
entrarnos en un peligro tan grande, dando por pretexto la
violencia de otros? Pero no lo tolerará entonces el que nos
juzgará sobre tales cosas. Era debido que mostrásemos mayor
atención en las cosas espirituales que en las carnales; y ahora
se encuentra, que ni aun es igual la que ponemos.
Dime ahora por tu vida, si creyendo nosotros que un hombre
era arquitecto, no siéndolo, le llamásemos a trabajar, y él
viniese; y después tomando en las manos los materiales
prevenidos para la fábrica, destruyese las maderas,
quebrantase las piedras, y edificase la casa de tal modo, que
luego padeciese ruina; ¿le serviría a este de defensa, el haber
sido obligado por otros, y el no haber venido por su voluntad?
De ningún modo, y con mucha razón y justicia porque debía
rehusarlo, aunque otros le llamasen.
Pues ahora bien: si a aquél que destruye las maderas y las
piedras, no le queda alguna defensa para dejar de ser
castigado; el que precipitó las almas y edifica sin atención
alguna, ¿podrá persuadirse, que le basta la violencia ajena
para evitar el castigo? ¿No es esta una necedad muy grande?
No quiero añadir, que ninguno puede ser forzado, sino aquél
que quiere serlo. Pero concédase, que haya padecido una
inmensa violencia y artificios tan varios, que haya debido ceder.
¿Acaso esto le librará del castigo? No engañemos, por vida
nuestra, en una cosa tan grave y no finjamos ignorar lo que
saben muy bien hasta los más niños. Nada nos podrá
aprovechar al tiempo de dar las cuentas, el fingir esta
ignorancia. Tú no solicitaste el conseguir esta dignidad,
conociendo tu propia enfermedad. Muy bien está esto, pero se
necesitaba que con el mismo propósito la rehusaras, aun
cuando otros te llamasen. ¿Pues qué, cuando ninguno te
llamaba eras débil e inhábil; y ahora que se han hallado los que
te confíen este honor, de repente te has encontrado fuerte? es
cosa ridícula y digna del mayor castigo. Por esto exhorta el
Señor a aquél que quiere edificar una torre que no eche los
cimientos sin haber primero considerado las propias facultades,
para no dar a los que pasan mil ocasiones de burlársele. Y aun
en esto, el daño sólo llega hasta la burla. Pero aquí, el castigo
es un fuego inextinguible, un gusano que nunca muere; el
rechinar de dientes, las tinieblas exteriores, el ser weparado de
los escogidos y puesto en el número de los hipócritas.
Pero ninguna de estas cosas quieren reflexionar aquéllos que
nos acusan; pues de otra suerte dejarían de reprenderme,
porque no quise temerariamente condenarme.
No se trata ahora aquí de una administración de trigo, de
cebada, de bueyes, de ovejas, o de otras cosas semejantes,
sino del mismo Cuerpo de Jesucristo. La Iglesia de Cristo,
según San Pablo, es el Cuerpo de Cristo. El que la tiene a su
cargo, necesita reducirla a un buen estado y a una excelente
belleza, mirando por todas partes que no haya en alguna de
ella, ni mancha, ni arruga, ni lunar, ni otro vicio semejante que
pueda afear su honestidad y hermosura. ¿Y qué otra cosa debe
hacer finalmente, sino cuidar cuanto alcancen las fuerzas
humanas, que este cuerpo sea digno de aquella cabeza que
tiene encima, inmortal y bienaventurada?
Y si los que atienden a la buena complexión para la lucha,
tienen necesidad de médicos y de maestros de palestra, de una
dieta rigurosa, de un continuo ejercicio y de una atengión
inmensa: (porque cualquier cosa en ellos, por pequeña que
sea, descuidada, puede arruinarlo todo y echarlo por tierra)
aquéllos a quienes tocó la suerte de curar este cuerpo que ha
de combatir, no contra los cuerpos, sino contra las potestades
invisibles, ¿cómo podrán conservarlo sano y entero, si no
exceden de mucho la virtud humana y no saben todos los
medios útiles y proporcionados para curar un alma? ¿Ignoras,
acaso, que este cuerpo del que hablamos, está sujeto a más
enfermedades y asechanzas que lo que está nuestra carne y
que se corrompe más prontamente que aquélla, y recobra la
salud con más lentitud?
III.
Por lo que mira a los que curan los cuerpos, se ha
encontrado variedad de medicinas y diverso aparato de
instrumentos y alimentos convenientes a los enfermos. Júntase
a esto, que sola la cualidad de los aires ha bastado muchas
veces para dar la salud al enfermo; y alguna, el sueño que
sobrevino oportunamente libró al médico de todo trabajo.
Pero aquí, ninguna de estas cosas puede pensarse.
Solamente después del bien obrar, queda un arte y modo de
curar que es la doctrina por medio del discurso. Éste es el
instrumento, éste el alimento y éste el mejor temperamento de
aire; éste el que hace veces de medicina, de fuego, y de hierro;
y si se necesita cauterizar o cortar, de éste conviene servirse. Y
si éste no tiene alguna fuerza, todo lo demás es superfluo. Con
éste damos aliento a un alma abatida, la contenemos inflamada,
cortamos lo superfluo, suplimos lo que falta y hacemos todas las
otras cosas que sirven para la salud del alma.
Y a la verdad, para arreglar muy bien tu vida, puede la de
otro conducir a una igual imitación; pero si en el alma ha
entrado una enfermedad de doctrinas bastardas, aquí es muy
necesario el discurso, no sólo para la seguridad de los
domésticos, sino también para combatir contra los enemigos
externos. Porque si alguno tuviese la espada del espíritu y el
escudo de la fe de tal modo dispuesto que pudiese hacer
milagros, y por medio de prodigios cerrar la boca a los
maldicientes, no habría necesidad de valerse del discurso; o
por mejor decir, aun en este caso no sería inútil la fuerza y
eficacia de la palabra, sino antes bien muy necesaria. Y San
Pablo usó de ella, aunque por otra parte fuese admirado por
sus prodigios. Y otro del mismo colegio, exhorta a que se tenga
gran cuidado de esta facultad, diciendo: [76]"Estad siempre
prontos a defenderos con todo aquél que os pida razón de la
esperanza que hay en vosotros". Y todos, de común acuerdo,
en aquel tiempo no tuvieron otro motivo para encomendar a
Esteban y a sus compañeros el cuidado de las viudas, sino para
atender ellos libremente al ministerio de la palabra. Bien que no
deberíamos cuidar tanto de éste, si tuviéramos la virtud de
hacer milagros.
Y si no nos ha quedado ni aun señal de tal virtud, y por otra
parte nos oprimen de todos lados continuos enemigos, por
necesidad no nos queda otro recurso, sino el de pertrecharnos
bien de estas armas, ya para no quedar expuestos a los tiros de
los enemigos, ya también para poder herirles.
IV.
Por esto debemos poner la mayor atención, en que habite en
nosotros abundantemente la palabra de Cristo. No es una sola
la especie de pelea que nos está preparada; sino que es muy
variada esta guerra y compuesta de diversos enemigos. Ni
tampoco se sirven todos ellos de las mismas armas, ni
pretenden asaltarnos de un mismo modo. Es, pues, necesario
que quien quiera emprender esta batalla contra todos esté bien
informado de los artificios que todos usan; y que a un mismo
tiempo sea arquero, hondero, centurión, cabo, soldado y
capitán, caballero y peón, y práctico en las batallas navales y
en los sitios de las Plazas.
En los choques militares, cada uno en el empleo que ha
tomado, procura resistir a los que se le oponen; pero aquí no
sucede lo mismo. Aquél que pretende vencer, si no está
instruido en toda especie de artificios, sabe el demonio, por sola
una parte que encuentre abandonada, introduciendo sus
corsarios, arrebatar las ovejas; pero no así, cuando ve que el
pastor se halla bien pertrechado de toda ciencia y que conoce
muy bien sus asechanzas.
De aquí es que necesita fortificarse bien por todas partes.
Una ciudad que se halla bien guarnecida de muros por todos
lados se burla de los que la tienen sitiada, estando en gran
seguridad; pero si alguno rompe la muralla, aunque no sea más
que el espacio de una puertezuela, de nada le sirve todo el
restante contorno de los muros, aunque todo lo demás tenga la
mayor firmeza y seguridad. Del mismo modo sucede en la
ciudad de Dios. Cuando en vez de muro la cerca por todas
partes la industria y prudencia del pastor, todas las astucias de
los enemigos se les convierten en burla, y risa; y los que
habitan dentro, permanecen sin recibir daño alguno; pero si
alguno por una parte la hubiese podido derribar, aunque no la
eche toda por tierra; con todo de una parte (por decirlo así) se
pierde el todo.
¿Y qué será, si mientras pelea varonilmente contra los
gentiles, la despojan los judíos? ¿y si aun cuando ha vencido a
estos dos, la saquean los maniqueos? ¿y si aun después de
haber ahuyentado a éstos, degüellan las ovejas que están
dentro, aquéllos que introducen el hado? ¿y para qué referir
aquí todas las herejías del diablo? las que si no supiere rebatir
bien todas el pastor, podrá el lobo, por medio de una sola,
devorar gran parte de las ovejas.
Por lo que toca a los soldados, es necesario esperar siempre
que seguirá la victoria o la pérdida a aquéllos que están en pie
o que combaten. Pero aquí es todo muy al contrario; porque
muchas veces la pelea de otros, hizo vencedores, estándose
quietos y sentados, a los que, ni pelearon desde el principio, ni
han puesto la menor fatiga. Aquél que no teniendo gran
destreza se traspasa con su propia espada, da que reír a los
amigos y enemigos.
Procuraré ponerte claro lo que digo, con un ejemplo. Los que
son secuaces de las locuras de Valentino y de Marción, y los
que están tocados de la misma enfermedad, excluyen del
catálogo de las Escrituras Sagradas la ley que dio Dios a
Moisés. Los judíos hacen de ella tanto aprecio que no obstante
la prohibición del tiempo procuran con mayor tesón observarla
totalmente contra la voluntad de Dios. La Iglesia de Dios,
huyendo del extremo de unos y otros, ha tomado el camino
medio, y juzga que no debemos someternos al yugo de la Ley:
pero no permite que sea blasfemada; antes bien quiere que se
alabe, aunque haya cesado, porque fue útil allá en su tiempo.
Conviene, pues, que el que ha de combatir con unos y con
otros, siga esta misma moderación. Porque si queriendo instruir
a los judíos, que ya fuera de tiempo se hallan asidos de la
legislación antigua, comenzare a reprenderla sin medida, dará
ocasión, no pequeña, a aquellos herejes que quieran
vituperarla; y si después, pretendiendo tapar la boca a éstos, la
ensalzare sin término, y la celebrare, como si al presente fuera
necesaria, abrirá la boca a los judíos.
Del mismo modo, aquéllos que están cogidos del furor de
Sabelio, y los que padecen la rabia de Arrio, los unos, y los
otros se apartaron de la sana creencia por su poca moderación.
Unos, y otros tienen el nombre de cristianos; pero si alguno
examinare sus dogmas, hallará que aquéllos no son de mejores
sentimientos que los judíos y que difieren solamente en los
nombres; y que los últimos tienen mucha semejanza con la
herejía de Paulo de Samosato; pero que todos se hallan fuera
del camino de la verdad.
Gran peligro hay aquí; angosto y estrecho es el camino y
amenazado por uno y otro lado de precipicios; y hay no poco
que temer, que queriendo herir al uno, no lo seas del otro.
Porque si dijeres que es una la divinidad, luego arrastra Sabelio
este tu dicho a su modo loco de pensar; y al contrario, si
distingues, diciendo ser uno el Padre, otro el Hijo, otro el
Espíritu Santo, llega Arrio y aplica la distinción de las Personas
a la diversidad de la esencia. Es, pues, necesario detestar y
huir la impía confusión de aquél, y la loca división de éste
confesando ser una misma la divinidad del Padre, del Hijo, y del
Espíritu Santo, añadiendo tres Personas; porque de este modo
podremos, como oponiendo un muro, rebatir los asaltos del uno
y del otro.
Yo podría decirte otros muchos encuentros, en los que si no
combates con todo valor y cuidado, no podrás retirarte de la
pelea, sino después de haber recibido mil heridas.
V.
¿Y quién podrá contar las contiendas de los domésticos, que
no son inferiores a los asaltos de los externos? Antes bien
ocasionan mayor trabajo y sudor a aquél que enseña; porque
algunos, por demasiada curiosidad inconsideradamente y sin
reflexión, quieren indagar aquellas cosas de que sabidas no se
saca provecho alguno, ni tampoco es posible saberlas.
Otros al contrario piden cuenta a Dios de sus juicios y
pretenden medir aquella inmensa profundidad cuando tus
juicios, dice la Escritura, son un gran abismo.[77]
Y encontrarás pocos que cuiden de la fe y del modo de vivir;
y por el contrario, muchos empleados vanamente en escudriñar
cosas, que no es posible encontrar, y que no pueden buscarse
sin ofensa de Dios. Porque si pretendiéremos saber lo que Dios
no ha querido que sepamos, ni lo sabremos: (porque ¿cómo
podrá ser esto si Dios no quiere?) y lo que sacaremos de aquí,
será solamente el peligro que trae consigo el indagarlo. Pero
con todo, siendo esto así, si alguno con su autoridad cerrase la
boca a los que se ocupan en escudriñar estas cosas
inexplicables, se granjearía un concepto de soberbio y de
ignorante. Por esto conviene usar aquí de una gran prudencia,
para que el prelado pueda apartarlos de cuestiones tan vanas y
se libre de las acusaciones sobredichas.
Ahora bien, para todas estas cosas no se ha dado algún otro
socorro que el de la palabra y si alguno careciere de esta
facultad, las almas de los que le son súbditos, hablo de los más
enfermos y curiosos, no se hallarán en mejor estado que los
navíos agitados continuamente de tempestades. Por esto debe
el sacerdote hacer todo el esfuerzo posible para adquirir esta
facultad.
VI.
¿Por qué, pues, dijo Basilio, no se cuidó San Pablo de
aplicarse a esta virtud? pues no se avergüenza de la pobreza
de su elocuencia, sino que confiesa claramente ser un idiota. Y
esto escribiendo a los de Corinto que eran admirados por su
elocuencia y que se gloriaban de ella en extremo.
Crisóstomo: Esto mismo es, respondí yo, lo que ha perdido a
muchos y los ha hecho descuidados para que se instruyesen en
la verdadera doctrina; porque no habiendo podido enteramente
penetrar la profundidad del sentimiento de San Pablo, ni
entender el sentido de las palabras, permanecieron toda su
vida sumergidos en el sueño y en la omisión, abrazando esta
ignorancia; no ya aquélla de que dice San Pablo ser
comprendido, sino otra, de que estuvo tan lejos como lo puede
estar otro hombre de los que viven debajo de este cielo.
Pero cortemos por un rato este discurso. Yo entretanto digo
esto: concedamos que fuese idiota en la parte que estos
pretenden; ¿qué tiene esto que hacer con los hombres que al
presente conocemos?
Porque tuvo otra facultad mucho más eficaz que la palabra y
capaz de obrar cosas mayores. Con sólo presentarse y
permanecer en silencio era terrible a los demonios; y si en el
tiempo presente se juntasen todos los hombres con mil
oraciones y lágrimas no tendrían la eficacia que en otro tiempo
tuvo el ceñidor de San Pablo. Sólo con ponerse a orar,
resucitaba los muertos, y obraba tales prodigios que los gentiles
le tuvieron por un Dios; y antes de salir de esta vida, mereció
ser arrebatado hasta el tercer cielo y ser participante de
palabras, que no es lícito oír a la humana naturaleza.
Pero los que viven ahora... No quiero decir cosa que parezca
dura u odiosa; ni digo estas cosas por insultarles, sino
solamente admirado de que no les cause empacho el pretender
compararse con un hombre de esta clase. Porque si, dejando a
un lado los milagros, pasamos a contemplar la vida de aquel
hombre bienaventurado, y buscamos con atención sus
angélicas costumbres, conocerás que este atleta de Cristo
conseguía más victorias con esta que con los milagros.
¿Quién podrá contar su celo, su mansedumbre, los continuos
peligros, los frecuentes cuidados y afanes por amor de la
Iglesia, la compasión por los enfermos, las muchas
tribulaciones, las siempre nuevas persecuciones, las muertes
cotidianas? ¿Y cuál es el lugar del mundo habitado, qué tierra
firme, o qué mar, adonde no haya penetrado la noticia de los
combates de aquel hombre justo? Le ha conocido aun la tierra
que no se habita, pues le recibió muchas veces en sus peligros
y sufrió todo género de asechanzas, y por todo camino llegó a
la victoria, no conociendo el fin de combatir, ni de triunfar.
Pero yo no sé cómo me he dejado insensiblemente llevar a
hacer a tal hombre una injuria como esta. Porque sus obras
ilustres son sobre toda oración; y exceden tanto la mía, cuanto
me exceden los que sobresalen en la elocuencia. Con todo, ni
aun por esto (porque aquel hombre no me juzgará por el buen o
mal suceso, sino por mi sana intención) cortaré mi discurso
hasta haber dicho lo que es tanto mayor que todo lo que queda
referido, cuanto él es superior a todos los hombres. ¿Cuál,
pues, es esto? después de hechos tan ilustres, después de mil
coronas, deseaba ir al infierno y ser entregado a una pena
eterna, a trueque de que se salvasen y uniesen con Cristo los
judíos, que muchas veces, cuanto estuvo de su parte, le habían
apedreado y dado la muerte. ¿Quién es el que ha amado de
este modo a Jesucristo? si es que este debe llamarse amor, y
no alguna otra cosa más excelente que amor. ¿Y nos
atreveremos aun a comparar con él, después de haber tenido
de lo alto tanta gracia? ¿después de tan grande virtud que
manifestó de su parte? ¿Y qué cosa puede haber más
temeraria?
Pero procuraré demostrar también aquí, que no fue tan idiota
como éstos tales pretenden. Llaman éstos idiota, no solamente
a aquél que no está ejercitado en los encantos de la elocuencia
del siglo, sino también al que no sabe combatir por los dogmas
de la verdad. Y piensan bien, pero San Pablo no dice ser idiota
en las dos cosas, sino solamente en una. Y para confirmar esto,
hizo una cuidadosa distinción, diciendo ser idiota, no en el
conocimiento, sino en la palabra. Ahora bien, si yo aquí pidiese
la dulzura de Isócrates, la vehemencia de Demóstenes, la
gravedad de Tucídides y la sublimidad de Platón, podrían en tal
caso citarme el presente testimonio de San Pablo. Pero yo dejo
a un lado todas estas cosas, y el escrupuloso y buscado ornato
de los paganos ni me cuido de la frase, ni de la elocución.
Y se conceda también la pobreza de la oración, y la
composición sencilla y desnuda de las voces; solamente no se
encuentre algún idiota en el conocimiento exacto de los
dogmas, ni tampoco para ocultar su descuido y omisión, quiera
defraudar a aquel hombre bienaventurado del mayor de los
bienes y de la principal de sus alabanzas.
VIII.
Oye, pues, lo que dice escribiendo a su discípulo:
[78]"Atiende a la lección, a la exhortación, a la doctrina", y
añade después el fruto que proviene de esto, diciendo: [79](b)
"Porque haciéndolo, te salvarás a ti mismo, y a los que te
escuchan". Y en otro lugar: "No debe un siervo del Señor
altercar, sino ser apacible con todos, capaz de enseñar,
sufrido".
Y pasando adelante: [80]"Tú permanece constante en las
cosas que has aprendido, y que se han confiado a tu fe,
sabiendo de quién las has aprendido, y que desde niño has
tenido conocimiento de las Letras Sagradas, que pueden para
la salud hacerte docto". Y en otra parte: [81]"Toda Escritura,
dice, ha sido inspirada de Dios, y útil para la doctrina, para la
reprensión, para la corrección, para la instrucción que está en
la justicia, para que sea perfecto el hombre de Dios.
Escucha también, cuando habla a Tito sobre la creación de
los obispos que es lo que añade: [82]"Conviene, dice, que el
obispo sea tenaz de la palabra fiel, que es según la doctrina,
para que pueda convencer a los que contradicen". ¿Cómo,
pues, siendo un idiota, como estos dicen, podrá convencer a los
que contradicen y cerrarles la boca? ¿Qué necesidad hay de
atender a la lección y a las escrituras, si se ha de abrazar esta
ignorancia? Excusas son estas, y pretextos para encubrir la
omisión y la pereza.
Pero dirá alguno, que esto se dirige sólo a los sacerdotes.
Pues justamente nuestro discurso pertenece a éstos; pero para
prueba de que también se encamina a los súbditos, escucha
ahora, lo que exhorta a otros en otra carta: [83]"La palabra de
Cristo habite en vosotros abundantemente en toda sabiduría". Y
en otro lugar: [84]"Vuestro hablar sea siempre con gracia,
sazonado de sal, para saber como debéis responder a cada
uno". Y aquellas palabras: [85]"Estad dispuestos para
defenderos", se han dicho para todos. Escribiendo a los
Tesalonicenses, dice: [86]"Edificad uno al otro, así como lo
hacéis". Cuando después habla de los sacerdotes: [87]"Los
sacerdotes, dice, que gobiernan bien, sean tenidos por dignos
de doblado honor, particularmente los que trabajan en la
palabra y en la doctrina".
Porque este es el término perfectísimo de la doctrina, cuando
por medio de las cosas que hacen, y que dicen, conducen a sus
discípulos a aquella vida dichosa que ha sido ordenada por
Cristo. Porque para enseñar no bastan los hechos; ni esta
palabra es mía, sino del mismo Salvador: [88]"Quien hiciere,
dice, y enseñare, éste, será llamado grande". Porque si el hacer
fuese lo mismo que el enseñar, sería superfluo añadir lo
segundo; pues bastaría sólo el haber dicho: "Quien hiciere".
Pero distinguiendo estas cosas, manifiesta que una pertenece a
las obras y la otra a las palabras; y que la una tiene necesidad
de la otra para una edificación perfecta. ¿No oyes qué es lo que
dice este escogido vaso de Cristo a los sacerdotes de Efeso?
[89]Por tanto velad, acordandoos, que por espacio de tres
años, noche y día no he cesado de avisaros con lágrimas a
cada uno de vosotros. ¿Qué necesidad tenía de lágrimas, ni de
amonestaciones por medio de las palabras, si brillaba en él
tanto la vida apostólica? Para el cumplimiento de los
mandamientos puede ser muy útil la vida ejemplar; pero no
puedo decir que en nuestro caso lo pueda hacer todo por sí
sola.
IX.
Cuando se mueve una disputa sobre los dogmas, y todos se
defienden con las mismas Escrituras, ¿qué fuerza podrá tener
la vida en esta ocasión? ¿Cuál podrá ser la utilidad de muchos
sudores, si después de tantas fatigas, habiendo caído alguno
por grande ignorancia en herejía, fuese cortado del cuerpo de
la iglesia? Esto sé que ha sucedido a muchos. ¿Qué provecho
puede venir a éste de la paciencia? Ninguno, así como no es de
provecho alguno la fe sana cuando la vida es mala.
Por esto, pues, debe tener una gran práctica en todas estas
batallas, aquél a quien tocó por suerte el enseñar a los otros;
porque aunque él permaneciere en seguridad y no reciba daño
de los que contradicen; con todo, el vulgo de los más simples,
que le está subordinado, si ve vencido a su jefe, y que no tiene
que responder a los que le contradicen, no carga la culpa de
esta pérdida a la debilidad de éste, sino al vicio de los dogmas.
Y por la ignorancia de uno solo, todo un pueblo es conducido a
la última ruina. Porque aunque enteramente no se inclinen al
partido de los contrarios; con todo, se ven obligados a dudar de
aquéllos en quienes debían tener puesta su confianza; y no
pueden estar atentos con la misma firmeza a aquéllos en
quienes se habían apoyado con fe entera; antes bien se
introduce en sus ánimos una tempestad tan grande, por haber
sido vencido el Maestro, que el mal viene finalmente a terminar
en un naufragio.
Cuánta, pues, sea la perdición, y cuánto aquel fuego que se
amontona sobre la cabeza de este infeliz, por cada uno de
aquéllos que se pierden, tú no tendrás necesidad de aprenderlo
de mí, sabiendo tú mismo muy bien todas estas cosas.
Dime ahora: ¿se me culpará de soberbia o de vanagloria,
porque no quise ser causa a tantos de su perdición, ni procurar
a mi mismo un castigo mayor del que tal vez me está allá
reservado? ¿Y quién podría decir una cosa como ésta?
Ninguno; sino es aquél que quiera neciamente acusarme y
hacer del filósofo en los males ajenos.
.......................
68. I. Reg. IV. 18.
69. Exod. IV. 13.
70. Numer. XI. 15. Brixio omite la interpretación de estas palabras, que tal
vez faltarían en el texto que tuvo presente.
71. Numer. XII. 3.
72. Exod. XXXIII. 11.
73. Joan. XII. 6.
74. Joan. XV. 22.
75. I Timoth. V. 22.
76. I. Pet. 3. 15.
77. Psal. 35. 6. I. Cor. 11. 6. y 26. cap. 12. 2. cap. 9. 22.
78. I. Tim. 4. 13.
79. 2. Tim. 2. 24.
80. 2. Tim. 3. 14.
81. 2. Tim. 3. 16.
82. Tit. 1. 17.
83. Colos. 3. 16.
84. Colos. 4. 6.
85. I. Pet. 3. 15.
86. I. Thes. 5. 11.
87. I. Tit. 5. 17.
88. Mat. 5. 19.
89. Act. 20. 31.
I.
Me parece haber mostrado bastante, cuánta es la experiencia
que debe tener un obispo para entrar en los combates por
defensa de la verdad. Pero fuera de esto, tengo que añadir otra
cosa, la cual es causa de mil peligros; o por mejor decir, no es
esta la causa, sino aquéllos que no saben usar bien de ella. De
esta resulta la salud y otros muchos bienes, cuando se halla en
hombres adornados de bondad y de diligencia. ¿Cuál pues es
ésta? es el grande trabajo, y atención que debe emplearse en
los sermones que se tienen públicamente al pueblo.
Porque en primer lugar, la mayor parte de los súbditos no
quiere escuchar a los predicadores como a maestros; sino que
excediendo la condición de discípulos, se sientan a oírles como
si se sentaran a ver unos espectáculos profanos. Y así como en
aquéllos se divide el pueblo, y quién se inclina a éste, y quién a
aquél; así también aquí divididos, unos favorecen a uno, otros a
otro, y escuchan el sermón prevenidos de odio, o de favor.
Ni se encuentra aquí sola esta molestia, sino otra nada
inferior; porque si sucede que alguno de los predicadores
entreteje en sus razonamientos alguna cosa que otros han
trabajado, tiene que sufrir más villanías que los que han robado
algún dinero. Y aun no pocas veces sucede, que este tal, no
habiendo tomado cosa alguna de otro, sino solamente porque
se sospecha, que lo hace, le sucede lo mismo que a los que
han cogido con el hurto en las manos.
¿Pero qué hablo yo de lo que otros han trabajado? No le es
lícito valerse frecuentemente de sus propios descubrimientos,
porque la mayor parte suele acudir al sermón, no para
aprovecharse de él, sino para divertirse, sentándose a ser
como jueces de unos representantes de tragedia, o de unos
músicos de cítara. Y aquella fuerza de oración, que poco antes
hemos excluido, es aquí tan deseada, como puede serlo de los
mismos Sofistas, cuando se ven precisados a disputar entre sí.
Por tanto, se necesita también en esta parte un ánimo fuerte,
y que exceda en mucho esta flaqueza, para refrenar el
desordenado e inútil gusto de la muchedumbre, y para poder
reducir a lo más útil al auditorio, para que el pueblo le siga,
ceda a sus discursos, y él no se deje llevar, ni se acomode a los
caprichos de un vulgo. Pero esto no puede conseguirse sin dos
cosas; es a saber, el desprecio de las alabanzas y la facultad
de hablar. Porque si falta la una, es inútil la que queda, por
estar separada de la otra.
II.
Y si despreciando las alabanzas, no propone la doctrina con
gracia y sazonada de sal, se granjeará el desprecio de la mayor
parte, no sacando utilidad alguna de aquella superioridad de
ánimo. Y si cumpliendo bien en esta parte, tiene la flaqueza de
dejarse llevar de vanagloria por los aplausos, resulta el mismo
daño a él, y a quien le escucha, acomodando el sermón por
ambición de alabanza, más al paladar, que a la utilidad de sus
oyentes.
Y así como aquél a quien no mueven los aplausos, pero que
no sabe hablar, no se acomoda al gusto del pueblo, ni puede
traerle, por faltarle la facundia, alguna utilidad considerable; así
aquél a quien arrastra el deseo de ser alabado, aunque tenga
con que poder mejorar a sus oyentes, quiere más en cambio de
aquellas alabanzas, ofrecerles cosas que puedan lisonjear su
gusto, comprando con el precio de éstas el estruendo de los
aplausos.
III.
Es necesario, pues, que el que gobierna un pueblo
sobresalga en estas dos partes, para que la una no sea
destruida de la otra; porque si presentándose en un público
dice cosas que pueden muy bien contener a los que viven
descuidadamente, y después se queda sin poder proseguir el
discurso, y se ve obligado a que su rostro se cubra de
vergüenza porque le faltan las palabras, en aquel punto se
pierde todo el fruto que podían dar las cosas que ha dicho.
Aquéllos que han sido reprendidos, sintiendo lo que oyeron, y
no pudiendo vengarse de él de otra suerte, le comienzan a
motejar de ignorante, creyendo ocultar de este modo sus
oprobios.
Por tanto, conviene que a semejanza de un buen cochero,
tenga una práctica muy cumplida de estas dos prendas; de
modo que pueda usar de ellas como convenga. Porque si su
conducta apareciere para con todos irreprensible, podrá en tal
caso, con cuanta libertad gustare, acortar o soltar la rienda a
los que le están subordinados; pero sin esto, no le será muy
fácil el hacerlo. Ni basta solamente mostrar aquella superioridad
de ánimo hasta el desprecio de las alabanzas, sino que es
necesario llevarla más adelante para que nuevamente no se
pierda el fruto.
IV.
¿Qué otra cosa, pues, es la que se ha de despreciar? la
envidia. Y supuesto que un prelado se halla en la necesidad de
estar sujeto a sufrir reprensiones poco razonables, no es bien
que sin medida tiemble y se espante de semejantes calumnias
intempestivas; las que ni tampoco debe despreciar
inconsideradamente. Conviene sí, aun cuando sean falsas, y
que provengan de gente de poco valer, procurar desvanecerlas
prontamente.
Verdaderamente, no hay cosa alguna que aumente tanto la
buena, o mala fama, como el vulgo descompuesto.
Acostumbrado éste a oír y a hablar sin discernimiento dice, sin
reflexión, todo lo que le viene a la boca, sin cuidarse de si es o
no verdad. Por tanto, no debe despreciarse la voz del vulgo;
antes bien en el principio, y sin perder tiempo, se han de cortar
las malas sospechas, persuadiendo a los acusadores, aunque
fuesen los más irracionales de todo el mundo, sin omitir alguna
cosa de las que puedan conducir para destruir la mala opinión.
Cuando hecho todo esto de nuestra parte, no quieren volver en
sí los calumniadores, entonces viene bien el no hacer aprecio
de ellos; porque si alguno por semejantes accidentes abatiere
su espíritu, no podrá producir cosa que aparezca dimanada de
un ánimo generoso o digno de admiración. Porque la tristeza y
el permanecer fijo constantemente con el pensamiento en una
cosa tienen mucha fuerza para abatir el vigor del ánimo y
reducirlo a una extrema debilidad.
Debe, pues, el sacerdote portarse con sus súbditos del
mismo modo que un padre se portaría con sus hijos cuando son
aún muy tiernos. Y así como no nos movemos
considerablemente por sus insolencias, ni cuando nos hieren, o
cuando lloran, como tampoco recibimos algún placer excesivo
de sus risas, o caricias; así también conviene que no nos
envanezcamos oyendo que nos alaban; ni abatirnos por sus
calumnias, cuando son fuera de propósito.
Difícil cosa es esta, ¡oh bienaventurado! o tal vez imposible,
según yo entiendo; porque dejar de alegrarse un hombre
cuando oye sus alabanzas, no sé si habrá sucedido a alguno.
Aquél, pues, que se alegra de oírlas, es natural que desee
también gozarlas; y quien desea gozarlas, es necesario por una
forzosa consecuencia, que se consuma y entristezca, si no
consigue esto.
Así como los que se regocijan con las riquezas, si vienen a
caer en pobreza, lo sienten; y los que están acostumbrados a
vivir en medio de las delicias, no pueden ajustarse a hacer una
vida frugal; así los que aman ser alabados, no sólo cuando son
reprendidos sin razón, sino aun cuando continuamente no oyen
sus elogios, casi como consumidos de una cierta hambre, se
destruyen el ánimo; y particularmente si se han criado en medio
de ellos, o si oyen alabar a otros en su presencia. Por tanto,
aquél que con este deseo pasare a dar muestras de su
doctrina, ¿cuántas molestias y cuántos dolores crees tú que
pasará? Ni el mar puede hallarse jamás sin olas, ni tampoco su
ánimo dejar de ser agitado de varios pensamientos y afanes.
V.
Pero aun cuando tenga una gran facilidad en el decir (lo que
a la verdad se encuentra en pocos), no por esto queda libre de
trabajar continuamente. Siendo la elocuencia obra, no de la
naturaleza, sino de la doctrina, aun cuando alguno llegue a lo
sumo de ella, si no aplica un continuo estudio y ejercicio a esta
facultad será abandonado de ella fácilmente. De modo, que los
más sabios, tienen que trabajar más que los menos doctos;
porque no es igual la pérdida de los unos y de los otros, si
fueren descuidados en esto; antes bien es tanto mayor, cuanta
es la diferencia que hay entre la pericia de los unos y de los
otros.
Y si aquéllos no ofrecen cosa que sea de consideración, no
por esto habrá quien los reprenda; pero si estos no dan de sí
siempre cosas superiores a aquella opinión que se tiene de
ellos, les siguen muchas quejas de parte de todos. Fuera de
esto, aquéllos, aun en cosas de poca monta, pueden conseguir
grandes alabanzas; pero las de éstos, si no fueren hasta lo
sumo maravillosas y estupendas, no solo quedan privados de
alabanzas, sino que encuentran muchos que los reprenden.
Los oyentes se sientan como jueces, no tanto de las cosas
que dicen los oradores, como de la opinión que se tiene de
ellos. De modo que si alguno sobresale en elocuencia sobre
todos los otros, a éste le queda que trabajar mucho más que a
todos los otros. No le es permitido aparecer sujeto a lo que está
la naturaleza humana; esto es, el no poder bastar para todo;
antes bien, si no corresponde la oración al concepto que se
tiene de él, se retirará de la presencia del pueblo después de
haber oído mil motes y reprensiones.
Y ninguno entra a pensar dentro de sí mismo, que
sobreviniéndole alguna tristeza, afán, o cuidado, y no pocas
veces alguna indignación, le habrá ofuscado la claridad del
entendimiento y no le habrá permitido que se manifestasen
sinceros a la luz pública sus partos. Y que generalmente
hablando, el hombre no puede ser siempre el mismo, ni salir
bien en todas las cosas que dice; sino que le es natural el errar
alguna vez y manifestarse inferior a su propia facultad y virtud.
Ninguna de estas cosas, como dejo dicho, quieren reflexionar
estos tales, sino que lo acusan del mismo modo que si juzgaran
a un Ángel.
Se junta a todo esto, el ser natural al hombre, el perder de
vista las acciones excelentes del prójimo, por muchas y grandes
que sean. Pero por el contrario, si se descubre alguna falta, por
ligera que sea, y aunque haya acaecido mucho tiempo antes, la
advierte prontamente y la reprende, teniéndola fija en la
memoria. Y semejante falta de poquísima consideración ha
disminuido, no pocas veces, la gloria de muchos y grandes
hombres.
VI.
¡Ves, oh valeroso, cuánto mayor estudio, y con el estudio,
cuánta mayor paciencia necesita el que sobresale en
elocuencia entre los otros, que aquéllos de quien antes te
hablaba! Son muchos los que sin motivo alguno, y sin cesar, le
asaltan, no teniendo de qué acusarle, sino solamente por el
sinsabor que experimentan de que esté tan bien opinado de
todos; debiendo él tolerar con un ánimo generoso la áspera
envidia de estos tales. Porque no pudiendo ocultar este odio
execrable, que sin causa alguna tienen reconcentrado en su
corazón, motejan, vituperan y calumnian escondidamente,
manifestando sin rebozo su perversa inclinación.
Ahora, pues, un alma, que por cada una de estas cosas
comienza a entristecerse y a condolerse, no hará otra cosa,
sino consumirse de dolor y de pena.
Y no solamente le hacen estos tiros por sí mismos, sino que
procuran valerse de otros para hacer lo mismo. Y muchas veces
escogiendo uno, que le es muy inferior en la elocuencia, le
alaban hasta los cielos y lo admiran sobre sus méritos:
haciendo esto unos sólo por capricho, y otros por ignorancia y
envidia, para echar por tierra su reputación, y no precisamente
con la mira de que aparezca digno de admiración el que no lo
es.
Y este hombre valeroso, no sólo tiene que combatir con esta
casta de gente, sino frecuentemente aun con la ignorancia de
todo un pueblo. No es posible que todos los que concurren,
formen un congreso de hombres doctos; antes por el contrario,
sucede ordinariamente que se componga por la mayor parte de
gente idiota. Y los demás, aunque sean más prudentes que
aquéllos, con todo, son tan inferiores a los que pueden dar su
juicio en materia de elocuencia, cuanto todo el resto de los
demás son inferiores a ellos; se sientan solamente uno o dos
que poseen esta facultad. De donde resulta que aquél que dice
mejor, lleva los menores aplausos y que alguna vez se retire sin
recibir alguna alabanza.
Ahora, pues, conviene prepararse generosamente para sufrir
todas estas desigualdades, y para perdonar a quien hace esto
por ignorancia, y compadecer y llorar a los que lo hacen
movidos de envidia como desdichados y dignos de compasión;
sin creer, que su habilidad ha padecido disminución, ni
menoscabo por los unos, ni por los otros.
Un excelente pintor que sobresale entre todos los otros,
aunque vea ser censurada por gente ignorante una figura que
ha pintado con el mayor esmero, no por esto debe descaecer
de ánimo, ni juzgarla mala por el juicio de personas que no lo
entienden; como tampoco tener por digna de aprecio, y por bien
hecha, una pintura, que en la realidad lo está mal, por la
admiración que excita en los que no la entienden.
VII.
Un artífice excelente debe ser por sí mismo juez de sus obras,
y tenerlas por feas o por hermosas cuando el mismo
entendimiento que las produjo lo sentenciare así; y por lo que
toca a la opinión errónea de los otros, y a su poca pericia en el
arte, no debe, ni aun darla asiento en su ánimo.
Aquél, pues, que tomó a su cargo el trabajo de enseñar, no
atienda a las aclamaciones de los otros, ni por faltar éstas,
abata su ánimo; sino que trabaje siempre sus discursos con el
fin de agradar a Dios (esto sin duda ha de serle la sola regla, y
el término de su mayor atención en trabajarlas, no las
aclamaciones, ni los aplausos), y si es alabado de los hombres,
no deseche sus elogios; y si los oyentes no le aplauden, no por
esto lo pretenda, ni se entristezca. Por lo que toca a él, tiene
por suficiente consuelo de sus fatigas, y mayor que todos los
otros, cuando no le falta el testimonio de la conciencia, de que
ha compuesto y trabajado su oración con el fin de agradar a
Dios.
VIII.
En el mismo punto en que le sorprenda el deseo de estas
indiscretas alabanzas, de nada le aprovechan sus muchas
fatigas, ni la facultad de su elocuencia porque un ánimo que no
puede sufrir las necias reprensiones del vulgo, se relaja
fácilmente y abandona el estudio. Por esto conviene, que sobre
todo se halle bien instruido en despreciar las alabanzas; porque
sin esto, el solo saber hablar bien, no basta para conservar
esta facultad.
Si alguno, pues, quisiere hacer un diligente examen, de otro
que se halla escasamente adornado de esta habilidad,
encontrará que le es igualmente necesario a él, que al otro, el
despreciar las alabanzas. Porque se verá en la precisión de
incurrir en muchos errores, si se deja vencer por la opinión del
vulgo; de donde hallándose sin fuerzas para poder igualar a los
que son celebrados por su elocuencia, no tendrá dificultad en
ponerles asechanzas, en envidiarles y censurarles
temerariamente, y en cometer otras ruindades semejantes. No
dejará piedra por mover, aunque sea necesario perder su alma,
como logre reducir la opinión de aquéllos a la humildad de su
pequeñez.
A lo que se junta, que apoderándose de su ánimo una
torpeza, abandonará aquellos sudores que traen consigo
alguna fatiga. El aplicarse mucho al trabajo, recogiendo de esto
una muy corta alabanza, es bastante para abatir y hacer caer
en un profundo sueño a aquél que no sabe despreciar las
alabanzas. Del mismo modo que un labrador cuando trabaja en
un terreno estéril, y se ve obligado a labrar las piedras, se
aparta pronto del trabajo, si no es que tenga una grande
inclinación a la fatiga, o que por otra parte le amenace el
hambre.
Y si aquéllos que poseen un gran caudal de elocuencia,
tienen necesidad de tanto ejercicio para conservarse en la
posesión; aquél que no ha recogido cosa alguna, sino que en el
mismo tiempo de las disputas se ve obligado a meditar; ¿qué
dificultad no hallará, cuánta inquietud, cuánta turbación para
poder recoger alguna cosa a costa de mucho trabajo?
Y si alguno de aquéllos que están después de él, y a quienes
cupo un orden inferior, puede brillar más en esta parte, se
requiere un ánimo casi divino para que no le sorprenda la
envidia y para no caer en tristeza. Para uno que se halla
constituido en mayor dignidad, el ser vencido por los inferiores y
tolerar esto con un ánimo generoso, no es cosa para un ánimo
vulgar, ni para el nuestro, sino para uno hecho de diamante. Y
si aquél que le excede en la fama, es un hombre justo y
moderado, el mal es de algún modo tolerable; pero si es
atrevido, arrogante y sediento de gloria es cosa de que cada
día le desee la muerte y le amargue la vida insultándolo en
público, mofándolo en oculto, defraudándolo y apoyándose,
cuanto pueda, en su autoridad. El quiere sólo ser el todo; y
para asegurarse más todas estas cosas tiene de su parte la
libertad en el hablar, el favor del pueblo y el amor de todos los
súbditos.
¿Por ventura, no ves cuán grande es el amor de la
elocuencia, que vergonzosamente se ha apoderado, al
presente, del corazón de los cristianos, y que son honrados
sobre todos, aquéllos que la cultivan, no sólo de los extraños,
sino también de los domésticos de la fe? ¿Cómo, pues, podrá
sufrir uno tan gran vergüenza, como la de que hablando él,
callan todos y juzgan ser molestados, esperando el fin de la
oración como un descanso de su fatiga?; y haciendo un
discurso su antagonista, por largo que sea, lo oyen con gusto y
cuando está para concluirlo manifiestan impaciencia y
queriendo callar, se conmueven y alteran. Estas cosas, aunque
ahora, por tu falta de experiencia te parezcan de poca
consideración y dignas de desprecio; son bastantes para
amortiguar el ardor del ánimo y relajar su vigor, a no ser que
apartando de él todos los afectos humanos, procure hacerse
semejante a las potestades incorpóreas; que ni se dejan
sorprender de envidia, ni del amor de la gloria, ni de otra
semejante enfermedad.
Si hay, pues, entre los hombres alguno de tal calidad que
pueda pisar esta indómita, inexpugnable y fiera bestia de la
gloria popular y cortar sus muchas cabezas, o por mejor decir,
hacer de modo que no nazcan, éste tal podrá fácilmente
rechazar estos muchos asaltos y gozar como de un tranquilo
puerto.
Pero aquél que no se halla libre de semejante bestia,
introduce en su ánimo una guerra variada, un continuo tumulto,
un tropel de tristezas y de otras pasiones. ¿Pero para qué
proseguir, contando las otras dificultades? las cuales no podrá
referir, ni saber, sino aquél que se hubiese hallado en medio de
los mismos negocios.
I.
Las cosas de la vida presente, pasan de este modo que has
oído; pero las de la otra venidera, ¿cómo podremos sufrirlas,
cuando nos viéremos obligados a dar cuenta por cada uno de
aquéllos que nos hubieren sido encomendados? porque la
pena no se ciñe a la vergüenza, sino que a ésta se sigue un
castigo eterno. Aquellas palabras: [90] "Obedeced a vuestros
pastores, y estadles sujetos, porque ellos velan por vuestras
almas, como los que deben dar cuenta de ellas"; aunque ya las
dejo tocadas arriba, con todo, no las pasaré ahora en silencio,
porque el temor de esta amenaza me perturba el ánimo
continuamente. Y verdaderamente, [91]si el que escandaliza a
uno, aunque sea de los más pequeños, es conveniente, que
atándole al cuello una piedra de molino sea sumergido en el
mar; y si todos los que ofenden la conciencia de sus hermanos,
pecan contra el mismo Cristo, ¿qué padecerán, y qué pena
sufrirán aquéllos que son causa de la perdición, no de una, de
dos, o tres personas, sino de tanta muchedumbre? No se puede
alegar aquí la excusa de la impericia, ni recurrir a la ignorancia,
ni dar por pretexto la necesidad y la fuerza. Mucho mejor podría
un súbdito, si le fuese permitido, valerse de este refugio en sus
propios pecados, que los prelados en los pecados de los otros.
¿Y por qué esto? porque aquél que está puesto para corregir
las ignorancias del prójimo y para avisarle con tiempo que se
acerca la guerra del demonio, no podrá dar por pretexto la
ignorancia, ni decir: "Yo no he oído la trompeta, yo no he
previsto la guerra"; pues está sentado, como dice Ezequiel,
[92]para tocar la trompeta a los otros y para advertirles de
antemano los desastres que pueden ocurrir.
Por lo que será inevitable el castigo, aunque sólo sea uno el
que se pierda. Porque si viniendo la espada, no se toca al
pueblo la trompeta, y el que está de atalaya (dice el profeta) no
diere la señal; y venida la espada, cogiere un alma por causa
de su iniquidad, yo buscaré y pediré su sangre de la mano del
que debe estar en vela.
II.
Deja, pues, de inducirme a un juicio tan inevitable; pues no se
trata aquí de gobernar un ejército, ni un reino, sino de una cosa
que requiere una virtud angelical. El sacerdote debe tener un
alma más pura que los mismos rayos del sol para que en
ninguna ocasión se vea abandonado del Espíritu Santo, y para
poder decir: [93]"Vivo yo, ya no yo, sino que vive Cristo en mí".
Pues si aquéllos que habitan en la soledad, apartados de la
ciudad, de la plaza y de los bullicios que aquí se encuentran, y
que siempre gozan del puerto y de la tranquilidad, no quieren
fiarse de la seguridad de aquella vida; sino que añaden otras
mil cautelas fortificándose por todas partes, y poniendo toda la
atención en decir y hacer todas las cosas con la mayor
exactitud, para poder acercarse a Dios con confianza y sincera
pureza, en cuanto lo puedan soportar las fuerzas humanas
¿cuánta virtud y cuánto valor crees tú que necesita el sacerdote
para poder tener libre el alma de cualquiera fealdad y conservar
sin mancha la belleza espiritual?
En verdad, que le es necesaria mucho mayor pureza que a
aquéllos; y el que la necesita mayor, está sujeto a mayores
necesidades que puedan mancharle, a no ser que haga su
alma inaccesible a tales accidentes, usando de una continua
vigilancia y de una atención de ánimo extraovdinaria.
Porque la bella disposición del semblante, los movimientos
acompasados, el afectado cuidado en el andar, la inflexión de la
voz, los ojos pintados, las mejillas cubiertas de afeites, el
adorno de los rizos y compostura de los cabellos, la
suntuosidad de los vestidos y la variedad de los ornamentos de
oro, y la belleza de las piedras preciosas, y la fragancia de los
ungüentos, y todas las otras cosas que arrebatan la atención
de las mujeres, pueden turbar el alma, sino es que se haya
endurecido por medio de una templanza muy austera. Y el
moverse por semejantes cosas, no es maravilla; pero lo que
causa un gran espanto y angustia es que el demonio pueda
herir y traspasar el alma de los hombres por cosas contrarias a
éstas.
III.
Verdaderamente ha habido algunos, que habiendo escapado
de aquellas redes, han sido cogidos de otras cosas muy
diferentes. El descuido del semblante, el cabello descompuesto,
el vestido sucio, el traje desaliñado, la sencillez de costumbres,
el razonar sin doblez, el caminar sin afectación, la voz sin
composición, el vivir en pobreza, el verse despreciado, y no
tener alguno en su defensa, y la soledad misma, movieron al
principio a compasión a aquél que las registraba; pero después
lo condujeron a la última ruina.
Y muchos que escaparon de las primeras redes; esto es, de
los adornos de oro, de los ungüentos, de los vestidos y de otras
cosas que dejo dichas, fácilmente han caído en éstas, tan
diferentes de aquéllas, y se han perdido. ¿Cuándo, pues,
igualmente por la pobreza, como por la opulencia, por el
cuidado extremado del traje, y por su descuido y desaliño, por
las costumbres arregladas y desarregladas; finalmente, en una
palabra, por todo lo que dejo dicho arriba, se enciende en el
ánimo de quien las ve una guerra, y le cercan los engaños por
todas partes, cómo podrá respirar cercado de tantos lazos?
¿Qué efugio podrá buscar, no digo para librarse de ser cogido
a viva fuerza, lo que no es muy difícil, sino para conservar su
alma libre de pensamientos impuros?
Dejo a un lado los honores, que son ocasión de mil males;
porque los que provienen de las mujeres, se debilitan con el
vigor de la templanza; aunque muchas veces le abaten, si no
sabe estar siempre vigilante contra semejantes asechanzas.
Pero los que provienen de los hombres, si no los recibe con una
superior grandeza de ánimo, será oprimido de dos pasiones
contrarias, de una adulación servil y de una recia arrogancia:
tomando sobre sí la obligación de sujetarse a los que lo honran
y ensoberbeciéndose con la gente baja por los honores que le
han hecho, vendrá a caer en lo profundo de la soberbia.
Bastan ya las cosas dichas hasta aquí: ninguno puede saber
bien, sin experiencia, cuánto daño traen consigo; es necesario
que quien se halla en medio, caiga en males mucho mayores y
más peligrosos. Aquél, pues, que ama la soledad, está libre de
todas estas cosas; y si alguna vez, por un pensamiento
impropio, se le representa alguna cosa semejante, la fantasía
no tiene fuerza y puede fácilmente desecharlo, porque no da
fomento a la llama la vista de las cosas exteriores.
Y el monje, o solitario teme por sí solo; y aunque tenga que
cuidar de los otros, estos son pocos; y aunque sean muchos,
son siempre en menor número que los que están en las
iglesias, y dan al prelado un cuidado en sí mucho más ligero, no
sólo por su corto número, sino porque todos se hallan libres de
las cosas del mundo, y no tienen que pensar ni en hijos, ni en
mujer, ni en otra cosa semejante. Esto los hace muy obedientes
a sus superiores, y el tener una habitación común, hace que se
puedan notar sus faltas por menor y corregirse siendo de no
poca ventaja para el adelantamiento en la virtud, la continua
vigilancia del maestro.
IV.
Pero los que están subordinados al sacerdote, se hallan, por
la mayor parte, enredados en pensamientos de la vida, y esto
los hace más perezosos para las obras espirituales. Por eso es
necesario que el maestro siembre, por decirlo así,
cotidianamente, para que a lo menos con la continuación pueda
prevalecer la doctrina en el ánimo de los oyentes. Porque la
abundancia de riquezas, la grandeza del poder y la desidia que
nace de las delicias, y otras cosas fuera de las dichas, ahogan
las semillas arrojadas; y frecuentemente, la espesura de las
espinas hace que lo que ha sido sembrado, no llegue a tocar ni
aun la superficie de la tierra. Al contrario, una excesiva miseria,
la necesidad que trae consigo la pobreza, las continuas injurias,
y otras cosas semejantes, que son contrarias a las que quedan
dichas, divierten el ánimo de la aplicación a las cosas divinas.
Y por lo que toca a los pecados de los súbditos, no es posible
que llegue a su noticia ni una mínima parte. ¿Y cómo podrá
saberlo, si a muchos no conoce ni aun por el semblante? Las
cosas que tocan al pueblo encierran una dificultad muy grande.
¿Pues qué será, si entramos a considerar las que pertenecen
a Dios? se encontrará que aquéllas no merecen alguna
consideración tanto mayor es la diligencia y cuidado que piden
éstas.
¿Cómo debe ser aquél que es embajador de toda una
ciudad? ¿pero qué digo de una ciudad? de todo el mundo, y
que ruega a Dios se digne mirar con ojos de misericordia los
pecados, no solamente de los vivos, sino también de los
muertos? Yo me persuado, que para una intercesión como ésta,
no bastaría toda la confianza de un Moisés, ni de un Elías.
Del mismo modo que si se le hubiera encomendado el
cuidado de todo el mundo, y como si fuera padre universal de
todos, así se acerca a Dios, rogándole que por todas partes
cesen las guerras y los alborotos, que se restituya y florezca la
paz y prosperidad: que finalmente, todos en común, y cada uno
en particular, se preserven de los males que les amenazan.
Conviene, pues, que sus méritos sobresalgan tanto entre los
de aquéllos por quienes ruega, cuanto debe sobresalir el
protector entre los protegidos.
Pero cuando llegamos al punto de que es él aquél que invoca
al Espíritu Santo, y que celebra aquel sacrificio sumamente
tremendo, y que continuamente está tocando al Señor común
de todos, ¿dónde, dime por tu vida, podremos colocar a éste?
¿Qué pureza, qué religión pediremos en él?
Piensa tú ahora un poco, cómo conviene que sean aquellas
manos que administran estas cosas, cuál la lengua que
pronuncia aquellas palabras y qué alma ha de haber más pura
y más santa, que la que ha de recibir un tal Espíritu.
En esta ocasión asisten los ángeles al sacerdote, en este
tiempo, todo el santuario, y el lugar que está al contorno del
altar, se llena de potestades celestiales. Esto puede cada uno
persuadírselo fácilmente por las mismas cosas que a la sazón
se celebran allí.
Oí yo contar en cierta ocasión, que un anciano, hombre de
grandes méritos, y acostumbrado a tener revelaciones, había
sido digno de tener la siguiente visión; esto es, que al tiempo
del tremendo sacrificio, vio repentinamente, y cuanto es
permitido a la naturaleza humana, una multitud de ángeles,
vestidos de estolas blancas que cercaban el altar y estaban en
pie con el rostro inclinado, como se ven estar los soldados en
presencia del rey. Y yo lo creo.
Otro me contó también, no como que lo había oído, sino
como que había sido hecho digno de ver y oír por sí mismo, que
los que están para partir de este mundo, si han participado con
conciencia pura de los misterios, cuando están para expirar,
son conducidos por los ángeles, que los acompañan
haciéndoles guardia, desde aquí hasta el cielo, por respeto de
aquel Señor a quien han recibido.
¿Y tú aún no te estremeces, pretendiendo introducir en un
misterio tan santo un alma tal, y a un sujeto cubierto de
vestiduras inmundas, promoviendo a la dignidad sacerdotal, a
quien Cristo ha arrojado del coro de los convidados?
El alma del sacerdote ha de brillar como una luz que ilumina
el mundo, siendo así que la mía se halla cercada de tinieblas
por la mala conciencia, y que anda solícita buscando siempre
cómo esconderse porque no puede jamás fijar la vista con
confianza en su Señor.
Los sacerdotes son como la sal de la tierra. Pues ahora bien,
¿quién podrá sufrir con paciencia mi insipidez y falta de
experiencia en todas las cosas, sino vosotros, que estáis
acostumbrados a manifestaros un amor excesivo?
Se junta a esto, que el sacerdote debe, no solamente ser
puro para ser digno de tal ministerio, sino también muy
prudente, y experimentado en muchas cosas, y saber todos los
negocios de la vida humana, no menos que los que se hallan en
medio de ellos; pero al mismo tiempo, vivir con un ánimo libre de
todos, aun más que los mismos monjes, que eligieron el habitar
los montes.
Debiendo tratar con hombres que tienen mujer, mantienen
hijos, sustentan criados, se hallan abundantes de riquezas, y
manejan los negocios públicos, hallándose constituidos en los
principales empleos, conviene que se porte con variedad. Digo
con variedad y no con doblez; no sirviendo a la adulación y
disimulo, sino obrando con mucha libertad y confianza. Debe
saber condescender útilmente, cuando lo pida la naturaleza de
los negocios y ser a un tiempo apacible y austero. No pueden
ser tratados de un mismo modo todos los súbditos, como
tampoco conviene a los médicos el portarse de un mismo modo
con los enfermos; ni al piloto el saber un solo camino de
combatir con los vientos. Son continuas las tempestades que
cercan esta nave; y éstas, no solamente asaltan por afuera,
sino que se levantan también por lo interior, y se necesita de
gran condescendencia y diligencia y todas estas cosas
diferentes miran a un solo punto; esto es, a la gloria de Dios y a
la edificación de la Iglesia.
V.
Grande es el trabajo, y grave la fatiga que tienen los monjes;
pero si alguno compara aquellos sudores con los que trae
consigo el sacerdocio, bien administrado, hallará tanta
diferencia, cuanta es la distancia que hay entre un rey y un
hombre particular.
Y aunque en la realidad sea grande la fatiga que se
encuentra en aquel género de vida; con todo, es un trabajo
común al alma y al cuerpo, y aun la mayor parte se debe a la
buena constitución de éste; el cual si no es robusto, no le
permite el alma salir de sí y ponerse en la práctica; porque el
continuo ayunar, el dormir sobre la tierra desnuda, la vigilia, el
estar privado de los baños, el sudar mucho, y todas las otras
cosas que practican para afligir el cuerpo, todas ellas cesan,
cuando no es robusto aquél que se había de castigar.
Pero en nuestro caso, el arte está en mantener muy limpia el
alma, sin tener necesidad de la buena constitución del cuerpo
para manifestar su virtud. ¿Qué aprovecha la robustez del
cuerpo para no ser soberbios, orgullosos, temerarios; pero sí
vigilantes, templados, moderados y finalmente, todo aquéllo en
que San Pablo nos dejó una cumplida imagen de un sacerdote
perfecto?
VI.
Ni podemos decir lo mismo de la virtud de un solitario. Y así
como los volatines necesitan de muchos instrumentos, de
ruedas, cuerdas y espadas; y al contrario, un filósofo, sin tener
necesidad de cosa alguna exterior, tiene toda el arte puesta
dentro de sí mismo; así el monje necesita aquí de una salud
robusta de cuerpo y lugares proporcionados para aquel género
de vida; de modo que viva, ni enteramente separado del
comercio de los hombres, ni sin la quietud que se goza en la
soledad, ni que tampoco carezca de unas templadas
estaciones. No hay cosa más insoportable para el que se aflige
con ayunos, que la desigualdad del aire.
No quiero añadir aquí, cuánto embarazo les ocasiona, lo que
tienen que sufrir para buscarse el vestido y la comida,
procurando ganarlo todo con sus propias manos. Pero el
sacerdote no tendrá necesidad de alguna de estas cosas para
su uso; sino que hallándose sin estos embarazos, se hace
común con todos, en las cosas que no traen consigo daño
alguno, llevando toda la ciencia depositada en los tesoros de su
alma.
Y si hay alguno que admira en un sacerdote el estarse solo y
el retirarse de las conversaciones de los hombres, yo mismo
confesaré ser éste un indicio de tolerancia; pero no argumento
suficiente de toda la fortaleza de ánimo que se necesita porque
aquél que, dentro del puerto, está sentado para gobernar el
timón, aun no da prueba exacta de su arte. Pero el que en
medio del mar y de la tempestad puede salvar la nave, éste
merecerá la opinión de un piloto habilísimo por la confesión de
todos.
VII.
Por tanto, no debe ser un monje el objeto de la mayor y más
excesiva maravilla; porque permaneciendo en soledad, nadie le
inquieta, ni tiene ocasión de cometer muchos y grandes
pecados por no tener quien lo acose, ni quien estimule su
ánimo. Pero si alguno, entregándose a la muchedumbre y
obligado a sufrir los pecados del vulgo, permanece firme y
constante gobernando su ánimo en medio de la tempestad
igualmente que si se hallara en la calma y serenidad;
justamente debe éste tal ser aplaudido y admirado por todos,
porque dio pruebas de su propia fortaleza.
De aquí es, que de ningún modo debe causarte maravilla,
que habiendo huido del bullicio y del conversar con la
muchedumbre, no tengamos muchos y grandes acusadores.
¿Qué novedad, dime, podría causar de que yo, durmiendo, no
pecase; o de que no cayese, no luchando; o de que no
quedase herido, no combatiendo? ¿Quién, en este caso, podría
acusar, o quién sacar al público mi malicia? ¿acaso este techo,
o este aposento? bien ves que estos son mudos. ¿Por ventura,
mi madre, que se halla bien informada de todas mis cosas?
verdaderamente no tengo yo alguna cosa común con ésta, ni
jamás ha habido entre los dos contienda alguna. Y aunque
hubiera sucedido esto, no hay madre tan poco amante y tan
enemiga de su hijo que hable de él sin causa alguna, y que sin
que nadie la estreche, diga mal de aquél que ha engendrado,
parido, y educado.
Porque si alguno quiere examinar atentamente mi ánimo,
encontrará que se hallan en él muchas cosas de malísima
calidad; y tú mismo puedes estar de esto muy bien informado,
aunque por otra parte acostumbras, más que ningún otro, a
ensalzarme con elogios en presencia de los otros. Que yo
ahora no diga esto por modestia, es claro, si te acuerdas
cuántas veces te he dicho, cuando se ha ofrecido moverse
entre los dos semejante discurso, que si me diesen a escoger
dónde yo quería señalarme más, si en las prelacías de la iglesia
o en la vida solitaria, eligiría con mil votos la primera condición.
Nunca he dejado yo de proponerte, como hombres dichosos, a
los que pueden satisfacer cumplidamente a las obligaciones de
aquel ministerio.
Ahora bien, ninguno habrá que pueda contradecirme por
haber huido de un estado que he llamado feliz, en el caso de
hallarme con la disposición necesaria para cumplir bien con sus
cargas. ¿Pero qué es lo que yo debía hacer? Qué cosa más
inútil para el gobierno de la Iglesia, que este descuido y
flojedad, que en boca de otros suena un admirable ejercicio y
que yo tengo por un velo con que cubrir la propia flaqueza,
valiéndome de él para ocultar la mayor parte de mis defectos,
procurando que no se descubran.
El que está acostumbrado a gozar de un gran descanso y a
vivir en gran quietud, aunque por otra parte tenga un excelente
ingenio, se turba todo y se inquieta, porque no tiene
experiencia; y la falta de práctica y de ejercicio le quita una
parte no pequeña de su querer. Pero cuando tiene un
entendimiento tardo, y que se halla sin experiencia de
semejantes contiendas, que es puntualmente el estado en que
yo me hallo, cuando toma sobre sí esta administración, no se
diferencia de una estatua. Por tanto, de los que vinieron de
aquella palestra a estas contiendas, son pocos los que
sobresalen y brillan; y la mayor parte descubre lo que es, pierde
el ánimo y tiene que sufrir acervos y graves fastidios. Ni esto
debe causarnos novedad; porque cuando las peleas y
ejercicios no se hacen sobre unas mismas materias, el que
lucha, en nada es diferente del que no está ejercitado.
Aquél, pues, que entra en este estadio debe principalmente
despreciar la gloria, ser superior a la ira y hallarse pertrechado
de mucha prudencia. Al que ama la vida solitaria, no se le ha
ofrecido materia alguna con que poder ejercitarse en estas
virtudes; porque ni tiene mucha gente que le inquiete, de modo
que pueda ejercitarse en reprimir los ímpetus de la ira, ni quien
con admiración atienda y aplauda para poder instruirse en
despreciar las alabanzas populares; fuera de que aquella
prudencia, que es tan necesaria para gobernar las Iglesias, no
es de tanta consideración entre los monjes. Cuando llegan,
pues, a aquellas peleas en que no se han ejercitado, quedan
sorprendidos, se alucinan, no saben qué hacerse; y además de
no hacer algún progreso en la virtud, pierden muchas veces
cuando llegan a este grado aquel poco de bondad y de caudal
que tenían consigo.
VIII.
Bas: ¿Pues qué, echaremos mano para administrar la Iglesia
de los que se hallan en medio del mundo, que sólo piensan en
los cuidados de la vida, que han hecho ya callos en altercar y
en injuriar a otros, llenos de infinitos artificios y que sólo saben
vivir entre las delicias?
Crisóstomo: Poco a poco con eso, respondí yo, ¡oh amado
amigo!, porque de semejantes, ni aun la memoria debe
ocurrirnos cuando se trata de hacer la elección para el
sacerdocio; solamente si, cuando hay alguno que tratando y
conversando con todos, puede mejor que los que viven en
soledad, conservar enteras y constantes, la pureza, la
tranquilidad, la paciencia, la sobriedad y todos los demás
bienes de ánimo que se hallan en aquellos solitarios; a éste
escogeremos por sacerdote.
El que tiene muchos vicios, pudiendo esconderlos en el retiro
de la soledad, y hacer que no se reduzcan a obra, no tratando
con alguno, cuando se ofreciere a la publicidad, sólo
conseguirá hacerse ridículo y exponerse a un peligro mucho
mayor; lo que no ha faltado mucho para que me sucediese a mi,
si la providencia divina no hubiese apartado prontamente el
fuego de nuestra cabeza.
Ni es posible que pueda quedar escondido aquél que se halla
en semejante disposición, cuando se entregare a tratar con el
pueblo; antes bien en este caso se harán patentes todas sus
cosas. Porque así como el fuego sirve para probar los metales,
así la prueba del clero sirve para discernir los ánimos de los
hombres; y si por ventura se halla alguno sujeto a la ira,
poseído de pusilanimidad, de vanagloria, de arrogancia, o de
cualquier otro vicio, descubre luego todos los defectos y los
manifiesta con toda su propia desnudez; y no solamente los
descubre, sino que los hace más graves y más fuertes.
Las heridas del cuerpo, si se tocan y manosean, se hacen
más difíciles de curarse; y las pasiones del ánimo, irritadas y
exasperadas, naturalmente se encrudecen y se hacen mas
rebeldes e inducen a caer en mayores pecados a los que las
tienen. De lo que resulta, que si no se está con la mayor
atención, inclinan el ánimo al amor de la gloria, a la arrogancia,
al deseo de las riquezas, y lo arrastran al lujo, a la relajación, a
la desidia, y poco a poco sucesivamente a otros males que
provienen de estos; pues se encuentran en el mundo muchas
cosas, que pueden entibiar la prontitud del ánimo, y cortarle la
carrera en el camino derecho que lleva a Dios; pero
principalmente, el tratar, y conversar con las mujeres.
El prelado que debe cuidar de todo el rebaño, no puede
aplicar su pensamiento a la parte de los hombres, y descuidar
de la que toca a las mujeres; en lo que se necesita de la mayor
cautela y atención, por la propensión natural que tienen los
hombres al pecado. Y aquél a quien tocó por suerte el
obispado, necesita aplicar también, ya que no la mayor parte de
sus pensamientos, a lo menos, no la menor en procurar su
salud. Debe visitarlas en sus enfermedades, consolarlas en su
llanto, corregirlas en sus descuidos, y asistirlas en sus
aflicciones y trabajos.
Ahora, pues, cuando se practican estas cosas, hallará el
espíritu maligno muchas puertas abiertas por donde entrarle, si
no se halla defendido de una guarda muy vigilante; porque los
ojos de la mujer hieren y perturban el alma, y no solamente los
de una mujer lasciva, sino también los de la que es honesta y
sus adulaciones ablandan, y las honras que te hacen te dejan
sin libertad. Y la caridad ardiente, que es la causa de todos los
bienes, por su medio viene a ser ocasión de infinitos males, si
no saben aplicarla bien.
Y no pocas veces los continuos pensamientos embotan la
agudeza del alma y hacen su agilidad más pesada que el mismo
plomo; y alguna vez, cayendo la ira en el corazón, ocupa todo
su interior a manera de humo.
IX.
¿Y quién podrá contar las otras incomodidades, ultrajes,
violencias, quejas de grandes y de pequeños, de prudentes y
de imprudentes? Aquel género, principalmente de hombres, que
carece de un recto discernimiento, es quejoso y no admite
fácilmente excusas. Y el buen prelado no debe despreciar ni
aun a éstos, sino que con dulzura y mansedumbre ha de
satisfacer a todos de lo que le acumulen, y estar pronto, y
dispuesto a perdonarles una queja fuera de razón, antes que
soltar la rienda a la ira.
Y si San Pablo temió hacerse sospechoso de hurto con sus
discípulos, y por esto echó mano de otras personas para la
administración del dinero, [94]para que ninguno nos reprenda,
como él mismo dice, en esta gran porción que administramos
¿cómo es posible que nosotros dejemos de poner toda la mayor
diligencia para apartar las malas sospechas, aunque sean
falsas, y sin razón, y aunque muy ajenas de nuestra opinión? A
la verdad, de ningún pecado nos hallamos tan distantes, cuanto
estuvo San Pablo del hurto; y con todo, aunque se hallase tan
libre de una acción tan fea, no por eso despreció la sospecha
del vulgo, aunque necia y poco razonable.
Verdaderamente era una locura sospechar tal cosa de
aquella alma bienaventurada y admirable; y con todo, vemos
que apartó lejos de sí las ocasiones de semejante sospecha tan
absurda, y que sólo podía caber en el ánimo de un mentecato,
y no despreció la locura del vulgo, ni tampoco dijo: "¿a quién
podrá venir al pensamiento el sospechar semejante cosa,
teniendo todos de mí tan alta estima, y veneración, ya por mis
milagros, ya también por la inocencia de mi vida?" Pero no fue
así, sino que sospechó de sí y creyó que podía nacer esta mala
sospecha, y la arrancó desde las raíces; o por mejor decir, no
permitió que naciese. ¿Y por qué? [95]"Procuremos, dice, cosas
honestas, no sólo delante de Dios, sino también delante de los
hombres".
Tan grande, y aun mayor cuidado conviene tenerse, no sólo
para desvanecer en los principios, cuando se mueve una fama
no buena, sino para prevenir desde lejos, de donde pueda
nacer; y anticipadamente quitar de delante aquellas ocasiones,
de donde puede tener origen, no esperando a que tome fuerzas
y a que vaya de boca en boca por el vulgo, porque entonces no
será fácil el sofocarla, sino muy difícil, o por ventura imposible; y
aun cuando esto se pueda, no podrá hacerse, sino cuando
muchos hayan sido ya dañados.
¿Pero hasta cuándo proseguiré yo contando aquellas cosas,
que no pueden comprenderse con el pensamiento? El reducir a
número todas las dificultades que allí se encuentran, no es otra
cosa, que pretender medir la profundidad del mar. Pues aunque
uno se halle libre de toda pasión, lo que no es posible; con
todo, para corregir los pecados ajenos, se ve obligado a sufrir
infinitas y graves angustias y trabajos. Y si a esto se juntan las
propias pasiones, mira ¿qué abismo será este de trabajos y de
pensamientos? ¿y cuántas cosas no debe sufrir aquél, que
quiere pasar sobre sus propios males y sobre los ajenos?
X.
¿Pero al presente, dijo Basilio, te hallas libre de semejantes
trabajos? ¿o no tienes algún cuidado, viviendo sólo contigo
mismo?
Crisóstomo: No me faltan, respondí yo, aun al presente.
¿Cómo es posible, que siendo hombre, y viviendo en esta vida
trabajosa, pueda estar libre de afanes y cuidados? Pero no es
lo mismo entrarse en un pliego inmenso, que pasar un río.
Grande es la diferencia que hay entre estos, y aquellos
cuidados. Y al presente, si pudiera yo ser útil a los otros, yo
mismo lo querría, y sería esta una cosa que yo apetecería; pero
sino puedo ser útil al prójimo, me contentaré si logro salvarme a
mí mismo y librarme de la tempestad.
Basilio: ¿Y tú crees que esta es una gran cosa? ¿o juzgas
que de algún modo podrá salvarse aquél, que no haya
procurado ayudar a su prójimo?
Crisóstomo: Has dicho bien, respondí yo, porque no puedo
creer que se pueda salvar el que no tiene cuidado alguno de la
salud de su prójimo. A aquel desventurado de nada le sirvió el
no haber menoscabado el talento; pero fue causa de su
perdición el no haberlo aumentado y acrecentado otro tanto.
Con todo, yo creo que si fuere acusado de no haber
procurado la salud del prójimo, será mas suave mi castigo, que
si fuere llamado juicio; porque después de haber recibido una
honra tan grande, habiendo empeorado yo, he perdido a otros
y a mí mismo. Al presente, creo que no me espera otro castigo,
sino el que corresponda a la grandeza de mis pecados. Pero
después de haber recibido esta potestad, yo creería tener, no
duplicado o triplicado castigo, sino mucho más multiplicado y
más grave, por haber escandalizado a muchos y ofendido a
Dios que me había dado un tan gran honor.
XI.
Por tanto, acusa el Señor con mayor fuerza a los israelitas,
mostrándoles con esto haberse hecho dignos de mayor castigo,
por haber pecado después de los honores que habían
conseguido de Él, diciendo unas veces: [96]"A vosotros solos
he reconocido entre todas las naciones de la tierra; por tanto,
castigaré sobre vosotros vuestras impiedades". Y otras: [97]"He
tomado de vuestros hijos los profetas, y de vuestros jóvenes los
consagrados". Y antes de los profetas, queriendo manifestar
que reciben mayor pena los pecados cometidos por los
sacerdotes, que los que lo son por personas particulares;
[98]ordena que el sacrificio que se haya de ofrecer por los
sacerdotes fuese igual al que se ofrecía por todo el pueblo.
Ahora, semejante ordenación, es de uno que quiere
manifestar que necesitan de mayor remedio las heridas de los
sacerdotes, y que este debe ser tan grande, cuanto es el que
conviene, o debe aplicarse a las heridas de todo un pueblo.
Ahora bien, es cierto que no tendrían mayor necesidad, sino
fuesen mucho más graves. Se agravan, pues, más, no por su
naturaleza, sino por la dignidad del mismo sacerdote que las
comete.
Y qué hablo yo de los hombres, que manejan este ministerio:
[99]las hijas de los sacerdotes, a las cuales nada toca el
sacerdocio, por la dignidad del Padre, son castigadas más
acerbamente por unos mismos pecados; y siendo el pecado
igual tanto en éstas, como en las hijas de los particulares,
siendo uno y otro pecado de estupro, con todo es más grave la
pena en las primeras. Ves tú, cuán superabundantemente te
muestra Dios, que toma mucho mayor castigo del sacerdote,
que de aquéllos que le están sujetos? porque castigando con
mayor rigor que a las otras a la hija por causa del padre, es
constante que no pedirá la misma pena que a los otros, sino
mucho mayor, al que es causa de que se le aumente el castigo.
Y con mucha razón, porque el daño no se ciñe y extiende a él
solo, sino que trasciende a las almas de los más débiles, y que
tienen puesta en él la mira. Ezequiel, [100]queriendo
enseñarnos esto mismo, pone una distinción entre el juicio de
los carneros y el de las ovejas.
XII.
Ahora bien, ¿te parece si ha sido bien fundado nuestro
temor? Además de lo que dejo dicho, aunque al presente
necesito de trabajar mucho para no ser vencido por las
pasiones del ánimo; con todo, sufro esta fatiga, y no rehuso el
combate. Y aunque ahora no deja de sorprenderme la
vanagloria; no obstante, vuelvo muchas veces sobre mí y
conozco que he caído en su red, y alguna vez doy gritos a mi
alma cuando la veo reducida a esclavitud. Aun ahora
experimento en mí deseos muy impropios; pero es menos activa
la llama que encienden, porque falta a los ojos materia exterior,
en que prenda el fuego. Y por lo que mira a hablar mal de
alguno, o escuchar a quien lo diga, estoy libre de esto
enteramente, no habiendo con quien poder conversar, porque
estas paredes no pueden hablar. Pero no me es posible evitar
del mismo modo los ímpetus de la ira, aunque falte aquí quien
me mueva a ella. Ocurriéndome frecuentemente a la memoria
las acciones que ejecutan los hombres inicuos, siento en mi
corazón alguna hinchazón; pero aun esto no llega hasta el
extremo, porque le tiramos la rienda luego que sentimos su
ardor y lo persuadimos a que se sosiegue, haciéndole cargo ser
un absurdo, y propio de la mayor miseria, el cuidar, y ser
curiosos de los males ajenos, dejando a un lado los propios.
Pero entregándome al público, y sorprendido de mil
perturbaciones, no podré gozar de estos avisos, ni hallar
aquellos pensamientos que me instruyan tan bien. Sino que
como los que se hallan en un lugar de precipicio, o se ven
arrebatados de un torrente, o de otra violencia semejante,
pueden muy bien preveer la ruina en que van a caer; pero no
saben ni aun pensar el modo de salvarse: así yo, si cayere en
tan gran tumulto de pasiones, podré muy bien ver que cada día
se me aumenta el castigo; pero el estar sobre mí mismo como
ahora, y el refrenar estas enfermedades por todos títulos
rabiosas, no me será tan fácil como antes.
Tengo un alma débil, pequeña y fácil de ser dominada, no
solamente de estas pasiones, sino de la más cruel de todas,
que es la envidia.
Tampoco sabe llevar con moderación los ultrajes, ni los
honores; sino que se engríe con estos excesivamente, al paso
que aquéllos la abaten.
Y así como los animales feroces, cuando se hallan en una
buena constitución de cuerpo y bien mantenidos, vencen
fácilmente a los que entran a combatir con ellos,
particularmente si estos son débiles y poco experimentados;
pero cuando después los afligen con hambre, se adormece su
fiereza y se debilita la mayor parte de su fuerza de manera que
se atreve a combatir y luchar con él, otro que no sea muy
generoso. Así también por lo que toca a las pasiones del ánimo,
el que las debilita las sujeta a la recta razón y modo de bien
pensar: y por el contrario, el que les da alimento, prepara un
combate más difícil y se le representa tan terrible que pasa toda
su vida en esclavitud y temor.
¿Pero cuál es el alimento de estas bestias? de la vanagloria,
lo son los honores y las alabanzas; de la soberbia, la grandeza
de la autoridad y del poder; de la envidia, el nombre ilustre y
celebrado del otro; de la avaricia, la liberalidad de aquéllos que
ofrecen dones; de la liviandad, las delicias y las continuas
conversaciones, y trato con las mujeres; finalmente, otro es el
alimento de otros vicios.
Ahora, bien cierto es que si me entrego al público, me
asaltarán ferozmente todas estas bestias, y despedazarán mi
alma, y me serán terribles, y me harán más grave la guerra que
he de mantener con ellas; por el contrario, estándome aquí
quieto, verdad es que necesitaré de gran fuerza para domarlas;
pero con todo, lo lograré asistido de la divina gracia, y en tal
caso sólo podrán ladrar.
Por esto conservo esta pequeña habitación, no salgo fuera,
ni admito a alguno, ni trato con persona nacida, y sufro el oír
otras infinitas acusaciones de esta clase, de las que con gusto
me descargaría; pero no pudiendo conseguirlo, siento sus
remordimientos y dolor, porque no me es fácil el conversar con
los hombres y permanecer al mismo tiempo en la presente
seguridad.
Por tanto, te ruego quieras compadecerte de mi, antes que
reprenderme, viéndome enredado en tan grande dificultad.
Pero creo que aún no he logrado el poderte persuadir.
Es tiempo ya que te descubra aquella única cosa que te he
ocultado hasta ahora, y que por ventura a la mayor parte
parecerá increíble; pero no por esto me avergonzaré de ponerla
en público. Porque aunque lo que yo te diré, es argumento de
una mala conciencia y de infinitos pecados, ya que Dios me ha
de juzgar, que es el que enteramente lo sabe todo, ¿qué
utilidad podré yo tener de que lo ignoren los hombres? ¿Qué
es, pues, este secreto? Desde aquel día en que tú me hiciste
entrar en la sospecha de que me querían promover al
obispado, me he visto repetidas veces en peligro de que mi
cuerpo se destruyese enteramente. Tan grande ha sido el
susto, tan grande la tristeza que ha ocupado mi ánimo; porque
considerando dentro de mí mismo la gloria y santidad de la
Esposa de Cristo, su belleza espiritual, su prudencia y adorno, y
atendiendo por otra parte a mis males, no dejaba de llorar por
ella y por mí. Y suspirando continuamente, y angustiado, decía
dentro de mí: ¿Quién es el que ha podido sugerir este consejo?
¿Qué pecado tan enorme ha cometido la Iglesia de Dios? ¿Qué
cosa tan grande ha irritado a su Señor, para que fuese
entregada al más vil de todos los hombres, para que sufriese un
oprobio tan grande?
Pensando conmigo mismo muchas veces estas cosas, y no
pudiendo tolerar ni aun el pensamiento de esta indignidad, del
mismo modo que los que quedan aturdidos por un rayo, me
estaba con la boca abierta, sin poder, ni ver, ni sentir cosa
alguna; y cuando se me aliviaba una tan grave angustia, porque
alguna vez también se me pasaba, sucedían las lágrimas y la
tristeza. Y después de haberme saciado de llorar, me embestía
nuevamente el temor, turbándome todo y poniendo mi ánimo en
inquietud. En tan grande tempestad he vivido en lo pasado y tú
no lo sabías, y juzgabas que tuviese una vida muy tranquila.
Pero ahora yo procuraré descubrirte la tempestad de mi alma;
porque así tal vez me perdonarás en adelante y cesarás de
acusarme. ¿Pero cómo podré yo, cómo podré manifestarla? Si
tú quisieras verla claramente, no se podría hacer esto de otra
suerte que abriéndote mi propio corazón; pero por cuanto es
esto imposible, procuraré, cuanto me sea permitido, por medio
de alguna débil semejanza manifestarte ahora el humo de mi
tristeza. Tú después, por medio de esta imagen, podrás colegir
sola la tristeza.
Supongamos que se halla desposada con un hombre una
doncella que es hija del rey de toda la tierra que se descubre
debajo del sol. Esta doncella se halla adornada de una
indecible hermosura, de manera que es superior a la humana
naturaleza, excediendo en esto con mucha ventaja a todo el
sexo de las mujeres y dejando muy atrás en la virtud del ánimo
a todo el género de los hombres, que son y serán. Además
sobrepasa en la honestidad de sus costumbres todos los
términos de la filosofía, y con la gracia de su semblante hace
desaparecer toda la gentileza de su cuerpo. El esposo se halla
tan enamorado de ella, no sólo por estos dotes tan
sobresalientes, sino que aun sin ellos se ve tan preso de su
amor, que excede en esta pasión a los más locos amantes que
jamás se hayan conocido.
Y después de hallarse abrasado de un amor tan grande, no
falta quien le diga que aquella maravillosa doncella a quien él
tanto ama, está para ser esposa de un hombre bajo y humilde,
de vil nacimiento, imperfecto en su cuerpo y el más inicuo de
todos los mortales. ¿Te parece que puedo yo haberte
manifestado una pequeña parte de mi dolor? ¡Y que basta esto
para darte cumplida una tal imagen!
Por lo que toca a la tristeza, me parece que sí; porque sólo
para este efecto la he tomado.
Pero para mostrarte, además de esto, la grandeza de mi
temor y de mi susto, pasemos nuevamente a otra descripción.
Hay un ejército compuesto de infantería, de caballería, y de
soldados de marina. El mar está cubierto de número de naves,
llenos los campos y las cimas de los montes de escuadrones de
soldados a pie y a caballo. Brilla con los reflejos del Sol el metal
de las armas, y por los rayos que desde arriba se despiden,
vibran su resplandor los yelmos y los escudos. Se levanta hasta
el cielo el ruido de las lanzas y el relincho de los caballos. No se
descubre el mar, ni la tierra, sino que por todas partes aparece
cobre y acero. Para hacer frente a estos, se ponen en orden los
enemigos, hombres feroces e inhumanos, y está ya para
comenzarse la batalla.
Si en esta disposición, se arrebatase de improviso a un joven
de aquéllos que se han criado en el campo, y que no saben de
otra cosa que de la zampoña y del callado, se le vistiese todo
de hierro, y se le pasease alrededor de todo el campo, se le
mostrasen los escuadrones y sus conductores, los ballesteros,
honderos, centuriones, oficiales, soldados de armas pesadas,
los caballos, los flecheros, las naves, sus capitanes, los
soldados armados que se hallan amontonados sobre ellas y el
gran número de máquinas que mantienen sobre sí las naves.
Se le presentase después, puesto ya en orden de batalla, todo
el ejército de los enemigos y ciertos semblantes espantosos,
con la extraña y diversa figura, el aparato de las armas y su
multitud infinita, los valles, los profundos precipicios, y
despeñaderos de los montes. Se le hiciese ver, además de
esto, por la parte de los enemigos, su caballería, que por medio
de ciertos encantos vuela por el aire y lleva hombres armados.
Finalmente, se le diese a entender toda la fuerza y todos los
modos de aquel engaño: se le contasen las calamidades de la
guerra, la nube de los dardos, la lluvia de saetas, y aquella gran
oscuridad y tinieblas, aquella noche tenebrosísima que forma el
gran número de flechas que caen de todas partes, y que con su
espesura quitan los rayos del sol; el polvo, que impide la vista
de los ojos, no menos que las tinieblas, los arroyos de sangre,
los lamentos del que cae, y los clamores del que se mantiene
en pie aún fuerte, los montones de cadáveres, las ruedas
teñidas de sangre, y los caballos con los jinetes precipitados en
tierra por la multitud de los muertos, el suelo cubierto
confusamente de todas estas cosas mezcladas: sangre, picas,
arcos, dardos, uñas de caballos, cabezas humanas, brazos y
piernas cortadas, cuellos y pechos atravesados, sesos pegados
a las espadas, la punta de un dardo quebrado y que tiene como
ensartado un ojo de un hombre.
Si después se pasase a hacerle saber los sucesos de una
batalla naval, unas naves ardiendo en medio del mar, otras
anegadas juntamente con los soldados, el ruido de las aguas, el
clamor de los marineros, el gritar de los soldados, la espuma de
las olas teñidas con la sangre, y que entra en los navíos por
todas partes, los cadáveres, unos sobre los tablados, otros
sumergidos, otros nadando sobre las aguas, otros arrojados a
las orillas, y otros dentro de las mismas olas, cubiertos de tal
suerte, que parece quieren cortar el camino a las naves.
Y después de haberle informado de todos los sucesos
trágicos de la guerra por menor, se le explicasen los males de la
esclavitud y la servidumbre, que es aun más dura que la misma
muerte.
Y habiéndole dicho todas estas cosas, se le mandase que sin
perder tiempo montase un caballo y que se pusiese a mandar
todo aquel ejército. ¿Crees tú que este joven podría sufrir, ni
aun la relación sola de todo lo dicho, y que a primera vista no
quedaría desmayado?
XIII.
No creas que pretendo yo aquí exagerar esto con mi oración,
ni juzgues que son grandes las cosas que dejo dichas; porque
encerrados en este cuerpo como en una cárcel, no podemos
ver nada de las cosas invisibles. Verías ciertamente una batalla
mucho mayor, y más terrible, si pudieras ver con tus ojos los
tenebrosos escuadrones del demonio y el furioso combate. Allí
no hay cobre, ni hierro, ni caballos, ni carros, ni ruedas, ni
fuego, ni dardos, ni otras cosas de esta clase, que son visibles,
sino otras máquinas mucho más espantosas. No necesitan
estos enemigos de coraza, ni de escudo, ni de espadas, ni de
picas; pero basta sólo la vista de aquel ejército abominable para
poner en consternación un alma no es muy generosa, y que
además de su propia fortaleza, no goce de una particular y gran
protección divina.
Y si fuese posible, que despojado de este cuerpo, o aunque
fuese dentro de él, pudieras ver claramente con seguridad y sin
temor toda la disposición de su ejército, y la guerra que nos
hace, verías, no arroyos de sangre, ni cuerpos muertos, sino
tantos cadáveres de almas, y heridas tan graves, que toda
aquella descripción y aparato de guerra que poco antes me has
oído, la tendrías por una niñería, y más bien por un juguete que
por guerra. Tan grande es el número de los que cada día
quedan heridos; ni las heridas ocasionan un mismo género de
muerte; antes bien es tan grande la diferencia que hay entre
una y otra, cuanta es la distancia que se nota entre el cuerpo y
el alma. Cuando el alma ha recibido una herida, y ha caído, no
queda como el cuerpo, sin sentimiento; sino que aquí es
atormentada y afligida de la mala conciencia, y después cuando
sale de este mundo, según lo pide el juicio, es entregada a un
castigo eterno. Y si alguno no siente dolor de las heridas que
recibe del demonio, se hace el mal mucho más grave por una
tal insensibilidad. Aquél que no siente el golpe de la primera
herida, fácilmente recibe la segunda, y después la tercera; pues
el maligno no deja de combatirnos en tiempo alguno hasta el
último aliento, cuando encuentra el alma descuidada y que
desprecia las primeras heridas.
Y si quieres informarte del modo con que dispone sus asaltos,
los encontrarás muy fuertes y variados. No hay alguno que
sepa tantos géneros de engaños y ardides, como aquel espíritu
inmundo, consistiendo en esto su mayor poder; ni alguno puede
tener con sus más fieros enemigos enemistad tan grande, como
la que tiene aquel maligno con la naturaleza humana.
Y si alguno quiere saber con cuánto ardor nos combate, sería
cosa ridícula el pretender compararlo con los hombres. Si
haciendo elección de las bestias más feroces y crueles, quisiere
ponerlas al lado de su furor, las hallará en su comparación más
apacibles y mansas; tan grande es la indignación que respira,
cuando asalta a nuestras almas.
Aquí entre nosotros es breve el tiempo de la batalla, y en este
corto espacio se dan muchas treguas porque la noche que
sobreviene, el cansancio de proseguir el alcance, el tiempo de
tomar alimento, y otras muchas ocasiones que naturalmente
ocurren, suelen dar entretanto al soldado algún reposo para
poder despojarse de las armas, respirar un rato, recobrarse con
la comida y bebida, y tomar nuevamente sus primeras fuerzas
con otros accidentes semejantes.
Pero habiendo de pelear contra este maligno, nunca es lícito
dejar las armas, ni se puede tomar el sueño, para estar libre por
todas partes de sus heridas. Una de dos cosas ha de suceder
necesariamente; o caer y perderse despojado de las armas, o
haber de estar siempre armado y en centinela; porque él está
siempre con su armada acechando sin interrupción alguna
nuestros descuidos, aplicando mayor cuidado a nuestra
perdición, que el que ponemos nosotros en nuestra salud.
Y el no ser visto por nosotros, y sus asaltos improvisos (cosas
que son la causa de infinitos males al que no está en continua
vigilia) hacen más dudoso el suceso de esta guerra que el de
aquélla.
¿Y querías tú que yo fuese aquí el conductor de los soldados
de Cristo? Esto sería servir de capitán al demonio. Si el que
tiene obligación de poner en orden a los otros, y de
pertrecharlos bien, es el más impérito de todos y el más débil; y
por falta de ciencia entrega a los que le están encomendados,
éste sirve de capitán más bien al demonio que a Cristo.
¿Pero por qué suspiras? ¿por qué lloras? mis cosas al
presente no son dignas de llanto, sino antes bien de gozo y de
alegría.
Pero no así las mías, respondió Basilio, sino dignas de
eternas lágrimas. Apenas he podido conocer hasta ahora, en
qué males me has metido. Yo vine a ti, para saber cómo debía
responder, y qué debía decir en tu nombre a los que te acusan;
y tú me envías, habiendo puesto sobre mí, en vez de un
cuidado otro mayor. Yo ya no me cuido de hablar en tu defensa
con aquéllos; sino cómo he de poder responder yo a Dios en
defensa mía y de mis males. Te ruego, pues, y te pido, si tienes
algún cuidado de mis cosas, si hay algún consuelo en Cristo, si
algún alivio en nuestro amor, si hay entrañas y sentimientos de
compasión (pues sabes que tú mismo, más que todos, me has
conducido a este peligro) dame la mano, y con aquellas
palabras, y hechos que sean eficaces para corregirme, no
quieras, ni por un breve espacio de tiempo, abandonarme;
antes bien ahora mejor que antes, hazme participante de tu
conversación.
Crisóstomo: Sonriéndome yo al oír esto: ¿qué auxilio, le dije,
podré yo darte, y qué socorro en un peso tan grave de cosas?
Pero pues tú lo quieres así, ten buen ánimo y confianza, amado
mío, porque yo no dejaré de asistirte y de consolarte, y no
omitiré cosa alguna, según mis fuerzas, todo aquel tiempo que
te permitieren respirar aquellos cuidados que suelen nacer de
aquí.
Dicho esto, y llorando mucho más amargamente, se puso en
pie; y yo abrazándole, y aplicando mis labios a su cabeza, le
acompañaba, exhortándole a llevar generosamente lo que le
había sucedido. Yo confío, le dije, en Jesucristo, el cual te ha
llamado y destinado al gobierno de sus ovejas, que de este
ministerio conseguirás tan gran confianza, que aun cuando
peligremos nosotros, nos recibirás en tu eterno tabernáculo.
........................
90. Heb. 13. 17.
91. Mat. 18. 6.
92. Ezech. 33. 3.
93. Galat. 2. 20.
94. 2. Cor. 8. 20.
95. Rom.$12. 17.
96. Amos. 3. 2.
97. Amos. 2. 11.
98. Lev. 4. 3.
99. Deut. 22.
100. Ezeq. 34. 17.
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