SAN JUAN CRISÓSTOMO San Juan Crisóstomo es el representante más importante de la Escuela de Antioquía y uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia en Oriente. Su personalidad nos es bien conocida a través de sus biógrafos: enérgico y de gustos sencillos y austeros, estaba dotado de grandes cualidades oratorias. Nacido en el seno de una familia cristiana noble, alrededor del año 350, recibió desde su infancia una educación esmerada. Después de ser ordenado sacerdote en el año 386, cumplió el oficio sacerdotal en Antioquía durante doce años; allí recibió el sobrenombre de Crisóstomo (boca de oro) con que ha pasado a la posteridad, a causa del esplendor de su elocuencia. En el 397 fue consagrado obispo de Constantinopla. Desde el primer momento dedicó todos los esfuerzos a elevar el ambiente moral de la sociedad que le rodeaba, lo que le produjo numerosas incomprensiones y, al final de su vida, el exilio. Murió el 14 de septiembre del año 407. Entre los Padres griegos no hay ninguno que haya dejado una herencia literaria tan copiosa como San Juan Crisóstomo. Además, es el único, entre los antiguos antioquenos, cuyos escritos se han conservado casi íntegramente. Su producción literaria se puede dividir en tratados, homilías y cartas. Según él mismo atestigua, predicaba todos los días. Algunos de los oyentes tomaban notas, que él después revisaba, o no, antes de la publicación: ésta es la causa de que, en ocasiones, nos hayan llegado dos versiones de una misma homilía. Preparaba sus discursos con sumo cuidado, y miraba especialmente al bien de los oyentes, que, en no pocas ocasiones, le interrumpían con aplausos. El mayor número de homilías conservadas—varios centenares—forman parte de una serie de comentarios a los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Las noventa Homilías sobre el Evangelio de San Mateo representan el más antiguo comentario completo sobre el texto del primer evangelista. Su exégesis es de carácter moral, de acuerdo con el método propio de la Escuela antioquena. San Juan Crisóstomo mueve decididamente a la conversión a quienes, siendo cristianos de palabra, no lo son con sus obras y no difunden a su alrededor la luz de Cristo. Muy importantes son también las ocho Catequesis sobre el Bautismo, descubiertas en este siglo, en las que expone a los nuevos cristianos las exigencias de la pelea espiritual del cristiano; el tratado A Teodoro caído, exhortación a un amigo que había decaído de su anterior fervor religioso; y los cinco libros Sobre el sacerdocio, una de las joyas de la literatura cristiana de todos los tiempos sobre la excelencia y dignidad del sacerdocio cristiano. LOARTE ***** SAN JUAN CRISÓSTOMO, el autor más importante del período, debió de nacer dentro de los diez años centrales del siglo IV. Natural de Antioquía, hijo de una familia cristiana acomodada, su madre había quedado viuda a la edad de veinte años. Fue en la misma Antioquía donde estudió filosofía y retórica y donde, a la edad de veintiún años, después de estar tres junto al obispo Melecio, y de recibir el bautismo, fue hecho lector. A pesar de la oposición de su madre vivió unos años como ermitaño en el desierto, de donde tuvo que regresar porque su salud empeoraba. En todo este tiempo no había dejado el estudio de las letras sagradas, y al volver a Antioquía fue ordenado diácono por el obispo Melecio (381) y luego presbítero por el obispo Flaviano (386); éste le asignó inmediatamente la tarea de predicar en la principal iglesia de la ciudad, lo que cumplió con gran puntualidad durante los doce años que van hasta el 397. Este período de doce años es el más fecundo de su vida, y en ellos pronunció sus homilías más conocidas, las que más adelante, en el siglo VI, le valdrían el calificativo de crisóstomo: boca de oro. Los últimos ocho años de su vida fueron tumultuosos. Fue elegido obispo de Constantinopla (397) y llevado allí contra su voluntad, con engaños. Teófilo, obispo de Alejandría, fue obligado a ordenarle de obispo, cosa que no perdonaría a Juan. Una vez obispo, Juan, que hasta ahora se había resistido a serlo, quiso comenzar una restauración eclesiástica en la que, quizá por falta de habilidad, su buena y decidida voluntad se estrelló contra los obstáculos existentes y los muchos intereses creados. Poco a poco se enemistó con parte del clero, y luego con la emperatriz Eudoxia, a la que sus enemigos acudían con intrigas. En esta situación, Teófilo de Alejandría, que había sido citado ante Juan para responder a unas acusaciones, consiguió reunir lo que después se llamaría Sínodo de la Encina, en las afueras de Calcedonia, donde, con acusaciones falsas, consiguió que Crisóstomo fuera depuesto y desterrado por el emperador. El pueblo de Constantinopla se amotinó y Juan, el día siguiente de su salida, volvió a entrar triunfalmente en su sede. Sin embargo, la situación volvió a deteriorarse y unos dos meses después tenía que salir desterrado a Armenia (404), de donde, a petición propia, por el peligro que podía representar para su vida la envidia de sus enemigos ante las multitudes que acudían a él desde su antigua ciudad de Antioquía, fue de nuevo desterrado a un lugar más lejano, en la extremidad oriental del Mar Negro. En el camino hacia este último destierro, lleno de penalidades, moría el año 407. Sus restos fueron llevados a Constantinopla el 438, y el emperador Teodosio II, hijo de Eudoxia, pidió públicamente perdón en nombre de sus padres. Con motivo de la deposición de Juan, el papa, a quien había apelado y que le había respaldado, rompió su comunión con Constantinopla, Alejandría y Antioquía, hasta que no se readmitiera a Juan; esa comunión se restauraría cuando, no muchos años después, el nombre de Juan, ya difunto, fue introducido en las plegarias litúrgicas oficiales de aquellas Iglesias. La producción literaria de San Juan Crisóstomo se ha conservado muy bien, debido a la fama que tuvo en vida y que en ningún momento perdió. Esta producción literaria es extraordinariamente amplia (ocupa 18 volúmenes en la edición de Migne), y está compuesta fundamentalmente por sermones, aunque comprende también algunos tratados de importancia considerable y no falta un buen número de cartas. Sus sermones se pueden clasificar en los grupos siguientes: homilías exegéticas, de las que algunas tratan sobre el Antiguo Testamento (sobre el Génesis; sobre los Salmos, que son las mejores; sobre Isaías) pero que en su gran mayoría versan sobre el Nuevo Testamento. Así, sobre el evangelio de San Mateo tiene noventa homilías, que constituyen la explicación más completa de la antigüedad sobre este evangelio; en esas homilías, junto a la insistencia en la consubstancialidad del Hijo con el Padre se expone el texto sagrado con gran brillantez y con una constante aplicación moral y ascética; sus descripciones del ambiente en que se desarrollaba la vida en Antioquía son también muy interesantes para el historiador. Otras casi noventa homilías sobre el evangelio de San Juan son en general más breves, y en ellas ocupa más espacio la insistencia en la consubstancialidad del Hijo con el Padre, pues muchos de los textos de este evangelio eran aducidos por los arrianos para atacarla. Otros cincuenta y cinco sermones tratan sobre los Hechos de los Apóstoles, y constituyen el único comentario entero sobre este libro que nos ha dejado la antigüedad; aún hay que añadir las muchas homilías sobre todas y cada una de las cartas de San Pablo: sobre los Romanos (32 homilías), de gran importancia tanto dentro de la patrística en general como dentro del conjunto de la obra de Juan Crisóstomo; sobre las dos cartas a los Corintios (77); sobre los Gálatas, en que sigue una exégesis versículo por versículo; sobre los Efesios (24), sobre los Filipenses (15), sobre los Colosenses (12), sobre las dos cartas a los Tesalonicenses (11), sobre las cartas a Timoteo, Tito y Filemón (37), sobre los Hebreos (34). Otras homilías, menos numerosas, están pronunciadas directamente para exponer una doctrina o luchar contra un error: Sobre la naturaleza incomprensible de Dios, las Catequesis bautismales y las Homilías contra los judíos están en este grupo. En algunos sermones ataca especialmente determinados abusos morales, aunque esa dimensión moral no está nunca ausente en ninguno de ellos. Así, los sermones In kalendas, donde combate la manera de celebrar el año nuevo, o su sermón contra los juegos del circo y del teatro, o las homilías sobre el diablo o sobre la penitencia, sobre la limosna o sobre las delicias futuras y la miseria presente. Otras homilías fueron pronunciadas con ocasión de fiestas litúrgicas; otras son panegíricos de santos del Antiguo Testamento o de mártires; y otras obedecen a diversas circunstancias, como las 21 homilías al pueblo de Antioquía sobre las estatuas, cuando en un motín popular se derribaron las del emperador Teodosio y su familia. En cuanto a los tratados, el más famoso es sin duda el que versa sobre el sacerdocio, en que diserta ampliamente sobre los deberes del sacerdote siguiendo la pauta que le daba la Apología de fuga de San Gregorio de Nacianzo. Otros tratan sobre la vida monástica y sobre la virginidad y la viudez, temas por los que muestra predilección, al igual que lo habían hecho los Padres Capadocios. Su obra acerca de la educación de los hijos tiene un especial interés tanto por lo que nos muestra de la situación real de la educación en Antioquía como por el énfasis que pone en que el tema se aborde con responsabilidad. Otros tratados tocan el tema del sufrimiento, o están destinados a refutar impugnaciones de paganos y judíos. Las cartas son algo menos de 250, pertenecientes todas ellas al tiempo de su destierro; son importantes para conocer el desarrollo de las luchas que le llevaron a él, al mismo tiempo que son un testimonio patente de su continuado interés por sus amigos. TEXTOS Catequesis Bautismales Los seis libros sobre el Sacerdocio Homilías al pueblo de Antioquía, Xll, 4-5 Lectura frecuente de la Sagrada Escritura (Homilías sobre el Génesis, 35, 1-2) Como sal y como luz (Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 15, 6-7) La ley natural (Homilías al pueblo de Antioquía, Xll, 4-5) Voy a intentar demostraros que el hombre tiene por sí mismo conocimiento de la virtud. Cometió Adán el primer pecado, e inmediatamente tras el pecado se escondió. Ahora bien, de no saber que había obrado mal, ¿qué necesidad tenía de ocultarse? Porque entonces no había Escrituras ni Ley de Moisés. ¿Por dónde, pues, conoció el pecado y se escondió? Y no sólo se oculta, sino que, acusado, trata de echar la culpa a otro, diciendo: la mujer que me diste me dio del árbol y comí (Gn 2, 12). Y ella, a su vez, echa la culpa a la serpiente (...). Lo mismo cabe ver en la historia de Caín y Abel. Ellos fueron los primeros en ofrecer a Dios las primicias de sus trabajos. Yo quiero demostraros que el hombre no sólo es capaz de conocer el pecado, sino también la virtud. Que el hombre conoce ser un mal el pecado lo demostró Adán, y que sabe que la virtud es un bien lo puso de manifiesto Abel. Si éste ofreció aquel sacrificio, no es porque lo aprendiera de nadie, ni porque hubiera oído entonces alguna ley que hablara de las primicias; él mismo, su propia conciencia, fue su maestro. De ahí que no baje con mi discurso a tiempos posteriores, sino que me detenga en los primeros hombres, cuando no había letras, ni ley, ni profetas, ni maestros. Allí estaba Adán solo con sus hijos, y por ahí podemos comprender que el conocimiento de lo bueno y de lo malo era un don primero de la naturaleza. (...) Sin embargo, los griegos no soportan esto. Pues vamos a discurrir también contra ellos, y sigamos en el tema de la conciencia el procedimiento que usamos en el de la creación. No los combatiremos sólo por las Escrituras, sino también por argumentos de razón. Ya Pablo los venció en su lucha con ellos sobre este capítulo. ¿Qué dicen los griegos? No tenemos—afirman—una ley que la conciencia conozca por sí misma, ni infundió Dios nada de eso en nuestra naturaleza. Entonces, decidme, ¿en qué se inspiraron los legisladores de ellos para establecer leyes acerca del matrimonio, del homicidio, de los testamentos, depósitos, avaricia, e infinitas cosas más? Los actuales acaso se inspiraron en sus antecesores, éstos en otros, y otros en los más antiguos; pero estos antiguos y quienes al principio legislaron entre ellos, ¿en qué se inspiraron? ¡Evidentemente, en su conciencia! Porque no van a decir que trataron con Moisés y oyeron a los profetas. ¡No serian entonces gentiles! No, es evidente que los antiguos pusieron las leyes inspirándose en la ley que Dios infundió al hombre al plasmarlo, y por ella se inventaron las artes y todo lo demás. Del mismo modo se constituyeron tribunales y se determinaron castigos. Que es lo mismo que dice Pablo. Muchos gentiles le iban a replicar y decían: ¿cómo puede juzgar Dios a los hombres anteriores a Moisés, cuando no les envió un legislador, ni les propuso una ley, ni les mandó un profeta, ni un apóstol, ni un evangelista? ¿Qué derecho tiene a pedirles cuentas? Mas escucha la respuesta de Pablo, para demostrarles que tenían una ley que se sabe de suyo y conocían claramente lo que debían hacer: cuando los gentiles, que no tienen ley, hacen naturalmente lo que manda la ley, éstos, que no tienen ley, son ley para sí mismos y demuestran que lo que manda la ley está escrito en sus corazones (Rm 1, 14-15). ¿Cómo puede hallarse escrito sin letras? Porque lo atestigua su propia conciencia y las diferentes reflexiones que allá en su interior ya los acusan, ya los defienden, como se verá aquel día en que Dios juzgará lo oculto de los hombres por medio de Jesucristo, según el Evangelio que yo predico (Rm 2, 15-16). Y poco antes: cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán, y cuantos con la ley pecaron, por medio de la ley serán juzgados (Rm 2, 12). ¿Qué quiere decir que perecerán sin ley? Que no los acusará la ley, sino sus razonamientos y su conciencia. Ahora bien, de no tener la ley de su conciencia, no debieran siquiera perecer pecando. ¿Cómo perecer si pecaron sin ley? Mas cuando el Apóstol dice que pecaron sin ley, no quiere decir que no tenían ley en absoluto, sino que no tenían ley escrita, pero si la ley de la naturaleza. En otro pasaje, el Apóstol escribe: gloria, honor y paz a todo el que obra el bien, el judío primeramente y luego el griego (Rm 2, 10). Al hablar así, se refería a los tiempos remotos anteriores al advenimiento de Cristo. Y llama aquí griego o gentil no al idólatra, sino al adorador de un Dios único, pero no ligado por necesidad a las observancias judaicas del sábado, de la circuncisión o de diversas purificaciones. Se trata, en fin, de un gentil que practique toda la virtud y religión. Pues hablando de estos gentiles, dice en otro lugar: indignación e ira, tribulación y angustia aguardan al alma de todo hombre que obra mal, del judío primeramente y luego del griego (Rm 2, 9). También aquí llama griego al que está libre de la observancia judaica. Ahora bien, si no ha oído la ley ni se ha educado con los judios, ¿cómo puede ser objeto de indignación y de ira, de tribulación y angustia, caso de obrar mal? Porque tiene dentro la conciencia que le da voces y le enseña e instruye sobre todo. ¿Cómo se prueba eso? Porque el propio gentil castiga a los que pecan, pone leyes y establece tribunales. Pablo lo pone de manifiesto cuando dice de los que viven en maldad: los cuales, no obstante conocer la justicia de Dios, no echaron de ver que los que hacen tales cosas son dignos de muerte; y no sólo los que las hacen, sino también los que aprueban a los que las hacen (Rm 1, 32). ¿Y por dónde sabían, se dirá, que Dios quiere castigar de muerte a los que viven en maldad? Pues por el hecho de castigar ellos a los que pecan. Porque si no piensan que el homicidio sea un crimen, que no castiguen por sentencia al asesino convicto. Si no piensan que el adulterio sea un mal, que absuelvan de toda pena al adúltero que cae en sus manos. Ahora bien, respecto a los pecados de otros promulgas leyes, determinas penas y eres juez severo, ¿qué excusa puedes tener en lo que tú mismo pecas, con achaque de no saber lo que se debe hacer? Habéis cometido un adulterio tú y el otro; ¿qué razón hay para que al otro lo castigues y tú te tengas por digno de perdón? Si no sabías que el adulterio es un crimen, tampoco había que castigar al otro. Mas si castigas a otro y tú piensas escapar al castigo, ¿qué lógica es ésa que, siendo los pecados iguales, no lo sean las penas? (...) En conclusión, puesto que Dios ha de pagar a cada uno según sus obras, y nos puso la ley natural y más tarde la escrita, a fin de pedirnos cuentas de nuestros pecados y coronarnos por nuestras virtudes, ordenemos con gran cuidado nuestra vida, como quienes han de comparecer ante el tribunal severo, sabiendo que, si después de la ley natural y la escrita, después de tanta predicación y continua exhortación, todavía descuidamos nuestra salud, no habrá para nosotros perdón alguno. ***** Lectura frecuente de la Sagrada Escritura (Homilías sobre el Génesis, 35, 1-2) BI/LECTURA-FRECUENTE: Queridísimos, es una cosa muy buena la lectura de las divinas Escrituras. Da sabiduría al alma. eleva la mente al cielo, hace al hombre agradecido, nos impulsa a no admirar las realidades de aquí abajo, sino a vivir con el pensamiento puesto allá arriba, a realizar todas nuestras obras con la mirada fija en la recompensa que nos dará el Señor, a dedicarnos al trabajo de la virtud con gran entusiasmo. Gracias a ellas, podemos conocer la providencia de Dios, siempre dispuesta a prestar auxilio; la valentía de los justos, la bondad del Señor, la grandeza de los premios. Nos pueden impulsar a imitar fervorosamente la piedad de hombres generosos, para no adormecernos en las batallas espirituales y para confiar en las promesas divinas antes de que se cumplan. Por esto os exhorto: ¡leamos con mucha atención las Escrituras divinas! Alcanzaremos su verdadera comprensión si nos dedicamos siempre a ellas. No es posible, en efecto, que quien demuestra gran cuidado y deseo de conocer las palabras divinas se quede en la estacada. Incluso si no tiene ningún maestro, el Señor mismo entrará en nuestros corazones, iluminará nuestra inteligencia, nos revelará las verdades escondidas; será Él nuestro Maestro en lo que no comprendamos, con tal de que nosotros estemos dispuestos a hacer lo que podamos (...). Cuando tomamos en nuestras manos el libro espiritual, hemos de poner en vela nuestro espíritu, recoger nuestros pensamientos, echar fuera cualquier preocupación terrena. Dediquémonos entonces a la lectura con mucha devoción, con gran atención, para que se nos conceda que el Espíritu Santo nos guie a la comprensión de lo que está escrito, sacando así gran utilidad. Aquel hombre eunuco y bárbaro, ministro de la reina de los etíopes, que era un hombre importante, no descuidaba la lectura de la Escritura ni siquiera cuando estaba de viaje. Teniendo en sus manos al profeta [Isaías], leía con mucha atención, incluso sin comprender lo que tenía ante sus ojos; pero como ponía de su parte cuanto podía—diligencia, entusiasmo y atención—, obtuvo un guía (cfr. Hech 8, 26-40). Considera, por tanto, qué gran cosa es no descuidar la lectura de la Escritura tampoco durante los viajes, ni yendo en coche. Escuchen esto quienes ni siquiera en su propia casa admiten que haya que leer la Sagrada Escritura, con la excusa de que conviven con su mujer o militan en el ejército porque están preocupados por los hijos, dedicados al cuidado de los parientes, o comprometidos en otros negocios. Ese hombre era eunuco y bárbaro: dos circunstancias suficientes para que hubiese sido negligente. Otros factores eran su dignidad y sus grandes riquezas, y el hecho de viajar en una carroza, pues no es fácil dedicarse a la lectura cuando se viaja así; más aún, resulta costoso. Y, sin embargo, su deseo y su celo superaban cualquier impedimento. Hasta tal punto estaba enfrascado en la lectura, que no decía lo que muchos repiten en el día de hoy: «No entiendo lo que contiene, no logro comprender la profundidad de la Escritura; ¿por qué, pues, voy a sujetarme inútilmente y sin fruto a la fatiga de leer, sin nadie que me guie?». Nada de esto pensaba aquel hombre, bárbaro por la lengua pero sabio por el pensamiento. Creía que Dios no le despreciaría, sino que le mandarla pronto alguna ayuda de lo alto, con tal de que él hubiese puesto lo que estaba de su parte, dedicándose a la lectura. Por eso, el Padre benigno, viendo su íntimo deseo, no le descuidó ni le abandonó a sí mismo, sino que le mandó enseguida un maestro. Este bárbaro está en condiciones de ser maestro de todos nosotros: de quienes llevan una vida privada, de quienes están enrolados en el ejército, de quienes gozan de autoridad. En una palabra, puede ser maestro de todos; no sólo de los hombres, sino también de las mujeres—tanto más que están siempre en casa—, y de los que han elegido la vida monástica. Aprendan todos que ninguna circunstancia es obstáculo para leer la palabra divina; que es posible hacerlo no sólo en casa, sino en la plaza, de viaje, en compañía de otros o cuando estamos metidos en plena actividad. Si nosotros hacemos lo que está en nuestra mano, pronto encontraremos quien nos enseñe. Porque el Señor, viendo nuestro afán por la realidades espirituales, no nos despreciará, sino que nos mandará una luz del cielo e iluminará nuestra alma. No descuidemos, por tanto—os lo ruego—, la lectura de la Escritura. ***** La pelea del cristiano (Catequesis sobre el Bautismo, Vlll, 8-15) EU/ARMA-TENTACIONES: El tiempo que ha precedido al Bautismo era un periodo de entrenamiento y de ejercicio, en el que las caídas encontraban su remedio. A partir de hoy la arena se os abre, y empieza el combate. Estáis bajo la mirada del público. Y no sólo del género humano; también la muchedumbre de los ángeles contempla vuestras luchas. Pues Pablo escribe en su carta a los Corintios: hemos sido entregados en espectáculo al mundo, tanto a los ángeles como a los hombres ( I Cor 4, 9). Los ángeles, pues, nos contemplan, y el Señor de los ángeles es quien preside la pelea. Para nosotros, esto es un honor y una seguridad. Pues si Aquél que ha entregado su vida por nosotros es el juez de esta lucha, ¿qué orgullo y qué confianza no tendremos? En los juegos olímpicos, el árbitro permanece en medio de los dos adversarios, sin favorecer ni al uno ni al otro, esperando el desenlace. Si el árbitro se coloca entre los dos combatientes, es porque su actitud es neutral. En el combate que nos enfrenta al diablo, Cristo no permanece indiferente: está por entero de nuestra parte. ¿Cómo puede ser esto? Veis que nada más entrar en la liza nos ha ungido, mientras que encadenaba al otro. Nos ha ungido con el óleo de la alegría y a él le ha atado con lazos irrompibles para paralizar sus asaltos. Si yo tengo un tropiezo, Él me tiende la mano, me levanta de mi caída, y me vuelve a poner de pie. Pues escrito está: pisad desde lo alto las serpientes, los escorpiones y todo poderío del enemigo (Lc 10, 19). El demonio tiene la amenaza del infierno. Si yo consigo la victoria, recibo una corona; pero él, cuando triunfa, es castigado. Y para que veas cómo es atormentado sobre todo cuando vence, te mostraré un ejemplo. Él derrotó a Adán, haciéndole tropezar. ¿Cuál ha sido el premio de su victoria?: te arrastrarás sobre tu pecho y sobre tu vientre, y comerás el polvo todos los días de tu vida (Gn 3, 14). Si Dios ha castigado con tanta severidad a la serpiente material, ¿qué castigo no infligirá a la serpiente espiritual? Si tal ha sido la condena del instrumento, está claro que un castigo igualmente terrible espera a quien lo manejó. Como un buen padre que al echar mano sobre el asesino de su hijo, además de castigarle le destroza la espada, así Cristo, encontrando al diablo homicida, no solamente le ha reprimido, sino que ha quebrantado su espada. Llenémonos, pues, de confianza y despojémonos de todo para afrontar esos asaltos. Cristo nos ha revestido de armas más resplandecientes que el oro, más resistentes que el acero, más ardientes que la llama, más ligeras que un leve soplo de aire. Poseen tales propiedades que no nos doblamos bajo su peso; dan alas, aligeran nuestros miembros, y si con ellas quieres emprender el vuelo hacia el cielo, no te serán obstáculo. Son armas de naturaleza totalmente nueva, pues han sido forjadas para un combate inédito. Yo, que no soy más que un hombre, me veo obligado a asestar golpes a los demonios; yo, que estoy revestido de carne, lucho contra las potencias incorpóreas. También Dios me ha fabricado una coraza que no es de metal, sino de justicia; me ha preparado un escudo no de bronce, sino de fe. Tengo en la mano una espada aguda, la palabra del Espíritu. El otro lanza flechas, yo tengo una espada. El es arquero, yo soy lancero. Esto nos muestra cuán cauteloso es, pues el arquero no osa aproximarse, sino que dispara desde lejos. ¿Pero qué? ¿Dios no te ha dado más que una armadura? No, ha preparado también un alimento más vigoroso que cualquier arma, para que no te desmoralices en el combate. Es necesario que tu victoria sea la de un hombre que rebosa contento. Si el enemigo te ve regresar del festín del Señor, huye más rápido que el viento, como quien ve un león cuya boca escupe fuego. Si le enseñas tu lengua teñida de la preciosa sangre, no podrá apresarte; y si le muestras tu boca empurpurada, como un ruin animal se batirá en retirada a gran velocidad. ¿Quieres conocer la virtud de esta sangre? Volvamos a lo que fue figura de esto, a las narraciones antiguas, a lo que ocurrió en Egipto. Dios iba a infligir a Egipto la décima plaga. Quería suprimir sus primogénitos, porque retenían a su pueblo primogénito. ¿Qué podía hacer para no dañar a los judíos con los egipcios, ya que todos se encontraban en el mismo lugar? Observa la virtud de la figura para conocer así el poder de la realidad. El castigo enviado por Dios iba a venir del cielo y el ángel exterminador andaba rondando por las casas; ¿Qué hizo Moisés? Inmolad, dijo, un cordero sin mancha y pintad vuestras puertas con su sangre (cfr. Ex 12, 21-25). ¿Qué dices de esto? ¿La sangre de un animal irracional puede salvar a los hombres dotados de razón? Sí, responde Moisés; no por que sea sangre, sino porque es figura de la sangre del Señor. Del mismo modo que las estatuas de los emperadores, que no tienen alma ni entendimiento, protegen a los hombres dotados de alma y de razón que buscan refugio cerca de ellas, no porque sean de bronce, sino porque representan al emperador; así esta sangre, privada de alma e inteligencia, ha salvado a hombres dotados de alma no porque fuera sangre, sino porque prefiguraba la sangre del Señor. Aquel día el ángel exterminador vio la sangre que señalaba las puertas, y no se atrevió a entrar. En el presente, si el diablo ve no ya la sangre de la figura señalando las puertas, sino la sangre de verdad sobre los labios de los fieles, marcando la puerta de este santuario de Cristo en que se han convertido, con mayor razón se guardará de intervenir. Pues si la figura ha detenido al ángel, con mucho más motivo la verdad pondrá al diablo en retirada. ***** Como sal y como luz (Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 15, 6-7) /Mt/05/13-16 CR/SAL-LUZ/CRISOSTOMO Vosotros sois la sal de la tierra (Mt 5, 13). Vosotros no habéis de preocuparos sólo de vuestra propia vida, sino de la de toda la tierra. A vosotros no os envío, como hice con los profetas, a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte, ni siquiera a una entera nación. No. Vuestra misión se extenderá a la tierra y al mar, sin más límites que los del mundo mismo. Y a una tierra que encontraréis mal dispuesta. En efecto, por el hecho mismo de decirles: vosotros sois la sal de la tierra, el Señor les mostró que toda la humanidad estaba insípida y podrida a causa de los pecados. Por eso exige de sus Apóstoles aquellas virtudes que especialmente son necesarias para el aprovechamiento de los demás. El que es manso, modesto, misericordioso y justo, no guarda para sí solo estas virtudes, sino que procura que estas aguas tan hermosas se derramen abundantemente para provecho de los otros hombres. Del mismo modo, el que es limpio de corazón, el pacífico, el que es perseguido por causa de la verdad, dispone también su vida para común utilidad. No penséis—dice el Señor a sus discípulos—que os lanzo a combates sin importancia, y que os encomiendo negocios de poca monta. No. Vosotros sois la sal de la tierra. Entonces, ¿curaron los Apóstoles lo que estaba podrido? De ninguna manera. Lo que el Señor renovaba y a ellos entregaba, lo que El libraba del mal olor de la podredumbre, eso salaban ellos, conservándolo y manteniéndolo en la novedad que del Señor había recibido. Porque librar de la podredumbre de los pecados fue hazaña exclusiva de Cristo; mas hacer que los hombres no volvieran a pecar fue ya obra del celo y del trabajo de sus Apóstoles. ¿Veis cómo poco a poco el Señor les va haciendo ver que son superiores a los profetas? Porque no les llama maestros de sola Palestina, sino de la tierra entera; y no sólo los hace maestros, sino temibles. Ahí está la maravilla: que los Apóstoles no se hicieron amables a todo el mundo porque adulasen y halagaran a todos, sino escociendo vivamente como la sal. No os sorprendáis—les dice—si, dejando por un momento a los demás, hablo ahora con vosotros y os invito a tamaños peligros. Considerad a cuántas ciudades y pueblos y naciones deseo enviaros como maestros. Por eso no quiero que seáis prudentes vosotros solos, sino que hagáis también prudentes a los demás. ¡Y qué prudencia han de tener aquellos de quienes depende la salvación de las almas! ¡Qué abundancia de virtud en quienes han de ser provecho para los otros! Porque, si no sois tales que podáis servir de provecho a los demás, tampoco os bastaréis para vosotros mismos. No os irritéis, como si lo que os digo fuera cosa molesta. Si los demás se tornan insípidos, vosotros podéis devolverles el sabor; pero, si esto os sucediera a vosotros, con vuestra pérdida arrastraríais también a los demás. Por tanto, cuantos mayores asuntos llevéis entre manos, mayor fervor y celo necesitaréis. Por eso les advierte: si la sal se torna insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Para nada vale ya, sino para ser arrojada y pisoteada de las gentes (Mt 5, 13). Los otros, en efecto, aunque mil veces desfallezcan, mil veces pueden obtener perdón; pero, si cae el maestro, no tiene defensa posible (...). Había dicho el Señor a sus discípulos: cuando os insulten y persigan, y digan toda palabra mala contra vosotros... (Mt 5, 11). Para que no se acobardaran al oír esto, y rehusaran salir al campo de batalla, ahora parece decirles: si no estáis preparados a sufrir todas estas cosas, vana ha sido vuestra elección. Lo que debéis temer no es que se os maldiga, sino el ser envueltos en la común hipocresía. En ese caso os habríais tornado insípidos, y seríais pisoteados por la gente. Pero si seguís frotando con sal, y por ello os maldicen, alegraos entonces. Ésa es precisamente la función de la sal: escocer y molestar a los corrompidos. La maledicencia os seguirá forzosamente, pero no os hará ningún daño, sino que dará testimonio de vuestra firmeza. Pero si por miedo a la murmuración abandonáis el ímpetu que debéis tener, entonces sufriréis más graves daños. En primer lugar, se os maldecirá lo mismo; y luego, seréis la irrisión de todo el mundo; porque eso quiere decir ser pisoteado. El Señor pasa ahora a otra comparación más alta: vosotros sois la luz del mundo (Mt 5, 14). Nuevamente se nos habla del mundo; no de una sola nación, ni de veinte ciudades, sino de la tierra entera. Se nos habla de una luz inteligible, mucho más preciosa que los rayos del sol, como también la sal había que entenderla espiritualmente. Y pone primero la sal, luego la luz, para que te des cuenta de la utilidad de las palabras enérgicas y el provecho de una enseñanza seria. Ella nos ata fuertemente y no nos permite disolvernos. Ella nos hace abrir los ojos, llevándonos como de la mano a la virtud. (...) Después de haberles mostrado su propio poder, el Señor les exige franqueza y libertad, diciéndoles: nadie enciende una lámpara y la pone debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, a fin de que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos (Mt 5, 15-16). Es como si les dijera: yo he encendido la luz; pero que siga ardiendo, depende ya de vuestro afán apostólico. Y eso no sólo para alcanzar vuestra propia salvación, sino también la de aquellos que han de gozar de su resplandor, y ser así conducidos como de la mano hacia la verdad. Si vosotros vivís con perfección, como conviene a los que han recibido la misión de convertir a todo el mundo, las calumnias no podrán echar ni una sombra sobre vuestro resplandor. Llevad, pues, una vida digna de la gracia; a fin de que, así como la gracia se predica en todas partes, también vuestra vida esté de acuerdo con la gracia. Por fin, además de la salvación de los hombres, el Señor les señala otro provecho, que es suficiente por sí solo para incitarles a la pelea y llevarles al más intenso fervor. Porque—les dice—viviendo rectamente, no sólo corregiréis a toda la tierra, sino que glorificaréis a Dios; de manera semejante a como, si no vivís virtuosamente, no sólo perderéis a los hombres sino que haréis que sea blasfemado el nombre de Dios. ***** Recomenzar (Exhortación a Teodoro caído, 1, 14-15) No causa ninguna maravilla que los que no creen en la resurrección vivan negligentemente y no sientan temor del juicio. Por el contrario, sería insensatez suma que nosotros, para quienes la vida venidera es más cierta que la presente, viviésemos tan miserablemente que no nos impresionara lo más mínimo su recuerdo. Si quienes tenemos fe obramos como los incrédulos, y aun a veces vivimos peor que ellos (pues no han faltado entre los infieles quienes han brillado por su virtud), ¿qué consuelo y qué perdón nos queda ya? Muchos mercaderes que sufrieron un naufragio no por eso se desalentaron, sino que nuevamente reanudaron su actividad, a pesar de que el daño no les vino por negligencia propia, sino a causa de la violencia de los vientos. Y nosotros, que podemos mirar confiadamente al término y sabemos perfectamente que, si no queremos, no hemos de sufrir naufragio ni otro daño alguno, ¿no pondremos nuevamente manos a la obra para negociar como antes? ¿Vamos a quedarnos ociosos y mano sobre mano? ¡Y ojalá sólo fuera estar mano sobre mano, y no las volviéramos también contra nosotros mismos! Porque a veces sucede precisamente esto, lo que es señal de suma locura. En efecto, si un púgil, dejando a su rival, volviera los puños contra su propia cabeza y se destrozase la cara, ¿no le pondríamos en el número de los locos? El diablo nos echó la zancadilla y nos derribó por tierra. Luego es menester levantarnos y no dejarnos arrastrar nuevamente; no despeñarnos a nosotros mismos, ni a sus golpes añadir los propios. El bienaventurado David tuvo una caída semejante a la tuya; e incluso después sufrió otra: la del homicidio. ¿Pues qué? ¿Se quedó allí tendido? ¿No se levantó inmediatamente y se enfrentó con el enemigo? Así fue. Y tan valerosamente le derrotó que, después de la muerte, fue el protector de sus descendientes. Por eso a Salomón, que cometió una enorme iniquidad haciéndose merecedor de mil muertes, Dios le dice que dejará intacto el reino por amor de David, con estas palabras: con escisión escindiré tu reino y se lo daré a tu sierro. Sin embargo, no lo haré en tus días... ¿Por qué motivo? Por consideración a David, padre tuyo, lo tomaré de la mano de tu hijo ( 1 Re 11, 1112). Y a Ezequías que, no obstante ser personalmente justo, estaba al borde de un grave peligro, Dios le quiere socorrer por amor de David: Yo seré escudo de esta ciudad para salvarla por causa de mí y de David, siervo mío (2 Re 19, 34). Tal es la fuerza de la penitencia. Si David hubiera pensado entonces como piensas tú ahora, que es imposible ya aplacar a Dios; si hubiera dicho para sí mismo: Dios me ha honrado con tan alto honor, me ha puesto en el número de los profetas, me encomendó el mando de mis gentes, me libró de peligros sin cuento... ¿Cómo puedo hacérmele nuevamente propicio, si le he ofendido después de recibir tan grandes beneficios y he cometido los más graves crímenes? De haber pensado así, no sólo no hubiera hecho lo que hizo, sino que hubiera perdido todo lo anterior. No sólo las heridas del cuerpo; también las del alma, si se descuidan, producen la muerte. Y, sin embargo, en ocasiones llegamos a tal punto de insensatez que cuidamos con todo empeño del cuerpo, pero no hacemos ningún caso del alma. En el cuerpo, es natural que nos sobrevengan muchas enfermedades incurables; sin embargo, no por eso desesperamos y, a pesar de que los médicos dicen y repiten que tal enfermedad no tiene remedio, que ningún medicamento la puede curar, nosotros insistimos una y otra vez, y les rogamos que, al menos, nos den algo que la alivie. En el alma, en cambio, no existe ninguna enfermedad incurable, pues el espíritu no está sometido a la necesidad de la naturaleza. Y sin embargo, como si se tratara de achaques ajenos, descuidamos sus males y desesperamos de su remedio. Donde la naturaleza de las enfermedades debería llevarnos a la desesperación, ponemos todo nuestro cuidado como si conserváramos mil esperanzas de salud; donde no hay motivo para desalentarnos, desistimos y nos descuidamos, como si estuviéramos desahuciados. Hasta tal punto nos preocupamos más del cuerpo que del alma. En verdad que, por este camino, ni el cuerpo mismo podremos salvar. El que descuida lo principal y pone todo su empeño en lo secundario, destruye y pierde lo uno y lo otro. El que guarda el orden debido, al salvar y cuidar lo principal, aunque descuide un poco lo secundario, la salvación de lo primero lleva consigo la de lo otro. Es lo que nos quiso dar a entender Cristo, cuando dijo: no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede perder alma y cuerpo en el infierno (Mt 10, 28). ¿Te persuades de que no hay que desesperar jamás de las enfermedades del alma como si fueran incurables, o será menester apelar a nuevos razonamientos? (...). Aún puedes volver a la virtud y reconciliarte con la vida primera. Escucha lo que sigue. Los ninivitas no se desalentaron al escuchar que el Profeta afirmaba y claramente les amenazaba diciendo: de aquí a cuarenta días, Nínive será destruida (Jan 3, 4). Ciertamente, no tenían la seguridad de aplacar a Dios, sino la sospecha de lo contrario, pues las palabras del profeta no venian con distinción alguna, sino que eran absolutamente categóricas. Sin embargo, hicieron penitencia diciendo: ¿quién sabe si Dios se arrepentirá y se nos mostrará propicio y se apartará del furor de su ira y no pereceremos? Y vio Dios las obras de ellos cómo se habían apartado de sus caminos mulos, y se arrepintió Dios del mal que había amenazado hacerles y no lo hizo (Jan 3, 9-10). Pues si hombres bárbaros y sin formación pudieron comprender eso mucho más hemos de hacerlo nosotros, que hemos sido instruidos en las verdades divinas y hemos visto tanta muchedumbre de ejemplos semejantes en palabras y en realidad. Porque no son—dice el Profeta—mis pensamientos como vuestros pensamientos, ni mis caminos como vuestros caminos. Cuanto dista el cielo de la tierra, tanto distan mis pensamientos de los vuestros y mis designios de vuestros designios (Is 45, 8-9). ***** Dignidad del sacerdocio (Sobre el sacerdocio lll, 4-6) PBRO/DIGNIDAD/CRISOSTOMO Cuando contemplas al Señor sacrificado y puesto sobre el altar, y al sacerdote que ora y asiste al sacrificio, y a todos los presentes bañados con la púrpura de aquella sangre preciosísima, ¿acaso piensas que estás aún entre los hombres y que pisas la tierra?, ¿no te sientes más bien trasladado a los Cielos donde, desterrado de tu alma todo pensamiento carnal, miras con alma desnuda y mente pura las realidades mismas de la gloria? ¡Oh maravilla! ¡Oh benignidad de nuestro Dios! El que está sentado en la gloria junto al Padre, es tomado en aquel momento en manos de todos, y se deja abrazar y estrechar de los que quieren. Así lo hacen con los ojos de la fe. ¿Quieres ver la soberana santidad de estos misterios? Imagínate, te ruego, que tienes ante los ojos al profeta Elías; mira la ingente muchedumbre que lo rodea, las víctimas sobre las piedras, la quietud y el silencio absoluto de todos y sólo el profeta que ora; y, de pronto, el fuego que baja del cielo sobre el sacrificio... Todo esto es admirable y nos llena de estupor. Pues trasládate ahora de ahí y contempla lo que entre nosotros se cumple: verás no sólo cosas maravillosas, sino algo que sobrepasa toda admiración. Aquí está en pie el sacerdote, no para hacer bajar fuego del cielo, sino para que descienda el Espíritu Santo; y prolonga largo rato su oración, no para que una llama desprendida de lo alto consuma las víctimas, sino para que descienda la gracia sobre el sacrificio y, abrasando las almas de todos los asistentes, las deje más brillantes que plata acrisolada. ¿Quién habrá, pues, tan loco, quién tan perdido de juicio que desprecie soberbiamente misterio tan tremendo? ¿Acaso ignoras que, sin una particular ayuda de la gracia de Dios, no habría alma humana capaz de soportar el fuego de ese sacrificio, sino que nos consumiría a todos absolutamente? Si alguien considera atentamente qué cosa significa estar un hombre envuelto aún de carne y sangre, y poder no obstante llegarse tan cerca de aquella bienaventurada y purísima naturaleza; ése podrá comprender cuán grande es el honor que la gracia del Espíritu otorgó a los sacerdotes. Porque por manos del sacerdote se cumplen no sólo los misterios dichos, sino otros que en nada les van en zaga, ya en razón de su dignidad en sí, ya en orden a nuestra salvación. En efecto, a moradores de la tierra, a quienes en la tierra tienen aún su conversación, se les ha encomendado administrar los tesoros del Cielo, y han recibido un poder que Dios no concedió jamás a los ángeles ni a los arcángeles. A ninguno de éstos dijo: lo que atareis sobre la tierra será también atado en el cielo (Mt 18, 18). Cierto que quienes ejercen autoridad en el mundo tienen también poder de atar, pero sólo los cuerpos. La ligadura del sacerdote toca al alma misma y penetra dentro de los cielos. Lo que los sacerdotes hacen aquí abajo, Dios lo ratifica allá arriba; la sentencia de los siervos es confirmada por el Señor. ¿Qué otra cosa es esto, sino haberles concedido todo el poder celeste? A quienes perdonareis—dice—los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos (Jn 20, 23). ¿Qué poder puede haber mayor que éste? Todo el juicio se lo ha dado el Padre al Hijo (Jn 5, 22); pero yo veo que ese juicio ha sido a su vez enteramente puesto por el Hijo en manos de sus sacerdotes (...) Sin la dignidad del sacerdocio no podríamos salvarnos ni alcanzar los bienes que nos han sido prometidos. Porque si nadie puede entrar en el reino de los cielos, si no es regenerado por el agua y el Espíritu (cfr. Jn 3, 5), si se excluye de la vida eterna al que no come la carne y bebe la sangre del Señor (cfr. Jn 6, 53-54), y todo esto sólo puede cumplirse por las manos santas del sacerdote, ¿cómo podría nadie escapar al fuego del infierno y alcanzar las coronas que nos están reservadas? Los sacerdotes son quienes nos engendran espiritualmente, los que por el Bautismo nos dan a luz. Por ellos nos revestimos de Cristo (cfr. Rm 13, 14; Gal 3, 27), nos consepultamos con el Hijo de Dios (cfr. Rm 6, 4) y nos hacemos miembros de aquella bienaventurada Cabeza. De suerte que los sacerdotes debieran merecernos más reverencia que los magistrados y reyes, y sería incluso justo tributarles mayor honor que a nuestros mismos padres. Porque éstos nos engendran por la sangre y la voluntad de la carne (cfr. Jn 1, 13), mas aquellos son autores de nuestro nacimiento de Dios, de la regeneración bienaventurada, de la libertad verdadera y de la filiación divina por la gracia. Los sacerdotes judíos tenían poder de librar de la lepra del cuerpo; digo mal: sólo tenían poder de examinar a los ya curados de ella, y bien sabemos cuán disputada era entonces la dignidad sacerdotal. Mas los sacerdotes cristianos han recibido potestad, no sobre la lepra del cuerpo, sino sobre la impureza del alma; no de examinar la lepra ya curada, sino de limpiar absolutamente de ella. Por eso, los que desprecian al sacerdote cometen un sacrilegio mayor que Datán y sus secuaces, y merecen más severo castigo (cfr. Num 16). (...) Pero no sólo en orden a castigar, sino también para hacernos bien, ha dado Dios a los sacerdotes mayor poder que a los padres naturales. Va de los unos a los otros la diferencia que corre entra la vida presente y la venidera, pues los unos nos engendran para aquélla y los otros para ésta. Además, los padres no pueden librar a sus hijos de la muerte corporal, no son capaces ni de alejar de ellos una enfermedad que les acometa; los sacerdotes, en cambio, curan muchas veces a un alma enferma y salvan a la que está a punto de perderse; a unas les mitigan el castigo que merecen, a otras les impiden en absoluto caer. Y eso no sólo por sus enseñanzas y amonestaciones, sino también con la ayuda de sus oraciones. Y es así que los sacerdotes no sólo tienen poder de perdonar los pecados cuando nos regeneran por el Bautismo, sino también los que cometemos después de nuestra regeneración (...). Además, los padres naturales poco o nada pueden hacer en favor de sus hijos, cuando éstos ofenden a algún personaje o poderoso de la tierra los sacerdotes, en cambio, nos reconcilian muchas veces, no ya con magistrados o emperadores, sino con el mismo Dios irritado contra nosotros. ***** La educación de los hijos (Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 59, 6-7) En la guerra y en el campo de batalla, el soldado que sólo mira cómo salvarse por medio de la fuga, se pierde a sí mismo y a los otros. El valiente, en cambio, que lucha por salvar a los demás, se salva también a sí mismo. Pues nuestra religión es una guerra, y la más dura de todas las guerras, y pelea, y batalla. Formemos la línea de combate tal como nuestro Rey nos ha mandado, dispuestos siempre a derramar nuestra sangre, mirando por la salvación de todos, alentando a los que permanecen firmes y levantando a los que han caído. Verdaderamente, muchos hermanos nuestros yacen por el suelo en esta batalla, acribillados de heridas y chorreando sangre; y nadie hay que se cuide de ellos: ni gente del pueblo, ni sacerdote, ni ningún otro; ni protector, ni amigo, ni hermano. Cada uno mira sólo por sí mismo. De ahí proviene, justamente, la mezquindad en que vivimos. La mayor libertad y gloria nos viene de no preocuparnos sólo de nosotros mismos. Si somos débiles, si tan fácilmente nos derriban los hombres y el diablo, se debe precisamente a que nos buscamos a nosotros mismos, a que no nos protegemos unos a otros como con un escudo, a que no nos rodeamos—como de una cerca— de la caridad de Dios. Por el contrario, buscamos otros motivos de amistad: el parentesco, la comunicación, la mera vecindad... Cualquier cosa nos sirve para hacer amistad, menos la religión, cuando habría de ser esto lo que más nos uniera a unos con otros. Ahora, sin embargo, sucede todo lo contrario: antes somos amigos de judíos y de paganos, que de hijos de la Iglesia. —Es verdad—me dices—. Pero es que mi hermano en la fe es un malvado, y el otro, judío o gentil, es bueno y modesto. —¿Qué dices? ¿Malvado llamas a tu hermano, cuando tienes mandado no llamarle ni siquiera «raca», es decir, necio? ¿No te avergüenzas, no te ruborizas de infamar públicamente a tu hermano, al que es miembro tuyo, que salió del mismo seno y participa de la misma mesa? (...). —Es que realmente es un malvado, y no hay quien lo aguante. —Pues hazte amigo suyo para que deje de ser como es, para convertirle, para llevarle a la virtud. —Es que no me hace caso—me respondes—ni aguanta un consejo. —¿Cómo lo sabes? ¿Le has exhortado o intentado corregirle? —Le he exhortado muchas veces, me contestas. —¿Cuántas? —Muchas; una y otra vez. —¿Y eso es muchas veces? Aunque lo hubieras hecho durante toda la vida, no tendrías que cansarte ni desesperar. ¿No ves cómo Dios nos exhorta durante toda la vida por medio de los profetas, de los apóstoles y de los evangelistas? Y nosotros, ¿acaso cumplimos todo lo que nos dice y le hacemos caso en todo? ¡Ni mucho menos! ¿Y ha dejado Él de exhortarnos por eso'? ¿Ha guardado silencio? (...). Pero ¿a qué acusarnos de descuido por los extraños, si ni siquiera hacemos caso de nuestra misma familia, de la mujer, de los hijos, de los sirvientes? Como si estuviéramos borrachos, nos ocupamos en unas cosas por otras: que los criados sean cuantos más mejor, y nos sirvan con el mayor cuidado; que los hijos puedan recibir un día una pingüe herencia; que la mujer tenga oro, vestidos lujosos y perlas... No nos preocupamos de nosotros mismos, sino de nuestras cosas, como tampoco nos preocupamos de la mujer ni de los hijos, sino de las cosas de la mujer y de los hijos. Nos comportamos como aquél que, teniendo la casa en ruinas, con las paredes que se tambalean, no se preocupa de levantarlas o reforzarlas, sino que construye una gran cerca alrededor de la casa (...). Si un oso, burlando la vigilancia, se escapa de la jaula, al punto cerramos las puertas y corremos por las calles por miedo de caer en las garras de la fiera; y aquí no es una fiera, sino muchos pensamientos los que, como fieras, desgarran nuestra alma, y ni nos damos cuenta. En las ciudades se cuida mucho que las fieras estén en lugares apartados, bien cerradas en sus jaulas, y no se las deja cerca del concejo de la ciudad, ni de los tribunales, ni del palacio imperial. Se las tiene bien atadas, lejos de estos lugares (...). Sin embargo, hay entre nosotros hombres peores que las animales más salvajes. Tal es la mayor parte de nuestra gente joven. Dejándose llevar por una concupiscencia salvaje, como ellos saltan, cocean y corren sin freno, sin tener la más leve idea de sus deberes. Y los culpables son sus padres. Cuando se trata de sus caballos, mandan a los caballerizos que los cuiden bien, y no consienten que crezcan sin domarlos, y desde el principio les ponen freno y demás arreos. Pero cuando se trata de sus hijos jóvenes, les dejan sueltos por todas partes durante mucho tiempo, y así pierden la castidad, se manchan con deshonestidades y juegos, y malgastan el tiempo con la asistencia a inicuos espectáculos. Su deber sería, antes de que se dieran a la impureza, buscarles una esposa casta y prudente (...). —Es mejor esperar—me dices—a que adquiera nombre y brille en las actividades públicas. —Sí; pero de su alma no hacéis caso alguno, sino que consentís que se arrastre por el suelo. Y así, porque el alma se tiene por cosa accesoria, porque se descuida lo importante y se pone el afán en lo secundario, todo está lleno de confusión y desorden. ¿No sabes que el mejor favor que puedes hacer a tu hijo es guardarle limpio de la impureza de la fornicación? Nada hay tan precioso como el alma. ¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? (Mt 16, 26), dice el Señor. Pero todo lo ha trastornado el amor al dinero, que ha desterrado el verdadero temor de Dios y se ha apoderado de las almas de los hombres como un tirano de una ciudadela. Esta es la razón por la que descuidamos la salvación de nuestros hijos y la nuestra propia, sin otra mira que enriquecernos lo más posible y dejar a otros la riqueza, para que éstos se la dejen a otros, y éstos a otros. Parece como si fuéramos meros transmisores, y no dueños de nuestros bienes. Y ahí se origina la inmensa insensatez de que los hombres libres estén más vilipendiados que los esclavos. Porque a los siervos les reprendemos sus faltas: si no por interés de ellos, al menos por el interés nuestro; pero los hombres libres no gozan de estos cuidados, sino que se les tiene en menos que a los mismos esclavos. Incluso las bestias reciben más cuidados que los hijos. Más velamos por nuestros asnos y nuestros caballos, que por nuestros hijos. El que posee una mula, se preocupa de encontrar un buen arriero, que no sea tonto, ni ladrón, ni borracho, sino un hombre que conozca bien su oficio. En cambio, cuando se trata de buscar un maestro para el alma del niño, contratamos al primero que se nos presenta. Y, sin embargo, no hay arte superior a éste. ¿Qué hay comparable con el arte de formar un alma, de plasmar la inteligencia y el espíritu de un joven'? El que profesa esta ciencia ha de proceder con más cuidado que un pintor o un escultor al realizar su obra. De este autor, D. Ruiz BUENO ha publicado, en versión bilingüe, las Homilías sobre San Mateo, BAC, nos. 141 y 146, Madrid 1955 y 1956; así como algunas otras obras, bajo el título de Tratados ascéticos, BAC n. 169, Madrid 1958. Los fragmentos que siguen están tomados de estas ediciones. Homilías sobre San Mateo La confesión de Pedro (Mt 16, 13 ss.): ¿Qué hace, pues, Pedro, boca que es de los apóstoles? Él, siempre ardiente; él, director del coro de los apóstoles, aun cuando todos son interrogados, responde solo. Y es de notar que cuando el Señor preguntó por la opinión del vulgo, todos contestaron a su pregunta; pero cuando les pregunta la de ellos directamente, entonces es Pedro quien se adelanta y toma la mano y dice: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¿Qué le responde Cristo?: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te lo han revelado. Ahora bien, si Pedro no hubiera confesado a Jesús por Hijo natural de Dios y nacido del Padre mismo, su confesión no hubiera sido obra de una revelación. De haberle tenido por uno de tantos, sus palabras no hubieran merecido la bienaventuranza. La verdad es que antes de esto, los hombres que estaban en la barca, después de la tormenta de que fueron testigos, exclamaron: Verdaderamente es éste Hijo de Dios. Y, sin embargo, a pesar de su aseveración de verdaderamente, no fueron proclamados bienaventurados. Porque no confesaron una filiación divina, como la que aquí confiesa Pedro. Aquellos pescadores creían sin duda que Jesús, uno de tantos, era verdaderamente Hijo de Dios, escogido ciertamente entre todos, pero no de la misma sustancia o naturaleza de Dios Padre. También Natanael había dicho: Maestro, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el rey de Israel. Y no sólo no se le proclama bienaventurado, sino que es reprendido por el Señor por haber hablado muy por bajo de la verdad. Lo cierto es que el Señor añadió: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores has de ver. ¿Por qué, pues, Pedro es proclamado bienaventurado? Porque le confesó Hijo natural de Dios. De ahí que en los otros casos nada semejante dijo el Señor, mas en éste nos hace ver también quién fue el que lo reveló. Tal vez pudiera pensar la gente que, siendo Pedro tan ardiente amador de Cristo, sus palabras nacían de amistad y adulación y de ganas que tenía de congraciarse con su maestro. Pues para que nadie pudiera pensar así, Jesús nos descubre quién fue el que habló antes al alma de Pedro, y nos demos así cuenta que, si Pedro fue quien habló, el Padre fue quien le dictó las palabras -palabras que ya no podemos mirar como opinión humana sino creerlas como dogma divino-. Mas ¿por qué no lo afirma el Señor mismo y dice: «Yo soy el Cristo», sino que lo va preparando por sus preguntas, llevando a sus discípulos a confesarlo? Porque así era entonces para Él más conveniente y necesario y de esta manera se atraía mejor a sus discípulos a la fe de aquella misma confesión por ellos hecha. ¿Veis cómo el Padre revela al Hijo, y el Hijo al Padre? Porque tampoco al Padre le conoce nadie -dice Él mismo-, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Luego no es posible conocer al Hijo sino por el Padre, ni conocer por otro al Padre sino por el Hijo. De suerte que aún por aquí se demuestra patentemente la igualdad y consustancialidad del Hijo con el Padre. ¿Qué le contesta, pues, Cristo? Tú eres Simón, hijo de Jonás. Tú te llamarás Ce fas. Como tú has proclamado a mi Padre -le dice-, así también yo pronuncio el nombre de quien te ha engendrado. Que era poco menos que decir: Como tú eres hijo de Jonás así lo soy yo de mi Padre. Porque, por lo demás, superfluo era llamarle hijo de Jonás. Mas como Pedro le había llamado Hijo de Dios, Él añade el nombre del padre de Pedro, para dar a entender que lo mismo que Pedro era hijo de Jonás, así era Él Hijo de Dios, es decir, de la misma sustancia de su Padre. Y yo te digo: Tú eres Piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, es decir, sobre la fe de tu confesión. Por aquí hace ver ya que habían de ser muchos los que creerían, y así levanta el pensamiento de Pedro y le constituye pastor de su Iglesia. Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y si contra ella no prevalecerán, mucho menos contra mí. No te turbes, pues, cuando luego oigas que he de ser entregado y crucificado. Y seguidamente le concede otro honor: Y yo te daré las llaves del reino de los cielos. ¿Qué quiere decir: Yo te daré las llaves? Como mi Padre te ha dado que me conocieras, yo te daré las llaves del reino de los cielos. Y no dijo: «Yo rogaré a mi Padre»; a pesar de ser tan grande la autoridad que demostraba, a pesar de la grandeza inefable del don. Pues con todo eso, Él dijo: Yo te daré. ¿Y qué le vas a dar, dime? Yo te daré las llaves del reino de los cielos: y cuanto tú desatares sobre la tierra, desatado quedará en los cielos. ¿Cómo, pues, no ha de ser cosa suya conceder sentarse a su derecha o a su izquierda, cuando ahora dice: Yo te daré? ¿Veis cómo Él mismo levanta a Pedro a más alta idea de Él y se revela a sí mismo y demuestra ser Hijo de Dios por estas dos promesas que aquí le hace? Porque cosas que atañen sólo al poder de Dios, como son perdonar los pecados, hacer inconmovible a su Iglesia aun en medio del embate de tantas olas y dar a un pobre pescador la firmeza de una roca aun en medio de la guerra de toda la tierra, eso es lo que aquí promete el Señor que le ha de dar a Pedro. Es lo que el Padre mismo decía hablando con Jeremías: Que le haría como una columna de bronce o como una muralla. Sólo que a Jeremías le hace tal para una sola nación, y a Pedro para la tierra entera. Aquí preguntaría yo con gusto a quienes se empeñan en rebajar la dignidad del Hijo: ¿Qué dones son mayores: los que dio el Padre o los que dio el Hijo a Pedro? El Padre le hizo a Pedro la gracia de revelarle al Hijo; pero el Hijo propagó por el mundo entero la revelación del Padre y la suya propia, y a un pobre mortal le puso en las manos la potestad de todo lo que hay en el cielo, pues le entregó sus llaves. Él, que extendió su Iglesia por todo lo descubierto de la tierra y la hizo más firme que el cielo mismo: Porque el cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará. El que tales dones da, el que tales hazañas realizó, ¿cómo puede ser inferior? Y al hablar así, no pretendo dividir las obras del Padre y del Hijo: Porque todo fue hecho por Él, y sin Él nada fue hecho. No, lo que yo quiero es hacer callar la lengua desvergonzada de quienes a tales afirmaciones se desmandan. (54, 1-2; BAC 146, 139-143) El perdón de los enemigos (Mt 18, 21 ss): Dos cosas, pues, son las que de nosotros quiere aquí el Señor: que condenemos nuestros propios pecados y que perdonemos los de nuestro prójimo. Y el condenar por el perdonar, porque lo uno haga más fácil lo otro; pues aquel que considera sus propios pecados, estará más pronto al perdón de su compañero. Y no perdonar simplemente de boca, sino de corazón, pues de lo contrario, manteniendo el rencor, no hacemos sino clavarnos la espada a nosotros mismos. Porque ¿qué es lo que pudo haberte hecho tu ofensor comparado con lo que tú te haces a ti mismo cuando enciendes tu ira y te atraes contra ti la sentencia condenatoria de Dios? Porque, si estás alerta y sabes obrar filosóficamente, todo el mal recaerá sobre la cabeza del ofensor y él será quien lo pague todo. Mas, si te obstinas en tu malhumor y enfado, entonces el daño será para ti, no el que te hace tu enemigo, sino el que te haces tú a ti mismo. No digas, pues, que te injurió y te calumnió y te hizo males sin cuento, pues cuanto más digas, más demuestras que es un bienhechor tuyo. Porque él te ha dado ocasión de expiar tus pecados. Si más te hubiera agraviado, de mayor perdón hubiera sido causa. A la verdad, como nosotros queramos, nadie será capaz de agraviarnos ni dañarnos. Nuestros mismos enemigos nos harán los mayores favores. Y no digo sólo los hombres. ¿Puede haber nada más perverso que el diablo? Y, sin embargo, hasta el diablo puede ser para nosotros ocasión de la mayor gloria, como lo demuestra la historia de Job. Si, pues, el diablo puede ser para ti ocasión de corona, ¿a qué temes a un hombre enemigo? Mira, si no, cuánto ganas sufriendo con mansedumbre los ataques de tus enemigos. En primer lugar, y es la mayor ganancia, te libras de tus pecados; en segundo lugar, adquieres constancia y paciencia; y en tercer lugar, ganas mansedumbre y misericordia. Porque quien no sabe irritarse contra quienes le ofenden y dañan, con más razón será suave con los que le quieren. En cuarto lugar, te limpias definitivamente de la ira. ¿Y puede haber bien comparable a éste? Porque el que está puro de ira, evidentemente también estará libre de la tristeza, de que es fuente la ira, y no consumirá su vida en vanos afanes y dolores. El que no sabe irritarse, no sabe tampoco estar triste, sino que gozará de placer y de bienes infinitos. En conclusión, cuando a los otros aborrecemos, a nosotros mismos nos castigamos; y al revés, a nosotros mismos nos hacemos beneficio cuando a los otros amamos. Sobre todo esto, tus mismos enemigos, aun cuando fueren demonios, te respetarán; o, por mejor decir, con esta actitud tuya, ni enemigos tendrás en adelante. En fin, lo que vale más que todo y es lo primero de todo: así te ganarás la benevolencia de Dios; y, si has pecado, alcanzarás perdón; si has practicado el bien, añadirás nuevo motivo de confianza. Esforcémonos, pues, por no odiar a nadie, a fin de que Dios nos ame. Así, aun cuando le debamos diez mil talentos, se compadecerá de nosotros y nos perdonará. ¿Pero dices que te perjudicó tu enemigo? Pues tenle compasión, no le aborrezcas; llórale, no le rechaces. Porque no eres tú el que ha ofendido a Dios, sino él; tú más bien has adquirido gloria, si lo sabes llevar pacientemente. Considera que, cuando Cristo iba a ser crucificado, se alegró por sí y lloró por los que le crucificaban. Tal ha de ser también nuestra disposición de alma: cuanto más se nos agravie y perjudique, tanto más hemos de llorar a quienes nos agravian y perjudican. Porque a nosotros, sólo bien puede venirnos de ello; mas a ellos, todo lo contrario. ¡Mas es que me insultó, es que me hirió en presencia de todo el mundo! Luego en presencia de todo el mundo se cubrió de ignominia y deshonor y abrió la boca de infinitos acusadores y tejió para ti más numerosas coronas y juntó mayor coro de heraldos de tu paciencia. ¡Pero es que me calumnió delante de los otros! ¿Y qué tiene eso que ver, cuando ha de ser Dios el que te ha de pedir cuentas y no esos que oyeran a tu calumniador? A sí mismo fue a quien se añadió materia de castigo, pues no sólo tendrá que dar cuenta de sus propios actos, sino también de lo que dijo contra ti. Él te desacreditó a ti delante de los hombres, pero él quedó desacreditado delante de Dios. Mas, si no te bastan estas consideraciones, considera que también tu Señor fue calumniado, no sólo por Satanás, sino también por los hombres, y calumniado ante quienes más Él amaba. Y como el Padre, así también su Unigénito. De ahí que éste dijera: Si al amo de casa le han llamado Belcebú, mucho más se lo llamarán a sus familiares. Y no sólo calumnió al Señor aquel maligno demonio, sino que se le dio crédito, y no le calumnió en cosas de poco más o menos, sino de infamias y culpas gravísimas. En efecto, de El hizo correr que era un endemoniado, impostor y enemigo de Dios. Mas ¿es que después de hacer beneficio se te ha pagado con malos tratos? Pues por eso justamente has de llorar por quien te los ha dado y alegrarte por ti, pues has venido a ser semejante a Dios, que hace salir su sol sobre buenos y malos. Acaso te parezca por encima de tus fuerzas el imitar a Dios. A la verdad, para quien vive vigilante, ello no es dificil. Pero, en fin, si te parece superior a tus fuerzas, yo te pondré ejemplos de hombres como tú. Ahí está José, que, después de sufrir tanto de parte de ellos, fue el bienhechor de sus hermanos; ahí Moisés, que, después de tanta insidia de parte de su pueblo, ruega a Dios por él; ahí Pablo, que, no obstante no poder ni contar cuánto sufrió de parte de los judíos, aún pedía ser anatema por su salvación; ahí Esteban, que apedreado, rogaba al Señor no les imputara aquel pecado. Considerando también estos ejemplos, desechemos de nosotros toda ira, a fin de que también a nosotros nos perdone Dios nuestros pecados, por la gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, con quien sea al Padre y al Espíritu Santo gloria, poder y honor ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. (61, 5; BAC 146, 281-285) El entierro del Señor y las santas mujeres (Mt 27, 45): Y, acercándose José, le pidió el cuerpo. Este José es el que se había antes escondido; mas ahora, después de la muerte de Cristo, da muestras de grande audacia. Porque no era un hombre vulgar, de los que pasan inadvertidos, sino que formaba parte del Consejo y era muy ilustre. De ahí el extraordinario valor de que dio pruebas, pues se exponía a la muerte al atraerse con su benevolencia para con Jesús la odiosidad de todos y al atreverse a pedir el cuerpo y no cejar en su intento hasta haberlo conseguido. Y su amor para con Jesús y su valor no se muestran sólo en tomar el cuerpo y enterrarle suntuosamente, sino en que ello fuera en su propio sepulcro nuevo. Lo cual no sin razón fue ordenado por la Providencia, pues así no cabía sospecha de que hubiera resucitado uno por otro. Y María Magdalena y la otra María estaban sentadas junto al sepulcro. ¿Por qué razón se quedan éstas allí pegadas? Porque todavía no tenían del Señor la idea grande y elevada que debieran tener. De ahí el traer los ungüentos y el perseverar junto al sepulcro, a ver si amainaba el furor de los judíos y podían ellas verterlos sobre el cadáver de Cristo. ¡Qué valor, qué amor el de estas santas mujeres! ¡Qué magnificencia en su dinero hasta la muerte del Señor! Imitemos, hombres, a estas mujeres. No abandonemos a Jesús en momentos de prueba. Ellas gastaron tanto con el que ya había muerto y por Él expusieron sus vidas. Nosotros, empero (otra vez tengo que repetir lo mismo), ni le damos de comer cuando tiene hambre, ni le vestimos cuando está desnudo. Le vemos que nos pide y pasamos de largo. A la verdad, si le vierais en persona, no habría quien no se desprendiese de lo que tiene. Sin embargo, también ahora es el mismo. Él mismo nos dijo que era Él. ¿Por qué, pues, no nos desprendemos de todo? A la verdad, también ahora le oímos decir: A mí lo hacéis. No hay diferencia alguna en que des al Señor o a un pobre. No llevas desventaja alguna a aquellas mujeres que en vida le alimentaron; más bien les llevas ventajas. No os alborotéis por mi afirmación. No es, en efecto, lo mismo alimentarle a Él, si personalmente apareciera, lo que fuera bastante para atraerse a un alma de piedra, que, fiados en su sola palabra, cuidar del pobre, del mutilado o del tullido. En el primer caso, la vista y la dignidad de la persona se reparten el merecimiento en el otro, todo el premio pertenece íntegro a tu generosidad. Mayor prueba de reverencia le das, en efecto, cuando, por sola su palabra cuidando a un siervo suyo como tú, le das descanso en todo. Dale pues, ese descanso, creyendo que Él es el que recibe y el que dice: A mí me lo das. Si no fuera Él a quien das, no te prometería el reino de los cielos. Si no fuera Él a quien rechazas, si fuera un cualquiera a quien desatiendes, no te mandaría por ello al infierno. Mas como es Él a quien se desprecia, de ahí la gravedad de la culpa. Así, Él era a quien Pablo perseguía, y por eso le dijo: ¿Por qué me persigues? Cuando demos, pues, hagámoslo con la misma disposición de ánimo con que daríamos a Cristo en persona. En realidad, más dignas de fe son sus palabras que nuestros ojos. Cuando veas, pues, un pobre, acuérdate de las palabras de Cristo, por las que te manifestó ser Él quien en el pobre es alimentado. Cierto que lo que aparece ante tus ojos no es Cristo, pero Él es quien en esa figura te pide y recibe. Avergüénzate, pues, cuando te pide y no le das. Porque esto sí que es vergüenza, esto sí que merece castigo y suplicio. Que Él te pida, obra es de su bondad, y ello ha de ser motivo de nuestro orgullo; pero no darle, lo es de tu crueldad. Y si ahora no crees que, al pasar de largo por junto a un cristiano pobre, pasas de largo por junto a Cristo, día vendrá en que lo creerás cuando, poniéndote delante de ellos, te diga: Cuanto no hicisteis por éstos, por mí no lo hicisteis. Mas no quiera Dios que tengamos que aprender así esta lección; creamos más bien ahora: demos el fruto de nuestra fe, y merezcamos entonces oír aquella bienaventurada palabra que nos introducirá en el reino de los cielos. Pero tal vez dirá alguno: Todos los días nos estás hablando de la limosna y de la caridad. Y no dejaré por ahora de hablar de lo mismo. Aun suponiendo que ya cumplierais lo que os digo, no habría en modo alguno que abandonar el tema, a fin de que no os volvierais negligentes, aunque no digo que en ese caso no aflojara ya un poco. Pero, no habiendo llegado ni a la mitad, no os quejéis de mí, sino de vosotros. (88, 2-3; BAC 146, 703-705) Sobre el sacerdocio El sacerdote y la oveja extraviada: Pero no es esto sólo; mucho trabajo también le espera, si quiere unir nuevamente a la Iglesia los miembros que han sido arrancados de ella. Allá al pastor ordinario, sus ovejas le siguen mansamente por dondequiera él las guía; y si alguna se extravía del camino derecho y, dejando el pasto saludable, se anda paciendo por parajes estériles y precipicios, le basta levantar un poco más la voz para recoger nuevamente a la descarriada y juntarla al' rebaño. Mas si un hombre se extravía de la fe derecha, ¡cuánta diligencia, cuánta perseverancia y paciencia no necesita el pastor de las almas! Porque no se trata aquí de arrastrarle por la fuerza ni de obligarle por el temor, sino de atraerle, por la persuasión, nuevamente a la verdad, de la que en hora mala se apartara. Alma a la verdad generosa se requiere para no desalentarse, para no desesperar de la salvación de los extraviados, para tener siempre delante y repetirse aquello del Apóstol: Quién sabe si Dios les dará arrepentimiento para reconocer la verdad y despierten del lazo del diablo. Por eso, hablando el Señor con sus discípulos, les dijo: ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente? Porque el que practica una ascesis personal, a sí mismo circunscribe el provecho, pero el fruto de la acción pastoral pasa al pueblo entero. Cierto que quien distribuye dinero a los necesitados o de otro cualquier modo defiende a los oprimidos, aprovecha también, a su modo, al prójimo; pero tanto menos que el sacerdote cuanto va del alma al cuerpo. Con razón pues, dijo el Señor que la señal del amor que le tenemos es el celo que ponemos en guardar su rebaño. (2, 4; BAC 169, 631-632) La palabra y la ciencia, necesarias al sacerdote: Cierto que para la guarda de los mandamientos el ejemplo puede ayudarnos grandemente; grandemente digo, porque no me atrevería a decir que ni ahí siquiera lo consiga el ejemplo todo por sí solo. Mas cuando el combate se entabla en torno a los dogmas y todos toman sus armas de las mismas Escrituras, ¿qué fuerza puede tener aquí la ejemplaridad de la vida? ¿De qué le aprovecharán sus muchos trabajos, si, después de tanto ,sudar, cae por su impericia en una herejía y se desgarra del cuerpo de la Iglesia, cosa que sé yo ha acontecido a muchos? ¿De qué le sirve toda su austeridad? ¡De nada! Como de nada tampoco sirve la sana fe, si la vida está corrompida. Por todas estas causas señaladamente, el que tiene misión de enseñar a otros ha de ser muy diestro en todos estos combates. No basta que él personalmente se mantenga firme y para nada le afecten los ataques de sus contradictores; si la muchedumbre de gente simple, que está bajo sus órdenes, ve que su ,guía es vencido y no sabe contestar adecuadamente a sus contrarios, no achaca la derrota a flaqueza del maestro, sino a debilidad de la doctrina misma, y así, por la impericia de uno solo, todo un pueblo se precipita a su última ruina. No es que de todo Punto se pasen al bando contrario; pero se ven forzados a dudar de aquellos en quienes debieran tener plena confianza, y lo que habían abrazado con fe inquebrantable ya no pueden mantenerlo con la misma firmeza. La derrota del maestro levanta tal tormenta en sus almas que el mal puede terminar en completo naufragio. Mas qué perdición, qué cantidad de fuego se acumula sobre la cabeza de aquel desgraciado por la pérdida de cada una de estas almas, no tengo por qué explicártelo yo, cuando tú lo sabes perfectamente. Y ahora, por lo que a mí se refiere, ¿puede llamarse orgullo, puede llamarse vanagloria que no quisiera hacerme culpable de la pérdida de tantas almas y atraerme mayor castigo del que ya me amenaza en la otra vida? ¿Quién osará decir tal cosa? Nadie, Si no es que tiene ganas de criticar por criticar y gusta de filosofar en las ajenas desgracias. (4, 9; BAC 169, 714-716) La dignidad del sacerdote y el sacrificio del altar: Mas ¿en qué orden y jerarquía pondremos, dime, al sacerdote, cuando invoca al Espíritu Santo y realiza aquel tremendo sacrificio y toca continuamente al Señor universal de todos? ¿Qué pureza, qué reverencia no exigiremos de él? Considera en efecto qué tales hayan de ser las manos que administran estos misterios y la lengua que pronuncia aquellas palabras, qué pureza y santidad no haya de superar la santidad del alma que en sí recibe a tan soberano espíritu. En ese momento, hasta los ángeles rodean al sacerdote y toda la jerarquía de las celestes potestades clama y de ellas se llena el lugar que rodea el altar para gloria del que allí está puesto. Y para creer esto, basta considerar los misterios que allí entonces se cumplen; mas yo oí también referir a uno que un anciano, varón venerable y que acostumbraba ver revelaciones, le refirió cómo una vez se le concedió tener una visióñ semejante y en aquel momento vio de pronto una muchedumbre de ángeles, en cuanto cabe ver a los ángeles, vestidos de ropas resplandecientes, rodeando el altar e inclinadas las cabezas, como pueden verse los soldados formando en presencia del emperador. Y yo no tengo dificultad en creerlo. Y otro me contó, no ya como cosa sabida de tercero, sino que le fue concedido ver y oír él mismo, cómo a los que están para salir de este mundo, si con pura conciencia han tomado parte en los misterios de la Eucaristía, cuando están a punto de expirar, los ángeles les hacen la guardia por reverencia de Aquel a quien han recibido y los trasladan de la tierra al cielo. ¿Y tú no tiemblas todavía de introducir en iniciación tan sacrosanta a un alma como la mía y levantar a la dignidad sacerdotal a quien está vestido de ropas sucias, siendo así que Cristo arrojó al otro del coro de los convidados? (6, 4; BAC 169, 736-737) A Teodoro caído Consideraciones a Teodoro, que ha abandonado sus compromisos con Cristo: Si fuera posible poner de manifiesto por las letras las lágrimas y gemidos, llena de ellos te envío esta carta. Y lloro no porque te ocupas en los negocios paternos, sino porque te has borrado del catálogo de los hermanos y has faltado a tus compromisos con Cristo. Por esto me estremezco, por esto lloro, por esto temo y tiemblo, pues sé que el desprecio de esos compromisos acarrea condenación grande a quienes se inscribieron en esta bella milicia y por negligencia han abandonado su puesto. Y que el castigo de estos desertores haya de ser muy duro, lo puedes ver por esta sencilla consideración. A un particular, nadie pudiera echarle en cara una deserción; mas al que una vez se hizo soldado, si se le convence de deserción, corre peligro extremo. No es lo grave, querido Teodoro, que quien lucha caiga, sino permanecer en la caída. No es lo grave que uno sea herido en la guerra, sino desesperarse después de recibido el golpe y no cuidar de la herida. Un mercader, no por haber una vez sufrido naufragio y perdido su cargamento, deja de navegar. Otra vez vuelve al mar y desafía las olas y atraviesa los océanos y, al cabo, recupera su riqueza. Y vemos a muchos atletas que, después de grandes caídas, lograron ser coronados; y muchas veces ha acontecido que un soldado que primero volvió las espaldas, dio luego vuelta atrás y luchó como un valiente y venció al enemigo. Muchos, en fin, que negaron a Cristo forzados por la violencia de los tormentos, volvieron luego al combate y salieron de este mundo ceñida la corona del martirio. Si cada uno de éstos se hubiera desalentado al primer golpe, no hubiera alcanzado los bienes que luego alcanzó. Así también en tu caso, querido Teodoro, no porque te hayas apartado un poco de tu estado, te precipites tú mismo hasta el abismo. No. Resiste valerosamente y vuelve luego al puesto de donde saliste y no tengas a deshonor haber por un tiempo recibido ese golpe. Si vieras a un soldado que vuelve herido de la guerra, no lo tendrías a deshonor. La deshonra es arrojar las armas y salirse del campo de batalla; pero mientras uno se mantiene firme en su puesto combatiendo, aunque sea herido, aunque ceda unos pasos, nadie será tan insensato ni tan inexperto en cosas de guerra que se atreva a echárselo en cara. El no ser herido, propio es de los que no luchan; pero quienes se arrojan con gran ímpetu contra el enemigo, natural es que alguna vez les alcance un golpe y caigan. Que es lo que a ti te ha acontecido ahora: Quisiste de pronto matar a la serpiente y fuiste mordido de ella. Pero ten buen ánimo; con un poco de vigilancia no quedará ni rastro de aquella herida y hasta, con la gracia de Dios, tú aplastarás la cabeza de la serpiente (...) ¿Qué te parece, de las cosas del mundo, codiciable y envidiable? El mando, me dirás sin duda, la riqueza y la gloria entre los hombres. Pero ¿qué más miserable que todo eso, cuando se lo compara con la libertad de cristianos? El que manda está sujeto al furor de los pueblos, a los impulsos sin razón de la muchedumbre, al miedo de los que mandan a su vez sobre él, a las preocupaciones de sus subordinados. Y el que ayer mandaba, hoy es un hombre privado. La vida presente no se diferencia nada de un teatro. Allí uno es rey, otro general, otro hace papel de soldado raso. Venida la tarde, ni el rey es rey, ni el que manda manda, ni el general es general. Así, el día del juicio, cada uno recibirá lo que merezca no por la persona que represente, sino por las obras que hubiere hecho. ¿Será acaso de estimar la gloria que cae como flor de heno? ¿La riqueza, a cuyos posesores maldice el Señor? ¡Ay de vosotros —dice— ricos! Y el salmista: ¡Ay de los que confían en su poder y se enorgullecen de la muchedumbre de su riqueza! El cristiano jamás pasa de hombre que manda a hombre privado, de rico a pobre, ni de glorioso a oscuro. Sigue rico cuando mendiga y es exaltado cuando se esfuerza en humillarse. No manda sobre hombres, sino sobre los príncipes sometidos al poder del príncipe de las tinieblas de este mundo, y ese imperio nadie se lo puede quitar. (Exhortación segunda, 1.3; BAC 169, 363-364.368-371) De la vanagloria y de la educación de los hijos Hay que educar a los niños desde la primera edad: Ahora bien, si desde la primera edad carecen los niños de maestros, ¿qué será de ellos? Si algunos, educados e instruidos desde el vientre de su madre hasta la vejez, no logran triunfar, ¿qué fechorías no serán capaces de cometer quienes desde los comienzos de su vida se acostumbran a oír palabras semejantes? Lo cierto es que todo el mundo se afana por que sus hijos se instruyan en las artes, en las letras y en la elocuencia; pero a nadie se le ocurre pensar en cómo se ejercite su alma. Yo no ceso de exhortaros, rogándoos y suplicándoos que, antes de todas las cosas, eduquéis bien a vuestros hijos. Si tienes consideración a tu hijo, aquí lo has de mostrar. Por lo demás, tampoco te faltará la recompensa. Escucha lo que te dice Pablo: Si permacieren en la fe, y en la caridad y en la santificación con castidad. Si tu conciencia te acusa de mil pecados, busca algún consuelo para ellos. Educa a un atleta para Cristo. No te digo que lo apartes del matrimonio y lo mandes al desierto y le hagas abrazar la vida de los monjes. No es eso lo que yo digo. Lo quiero ciertamente y haría votos a Dios para que todos lo abrazaran; mas dado caso que parece carga, no pongo obligación a nadie. Educa un atleta para Cristo, y aun permaneciendo en el mundo, enséñale a ser piadoso desde la primera edad. Si las buenas enseñanzas se imprimen en el alma cuando ésta es aún blanda, luego, cuando se hayan endurecido como una imagen, nadie será capaz de arrancárselas. Es lo que pasa con la cera. Lo tienes ahora en tus manos cuando todavía teme, tiembla y se espanta de tu vista, de una palabra, de cualquier gesto tuyo. Usa de tu poder para lo que conviene. Si tienes un hijo bueno, tú eres el primero que gozas de ese bien; luego, Dios. Para ti trabajas. (18-20; BAC 169, 774-775) Hay que enseñar a los niños a no necesitar servidores para todo: El padre mismo será también mejor al enseñar estas cosas y tenerse que educar a sí mismo. Porque, si no por otro motivo, siquiera por no echar a perder el modelo, el padre tiene que ser cada vez mejor. Aprenda, pues, el joven a ser despreciado y postergado. No exija nada de los esclavos a título de libre; en la mayor parte de las cosas ha de servirse él a sí mismo. Sólo en lo que le sea imposible servirse por sí mismo han de servirle los criados. Un hombre libre no puede, por ejemplo, ser cocinero, pues no va a dejar los trabajos propios de un libre para dedicarse a la cocina. Pero si ha de lavarse los pies, que no se lo haga nunca el esclavo, sino por sí mismo. Has de procurar hacer el libre benigno y muy amable para con los esclavos. Nadie tampoco le tenga que dar el manto. En el baño no ha de esperar la ayuda ajena, sino hacerlo todo por sí mismo. Esto hace al joven robusto, sencillo y humano. (70; BAC 169, 799-800) También la madre ha de educar a su hija: También la madre ha de aprender a educar de este modo a su hija, y apartarla del lujo, de los adornos y de todo lo demás, que es propio de mujeres perdidas. Conforme a esta ley ha de hacerlo todo, y apártela de la gula y de la embriaguez, a la joven lo mismo que al joven. Esto contribuye mucho a la castidad. Al joven, en efecto, le domina o molesta la concupiscencia y a la joven el amor a los adornos y a llamar la atención. También eso hemos, pues, de reprimirlo y así agradaremos a Dios, criándole tales atletas, y podremos alcanzar, nosotros y nuestros hijos; los bienes prometidos a los que le aman, por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea al Padre, junto con el Espíritu Santo, gloria, poder y honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. (90; BAC 169, 809) 378 CATEQUESIS BAUTISMALES INTRODUCCIÓN 1. Las Catequesis bautismales de Juan Crisóstomo Las Catequesis bautismales, dentro de la amplia producción de san Juan Crisóstomo, ocupan un puesto importante no solamente por el gran número de las que han llegado hasta nosotros (doce, en conjunto), sino, sobre todo, porque ellas vienen a representar una fuente preciosa para la historia de la concepción y de la liturgia bautismal en Antioquía, una de las sedes más ilustres de la Iglesia oriental, al final del siglo IV. Juan Crisóstomo, ordenado de sacerdote el 16 de febrero del año 386, al comienzo de la Cuaresma, empezó enseguida su actividad de predicador, cuyos primeros testimonios son las Ocho homilías sobre el Génesis, desarrolladas durante el mismo año. Pertenecen a la Cuaresma del año 387 las veintiún Homilías sobre las estatuas, con las cuales Juan Crisóstomo, junto con la participación del obispo Flaviano, logró interrumpir y evitar represiones sangrientas ulteriores, por parte del poder imperial, como consecuencia de la sedición popular que llegó a mutilar las estatuas de Teodosio y de su familia. 2. Teoría y praxis bautismal en Juan Crisóstomo San Juan Crisóstomo, desde el comienzo de su actividad pastoral, reveló una clara y penetrante concepción del bautismo debida, ya sea a su experiencia personal, que con frecuencia subraya en las Catequesis 15, ya sea también a la tradición presente en la Iglesia de Antioquía. Su estilo sencillo y vivo, que, aun en la inmediata y constante relación con el auditorio, conserva siempre la impronta de la pura elocuencia ática, nos permite comprender sin dificultad su pensamiento. El primer aspecto fundamental que san Juan Crisóstomo capta en el bautismo es el sentido del misterio que lo rodea y que la misma expresión «sacramento», si se entiende en su acepción original, siempre refleja. La terminología que indica la distinción entre fieles y catecúmenos, en la comunidad cristiana de la época, es reveladora al respecto: únicamente los fieles (pistoi) son los «iniciados» (memuemenoi), mientras los catecúmenos (katéchoumenoi) son los «no iniciados» (amuetoi). Y la separación entre los dos grupos que se realizaba al comienzo de la liturgia eucarística, en la cual sólo los fieles podían participar mientras que los catecúmenos eran invitados a salir, se justifica por aquella «disciplina del arcano», profundamente enraizada en la Iglesia de Antioquía y que san Juan Crisóstomo refleja con frecuencia con la utilización de términos como «terrible», «tremendo», «inefable» 18, de los cuales desgraciadamente en los momentos actuales, se ha perdido su significado genuino. El sentido del misterio, viene sugerido a san Juan Crisóstomo por la viva fe que tenía en la nueva realidad a la cual el catecúmeno es llamado a participar: la adhesión plena y definitiva a Cristo; y para expresarla se sirve con mucha frecuencia de la imagen humana y sugestiva del matrimonio 19. La conocida cita de Efesios (5, 31-32), que constituye la base de la interpretación patrística del matrimonio, es reiterada y reelaborada originalmente por san Juan Crisóstomo con un realismo muy suyo, que es otra de las características típicas de su pensamiento. Y este realismo es lo que le impide caer en lo genérico y abstracto, incluso en los momentos de más alta tensión y precisamente cuando uno se sentiría inducido a pensar que la teoría sobrepasa y anula la praxis en su apasionada elocuencia. Pero a pesar de la exaltación del bautismo y de sus dones 20, y a pesar de sus cálidas y repetidas exhortaciones, él sabe muy bien que numerosos catecúmenos están esperando para solicitar el bautismo hasta el momento de la muerte 21 y otro hecho, aún más descorazonador, es ¡que muchos cristianos apenas bautizados e introducidos en las reuniones litúrgicas, no dejan de asistir a las carreras de caballos y a los espectáculos del teatro! 22, Él, sin embargo, no deja de exigir continuamente de los catecúmenos una seria preparación moral y doctrinal para merecer la recepción del bautismo y llegar a ser como «nuevos iluminados» (neophotistoi) 23 que pueden comprender con fe la luz resplandeciente de las nuevas verdades cristianas. En esta visión se encuadran las diversas etapas que van marcando progresivamente la preparación de los catecúmenos: la elección de los fieles que les acogen como a hijos y que vienen a ser como «padres espirituales» para ellos (los futuros «padrinos»), garantes de la seriedad de su compromiso 24; los exorcistas a quienes son confiados, cubiertos únicamente con la túnica de penitentes, con los pies desnudos y las manos levantadas al cielo como los suplicantes o los prisioneros 25. La hora nona del Viernes Santo, que recuerda el trágico momento de la muerte de Cristo en la Cruz 26 es el momento culminante de la liturgia bautismal. San Juan Crisóstomo que, con frecuencia y durante largo tiempo, ha insistido sobre la plena libertad del hombre en contraste con la inmutabilidad de la naturaleza 27, reclama toda la atención de los catecúmenos sobre la importancia de la elección que ellos debían realizar 28. La fórmula litúrgica de la renuncia al demonio: «Renuncio a ti, Satanás, a tus seducciones, a tu servicio y a tus obras» 29, es un compromiso solemne que san Juan Crisóstomo asimila a la elección total y definitiva que se realiza en el matrimonio. La liturgia bautismal, testimoniada por san Juan Crisóstomo, después de la renuncia a Satanás, hacía seguir la unción con el signo de la cruz sobre la frente del catecúmeno; después durante la celebración nocturna, seguían la unción de todo el cuerpo, la profesión de fe y la bajada a la piscina sagrada, para recibir el bautismo de las manos del obispo o del sacerdote, que extendía la mano sobre la cabeza del bautizado y la sumergía tres veces en el agua, pronunciando la fórmula sacramental: «Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» 30. San Juan Crisóstomo, después del bautismo, hace mención únicamente del beso de la paz 31, al cual seguía la participación de los nuevos bautizados en la liturgia eucarística 32. En Antioquía se prolongaban durante siete días los festejos en honor de los nuevos bautizados, período de tiempo análogo a las fiestas en honor de los nuevos esposos 33, y cada día debían asistir a la reunión litúrgica destinada a ellos, como lo testimonian las cinco últimas Catequesis prebautismales editadas por Wenger. Así se nos presenta la concepción que san Juan Crisóstomo tiene del bautismo y, después de tantos siglos, su voz parece conservar todavía inalterada toda su frescura, inspirando un sentido profundo de serenidad y de confianza, de la cual también el hombre de hoy tiene necesidad para renovar con plena libertad, como los catecúmenos de otro tiempo, su adhesión a Cristo. PRIMERA CATEQUESIS «A los que van a ser iluminados, acerca de las mujeres que se adornan con trenzas y oro, y sobre aquellos que se sirven de agüeros, de amuletos o de hechizos, todo lo cual es completamente ajeno al Cristianismo». Finalidad de la catequesis 1. Me he presentado antes, con el propósito de reclamaros los frutos de lo que dije hace muy poco tiempo a vuestra caridad. Efectivamente, no hablamos únicamente para que nos oigáis, sino también para que recordéis lo dicho y nos déis prueba de ello con las obras; mejor dicho, no a nosotros, sino a Dios, que conoce lo más secreto de la mente. Y para eso se llama también Catequesis: para que, al ausentarnos nosotros, la palabra siga resonando en vuestras mentes. Y no os asombréis de que, habiendo transcurrido solamente diez días, vengamos ya a reclamaros los frutos de las semillas, porque, en verdad, incluso en un día es posible a la vez sembrar y cosechar. Efectivamente, no se nos llama a luchar equipados solamente con nuestra propia fuerza, sino también con el firme apoyo que viene de Dios. Por consiguiente, cuantos acogieron las cosas que dijimos y las han puesto en práctica con las obras, que sigan proyectados hacia lo que tienen delante 2; en cambio, los que todavía no han puesto mano en este excelente ejercicio, que lo emprendan desde este momento, para que, mediante el esmero por estas cosas, puedan alejar de sí con la subsiguiente diligencia, la condena originada por su negligencia. Es posible, en efecto, es posible que incluso el que vive en el mayor descuido, si en adelante se vale de la diligencia, pueda compensar el daño del tiempo anterior. Por eso dice la escritura: Si hoy oyéreis su voz, no endurezcáis vuestro corazón como en la exacerbación 3. Y dice esto exhortándonos y aconsejándonos que nunca desesperemos, al contrario, que mientras estemos acá, tengamos buenas esperanzas de alcanzar lo que está delante, y de perseguir el premio al que Dios llama desde arriba 4. El nombre de fieles Hagamos, pues, esto, y examinemos cuidadosamente los nombres de este gran don, porque, de igual modo que la grandeza de una dignidad, si es ignorada, hace bastante negligentes a los que han sido honrados con ella, así también, cuando es conocida, los vuelve agradecidos y los hace más diligentes. Y por otra parte, sería vergonzoso y ridículo que quienes disfrutan de gloria y honor tan grandes de parte de Dios, ni siquiera sepan qué quieren significar sus nombres. ¡Y qué digo de este don! Con que pienses en el nombre común de nuestra raza, recibirás una enseñanza y una exhortación a la virtud grandiosas. Este nombre de hombre, en realidad nosotros no lo definimos según lo definen los de fuera, sino como ordenó la divina Escritura. Efectivamente, hombre no es quien simplemente tiene manos y pies de hombre, ni sólo quien es racional, sino quien se ejercita con confianza en la piedad y la virtud. Escucha, pues, siquiera lo que dice sobre Job. Efectivamente, al decir: Había un hombre en la región de Ausitide 5, no lo describe en los términos en que lo hacen los de fuera, ni dice sin más que tiene dos pies y uñas anchas y planas, sino que, conjuntando las señales de aquella piedad, decía: Justo, veraz, piadoso y apartado de toda maldad 6, con lo cual daba a entender que éste era un hombre. Lo mismo, pues, que dice otro también: Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre 7. Ahora bien, si el nombre de hombre ofrece una tan gran exhortación a la virtud, ¿con cuánta mayor razón no la ofrecerá el de fiel? Pues te llamas fiel por lo siguiente: porque tienes fe en Dios, y por él tienes confiada la justicia, la santificación, la limpieza del alma, la adopción filial, el reino de los cielos. Todo te lo confió y encomendó a ti. Sin embargo, por tu parte, también le confiaste y encomendaste a él otras cosas: la limosna, las oraciones, la castidad y todas las virtudes. ¡Y qué digo la limosna! Aunque no le des más que un vaso de agua fresca, ni siquiera eso perderás 8, antes bien, incluso esto lo guarda con cuidado para el día aquel, y te lo devolverá muy colmadamente. En efecto, esto es realmente lo admirable, que no solamente guarda cuanto se le ha confiado, sino que lo acrecienta con las recompensas. También a ti te mandó que, según tus fuerzas y respecto de lo que se te confió, hicieras esto: aumentar la santificación que recibiste, abrillantar más y más la justicia que procede del baño bautismal y hacer más fúlgida la gracia, como hizo Pablo, quien con sus trabajos, su celo y su diligencia, aumentó luego todos los bienes que había recibido. Y mira la atención solícita de Dios: en aquel momento, ni te dio todo ni te privó de todo, sino que te dio unas cosas y te prometió otras. ¿Y por qué motivo no te dio entonces todo? Para que tú demuestres tu confianza en Él, creyendo en lo que todavía no te da, basado únicamente en su promesa. Y una vez más, ¿por qué motivo allí no se reservó todo, sino que dio la gracia del Espíritu, la justicia y la santificación? Para aliviar tus trabajos y para hacerte concebir buenas esperanzas sobre lo futuro, basado en lo ya otorgado. El nombre del nuevo iluminado Y estás a punto de ser llamado nuevo iluminado por la razón siguiente: porque, si tú quieres, tienes siempre una luz nueva, y nunca se apaga. Efectivamente, a esta luz de acá, lo queramos o no lo queramos nosotros, le sucede la noche; en cambio la tiniebla no conoce aquel rayo de luz, pues la luz brilla en las tinieblas, mas las tinieblas no la comprendieron 9. Así pues, el mundo no es tan resplandeciente después de alzarse el rayo solar, como brilla y refulge el alma después de recibir la gracia del Espíritu. Y aprende con mayor exactitud la naturaleza de las cosas: mientras es de noche, efectivamente, y todo está oscuro, muchas veces uno, al ver una cuerda, la toma por una serpiente, o al acercársele un amigo, huye de él creyéndolo un enemigo, o al percibir cualquier ruido, se asusta; en cambio, mientras es de día, no podría ocurrir nada semejante, al contrario, todo aparece como es. Esto mismo sucede también con nuestra alma. Efectivamente, en cuanto la gracia llega y expulsa la oscuridad de la mente, aprendemos la exacta realidad de las cosas, y los antiguos temores se nos hacen fácilmente despreciables: ya no tememos a la muerte después de haber aprendido, a lo largo de esta sagrada iniciación a los misterios, que la muerte no es muerte, sino sueño y dormición pasajeros; ni tememos ya la pobreza, la enfermedad o cualquier otra cosa de éstas, porque sabemos que estamos caminando hacia una vida mejor, intacta, incorruptible y libre de cualquier imperfección parecida. 2. Por consiguiente, no nos quedemos embobados ante las cosas mortales, ni por los placeres de la mesa ni por el lujo de los vestidos: en realidad tienes un vestido incomparable, tienes una mesa espiritual, tienes la gloria de arriba, y Cristo se hace todo para ti: mesa, vestido, casa, cabeza y raíz. Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos 11 ¡mira cómo se hizo vestido para ti! ¿Quieres saber cómo se hizo también mesa para ti? Quien me come -dice-, igual que yo vivo para el Padre, también él vivirá por mí 12. Y que también para ti se hace casa: El que come mi carne, en mi permanece y yo en él 13. Y que se hace raíz, lo dice también: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos 14. Y que se hace hermano, amigo y esposo: Ya no os llamo más siervos, porque vosotros sois mis amigos 15. Y Pablo, por su parte: Os he desposado a un solo mando, para presentaros a Cristo como virgen intacta 16; y además: Para que él sea el primogénito entre muchos hermanos ]7. Y no solamente nos hemos convertido en hermanos suyos, sino también en hijos, pues dice: Mira, yo y los hijos que Dios me dio 18; y no sólo esto, sino también sus miembros y su cuerpo 19. Efectivamente, como si no bastara lo dicho para demostrar el amor y la benevolencia de que ha hecho gala para con nosotros, añadió todavía algo mucho mejor y más íntimo que lo anterior, al llamarse a sí mismo cabeza nuestra 20. Necesidad de una conducta ejemplar Puesto que ya sabes todo esto, querido, corresponde a tu bienhechor con una conducta inmejorable, y después de reflexionar sobre la grandeza del sacrificio, embellece los miembros de tu cuerpo. Piensa en lo que recibes en tu mano, y jamás la levantes para golpear a alguien, y no mancilles con semejante pecado 21 la mano enaltecida con un don tan grande. Piensa en lo que recibes en tu mano, y consérvala limpia de toda avaricia y rapiña. Piensa que no solamente lo recibes en tu mano, sino que también te lo llevas a la boca: guarda, pues, tu lengua limpia de palabras torpes e insolentes, de blasfemia, de perjurio y de todo lo demás de análoga ralea. Realmente es pernicioso que la lengua, que está al servicio de tan tremendos misterios, enrojecida con tal sangre y convertida en espada de oro, sea transferida al servicio del ultraje, de la insolencia y de la chocarrería. Ten en gran respeto el honor con que Dios la honró, y no la rebajes a la vileza del pecado, antes bien, reflexiona una vez más que, después de la mano y de la lengua, es el corazón quien recibe ese tremendo misterio, y nunca más urdas engaños contra tu prójimo, sino guarda tu mente limpia de toda maldad, y así podrás también asegurar tus ojos y tu oído. Pues, ¿cómo no va a ser absurdo, después de aquella misteriosa voz que venía del cielo -quiero decir la de los querubines- ensuciar el oído con cantos de burdel y cascadas melodías? Y, ¿cómo no va a ser digno del último castigo mirar a las rameras con los mismos ojos con que miras los inefables y tremendos misterios, y cometes adulterio de pensamiento? A una boda fuiste convidado, querido, no vayas a entrar vestido con ropa mugrienta, al contrario, ponte un traje adecuado para la boda. Porque, si los hombres convidados a las bodas terrenales, aunque sean los más pobres del mundo, muchas veces alquilan o se compran un vestido limpio, y así se presentan a los que les invitaron, tú, convidado a una boda espiritual y a un banquete regio, piensa qué vestido tan extraordinario sería justo que compraras. Pero hay más: ni siquiera es preciso comprarlo, sino que el mismo que te invita te lo da gratis, para que ni la pobreza puedas presentar como pretexto. Por consiguiente, conserva el mismo vestido que recibiste, porque, si lo pierdes, en adelante no podrás ya ni alquilarlo ni comprarlo, pues tal vestido no se vende en parte alguna. ¿Oíste cómo sollozaban los que habían sido iniciados anteriormente en los misterios y cómo se golpeaban el pecho, porque entonces la conciencia los estimulaba? Mira, pues, querido, no tengas tú que padecer eso mismo. Pero, ¿cómo no vas a padecerlo, si no echas fuera la pésima costumbre del mal? La corrección de las faltas Por esta razón os dije recientemente, y os digo ahora y no cesaré de repetirlo: si alguno no ha rectificado los fallos de las costumbres y no ha conseguido facilidad en la virtud, que no se bautice. Efectivamente, los pecados anteriores puede perdonarlos el baño bautismal, pero existe un temor no pequeño y un peligro no casual de que alguna vez volvamos a las andadas y el remedio se nos mude en llaga, porque, cuanto mayor fue la gracia, tanto mayor será el castigo para los que pecan después de aquello. 3. Por consiguiente, para no volver al prístino vómito 22, tratemos de instruirnos a nosotros mismos ya desde ahora. Pues bien, respecto de que es necesario que primero nos convirtamos y nos apartemos de los males anteriores y así nos acerquemos a la gracia, escucha lo que dicen, de una parte, Juan, y de otra, el primero de los apóstoles, a los que van a bautizarse. Aquél, efectivamente, dice: Dad fruto digno de la conversión, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos por padre a Abrahán 23: Este otro, por su parte, repetía a los que le preguntaban: Convertíos, y cada uno de vosotros se bautice en el nombre del Señor Jesucristo 24. Ahora bien, el que se convierte ni siquiera toca ya las mismas cosas de las que se ha convertido, y por esta razón se nos manda decir: «Renuncio a ti, Satanás», para que no tornemos a él ya más. Lo mismo, pues, que ocurre con los pintores, que suceda también ahora. Éstos, efectivamente, después de ponerse ante la tabla, de trazar blancas líneas y de esbozar las regias imágenes, antes de aplicar los colores definitivos, con toda libertad borran unas cosas y sustituyen otras, y así enmiendan los errores y cambian lo que estaba mal. Pero después que han dado el color, ya no son dueños de volver a borrar y repintar, porque esto dañaría la belleza de la imagen y seria motivo de reproche. Haz también tú lo mismo: piensa que el alma es para ti una imagen. Por lo tanto, antes de darle el verdadero color del Espíritu, borra las malas costumbres que han prendido en ti: si tienes la costumbre de jurar, de mentir, de injuriar, de hablar obscenidades, de hacer ridiculeces o de cualquier otra obra parecida, de las que no son lícitas, arráncate esa costumbre, para que no vuelvas otra vez a ella después del bautismo. El baño del bautismo elimina los pecados: tú enmienda la costumbre, para que, una vez dados los colores y con la regia imagen ya en todo su esplendor, no tengas que borrar ya más, ni producir heridas o cicatrices en la belleza que Dios te ha dado. Reprime, pues, tu ira, apaga tu furor, y si alguien te perjudica, si te ultraja, llóralo a él; tú no te sulfures, conduélete, no te encolerices ni digas: «¡En el alma me ha perjudicado!». No hay nadie que sea perjudicado en el alma, a no ser que nosotros mismos nos perjudiquemos en el alma, y voy a decirte de qué forma. ¿Alguien te robó la hacienda? No te perjudicó en el alma, sino en los bienes; pero, si tú guardas rencor, te perjudicas a ti mismo en el alma, porque en realidad los bienes robados en nada te dañaron, más bien te favorecieron; en cambio tú, si no depones tu ira, darás cuentas allá de este rencor. ¿Alguien te insultó y te ultrajó? Tampoco te perjudicó en el alma, ni siquiera en el cuerpo. ¿Tú devolviste insultos y ultrajes? Tú te perjudicaste a ti mismo en el alma, y allá tendrás que dar cuentas de las palabras que dijiste. Y sobre todo quiero que vosotros sepáis esto: al cristiano y fiel nadie puede perjudicarle en el alma, ni el mismo diablo. Pero lo admirable no es únicamente esto: que Dios nos hizo inexpugnables frente a todas las insidias, sino también que nos hizo aptos para la práctica de la virtud, sin que nada lo impida, con tal de quererlo nosotros, aunque seamos pobres, débiles de cuerpo, marginados, sin nombre o esclavos. Efectivamente, ni pobreza, ni enfermedad, ni manquedad corporal, ni esclavitud, ni cualquier otra cosa parecida podría nunca ser impedimento para la virtud. ¡Y qué digo pobre, esclavo y sin nombre! ¡Aunque estés prisionero! Tampoco esto te será impedimento para la virtud. ¿Y cómo? Voy a decírtelo yo. ¿Uno de tus domésticos te contristó y te irritó? ¡Ahórrale tu ira! ¿Acaso para hacer esto tuviste como impedimento tus cadenas, tu pobreza o tu baja condición? ¡Y qué digo impedimento! ¡Incluso te ayudan y cooperan contigo para abajar tus humos! ¿ Que ves a otro en pleno éxito ? No lo envidies, porque ni siquiera aquí es impedimento la pobreza. Por otra parte, cuando hayas de orar, hazlo con la mente sobria y despierta, que nada podrá tampoco impedirlo. Muestra en todo mansedumbre, equidad, moderación, dignidad, porque esto no necesita de ayudas externas. Y esto sobre todo es lo más grande de la virtud: que no tiene necesidad de la riqueza, ni del poder, ni de la gloria, ni de cualquier otra cosa parecida, sino únicamente del alma santificada, y no busca más. Pero mira cómo esto mismo sucede también con la gracia. Efectivamente, aunque uno esté cojo, aunque tenga vacías las cuencas de los ojos y mutilado el cuerpo, y aunque haya caído en extrema enfermedad, nada de esto impide a la gracia venir: ésta busca únicamente al alma que la acoge con diligencia, y deja de lado todas esas cosas externas. Es cierto que, en los soldados de fuera, quienes los alistan para el ejército buscan talla corporal y músculo vigoroso, pero quien ha de servir como soldado no debe tener solamente eso, sino que además ha de ser libre, porque, si uno es esclavo, lo rechazan. En cambio el rey de los cielos no busca nada parecido, antes bien, admite en su ejército incluso esclavos, viejos e inválidos, y no se avergüenza de ello. ¿Qué puede haber de más bondadoso y de mayor provecho que esto? Porque éste busca únicamente lo que está en nuestra mano, en cambio aquellos buscan lo que no está en nuestra mano. Efectivamente, el ser esclavo o libre no está en nuestro poder; y tampoco está en nuestra mano el ser alto, bajo o viejo, el estar bien proporcionado y cuanto se quiera de parecida índole. En cambio, el ser clemente y benigno y tener las demás virtudes es cosa de nuestra voluntad. Y Dios nos exige únicamente aquello de que nosotros somos dueños. Y con muchísima razón, pues no nos llama a su gracia para su propio provecho, sino por hacernos bien a nosotros, mientras que los reyes llaman para servicio suyo. Estos, además, arrastran a una guerra material, en cambio Él a un combate espiritual. Puede ser que alguno vea la misma relación de semejanza no solo en las guerras externas, sino también en las competiciones. Efectivamente, los que van a ser arrastrados a dar el espectáculo no bajan a la liza antes de que el heraldo los haya cogido y hecho circular a la vista de todos mientras va diciendo a voz en grito: «¿Acaso alguien acusa a éste?» Y sin embargo, allí no se trata de luchas del alma, sino de los cuerpos: ¿por qué, pues, exiges dar cuentas de la nobleza? Pero aquí no hay nada parecido, sino todo lo contrario. Como quiera que nuestra lucha no consiste en trabarse las manos, sino en la sabiduría 26 del alma y en la virtud de la mente, nuestro juez de competición hace lo contrario de aquél: no lo coge y lo conduce alrededor mientras va gritando: «¿Acaso alguien acusa a éste?, sino que grita: «¡Aunque los hombres todos, y aunque los demonios apiñados con el diablo le acusen de las mayores y más ocultas atrocidades, yo no lo rechazo, ni abomino de él, sino que, después de arrancarlo a los acusadores y de librarlo del mal, lo conduzco a la competición!» Y no sin razón, pues allí el árbitro no ayuda a ninguno de los luchadores a lograr la victoria, sino que se mantiene en el medio; en cambio, aquí, en los combates de la piedad, el juez de competición se convierte en camarada y coadyuvador de los atletas, y junto con ellos entabla la batalla contra el diablo. 4. Pero lo admirable no es únicamente el hecho de que nos perdona los pecados, sino también que no los descubre, ni los pone en evidencia, ni a los que llegan los obliga a pregonar en medio las faltas propias, sino que manda defenderse ante Él sólo y confesarse a Él. Ciertamente, si uno de los jueces de este mundo 27 dijese a un bandolero o a un ladrón de tumbas, apresados, que con sólo declarar sus fechorías quedarían libres del castigo, acogerían la propuesta con toda diligencia y por el deseo de salvarse despreciarían todo sentimiento de vergüenza. Aquí, sin embargo, no hay nada de esto, al contrario, Dios perdona los pecados y no obliga a exponerlos en presencia de algunos, sino que busca solamente una cosa: que quien disfruta del perdón aprenda la grandeza del don. ¿Cómo, pues, no va a ser absurdo que en las cosas en que nos hace el bien Él se contente únicamente con nuestro testimonio, y nosotros en cambio, cuando se trata de rendirle culto a Él, busquemos otros testigos y lo hagamos por ostentación? Por consiguiente, admiremos su benevolencia y mostremos abiertamente lo nuestro, y lo primero de todo refrenemos el ímpetu de nuestra lengua para no estar hablando constantemente, ya que en las muchas palabras no falta el pecado 28. Si tienes, pues, algo útil que decir, abre tus labios; pero si en nada es necesario, cállate, porque es lo mejor. ¿Eres artesano? Canta salmos mientras estás sentado. ¿Que no quieres salmodiar con la boca? Hazlo con la mente: el salmo es un gran compañero de conversación. Y con ello no tomarás sobre ti nada pesado, antes bien, podrás estar sentado en tu taller como en un monasterio, pues no es la comodidad de los lugares, sino la probidad de las costumbres, la que proporcionará la tranquilidad. Lo cierto al menos es que Pablo ejerció su oficio en el taller y no sufrió daño alguno en su propia virtud 29. Por consiguiente no digas: «¿Cómo podré yo ejercer la sabiduría 30, pues soy artesano y pobre?» ¡Por esta razón sobre todo podrás ejercerla! Para nosotros, en orden a la piedad, es más conveniente la pobreza que la riqueza y el trabajo que la ociosidad, del mismo modo que la riqueza se torna impedimento para los que no andan con cuidado. Efectivamente, cuando sea preciso abandonar la ira, apagar la envidia, refrenar la cólera; cuando sea menester demostrar la oración, la honradez, la mansedumbre, la benevolencia y el amor, ¿en qué punto podría ser obstáculo la pobreza? Y es que, realmente, no es posible realizar todo eso repartiendo dinero, sino demostrando una voluntad recta. La limosna es la que más necesita de bienes, pero también ella resplandece todavía más con la pobreza, pues la que echó los dos óbolos 31 era la más pobre de todos, pero a todos sobrepasó. Por consiguiente, no consideremos la riqueza como algo grande, ni pensemos que el oro es mejor que el barro, porque el valor de la materia no depende de la naturaleza, sino de nuestra opinión. Efectivamente, para quien lo examine con rigor, el hierro es mucho más necesario que el oro, pues éste no aporta ventaja alguna para la vida, y en cambio aquél, por servir para incontables oficios, nos ha proporcionado la mayor parte de lo necesario. ¿Y por qué comparar solamente el oro y el hierro? Estas mismas piedras son mucho más necesarias que las piedras preciosas pues de éstas nada útil podría salir, en cambio con aquellas se han levantado casas, murallas y ciudades. Y tú muéstrame cual podría ser la ganancia proveniente de estas perlas, o más bien, qué daño no podría derivarse, porque incluso para que tú luzcas un solo aljófar, innumerables pobres sufren la angustia del hambre: por tanto, ¿qué disculpa obtendrás?, ¿qué perdón? El verdadero adorno de la mujer ¿Quieres adornar tu rostro? Que no sea con perlas, sino con modestia y decoro, y así el marido verá un semblante más placentero. Efectivamente, aquel adorno suele hacer caer en sospechas de celos, en enemigas, en contiendas y en rivalidades; ahora bien, nada más desagradable que un rostro sospechoso. En cambio, el adorno de la limosna y de la modestia destierra toda mala sospecha y se atraerá al cónyuge con mayor vehemencia que cualquier otro vínculo. En realidad la naturaleza de la belleza no hace tan hermoso al semblante como la disposición anímica del que lo contempla, y a su vez, nada suele crear esta disposición como la modestia y el decoro. Tanto es así que, si una mujer es hermosa, pero su marido le tiene inquina, a él le parecerá la más fea de todas; en cambio otra, si ocurre que no es de buen ver, pero gusta a su marido, a él le parecerá la más hermosa de todas, y es que los juicios se basan, no en la naturaleza de las cosas vistas, sino en la disposición anímica de los que miran. Embellece, pues tu semblante con la modestia, el decoro, la limosna, la benignidad, el amor, la amistad para con el marido, la equidad, la mansedumbre, la resiguación: éstos son los colores de la virtud; gracias a ellos, te atraerás como íntimos a los ángeles, no a los hombres; gracias a ellos tienes a Dios mismo como panegirista, y cuando Dios se dé por satisfecho, también al marido te lo aplacará por completo. Efectivamente, si la sabiduría de un hombre ilumina su rostro, mucho más la virtud de una mujer ilumina su semblante 32. Pero si tú piensas que este adorno es algo grande, dime: ¿Qué provecho sacarás de estas perlas aquel día? ¿Y qué necesidad tenemos de hablar de aquel día, si todo eso lo podemos demostrar por el presente? Es el caso, pues, que cuando los supuestamente culpables de insolencia contra el emperador eran arrastrados hasta el tribunal y corrían peligro de la máxima pena, entonces sus madres y sus mujeres se desprendían de los collares, del oro, de las perlas, de todo adorno y de las doradas vestimentas; se ponían un vestido sencillo y vulgar, se encenizaban y se echaban a rodar por el suelo ante las puertas del tribunal, y así intentaban ablandar a los jueces. Pues bien, si en los tribunales de acá el oro, las perlas y el vestido suntuoso pueden convertirse en asechanza y traición, y en cambio la equidad, la mansedumbre, la ceniza, las lágrimas y los vestidos vulgares se ganan mejor al juez, con mucha mayor razón ocurrirá esto mismo en aquel incorruptible y tremendo juicio. Porque, dime, ¿qué razón vas a exponer, qué disculpa, cuando el Señor te acuse por estas perlas y saque a la vista 33 a los pobres acabados por el hambre? Por esto decía Pablo: Sin trenzas en el pelo, sin oro, sin perlas ni trajes suntuosos 34. De aquí, en efecto, podría seguirse la asechanza: podríamos disfrutar continuamente de ello, pero, con la muerte nos llegará la separación total. En cambio, de la virtud se sigue toda seguridad y ninguna mudanza ni defección, al contrario, aquí nos hace aún más seguros, y allá nos acompaña. ¿Quieres adquirir perlas y no ser nunca despojado de esta riqueza? Arráncate todo adorno y deposítalo en las manos de Cristo por medio de los pobres; Él te guardará toda la riqueza para cuando haya resucitado a tu cuerpo con gran claridad, y entonces te otorgará una mejor riqueza y un adorno mayor, tanto al menos cuanto éste de ahora es vulgar y despreciable. Piensa, pues, a quién quieres agradar y por quiénes te has envuelto en estos adornos: ¿para que, al verte, se maravillen el cordelero, el fundidor de bronce y el mercachifle? ¿Y no te avergüenzas luego ni te sonrojas de mostrarte a ellos y de hacer todo por los mismos a los que ni siquiera consideras dignos de tu saludo? La renuncia a Satanás ¿Cómo, pues, te burlarás de esta fantasía? Si recuerdas aquella palabra que pronunciaste al ser iniciada en los misterios: «Renuncio a ti, Satanás, a tu pompa y a tu culto»: tu manía por adornarte con perlas es, efectivamente, pompa satánica. Recibiste oro, en efecto, mas no para encadenar tu cuerpo, sino para liberar y alimentar a los pobres. Di, pues, continuamente: «Renuncio a ti, Satanás»: nada más seguro que esta palabra, si la demostramos por medio de las obras. 5. Esta palabra la considero digna de que la aprendáis también vosotros, los que estáis a punto de ser iniciados en los misterios, porque esta palabra es un pacto con el Señor. Y de igual modo que nosotros, al comprar esclavos 35, antes que nada preguntamos a los mismos que nos son vendidos si quieren ser esclavos nuestros, así también procede Cristo: cuando va a tomarte a su servicio, primero pregunta si quieres abandonar a aquel amo inhumano y cruel, y te acepta el pacto: su señorío, en efecto, no es forzado. Y mira la bondad de Dios: nosotros, antes de pagar el precio, preguntamos a los que son vendidos y, cuando ya nos hemos informado de que sí quieren, entonces abonamos el precio; Cristo en cambio no obra así, al contrario, pagó ya el precio por nosotros: su preciosa sangre: Por precio fuisteis comprados 36, dice efectivamente. Y sin embargo, ni aun así fuerza a los que no quieren servirle, antes bien, dice: «Si no te sientes agracecido ni quieres tampoco por tu propia iniciativa y voluntariamente inscribirte en mi dominio, yo no te obligaré ni te forzaré». Por otra parte, nosotros no elegiríamos comprar esclavos malos, y si alguna vez lo elegimos, los compramos por una mala elección y pagamos el precio correspondiente. Cristo en cambio, a pesar de comprar unos siervos ingratos e inicuos, pagó el precio de un esclavo de primera calidad, más aún, un precio mucho mayor, tan mayor que ni la palabra ni el pensamiento pueden mostrar su grandeza, pues, en efecto, Él no nos compró dando el cielo, la tierra y el mar, sino pagando de lo que es más precioso que todas estas cosas: su propia sangre. Y después de todo esto, no nos exige testigos ni documento escrito, sino que se da por contento con sólo tu voz, e incluso si dices mentalmente: «Renuncio a ti, Satanás», y a tu pompa», todo lo acepta. Digamos, pues, esto: «Renuncio a ti, Satanás», como quienes han de dar aquel día razón y cuenta de esta palabra, y guardémosla para que entonces podamos devolver sano y salvo este depósito. Ahora bien, pompa satánica son los teatros, los hipódromos y todo pecado, y los horóscopos 37, augurios y presagios. ¿Y qué son, pues, los presagios? -dice. Muchas veces algunos, al salir de casa, ven un hombre ojituerto o cojo, y lo toman como un presagio. Esto es pompa satánica, ya que el encontrarse con un hombre no hace que el día sea malo, sino el vivir en pecado. Por consiguiente, cuando salgas, guárdate de una sola cosa: que el pecado tope contigo, porque éste es el que nos hace caer, y sin él, en nada podrá dañarnos el diablo. ¿Qué estás diciendo? Ves a un hombre, y lo toman como un presagio, ¿y no ves la trampa diabólica: cómo te excita a la guerra contra alguien que ningún mal te ha hecho, cómo te vuelve enemigo de tu hermano, sin causa justa alguna? Y sin embargo, Dios mandó amar incluso a los enemigos 38; tú en cambio, aun sin tener de qué acusarlo, ¿aborreces al que en nada te ha perjudicado, y no piensas la risa que das, ni cuán grande es la vergüenza, más aún, el peligro? ¿Te digo otro presagio más ridículo todavía? Me avergüenza y me sonroja decirlo, pero me veo obligado a ello por vuestra salvación. Si uno se encuentra, dice, con una virgen, el día será un fracaso, pero, si se topa con una ramera, el día será favorable, provechoso y repleto de negocios. ¿Os ocultáis, os golpeáis la frente y de verguenza bajáis la vista hacia el suelo? ¡Pero no ahora, al decir yo estas palabras, sino al ponerlas vosotros por obra! Mira, pues, cómo también aquí el diablo ocultó el engaño, para hacernos aborrecer a la que es casta y en cambio saludar y amar a la disoluta: puesto que oyó a Cristo decir: El que fija su mirada en una mujer para desearla, ya adulteró en su corazón 39, y vio a muchos sobreponerse a la incontinencia, cuando quiso hacerles recaer en el pecado por otro camino, gracias a este presagio los convenció para que fijasen complacidos su atención en las rameras. AMULETOS/HECHIZOS ¿Y qué podría decirse de los que se sirven de hechizos y amuletos, y de los que se atan en torno a la cabeza y los pies monedas de bronce de Alejandro el Macedonio? ¿Son éstas, dime, nuestras esperanzas: que después de la cruz y de la muerte del Señor, tengamos en la imagen de un rey griego la esperanza de la salvación ? ¿No sabes cuántas cosas llevó felizmente a cabo la cruz? Abolió la muerte, extinguió el pecado, hizo inútil el infierno, destruyó el poder del diablo, ¿y no es de fiar para la salud del cuerpo? Hizo revivir a toda la tierra habitada, ¿y tú no confías en ella? Entonces, ¿de qué serías digno tú? -dime. Te rodeas no sólo de amuletos, sino también de hechizos, cuando introduces en tu casa a viejas borrachas y alocadas, ¿y no te avergüenzas ni te sonrojas de perder el seso por esto, después de tan gran sabiduría? Y lo que es más grave que el mismo error: cuando nosotros amonestamos sobre esto y tratamos de persuadirles, ellos creen disculparse diciendo: «La mujer que hace el hechizo es cristiana y no pronuncia otra cosa que el nombre de Dios». Pues precisamente por eso la odio y aborrezco tanto, porque se vale del nombre de Dios para la insolencia, porque dice ser cristiana, pero ostenta las obras de los gentiles. Por lo demás, también los demonios pronunciaban el nombre de Dios, pero seguían siendo demonios, y así decían a Cristo: Sabemos quién eres, el Santo de Dios 40, y sin embargo, Él los increpó y los expulsó. Por todo ello os exhortó a purificaros de este engaño y a tener como báculo 41 esta palabra; y así como ninguno de vosotros querría bajar a la plaza sin sandalias o sin vestido, así tampoco bajes nunca a la plaza sin esta palabra, antes bien, cuando estés a punto de cruzar el portón del atrio, pronuncia primero esta palabra: «¡Renuncio a ti, Satanás, y a tu pompa y a tu culto, y me junto contigo, oh Cristo!». Y nunca salgas sin esta palabra: ella será para ti báculo, armadura y torre inexpugnable. Y junto con esta palabra, traza también la cruz en tu frente, porque de esa manera, no sólo un hombre que te sale al encuentro no podrá dañarte en nada, pero es que ni el mismo diablo siquiera, pues por todas partes te ve aparecer con estas armas. Y en esto edúcate a ti mismo ya desde ahora, para que, cuando recibas el sello, seas un soldado bien preparado y, después de erigir un trofeo 42 contra el diablo, recibas la corona de la justicia, la que ojalá todos nosotros podamos alcanzar, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se dé la gloria al Padre, junto con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén. ................................................. 2. Cf. Flp 3, 13. 3. Sal 94, 8 (la versión de los Setenta, seguida siempre por san Juan Crisóstomo, entendió el hebreo meribá, no como nombre propio de la localidad desértica de Meribá, según el relato de Nm 20, 1-13, sino como nombre común, parapikrasmós, equivalente a exacerbación, irritación, riña, exasperación). 4. Flp 3, 13-14. 5. Jb 1, 1. 6. Ibid. 7. Este «otro» (sobreentendido «autor») es el Qohélet 12, 13. 8. Cf. Mt 10. 42. 9. Jn 1, 5. 11. Ga 3, 27. 1 2. Jn 6, 57. 13. Jn 6, 56. 14. Jn 15, 5. 15. Jn 15, 14-15. 16.2 Co 11, 2. 17. Rm 8, 29. 18. Is 8, 18. 19. Cf. 1 Co 12, 27. 20. Cf. Ef. 1, 22. 21. Literalmente «con el pecado del golpe», del bofetón. 22. Nótese el realismo de la expresión. 23. Lc 3, 8: la expresión es de Juan el Bautista. 24. Hch 2, 38: la expresión es de Pedro. 26. Literalmente «en la filosofía del alma», pero el término «filosofía», tiene en san Juan Crisóstomo -como en los demás escritores cristianos- un significado completamente distinto del moderno. 27. Traduzco así ton exothen, expresión familiar a san Juan Crisóst:omo y que literalmente significa «los de fuera, foráneos»; para él los no cristianos. 28. Pr 10, 19. 29. Cf. Hch 18, 3. 30. Para el uso del término (philosophein), cf. supra n. 26. 31. Cf. Lc 21, 3-4. 32. Cf. Qo 8, 1. 33. Literalmente «saque al medio». 34. 1 Tm 2,9. 35. En tiempos de san Juan Crisóstomo no se había eliminado aún del todo la condición servil, ni se había integrado plenamente en la nueva concepción cristiana de la persona, libre en el ámbito de la sociedad a que pertenece. 36.1 Co 7,23. 37. Literalmente «examen y observación de los días», fastos o nefastos. 38. Cf. Mt 5, 44ss. 39. Mt 5, 28. 40. Cf. Mc 1, 24. 41. Es decir, como apoyo para la conducta. 42. Esto es, después de vencerle: el trofeo, monumento de victoria, lo erigía el vencedor allí donde el enemigo, vencido, volvía la espalda y huía. SEGUNDA CATEQUESIS 1 «A los que están a punto de ser iluminados, y por qué se habla de baño de regeneración y no de perdón de los pecados; y por qué es peligroso, no solamente jurar en falso, sino incluso jurar, aunque juremos rectamente». A la espera del gran don del bautismo 1. ¡Cuán deseable y cuán amable es para nosotros el coro de los nuevos hermanos! Porque yo os llamo ya hermanos antes del alumbramiento, y antes del parto saludo ya mi parentesco con vosotros. Sé efectivamente, sé con toda claridad a qué honor tan grande y a qué magistratura vais a ser elevados. Ahora bien, a los que van a asumir una magistratura es costumbre que todos los honren incluso antes de ejercerla, por asegurarse de antemano para el futuro, mediante este homenaje, su benevolencia. Esto mismo hago yo también ahora, porque no vais a ser elevados a una magistratura sin más, sino al mismo reino, más aún, tampoco a un reino simplemente, sino al mismo reino de los cielos. Por esta razón os pido y os suplico que os acordéis de mí cuando lleguéis a ese reino, y lo que decía José al copero mayor: Acuérdate de mi cuando te vaya bien 2, esto mismo os digo yo a vosotros ahora: «Acordaos de mí cuando os vaya bien». No os pido, como aquél, la recompensa de unos sueños, porque yo no vine a interpretaros unos sueños, sino para exponeros detalladamente las cosas del cielo y ser portador de la buena noticia de aquellos bienes, tales que ni ojo vio, ni oído oyó, ni subieron a corazón de hombre, esto es, lo que Dios preparó para los que le aman 3. Cierto es que José decía al copero aquel: Al cabo de tres días, él te restablecerá en tu puesto de copero mayor 4. Yo no digo: «Al cabo de tres días, seréis promovidos al cargo de coperos del tirano», sino: «Al cabo de treinta días 5, no el Faraón, sino el rey de los cielos os restablecerá en la patria de arriba, en la Jerusalén libre, en la ciudad celeste». Y cierto es que aquél decía: Y darás la copa al Faraón en su mano 6, yo en cambio no digo: «Daréis la copa al rey en su mano, sino: El rey en persona os dará en vuestra mano la copa tremenda y llena de gran poder y más preciosa que toda 7 creatura». Los ya iniciados conocen la fuerza de esta copa, pero también vosotros la conoceréis dentro de poco. Acordaos, pues, cuando lleguéis a aquel reino, cuando recibáis la vestidura regia, cuando vistáis la púrpura tinta en la sangre del Señor, cuando os ciñáis la diadema que por todas partes irradia resplandores más intensos que los rayos del sol. Tal es, en efecto, la dote del esposo, sin duda mayor que nuestro merecimiento, pero digna de su bondad. Peligro del que retrasa el bautismo hasta el final de su vida Por esta razón, ya desde ahora y a causa de aquellas sagradas alcobas nupciales, yo os felicito, y no solamente os felicito, sino que también alabo vuestro buen sentido, porque no os habéis acercado a la iluminación como los más perezosos de los hombres, en las últimas boqueadas 9, sino que ya desde ahora, como siervos sensatos, preparados para obedecer con la mejor voluntad al Señor, habéis puesto el cuello de vuestra alma, con tanta mansedumbre como celo, bajo la gamella de Cristo, y recibisteis el yugo suave y tomasteis la carga ligera 10. Efectivamente, aunque la gracia es igual para vosotros que para los iniciados al final de sus vidas, sin embargo, ni el propósito ni la preparación de las cosas son lo mismo. Ellos, en efecto, la reciben en su lecho; vosotros, en el regazo de la Iglesia, la madre común de todos nosotros; ellos, quejándose y llorando; vosotros, alegres y gozosos; ellos, gimiendo; vosotros, dando gracias; ellos, en fin, amodorrados por mucha fiebre; vosotros en cambio, rebosantes de deleite espiritual. De ahí que todo esté aquí en consonancia con el don, mientras que allí todo es contrario al don: el llanto y el lamento de los que se inician es abundante; en derredor están los hijos llorando, la mujer arañándose la cara, los amigos entristecidos, los criados llenos de lágrimas y, en fin, toda la casa con aspecto de un día invernal y lóbrego. Y si logras destapar el corazón mismo del yacente, lo hallarás el más sombrío de todos. MORIBUNDO/SACRAMENTOS: Efectivamente, igual que los vientos que, al lanzarse con gran ímpetu unos contra otros, dividen el mar en muchas partes, así también los pensamientos de los males entonces dominantes, al abatirse sobre el alma del enfermo, dividen su mente en múltiples preocupaciones: cuando mira a los hijos, piensa en su orfandad; cuando pone los ojos en la mujer, considera su viudez; cuando ve a los siervos, sopesa la desolación de la casa entera; cuando vuelve la atención sobre sí mismo, trae a la memoria su vida presente y, al verse a punto ya de separarse, lo envuelve una densa nube de postración. Tal es el alma del que va a ser iniciado. Luego, en medio mismo del tumulto y de la confusión, entra el sacerdote, más temible que la propia fiebre y más cruel que la muerte a los ojos de los parientes del enfermo, pues éstos consideran que la entrada del presbítero es mayor causa de desesperación que la voz misma del médico que da por perdida la vida del enfermo, y lo que es fundamento de la vida eterna ellos lo consideran señal de muerte. Pero todavía no he añadido el colofón de los males. Muchas veces, en efecto, el alma abandonó el cuerpo y se fue, mientras los parientes armaban gran barullo preparándose 11. Con todo, a muchos tampoco les aprovechó la presencia del alma. Efectivamente, cuando no reconoce a los parientes, ni oye la voz, ni puede responder las palabras aquellas mediante las cuales se establecerá el feliz pacto con el común Señor de todos nosotros, antes bien, cuando el que va a ser iluminado yace como un leño inútil o como una piedra, sin diferenciarse en nada de un cadáver, ¿cuál puede ser el provecho de la iniciación en tales condiciones de inestabilidad? 2. El que está efectivamente a punto de llegarse a estos sagrados y tremendos misterios necesita velar y andar despierto, purificarse de toda preocupación mundana, llenarse de mucha templanza y de mucho celo, desterrar de la mente todo pensamiento ajeno a los misterios y dejar por todas partes limpia la casa, como si estuviera a punto de acoger al rey en persona. Tal es la preparación de vuestra mente, tales los pensamientos que debéis tener, tal el propósito del alma. Por consiguiente, la digna recompensa de esta óptima determinación espérala de Dios, que en las retribuciones vence a cuantos le obsequian con su obediencia. Ahora bien, puesto que es necesario que los consiervos contribuyan con lo que es suyo, también nosotros contribuiremos con lo que es nuestro, aunque, si ni siquiera esto es nuestro, que es también del Señor! Pues dice: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorias, como si no hubieras recibido? 12. Yo hubiera querido, lo primero de todo, deciros lo siguiente: por qué realmente nuestros padres, dejando correr todo el año, legislaron que éste era el momento oportuno para que los hijos de la Iglesia fueran iniciados en los misterios, y por qué razón, después de nuestra enseñanza, os descalzan y os desnudan y luego, descalzos y desnudos, cubiertos únicamente con la tuniquilla, os hacen pasar a las voces de los exorcistas. En realidad ellos no nos determinaron sin más y a ciegas esta forma de actuar y este tiempo, sino que ambas cosas tienen un sentido misterioso e inefable. Los varios nombres del bautismo También hubiera querido explicaros este sentido, pero veo que ahora el discurso nos empuja hacia otro punto más necesario. Necesario es, efectivamente, decir qué es en fin de cuentas el bautismo, por qué razón ha entrado en nuestra vida y qué bienes nos reserva. Pero, si queréis, dialoguemos primeramente sobre la denominación de esta misteriosa purificación. No tiene un nombre único, en efecto, sino muchos y variados. Esta purificación se llama baño de regeneración, pues dice: Nos salvó por el baño de la regeneración y de la renovación del Espirita Santo 13. Se llama también iluminación, y esto mismo le llamó también Pablo: Traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sufristeis gran combate de aflicciones 14; y de nuevo: Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron el don celestial y recayeron, sean otra vez renovados para conversión 15. Se llama también bautismo: Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos 16. Se llama sepultura: Porque fuisteis sepultados juntamente con Él -dice- por el bautismo, para muerte 17. Se llama circuncisión: En el cual también fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha con manos, en el despojamiento del cuerpo de los pecados de la carne 18. Se llama cruz: Porque nuestro viejo hombre fue crucificado con Él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho 19. El bautismo como baño de regeneración Se podría seguir enumerando otros muchos nombres, sin embargo, para no consumir todo el tiempo en las denominaciones del don, ¡ea!, volvamos a la primera denominación y, en cuanto hayamos explicado su significado, pondremos fin al discurso. Entre tanto, reasumamos nuestra enseñanza desde un poco más arriba. Existe el baño común a todos los hombres, el de los establecimientos de baños, que suele limpiar la suciedad del cuerpo. Pero está también el baño judío, más digno que aquél, pero muy inferior al de la gracia, pues éste limpia también la suciedad corporal, pero no sólo la corporal, sino también la que afecta a la conciencia débil. Efectivamente, hay muchas cosas que no son impuras por naturaleza, sino que se vuelven impuras por efecto de la debilidad de la conciencia. Y lo mismo que tratándose de niños, ni las máscaras ni las demás paparrasollas son de por sí espantosas, sino que a los niños les parecen espantosas por causa de su propia debilidad natural, así también tratándose de lo que os dije; por ejemplo, tocar cadáveres: por naturaleza no es algo impuro, pero, si le ocurre a una conciencia débil, entonces vuelve impuro al que los toca. Ahora bien, que no sea algo impuro por naturaleza, lo dejó bien claro el mismo legislador 20, Moisés, que llevó consigo intacto el cadáver de José y, sin embargo, permaneció puro. Por la misma razón Pablo, dialogando con nosotros acerca de esta impureza debida, no a la naturaleza, sino a la debilidad de la conciencia, decía también algo así: De suyo nada hay impuro, de no ser para quien piensa que algo es impuro 21. ¿Estás viendo cómo la impureza no se origina de la naturaleza de la cosa, sino de la debilidad del pensamiento? Y de nuevo: Todo es puro, ciertamente, pero malo es para el hombre comer con escándalo 22, ¿Ves cómo no es el comer, sino el comer con escándalo, la causa de la impureza? 3. Semejante mancha la limpiaba el baño judío. El baño de la gracia, en cambio, limpia, no ya ésta, sino la verdadera impureza, la que deposita la gran suciedad, no sólo en el cuerpo, sino sobre todo en el alma; en efecto, no purifica a los que han tocado los cadáveres, sino a los que han tocado las obras muertas. Aunque uno sea un afeminado, un fornicario o un idólatra; aunque haya cometido cualquier clase de mal y esté en posesión de toda maldad humana, en cuanto baja a la piscina de las aguas, sale del divino manantial más puro que los rayos del sol. Y para que no pienses que lo dicho es mera jactancia, escucha a Pablo cuando habla del poder de este baño: No os engañéis, que ni los idólatras, ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los invertidos, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los robadores heredarán el reino de Dios 23. «¿Y qué tiene esto que ver-dice- con lo dicho? ¡Pon de manifiesto lo que estamos buscando, a saber, si todo eso lo limpia la fuerza del baño bautismal!». Pues bien, escucha lo que sigue: Y esto mismo erais algunos: pero ya estáis lavados, pero ya estáis santificados, pero ya estáis justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios 24, Nosotros os prometíamos mostraros que los que se acercan al baño bautismal quedan limpios de toda fornicación 25, pero el discurso ha demostrado mucho más: no solamente limpios, sino también santos y justos, pues no dijo solamente: estáis lavados, sino también: estáis santificados y estáis justificados. ¿Qué puede haber de más extraordinario que esto, que sin trabajos, sin sudores y sin éxitos nazca la justicia? ¡Pues tal es la bondad del don divino, que sin sudores hace justos! Efectivamente, si una carta del emperador, por breve que sea el texto, no sólo deja libres a los responsables de innúmeras acusaciones, sino que también encumbra a la máxima dignidad a otros, ¡con cuánta mayor razón el Espíritu de Dios, que además lo puede todo, nos agraciará con una gran justicia y nos colmará de una gran confianza! Y lo mismo que una centella, al caer en medio del inmenso mar, inmediatamente se apaga y desaparece anegada por la masa de las aguas, así también toda maldad humana, cuando cae en la piscina de las divinas aguas, se anega y desaparece más rápida y más fácilmente que aquella centella. «¿Y por qué razón -dice- si el baño bautismal perdona todos nuestros pecados, no se le llama baño del perdón de los pecados, ni baño de la purificación, sino baño de la regeneración?». -Porque no nos perdona sin más los pecados, ni simplemente nos purifica de las faltas, sino que lo hace de tal manera, como si de nuevo fuésemos engendrados. Y efectivamente, de nuevo nos crea y nos forma, pero, no plasmándonos otra vez con barro, sino formándonos con otro elemento: la naturaleza de las aguas; y es que no se limita a fregar el vaso, sino que vuelve a refundirlo por entero. De hecho, los objetos que se friegan, por más cuidadosamente que se restriegue, siempre retienen huellas de la cualidad y guardan restos de la mancha; en cambio, los objetos que se meten en el horno de fundición y se renuevan por medio del fuego se desprenden de toda mancha y, cuando salen de la fragua, emiten el mismo resplandor que los totalmente nuevos. Por consiguiente, lo mismo que un hombre toma una estatua de oro, sucia por obra del tiempo, del humo, del polvo y del orín, y la funde, y luego nos la devuelve limpísima y esplendorosa, así también Dios: tomó nuestra naturaleza enrobinada por el orín del pecado, ennegrecida por el mucho humo de las faltas y perdida la belleza que de Él recibiera al principio, y otra vez la fundió: metiéndonos en el agua como en un horno de fundición, envía la gracia del Espíritu en vez del fuego, y luego nos saca de allí totalmente rehechos y renovados con gran resplandor, como para desafiar en adelante a los mismos rayos del sol; deshizo al hombre viejo, pero construyó otro nuevo, más esplendoroso que el primero. 4. Ya el profeta, aludiendo veladamente a esta nuestra destrucción y a esta misteriosa purificación, decía antiguamente: Como jarro de alfarero los desmenuzarás 26. Efectivamente, que la frase se refiere a los fieles, nos lo muestran claramente los versos anteriores: Tú eres mi hijo, yo te engendré hoy; pídeme, y te daré las gentes por heredad tuya; y por posesión tuya, los confines de la tierra 27. ¿Ves cómo hizo mención de la Iglesia de los gentiles y cómo dijo que el reino de Cristo se extiende por todas partes? Y luego vuelve a decir: Los apacentarás con vara de hierro: no abrumadora, sino fuerte; como jarro de alfarero los desmenuzarás 28, Aquí tienes un modo más misterioso de entender el baño bautismal, porque no dijo simplemente «jarro de loza», sino «jarro de alfarero». Pero fijaos bien: los jarros de loza, una vez desmenuzados, no admitirían arreglo, por causa de la dureza que les dio una vez por todas el fuego; en cambio, los jarros de alfarero no son de tierra cocida, sino de arcilla, de ahí que, incluso si se quiebran, fácilmente puedan volver a su forma anterior 29 mediante la maestría del artesano. Así pues, cuando el Señor habla de una calamidad irremediable, no dice «jarro de alfarero», sino «jarro de loza». Por lo menos, cuando quería enseñar al profeta y a los judíos que habían entregado la ciudad a una calamidad irremediable, mandó coger un ánfora de tierra cocida y desmenuzarla delante de todo el pueblo, y decir: Asi perecerá también la ciudad, y será desmenuzada 30. En cambio, cuando quiere ofrecerles buenas esperanzas, conduce al profeta a una alfarería y allí, no le muestra un jarro de loza, sino que le muestra un jarro de arcilla que se le cae de las manos al alfarero, y razona diciendo: Si este alfarero ha recogido el jarro caído y de nuevo lo ha restaurado, ¿no podré yo mucho mejor enderezaros a vosotros que habéis caído? 31. Por consiguiente, a Dios le es posible no sólo restaurar a los que somos de arcilla por medio del baño de la regeneración, sino también, mediante una perfecta penitencia, devolver a su prístino estado a los que, a pesar de haber recibido la fuerza del Espíritu, han recaído. La lucha de los catecúmenos contra el demonio Pero no es ésta la ocasión de que escuchéis los discursos acerca de la penitencia, mejor dicho, ¡ojalá nunca tengáis ocasión de dar en la necesidad de esos remedios, al contrario, ojalá permanezcáis siempre firmes en la guarda integral de la belleza y del esplendor que ahora estáis a punto de recibir! Pues bien, para que podáis permanecer siempre así, ¡ea!, dialoguemos un poquito con vosotros acerca del plan de vida. Efectivamente, en esta palestra las caídas no son peligrosas para los atletas, ya que la lucha es contra gente de casa y todo ejercicio se realiza a expensas de los cuerpos de los entrenadores. Pero, cuando llega el momento de las competiciones, cuando se abre el estadio y el público está sentado arriba y el juez de competición aparece, a partir de ese instante es preciso: o bien acobardarse y caer, para retirarse llenos de vergüenza, o bien emplearse a fondo y alcanzar las coronas y los premios. Así ocurre también con vosotros: estos treinta días se asemejan a una palestra con sus ejercicios y entrenamientos. Aprendamos ya desde ahora a vencer a aquel malvado demonio, porque, después del bautismo, deberemos desnudarnos para entrar en liza contra él. Y contra él deberemos dirigir los golpes de nuestro puño, y contra él luchar. Por consiguiente, aprendamos ya desde ahora sus llaves, de dónde procede su maldad y por qué medios puede fácilmente perjudicarnos, para que, cuando lleguen las competiciones, no nos extrañemos ni nos alborotemos al ver la novedad de su agonística, sino que, habiendo aprendido todas sus estratagemas a la vez que nos ejercitamos nosotros mismos, emprendamos con toda confianza la lucha contra él. El peligro de la lengua LENGUA/PELIGRO: Pues bien, él está acostumbrado a intentar dañarnos por todos los medios, pero sobre todo a través de la lengua y de la boca, porque no hay para él instrumento más apropiado para engañarnos y perdernos que una lengua intemperante y una boca sin puertas. De aquí nacen nuestras numerosas caídas, de aquí nuestros graves motivos de acusación. Y cuán fácil sea resbalar con la lengua, alguien lo declaró cuando decía: Muchos cayeron a filo de espada, mas no tantos como los caídos por obra de la lengua 32, y la gravedad de la caída la revelaba el mismo diciendo otra vez: Mejor es resbalar del pavimento que resbalar de la lengua 33; y lo que dice viene a ser esto mismo: «Mejor es caer y magullarse el cuerpo que proferir una palabra tal que pueda perder nuestra alma». Pero no solamente habla de caídas, sino que ademas nos exhorta a que andemos con gran cuidado para no ser derribados, cuando dice así: Haz a tu boca una puerta y cerrojos 34, no para que realmente preparemos puertas y cerrojos, sino para que, con gran seguridad, cerremos a la lengua el paso a las palabras inconvenientes. Y en otra parte, mostrando que junto con nuestro cuidado, y antes de nuestro cuidado, necesitamos del impulso de lo alto, para que podamos retener a esta fiera dentro, el profeta, con las manos levantadas hacia Dios, volvía a decir: La elevación de mis manos sea como sacrificio vespertino. Pon, Señor, una guardia a mi boca y una puerta de protección a mis labios 35. Y el mismo que había exhortado anteriormente vuelve a decir: ¿Quién pondrá una guardia a mi boca, y a mis labios sello de prudencia? 36, ¿Estás viendo cómo todos temen estas caídas, se lamentan, aconsejan y ruegan que su lengua disfrute de buena guardia? Y si tal es la ruina que nos acarrea este órgano, ¿por que -dice- lo puso Dios en nosotros ya desde el comienzo? Porque también tiene una gran utilidad y, si andamos con cuidado, únicamente nos trae utilidad y ningún perjuicio. Escucha, pues, lo que afirma el mismo que dijo lo de antes: En poder de la lengua están la vida y la muerte 37. Y Cristo viene a declarar lo mismo cuando dice: Por tus palabras serás condenado, y por tus palabras serás justificado 38, Efectivamente, la lengua está situada en el centro de uno y otro uso: el dueño eres tú. Lo mismo ocurre con la espada que yace en el medio: si la utilizas contra los enemigos, tendrás en ella un instrumento de salvación, pero, si asestas el golpe contra ti mismo, la causante de tu herida no será la naturaleza del hierro, sino tu propia transgresión de la ley. Pensemos lo mismo respecto de la lengua: es una espada que yace en medio, por tanto agúzala para acusarte de tus pecados, no asestes el golpe contra un hermano. Por esta razón Dios la circundó con doble muro: con la valla de los dientes y la cerca de los labios, para que no profiera con facilidad y atolondradamente las palabras inconvenientes. Refrénala dentro. ¿Que no lo soporta? Entonces dale una lección utilizando los dientes, como si entregaras su cuerpo a estos verdugos, y haz que la muerdan, porque mejor es que sea mordida por los dientes ahora, mientras peca, que entonces, cuando ande achicharrada buscando una gota de agua 39, no consiga el alivio. En todo esto, pues, y en mucho más, suele pecar, cuando insulta, blasfema, profiere palabras torpes, calumnia, jura y perjura. Los peligros del juramento 5. Sin embargo, para no hundir vuestra mente en la confusión, si os digo hoy de golpe todo, os propongo entre tanto una sola ley: la que manda evitar los juramentos, y de antemano os digo y aviso esto: si no evitáis los juramentos -no digo solamente los perjurios, sino los mismos juramentos hechos por causa justa-, si no los evitáis, digo, no dialogaremos más con vosotros sobre otro tema. Efectivamente, sería absurdo que, mientras los maestros de las letras no dan a los niños una segunda noción hasta que ven la precedente bien fija en sus memorias, nosotros, por el contrario, a pesar de no haber podido inculcaros con exactitud las nociones precedentes, nos adelantaremos a imbuiros otras nuevas: esto no sería otra cosa que sacar agua en herrada agujereada. Por tanto, si no queréis que callemos, poned muchísimo cuidado en el asunto. Grave es, en efecto, este pecado, y muy grave. Y es muy grave, porque no parece ser grave, y por eso lo temo: porque nadie lo teme; y por eso es una enfermedad incurable: porque ni siquiera parece ser enfermedad, antes bien, como el simple platicar no es motivo de acusación, así tampoco esto parece ser motivo de acusación, al contrario, se tiene la osadía de cometer con la mayor confianza esta transgresión de la ley. Y si alguien intenta una acusación, inmediatamente se siguen la risa y gran escarnio, pero no contra los acusados por causa de los juramentos, sino contra los que quieren remediar la enfermedad. Por esta razón amplío yo mi discurso sobre este asunto, porque quiero arrancar una raíz profunda y acabar con un mal crónico: no digo los perjurios solamente, sino también los mismos juramentos hechos según ley. «¡Pero el tal -dice- es un hombre honrado, que ejerce el sacerdocio y que vive con mucha templanza y piedad!» ¡No me hables de este hombre honrado, templado, piadoso y que ejerce el sacerdocio! Pon, si quieres, que éste sea Pablo, o Pedro, o incluso un ángel bajado del cielo: ¡ni aun así presto atención al valor de las personas! Efectivamente, la ley sobre los juramentos yo no la leo como ley servil, sino como ley regia; ahora bien, cuando se leen documentos de un rey, enmudece toda dignidad de los siervos. Pues bien, si tú puedes decir que Cristo mandó jurar, o que Cristo no lo castiga cuando se hace, muéstralo y quedaré persuadido; pero, si pone tanto empeño en impedirlo y tanto se preocupa por este asunto que al que jura lo equipara al Maligno (Pues lo que pasa de esto -del si y del no, dice-, del diablo procede 40), ¿por qué me mientas al tal y al cual? De hecho Dios no te dará su voto basándose en la negligencia de tus consiervos, sino en el mandato de sus leyes: Él lo mandó, así que era necesario obedecer, y no presentar al tal como pretexto, ni mezclarse en males ajenos. Aunque el gran David cometió un grave pecado 41, ¿acaso por esa razón, dime, no va a ser para nosotros peligroso el pecar? Por lo mismo es necesario, pues, ponerse en guardia contra esa idea y emular solamente las buenas acciones de los santos, y si en alguna parte se dan negligencia y transgresión de la ley, obligación es huir de ellas con suma diligencia. Efectivamente, el contenido de nuestro discurso no se refiere a nuestros consiervos, sino al Señor, y a Él daremos cuentas de todo lo vivido. Preparémonos, pues, para aquel tribunal, ya que, por infinitamente admirable y grande que sea el que viola esta ley, pagará cabalmente la pena debida por la transgresión, pues Dios no hace acepción de personas 42. Cómo evitar los juramentos ¿Cómo, pues, y de qué manera es posible evitar este pecado? Porque, en verdad, no solamente es necesario mostrar que la acusación es grave, sino también aconsejar sobre cómo poder librarnos de ella. ¿Tienes mujer, criados, hijos, un amigo, un pariente, un vecino? Ordénales a todos ellos estar en guardia sobre esto. ¿Que la costumbre es cosa difícil, que cuesta arrancarla, que no es fácil guardarse de ella, y muchas veces nos empuja sin quererlo ni saberlo nosotros? Pues bien, cuanto más conoces la fuerza de la costumbre, tanto mayor empeño pon en ser liberado de la mala costumbre y en convertirte a la otra, a la más provechosa. Efectivamente, lo mismo que aquélla muchas veces fue capaz de hacerte caer, a pesar de tu diligencia, de tu cautela, de tu cuidado y preocupación, así también ahora, si te conviertes a la buena costumbre, la de no jurar, nunca podrás caer en el pecado de juramento, ni sin querer ni por negligencia, porque cosa grande es realmente la costumbre y tiene la fuerza de la naturaleza. Por consiguiente, para no andar penando continuamente, pasémonos a esta costumbre, y a cada uno de los que conviven y se relacionan contigo pídeles esta gracia: que te aconsejen y exhorten a evitar los juramentos, y si te sorprenden haciéndolos, que te acusen. De hecho, la vigilancia ejercida por ellos sobre ti es también para ellos consejo y exhortación a obrar rectamente. En efecto, el que acusa a otro de juramento no caerá él mismo tan fácilmente en este abismo, pues abismo nada común es la frecuencia en el jurar, no sólo cuando se hace por cosas mínimas, sino también cuando se hace por las mayores. Ahora bien, nosotros, lo mismo cuando compramos legumbres y regateamos por dos óbolos que cuando nos enfadamos con los criados y los amenazamos, en toda ocasión apelamos a Dios como testigo, y sin embargo, a un hombre libre y con un cargo de poca monta tú no te hubieras atrevido a llamarle a la plaza como testigo de tales cosas, y si acaso te atreves a hacerlo, se te castigará por tu insolencia: en cambio, ¡al rey de los cielos, al Señor de los ángeles, tú lo arrastras a dar testimonio cuando discutes sobre cosas venales, sobre dinero o sobre minucias! Y, ¿cómo esto va a ser tolerable? ¿Por qué medios, pues, podremos vernos libres de esta mala costumbre? Poniendo en derredor nuestro las guardias que dije, fijándonos a nosotros mismos un plazo para la enmienda e imponiéndonos una multa si, pasado el plazo, hubiéremos fracasado en el empeño. Ahora bien, ¿cuánto tiempo nos bastará para esto? Yo no creo que los muy sobrios, despiertos y que velan por su propia salvación necesiten más de diez días para quedar completamente libres de la mala costumbre de los juramentos. Pero si al cabo de esos diez días se nos viera seguir jurando, impongámonos a nosotros mismos una pena, incluso fijemos el castigo y la multa máximos por nuestra transgresión. ¿Cuál será, pues, la condena? Esto no os lo determino yo todavía, sino que os dejo a vosotros mismos el ser dueños de la sentencia. Administremos así nuestros asuntos, y no sólo los referidos a los juramentos, sino también los que atañen a los demás fallos: si nos fijamos a nosotros mismos un plazo, con gravísimas penas en el caso de reincidencia, partiremos puros hacia nuestro Señor, quedaremos libres del fuego infernal y con toda confianza nos mantendremos en pie delante del tribunal de Cristo. Ojalá podamos conseguirlo todos, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual se dé la gloria al Padre, junto con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén. ................................................. 1. La presente catequesis, editada por Montfancon como primera Catequesis (y reimpresa en Migne PG 49, 223-232, de donde la traduzco), y tenida también como tal por Papadopoulos, quien sin embargo, no la publicó, probablemente fue pronunciada el año 388, treinta días antes de la Pascua (cf. WENGER, Introd., pp. 26-27 y 64). 2. Gn 40, 14. 3.1 Co 2,9. 4. Gn 40, 13. 5. Por consiguiente, la instrucción se realizó un mes antes de Pascua, fecha del bautismo. 6. Gn 40, 13. 7. hekateros = hekastos (cf. LIDDELL-SCOTT, Lexicon s.v.). 9. Nótese en ésta y en las siguientes expresiones que describen a un moribundo el vivo realismo y el magistral uso que el autor hace de la antítesis. 10. Cf. Mt 11, 30. 11. Entiéndase para el acontecimiento de la iniciación bautismal. 12. 1 Co 4, 7. 13. Tt 3. 5. 14. Hb 10, 32. 15. Cf. Hb 6, 4. 16. Ga 3, 27. 17. Cf. Rm 6, 4. 18. Col 2, 11. 19. Rm 6, 6. 20. Literalmente «que ordenó estas cosas»; el ejemplo debe de referirse a Ex 13, 19. 21. Cf. Rm 14, 14. 22. Rm 14, 20. 23. 1 Co 6, 9-10. 24. 1 Co 6, 11. 25. Quizá sea mejor leer, con un antiguo traductor latino, ponerías en vez de porneias: «limpios de toda maldad». 26. Sal 2, 9. 27. Sal 2, 7-8. 1 28. Sal 2, 9. 29. Sigo la lección de Migne: proteron, en vez del deuteron de Montfaucon. 30. Jr 19, 11. 31. Jr 18, 6. 32. Cf. Si 28, 18. 33. Si 20, 18. 34. Cf. Si 28, 25. 35. Cf. Sal 140, 2-3. 36. Si 22, 27. 37. Pr 18, 21. 38. Mt 12, 37. 39. Alusión probable al castigo del rico epulón, cf. Lc 16, 24. 40. Cf. Mt 5, 37. 41. Cf. 2 S 11, 2ss. 42. Hch 10, 34. TERCERA CATEQUESIS 1 «Del mismo. Habiendo tratado en la Catequesis anterior sobre los juramentos, pronunció ésta volviendo sobre el mismo tema, y muestra que no sólo el perjurar, sino también el jurar según ley merece castigo, y que fue provechoso el que Cristo resucitase al cabo de tres días». Insistencia sobre la necesidad de no jurar nunca 1. ¿Verdaderamente habéis desterrado de vuestras bocas la mala costumbre de los juramentos? JURAMENTOS/CRISOSTOMO: Porque yo no me he olvidado, ni de lo que yo mismo dialogué con vosotros, ni de lo que vosotros me prometisteis acerca de este tema. En efecto, yo disertaba, y vosotros prometíais, si no de palabra, cierto, sí al menos con vuestros elogios de lo dicho. Ahora bien, esta promesa es mejor que la hecha de palabra, pues muchas veces el que promete de palabra asiente con la lengua, pero no con la voluntad; en cambio, el que aprueba lo que se ha dicho realiza el asentimiento desde su alma. ¿En verdad, pues, habéis limpiado vuestra lengua de aquella grave mancha? ¿Entonces habéis desterrado la suciedad de vuestra sagrada alma? Yo supongo que la habéis limpiado, porque estáis a punto de recibir a un gran rey, y de saborear la abundante enseñanza espiritual de padres bastante entendidos. Por otra parte, el plazo es suficiente, y el término prefijado para la enmienda se acerca ya al final, y vosotros sois dóciles y obedientes, pues dice el Apóstol: Obedeced y someteos a vuestros dirigentes 2, y vosotros le hacéis caso en todo. Basándome en todo esto, creo que el éxito es total. Sin embargo, yo no quería suponerlo ni creerlo, sino saberlo con toda claridad, para, en tal caso, entregarme con más ardor a discursos más místicos, descargado ya de la preocupación por los juramentos: os hubiera introducido en el santuario mismo y os hubiera mostrado al Santo de los Santos con todo lo que allí se contiene: no una vasija de oro con maná 3, sino el cuerpo del Señor, el pan del cielo; os hubiera mostrado, no un arca de madera con las tablas de la ley, sino la carne irreprochable y santa que contiene al legislador en persona; os hubiera mostrado en su interior, no una oveja irreprochable degollada, sino al cordero de Dios sacrificado, mística víctima que hace temblar a los mismos ángeles cuando la miran; os hubiera mostrado, no a Aarón entrando con vestimenta de oro 4, sino al Unigénito que entra, que tiene la primicia de nuestra naturaleza 5 y que manifiesta a su Padre la grandeza de su éxito: Porque no entró Cristo -dice- en su santuario hecho de mano, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora en la presencia de Dios 6. Hay allí un velo, no tal cual lo tenía el templo judío, sino mucho más terrible. Escucha, pues, qué clase de velo es éste, para que aprendas cómo era aquel Santo de los Santos, y cómo es éste: Puesto que tenemos -dice- mucha confianza para entrar en el santuario por la sangre de Jesús, por el camino nuevo y vivo que Él inauguró para nosotros a través del velo, esto es, de su propia carne 7. ¿Ves cómo este velo es más terrible que aquél? En todo esto quería iniciaros hoy. 2. Pero, ¿qué va a ser de mí? La inquietud por los juramentos no me abandona, y me consume el alma. Y sé bien que muchos condenarán por exagerado lo que acabo de decir, al escuchar que consume mi alma, pues ellos creen que es un pecado leve: pero justo por eso yo me lamento más. Los otros pecados, efectivamente, son graves, pero también se piensa que son graves, como ocurre con el homicidio y el adulterio: son graves y se cree que son graves; en cambio, el juramento es grave, ciertamente, pero no se cree que sea grave. Por eso me lamento y tengo miedo de este pecado. Esto, en efecto, esto es lo propio de la estratagema del diablo: introducir encubierto el pecado y, como si mezclara veneno con el alimento habitual, se las ingenia para ocultar el juramento entre los preconceptos 8 de los hombres. Entonces, ¿qué? ¿Vamos a gastar para el juramento toda la enseñanza y todo el tiempo? De ninguna manera, sobre todo porque supongo a algunos de vosotros ya corregidos. Efectivamente, lo mismo que cuando salió el sembrador no toda la simiente cayó entre los espinos, ni toda entre las piedras, sino que mucha también fue a parar a la buena tierra 9, así también ahora es imposible que, después de tanta enseñanza, no haya entre tal muchedumbre nadie que pueda mostrar el fruto. Así pues, ya que se han corregido muchos, aunque no todos, repartamos también nosotros el discurso. Era, en efecto, necesario que los no corregidos tampoco escuchasen por entero las palabras misteriosas; sin embargo, en atención a los más diligentes, complaceremos a los más negligentes, para que no se vean defraudados, pues mucho mejor es complacer a éstos en atención a aquellos, que perjudicar a los más diligentes por causa de los negligentes. El tiempo del bautismo 3. Ahora bien, quiero que recordéis la promesa que os hice en la plática anterior, pero que no he cumplido porque el discurso nos empujó hacia puntos más necesarios. PAS/TIEMPO-REGIO: ¿Qué promesa, pues, era aquélla? Intentaba yo deciros por qué razón nuestros padres, dejando correr todo el año, determinaron que éste era el tiempo oportuno para iniciar a vuestras almas en los misterios. Y decía que la observancia de este tiempo no está dada sin más y al azar. Efectivamente, la gracia es siempre la misma, y en nada la estorba el tiempo, ya que es divina; sin embargo, también la observancia del tiempo tiene algo de misterioso 11. Pues bien, ¿por qué los padres legislaron que esta fiesta fuese ahora? Ahora nuestro rey ganó la guerra contra los bárbaros: bárbaros, y más crueles que los bárbaros son, efectivamente, todos los demonios. Ahora destruyó el pecado; ahora aniquiló la muerte y sometió al diablo e hizo prisioneros. Por lo tanto, en el presente día recordamos aquellos triunfos. Por esto los padres legislaron que los regios dones se distribuyesen ahora, ya que ésta es una ley de triunfo; así obran también los emperadores paganos: nuestros días de triunfo los honran con múltiples festejos. Pero el carácter de ese honor está lleno de deshonor, porque, ¿qué clase de honor son los teatros y lo que en los teatros se hace y se dice? ¿Acaso no está todo rebosando vergüenza y gran ridículo? Este otro honor, en cambio, es digno de la munificencia del que honra. Por eso legislaron que fuese ahora, por valerse de este tiempo para hacerte recordar la victoria del Señor, para que en las fiestas de la victoria haya algunos que lleven los vestidos resplandecientes y entren en la estima del rey. Pero no solamente por esto, sino, además, para que también durante este tiempo te unas al Señor. Bautismo y cruz Él fue -dice- crucificado en el madero 12: crucifícate tú mediante el bautismo, pues cruz -dice- es el bautismo, y muerte, pero muerte del pecado y cruz del hombre viejo 13. 4. Escucha, pues, lo que dice Pablo, cómo declara ambas cosas acerca del bautismo, a saber: que es muerte del pecado y cruz: ¿O ignoráis que todos cuantos fuisteis bautizados en Cristo, fuisteis bautizados en su muerte? 14. Y de nuevo: Nuestro viejo hombre fue crucificado junto con Él, para que sea anulado el cuerpo del pecado 15. Sin duda, para que, al escuchar «muerte» y al oir «cruz», no tengas miedo, añadió que la cruz es muerte del pecado. ¿Ves de qué manera el bautismo es cruz? Pues sabe que Cristo también llamó bautismo a la cruz, dándote y tomando en cambio el nombre del bautismo. Tu bautismo lo llamó cruz. «Mi cruz -dice- la llamo bautismo» ¿Y dónde dice esto? Un bautismo tengo, para ser bautizado, que vosotros no conocéis 16. ¿Y de dónde sacamos la evidencia de que está hablando de la cruz? Se le acercaron los hijos de Zebedeo, o mejor, la madre de los hijos de Zebedeo, que dijo: Di que estos dos hijos míos se sienten, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda en tu reino 17. Es la petición de una madre, aunque desatinada. ¿Y qué responde Cristo? ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber, y ser bautizados con el mismo bautismo con que yo soy bautizado? 18. ¿Estás viendo cómo llamó bautismo a la cruz? ¿De dónde resulta esa evidencia? ¿Podéis -dice- beber el cáliz que yo he de beber? Llama cáliz a su pasión, y por eso dice: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz 19. ¿Ves cómo llamó bautismo a la cruz y cáliz a la pasión? Ahora bien, los llamó así, no porque Él mismo se purificara (¿cómo iba a hacerlo, efectivamente, el que no hizo pecado, ni hubo engaño en su boca 20?) sino porque la sangre que de allí corría purificaba al universo entero. Y por esta razón dice también Pablo: Si fuimos plantados juntamente con Él, a la semejanza de su muerte, por medio del bautismo... 21. No dijo: en la muerte, sino: a la semejanza de su muerte: muerte es aquélla, efectivamente, y muerte es ésta pero no de lo mismo: la una, del cuerpo; la otra, del pecado. De ahí la semejanza de la muerte. Sepultura y resurrección de Cristo 5. Entonces, ¿qué? ¿ Solamente morimos con el Señor, y solamente en las cosas tristes nos unimos a Él? Ante todo: ni siquiera eso es triste, el tener parte en la muerte del Señor. Sin embargo, espera un poco y verás que también tienes parte con Él en las cosas provechosas: Si efectivamente morimos con Él -dice-, creemos que también viviremos con Él 22. Sí, en el bautismo y al mismo tiempo están juntas sepultura y resurrección: deja abajo al hombre viejo, y toma el nuevo y resucita, como Cristo resucitó por la gloria del Padre 23. ¿Estás viendo cómo nuevamente habla de la resurrección? Mas, ¿por qué razón nuestra resurrección, nuestra sepultura y nuestra muerte se dan al mismo tiempo (a la vez, efectivamente, somos sepultados y resucitamos), y en cambio la del Señor se retardaba tanto? Resucitó, en efecto, al cabo de los tres días. ¿Por qué, pues, nuestra resurrección es instantánea, y en cambio la del Señor más lenta? Sí, lo fue, y muy a propósito, para que aprendas que la lentitud no se debe a la debilidad, pues el que en breve instante pudo resucitar al criado 24 con mayor razón podía resucitarse a sí mismo. Entonces, ¿por qué motivo la lentitud? ¿Por qué razon la sepultura de tres días? Porque, al prolongarse la muerte y gracias a esa lentitud, la prueba de la resurrección resulta inconcusa. Efectivamente, cuando incluso ahora, después de semejante prueba, hay hombres que dicen que padeció en apariencia, si no hubiera habido tan acusada lentitud, ¿qué no hubieran dicho ésos? Porque el diablo no quería conspirar solamente contra el relato de la resurrección, sino también contra la fe en la muerte, pues sabía, y sabía claramente, que la muerte del Salvador era común remedio del universo, y se apresuraba a arrancarla de la fe de los hombres, para eliminar la salvación. Por esta razón el Señor se retarda en su resurrección, y los judíos se acercan diciendo: Danos soldados para que podamos guardar el sepulcro 25. ¡Qué desvergüenza! ¿Cuándo viste, oh judío, un muerto bajo custodia? Porque, si el crucificado era un muerto común y mero hombre, ¿por qué tomas tan extraña y paradójica medida? ¿Por qué tienes miedo y tiemblas y reúnes centinelas? Por lo demás, Dios ni siquiera esto impidió, al contrario, dejó que le custodiasen, y así el pecador quedaría atrapado en las obras de sus propias manos. Aquellos, efectivamente, decían: Danos soldados, para que no le hurten sus discípulos y digan que resucitó 26, Sucedió, sin embargo, lo contrario: tomaron soldados, efectivamente, para que, al resucitar Él, no dijesen que los discípulos le habían hurtado y que no había resucitado, y lo que habían conseguido por intriga contra la resurrección se les volvió en favor de la resurrección, y a los mismos conspiradores Cristo los hizo testigos de su resurrección, para así truncar la excusa que alegaran el día aquel. El significado del exorcismo 6. La razón, pues, de que los padres mandaran realizar en este tiempo la iniciación a los misterios os la expuse de manera suficiente (yo al menos lo creo) a través de lo que llevo dicho. Quiero, sin embargo, saldar con vosotros otra deuda -si es que no os cansáis ya de escuchar- y deciros por qué razón de aquí os enviamos desnudos y descalzos a las voces de los exorcistas. Y en verdad, también aquí aparece otra vez el mismo motivo, a saber, que el rey ganó la guerra e hizo prisioneros: y tal es la indumentaria de los prisioneros. Escucha, pues, qué dice Dios a los judíos: De la manera que anduvo mi siervo Isaías, desnudo y descalzo, así caminarán hacia la cautividad los hijos de Israel, desnudos y descalzos 27. Pues bien, porque quiere recordarte la anterior tiranía del diablo, se vale de la indumentaria para llevarte a ti al recuerdo de tu anterior origen vil. Por esta razón estáis de pie, no solamente desnudos y descalzos, sino también con las palmas de las manos abiertas hacia arriba: para que también confeséis la ulterior soberanía de Dios, a la que ahora os estáis acercando. Despojos y botín de guerra sois todos vosotros. Y de estos despojos hace mención Isaías mucho antes del cumplimiento de los hechos, al anunciar de antemano así: Él mismo repartirá despojos del fuerte 28; y luego: Vino a proclamar libertad a los cautivos 29. y con él, David, profetizando esta cautividad, decía: Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad 30. Pero no te amusties, al oír «cautividad», pues nada hay de mayor dicha que esta cautividad. En efecto, la cautividad de los hombres lleva de la libertad a la esclavitud; ésta, en cambio, hace pasar de la esclavitud a la libertad; la de los hombres priva de la tierra patria y lleva a la extraña; en cambio, esta cautividad expulsa de la tierra extraña y lleva a la patria, la Jerusalén de arriba; la cautividad de los hombres priva de la madre; ésta, en cambio, te conduce a la madre común de todos nosotros; aquélla, en fin, separa de parientes y de conciudadanos, mientras que ésta lleva hacia los ciudadanos de arriba. Dice, en efecto: Sois conciudadanos de los santos 31. Esta es, pues, la razón de la indumentaria. 7. EXORCISMOS/RAZON: Mas, ¿por qué motivo las voces, terribles y estremecedoras voces, de los exorcistas te hacen recordar al común Señor, el castigo, la venganza, la gehena? Por causa de la desvergüenza de los demonios. Y en efecto, el catecúmeno es una oveja sin marcar, un albergue solitario, una posada sin puertas, abierta simplemente a todos, guarida de bandoleros, madriguera de fieras y morada de demonios. Pues bien, ya que plugo al rey, por su inmensa bondad, que este albergue solitario y sin puertas, esta guarida de bandoleros, se convirtiese en palacio real, por esta razón nos mandó preparar al albergue a nosotros, los que enseñamos, y a los otros, los exorcistas. Y nosotros, los que enseñamos, consolidamos con nuestra enseñanza las paredes ruinosas, pues dice: Todo el que me oye estas palabras, y las practica, será comparado a un hombre prudente que edificó su propia casa sobre la peña 32. Vamos echando los cimientos bien sólidos, hasta que se presente el rey. Si en alguna parte vemos algo de suciedad o de barro, lo quitamos, porque tal es la costumbre del pecado: hedionda y sucia. Escucha, pues, cómo describe David su naturaleza: Como carga pesada se han agravado sobre mi. Hedieron y se pudrieron mis llagas, por causa de mi locura 33. Nosotros quitamos la hediondez y ponemos el perfume espiritual, y los exorcistas, por su lado, con aquellas terribles voces, van mirando alrededor, no sea que en alguna parte aparezca una fiera, una serpiente, una víbora o un escorpión; y es que, después de escuchar aquella temible voz, la fiera, por dañina que sea, no puede ocultarse hundiéndose o deslizándose, antes, bien, se levanta y escapa, aunque no quiera. Nueva exhortación contra los juramentos 8. JURAMENTO/MALICIA: Quería decir también otra cosa, que justamente no había prometido decir. Pero era necesario aclarar por qué razón nosotros nos llamamos fieles y, en cambio, los no iniciados catecúmenos. Y en efecto es realmente vergonzoso y ridículo que quien recibe una dignidad no sepa siquiera el nombre de tal dignidad. Pero, ¿qué me está pasando? ¡Otra vez se me ha presentado la preocupación por los juramentos, que me acusa de lentitud y arrastra hacia ella mi discurso! Por esta razón dejemos para el próximo día lo que estábamos tratando y volvamos ahora a la exhortación sobre los juramentos. ¡Cosa terrible el juramento, querido! Terrible y dañina: remedio fatal, veneno intolerable, herida oculta, llaga invisible, pastizal totalmente sombreado y que lleva el miasma hasta el alma, dardo satánico, flecha encendida, alfanje de doble filo, espada aguzada, yerro inexcusable, delito sin posible defensa, abismo profundo, precipicio escarpado, trampa poderosa, red extendida, atadura indisoluble, nudo corredizo sin posible escape 34. Pues bien, ¿os basta lo dicho para que creáis que el juramento es algo terrible y más peligroso que todos los pecados? Fiaos de mí, os lo ruego, fiaos. Pero si alguno no cree, desde ahora mismo ofrezco la demostración: ningún pecado posee lo que precisamente tiene este pecado. Efectivamente, si no transgredimos los demás mandamientos, estamos libres de castigo; pero el juramento, tanto si lo guardamos como si lo violamos, muchas veces somos castigados por igual. ¿Quizá no habéis comprendido lo dicho? Pues bien, entonces es necesario repetirlo más claro. Muchas veces alguien juró realizar una acción inicua, y cayó dentro de un nudo corredizo indisoluble: en adelante le era necesario guardar el juramento y transgredir la ley, o bien no guardar el juramento y ser condenado bajo acusación de perjurio. Así, por uno y otro lado el precipicio se hizo profundo: por uno y otro lado, la muerte inexorable, tanto si guardaba el mandamiento como si no lo guardaba. Por consiguiente, ¿hay algo más fatal que esto, lo mismo cuando se cumple que cuando no se cumple? El juramento de Herodes 9. Y para que aprendáis que esto es así y que muchos se hicieron acreedores muchas veces al castigo, no sólo violando el juramento, sino también guardando el juramento voy a relataros algo parecido. Herodes estaba una vez festejando su cumpleaños y celebraba el día de su nacimiento 35. Como quería hacer espléndido aquel día, invitó a la hija de la reina a que bailase para él, sin percatarse de que así deshonraba más bien aquel día. Y en efecto, cuando lo que necesitaba era dar gracias al Dios bondadoso por haberle creado de la nada, por haberle dado un alma, por haberle introducido en este augusto espectáculo de la creación, por haberle hecho espectador de esta hermosísima y maravillosa creación; cuando era necesario, digo, que honrase el día con himnos y acciones de gracias al Señor, él, sin embargo, lo honró con el deshonor. Efectivamente, ¿hay algo más deshonroso que el baile? Y ese día bailó la hija de Herodías. ¡Escuchad, hombres y mujeres, todos cuantos con tales bailes y tales cantares honráis lo mejor de vosotros mismos! No son pequeños estos males, aunque parezcan ser indiferentes. Por eso precisamente son males grandes: porque parecen ser indiferentes y por ello tampoco se benefician de especial precaución. Efectivamente, la enfermedad grande y que se cuida desaparece; en cambio la que parece pequeña, al ser descuidada por esto mismo, se hace grande. ¿Qué estás diciendo? ¿Alguien se atreve a meter el baile en la casa de un fiel y no teme que un rayo de lo alto caiga y todo lo abrase? Esto lo digo también a las mujeres, para que hagan entrar en razón a sus maridos y los aparten de semejante diversión. Aquel día, la hija de la reina entró y bailó. ¡Dios bendito! ¡Hacia qué gran templanza hiño que se volviera nuestra vida! Escuchad, fieles, a qué esposo os estáis acercando: al que adornó con pudor, templanza y recato vuestra vida, muy degradada antes de esto: lo que entonces la reina no se avergonzó de hacer, ahora no querría soportarlo una simple criadita. Bailó, pues, aquélla, y después del baile cometió otro pecado más grave: persuadió al mentecato aquel a que le prometiera con juramento darle lo que ella pidiese. ¿Estáis viendo cómo el juramento hace también mentecatos? ¡Juró él, sin más, darle justamente lo que pidiese! Pues bien, ¿qué hubiera pasado si ella hubiera pedido su cabeza? ¿Y qué, si hubiese pedido el reino entero? Solamente que él de nada de esto era consciente: el diablo se había presentado junto a él con un fuerte lazo y, en cuanto el rey acabó el juramento, puso el lazo y extendió la red por todas las partes, y entonces sugirió aquella petición que haría inevitable la presa: Dame -dice- sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista 36, ¡Desvergonzada la petición! ¡Insensata y fatal la donación! ¡Culpable de ambas, el juramento! ¿Qué se debía, pues, hacer? Recordad lo que yo os decía: que somos igualmente castigados, tanto si guardamos el juramento, como si lo violamos. ¿Era necesario dar la cabeza del profeta? ¡En tal caso el castigo habría sido insoportable! ¿No darla, entonces? ¡Sobrevendría la acusación de perjurio! ¿Ves cómo el precipicio se abre a uno y otro lado? Dame -dice- aquí, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista. ¡Oh petición maldita! ¡Y sin embargo logró persuadir, y con ello creía acallar aquella sagrada lengua que, por el contrario, aún ahora sigue gritando! En efecto, cada día, pero sobre todo en cada iglesia, a través del Evangelio escucháis a Juan advertir a gritos: ¡No te es licito tener la mujer de tu hermano! 37 (/Mt/14/03-04). Cortó la cabeza, pero no cortó la voz. Acalló la lengua, pero no acalló la reprobación. 10. Ya veis lo que hace el juramento: corta cabezas de profetas. Viste el cebo: teme tu pérdida. Viste la red: no caigas en ella. Sólo que, en adelante, será necesario andar con talento para evitar que el corte se haga más profundo: en adelante, será necesario detener la mano y el hierro ensangrentado, y reducir a silencio el discurso referente a las heridas del perjurio. Sí, recordad esto y nunca pecaréis: tanto si guardáis el juramento como si no lo guardáis, seréis igualmente castigados. ¿Dónde están ahora los que decían: «¿Y si juro por un justo?». Porque, ¿cómo puede esto ser justo, si hay transgresión de la ley? ¿Cómo justo, si Dios lo prohíbe pero tú lo haces? En adelante, empero, soportad que nosotros os vendemos las heridas, porque incluso el vendaje tiene su tanto de doloroso. Efectivamente, grave es el castigo, tanto del perjurio como del juramento guardado, ya antes de nuestra enseñanza: pero será mucho más grave después de nuestra enseñanza. Dice, en efecto: Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; mas ahora no tienen excusa de su pecado 38. También es posible decir esto refiriéndolo a vosotros: en adelante, no tendréis disculpa alguna si erráis. Lo cierto es que ahora el bautismo, aunque encuentre perjurio, juramento legal, fornicación, adulterio o cualquier otra maldad, lo limpia y lo purifica todo con el máximo rigor. ¡Ojalá en lo porvenir también vosotros conservéis esta limpieza, libres ya de toda mancha, y nosotros podamos participar de alguna confianza por vuestras oraciones! En adelante, efectivamente, os está permitido rogar también por vuestros maestros, porque, de hecho, dentro de muy poco vais a aparecer ante nosotros desde el cielo, resplandeciendo con mayor luminosidad que las mismas estrellas. ¡Ojalá, pues, todos nosotros participemos, por vuestras oraciones, de segura confianza delante del tribunal de Cristo, por el cual y con el cual se dé gloria al Padre, junto con el Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos! Amén. ................................................. 1. Esta Catequesis, editada por PAPADOPOULOS, op. cit. pp. 154-156 (del que traduzco), fue pronunciada diez días después de la segunda durante la cuaresma del año 388 (cf. la n. I de la segunda Catequesis, y WENGER, Introd., pp. 28-29 y 64); el título es el que presenta el códice de la Biblioteca Sinodal de Moscú n. 129, del siglo X. 2. Cf. Hb 13, 17. 3. Cf. EX 16, 32-34. 4. Cf. EX 28, 6ss. 5. Quizá alusión indirecta a St 1, 18. 6. Cf. Hb 9, 24. 7. Cf. Hb 10, 19-20; para el significado de «terrible, tremendo» aplicado a lo sagrado y al bautismo, cf. WEN- GER, Introd., p. 71ss. 8. Traduzco asé el singular prolepsis, probable derivación estoica. 9. Cf. Mt 13, 3ss. 11. Como en otras ocasiones, así traduzco mystikós, según la acepción originaria del término. 12. Cf. Ga 3, 13 (referencia a Dt. 21, 23). 13. Cf. Rm 6, 6, citado más explícitamente casi a continuación (n 15). 14. Rm 6, 3. 15. Rm 6, 6. 16. Cf. Lc 12, 50; Mt 20, 22; Mc 10, 38: Papadopoulos sugiere la posibilidad de que sea un agraphon (aparato crítico, p. 158). 17. Mt 20, 20-21. 18. Mt 20, 22; Mc 10, 38. 19. Mt 26, 39. 20. Cf. 1 P 2, 22 (con referencia a Is 53, 9). 21. Cf. Rm 6, 5. 22. Cf. Rm 6, 8. 23. Rm 6, 4. 24. Cf. Mt 8, 6-13; Lc 7, 1-15. 25. Cf. Mt 27, 62-66; Evangelio de Pedro. 30 (ed. de A. DE SANTOS OTERO, Madrid 1979, B.A.C. 148, pp. 387-388). 26. Cf. Mt 27, 64 y nota anterior. 27. Cf. Is 20, 3-4. 28. Cf. Is 53, 12. 29. Cf. Is 61-1. 30. Sal 67, 19: la versión de los Setenta calca servilmente la paronomasia o figura etimológica, del hebreo (cf. JOUON, Grammaire de l'Hebreu biblique, Roma 1965, par. 125 q); san Juan Crisóstomo la hace suya. 31. Ef 2, 19. 32. Mt 7, 24. 33. Sal 37, 5-6. 34. Nótese la larga enumeración, cuyo fin es poner de relieve la peligrosidad del juramento. 35. Cf. Mt 14, 6-12. 36. Cf. Mt 14, 8. 37. Cf. Mt 14, 3-4. 38. Jn 15, 22. CUARTA CATEQUESIS 1 «Del mismo: última Catequesis para los que van a ser iluminados» El bautismo como desposorio 1. Hoy es el último día de la Catequesis, por eso yo, el último de todos, he llegado también al último día, pero al final llego con el anuncio de que el esposo vendrá dentro de dos días. ¡Pero levantaos, encended vuestras lámparas y recibid con luz esplendente al rey de los cielos! 2. Levantaos y velad, porque el esposo no llega a vosotros durante el día, sino a media noche. Y en efecto, ésta es la costumbre del cortejo nupcial: que las esposas sean entregadas a los esposos de anochecida. Pero no os hagáis sin más los sordos al escuchar la voz de que llega el esposo, porque es una voz realmente grande y está llena de bondad: no mandó que la naturaleza de los hombres fuese hacia Él, sino que Él personalmente se vino junto a nosotros, y es que, efectivamente, la ley de las nupcias es ésta: que el esposo venga a la esposa, aunque él sea riquísimo y ella en cambio pobre y despreciada. Sin embargo, nada tiene de extraño que esto se dé entre los hombres. Efectivamente, si en cuestión de mérito la diferencia puede ser mucha, la diferencia de naturaleza, en cambio, es nula: por rico que sea el esposo y por indigente y pobre que sea la esposa, ambos son, con todo, de la misma naturaleza. Pero, tratándose de Cristo y de la Iglesia, la maravilla está en que Él, a pesar de ser Dios y tener aquella dichosa y purísima substancia (¡y sabéis cuánto dista de los hombres!), se dignó bajar a nuestra naturaleza y, dejando su casa paterna, corrió hacia la esposa, no con un mero desplazamiento, sino por la economía de la encarnación. Conocedor, pues, de esto y maravillado del exceso de solicitud y de estima, el mismo bienaventurado Pablo a grandes voces decía: Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer: éste misterio es grande, mas yo lo digo con respecto a Cristo y a la Iglesia 3. El vestido de la esposa 2. ¿Y qué tiene de admirable el que haya venido a la esposa, cuando ni siquiera se negó a dar su vida por ella? Y sin embargo, ningún esposo pone su vida por su esposa, y es que nadie, ningún enamorado, por loco que esté, se inflama tanto en el amor de su amada, como Dios se desvive por la salvación de nuestras almas: «Aunque tenga que ser escupido -dice-, ser apaleado y subir a la misma cruz, no me negaré a ser crucificado, con tal de acoger a la esposa». Ahora bien, todo esto lo sufrió y lo soportó sin que contara para nada la admiración de su belleza: en efecto, antes de esto 4, nada era más feo y repulsivo que ella. Escucha, pues, cómo describe Pablo su disformidad y su fealdad: Porque también nosotros éramos en otro tiempo necios, rebeldes, extraviados, esclavos de pasiones y placeres diversos, aborrecibles y odiándonos los unos a los otros 5. Unos a otros nos odiábamos (¡tal era la exageración de nuestra maldad!), pero Dios no nos odió a nosotros, que mutuamente nos odiábamos, al contrario, salvó a esos mismos que vivían en tanta fealdad y en tanta disformidad del alma. Cuando vino y encontró a la que iba a ser conducida como esposa desnuda y fea, la envolvió con un manto puro, cuyo resplandor y cuya gloria, ni palabra ni mente alguna podrá representar. ¡Qué estoy diciendo! ¡Él mismo es el manto con que nos cubrió: Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos! 6. David, que vio mucho antes este vestido con ojos proféticos, decía a voz en grito: Está la reina a tu derecha 7. Ser reina la pobre y rechazada, y ponerse de pie junto al rey, todo fue uno, y el profeta presenta a la Iglesia y a Cristo como un esposo con su esposa de pie en el sagrado pórtico: Con vestido recamado en oro envuelta, adornada con variedad 8. Mira, también te señaló el vestido. Luego, para que al oír «de oro» no vengas a dar en las cosas sensibles, de nuevo levanta él tu mente y la conduce hacia la contemplación de las cosas inteligibles, cuando añade lo siguiente: Toda la gloria de la hija del rey está dentro 9. ¿Quieres también ver su calzado? Tampoco éste está cosido con material sensible, ni se compone de cuero común, sino de Evangelio y de paz, pues dice: Y calzad vuestros pies con el aparejo del Evangelio y de la paz 10. ¿Quieres que te muestre también el semblante mismo de la esposa, fulgurante y de una belleza inconcebible, y la gran muchedumbre de ángeles y arcángeles que la rodean? Entonces agarrémonos de la mano de Pablo, el conductor por excelencia de la esposa, el cual podrá introducirnos hasta ella abriéndose paso entre la multitud. ¿Qué nos dice, pues, éste? Maridos, amad a vuestras mujeres como también Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, con el fin de santificarla purificándola en el baño del agua con su palabra 11. ¿Viste la pureza y esplendor de su cuerpo? ¿Viste su perfecta sazón, más refulgente que los mismos rayos del sol? Luego añade: Para que sea santa e irreprochable, sin mancha ni arruga, ni cosa semejante 12, ¿Viste la flor misma de la juventud, la cumbre misma de la edad? ¿Quieres aprender también su nombre? Fiel se llama, y santa, pues dice: Pablo, apóstol de Cristo Jesús, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso 13. El significado del nombre de fiel 3. Sin embargo, al oír el nombre de la esposa, me acordé de una antigua deuda, y es que os tenía prometido explicaros por qué nos llamamos fieles 14. CR/DOS-OJOS OJOS/CR: ¿Por qué razón, pues, nos lo llamamos? A nosotros los fieles se nos han confiado cosas que los ojos de nuestro cuerpo no pueden ver: tan grandes y terribles son, y exceden a nuestra naturaleza. Efectivamente, ni un razonamiento humano podrá hallarlas y ni una palabra humana podrá explicarlas; sin embargo, la sola enseñanza de la fe sabe bien todo eso. Por lo mismo Dios nos hizo dos tipos de ojos: los de la carne y los de la fe. Cuando entres en la sagrada iniciación, los ojos de la carne verán el agua, en cambio los de la fe mirarán al espíritu; aquellos contemplarán el cuerpo inmerso, éstos, en cambio, al hombre viejo sepultado 15; aquellos, la carne lavada, éstos, el alma purificada; aquellos verán el cuerpo que sale de las aguas, y éstos al hombre nuevo 16 y radiante que sube de esta puriflcación. Y aquellos verán que el sacerdote impone desde arriba su mano derecha tocando la cabeza; éstos, en cambio, contemplarán al gran sumo sacerdote que desde los cielos extiende su invisible mano derecha y toca la cabeza: en realidad no es un hombre el que entonces bautiza, sino el Hijo unigénito de Dios en persona. Y lo que aconteció en la carne del Señor, esto mismo acontece también en la nuestra. Efectivamente, lo mismo que, en apariencia, Juan tenía aquélla agarrada por la cabeza, pero era el Dios Verbo quien realmente la bajaba a la corriente del Jordán y la bautizaba, y era la voz del Padre la que desde arriba decía: Éste es mi Hijo amado 17, así también obraba el Espíritu Santo con su venida. Y lo mismo acontece también en tu carne, pues el bautismo se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y por esta razón Juan decía, al enseñarnos que no nos bautiza un hombre, sino Dios: Detrás de mi llega el que es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia: Él os bautizará en Espiritu Santo y fuego 18. Y también por la misma razón el sacerdote, al bautizar, no dice: «Yo bautizo a Fulano», sino: Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, dando así a entender que no es él quien bautiza, sino el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, cuyos nombres se invocan. Y por idéntica razón también nuestra exposición de hoy se llama fe y no os permitimos pronunciar ninguna otra cosa antes de que digáis: «Creo». Esta palabra es un cimiento inconmovible sobre el que se asienta una edificación inaccesible a las sacudidas 19. Por eso Pablo dice también: Porque es necesario que quien se acerca a Dios crea que existe 20. Y también por esta razón tú, al acercarte a Dios, primero crees, y luego proclamas esta palabra, porque, si no es ésta, ninguna otra podrás decir, ni siquiera pensar. Y por dejar de lado aquella generación inefable y sin testigos, te presentaré a las claras esta generación de aquí abajo, de la que muchos fueron testigos, y por la prueba misma de los hechos te confirmaré la verdad de que, sin la fe, no es posible aceptar ni siquiera ésta. El que es infinito, el que todo lo abarca y domina, vino al útero de una virgen. ¿Cómo, dime, de qué manera? Demostrarlo no es posible, pero, si acudes a la fe, ella te satisfará del todo: las cosas que sobrepasan la debilidad de nuestro razonamiento, menester es, en efecto, confiarlas a la enseñanza de la fe. El modo de esta generación, ni el mismo Mateo que la escribió lo sabe. Dijo, efectivamente, que María se halló haber concebido del Espiritu Santo 21, pero, de qué modo, no lo enseño. Tampoco Gabriel lo sabe, pues también él se limitó a decir lo siguiente: El Espiritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra 22, pero el cómo y de qué manera, ni él mismo lo sabe. 4. Con todo, el discurso sobre la fe lo dejaremos para el maestro, y en otro momento oportuno nos será también posible hablaros, cuando estén presentes muchos de los no iniciados; pero lo que ahora necesitáis escuchar vosotros solos y que no podemos decir si ellos están mezclados con vosotros, esto es necesario que os lo diga hoy 23. Renuncia a Satanás y adhesión a Cristo ¿De qué se trata, pues? Mañana, viernes, y a la hora nona, será necesario exigiros que pronunciéis ciertas palabras y que establezcáis pactos con el Señor. Ahora bien, no os he recordado este día y esta hora sin más, sino porque es posible sacar de ello alguna enseñanza del misterio. Y en efecto, el viernes, a la hora nona, entró el bandido en el paraíso, y se deshizo la oscuridad que había durado desde la hora séptima hasta la nona 24, y tanto la luz sensible como la inteligible fue ofrecida entonces como sacrificio por el universo: entonces, efectivamente, dice Cristo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu 25. Entonces este sol sensible, cuando vio al sol de justicia resplandecer desde la cruz, apartó sus rayos. Por tanto, cuando tú también estés a punto de ser introducido en la hora nona, acuérdate también de la grandeza de los resultados y calcula estos dones en ti mismo y en adelante no estarás ya sobre la tierra, sino que te realzarás y con tu alma tocarás los mismos cielos. Naturalmente, es preciso que entonces todos vosotros en común, al ser introducidos (y en efecto, observa también esto: que todo se os da en común a todos vosotros para que ni el rico mire por encima del hombro al pobre, ni el pobre piense que tiene algo inferior al rico, pues en Cristo Jesús no hay varón, ni hembra, ni escita, ni bárbaro, ni judío, ni griego 26, ya que se ha eliminado toda desigualdad, no sólo de edad y de naturaleza, sino también de honor: un solo honor, un solo don, un solo vínculo de fraternidad entre vosotros: la misma gracia), es preciso, digo, que al ser introducidos, todos vosotros en común dobléis la rodilla y no permanezcáis derechos, y con las manos tendidas hacia el cielo, deis gracias a Dios por este don. Las sagradas leyes mandan estar de rodillas, de modo que incluso a través del gesto se pueda confesar la soberanía. Efectivamente, el doblar la rodilla es propio de los que confiesan su esclavitud; escucha, si no, lo que dice Pablo: Ante Él se doblará toda rodilla: de los seres del cielo, de la tierra y de bajo la tierra 27. Pues bien, los que inician en los misterios mandan que, al doblar las rodillas, se digan estas palabras: «¡Renuncio a ti, Satanás!» 5. Las lágrimas se me han saltado ahora mismo, y tengo confusa la mente y sollozo con amargura. ¿Por qué razón me he acordado de aquel sagrado día en que a mí se me juzgó digno de proferir esta venturosa frase, por la cual fui conducido a la terrible y santa iniciación de los misterios? ¿Por qué me acordé de la limpieza de entonces y de todos los pecados que desde aquel día hasta hoy fui acumulando? Pues bien, lo mismo que toda mujer que de la riqueza cae en la más extrema pobreza, cuando ve a otras jóvenes casarse, ser entregadas a maridos ricos, disfrutar de gran estima y acompañarse de servidumbre y ostentación, ella sufre dolor y gran aflicción, no porque envidie los bienes ajenos, sino porque en los éxitos de las demás percibe con más exactitud las propias calamidades, así también yo ahora estoy pasando por algo semejante. Sin embargo, para no ensombrecer todavía más mi discurso, si lo que hago es contaros mis propios males, ¡ea!, volvamos de nuevo a vosotros. 6. «¡Renuncio a ti, Satanás!» ¿Qué ha sucedido? ¿No es extraño y paradójico? Tú, el miedoso y tembleque, ¿te has sublevado contra el tirano? ¿Desprecias su crueldad? ¿De dónde te vino ese atrevimiento? «¡Tengo un arma poderosa!», dice -¿Qué clase de arma? ¿Qué aliados?- Dime. «Me adhiero a ti, Cristo, dice. Por eso tengo osadía para sublevarme, porque tengo un poderoso refugio. Éste me dio superioridad sobre el diablo: a mí, que ante él temblaba de miedo. Y por esta razón renuncio, no sólo a él, sino también a toda su pompa. POMPAS/CRISOSTOMO: Ahora bien, pompa del diablo es toda forma de pecado: los espectáculos de iniquidad, los hipódromos, las reuniones que rebosan de risa y palabras torpes; pompa del diablo son los auspicios y vaticinios, los agüeros y los horóscopos, los presagios, los amuletos y los hechizos. La cruz tiene el poder de un admirable amuleto y del más grande hechizo; dichosa el alma que pronuncia el nombre de Jesucristo crucificado: invoca a éste, y toda enfermedad huirá y toda asechanza satánica te cederá el terreno. Acuérdate, pues, de estas palabras: ellas son los pactos hechos con el esposo. Efectivamente, lo mismo que en las bodas es necesario cumplimentar los documentos referentes a los regalos nupciales y a la dote, así también ocurre ahora antes de las nupcias. Te encontró desnuda, pobre y fea, y no pasó de largo: únicamente necesita de tu consentimiento. Así, pues, tú, en vez de la dote, ofrece estas palabras, que Cristo las tendrá por riqueza inmensa, con tal que tú las cumplas en todo: su riqueza es, efectivamente, la salvación de nuestras almas. Escucha cómo lo dice Pablo: Porque rico es para con todos los que le invocan 28. La unción con la señal de la cruz 7. Después de estas palabras, después de la renuncia al diablo y después de la adhesión a Cristo, como convertidos ya en familiares suyos y que nada tienen ya de común con el diablo, manda él que inmediatamente sean marcados con el sello. Y te señala con la cruz sobre la frente. Efectivamente, puesto que lo propio es que la fiera aquella, al escuchar tus palabras, se enfurezca más todavía (¡tal es su desvergüenza!) y quiera saltar sobre tu misma cara, al grabar con el crisma en tu rostro la cruz, se calma todo su furor. En adelante no se atreverá ya a mirar de frente a un semblante así, al contrario, en cuanto vea los rayos que de allí emanan, se alejará con los ojos deslumbrados. Ahora bien, la cruz se marca usando el crisma, y este crisma es a la vez aceite y perfume: perfume para la esposa, aceite para el atleta. Y repito: no es un hombre, sino Dios mismo quien te unge valiéndose de la mano del sacerdote; que es así, escúchalo de Pablo, que dice: Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios 29. Ahora bien, en cuanto esta unción haya ungido todos tus miembros, podrás someter sin miedo alguno a la serpiente, y nada malo te pasará. El bautismo 8. Pues bien, después de esta unción, sólo queda ya bajar a la piscina de las santas aguas. Entonces el sacerdote, despojándote del vestido, él mismo te introduce en la corriente. ¿Por qué desnudo? Te hace recordar tu primera desnudez, cuando estabas en el paraíso y no te avergonzabas, pues dice: Adán y Eva estaban desnudos, y no se avergonzaban 30, hasta que tomaron el manto del pecado, todo él impregnado de vergüenza. Tú, empero, no te avergüences ni siquiera entonces, pues la piscina es mucho mejor que el paraíso: no está allí la serpiente, sino que allí está Cristo que te inicia en los misterios llevándote a la regeneración por el agua y el Espíritu. Tampoco hay allí árboles deliciosos a la vista, pero allí están los carismas espirituales. No está allí el árbol de la ciencia del bien y del mal 31, ni la ley ni los mandamientos, pero sí la gracia y los dones: Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia 32. 9. Mas, ya que escuchasteis con tanto placer lo que os he dicho, voy a pediros a cambio una sola cosa, la misma que os pedí al principio. Cuando bajéis a la piscina de aquellas aguas, acordaos de mi indignidad 33. Esto mismo os pedí recientemente, cuando os recordé a José, que decía al copero mayor: Acuérdate de mi cuando te vaya bien 34. También yo os dije al principio: «Acordaos de mí cuando os vaya bien». Pero ahora no digo: «Acordaos de mí cuando os vaya bien», sino: «Acordaos de mí, puesto que os ha ido bien». También aquel decía: Acuérdate, porque yo no hice nada malo 35; yo en cambio digo: «Acordaos de mí, porque hice muchos y graves males». Todos vosotros ahora tenéis una gran confianza con el Rey: a vosotros os enviamos como comunes legados en favor de la naturaleza de los hombres. No le lleváis como ofrenda una corona de oro, sino una corona de fe: os recibirá con gran benevolencia. Pedid, pues, por la común madre de todos, para que sea inconmovible e inmune a las sacudidas; también por el sumo sacerdote, gracias a cuyas manos y voz alcanzáis estos bienes. Regatead mucho con Él en favor de los sacerdotes que comparten nuestra sede, y en favor de todo el género humano, de modo que nos perdone, no las deudas de riquezas, sino las de los pecados. Que sean comunes los éxitos: mucha es vuestra confianza con el Señor, y Él os acogerá con un beso. El beso santo 10. Mas ya que hemos mencionado el beso, quiero también hablaros ahora sobre él. Siempre que estamos a punto de acercarnos a la sagrada mesa, se nos manda besarnos mutuamente y acogernos con el santo saludo. ¿Por qué razón? Puesto que estamos separados por los cuerpos, en aquella ocasión entrelazamos nuestras almas unas con otras mediante el beso, de modo que nuestra reunión sea tal cual lo era aquella de los apóstoles, cuando el corazón y el alma de los fieles eran uno solo 36. Así, efectivamente, es preciso que nos lleguemos a los sagrados misterios: estrechamente unidos los unos con los otros. Escucha lo que dice Cristo: Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, marcha, reconcíliate primero con tu hermano y entonces ven y ofrece tu presente 37. No dijo: «Primero ofrece», sino: «Reconcíliate primero, y entonces ofrece». Por esto mismo nosotros también, con el don delante, primero nos reconciliamos mutuamente, y entonces nos acercamos al sacrificio. Pero hay además otra razón misteriosa de este beso. BESO-SANTO: El Espíritu Santo nos hizo templos de Cristo 38, y así, al besarnos mutuamente en la boca, besamos con ternura los umbrales del templo. Que nadie, pues, haga esto con perversa conciencia, con mente engañosa, porque el beso es santo, pues dice: Saludaos mutuamente con el santo beso 39. Con todo esto presente en la memoria, guardemos en todo momento la adhesión, la renuncia y la confianza con que ahora nos ha agraciado el Señor, y conservémosla sin mancha y pura, para que podamos salir con gran gloria al encuentro del Rey de los cielos y nos consideren dignos de ser arrebatados en la nube y aparecer merecedores del reino de los cielos. Que todos nosotros podamos alcanzarlo por la gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos. Amén. ................................................. 1. Publicada también por PAPADOPOULOS (op. cit. pp. 166-175), es la pronunciada el Jueves Santo del año 388 (cf. WENGER, Introd., pp. 30 y 34); como en la Catequesis precedente, el título es el atestiguado por el códice de la Biblioteca Sindodal de Moscú n. 129. 2. Probable alusión a la parábola de las diez vírgenes, Mt 25 1-13. 3. Ef 5, 31-32. 4. Es decir, antes del desposorio. 5. Tt 3, 3. 6. Ga 3, 27. 7. Cf. Sal 44, 10. 8. Ibid. 9. Cf. Sal 44, 14. 10. Ef 6, 15; es alusión clara a Is 52, 7. 11. Ef 5, 25-26. 12. Ef 5, 27. 13. Ef 1, 1. 14. Cf. supra, Catequesis 1. 15. Cf. Ef 4, 22; «inmerso» = bautizado. 16. Cf. Ef 4, 24. 17. Mt 3, 17. 18. Cf. Jn 1, 27; Lc 3, 16. 19. Así traduzco asáleuton. 20. Hb 11, 6. 21. Mt 1, 18. 22. Lc 1, 35. 23. En tiempos de san Juan Crisóstomo todavía estaba vigente la clara distinción entre bautizados y catecúmenos; estos últimos no eran admitidos a la celebración del misterio eucarístico. 24. Cf. Lc 23, 43-44. 25. Lc 23, 46. 26. Cf. Col 3, 11. 27. Cf. Flp 2, 10. 28. Rm 10, 12: la repetición de epi pántas probablemente se debe a un error de transcripción, pues la tradición manuscrita no la atestigua; por eso no la traducimos. 29. 2 Co 1, 21. 30. Gn 2, 25. 31. Cf. Gn 2, 9, que en la versión de los Setenta: xylon tou eidénai gnoston sigue literalmente la expresión he- brea; san Juan Crisóstomo ha omitido el infinitivo sustantivado. 32. Rm 6, 14. 33. Así traduzco eutéleia, título de humildad, corriente ya en esta época. 34. Gn 40, 14; cf. supra, Catequesis II, c. 1. 35. Cf. Gn 40. 15. 36. Cf. Hch 4, 32. 37. Mt 5, 23-24. 38. Cf. 1 Co 3, 16; 6, 19. 39. 1 Co 16, 20. ________________ QUINTA CATEQUESIS 1 «Catequesis primera para los que van a ser iluminados». El bautismo como matrimonio espiritual 1. Tiempo de gozo y de alegría espiritual es el presente, pues ved llegados los por nosotros tan deseados y queridos días de las nupcias espirituales. Porque nadie podría decirse que yerra quien llama nupcias a lo que ahora acontece, y no sólo nupcias, sino también leva admirable y sorprendente. Y no vaya alguien a pensar que lo dicho sea contradictorio; escuche más bien al maestro del universo, al bienaventurado Pablo, que se sirve de ambas imágenes cuando en cierto momento dice: Os he desposado a un solo marido, para presentaros a Cristo como virgen intacta 2; Y en otro, como si estuviera armando a soldados que van a partir para la guerra, les dice también: Revestíos la armadura de Dios, para que podéis resistir a las insidias del diablo 3. 2. Realmente 4 hay alegría hoy en el cielo y en la tierra, porque, si tan grande es el contento que se da por un solo pecador que se convierte 5, ¡por tamaña muchedumbre que a una se ríe de los lazos del diablo y a una se apresura a inscribirse en el rebaño de Cristo, cuánto mayor no será la alegría que habrá entre los ángeles y los arcángeles, entre todas las potestades de arriba y entre todas las creaturas de la tierra! 3. Pues bien, tratemos de hablaros como a una esposa que está a punto de ser introducida en el tálamo, y a la vez que os vamos mostrando la enorme riqueza del esposo y la indecible bondad de que hace gala para con ella, le mostraremos a ella también de qué males la han librado y de qué bienes va a disfrutar. Y si os parece, examinemos en primer lugar lo referente a ella, y veamos en qué situación está, y cómo se halla dispuesta cuando el esposo se le acerca. Porque de esta manera será como mejor se mostrará la infinita bondad del común soberano de todas las cosas. Efectivamente, no la acogió por estar enamorado de su buena estampa, de su belleza o de la lozanía de su cuerpo, al contrario, aunque disforme, fea, indigna, sucia a más no poder y, por así decirlo, poco menos que revolcándose en el lodazal de sus pecados, así fue cómo la hizo entrar en la alcoba nupcial. 4. Sin embargo, al escuchar de mí estas palabras, que nadie caiga en una crasa interpretación material, pues nuestro discurso versa sobre el alma y sobre su salvación. Y es que ni siquiera el bienaventurado Pablo, aquella alma cuya altura toca el cielo, cuando decía: Os he desposado a un solo marido, para presentaros a Cristo como virgen intacta 6, no quería darnos a entender otra cosa sino que había unido, como virgen intacta a Cristo, las almas que se acercan a la piedad. 5. Por consiguiente, puesto que sabemos muy bien esto, aprendamos con toda claridad cuál fue la anterior fealdad del alma, para que admiremos la bondad del Señor. Efectivamente, ¿qué mayor disformidad podía haber que la de esta alma que, abandonando su propia dignidad y olvidándose de su noble nacimiento de arriba, hace alarde de su culto a los ídolos de piedra y madera, a los animales irracionales y a objetos aun más indignos, y por efecto del grasiento vapor de la sangre sucia y del humo 7, sigue acrecentando su fealdad? Porque de ahí nace luego el abigarrado enjambre de los placeres, las orgías, las borracheras, los desenfrenos 8: de todas las desvergonzadas conductas que son la alegría de los demonios a los que sirven. 6. Pero el Señor en su bondad, al ver al alma en semejante estado y, por así decirlo, abismada en el fondo mismo del mal, sin tener en cuenta su fealdad, ni el exceso de su miseria, ni la enormidad de sus males, la acogió desnuda y desheredada, mostrando así el exceso de su propia bondad. Y tal disposición la pone de manifiesto cuando por medio del profeta, dice: Escucha, hija, mira e inclina tu oído: olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey se prendará de tu belleza 9. 7. Ya ves cómo muestra su peculiar bondad desde los mismos comienzos, pues se digna llamar hija a la que así se había rebelado y se había entregado a los impuros demonios. Y no sólo esto, sino que tampoco pide cuentas de las faltas cometidas, ni exige satisfacción, antes bien, únicamente la anima y exhorta a aplicar el oído y a aceptar la exhortación y el aviso, y la ordena que se olvide de lo ya hecho. 8. ¿Has visto la inefable bondad? ¿Ves la exageración de su solicitud? Porque el santo David decía aquello entonces como hablando a todo el universo, que se hallaba en mala situación, pero ahora es el momento oportuno de que también nosotros, dirigiéndonos a los que desean el yugo de Cristo y acuden corriendo a esta leva espiritual, gritemos esto mismo y digamos a cada uno de los aquí presentes, cambiando un poquito el dicho del profeta: «Olvidaos, vosotros, los nuevos soldados de Cristo, de todo lo anterior: dad al olvido las malas costumbres. Escuchad y aplicad el oído, y haced caso de este óptimo aviso». 9. Escucha, hija -dice-, y mira, e inclina tu oído: olvida tu pueblo y la casa de tu padre 10. Ya ves que el profeta dirigió a todo el universo la misma exhortación que hoy dirigimos, también nosotros, a vuestra caridad, pues, al decir: Olvida tu pueblo, quiso dar a entender la idolatría, el error y el culto a los demonios; y la casa -dice- de tu padre: esto es, olvida tu anterior comportamiento que te condujo a esta disformidad. Olvídate de todo ello, y arroja de tu mente todo preconcepto de esa índole. Porque, con sólo que hagas esto y renuncies a tu pueblo y a la casa de tu padre, es decir, a la vieja levadura y a la maldad en que habías consumido y destruido la lozanía de tu alma junto con la del cuerpo, el rey se prendará de tu belleza. 10. ¿Estás viendo, querido, que se trata del alma? Efectivamente, la fealdad natural del cuerpo nunca podría cambiarse en belleza, pues el Señor dispuso que lo natural fuese inamovible e inmutable. En cambio, por lo que hace al alma, esa mutación es factible, incluso muy fácil. ¿Cómo y por qué? Porque en todo depende de la libre elección, y no de la naturaleza 11, y por eso es posible que incluso el alma más disforme y sumamente fea, si con todas sus fuerzas quiere cambiar, vuelva a alcanzar la cima de la belleza y ser de nuevo hermosa y bella, lo mismo que, si se abandona, puede hundirse otra vez en la fealdad más extrema 12. Así pues, el rey se prendará de tu belleza, si olvidas lo anterior: tu pueblo -dice- y la casa de tu padre. El gran misterio del matrimonio 11. ¿Ves la bondad del Señor? Por tanto, no en vano ni a bulto comencé mi discurso llamando matrimonio espiritual a este acontecimiento. Y es que, efectivamente, en el matrimonio carnal es imposible que la doncella se una al marido si no es olvidándose antes de sus padres y de quienes la han criado, y transfiriendo su entera voluntad al esposo que va a unirse con ella 13. Por eso también el bienaventurado Pablo, al topar con este tema, llamó al asunto misterio. Efectivamente, después de haber dicho: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne, tras considerar la grandeza del hecho, exclamó estupefacto: ¡Gran misterio es éste! 14. 12. Y en efecto, grande es, en verdad. Porque, ¿qué entendimiento humano podrá comprender la naturaleza de este hecho, cuando se piensa, efectivamente, que la joven, amamantada y guardada en su aposento y objeto de tanta solicitud por parte de sus padres, cuando llega la hora del casamiento, de golpe y en un solo instante se olvida de los dolores maternos en su alumbramiento, de todos los demás cuidados, de su vida en común, del lazo del amor y de todo, en fin, y toda su voluntad la transfiere a aquel a quien ella nunca viera antes de esa misma anochecida 15, y se produce un cambio de la situación tan considerable que, en adelante, él es todo para ella y le considera padre, madre, esposo y cuanto se quiera, y no tiene el menor recuerdo de quienes la criaron durante tantos años, y en cambio es tan fuerte la unión que, en adelante, ya no son dos, sino uno solo? 13. Previendo esto mismo con su mirada profética, decía el primer hombre: Ésta se llamará mujer, porque del varón ha sido tomada. Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se juntará a su mujer, y los dos serán una sola carne 16. Lo mismo podría decirse también del varón: también él se olvida de los que le engendraron y de la casa paterna, y se une y se pega a la que en ese mismo anochecer se casa con él. Y la divina Escritura, para mostrarnos el rigor de la convivencia, no dice: Se unirá a la mujer, sino: Se juntará 17 a su mujer. Y no se contenta con esto, sino que añade: Y serán los dos una sola carne. Por eso Cristo, al aducir este testimonio, decía: De modo que ya no son dos, sino una sola carne 18. ¡Tan intensa -dice- se hace la unión y la conjunción, que los dos son una sola carne! ¿Qué entendimiento, dime, podrá imaginar esto, qué pensamiento comprender lo acontecido? ¿Acaso no decía bien aquel bienaventurado maestro del universo que esto es un misterio? Y tampoco dijo simplemente «un misterio», sino: ¡Gran misterio es éste! 14. Por consiguiente, si en el campo de las realidades sensibles el matrimonio es un misterio, y un gran misterio, ¿qué podría decirse que fuera digno de este matrimonio espiritual? Por lo demás, mira exactamente como, por ser todo esto de índole espiritual, los hechos ocurren al revés que en las realidades sensibles. Efectivamente, en el matrimonio carnal, a nadie se le ocurriría aceptar el tomar una mujer sin antes haberse afanado en indagar sobre su belleza y la lozanía de su cuerpo, y no sólo eso, sino también, y antes que nada, sobre el buen estado de su fortuna. 15. Aquí, en cambio, nada de eso. ¿Por qué? Porque lo que se realiza es de índole espiritual, y nuestro esposo se apresura a salvar nuestras almas empujado por su bondad. Efectivamente, aunque uno sea disforme y horriblemente feo, aunque sea pobre de solemnidad y de bajo nacimiento, aunque sea un esclavo, un desecho y un tarado corporal, y aunque uno ande abrumado con fardos de pecados, Él no para mientes, en sutilezas, ni indaga, ni pide cuentas. Es un don gratuito, es generosidad, es gracia soberana, y de nosotros solamente pide una cosa: el olvido del pasado y la buena disposición en lo por venir. El contrato y los regalos del matrimonio espiritual 16. ¿Ves qué exceso de gracia? ¿Ves a qué esposo se unen los que obedecen a la llamada? Pero veamos también, si os parece, los comienzos de este matrimonio espiritual. De igual manera que en los matrimonios carnales se concluye un contrato de dote y se hace entrega de regalos, aportando unos el esposo y otros la que se va a casar, naturalmente era preciso que también aquí se diera algo parecido. Efectivamente, el pensamiento de las realidades corporales hay que trasladarlo a las más divinas y espirituales. Por consiguiente, ¿cuáles son aquí los contratos dotales? ¿Y qué otra cosa pueden ser, si no son la obediencia y los pactos que van a concluirse con el esposo? ¿Y qué regalos son justamente los que aporta el esposo antes de la boda? Escucha al bienaventurado Pablo, que nos lo enseña y dice así: Maridos, amad a vuestras mujeres como también Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, con el fin de santificarla purificándola en el baño del agua con su palabra, para prepararse una Iglesia radiante de gloria, sin mancha ni arruga ni nada parecido 19. 17. ¿Ves la grandeza de los regalos? ¿Ves el indecible exceso de amor? ¡Cómo también Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella! Nadie hubiera aceptado jamás tal cosa, ¡derramar su sangre por la que va a unirse a él! Y, sin embargo, el bondadoso Señor, imitando su propia bondad, aceptó tamaña y descomunal proeza por causa del mimo con que envuelve a su esposa, para santificarla por medio de su propia sangre y poner ante sí radiante de gloria a la Iglesia, purificada con el baño del bautismo. Por eso derramó su sangre y sufrió la cruz, para otorgarnos por ese medio la gracia de la santificación, purificarnos mediante el baño de la regeneración y poner ante sí radiante de gloria y sin mancha ni arruga, ni nada parecido, a los que antes eran objeto de desprecio y no podían tener la más mínima confianza. 18. ¿Estás viendo cómo, al decir: Con el fin de purificarla y prepararse una Iglesia radiante de gloria, sin mancha ni arruga, nos hizo saber la impureza en que se hallaba antes? Si reflexionáis, pues, sobre todo esto, vosotros, los nuevos soldados de Cristo, no os fijéis en el tamaño de vuestros propios males, ni tengáis en cuenta el exceso de vuestros pecados; mejor aun, aunque logréis calcularlo con exactitud, no por eso vaciléis, al contrario: sabedores como sois de la munificencia del Señor, del exceso de su gracia y de la grandeza de su don, todos cuantos habéis sido considerados dignos de recibir aquí el derecho de ciudadanía, acercaos con la mayor buena voluntad y, renunciando a todo lo pasado, empeñad sin reservas vuestra mente en demostrar vuestro cambio. La profesión de fe en la Trinidad 19. Y ya que conocéis bien vuestra disposición y vuestro estado al acercarse a vosotros el Señor sin pediros cuentas de vuestras fechorías y sin hacer averiguaciones de vuestros pecados, contribuid también vosotros personalmente confirmando vuestra confesión de fe en El, no tan sólo con la lengua, sino también con la mente. Porque -dice- con el corazón se cree para lograr la justicia, en cambio con la boca se confiesa la fe para conseguir la salvación 20. Efectivamente, es necesario que el pensamiento esté sólidamente arraigado en la piedad de la fe, y que la lengua proclame por medio de la confesión de fe la firmeza del pensamiento. 20. Por consiguiente, ya que el fundamento de la piedad es la fe, ¡ea!, dialoguemos juntos un poco sobre ella, para que, una vez puesto el cimiento inquebrantable, podamos luego levantar con seguridad todo el edificio. Es, pues, obligatorio que los que se alistan en esta particular milicia, la espiritual, crean en el Dios del universo, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, causa de todas las cosas, el inefable, el incomprensible, el que no puede ser explicado con la palabra ni con la mente, el que creó todas las cosas por amor al hombre y por bondad. 21. Y también en nuestro Señor Jesucristo, su único Hijo, en todo semejante e igual al Padre, con una semejanza de total identidad con Él, consubstancial, pero manifestado en su propia persona 21, que de Él procede de manera misteriosa, anterior a los tiempos y creador de los siglos todos, pero que en los últimos tiempos y por causa de nuestra salvación tomó la forma de esclavo, se hizo hombre, convivió con la naturaleza humana, fue crucificado y resucitó al tercer día. 22. Porque es necesario que tengáis estas verdades clavadas en vuestra mente, para no ser juguete de los engaños diabólicos, antes bien, en caso de que los hijos de Arrio 22 quieran poneros la zancadilla, vosotros sepáis con toda claridad que debéis taparos los oídos para todo cuanto ellos os digan y a la vez responderles con toda libertad mostrándoles que el Hijo es igual al Padre según la substancia. Él mismo, efectivamente, es quien ha dicho: Igual que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere 23, y en todo está mostrando que tiene el mismo poder que el Padre. Y si desde otro lado Sabelio 24 quiere corromper las sanas creencias, amuralla también contra él tus oídos, querido, y enséñale que la substancia del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es una, ciertamente, pero que las personas son tres. En efecto, ni el Padre podría ser llamado Hijo, ni el Hijo Padre, ni el Espíritu Santo otra cosa que esto mismo, y sin embargo, cada uno, permaneciendo en su propia persona, posee el mismo poder. 23. Porque es necesario que en vuestra mente se clave lo siguiente: que el Espíritu Santo es de la misma dignidad, como Cristo decía también a sus discípulos: Id, haced discípulos de todas las naciones, y bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 25. 24. DOGMAS/RAZON/CRISOS: ¿Ves qué cabal profesión de fe? ¿Ves qué doctrina, sin ambigüedad alguna? Que nadie te turbe en adelante introduciendo en los dogmas de la Iglesia averiguaciones de sus propios razonamientos y queriendo enturbiar las rectas y sanas creencias. Rehuye más bien la compañía de tales gentes, como el veneno de las drogas. Efectivamente, peores que éste son aquellos, pues el veneno detiene su daño en el cuerpo, y en cambio aquellos echan a perder la misma salvación del alma. Por eso ya de entrada y desde el principio conviene que rehuyáis las conversaciones de esa índole con ellos, sobre todo hasta que, andando el tiempo y bien equipados ya con armas espirituales, cuales son los testimonios sacados de la divina Escritura, podáis vosotros amordazar su lengua desvergonzada. El yugo de Cristo manso y humilde de corazón 25. Y es que, sobre los dogmas de la Iglesia, queremos que mostréis esa misma exactitud, y que los tengáis bien fijos en vuestras mentes. Ahora bien, como quiera que quienes hacen gala de una fe así conviene que resplandezcan también por la conducta en las obras, se hace necesario enseñar también sobre esto a los que van a ser considerados dignos del regio don, y así sabréis que no hay pecado tan grande que pueda vencer a la generosidad del Señor. Al contrario, ya puede uno ser un lujurioso, un adúltero, un afeminado, un invertido, un prostituido, un ladrón, un avaro, un borracho o un idólatra: el poder del don y la bondad del Señor son tan grandes, que pueden hacer desaparecer todo eso y volver más resplandeciente que los rayos del sol al que muestra un mínimo de buena voluntad. 26. Considerando, pues, el don superexcelso de la bondad divina, id preparándoos ya, no sólo para absteneros del mal, sino también para la práctica de las buenas obras, pues a ello os exhorta también el profeta cuando dice: Apártate del mal y haz el bien 26. Y el mismo Cristo, a su vez, dirigiéndose a toda la humana naturaleza, decía: Acercaos a mi todos los que estáis cansados y abrumados, que yo os aliviaré; cargad con mi yugo sobre vosotros y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis alivio para vuestras almas 27. 27. ¿ Visteis mayor sobreabundancia de bondad ? ¿Veis la generosidad de la llamada; Acercaos a mi -dice- todos los que estáis cansados y abrumados: ¡Amorosa la llamada! ¡Inefable la bondad! Acercaos a mi todos: no solamente los que mandan, sino también los mandados; no solamente los libres sino también los esclavos; no solamente los hombres, sino también las mujeres; no solamente los jóvenes, sino también los ancianos; no solamente los de cuerpo sano, sino también los lisiados y tullidos, todos -diceacercaos. Tales son, efectivamente, los dones del Señor: no conoce diferencia entre esclavo y libre, ni entre rico y pobre, sino que toda esta desigualdad está desechada: Acercaos -dice- todos los que estáis cansados y abrumados. 28. Mira a quienes llama: a los que se han agotado por completo en las iniquidades, a los que están abrumados por los pecados, a los que ni siquiera pueden ya levantar la cabeza, a los que están muertos de vergüenza, a los que más privados están de confianza para hablar 28. ¿Y por qué los llama? No para pedirles cuentas, ni para establecer un tribunal. Entonces, ¿para qué? Para hacerles descansar de su fatiga, para quitarles su pesada carga. Y es que, ¿podría darse algo más pesado que el pecado? Éste, efectivamente, por más que tantas veces nosotros no lo sintamos o queramos ocultarlo al común de las gentes, es el que despierta contra nosotros al juez incorruptible que es nuestra conciencia, y ella, en perenne alerta, va haciendo que nuestro dolor sea continuo, como un verdugo que desgarra y ahoga a la mente, mostrando así la enormidad del pecado. «A los que están, pues, abrumados por el pecado -dice- y como doblegados por una carga, a éstos los aliviaré agraciándoles con el perdón de sus pecados. Unicamente, ¡acercaos a mí!». ¿Quién será tan de piedra, quién tan empecinado que no obedezca a una llamada tan bondadosa? 29. Luego, para enseñarnos también de qué modo alivia, añadía: Cargad con mi yugo sobre vosotros. «Entrad -dice- bajo mi yugo. Pero no os asustéis al oír yugo, porque este yugo ni roza el cuello ni hace abajar la cabeza, al contrario, enseña a pensar en las cosas de arriba y forma en la verdadera filosofía» 29. Cargad con mi yugo sobre vosotros, y aprended: «Unicamente, entrad bajo el yugo y aprended. Aprended, es decir: aplicad el oído, para poder aprender de mi». «Efectivamente, no voy a exigir a vosotros nada pesado: vosotros, mis esclavos, imitadme a mí, vuestro amo; vosotros, que sois tierra y polvo, emuladme a mí, hacedor del cielo y de la tierra, creador vuestro: Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón. La imitación de Cristo 30. ¿Ves la condescendencia del Señor? ¿Ves su inconcebible bondad? No nos ha exigido algo pesado y odioso. Efectivamente, no dijo: «Aprended de mí que obré prodigios, que resucité muertos, que hice milagros»: todo esto era propio únicamente de su poder. Entonces, ¿qué? Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis alivio para vuestras almas. ¿Ves cuán grandes son el provecho y la utilidad de este yugo? Por tanto, el que haya sido considerado digno de entrar bajo este yugo y es capaz de aprender del Señor a ser manso y humilde de corazón obtendrá para su alma todo el alivio. Éste es, efectivamente, el punto capital de nuestra salvación: quien es poseedor de esta virtud, aunque esté unido al cuerpo, podrá rivalizar con los poderes incorpóreos y no tener ya nada en común con lo presente. 31. En efecto, el que imita la mansedumbre del Señor no se irritará ni se soliviantará contra su prójimo. Y si alguien la emprende a golpes con él, dirá: Si he hablado mal, muestra en qué está la falta, pero, si he hablado bien, ¿por qué me pegas? 30. Y si alguien le moteja de endemoniado, responde: ¡Yo no tengo demonio! 31, y nada de cuanto se aduzca logrará hincar el diente en él. Este hombre desdeñará toda gloria de la vida presente, y nada de lo visible le cautivará: en adelante poseerá, efectivamente, otros ojos. El que se ha hecho humilde de corazón jamás podrá envidiar los bienes del prójimo. Un hombre así no robará, ni será avaro, ni ansiará riquezas, al contrario, incluso dejará lo que tiene y pondrá de manifiesto su gran compasión para con su semejante. Tampoco arruinará el matrlmomo ajeno. Y es que quien entra bajo el yugo de Cristo y aprende a ser manso y humilde de corazón pondrá de manifiesto en cada circunstancia toda virtud e irá siguiendo las huellas del Señor. 32. Entremos, pues, bajo este provechoso yugo y echémonos encima esta ligera carga, y así podremos también hallar descanso. El que entra bajo este yugo debe olvidarse por completo de su antigua conducta y mostrar rigurosa vigilancia de los ojos, porque, dice: El que fija su mirada en una mujer para desearla, ya adulteró con ella en su corazón 32. Por eso es necesario imponer seguridad a las sensaciones visuales no sea que a través de ellas trepe la muerte. Pero no sólo de los ojos, que también de la lengua es preciso mostrar mucha vigilancia, pues muchos -dice- cayeron a filo de espada, mas no tantos como los caidos por obra de la lengua 33. Preciso es también refrenar las demás pasiones que se van engendrando, asentar la mente en la calma y desterrar la cólera, la ira, el rencor, la enemistad, la envidia, los deseos aberrantes, toda clase de libertinaje y todas las obras de la carne, que son, dice, 34: adulterio, fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistad, discordia, envidias, borracheras, orgías. 33. Es, pues, necesario 35 eliminar todo esto y empeñarse en conseguir el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, entereza de ánimo, agrado, honradez, bondad, mansedumbre, templanza 36. Si así purificamos nuestra mente, haciéndonos eco de las enseñanzas de la piedad 37, ya desde ahora podremos ponernos totalmente a punto y así hacernos dignos de recibir el don en toda su grandeza y de guardar los bienes que nos han dado. El verdadero adorno de la mujer 34. Que nadie en adelante se me inquiete por los adornos externos, ni por la fastuosidad de los vestidos, sino que todo el cuidado se trasmude al embellecimiento del alma, de modo que su belleza resulte más radiante. ¡Fuera de mi vista los trajes de seda, las borlas 38, los collares de oro! Porque el mismo maestro del universo, buen conocedor de la blandura del natural femenino y de su lábil voluntad, no vaciló en dar órdenes también sobre estas cosas. ¿Qué digo: que no rehusó enseñarnos sobre estas cosas? Al aconsejar sobre los atavíos 39, dice a voz en grito: Sin trenzas en el pelo, sin oro, sin perlas ni trajes suntuosos, como si más o menos quisiera enseñarnos esto: «Mujer, ¿quieres acicalarte para ser requebrada de cuantos te miren? 40. Yo voy a incitar, no ya a los hombres, tus congéneres, sino al mismo Señor del universo, para que te alabe y te aclame. 35. Y ya que el Apóstol desechó el atavío ese que se compone de trenzas, de oro, de perlas y de trajes suntuosos, veamos ahora qué clase de adorno le atribuye. Efectivamente, ese adorno que se compone de oro y de vestidos, aunque logre algún tanto encantar a la que se los pone, con el tiempo se desgasta. ¿Digo que se desgasta? ¡Incluso antes de que el tiempo lo desgaste excita la mirada de los envidiosos e invita a los malhechores a robarlo! En cambio, el adorno que el Apóstol le atribuye no se puede robar, ni se desgasta, ni falta: permanece con nosotros acá y es compañero de viaje allá, y nos proporciona una gran confianza 41. 36. Pero es preciso escuchar las palabras mismas del Apóstol. ¿Qué dice, pues? Sino como conviene a mujeres que se profesan piadosas: con buenas obras 42. «Pórtate -dice- de manera digna de tu profesión: adórnate con las buenas obras. Que la práctica del bien sea imitación de tu profesión: profesas la piedad para con Dios, practica lo que le agrada: las buenas obras». Pero, ¿qué significa: con buenas obras? Quiere decir el conjunto integral de la virtud: el desdén por los bienes presentes, el deseo de los futuros, el desprecio de las riquezas, la abundancia generosa para con los pobres, la modestia, la mansedumbre, la filosofía 43, el sosiego y la paz del alma, y el rechazo de cualquier arrebato de pasión por la gloria de la vida presente, manteniendo en cambio la mirada tensa hacia arriba, estando continuamente preocupado por las cosas de allá y anhelando la gloria de allá. 37. Mas, como quiera que ahora estoy dirigiéndome sobre todo a las mujeres, quiero además hacerles a ellas alguna otra recomendación, de modo que, junto con otras cosas, puedan abstenerse también de la nociva costumbre de enjalbegarse la cara y de usar postizos como si la creación fuera defectuosa, para no ultrajar al Creador. Pues, ¿qué haces, mujer? ¿Es que, efectivamente, a fuerza de cosméticos y de coloretes puedes añadir algo a tu belleza natural o cambiar tu fealdad natural? Por esos medios no añadirás nada a aquélla, y en cambio destruirás la belleza de tu alma, porque este desmedido esmero es testimonio de la molicie interior. Sobre todo, por ese medio, vas acrecentando enormemente el fuego contra ti misma, pues excitas las miradas de los jóvenes, te llevas los ojos de los licenciosos y creas perfectos adúlteros, con lo que te haces responsable de la ruina de todos ellos. 38. Por tanto, lo conveniente y provechoso es abstenerse por completo de eso. Pero, si se niegan las que son presa de esa mala costumbre, que por lo menos se abstengan cuando se llegan a la casa de oración. Pues, dime, ¿por qué te arreglas así cuando vienes a la iglesia? ¡No será porque sea esa la belleza que busca el que tú vienes a adorar y a quien vas a confesar tus pecados! La belleza que Él busca es la interior, la práctica de las buenas obras: la limosna, la templanza, la compunción, la fe rigurosa. En cambio tú, dejando todo esto, te propones hacer caer a muchos desidiosos, incluso en la iglesia. ¿Y cuántos rayos no merece esto? ¡Estás atracando en el puerto, y tú misma te propones un naufragio! ¡Acudes al médico para curar tus llagas, y vuelves con ellas agrandadas! ¿Qué perdón tendrás en adelante? Pero si antes hubo algunas con tanta desidia respecto de su propia salvación, que por lo menos ahora se dejen convencer y se aparten de esa ruina, porque, si el Apóstol 44 prohibió el uso de vestidos suntuosos, con mucha mayor razón el de cosméticos y coloretes. Contra los agüeros, los sortilegios y los espectáculos 39. Además de esto, yo exhorto a hombres y mujeres a que rehuyan totalmente los agüeros y los sortilegios. Sandez de griegos y de quienes todavía son presa del error es, efectivamente, el estar en vilo por el graznido de un cuervo, por el ruido del ratón o por el cru)ido de una viga; el acoger con placer los encuentros con gentes de torpe vida y en cambio rehuir los de personas piadosas y dignas, por considerarlas causa de innumerables males 45. ¡Mira cuántas son las artimañas del diablo! Porque no sólo quiere que estemos privados de la virtud y que nos inclinemos a la maldad, sino que busca también inculcarnos odio y hacernos dar la espalda a los que siguen la virtud. Y aún más: no sólo quiere que busquemos lo perverso, sino que se empeña en urgirnos a familiarizarnos con ello, disponiéndonos para que el placer acompañe a nuestro encuentro. 40. No penséis que esto es de poca o de ninguna importancia, al contrario, es bastante para hundir vuestras almas y llevarlas hasta el fondo mismo de la maldad. Ésta es, efectivamente, la insidiosa intención del perverso demonio: hacer caer, valiéndose incluso de las cosas pequeñas. Pero vosotros, los nuevos soldados de Cristo, hombres y mujeres -pues este ejército de Cristo no conoce distinción de sexo-, tronchando ya desde ahora toda costumbre de semejante índole, en la idea de que vais a recibir al Rey del universo, purificad vuestras mentes de tal manera que ni la más mínima suciedad venga a ensombrecer vuestros pensamientos. 41. Si, por otra parte, alguien tiene algún enemigo, que se reconcilie con él, pensando en qué bienes va a recibir de parte del Señor, aun estando él mismo inmerso en tantos y tan grandes pecados, y perdone al prójimo los agravios que de él haya recibido. Pues dice la Escritura: Que nadie entre vosotros trame males contra el prójimo en su corazón 46. Por tanto, si alguien tiene pagarés con intereses acumulados, que los haga trizas, pues dice: Un contrato injusto, rásgalo 47. 42. Y antes que nada, acostumbrad a vuestra lengua a conservarse limpia de juramentos: no hablo ya de los perjurios, sino incluso de los juramentos que se hacen sin tan ni son, inútilmente y para daño de los que juran. Dice, efectivamente: Se mandó: No juréis en falso. Pero yo os digo que no juréis en absoluto 48, Escuchaste bien: No juréis en absoluto, así que, en adelante, no te empeñes en discutir las leyes que vienen del Señor, al contrario, obedece a quien da las órdenes, y en todo momento purifica tu mente. 43. No hagas caso alguno ya de las carreras de caballos ni del inicuo espectáculo de los teatros, pues también eso enardece la lascivia; ni tampoco del inhumano placer de las luchas con fieras. Pues, dime, ¿qué placer hay en ver a tu semejante, que comparte tu misma naturaleza, despedazado por las fieras salvajes? ¿Y no tiemblas de espanto y de miedo a que un rayo caiga de lo alto y abrase tu cabeza? Tú eres, efectivamente, quien, por así decirlo, aguzas los dientes de la fiera: por tu parte, al menos con tus gritos, también tu cometes el crimen, no con las manos, pero sí con la lengua. Respeto al nombre de cristiano 44. Os lo suplico: ¡No seáis tan despreocupados al decidir sobre vuestra propia salvación! CR/DIGNIDAD/CRISOS: Piensa en tu dignidad, y siente respeto. Porque, si por una dignidad humana uno se siente orgulloso y muchas veces se abstiene de realizar algún acto para no ultrajar dicha dignidad, tú que estás a punto de obtener tamaña dignidad, ¿no debes presentarte ya respetándote a ti mismo? En realidad, tu dignidad es tal, que te acompaña a lo largo del siglo presente y te sigue en el viaje a la vida futura. ¿Y qué dignidad es esa? En adelante oirás llamarte cristiano, por la bondad amorosa de Dios, y fiel 49. Mira que no es una sola dignidad, sino dos: dentro de muy poco, vas a revestirte de Cristo, y conviene que obres y decidas todo pensando que Él está contigo en todas partes. 45. ¿O es que no ves a los dirigentes políticos, cómo se afanan en cuanto se han calado un traje con las insignias imperiales? Y por ello quieren que se les rindan mayores honores, y disfrutan de escolta. Por consiguiente, si estos hombres quieren ser respetados por el hecho de llevar la insignia prendida sobre el vestido, con mucha mayor razón tu que estás a punto de revestir a Cristo mismo, pues dice: Pondré mi morada entre vosotros y caminaré con vosotros, y seré vuestro Dios 50. 46. Rehuid, pues, todos estos perversos atractivos del diablo, y nada prefiráis a vuestra entrada en la Iglesia. Y junto con la abstinencia de alimentos y abstención del mal, haya en vosotros un gran celo por la virtud. Y repartamos todo el tiempo del día entre oraciones y acción de gracias, de una parte, y en lecturas y compunción del alma, de otra, y que todo nuestro empeño sea no tener más conversación que sobre las realidades espirituales. Mucho rigor de disciplina necesitamos para no quedar atrapados por los lazos del Maligno, pues, si hemos de rendir cuentas por una palabra ociosa, con cuánta mayor razón por las chácharas intempestivas, por las conversaciones terrenales. 47. Por consiguiente, si tal es vuestra inquietud y os preocupáis por la salud de vuestras almas, no sólo inclinaréis a Dios hacia una mayor benevolencia, sino que vosotros mismos disfrutaréis de una confianza más cumplida, y nosotros seguiremos con gran ánimo la tarea de enseñar, conscientes de que estas semillas espirituales las vamos dejando caer en oídos bien dispuestos y en terreno enjundioso y feraz. ¡Ojalá también vosotros seáis considerados dignos del abundante don que viene de Dios, y nosotros podamos alcanzar su amorosa bondad, por la gracia y las misericordias de su Hijo unigénito, con el cual sean dados al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos! Amén. ................................................. 1. Corresponde a la primera de las Catequesis halladas por WENGER en el códice Athos Stavronikita 6, de comienzos del siglo XI; san Juan Crisóstomo debió de predicarlas en Antioquía, en la Pascua del año 390 (cf. WENGER, Introd., p. 63ss.); como señala el título, se trata de una catequesis prebautismal. La traducción corre sobre el texto de WENGER, pp. 108-132. 2. 2 Co 11, 2. 3. Ef 6, 11; en el texto griego, por deterioro del pergamino falta algo, cuyo contenido, según Wenger, vendría a ser: «¿Ves cómo san Pablo utiliza ambas imágenes?» (p. 109) 4. Según Wenger, en la parte borrada estaría el comienzo de la frase, que él supone sería ontos: realmente, de hecho. 5. Cf. Lc 15, 7. 6. 2 Co 11, 2. 7. Sin duda está aludiendo a los sacrificio de animales en honor de los falsos dioses. 8. Cf. Rm 13, 13. 9. Sal 44, 11-12. 10. Ibid. 11 Ver en LAMPE, Léxicon s.v. esta acepción de prolepsis. 12 WENGER, en nota a este pasaje (n. 1, pp. 113-114), hace justamente observar cómo san Juan Crisóstomo insiste sobre la importancia de la libre elección del hombre para alcanzar la propia salvación en contraste con la inmutabilidad de la naturaleza humana. 13. Estas expresiones deben entenderse en y desde el ambiente social del siglo IV, cuando el matrimonio suponía realmente para la joven un cambio radical de vida y era para ella realmente un misterio. 14. Ef 5, 31-32. 15. Según la costumbre, el novio iba a buscar a la novia a casa de sus padres después del anochecer. 16. Cf. Gn 2, 23-24: la versión griega de los Setenta, seguida aquí por san Juan Crisóstomo, no reproduce la correspondencia etimológica de los términos hebreos 'issa-'is (mujer-varón), que sí reproduce la Vulgata latina: haec vocabitur virago, quoniam de viro sumpta est (también nuestros clásicos: varona-varón, la moderna versión de Schokel-Mateos nos da: hembra-hombre). 17. Literalmente «se pegará», (proskollethesetai) como he traducido en el párrafo anterior; la Vetus Latina da una versión (conglutinabitur) más expresiva que la Vulgata (adhaerebit). 18. Mt 19, 6. 19. Ef 5, 25-27. 20. Rm 10, 10. 21. He traducido con «persona» el término hypostasis, que indica la individualidad de la substancia de Cristo, incluso en su semejanza con la del Padre: cf. toda la amplitud del vocablo en el Lexicon de LAMPE, especialmente pp. 1456-1461. 22. Arrio admitía las tres personas distintas, pero negaba la divinidad del Hijo. 23. Jn 5, 21. 24. Sabelio no admitía la distinción de las tres personas. 25. Mt 28, 19. 26. Sal 37, 27. 27. Mt 11, 28-29. 28. Así traduzco el término -raro- aparresiastoi. 29. Sobre el uso de philosophia, cf. la nota 26 de la primera Catequesis. 30. Jn 18, 23. 31. Jn 8, 49. 32. Mt 5, 28. 33. Si 28, 22. 34. El sujeto sobreentendido es Pablo, del que se viene citando Ga 5, 19-20. 35 Traduzco en presente el imperfecto proseke que indica una condición no realizada todavía (cf. SCHWYZER, II, p. 308). 36. Cf. Ga 5, 22. 37. Sobre el sentido especial de katepado, cf. A. WENGER, P. 125, n. 1. 38. Literalmente «los hilos de los gusanos», expresión rara, aunque no en san Juan Crisóstomo; probablemente indica un conjunto de hilos retorcidos o cordones, como nuestras borlas. 39. El término emplégmata, de raro uso, probablemente deriva de la subsiguiente cita de 1 Tm 2, 9, donde la expresión en plégmasin, en lugar de ser entendida como formada por la preposición en y el dativo pl. de plegma, con el sentido de objeto entrelazado o formando trenza, ha sido considerada dativo de emplegma. 40. Esta expresión y la siguiente las he traducido siguiendo el texto de WENGER (P. 126), quien no ha eliminado toda incertidumbre en la puntuación, aunque en varios puntos corrige la lección del códice. 41. WENGER (P. 126) deja esta última frase sin traducir. 42. 1 Tm 2, 10. 43. Cf. la nota 26 de la primera Catequesis, en cuanto a las palabras epieikeia (moderación, modestia) y praotes (mansedumbre, dulzura), san Juan Crisóstomo las asocia entre sí hasta convertirlas casi en sinónimos. 44. Es el sujeto sobreentendido. 45. Cf. Catequesis I, n. 5. 46. Za 8, 17. 47. Is 58, 6. En la Homilía 56, 5 sobre san Mateo, comenta san Juan Crisóstomo: «Así llama a las escrituras usureras, a las letras de préstamo» (trad. Ruiz Bueno: BAC 146, p. 191). Y por decirlo en pocas palabras, que tome la delantera y muestre lo que pone de su parte, para que pueda recibir con más abundancia lo que viene del Señor. A la hora de perdonar, Dios quiere que vayamos por delante, pero Él no se deja vencer en generosidad. 48. Mt 5, 33-34. 49. San Juan Crisóstomo y su público sabían bien que el nombre de «cristianos» se dio por primera vez a los discípulos de Cristo precisamente en Antioquía (Hch 11, 26). 50. Cf. Lv 26, 11-12. SEXTA CATEQUESIS 1 «Del mismo autor, continuación para los que van a ser iluminados, y clara explicación de lo que en el divino bautismo se realiza de modo simbólico y en figura» 2. La extraordinaria generosidad de Dios 1. Pues bien, conversemos un poquito nuevamente con los que se han inscrito en la propiedad de Cristo, y mostrémosles tanto el poder de las armas que están a punto de recibir como la inefable bondad que en favor del género humano muestra el Dios amador de los hombres, y así podrán acercarse con gran fe y plena seguridad, y gozar con más abundancia de su generosidad. Pues considera, querido, el exceso de su bondad ya desde los mismos comienzos. Efectivamente, si juzga dignos de don tan grande a los que aún no han trabajado, ni han mostrado nobleza alguna, y si perdona las faltas cometidas en todo tiempo; si vosotros, bien dispuestos después de tanta generosidad, queréis contribuir con lo que está en vuestras manos, ¿de qué recompensa no es de razón que seáis considerados dignos por parte de ese Dios de bondad? 2. Ciertamente, en los asuntos humanos, jamás se pudo ver algo parecido, al contrario, muchos, después de numerosos trabajos y de sufrimientos soportados con la esperanza de las recompensas, regresan a casa tantas veces con las manos vacías, bien porque aquellos de quienes se esperaba la recompensa se han vuelto ingratos para con los que han padecido tantas fatigas, bien incluso, muchas veces, porque fueron arrebatados prematuramente de en medio y no pudieron cumplir su propósito. En cambio, respecto de nuestro Señor, no sólo no es posible sospechar nada por el estilo, sino que incluso antes de comenzar nosotros los trabajos y de mostrar nuestra colaboración, ya se adelanta El a dar pruebas de su propia generosidad, con el fin de inducirnos, a fuerza de beneficios, a tener cuidado de nuestra propia salvación. La bondad de Dios para con el primer hombre 3. Así es, pues, cómo desde el más remoto comienzo 3 Dios continuó colmando de bienes al género humano. Efectivamente, apenas formó al hombre, ya le hizo habitar en el paraíso y le obsequió con aquella vida libre de fatigas, a la vez que le permitió disfrutar de todo cuanto había en el paraíso, con la excepción de un solo árbol. Pero él, por intemperancia 4 y engañado por la mujer, pisoteó el mandato que se le había dado y atentó contra honor tan grande. 4. Sin embargo, mira también aquí la grandeza de la bondad divina para con el hombre. Efectivamente, lo justo hubiera sido que a quien tan ingrato era respecto de los beneficios con que él se había anticipado a colmarle, lo considerase indigno de todo perdón y lo dejara fuera de su Providencia. Pues bien, no sólo no hizo esto, sino que, igual que un padre tiernamente amoroso y que tiene un hijo rebelde, movido por la natural ternura de su amor, no le abruma con los reproches que su falta merece, ni tampoco le perdona del todo, sino que le reprende moderadamente para que no vaya a dar en mayor maldad, así también Dios en su bondad: cuando el hombre mostró abiertamente su desobediencia, ciertamente lo expulsó de aquel género de vida, pero, reprimiendo para en adelante su arrogancia, para evitar que cayese en rebeldía mayor, lo condenó al trabajo y al sufrimiento, poco menos que diciéndole: 5. «La gran relajación y la sobrada licencia te indujeron a tan grave desobediencia y te hicieron olvidar mis mandamientos, y el no tener nada que hacer te predispuso para pensar cosas que sobrepasan tu propia naturaleza, ya que la ociosidad enseña toda maldad 5. Por eso te condeno al trabajo y al sufrimiento, para que, mientras labras la tierra, estés constantemente recordando, no sólo tu desobediencia, sino también la miseria de tu propia naturaleza. Efectivamente, ya que soñaste fantásticas grandezas y no quisiste permanecer en tus propios límites, quiero que vuelvas de nuevo a la tierra de la que fuiste sacado, porque tierra eres -dicey a la tierra volverás 6». 6. Y para intensificarle el dolor y hacerle sentir vivamente su caída, no le domicilió lejos, sino cerca del paraíso. Pero le cerró el paso de entrada en él, para que, viendo cada día de qué bienes fue desposeído por su propia negligencia, se aprovechase de la continua advertencia y en adelante fuera más firme en la guarda de los mandamientos recibidos. Efectivamente, mientras estamos disfrutando de los bienes, no nos damos cuenta, como deberíamos, del beneficio que se nos hace, pero, en cuanto nos vemos privados de ellos, entonces, por el nuevo hecho de la pérdida, lo sentimos mucho más y sufrimos por ello mayor dolor. Es justamente, lo que entonces sucedió al primer hombre. 7. Sin embargo, para que conozcas, no solamente la maquinación del malvado demonio, sino también la sabiduría y habilidad de nuestro Señor, considera de una parte qué es lo que el diablo quiso hacer al hombre por medio de su engaño, y de otra, qué bondad le demostró su Señor y protector. Efectivamente, aquel perverso demonio, envidioso de su estancia en el paraíso, con la esperanza de una mayor promesa le despojó incluso de lo que tenía en mano, ya que, tras empujarle a imaginarse ser igual a Dios, le condujo al castigo de la muerte. Tales son, efectivamente, sus cebos, y no sólo nos arrebata los bienes que tenemos en mano, sino que además intenta empujarnos hacia un precipicio aún mayor. En cambio, el Dios de bondad ni siquiera en tales condiciones se desentendió del género humano, sino que, mostrando al diablo lo inútil de su empresa y al hombre las pruebas de lo mucho que de él se cuida, le hizo a éste, mediante la muerte, donación de la inmortalidad. Míralo bien: aquél lo expulsó del paraíso; en cambio el Señor lo introdujo en el cielo: la ganancia supera al castigo. 8. Sin embargo, como os decía al comienzo -y por ello también me vi arrastrado a decir lo anterior-, si al que fue un desagradecido respecto de tan grandes beneficios, Dios le juzgó una vez más, digno de tan gran bondad como la suya, si vosotros los soldados de Cristo, os aplicáis con empeño a ser agradecidos por estos inefables dones recibidos y estáis en vela continua para guardarlos, ¿cuán grande no será, dime, la recompensa que de Él conseguiréis después de guardarlos? Él es, efectivamente, quien tiene dicho: Al que tiene se le dará, y le sobrará 7. Y es que quien se hace digno de lo que ya se le ha dado, justo es que disfrute también de bienes mayores. Los ojos de la fe 9. Por consiguiente, cuantos habéis sido considerados dignos de ser inscritos en este celestial libro aportad una fe generosa y una razón firme. Efectivamente, lo que aquí acontece necesita de la fe y de los ojos del alma, para no atender sólo a lo que se ve, sino, partiendo de esto, imaginarse lo que no se ve. Porque tales son los ojos de la fe, ya que, de la misma manera que los ojos del cuerpo únicamente pueden ver lo que cae bajo el sentido, así también los ojos de la fe, pero, al contrario que aquellos, no ven nada en absoluto de lo visible, sino que ven lo invisible como si lo tuvieran ante ellos. Y es que la fe es esto: adherirse a lo que no se ve, como si estuviéramos viéndolo, pues dice: Fe es fundamento de lo que se espera, prueba de realidades que no se ven 8. 10. ¿Qué significa entonces lo que estoy diciendo, y por qué tengo dicho: no aplicar la mente a lo que se ve sin poseer ojos espirituales? Pues para que, al ver la piscina del agua y la mano del sacerdote 9 posada sobre tu cabeza, no pienses que aquélla es simplemente agua y que únicamente la mano del gran sacerdote se posa sobre tu cabeza. ¿No tenía yo razón al decir que necesitamos de los ojos de la fe en orden a creer lo que no vemos, sin la menor sospecha de materialidad? 10. 11. En realidad, el bautismo es sepultura y resurrección: Efectivamente, el hombre viejo es sepultado junto con el pecado, y resucita el nuevo, renovado a imagen de su creador 11. Nos desnudamos y nos vestimos: nos desnudamos del viejo traje, ensuciado por la muchedumbre de nuestros pecados, pero nos vestimos el nuevo, limpio de toda mancha. Pero, ¿qué estoy diciendo? Nos revestimos de Cristo mismo: Porque -dice- todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estéis vestidos 12. Finalidad y simbolismo del exorcismo 12. Mas, como quiera que ya está a la puerta el momento en que vais a gozar de tan grandes dones, ¡ea! en la medida de lo posible os enseñaremos las causas de cada uno de los actos, para que podáis saberlas y os retiréis de aquí dueños de una certidumbre mayor. Es, pues, necesario que sepáis por qué motivo, después de la instrucción cotidiana, os enviamos a las voces de los que os exorcizan. Esto, efectivamente, no ocurre porque sí y al azar, sino que, puesto que vais a recibir de huésped al Rey celestial, por esa razón, después de nuestra amonestación, os reciben los que están designados para esto, y como quien prepara la casa para un rey que está para llegar, así ellos purifican vuestra mente mediante aquellas terribles voces con que destierran de ella toda maquinación del Maligno y la tornan digna de la presencia del Rey. Efectivamente, es imposible que un demonio, por feroz y cruel que sea, no se aparte a toda prisa de vosotros después de aquellas terribles voces y de la invocación del común Señor de todas las cosas Por otra parte, junto con esto, el acto mismo deposita en el alma una gran piedad y la conduce a una copiosa compunción. 13. Y lo admirable y paradójico es que aquí se elimina toda desigualdad y toda diferencia de honores: efectivamente, si ocurre que uno se halla investido de una dignidad mundana o envuelto por el halo de la riqueza, o se ufana de su cuna o de la gloria de su vida presente, también éste queda en las mismas condiciones que el mendigo y el andrajoso, y- como tantas veces- que el ciego y el cojo, y no se enfada por ello, pues sabe que en lo espiritual todo eso está eliminado y que sólo se busca la buena disposición del alma. 14. ¡Así de grande es el provecho que producen aquellas terribles y admirables voces e invocaciones! En cambio, el gesto de llevar descalzos los pies y de extender las manos significa algo distinto. De igual manera que los que sufren la cautividad de aca muestran también por sus gestos la tristeza del infortunio que los atenaza, así también éstos, cautivos del diablo: puesto que están a punto de ser liberados de la tiranía de éste y de entrar bajo el yugo beneficioso, comienzan por recordarse a sí mismos, por ese gesto, su anterior condición, para así poder saber de quien son liberados, pero también hacia quién se apresuran, y tener en esto mismo la base para un mayor agradecimiento y una mejor disposición. Los padrinos en el bautismo 15. BAU/PADRINOS/DEBERES: ¿Queréis que además dirijamos la palabra a los que responden de vosotros, para que ellos también puedan saber de qué recompensas se hacen dignos si demuestran gran preocupación por vosotros, y qué condena se les seguirá si os descuidan? 13. Considera, querido, a los que salen fiadores de alguien en asuntos de dinero: ellos están sujetos a un peligro mayor que el mismo que ha de rendir cuentas y recibe el dinero. Efectivamente, si el que toma el préstamo se muestra bien dispuesto, aligera la carga de su fiador, pero, si en cambio resulta ingrato ¡vaya catástrofe que le prepara! Por eso cierto sabio exhorta diciendo también: Si has dado fianza, tente por deudor 14. Por consiguiente, si los que salen fiadores de alguien en asuntos de dinero ellos mismos se hacen responsables de la integridad de la suma, con mayor razón los que salen fiadores de alguien en asuntos espirituales y en el compromiso de la virtud deben dar prueba de una gran vigilancia y exhortar, aconsejar, enmendar y mostrar cariño de padres. 16. Y no vayan a pensar que lo que se hace es casual, sino sepan con toda exactitud que entrarán a la parte de la buena fama si por medio de sus personales advertencias los van llevando de la mano hacia el camino de la virtud, pero que, si son descuidados, sobre ellos caerá muy grave condena. Por esta razón, efectivamente, es también costumbre llamar a los tales padres espirituales: para que por los hechos mismos aprendan qué gran cariño deben mostrarles al instruirlos en lo espiritual. En efecto, si bueno es ir encaminando al celo de la virtud a los que nada tienen que ver con nosotros, con mucha mayor razón debemos cumplir el mandato respecto de aquel que acogemos en calidad de hijo espiritual. También vosotros, los fiadores, habéis aprendido así que no es pequeño el peligro que pende sobre vosotros si sois negligentes. Sentido de la renuncia a Satanás 17. Pero vengamos ya a dialogar con vosotros acerca de los misterios mismos y de los pactos que van a ser concluidos entre vosotros y el Señor. Efectivamente, como en los negocios de esta vida, cuando uno quiere confiar a alguien sus asuntos es necesario que se estipulen documentos entre el que otorga la confianza y el que la recibe, de la misma manera también aquí, puesto que estáis a punto de que se os confíe de parte del Señor del universo, no unas realidades perecederas ni corruptibles ni caducas, sino espirituales y celestiales. Por esto, efectivamente, se llama fe también, puesto que nada tiene de visible y en cambio todo puede ser escrutado con los ojos del espíritu. Realmente se hace necesario que intervenga la conclusion de pactos, no en papel y con tinta, sino en Dios mediante el Espíritu, porque, efectivamente, las palabras que pronunciáis aquí se van registrando en el cielo, y los pactos que vais apalabrando permanecen imborrables en el Señor. 18. Ahora bien, vuelvo a considerar aquí el gesto de la cautividad: después de introduciros los sacerdotes, os mandan que oréis de rodillas y con las manos tendidas hacia el cielo, y así, mediante ese gesto, os recordaréis a vosotros mismos de quién sois liberados y a quién os vais a consagrar. Luego el sacerdote va pasando junto a cada uno de vosotros y os pide vuestros pactos y vuestras confesiones 15, y os dispone para pronunciar aquellas terribles y espantosas palabras: «¡Renuncio a ti, Satanás!». 19. Ahora me vienen ganas de llorar y de gemir con fuerza, pues me acuerdo del día en que yo mismo fui también considerado digno de pronunciar esta palabra, y al calcular el peso de los pecados que he ido acumulando desde entonces hasta ahora, se me confunde la mente y mi razón siente la mordedura de ver cuánta vergüenza he derramado sobre mí por mi negligencia después de aquello. Por eso también os exhorto a todos vosotros a que demostréis para conmigo un poco de generosidad y, puesto que vais a encontraros con el Rey -Él os recibirá, efectivamente, con gran efusión, os revestirá la túnica regia y os deparará cuantos y cuales dones queráis, con tal que busquemos solamente lo espiritual-, pedid una gracia también para nosotros: que no nos pida cuentas de nuestros pecados, antes bien, que nos dé su perdón y en adelante nos haga dignos de su auxiio. Mas no dudo de que lo haréis, pues amáis tiernamente a vuestros maestros. 20. Pero bueno, atengámonos al hilo de nuestro discurso. Entonces, pues, el sacerdote os dispondrá para que digáis: «¡Renuncio a ti, Satanás, a tus pompas, a tu culto y a tus obras!». ¡Pocas palabras, pero de una fuerza enorme! Efectivamente, los ángeles que os asisten y las potestades invisibles, gozosos por vuestra conversión, recogen las palabras que salen de vuestra lengua y las suben al común Señor de todas las cosas, y entonces las escriben en los libros celestiales. 21. ¿Ves cómo son los documentos de los pactos? Efectivamente, después de renunciar al Maligno y a todo lo que interesa al Maligno, de nuevo el sacerdote os manda decir: «¡Y me adhiero 16 a ti, Cristo!» ¿Viste mayor exceso de bondad? Aunque de ti no ha recibido más que las palabras te confía un tesoro tan grande de realidades y se olvida de toda ingratitud anterior y no te recuerda tu pasado, antes bien, se contenta con estas breves palabras. Unción y bautismo de los catecúmenos 22. BAU/UNCION-CRISO: Luego, después de este pacto, de esta renuncia y de esta incorporación 17, puesto que confesaste su soberanía y mediante las palabras de tu lengua te incorporaste a Cristo, ahora, como a un soldado y como a uno alistado para el estadio espiritual, el sacerdote te unge la frente con el crisma espiritual y te estampa el sello mientras dice: «Fulano es ungido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» 23. Sabe, en efecto, que desde ahora el enemigo está loco furioso, rechina los dientes y anda rondando como león rugiente 18, al ver a los que antes se hallaban bajo su tiranía rebelados en masa y no sólo desertando de él, sino pasándose a Cristo y demostrando su incorporación a Él, y por eso el sacerdote les unge sobre la frente y les estampa el sello, para que aquél desvíe su mirada. Efectivamente, aquél no se atreve a mirar de frente si ve el resplandor que irradia de allí y que le deslumbra los ojos. Y es que, desde ese momento, se entabla una lucha y una oposición del uno contra el otro, y por esa razón, como atletas de Cristo, os introduce en el sentido espiritual por medio de la unción. 24. Luego, después de esto y cuando ya es de noche, el sacerdote os hace desnudar por completo y, como quien va a introduciros en el mismo cielo por medio de lo que se está realizando, dispone que todo vuestro cuerpo sea ungido con aquel aceite espiritual, de tal modo que todos vuestros miembros queden robustecidos y se hagan invulnerables a las flechas que dispara el enemigo. 25. Así pues, tras esta unción, os hace bajar a las aguas sagradas y al mismo tiempo entierra al hombre viejo y resucita al nuevo, renovado a imagen del que lo creó. Entonces justamente, por medio de las palabras y de la mano del sacerdote, sobreviene la presencia del Espíritu Santo 19, y en lugar del anterior, surge otro hombre limpio de toda mancha de pecado, desnudo del antiguo vestido del pecado y revestido con el traje regio. 26. Y para que también de aquí aprendas que la substancia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una sola, la administración del bautismo se hace de la siguiente manera. Mientras el sacerdote pronuncia las palabras: «Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo», por tres veces le sumerge y le saca la cabeza, y así, mediante este misterioso rito, le dispone a recibir el descenso del Espíritu Santo sobre él. Y es que, en realidad, no es el sacerdote sólo quien le toca la cabeza, sino también la diestra de Cristo. Y esto se demuestra también por las propias palabras del que bautiza, porque no dice: «Yo bautizo a Fulano», sino: «Fulano es bautizado», con lo cual demuestra que él es únicamente ministro de la gracia y que se limita a prestar su propia mano, ya que para esto ha sido ordenado de parte del Espíritu Santo. Ahora bien, quien realiza todo es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo: la indivisible Trinidad. Por consiguiente, la fe en ésta nos agracia con el perdón de los pecados, y esta confesión es la que nos hace el regalo de la adopción filial. 27. Y en cuanto a los actos que siguen, se bastan para enseñarnos de quiénes fueron liberados y qué bienes han alcanzado los que se consideró dignos de esta misteriosa iniciación. Efectivamente, apenas emergen de aquellas sagradas aguas, todos los presentes los abrazan, los saludan, los besan, los felicitan y comparten su alegría, porque los que antes eran esclavos y cautivos, de repente son libres e hijos, y son convidados a la mesa del Rey. Efectivamente, tan pronto como salen de allí, se los conduce a la mesa terrorífica 20 que rebosa de bienes, y gustan el cuerpo y la sangre del Señor, y se convierten en morada del Espíritu Santo, y caminan como quienes se han revestido de Cristo mismo, pues en todas partes se muestran como ángeles terrestres y deslumbran a los mismos rayos del sol. Exhortación final 28. Todo esto no os lo he anticipado en vano y sin razón en mi enseñanza a vuestra caridad 21, sino más bien para que, antes de gustarlo, en alas de la esperanza vayáis catando el inmenso goce, adquiráis un espíritu digno de lo que está sucediendo y, como exhortó el bienaventurado Pablo, penséis en las cosas de arriba 22 y trasladéis vuestra reflexión de la tierra al cielo, de las cosas visibles a las que no se ven, ya que éstas las vemos con los ojos espirituales más claramente que se ve con los ojos sensibles. 29. Mas, como quiera que os halláis cerca de los regios umbrales y estáis a punto de llegaros al trono mismo en que se sienta el Rey que distribuye los dones, mostrad una generosidad total en vuestras peticiones, y no pidáis nada de terrestre, nada de humano, sino haced peticiones dignas del que da. Por consiguiente, al salir de aquellas aguas divinas y mostrar por medio de ese gesto el símbolo de la resurrección, pedidle que sea vuestro aliado para que podáis demostrar vuestro empeño en guardar los dones que os ha hecho y os tornéis invulnerables a las asechanzas del Maligno. Abogad por la paz de las iglesias, suplicad por los que andan todavía extraviados, prosternaos por los que están en pecado, y así nosotros seremos considerados dignos de algún perdón. Efectivamente, el que os ha comunicado confianza tan grande, os ha inscrito entre sus primeros amigos y os ha elevado a la adopción filial, a vosotros que antes erais cautivos y esclavos y privados de toda confianza, no se negará a vuestras peticiones, antes bien, os otorgará todo, con lo cual, incluso en esto, imitará su propia bondad. 30. Y sobre todo, de esta manera os lo ganaréis para una mayor benevolencia. Efectivamente, cuando vea el cuidado tan solícito que tenéis de los que son vuestros miembros 23 y vuestra preocupación por la salvación de los demás, también por esto os juzgará dignos de una confianza mayor, pues, efectivamente, nada le alegra tanto como el que seamos compasivos con nuestros miembros, demos pruebas de vivo afecto para con los hermanos y tengamos gran preocupación por la salvación del prójimo. 31. Así pues, queridos, sabedores de esto, disponeos con alegría y alborozo espiritual a recibir la gracia, para que también vosotros gustéis sin tasa el don bautismal, y todos a una demos pruebas de una conducta digna de la gracia, y merezcamos alcanzar los bienes eternos e inefables, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual se dé al Padre, juntamente con el Espíritu, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. ................................................. 1. Es la segunda Catequesis prebautismal editada por WENGER (op. cit., pp. 133-150, de la que traduzco), y probablemente la última de la serie que tuvo san Juan Crisóstomo por la Pascua de 390, pues presenta numerosas semejanzas con la tercera y cuarta editadas por Papadopoulos (cf. WENGER, Introd, p. 40); como en las anteriores, tampoco el título es el de Crisóstomo, y resulta difícil de señalar su procedencia (cf. amplios datos en la larga nota 1 de WENGER, p. 133). 2. He traducido «en figura» el adverbio Typikos, según la acepción que da al vocablo E. AUERBACH, Figura, en «Studi su Dante», Milán 1963, p. 176ss. 3. Así traduzco la expresión redundante anothen kai ex arches. 4. Traduzco así el término akrasía, siguiendo a WENGER (P. 135, n. 1): no se trata de una imperfección o flaqueza de la naturaleza, como interpretan Ireneo o Gregorio de Nisa desde una filosofía ajena a san Juan Crisóstomo; para éste es mera intemperancia del vientre (cf. Hom. I in Genes.: PG 53, 23 C). 5. Si 33, 28. 6. Gn 3, 19. 7. Mt 25, 29. 8. Hb 11, 1. 9. Wenger (p. 138, n. 3) hace notar con razón la dificultad para identificar al ministro de los diversos ritos bautismales: hieréus, como el latín sacerdos, puede designar tanto al presbítero como al obispo (éste designado quizás con archiereus, sumo sacerdote, pontífice). 10. En la traducción de esta frase, Wenger -a quien sigo- es más preciso y fiel al texto que Harkins; Brigatti suprime la frase entera. 11. Cf. Col. 3, 9-10. 12. Ga 3, 27. 13. Sigo el sentido interrogativo dado por Wenger y Harkins. 14. Si 8, 13. 15. Posiblemente se refiera a la profesión de fe, pero no es seguro (cf. WENGER, nota I, p. 144). 16. Literalmente: me junto contigo, me pongo a tus órdenes. 17. Cf. nota precedente. 18. Probable alusión a 1 P 5, 8. 19. La terminología utilizada alude claramente a la bajada del Espíritu Santo en forma de paloma (cf. v. gr. Mt 3, 16). 20 Sobre el valor de este adjetivo, que refleja la disciplina del arcano, tan viva en tiempos de Crisóstomo, cf. WENGER, Introd., p. 71ss. 21. El término ágape lo traduzco por «caridad» muy inferior a él en valor semántico, a falta de otro mejor. 22. Col 3, 2. 23. Alusión evidente al cuerpo místico de Cristo; cf. I Co 12, 12ss. SÉPTIMA CATEQUESIS 1 «Del mismo, homilía dirigida a los nuevos iluminados» 2. Los nuevos bautizados comparados a nuevas estrellas 1. ¡Bendito sea Dios! Ved que también de la tierra nacen estrellas, estrellas más rutilantes que las del cielo. Estrellas sobre la tierra, por causa de aquel que apareció sobre la tierra venido del cielo. Pero no sólo estrellas sobre la tierra, sino también estrellas en pleno día. ¡Segundo prodigio éste! ¡Estrellas en pleno día más rutilantes que las nocturnas! Éstas, efectivamente, se ocultan cuando aparece el sol, aquellas, en cambio, cuando aparece el sol de justicia resplandecen ano más. ¿Viste alguna vez aparecer estrellas junto al sol? 2. Las unas desaparecen cuando la plenitud se deja ver. Estas otras, cuando sobreviene la plenitud, resplandecen con más fuerza todavía. Y de aquellas dice el Evangelio: Las estrellas del cielo caerán, como se caen de la parra las hojas 3; en cambio, de éstas dice: Los justos resplandecerán como el sol en el reino de los cielos 4. 3. ¿Qué significa: Como se caen de la parra las hojas así caerán las estrellas del cielo? De la misma manera que la parra, mientras está alimentando a los racimos, necesita de la protección que prestan las hojas, pero en cuanto se descarga del fruto también se desprende de su cabellera de hojas, así también el mundo entero: mientras contenga en sí mismo a la naturaleza humana, el cielo retiene también las estrellas, como la parra sus hojas; pero entonces, al no haber ya noche tampoco habrá ya necesidad de estrellas. 4. De fuego es la naturaleza de aquellas estrellas; de fuego es también la substancia de estas otras. Pero allí se trata de un fuego sensible; aquí, de un fuego inteligible: El mismo os bautizará -dicecon Espirita Santo y fuego 5. ¿Quieres también aprender los nombres de unas y de otras? En las estrellas del cielo se dan estos nombres: Orión, Arturo, Lucero de la tarde, Lucero del alba; en cambio entre estas otras estrellas no se da solamente un Lucero del alba: ¡todos son Luceros del alba! Los múltiples dones del bautismo 5. ¡Bendito sea Dios -digamos otra vez-, el único que hace maravillas! 6, el que todo lo crea y todo lo transforma. Los cautivos de anteayer son hoy libres y cindadanos de la Iglesia; los que antes vivían en la vergüenza del pecado viven ahora en la confianza y en la justicia. Porque no son únicamente libres, sino también santos; no sólo santos, sino también justos; no sólo justos, sino también hijos; no sólo hijos, sino también herederos; no sólo herederos, sino también hermanos de Cristo; no sólo hermanos de Cristo, sino también coherederos; no sólo coherederos, sino también miembros; no sólo miembros, sino también templos, y no sólo templos, sino también instrumentos del Espíritu 7. 6. ¡Bendito sea Dios, el único que hace maravillas!. ¿Viste cuán numerosos son los dones del bautismo? Por más que muchos crean que solamente tiene uno, el perdón de los pecados, sin embargo, nosotros hemos enumerado hasta diez honores. BAU/NIÑOS: Esta es, pues, la razón por la que incluso bautizamos a los niños, aunque no tienen pecados 8, para que se les añada la santificación, la justicia, la adopción filial, la herencia, el hermanazgo, el ser miembros de Cristo y el convertirse en morada del Espíritu. 7. Mas, ¡oh amadísimos hermanos...! Si es que me es lícito llamaros hermanos, porque, ciertamente, yo también participé del mismo alumbramiento que vosotros, pero luego, por mi negligencia perdí el perfecto y auténtico hermanazgo; con todo, permitidme llamaros hermanos por lo mucho que os amo, y exhortaros a que, cuanto mayor sea el honor de que gocéis, tanta mayor solicitud mostréis. La táctica de la lucha contra el diablo 8. El tiempo que precedió a éste era palestra y campo de entrenamiento, y se era indulgente con los caídos. En cambio, a partir del día de hoy, el estadio se ha abierto, el combate está fijado, el público está sentado arriba, y no sólo el género humano contempla vuestros combates, sino también la muchedumbre de los ángeles, y Pablo grita a los Corintios: ¡Nos han dado en espectáculo al mundo, y no solamente a los hombres, sino también a los ángeles! 9. Así pues, los ángeles son espectadores y el Señor de los ángeles actúa de juez de competición: esto no solamente es un honor, sino también una garantía. Efectivamente, cuando juzga los combates precisamente el mismo que entregó su vida por nosotros, ¿qué honor y qué garantía no será para nosotros? 9. Ahora bien, en los combates olímpicos, el árbitro se coloca en medio de los dos contendientes, sin estar a favor del uno ni a favor del otro, sino a la espera del final: por eso justamente se coloca en el medio, porque su juicio es también neutral. Sin embargo, entre nosotros y el diablo, Cristo no se coloca en el medio, sino que es todo nuestro. Y que no está en el medio, sino por entero con nosotros, nótalo en esto: al entrar en la liza, a nosotros nos ungió, a él lo amarró; a nosotros nos ungió con el óleo de la alegría 10, y a él lo amarró con nudos indisolubles, para tenerlo inmovilizado en los combates. Y si ocurre que tropiezo, Él me tiende su mano, levanta al que cae y de nuevo le hace caminar. Dice, efectivamente: Pisotead sobre serpientes, sobre escorpiones y sobre toda fuerza del enemigo 11. 10. A él, tras la victoria, lo amenazó con la gehena; yo, si venzo, soy coronado; él, si vence, es castigado. Y para que sepas que recibe mayor castigo sobre todo cuando triunfa, ¡ea!, te lo demostraré con hechos. Venció a Adán y le hizo caer: ¿cuál fue el premio de la victoria? Sobre tu pecho y sobre tu vientre andarás, y comerás polvo todos los días de tu vida 12, Ahora bien, si tan duramente castigó a la serpiente material, ¿cuál será el castigo que infligirá a la espiritual? Y si tal es la condena del instrumento, bien claro está que a su artífice le aguarda una pena mucho mayor. Efectivamente, lo mismo que un padre amoroso, cuando encuentra al que ha matado a su hijo, no solamente castiga al asesino, sino que también hace pedazos la espada misma, así también Cristo, no solamente castigó al diablo, sino que también destrozó su espada. 11. Con toda confianza, pues, desnudémonos para estos combates. Además, Cristo nos ha ceñido unas armas que son más brillantes que todo el oro, más fuertes que todo acero, más abrasadoras y voraces que todo fuego y más ligeras que todo aire. Estas armas, efectivamente, son de tal naturaleza que no abruman las rodillas, antes bien, prestan alas y alzan en volandas a los miembros, y si quieres echarte a volar al cielo con estas armas, nada te lo impide. Y es que nueva es la naturaleza de estas armas, porque nueva es también la índole del combate: a pesar de ser hombre, se me obliga a batirme en pugilato con los demonios; aunque estoy revestido de carne, peleo contra fuerzas incorpóreas. Por esta razón Dios me hizo una coraza, no de hierro sino de justicia, y por lo mismo me preparó el largo escudo no de bronce, sino de fe. Tengo además una espada afilada: la palabra del Espíritu 13. Aquél dispara flechas contra mí, yo tengo una espada; aquél es arquero, yo soy hoplita. Aprende tú también de esto lo precavido que es él: el arquero no se atreve a acercarse, sino que dispara de lejos. La sangre de Cristo como arma invencible 12. Pero, ¿cómo? ¿Acaso no preparó más que armas? No, que también previno una mesa más poderosa que cualquier arma, para que luches sin cansarte, para que saciado, triunfes en toda la línea del enemigo. Efectivamente, con que sólo te vea cuando regresas del convite del Señor, como quien ve un león que echa fuego por la boca, así él huirá más veloz que todo viento. Y si le muestras tu lengua tinta con la preciosa sangre no podrá ni tenerse en pie: si le muestras tu boca enrojecida él volverá grupas a todo correr, como cualquier animalejo. 13. ¿Quieres, pues, saber la fuerza de esta sangre? Recurramos a su figura 14, a los antiguos relatos de lo acaecido en Egipto. Dios estaba a punto de infligir a los egipcios la décima plaga. Quería, en efecto, eliminar a sus primogénitos, porque ellos retenían al pueblo primogénito suyo. ¿Qué hacer, pues, para evitar que los judíos quedaran implicados con los egipcios, ya que todos se hallaban habitando un único lugar? Infórmate del poder de la figura para que también comprendas la fuerza de la verdad. La plaga que Dios enviaba estaba a punto de abatirse desde lo alto, y el exterminador iba avanzando contra las casas. 14. ¿Qué hizo entonces Moisés? Inmolad -dijo- un cordero sin mancha y untad con su sangre vuestras puertas (/Ex/12/21-25). ¿Qué estás diciendo? ¿La sangre de un irracional es capaz de salvar a los hombres, a los dotados de razón? «Sí, -dice-, no porque sea su sangre, sino porque es figura de la sangre del Señor». Efectivamente, lo mismo que las estatuas de los emperadores, aunque son inanimadas e insensibles, salvan a los hombres que se acogen a ellas, dotados como están de sensación y de alma, no porque ellas sean de bronce, sino porque son imagen del emperador, así también aquella sangre insensible e inanimada salvó a los hombres que tenían alma, no porque fuese sangre, sino porque era figura de esta otra sangre. 15. Entonces el exterminador vio la sangre asperjada en las puertas y no se atrevió a entrar. Si ahora el diablo ve, no ya la sangre de la figura asperjada en las puertas, sino la sangre de la verdad rociando la boca de los fieles, puerta del templo portador de Cristo, ¿no va a detenerse con mucho mayor motivo? Porque, si el ángel tuvo miedo al ver la figura, con mayor razón el diablo emprenderá la huida al ver la verdad. La Iglesia nacida del costado de Cristo en la cruz 16. ¿Quieres saber también por otro camino la fuerza de esta sangre? Mira de dónde comenzó a manar y dónde tuvo su fuente: desde lo alto de la cruz, del costado del Señor. Efectivamente, muerto Cristo -dice-, pero mientras aún estaba en la cruz, el soldado se acercó y le punzó el costado con su lanza, y luego salió agua y sangre: la primera símbolo del bautismo; la segunda, de los misterios. Por esta razón no dijo: Salió sangre y agua, puesto que primero viene el bautismo y luego los misterios 16. Así pues, el soldado aquel punzó el costado, perforó la pared del santo templo 17, y yo encontré el tesoro y me apropié la riqueza. Lo mismo sucedió también con el cordero: los judíos inmolaron la oveja y yo cosecho el fruto del sacrificio: mi salvación. 17. Salió del costado agua y sangre. No pases de largo y sin más, querido, ante el misterio porque puedo aún darte otra explicación mística. Dije que símbolos del bautismo y de los misterios son aquella sangre y aquel agua. De una y otra nace la Iglesia, por el baño de la regeneración y de la renovación del Espirita Santo 18, por el bautismo y por los misterios. Ahora bien, los símbolos del bautismo y de los misterios brotan del costado, por consiguiente, de su costado formó Cristo la Iglesia, como del costado de Adán formó a Eva 19. 18. CREACIÓN/H-I I-H/CREACION: Por esta razón también Moisés, al dar su explicación sobre el primer hombre, dice: Hueso de mis huesos y carne de mi carne 20, dándonos con ello a entender el costado del Señor. Efectivamente, lo mismo que entonces tomó Dios la costilla y formó la mujer, así también nos dio sangre y agua de su costado y formó la Iglesia. Por tanto, de la misma manera que entonces tomó la costilla durante el arrobamiento de Adán, mientras dormía, así también ahora nos dio la sangre y el agua, aunque el agua primero y después la sangre. Ahora bien, lo que allí fue el arrobamiento, aquí lo fue la muerte, para que aprendas que en adelante esta muerte es sueño 21. 19. ¿Veis cómo Cristo unió a sí su esposa? ¿Ves con qué alimento nos nutre a todos? ¡Con el mismo alimento hemos sido formados y nos nutrimos! Efectivamente, igual que la mujer alimenta con su propia sangre y su leche al recién alumbrado, así también Cristo alimenta continuamente con su propia sangre a los que engendró. 20. Por consiguiente, ya que disfrutamos de don tan grande, demostremos una gran diligencia y recordemos los pactos que hemos firmado con Él. Os lo digo a todos vosotros: a los que ahora estáis siendo iniciados y a los que lo fuisteis antes, incluso hace muchos años. Efectivamente, mi discurso es común para todos nosotros, puesto que todos también hemos firmado con Él pactos, que escribimos, no con tinta, sino con el espíritu; no con la pluma, sino con la lengua. Con esta pluma se escriben, efectivamente, los pactos hechos con Dios, por eso dice también David: Mi lengua es pluma de ágil escribano 22. Confesamos su soberanía, renunciamos a la tiranía del diablo: ésta fue nuestra firma de puño y letra, éste el pacto, éste el pagaré. 21. Mirad de no recaer en manos del antiguo pagaré. Una sola vez vino Cristo: encontró nuestro eterno pagaré, el que Adán escribió. Éste comenzó la deuda; nosotros fuimos luego aumentando el préstamo con nuestros pecados 23. Allí había maldición, pecado, muerte y condena de la ley: todo esto lo abolió Cristo, y nos perdonó. Y Pablo dice a gritos: El pagaré de nuestros pecados que nos era contrario, también lo quitó de en medio clavándolo en la cruz 24. No dijo: borrándolo, ni tampoco: raspándolo, sino: clavándolo en la cruz, para que no quedase ni huella de él. Por eso no lo borró, sino lo rompió: los clavos de la cruz, efectivamente, lo rompieron y lo destruyeron, para que en adelante fuera inútil. 22. Y no fue en un rincón ni de oculto como saldó la deuda, sino en medio del universo y en lo alto de un estrado. «¡Miren los ángeles -dice-, miren los arcángeles, miren las potestades de arriba, miren incluso los perversos demonios y el mismo diablo, los que nos hicieron responsables de las deudas ante usureros sin piedad: el pagaré está roto para que no nos asalten más!». La salida de los hebreos de Egipto como figura del bautismo 23. Puesto que el primero está roto, cuidémonos, pues con todo empeño de que no reaparezca otro pagaré, porque no hay una segunda cruz, ni un segundo perdon por medio del baño de regeneración. Realmente hay perdón, pero no hay un segundo perdón mediante el baño bautismal. Sin embargo, no por ello nos hagamos más despreocupados, os lo suplico. Saliste, oh hombre, de Egipto: ¡no busques de nuevo Egipto ni los males de Egipto; no te acuerdes ya más del barro y de los adobes 25 las cosas de la vida presente son barro y adobes puesto que el mismo oro, antes de convertirse en oro, no es otra cosa que tierra! 24. Los judíos vieron prodigios. Tú también los ves incluso mucho mayores y más preclaros que entonces, cuando los judíos salían de Egipto 26. No viste al Faraón ahogado con todas sus armas, pero has visto al diablo hundido con sus armas; aquéllos atravesaron el mar, tú atravesaste la muerte; aquellos se libraron de los egipcios, tú quedas libre de los demonios; los judíos se sacudieron la esclavitud de los bárbaros, tú la que es mucho más penosa: la del pecado. 25. ¿Quieres saber por otro camino cómo fuiste considerado digno de privilegios mayores? Los judíos no podían entonces mirar el rostro glorificado de Moisés, y esto a pesar de que él era un congénere y un esclavo con ellos 27: tú en cambio viste el rostro de Cristo en su gloria. Y Pablo dice a gritos: Y nosotros, con la cara descubierta, reflejamos como un espejo la gloria del Señor 28. Aquellos tenían entonces a Cristo que los iba siguiendo, pero con mucha mayor razón nos sigue a nosotros ahora, pues a ellos entonces el Señor los acompañaba por la gracia de Moisés; a nosotros, en cambio, no sólo por la gracia de Moisés, sino también por vuestra propia docilidad 29. Para aquellos, después de Egipto, el desierto; para nosotros, en cambio, tras el éxodo 30, el cielo. Aquellos tenían por guía y óptimo general a Moisés: también nosatros tenemos otro Moisés, a Dios, que nos guía y nos manda. 26. ¿Cuál era, efectivamente, la característica de aquel Moisés? Era realmente Moisés -dice- el más apacible de los hombres que hay sobre la tierra 31. Si esto lo hubiera dicho también alguien acerca de este otro Moisés, no se habría equivocado, pues también en éste estaba presente el mansísimo Espíritu, como consubstancial 32 y congénito que le es. Moisés entonces extendió sus manos hacia el cielo e hizo que bajara el pan de los ángeles, el maná 33: este otro Moisés extiende sus manos hacia el cielo y trae el alimento eterno. Aquél golpeó la peña e hizo brotar ríos de agua 34: éste toca la mesa, golpea la mesa espiritual, y hace fluir las fuentes del Espíritu. Por esta razón está la mesa situada en el medio, como una fuente, para que de todas partes afluyan los rebaños en torno a la fuente y puedan gozar de las aguas salvadoras. 27. Por consiguiente, ya que hay aquí una fuente así y una vida de tal calidad, y ya que la mesa rebosa de innumerable bienes y de todas partes hace germinar para nosotros los dones espirituales, acerquémonos con un corazón sincero, con una conciencia limpia, para que recibamos gracia y mlsericordia que a su tiempo nos socorran. Por la gracia y la bondad del Hijo unigénito, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, por medio del cual se dé al Padre, y al Espíritu vivificante, la gloria, el honor y la fuerza, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. .................................................. 1. Esta Catequesis corresponde a la tercera de las ocho editadas por WENGER (p. 151-167, del que traduz- co), pero, a diferencia de las siete restantes, había sido ya publicada por PAPADOPOULOS, sobre la base del códice de Moscú 129 (cf. op. cit. pp. 168-181); además había tenido ya una extraordinaria difusión gracias a una antigua versión latina de comienzos del s. V, conocida por Agustín y por Julián de Eclana, que también conocían el texto griego. Montfaucon pudo leerla en el códice Parisino 700, del s. X, pero, inexplicablemente, no la tuvo por auténtica y no la incluyó entre las obras de san Juan Crisóstomo, en tanto WENGER ha defendido, con razón, su autenticidad y, tras el texto griego, ha publicado también la antigua versión latina (op. cit. p. 168-181); según el mismo WENGER (Introd., p. 76), habría sido pronunciada en la noche de Pascua del año 388; cf., sin embargo, las más recientes investigaciones de BOUHOT, Versión inédite, pp. 40-41. 2. El título es el que Wenger da a la Catequesis (p. 151). 3. Cf. Is 34, 4 y Mt 24, 29. 4. Mt 13, 43, con la variante «en el reino de los cielos» atestiguada por unos pocos códices minúsculos, frente a la lección «en el reino de su Padre», asumida por ALANO (Novum Testamentum Graece, Stuttgart 1979 26, ad loc.). 5. Mt 3, 11. 6. Sal 72, 18. 7. Nótese la eficaz gradación de las antítesis, todas ellas basadas en la Escritura. 8. Sobre las incertidumbres de san Juan Crisóstomo respecto del pecado original, evidentes incluso en esta sola afirmación sobre las culpas de los niños, y a pesar de las precisiones que hace en el c. 21, cf. WENGER, nota 2, p. 154, y HARKINS, Chrysostom's Sermo íd neophytos, op. cit. pp. 113-114; para los pasajes correspondientes de la antigua versión latina, cf. WENGER, nota 2, p. 170, y BOUHOT, op. cit. p. 34. 9. 1 Co 4, 9: nótese cómo san Juan Crisóstomo usa eficazmente la terminología deportiva, a pesar de sus frecuentes recriminaciones contra los espectáculos y juegos. 10. Probable referencia a la idéntica expresión del Sal 44, 8. 11. Lc 10, 19. 12. Gn 3, 14: la serpiente, como dirá poco después, es el arma (lit. «la espada») del diablo. 13. La terminología metafórica del equino militar remonta claramente a Ef 6, 14-17. 14. Para los acontecimientos de que se habla, cf. Ex 11, 1-11; 12, 21-25. 16. WENGER (nota 1, p. 160), pone justamente de relieve cómo en el relato de Jn 19, 33-34 se habla de que sale sangre y agua, no agua y sangre: la inversión se debe, no a un error de san Juan Crisóstomo, que en otros lugares cita con exactitud el pasaje, sino a las exigencias de su Catequesis, según la cual el agua, esto es, el Bautismo, precede a la sangre, esto es, a la Eucaristía (aquí definida con el término «misterios», familiar a san Juan Crisóstomo y presente aun hoy día en la expresión «santo Sacramento»). 17. Así es como se indica la humanidad de Cristo. 18. Tt 3, 5. 19. Según WENGER (nota 2, p. 161), esta interpretación del nacimiento de la Iglesia del costado de Jesús crucificado, como Eva del costado de Adán (cf. Gn 2, 21ss.) inspirará la interpretación análoga del Tract. 120 in Joh. (PL 35 1953) de san Agustín, quien conoció esta catequesis de san Juan Crisóstomo en su texto original y en la antigua versión latina como ya se indicó. 20. Gn 2, 23. 21. MU/SUEÑO: La equivalencia «muerte» = «sueño», con su excepcional mutación semántica, deriva coherentemente de la contraposición entre Cristo y Adán, instituida por san Juan Crisóstomo: la innovación lingüística más evidente nos la brindará el término «cementerio» lugar donde los muertos duermen, a la espera de la resurreccion. 22. Sal 44, 1. 23. Para esta precisión de san Juan Crisóstomo sobre la naturaleza del pecado original, cf. la nota 8 de esta Catequesis. 24. Col 2, 14. 25. Cf. Ex 1, 13-14. 26. Para los hechos aludidos, cf. Ex 13, 18ss. 27. Cf. Ex 34, 29ss. 28. 2 Co 3, 18. 29. Según WENGER (P. 165-166, notas I y 2, y p. 180-181, notas 3 y 4), san Juan Crisóstomo está pensado en «el nuevo Moisés», esto es, Cristo. 30. «Exodo» con significado de «muerte» (cf. LAMPE, Lexicon, s. V). 31. Nm 12, 3: sobre el valor superlativo del comparativo praóteros cf. SCHWYZER, II, p. 185. 32. El término homoousios no puede referirse más que a Cristo, puesto que estaba reservado para expresar la unidad de las personas divinas. 33. Cf. Ex 16, 9ss. 34. Cf. Ex 17, 1ss. _ OCTAVA CATEQUESIS 1 «Del mismo, a los nuevos iluminados, y sobre el dicho del Apóstol: Si alguno está en Cristo, nueva creación es; lo viejo pasó; mira: todas las cosas son hechas nuevas» 2, Alegría de la Iglesia por los nuevos bautizados 1. Hoy veo la asamblea más radiante que de costumbre, y a la Iglesia de Dios en el colmo del gozo por sus propios hijos. Porque, lo mismo que una madre amorosa, cuando ve a sus hijos formando corro en su derredor, se llena de gozo, salta de alegría y se deja llevar en alas del contento, así también esta madre espiritual, cuando mira sus propios hijos, se alegra y exulta, pues se ve a sí misma como ubérrimo campo, orgullosa de estas espigas espirituales. Y considera, querido, el exceso de la gracia, pues ya ves, ¡en una sola noche, cuántos hijos alumbró de una vez esta madre espiritual! 3. Y no te maravilles, porque así son los alumbramientos espirituales: no necesitan de tiempo ni de un período de meses. 2. ¡Ea pues, gocémonos también nosotros con ella y participemos de su alegría! Porque, si por un pecador que se convierte hay alegría en el cielo 4, mucho más conviene que nosotros, por tan gran muchedumbre, saltemos de gozo, nos alegremos y glorifiquemos al Dios de bondad por su insondable don. En efecto, la grandeza del don de Dios verdaderamente sobrepasa todo discurso. ¿Qué inteligencia, qué mente, qué razonamiento podrá comprender el exceso de bondad de Dios y la grandeza de los dones inefables con que ha agraciado a la naturaleza humana? 3. Efectivamente, los que ayer y anteayer, esclavos del demonio y sin confianza alguna, estaban bajo la tiranía del diablo y, como cautivos, andaban traídos y llevados de Ceca en Meca, mira, ¡hoy han sido admitidos en el rango de hijos de Dios y, tras desprenderse de la carga de los pecados y ponerse la vestidura real, compiten en resplandor casi con el mismo cielo, y apareciendo con una luz más fulgurante que estas estrellas que vemos, deslumbran la vista de cuantos los miran! Aquellas, efectivamente, brillan únicamente en la noche y nunca podrían brillar en pleno día. Éstos, en cambio, resplandecen por igual de noche y de día, porque son estrellas espirituales y rivalizan con la misma luz del sol, mejor aún, la sobrepasan en gran medida. Efectivamente, si Cristo el Señor se sirvió de esta imagen para mostrar el resplandor de los justos en el siglo futuro, cuando dijo: Entonces los justos resplandecerán como el sol 5, no fue para indicar que brillan solamente tanto, sino porque le era imposible hallar otro ejemplo sensible más brillante que el sol; por eso comparó con esta imagen la condición de los justos. 4. Así pues, abracemos también nosotros hoy a éstos, que pueden brillar más que las estrellas y rivalizan con el fulgor de los rayos del sol, y no nos limitemos a estrecharlos con estas manos corporales, sino también demostrémosles nuestro cariño con nuestro aliento espiritual y exhortémosles a reflexionar en el exceso de la generosidad del Señor y en el fulgor del vestido que han sido considerados dignos de llevar: Porque -dice- todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estéis vestidos 6, y así, que en adelante hagan y obren todo como quien tiene con él conviviendo a Cristo, el Creador de todo y Señor de nuestra naturaleza. Y cuando digo a Cristo, digo también al Padre y también al Espíritu Santo, pues, de hecho, Él mismo pronunciaba esta promesa: Si alguno me ama y guarda mis mandamientos, yo y mi Padre vendremos a él y haremos en él morada 7. 5. Este hombre, en adelante, aunque camine por la tierra, se comportará tal como si viviese en los cielos, con el pensamiento y la imaginación puestos en las cosas de arriba, y sin temor ya a las asechanzas del perverso demonio. Efectivamente, cuando el diablo vea semejante cambio y que los que anteriormente estaban bajo su dominio han sido elevados a tan gran altura y han sido considerados dignos de tanta bondad por parte del Señor, se marchará avergonzado, sin atreverse tan solo a mirar a la cara, porque no soporta los destellos que de allí emanan, antes bien, deslumbrado por la ráfaga de luz que de allí emiten, vuelve la espalda y se va. 6. Vosotros, por el contrario, los nuevos soldados de Cristo, los inscritos hoy en el censo de ciudadanos del cielo, los convidados a este festín espiritual y que estáis a punto de gustar la mesa real: demostrad un celo digno de la grandeza de los dones, y así os ganaréis de lo alto mayor abundancia de gracia. Efectivamente, nuestro Señor, bondadoso como es, en cuanto vea que somos agradecidos por los bienes ya otorgados y que hemos demostrado mucha circunspección en torno a la grandeza de los dones, nos prodigará la gracia y, por poco que contribuyamos nosotros, El por su parte nos honrará con mayores dones. Pablo, modelo del nuevo bautizado 7. También Pablo, el maestro del universo, que primero perseguía a la Iglesia y, circulando por todas partes, arrastraba a hombres y mujeres 8, y todo lo confundía y perturbaba con las muestras de su inmenso furor, en cuanto gustó de la bondad del Señor y, deslumbrado por la luz inteligible, se desprendió de las tinieblas del error y fue conducido de la mano a la verdad y por medio del bautismo se lavó de todos sus pecados cometidos anteriormente, al instante y sin dejarlo al azar, el que antes todo lo hacía en favor de los judíos y asolaba a la Iglesia, se puso a confundir a los judíos que habitaban en Damasco, proclamando que el crucificado es el Hijo de Dios en persona 9. 8. ¿Has visto alma mejor dispuesta? ¿Ves cómo por medio de los hechos mismos nos muestra que también anteriormente había obrado por ignorancia? ¿Ves cómo por la experiencia misma de los hechos nos enseña a todos nosotros que con toda justicia se le consideró digno de la bondad de lo alto y se le introdujo de la mano en el camino de la verdad? Cuando Dios en su bondad ve, efectivamente, al alma bien dispuesta, pero extraviada por causa de la ignorancia, no la desprecia, ni la deja mucho tiempo sin su ayuda providente, al contrario, da pruebas de que aporta todo cuanto de Él depende, sin descuidar nada de cuanto pueda contribuir a nuestra salvación, con una sola condición: que nosotros mismos nos hagamos dignos de atraer con abundancia la gracia de lo alto, como hizo este bienaventurado Apóstol. 9. Efectivamente, como quiera que todo lo que hacía anteriormente lo hacía por ignorancia y, pensando que con su celo no hacía más que defender la Ley, se convertía en causa de perturbación y desorden para todos, en cuanto aprendió del mismo legislador que iba por camino contrario y que sin darse cuenta se estaba precipitando en los abismos, no lo retardó, no lo difirió, sino que inmediatamente, nada más iluminarle la luz inteligible, se constituyó en heraldo de la verdad, y los primeros que quiso conducir al camino de la piedad fueron aquellos mismos para quienes llevaba las cartas de parte de los sumos sacerdotes, según él mismo decía en su arenga a la muchedombre judía: Como también el sumo sacerdote me es testigo, y todo el colegio de los ancianos, que habiendo yo recibido de ellos cartas, me dirigía hacia Damasco en busca de los sumos sacerdotes, con la intención de poder traer presos a Jerusalén a cuantos allí estaban 10. 10. ¿Le viste furioso como un león y dando vueltas por todas partes? 11. Míralo de nuevo mudado repentinamente en manso cordero, y al que antes de esto apresaba, arrojaba en las cárceles y acosaba y perseguía a todos los creyentes en Cristo, de repente, míralo descolgado por el muro en una espuerta, por causa de Cristo, para escapar a las asechanzas de los judíos. Míralo en otra ocasión enviado a Cesarea durante la noche y de allí remitido a Tarso, para evitar que la furia de los judíos lo despedazase 12. ¿Ves qué cambio, querido? ¿Ves qué transformación la suya? ¿Ves cómo en cuanto gustó la generosidad de lo alto, él contribuyó largamente con cuanto estaba en su mano, a saber: el celo, el fervor, la fe, el valor, la paciencia, la nobleza de alma, la voluntad impávida? Por esta razón fue también considerado digno de mayor apoyo de arriba, y de ahí que, escribiendo, dijera: Yo he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo 13. 11. Imitad a éste, os lo suplico! También vosotros, los que ahora habéis sido considerados dignos de entrar bajo el yugo de Cristo y habéis gustado la adopción filial, y ya inmediatamente, desde el comienzo, demostrad un fervor y una fe en Cristo tan grandes como para atraer sobre vosotros de arriba una gracia mayor, hacer más resplandeciente el vestido que os han regalado y gozar de más abundante benevolencia de parte del Señor. Efectivamente, si a pesar de no haber hecho todavía ni una sola obra buena, antes bien, estando cargados con tantos pecados, él, imitando su propia bondad, os consideró dignos de tan grandes dones -pues no solamente os libró de los pecados y os justificó con su gracia, sino que también os hizo santos y os dio la adopción filial-, pues se anticipó regalándoos tantos dones, con tal que vosotros os apresuréis, después de tantos dones, a contribuir con cuanto esté en vuestra mano, y junto con la guarda de lo ya recibido, demostréis rigor en la conducta, ¿cómo no vais a ser considerados dignos otra vez de mayor generosidad? El bautismo como nueva creación 12. /2Co/05/17: Escuchaste hoy al bienaventurado Pablo, el padrino de boda 14 de la Iglesia, que, escribiendo, decía: De modo que si alguno está en Cristo, nueva creación es 15. Para que no pensemos que lo dicho se refiere a esta creación sensible, señaló esta condición: Si alguno está en Cristo; con ello nos enseña que, si alguno se pasa a la fe en Cristo, nos muestra una nueva creación. Porque, dime, ¿qué provecho puede haber en ver un cielo nuevo y nuevas las demás partes de la creación? ¿Tanto como ganancia en ver a un hombre pasar del vicio a la virtud y del error a la verdad? Pues a esto, efectivamente, llamaba nueva creación aquel bienaventurado, y por eso añadió en seguida: Las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas! 16; con ello nos daba a entender más o menos que, después de despojarse como de un vestido viejo de la carga de los pecados por medio de la fe en Cristo, los recién liberados del error e iluminados por el sol de justicia se ponían este nuevo y resplandeciente vestido y túnica de reyes. Por esto decía: Si alguno está en Cristo nueva creación es; las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas! 13. Efectivamente, ¿cómo no van a ser nuevas e inimaginables, cuando el que ayer y anteayer estaba entregado a la molicie y a la glotonería de golpe abraza la continencia y la vida frugal? ¿Como no van a ser nuevas e inimaginables todas las cosas, cuando el que antes era un libertino y se consumía en los placeres de la vida presente, de pronto se hace superior a sus pasiones y, como si no estuviese revestido de un cuerpo, así se pone a conquistar la templanza y la castidad? 14. ¿Ves cómo lo ocurrido es realmente nueva creación? En efecto, la gracia de Dios sobrevino, remodeló y transformó las almas, y las convirtió en otras diferentes de las que eran, no cambiando su esencia, sino transformando su voluntad y no dejando que en adelante el tribunal de los ojos de la mente juzgue contrariamente a la realidad 17: como quien quita una legaña de los ojos, les permitió ver con exactitud la fealdad y disformidad del vicio y la mucha belleza y resplandor de la virtud. 15. ¿Ves cómo el Señor cada día obra una nueva creación? Porque, dime, ¿qué otro hubiera persuadido a un hombre que con frecuencia consumía toda su vida en los placeres de la vida y que adoraba a las piedras y a la madera 18 por creerlas dioses, a que de repente se lanzase a tal altura de virtud que pudiera, de una parte, despreciar y mofarse de todo aquello y ver piedras en las piedras lo mismo que madera en la madera, y de otra, adorar al creador de todas las cosas y preferir la fe en él a todos los bienes de la vida presente? 16. FE/NUEVA-CREACION: ¿Ves cómo se llama nueva creación a la fe en Cristo y al regreso a la virtud? Por tanto escuchemos todos, os lo suplico, los que fuimos iniciados antes y los que acaban de gustar la generosidad del Señor, la exhortación del Apóstol, que dice: Las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas!, y olvidados de todo lo anterior, transformemos nuestra propia vida, como ciudadanos de un nuevo régimen de vida, y con el pensamiento clavado en la dignidad del que mora en nosotros, hablemos y obremos consecuentemente en todo. El resplandor del nuevo bautizado 17. Efectivamente, si los hombres que reciben cargos mundanos y que muchas veces llevan sobre el vestido que los envuelve la marca de las imágenes imperiales, gracias a la cual aparecen dignos de crédito ante los demás, nunca se permitirían obrar lo que fuese indigno de ese vestido con las insignias imperiales; y si alguna vez lo intentasen ellos, tienen a muchos que se lo impedirían; e incluso si otros quisieran maltratarlos a ellos, el vestido que llevan puesto les aportaría suficiente seguridad para no sufrir nada desagradable, con mucha mayor razón es justo que quienes tienen a Cristo morando, no sobre el vestido, sino sobre el alma, y con Él a su Padre y la presencia del Espíritu Santo, den pruebas de tener gran seguridad, y por su cabal conducta evidencien ante todos su personal condición de portadores de la imagen imperial. 18. Lo mismo, efectivamente, que aquellos, al mostrar sobre el vestido a la altura del pecho las imágenes imperiales, se ponen en evidencia ante todos, así también nosotros, los que de una vez por todas fuimos revestidos de Cristo y considerados dignos de tenerlo morando en nosotros, si de verdad le queremos, mediante una vida perfecta, incluso callando, podremos mostrar a todos la fuerza del que mora en nosotros. Y de la misma manera que ahora el despliegue de vuestro indumento y el brillo de las vestiduras atraen todas las miradas, así también, y para siempre, con tal que lo queráis y conservéis el resplandor de vuestra regia vestimenta, podréis con mucha más exactitud que ahora, por medio de una conducta según Dios y muy cabal, atraeros a todos los que os miran a un mismo celo y a la glorificación del Señor. 19. Por esta razón, indudablemente, decía Cristo: Alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos 19. ¿Ves cómo exhorta a que alumbre la luz que hay en nosotros, no a través de los vestidos, sino mediante las obras? En efecto, al decir: Alumbre vuestra luz, añadió: Para que vean vuestras buenas obras. Esta luz no se detiene en los límites de los sentidos corporales, sino que ilumina las almas y las mentes de los que miran, y tras disipar la tiniebla de la maldad, persuade a los que la reciben a que alumbren con luz propia e imiten la virtud. 20. Alumbre -dice- vuestra luz delante de los hambres. Y dijo bien: delante de los hombres. «Vuestra luz -dice- sea tan grande que no solamente os ilumine a vosotros, sino que alumbre también delante de los hombres que necesitan abundancia de ella». Por consiguiente, como esta luz sensible ahuyenta la oscuridad y hace que caminen recto los que han tomado este camino sensible, así también la luz espiritual que proviene de la óptima conducta ilumina a los que tienen la vista de la mente enturbiada por la oscuridad del error y son incapaces de ver con exactitud el camino de la virtud, limpia la legaña de los ojos de sus mentes, los guía hacia el buen camino y hace que en adelante marchen por el camino de la virtud. 21. Para que vean vuestras obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. «Vuestra virtud -dice-, vuestra exactitud en la conducta y el éxito de vuestras buenas obras excite a los que os ven a glorificar al común Señor de todos». Así pues, cada uno de vosotros, os lo suplico, ponga toda su diligencia en vivir con tal exactitud que eleve hasta el Señor la alabanza de todos los que os miran. 22. Por esta razón también aquel bienaventurado imitador de Cristo y maestro de la conducta óptima, que recorría el mundo y todo lo hacía por salvación de los hombres, decía escribiendo: Si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas! 20, casi como exhortándonos diciendo: «Te quitaste el viejo vestido y tomaste el nuevo, que tiene un resplandor tan grande que puede rivalizar con los rayos del sol: mira cómo te las arreglas para que puedas conservar con ese mismo brillo la belleza del vestido». Efectivamente, mientras aquel malvado demonio, enemigo de nuestra salvación, vea que este nuestro vestido espiritual sigue resplandeciente, no osará ni siquiera acercarse, pues tanto teme él su resplandor: le ciega el fulgor que de allí salta. 23. Por eso, os lo suplico, ya desde los mismos comienzos, presentad la lucha sin cuartel y mostrad la intensidad del resplandor haciendo por todos los medios que la belleza de este vestido sea más luminosa y más refulgente. Y que de nuestra lengua no salga una sola palabra vana y sin más, antes bien, examinemos primero si tiene alguna utilidad y si puede ofrecer a quienes la oigan alguna edificación, y aun entonces profiramos las palabras con mucho temor, como si a nuestro lado tuviéramos a alguien escribiéndolas, sin olvidar lo dicho por el Señor: Mas yo os digo que toda palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio 21. 24. Por consiguiente, que tampoco se dé entre vosotros conversación de cosas terrenas, inútil y sin provecho, porque hemos escogido para en adelante una vida nueva y diferente, y conviene que obremos en consecuencia con esta vida, para no hacernos indignos de ella. ¿No veis en los cargos terrenales cómo a los que se afanan por formar parte de lo que ellos llaman Senado las leyes humanas les impiden realizar algunas acciones que a los demás se les permiten con toda libertad? Pues de la misma manera lo justo sería que vosotros, los recién iniciados, y nosotros, los que de antes fuimos considerados dignos de esta gracia, inscritos como estamos una vez por todas en el Senado espiritual, no tuviéramos ya parte en las mismas obras que los demás, sino que diéramos pruebas de rigor en la lengua y de limpieza en la mente, y educáramos cada uno de nuestros miembros para que no emprendan obra alguna que no reporte al alma gran provecho. 25. ¿De qué estoy hablando? De que la lengua se ocupe únicamente de himnos, de glorificación, de lectura de las divinas palabras y de conversaciones espirituales, pues dice: Si sale alguna palabra buena, sea para edificación, para que dé gracias a los oyentes. Y no contristéis al Espirita Santo de Dios, con el cual estéis sellados 22. ¿Ves? El no hacer lo dicho tiende a contristar al Espíritu Santo. Por esta razón, os lo suplico, pongamos todo nuestro empeño en no obrar nada que contriste al Espíritu Santo, y si hemos de salir, no busquemos afanosos las reuniones perjudiciales, ni los encuentros insensatos y llenos de boberías, sino al contrario, ante todo, que nada nos sea más preferible que las casas de oración y que las reuniones donde se conversa sobre temas espirituales. 26. Y todo cuanto nace de nosotros que vaya impregnado del mayor decoro, pues dice: El atuendo del hombre, su risa y su andar delatan lo que él es 23. En efecto, el semblante externo podría muy bien ser clara imagen de la disposición del alma, pero su belleza la pone de manifiesto muy particularmente el movimiento de los miembros. Y si caminamos por la plaza, sea tal nuestra andadura y dé pruebas de tanta serenidad y aplomo que todos cuantos nos encuentren se vuelvan a contemplarnos. Que el ojo no parezca ser un azogue ni los pies trastrabillen; que la lengua profiera las palabras con sosiego y suavidad, y en fin, que todo nuestro exterior revele la belleza del alma que está dentro, y que en adelante nuestra conducta resulte extraña y cambiada, puesto que nuevo y extraño es lo que hemos comenzado, como muestra el bienaventurado Pablo cuando dice: Si alguno está en Cristo, nueva creación es 24. 27. Y para que aprendas que es nuevo e inimaginable lo que nos han dado, los que antes de esto éramos más despreciables que el barro y, por así decirlo, nos arrastrábamos por tierra, de repente nos tornamos más resplandecientes que el oro y cambiamos la tierra por el cielo. Y ésta es la razón de por qué son espirituales todos los dones que se nos han hecho. Efectivamente, espiritual es nuestro vestido, espiritual nuestra comida y espiritual nuestra bebida. La consecuencia es que en adelante, también nuestras obras y todas nuestras acciones deberían ser espirituales. Éstas son efectivamente fruto del Espíritu, como dice también Pablo: Mas el fruto del Espirita es: amor, alegría, paz, entereza de ánimo, agrado, bondad, fe, mansedumbre, templanza: contra tales cosas no hay ley 25, dice. Con razón habló así, pues quienes se esfuerzan por lograr la virtud están por encima de la ley, y no sujetos a ella, pues dice: La ley no está puesta para el justo 26. 28. Luego, después de explicarnos el fruto del Espíritu, añadió: Y los que son de Cristo crucificaron su carne con sus pasiones y concupiscencias (/Ga/05/24) 27, como quien dice: la incapacitaron para obrar el mal, la redujeron a objeto inerte, la vencieron de tal modo que podía estar por encima de las pasiones y apetitos. Esto es, efectivamente, lo que Pablo quería significar cuando dijo: crucificaron. Lo mismo que el que está clavado en la cruz y horadado con aquellos clavos, molido por los dolores y, por así decirlo, traspasado de parte a parte, nunca podría ser perturbado por el apetito carnal, al contrario, tiene desterrados toda pasión y todo apetito, porque el dolor no deja sitio alguno para las pasiones, así también los que se han consagrado a Cristo: de tal modo se han clavado a él y se han reído de las necesidades corporales que es como si se hubiesen crucificado a sí mismos con sus pasiones y apetitos 28. 29. Así pues, nosotros, los que ya somos de Cristo, nos hemos revestido de Él y hemos sido considerados dignos de su comida y de su bebida espirituales, regulemos nuestras propias vidas como corresponde a quienes naca tienen en común con las realidades de la vida presente. En efecto, nos hemos empadronado en otra ciudad, en la Jerusalén de arriba. Por eso, os lo suplico, presentemos obras dignas de aquella ciudadanía, para que, bien porque por ellas practicamos la virtud, bien porque por ellas invitamos a los demás a glorificar al Señor, podamos atraernos abundante benevolencia de lo alto. Porque, cuando nuestro Señor es glorificado, Él por su parte también derrama con gran abundancia entre nosotros sus propios dones, como quien ha aceptado nuestros buenos sentimientos y sabe que no deposita sus propios beneficios en manos desagradecidas e injustas. 30. Sé que hice largo el sermón. Perdonadme, sin embargo, el gran cariño que os tengo fue extendiendo y alargando nuestra instrucción. Y es que, al ver vuestra riqueza espiritual, y porque conozco la furia del perverso demonio y que ahora sobre todo es cuando necesitáis el apoyo y la vigilancia, por eso os exhorté a que cada día permanezcáis sobrios, estéis despiertos y demostréis vuestra continua vela y vigilancia en torno de vuestro tesoro espiritual, para que el enemigo de nuestra salvación no pueda encontrar ni un solo resquicio. 31. Así pues, los pactos que hicisteis con el Señor y que escribisteis, no con tinta ni en papel, sino con la fe y la confesión 29, guardadlos firmes e inconmovibles. Y esforzaos por permanecer durante todo el tiempo de vuestra vida con el mismo resplandor. Porque es posible, efectivamente, con tal de querer nosotros contribuir continuamente con nuestra parte, no sólo mantener el mismo resplandor, sino también hacer que sea más rutilante el ámbito de estos nuestros vestidos espirituales, puesto que el mismo Pablo, después de la gracia del bautismo, cuanto más avanzaba el tiempo, tanto más brillante y refulgente se mostraba, pues la gracia florecía en él. 32. Por consiguiente, esforcémonos también nosotros por examinar cada día con cuidado este nuestro radiante vestido, no sea que coja alguna mancha o arruga 30; pero hagamos un examen constante hasta de las faltas que se tienen por pequeñas, para que así podamos evitar los grandes pecados. Efectivamente, si comenzamos por desdeñar algunos fallos como insignificantes, y seguimos andando por este camino, en breve tiempo llegaremos a las grandes caídas. Por esta razón os exhorto también a que siempre traigáis en la mente el recuerdo de estos pactos y constantemente rehuyáis el contagio de todo aquello a que renunciasteis, quiero decir, de las pompas del diablo y de todos los demás artificios del Maligno, y a que guardéis íntegros los pactos con Cristo, para que, sacando continuo provecho de estos festines espirituales y fortalecidos con esta comida 31, os hagáis invulnerables a las asechanzas del diablo. 33. Y con la perfección de vuestra conducta, os atraeréis de parte del Espíritu una gracia tan grande como para hacer que también vosotros seáis inexpugnables, que la Iglesia de Dios salte de gozo y se alegre por vuestro progreso, que el Señor de todas las cosas sea glorificado, y todos nosotros seamos considerados dignos del reino de los cielos, por la gracia, las misericordias y la bondad del mismo Hijo unigénito y Señor nuestro Jesucristo, por el que se dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. ................................................. 1. Según WENGER (Introd., p. 41ss.), el grupo constituido por esta octava Catequesis y por las cuatro Catequesis postbautismales siguientes habría sido compuesto por la misma época, o sea, en la semana de Pascua del año 390, Y podría distribuírselas así: la octava, el domingo o el lunes (Id. pp. 182-199); la novena, el martes (Id. pp. 200-214); la décima, el miércoles (Id. pp. 215-228); la undécima, el viernes (Id. pp. 229-246), Y la duodécima, el sábado (Id. pp. 247-260). 2. 2 Co 5, 17: la cita en el título probablemente remonta al mismo Crisóstomo. 3. Al estar reservado el bautismo para la noche pascual, se comprende fácilmente que fuera grande el número de neófitos. 4. Cf. Lc 15, 7. 5. Mt 13, 43. 6. Ga 3, 27. 7. Cf. Jn 14, 23 y la nota 21 de la quinta Catequesis. 8. Cf. Hch 8, 3. 9. Cf. Hch 9, 22. 10. Cf. Hch 22, 5. 11. Cf. I P 5, 8. 12. Cf. Hch 9, 25-30. 13.1 Co 15, 10. 14. Nymphayogós -término frecuente en san Juan Crisóstomo- era el que conducía a la esposa en el cortejo nupcial; del correspondiente latino derivó en castellano antiguo «paraninfo». 15. 2 Co 5, 17. 16. Ibid. 17. Sobre la dificultad de estas expresiones, véase WENGER, nota 2,p. 190. 18. Esto es, a los ídolos, fabricados generalmente con esos materiales. 19. Mt 5, 16. 20. 2 Co 5, 17. 21. Me 12, 36. 22. Ef 4. 29-30. 23. Si 19, 27. 24. 2 Co 5, 17. 25. Ga 5, 22-23. 26. 1 Tm 1, 9. 27. Ga 5 24. 28. Nótese la original valoración positiva del dolor en la más dramática forma de la crucifixión y su consideración como medio indispensable para dominar las pasiones y ser dueños de si mismos. 29. La fe señala las disposiciones internas; la confesión, la exteriorización de esas disposiciones, según explicó en la Catequesis. V, 19 (cf. WENGER, op. cit. nota 2 de la p. 198). 30. Probable alusión a Ef 5, 27. 31. Festines y comida: clara alusión a la Eucaristía. NOVENA CATEQUESIS 1 «Del mismo: exhortación a abstenerse de la molicie y de la embriaguez, y a preferir a todo la moderación. También para los nuevos iluminados». 1. Aunque el ayuno haya pasado, queridos, quede sin embargo, la piedad. Aunque haya transcurrido ya el tiempo de la santa Cuaresma, con todo, nos nos desprendamos de su recuerdo al menos. Pero que nadie, os lo suplico, lleve a mal esta exhortación. AYUNO-CRISO: Porque no digo esto para obligaros a ayunar de nuevo, sino porque quiero que aflojéis un poco y que ahora particularmente deis pruebas más rigurosas del verdadero ayuno. Efectivamente, es posible ayunar incluso no ayunando. ¿Y cómo? Os lo diré: cuando tomamos alimentos, pero nos abstenemos de los pecados. Éste es, en efecto, el ayuno provechoso, y él es la razón de ser de la abstinencia de alimentos: para facilitarnos nuestra carrera hacia la virtud. Por consiguiente, si queremos tener el conveniente cuidado del cuerpo y guardar el alma limpia de pecados, convenzámonos y obremos así. 2. Efectivamente, este modo de ayunar nos será bastante más fácil, porque, durante aquel ayuno -el de la abstención de alimentos, quiero decir- oía yo a muchos afirmar que soportaban penosamente el peso de no comer, disculparse con la debilidad del cuerpo, lamentarse de muchas otras maneras y aseverar que el no lavarse y el beber agua sola acababa con ellos. Pues bien, durante este otro ayuno es imposible pretextar nada semejante. Efectivamente, no sólo es posible gozar de todas esas cosas, sino también procurar al cuerpo el oportuno cuidado y tener por el alma la conveniente solicitud. Por de pronto, ahora no estoy exhortándote a que te abstengas un tiempo de alguna cosa de éstas. Aléjate únicamente del pecado, y da continuamente pruebas de esta abstinencia, y así podrás cumplir el verdadero ayuno en todo el tiempo de tu vida. Efectivamente, el goce moderado de las cosas antes enumeradas no se impide; en cambio, se prohibe todo pecado. Ahora bien, éste no nace de otra parte que de la molicie, de la glotonería y de la mucha pereza. Por esta razón, os lo suplico, ya que esto lo sabemos cabalmente, no utilicemos injustas disculpas de nuestra desidia. 3. En efecto, lo que muchas veces dije, lo repetiré también ahora: igual que el uso mesurado del comer proporciona gran provecho, tanto a la salud del cuerpo como al estado del alma, así también la desmesura destruye al hombre por ambas partes, ya que la glotonería y la embriaguez debilitan el vigor corporal y arruinan la salud del alma. Así pues, evitemos la desmesura y no seamos negligentes en lo que atañe a nuestra propia salvación, antes bien, sabedores de que ella es raíz de todos los males, cortémosla sin contemplaciones. Efectivamente, como de una fuente, así todas las especies de pecados nacen de la molicie y de la embriaguez, y lo que es la materia combustible para el fuego, eso son la molicie y la embriaguez para la caída en los pecados; y como allí, cuanto más abunda la leña, mayor es la hoguera y más alta sube la llama, así también aquí, al entregarse uno a la molicie y a la embriaguez, hace que se acreciente la hoguera de los pecados. 4. Ciertamente sé que vosotros, inteligentes como sois, después de nuestra exhortación no os vais a permitir el sobrepasar los límites de lo necesario. Pero yo os exhorto ahora, y con razón, a que no os alejéis únicamente de esta embriaguez, sino también de la que se produce sin vino, ya que ésta es aún más grave. Y no os sorprendáis de lo que acabo de decir, porque es posible embriagarse sin vino. Y que sea posible embriagarse sin vino, escucha al profeta cuando dice: ¡Ay de los que os embriagáis, y no de vino! /Is/29/09 2. ¿Qué clase, pues, de embriaguez es ésta, sin vino? Es múltiple y variada. En efecto, producen embriaguez la ira, la vanagloria y el orgullo insensato; y cada una de las fatales pasiones nacidas en nosotros produce también en nosotros una especie de embriaguez y de hartura, y oscurece nuestra razón. Efectivamente, la embriaguez no es otra cosa que extravío de la inteligencia natural, alteración de los razonamientos y pérdida de la conciencia. 5. Por tanto, dime, ¿en qué son menos que los borrachos de vino los que se encolerizan y se emborrachan de furor y dan muestra de tanta inmoderación que se comportan igualmente contra todos, y ni miden las palabras ni saben distinguir las personas? Efectivamente, como los locos y frenéticos se arrojan ellos mismos a los precipicios sin darse cuenta de ello, así también los que se encolerizan y son asaltados por el furor. Y por esta razón un sabio, queriendo mostrar la perdición que es semejante embriaguez, dice: Porque el ímpetu de su pasión lo hará caer 3. ¿Ves cómo en breve sentencia nos hace comprender la demencia de esta pasión fatal? 6. Pero, a su vez, también la vanagloria y la necia soberbia son otras formas de embriaguez, y más graves aún que la misma embriaguez. Efectivamente, quien es presa de estas pasiones pierde, por así decirlo, el criterio incluso de los mismos órganos de los sentidos, y tampoco él está en mejor condición que los locos. Y efectivamente, destrozado cada día por estas pasiones, no se da cuenta de nada hasta que, hundido en el abismo mismo de la maldad, se ve envuelto en males incurables. Rehuyamos, pues, os lo suplico, tanto la embriaguez de vino como el oscurecimiento que nos viene de absurdas pasiones, y escuchemos al común maestro del universo, que nos dice: No os embriaguéis con vino, en el cual está la perdición 4. 7. ¿Ves cómo por medio de esta palabra nos ha puesto en claro que también es posible embriagarse de otras maneras? Porque, si no hubiera otras formas de embriaguez, ¿por qué razón cuando dijo: No os embriaguéis, añadió: con vino? Y mira, a través de lo que añade, su excelsa sabiduría y la exactitud de su enseñanza, pues, cuando hubo dicho: No os embriaguéis con vino, añadió: en el cual está la perdición, poco más o menos como mostrándonos que la inmoderación en él se nos convierte en causa de todos los males. En el cual -dice- está la perdición, esto es, por medio del cual perdemos la riqueza de la virtud. 8. Y para que sepas que esto es lo que nos da a entender, intentaremos esclarecéroslo partiendo de los términos mismos que emplea. Efectivamente, solemos llamar perdidos a aquellos jóvenes que vemos derrochar a lo loco y sin necesidad alguna la hacienda paterna, y que habiendo consumido en breve tiempo toda la riqueza paterna, quedan reducidos a miseria extrema. Así son también los que caen presa de la embriaguez del vino: no saben ya administrar como se debe la riqueza de la mente, sino que, como los jóvenes perdidos, así también ellos, anegados por la embriaguez, tanto si se trata de derrochar palabras como de hablar algo inconveniente y muy pernicioso, todo lo dicen y lo hacen sin escrúpulo, y peor que aquellos perdidos que dilapidaban la fortuna paterna, éstos se precipitan solos en la más extrema pobreza de la virtud, y muchas veces, sin darse de ello cuenta, revelan los secretos de su pensamiento y, después de haber dilapidado las riquezas de su pensamiento, se ven repentinamente desnudos y privados de todo escrúpulo y de toda conciencia. El peligro de la embriaguez 9. EMBRIAGUEZ/CRISO: En efecto, el que se embriaga no sabe administrar con discernimiento sus palabras, sino que, como casa abierta por todas partes y fácilmente atacable por cualquier insidioso, así está la mente del tal: abierta de par en par y destrozada por las funestas pasiones. Porque, al fin y al cabo, la embriaguez no es más que traición de los pensamientos, calamidad que hace reír y enfermedad de que se hace burla. La embriaguez es un demonio voluntariamente elegido; la embriaguez es oscurecimiento de los razonamientos; la embriaguez es atizador de las pasiones de la carne. Efectivamente, al que está atormentado por el demonio, muchas veces hasta lo compadecemos; en cambio, con el borracho nos indignamos y airamos, ¿por qué razon? Porque aquello es vejación del demonio, y esto, en cambio, es prueba de mucha despreocupación; aquello es insidia del demonio, mientras esto es insidia de los propios pensamientos 10. Y para que aprendas que así es realmente, míramelo victima de los mismos males que el endemoniado, y aun peores. Efectivamente, como el endemoniado arroja espuma por la boca, se cae y muchas veces permanece inmóvil sobre el suelo, sin reconocer a los presentes, pero haciendo visajes con los ojos, así también el que se embriaga, después que el exceso de vino ingerido ha devastado su capacidad crítica de los pensamientos, lo mismo que aquél, no sólo arroja espuma por su boca y yace abandonado en peores condiciones que un cadáver, sino que también, muchas veces, arroja por su boca liquido podrido. Y desde ese momento se hace repulsivo para los amigos, insoportable para la mujer, ridículo para los hijos y despreciable para los esclavos, y en una palabra, a los ojos de todos cuantos le ven aparece como tema de indecencias y de risa. 11. ¿Ves cómo estos tales son más miserables que los endemoniados? ¿Y quieres aprender, además de todo eso, cuál es el principal de los males? Porque, después de tener dichas tantas cosas, todavía no he puesto el remate: el que se embriaga se hace extraño al reino de los cielos. Escucha lo que dice el bienaventurado Pablo: No os engañéis, que ni los fornicarlos, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los invertidos, ni los borrachos, heredarán el reino de los cielos 5. Pero quizá alguien diga: «Entonces, ¿qué? ¿Los idólatras, los adúlteros y los borrachos quedan por igual fuera del Reino?» Querido, esto no quieras saberlo de mí, porque yo he leído la ley tal como es; por tanto, no andes dándole vueltas a eso, esto es, si el borracho paga la misma pena que los otros, sino mira bien esto otro: que también sufre la privación del Reino; ahora bien, una vez puesto fuera de él, ¿qué consuelo podrá ya tener? 12. Y digo esto ahora, no como acusación de los presentes, ¡Dios me libre! Estoy convencido, en efecto de que vosotros estáis limpios de esta pasión, por la gracia de Dios, y la mejor prueba de ello la encuentro en vuestra concurrencia aquí con tanto ardor, y en vuestra diligencia en escuchar esta instrucción espiritual, porque no es posible que esté deseoso de palabras divinas el que no es sobrio ni está vigilante. Os digo esto, sin embargo, porque a través de vosotros quiero también instruir a los demás, y porque quiero que vosotros os hagáis más firmes, de modo que nunca vengáis a ser presos de esta pasión. 13. Y es que los tales podría decirse que son más irracionales que los mismos irracionales. ¿Cómo? Yo os digo: los irracionales, cuando tienen sed, contienen el deseo en los límites de la necesidad, y nunca se permiten sobrepasar la necesidad; los hombres, en cambio, los racionales, no se aplican a calmar la sed, sino a ver de anegarse en vino y agravar así su propio naufragio. Efectivamente, lo mismo que un barco sobrecargado zozobra enseguida, así también el hombre que sobrepasa los límites de la necesidad e impone a su estómago una sobrecarga: rápidamente hunde su mente y envilece la nobleza de su alma. 14. Por eso, queridos, os conviene preocuparos seriamente de corregir al prójimo y arrebatarle a ese oleaje, para que obtengáis un salario mayor, no sólo por lo que toca a vosotros mismos, sino también por la salvación de los demás. Así decía también Pablo: Ninguno busque su propio bien, sino el del otro 6, y de nuevo: Edificnos mutuamente 7. Por consiguiente, no mires sólo que tú estás sano y libre de enfermedad, sino cuida también y preocúpate mucho de que también el que es miembro tuyo se vea libre del daño consiguiente y evite la enfermedad, porque miembros somos los unos de los otros, y si un miembro padece, menester es que todos los miembros a una se conduelan; y si un miembro es glorifcado, todos los miembros a una deben congratularse 8. 15. No teníais tanta necesidad de exhortación y de consejo durante el tiempo de la santa Cuaresma como ahora. Entonces, efectivamente, la resolución de ayunar os volvía mesurados, aun sin quererlo. Ahora, en cambio, estoy asustado por el temor a vuestra seguridad y a la despreocupación que de ella se deriva, porque realmente ante nada se siente tan inútil la humana naturaleza como ante la dejadez. Por esta razón el Señor en su bondad, ya desde los mismos comienzos impuso al género humano como una especie de freno, al condenar al hombre al trabajo y al sufrimiento, prueba de su gran preocupación por nuestra salvación. Los judíos y la dejadez 16. PEREZA/PERVERSIÓN: Continuamente, en efecto, necesitamos del freno para caminar en buen orden. De hecho, por ahí les vino a los judíos mismos el atraerse la ira de lo alto. Cuando efectivamente gozaron de gran relajación y estuvieron seguros, después de verse libres de la dura esclavitud de Egipto, lo propio era que intensificaran la acción de gracias, que se dieran con mayor celo a glorificar al Señor, y que fueran muy generosos con quien tan grandes beneficios les había conferido. Pero ellos hicieron lo contrario: su mucha dejadez los pervirtió. Y por esta razón la divina Escritura los acusa cuando dice: Comió Jacob y se hinchó; engordó y engrosó el amado, y coceó 9. 17. Efectivamente, después de tantas maravillas y de aquellos inimaginables milagros -la travesía del mar, el desastre de los egipcios y el nuevo y extraño alimento del maná- y aunque todavía les habitaba la memoria de los beneficios, tan pronto como se encontraron en medio de fuerte relajación, echaron en completo olvido aquello, se fabricaron un becerro y lo adoraron diciendo: Israel, estos son tus dioses, los que te sacaron de la tierra de Egipto 10. ¡Qué ingratitud! ¡Qué tremenda falta de sensibilidad! Porque tal fue siempre su costumbre: en cuanto se toman algún relajamiento, se dejan llevar al precipicio y se olvidan de su bienhechor, pero, en cuanto se sienten un poco apretados, entonces pliegan velas y se humillan. Por esto también el bienaventurado David, para ilustrar esto, decía: Si los mataba, entonces le buscaban 11. 18. Sólo que ésta es la costumbre de los servidores ingratos y de los insensibles judíos. Nosotros, en cambio, os lo suplico, revolviendo continuamente en nuestras mentes los dones de Dios y recordando la magnitud y el número de sus beneficios, seamos generosamente agradecidos, reconozcamos en todo instante en Él la causa de nuestro bien, demostremos una conducta digna de sus beneficios y, en fin, cada día empeñemos nuestro esfuerzo en la salud de nuestra propia alma. Y muy particularmente vosotros, los que recientemente fuisteis considerados dignos de la iniciación en los misterios; los que os habéis quitado de encima la carga de los pecados; los que os habéis revestido la túnica esplendente. ¡Y qué digo la túnica esplendente! ¡Los que os habéis revestido de Cristo mismo y habéis recibido como morador en vosotros al Señor de todas las cosas! Vosotros, pues, dad pruebas de una conducta digna de ese huésped, para que os atraigáis mayor gracia de lo alto y os apliquéis ardientemente a ser imitadores del que primero fue perseguidor, pero después apóstol. Pablo y Simón Mago 19. Éste, cuando fue bautizado e iluminado con la luz de la verdad, inmediatamente se hizo así de grande, pero aun se hizo mucho más grande según fue pasando el tiempo. Efectivamente, después que él hubo contribuido con cuanto de él dependía: el celo, el ardor, la decisión generosa, el fervoroso deseo y el desprecio de los presentes, en adelante iban fluyendo sobre él con gran abundancia los dones de la gracia de Dios. Y el que antes de esto había dado pruebas de un furor incontenible, que había corrido por todas partes, y por todos los medios había guerreado contra la causa de la piedad, en cuanto conoció el camino de la verdad, se puso a confundir a los ingratos judíos, y fue descolgado en un serón por una ventana 12 para que pudiera escapar a la crueldad de los furiosos judíos. ¿Viste el repentino cambio? ¿Ves cómo la gracia del Espíritu Santo transformó su alma, cómo cambió su voluntad y cómo, al igual que un fuego que se abate sobre los espinos, así también entró en él la gracia del Espíritu, consumió las espinas de sus pecados y le tornó más resistente que el diamante? 20. Imitadle a él vosotros también, os lo suplico, y no solamente podréis ser llamados «nuevos iluminados» para dos, tres, diez e incluso veinte días, sino que también mereceréis este apelativo después de transcurridos diez, veinte o treinta años y, por así decirlo, durante toda vuestra vida. Efectivamente, si por medio de la práctica de las buenas obras nos esforzamos por hacer más resplandeciente la luz que hay en nosotros, quiero decir, la gracia del Espíritu, de modo que nunca la dejemos extinguirse, gozaremos de ese nombre a lo largo de todo el tiempo. Porque, lo mismo que es posible que el que ayuna, vela y demuestra una conducta digna sea perpetuamente un «nuevo iluminado», así también, a su vez, es posible volverse indigno de este nombre con un solo día de negligencia. 21. Así el bienaventurado Pablo, puesto que por la gracia subsiguiente se atrajo un mayor apoyo de lo alto, permanecía constantemente en este resplandor y volvía más refulgente en él la luz de la virtud. En cambio, el Simón Mago aquel, después que, arrepentido, corrrió hacia el don del bautismo y gozó de la gracia y de la generosidad del Señor, pero no contribuyó con una disposición digna, sino que demostró una gran negligencia, de repente se quedó privado de gracia tan grande, hasta el punto de recibir del primero de los apóstoles un consejo: curar por el arrepentimiento la enormidad de la falta; le dice, efectivamente: Arrepiéntete, pues, de esta maldad tuya, por si te es perdonado este pensamiento de tu corazón 13. 22. Pero no quiera Dios que alguien de los aquí reunidos se exponga alguna vez a algo parecido, al contrario, ojalá, a ejemplo del bienaventurado Pablo todos vosotros acrecentéis tanto vuestra virtud que merezcáis más abundante generosidad por parte del Señor. Efectivamente, querido, no son cosas de poca monta aquellas de las que se nos ha considerado dignos: la grandeza de lo que se nos ha dado sobrepasa toda humana inteligencia y vence a nuestro razonamiento. Considera, por favor, qué cargo tan importante se te ha confiado, efectivamente, y cuál es la dignidad que has recibido del rey del universo. Porque tú, el que antes eras esclavo, el cautivo, el fracasado, súbitamente has sido elevado a la categoría de hijo. Por consiguiente, no te descuides ni dejes que te arrebaten esta tu dignidad, ni que te priven de esta tu riqueza espiritual, porque, si tú no quieres, nadie podrá nunca arrebatarte los dones que Dios te ha dado. 23. Esto no es posible, sin embargo, en las cosas humanas. Efectivamente, cuando uno obtiene de un rey de la tierra una dignidad, el que le sea arrebatada no está en su propia decisión, sino que el mismo que proporciona el cargo es también dueño de retirarlo, y así, cuando él quiere, despoja de la dignidad al que la recibió, le reduce repentinamente a simple particular y le separa del mando. Totalmente contrario es lo que ocurre con nuestro Rey: la dignidad que por su bondad nos fue dada una vez por todas -quiero decir la adopción filial, la santificación y la gracia del Espíritu-, si nosotros no somos unos descuidados, a nadie de nosotros podrá nunca serle arrebatada. ¡Y qué digo arrebatar! ¡Cuando Él nos vea responder generosamente de lo que ya nos ha dado, añadirá todavía más y así con su generosidad aumentará una vez más los dones que de Él vienen! Necesidad y posibilidad de continua conversión de los bautizados 24. Conscientes, pues, de que, después de la gracia de Dios, todo depende de nosotros y de nuestra diligencia, respondamos generosamente de lo que ya se nos ha dado, para hacernos dignos de dones aún mayores. Por eso os exhorto: vosotros, los que habéis sido recientemente considerados dignos del don divino, demostrad una gran circunspección, y conservad puro y sin mancha el vestido espiritual que se os ha entregado; nosotros, los que recibimos hace tiempo este don, demostremos un buen cambio de vida. Porque hay, sí, hay un regreso, si queremos, y es posible volver de nuevo a la antigua belleza y al prístino esplendor, con tal, únicamente, que nosotros contribuyamos con nuestra parte. 25. Efectivamente, en lo que atañe a la belleza corporal, es imposible que vuelva de nuevo a su mejor momento el semblante que, una vez por todas, se ha afeado, y que, por vejez, por enfermedad o por cualquier otra cinconstancia corporal, ha perdido su antigua belleza. Es, en efecto, un accidente de la naturaleza, y por esta razón es imposible regresar al esplendor de la belleza primera. En cambio, respecto del alma, si nosotros queremos, sí que es posible, gracias a la inefable bondad de Dios, y así el alma que una vez se manchó y por la muchedumbre de los pecados se afeó y envileció, puede rápidamente regresar a su primera belleza, con tal que nosotros demostremos una intensa y rigurosa conversión. 26. Ahora bien, esto lo digo para mí mismo y para los que fueron dignos del bautismo ya antes. Vosotros, sin embargo, los nuevos soldados de Cristo, hacedme caso y empeñaos por todos los medios en conservar puro vuestro vestido. En efecto, mucho mejor es tener ahora el cuidado y la preocupación de su brillo, de modo que podáis permanecer continuamente en la pureza y no cojáis mancha alguna, que, por haberos descuidado, llorar después y golpearos el pecho para poder limpiaros la mancha sobrevenida. No paséis lo que pasamos nosotros 14, os lo suplico, antes bien, que la negligencia de los que os precedimos os sirva de escarmiento a vosotros. 27. Y como soldados espirituales, nobles y vigilantes, limpiaos cada día vuestras armas espirituales, para que el enemigo, al ver el fulgor de las armas, se aleje y no piense que puede acercarse. Efectivamente, cuando vea, no sólo que brillan las armas, sino también que vosotros estáis bien protegidos por todas partes y que el tesoro de vuestra mente está bien asegurado con todo rigor, como una casa, él se ocultará y se marchará, sabedor de que nada más logrará, aunque intente el asalto miles de veces. Porque puede ser desvergonzado y atrevido en alto grado y más cruel que una fiera, pero, cuando ve al completo vuestra armadura espiritual y la fuerza que el Espíritu os ha dado, percibe con mayor exactitud su propia debilidad, y se retira con gran vergüenza y con gran desprecio de sí mismo, porque sabe que intenta lo imposible. 28. Por consiguiente, os lo suplico, vivamos todos sobriamente: los que fuimos antes considerados dignos de este don, para que podamos regresar a la primera belleza y purificarnos de la mancha sobrevenida, y los que acabáis de gustar la generosidad del rey demostrad vigilancia y gran firmeza, de modo que podáis permanecer en continua pureza y no recibáis la más leve mancha o arruga 15 por insidia del diablo; al contrario, como si éste se presentase, se colocara cerca y disparase los dardos de la maldad, nosotros fortifiquémonos bien por todos los flancos y resistámosle con mucha diligencia y con gran preocupación por nuestra propia salvación, para que podamos evitar las insidias de aquél, y por nuestra fidelidad nos atraigamos el auxilio de lo alto, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. ................................................. 1. Esta Catequesis probablemente se pronunció el martas de Pascua del año 390, al día siguiente de la anterior (cf. nota I de la Catequesis octava). 2. Cf. Is 29, 9. 3. Si 1, 22 (Vulg. 28). 4. Ef 5, 18. 5. 1 Co 6, 9-10. 6. 1 Co 10, 24. 7. 1 Ts 5, 1 1. 8. 1 Co 12, 25-26. 9. Dt 32, 15. 10. Cf. Ex 32, 4. 11. Sal 78, 34. 12. Cf. 2 Co 11, 33; Hch 9, 22-25. 13. Cf. Hch 8, 22. 14. Utiliza el plural de inclusión: él es uno más de los que recibieron el bautismo pero descuidaron la gracia. 15. Cf. Ef 5, 27. NOVENA CATEQUESIS 1 «Del mismo: exhortación a abstenerse de la molicie y de la embriaguez, y a preferir a todo la moderación. También para los nuevos iluminados». 1. Aunque el ayuno haya pasado, queridos, quede sin embargo, la piedad. Aunque haya transcurrido ya el tiempo de la santa Cuaresma, con todo, nos nos desprendamos de su recuerdo al menos. Pero que nadie, os lo suplico, lleve a mal esta exhortación. AYUNO-CRISO: Porque no digo esto para obligaros a ayunar de nuevo, sino porque quiero que aflojéis un poco y que ahora particularmente deis pruebas más rigurosas del verdadero ayuno. Efectivamente, es posible ayunar incluso no ayunando. ¿Y cómo? Os lo diré: cuando tomamos alimentos, pero nos abstenemos de los pecados. Éste es, en efecto, el ayuno provechoso, y él es la razón de ser de la abstinencia de alimentos: para facilitarnos nuestra carrera hacia la virtud. Por consiguiente, si queremos tener el conveniente cuidado del cuerpo y guardar el alma limpia de pecados, convenzámonos y obremos así. 2. Efectivamente, este modo de ayunar nos será bastante más fácil, porque, durante aquel ayuno -el de la abstención de alimentos, quiero decir- oía yo a muchos afirmar que soportaban penosamente el peso de no comer, disculparse con la debilidad del cuerpo, lamentarse de muchas otras maneras y aseverar que el no lavarse y el beber agua sola acababa con ellos. Pues bien, durante este otro ayuno es imposible pretextar nada semejante. Efectivamente, no sólo es posible gozar de todas esas cosas, sino también procurar al cuerpo el oportuno cuidado y tener por el alma la conveniente solicitud. Por de pronto, ahora no estoy exhortándote a que te abstengas un tiempo de alguna cosa de éstas. Aléjate únicamente del pecado, y da continuamente pruebas de esta abstinencia, y así podrás cumplir el verdadero ayuno en todo el tiempo de tu vida. Efectivamente, el goce moderado de las cosas antes enumeradas no se impide; en cambio, se prohibe todo pecado. Ahora bien, éste no nace de otra parte que de la molicie, de la glotonería y de la mucha pereza. Por esta razón, os lo suplico, ya que esto lo sabemos cabalmente, no utilicemos injustas disculpas de nuestra desidia. 3. En efecto, lo que muchas veces dije, lo repetiré también ahora: igual que el uso mesurado del comer proporciona gran provecho, tanto a la salud del cuerpo como al estado del alma, así también la desmesura destruye al hombre por ambas partes, ya que la glotonería y la embriaguez debilitan el vigor corporal y arruinan la salud del alma. Así pues, evitemos la desmesura y no seamos negligentes en lo que atañe a nuestra propia salvación, antes bien, sabedores de que ella es raíz de todos los males, cortémosla sin contemplaciones. Efectivamente, como de una fuente, así todas las especies de pecados nacen de la molicie y de la embriaguez, y lo que es la materia combustible para el fuego, eso son la molicie y la embriaguez para la caída en los pecados; y como allí, cuanto más abunda la leña, mayor es la hoguera y más alta sube la llama, así también aquí, al entregarse uno a la molicie y a la embriaguez, hace que se acreciente la hoguera de los pecados. 4. Ciertamente sé que vosotros, inteligentes como sois, después de nuestra exhortación no os vais a permitir el sobrepasar los límites de lo necesario. Pero yo os exhorto ahora, y con razón, a que no os alejéis únicamente de esta embriaguez, sino también de la que se produce sin vino, ya que ésta es aún más grave. Y no os sorprendáis de lo que acabo de decir, porque es posible embriagarse sin vino. Y que sea posible embriagarse sin vino, escucha al profeta cuando dice: ¡Ay de los que os embriagáis, y no de vino! /Is/29/09 2. ¿Qué clase, pues, de embriaguez es ésta, sin vino? Es múltiple y variada. En efecto, producen embriaguez la ira, la vanagloria y el orgullo insensato; y cada una de las fatales pasiones nacidas en nosotros produce también en nosotros una especie de embriaguez y de hartura, y oscurece nuestra razón. Efectivamente, la embriaguez no es otra cosa que extravío de la inteligencia natural, alteración de los razonamientos y pérdida de la conciencia. 5. Por tanto, dime, ¿en qué son menos que los borrachos de vino los que se encolerizan y se emborrachan de furor y dan muestra de tanta inmoderación que se comportan igualmente contra todos, y ni miden las palabras ni saben distinguir las personas? Efectivamente, como los locos y frenéticos se arrojan ellos mismos a los precipicios sin darse cuenta de ello, así también los que se encolerizan y son asaltados por el furor. Y por esta razón un sabio, queriendo mostrar la perdición que es semejante embriaguez, dice: Porque el ímpetu de su pasión lo hará caer 3. ¿Ves cómo en breve sentencia nos hace comprender la demencia de esta pasión fatal? 6. Pero, a su vez, también la vanagloria y la necia soberbia son otras formas de embriaguez, y más graves aún que la misma embriaguez. Efectivamente, quien es presa de estas pasiones pierde, por así decirlo, el criterio incluso de los mismos órganos de los sentidos, y tampoco él está en mejor condición que los locos. Y efectivamente, destrozado cada día por estas pasiones, no se da cuenta de nada hasta que, hundido en el abismo mismo de la maldad, se ve envuelto en males incurables. Rehuyamos, pues, os lo suplico, tanto la embriaguez de vino como el oscurecimiento que nos viene de absurdas pasiones, y escuchemos al común maestro del universo, que nos dice: No os embriaguéis con vino, en el cual está la perdición 4. 7. ¿Ves cómo por medio de esta palabra nos ha puesto en claro que también es posible embriagarse de otras maneras? Porque, si no hubiera otras formas de embriaguez, ¿por qué razón cuando dijo: No os embriaguéis, añadió: con vino? Y mira, a través de lo que añade, su excelsa sabiduría y la exactitud de su enseñanza, pues, cuando hubo dicho: No os embriaguéis con vino, añadió: en el cual está la perdición, poco más o menos como mostrándonos que la inmoderación en él se nos convierte en causa de todos los males. En el cual -dice- está la perdición, esto es, por medio del cual perdemos la riqueza de la virtud. 8. Y para que sepas que esto es lo que nos da a entender, intentaremos esclarecéroslo partiendo de los términos mismos que emplea. Efectivamente, solemos llamar perdidos a aquellos jóvenes que vemos derrochar a lo loco y sin necesidad alguna la hacienda paterna, y que habiendo consumido en breve tiempo toda la riqueza paterna, quedan reducidos a miseria extrema. Así son también los que caen presa de la embriaguez del vino: no saben ya administrar como se debe la riqueza de la mente, sino que, como los jóvenes perdidos, así también ellos, anegados por la embriaguez, tanto si se trata de derrochar palabras como de hablar algo inconveniente y muy pernicioso, todo lo dicen y lo hacen sin escrúpulo, y peor que aquellos perdidos que dilapidaban la fortuna paterna, éstos se precipitan solos en la más extrema pobreza de la virtud, y muchas veces, sin darse de ello cuenta, revelan los secretos de su pensamiento y, después de haber dilapidado las riquezas de su pensamiento, se ven repentinamente desnudos y privados de todo escrúpulo y de toda conciencia. El peligro de la embriaguez 9. EMBRIAGUEZ/CRISO: En efecto, el que se embriaga no sabe administrar con discernimiento sus palabras, sino que, como casa abierta por todas partes y fácilmente atacable por cualquier insidioso, así está la mente del tal: abierta de par en par y destrozada por las funestas pasiones. Porque, al fin y al cabo, la embriaguez no es más que traición de los pensamientos, calamidad que hace reír y enfermedad de que se hace burla. La embriaguez es un demonio voluntariamente elegido; la embriaguez es oscurecimiento de los razonamientos; la embriaguez es atizador de las pasiones de la carne. Efectivamente, al que está atormentado por el demonio, muchas veces hasta lo compadecemos; en cambio, con el borracho nos indignamos y airamos, ¿por qué razon? Porque aquello es vejación del demonio, y esto, en cambio, es prueba de mucha despreocupación; aquello es insidia del demonio, mientras esto es insidia de los propios pensamientos 10. Y para que aprendas que así es realmente, míramelo victima de los mismos males que el endemoniado, y aun peores. Efectivamente, como el endemoniado arroja espuma por la boca, se cae y muchas veces permanece inmóvil sobre el suelo, sin reconocer a los presentes, pero haciendo visajes con los ojos, así también el que se embriaga, después que el exceso de vino ingerido ha devastado su capacidad crítica de los pensamientos, lo mismo que aquél, no sólo arroja espuma por su boca y yace abandonado en peores condiciones que un cadáver, sino que también, muchas veces, arroja por su boca liquido podrido. Y desde ese momento se hace repulsivo para los amigos, insoportable para la mujer, ridículo para los hijos y despreciable para los esclavos, y en una palabra, a los ojos de todos cuantos le ven aparece como tema de indecencias y de risa. 11. ¿Ves cómo estos tales son más miserables que los endemoniados? ¿Y quieres aprender, además de todo eso, cuál es el principal de los males? Porque, después de tener dichas tantas cosas, todavía no he puesto el remate: el que se embriaga se hace extraño al reino de los cielos. Escucha lo que dice el bienaventurado Pablo: No os engañéis, que ni los fornicarlos, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los invertidos, ni los borrachos, heredarán el reino de los cielos 5. Pero quizá alguien diga: «Entonces, ¿qué? ¿Los idólatras, los adúlteros y los borrachos quedan por igual fuera del Reino?» Querido, esto no quieras saberlo de mí, porque yo he leído la ley tal como es; por tanto, no andes dándole vueltas a eso, esto es, si el borracho paga la misma pena que los otros, sino mira bien esto otro: que también sufre la privación del Reino; ahora bien, una vez puesto fuera de él, ¿qué consuelo podrá ya tener? 12. Y digo esto ahora, no como acusación de los presentes, ¡Dios me libre! Estoy convencido, en efecto de que vosotros estáis limpios de esta pasión, por la gracia de Dios, y la mejor prueba de ello la encuentro en vuestra concurrencia aquí con tanto ardor, y en vuestra diligencia en escuchar esta instrucción espiritual, porque no es posible que esté deseoso de palabras divinas el que no es sobrio ni está vigilante. Os digo esto, sin embargo, porque a través de vosotros quiero también instruir a los demás, y porque quiero que vosotros os hagáis más firmes, de modo que nunca vengáis a ser presos de esta pasión. 13. Y es que los tales podría decirse que son más irracionales que los mismos irracionales. ¿Cómo? Yo os digo: los irracionales, cuando tienen sed, contienen el deseo en los límites de la necesidad, y nunca se permiten sobrepasar la necesidad; los hombres, en cambio, los racionales, no se aplican a calmar la sed, sino a ver de anegarse en vino y agravar así su propio naufragio. Efectivamente, lo mismo que un barco sobrecargado zozobra enseguida, así también el hombre que sobrepasa los límites de la necesidad e impone a su estómago una sobrecarga: rápidamente hunde su mente y envilece la nobleza de su alma. 14. Por eso, queridos, os conviene preocuparos seriamente de corregir al prójimo y arrebatarle a ese oleaje, para que obtengáis un salario mayor, no sólo por lo que toca a vosotros mismos, sino también por la salvación de los demás. Así decía también Pablo: Ninguno busque su propio bien, sino el del otro 6, y de nuevo: Edificnos mutuamente 7. Por consiguiente, no mires sólo que tú estás sano y libre de enfermedad, sino cuida también y preocúpate mucho de que también el que es miembro tuyo se vea libre del daño consiguiente y evite la enfermedad, porque miembros somos los unos de los otros, y si un miembro padece, menester es que todos los miembros a una se conduelan; y si un miembro es glorifcado, todos los miembros a una deben congratularse 8. 15. No teníais tanta necesidad de exhortación y de consejo durante el tiempo de la santa Cuaresma como ahora. Entonces, efectivamente, la resolución de ayunar os volvía mesurados, aun sin quererlo. Ahora, en cambio, estoy asustado por el temor a vuestra seguridad y a la despreocupación que de ella se deriva, porque realmente ante nada se siente tan inútil la humana naturaleza como ante la dejadez. Por esta razón el Señor en su bondad, ya desde los mismos comienzos impuso al género humano como una especie de freno, al condenar al hombre al trabajo y al sufrimiento, prueba de su gran preocupación por nuestra salvación. Los judíos y la dejadez 16. PEREZA/PERVERSIÓN: Continuamente, en efecto, necesitamos del freno para caminar en buen orden. De hecho, por ahí les vino a los judíos mismos el atraerse la ira de lo alto. Cuando efectivamente gozaron de gran relajación y estuvieron seguros, después de verse libres de la dura esclavitud de Egipto, lo propio era que intensificaran la acción de gracias, que se dieran con mayor celo a glorificar al Señor, y que fueran muy generosos con quien tan grandes beneficios les había conferido. Pero ellos hicieron lo contrario: su mucha dejadez los pervirtió. Y por esta razón la divina Escritura los acusa cuando dice: Comió Jacob y se hinchó; engordó y engrosó el amado, y coceó 9. 17. Efectivamente, después de tantas maravillas y de aquellos inimaginables milagros -la travesía del mar, el desastre de los egipcios y el nuevo y extraño alimento del maná- y aunque todavía les habitaba la memoria de los beneficios, tan pronto como se encontraron en medio de fuerte relajación, echaron en completo olvido aquello, se fabricaron un becerro y lo adoraron diciendo: Israel, estos son tus dioses, los que te sacaron de la tierra de Egipto 10. ¡Qué ingratitud! ¡Qué tremenda falta de sensibilidad! Porque tal fue siempre su costumbre: en cuanto se toman algún relajamiento, se dejan llevar al precipicio y se olvidan de su bienhechor, pero, en cuanto se sienten un poco apretados, entonces pliegan velas y se humillan. Por esto también el bienaventurado David, para ilustrar esto, decía: Si los mataba, entonces le buscaban 11. 18. Sólo que ésta es la costumbre de los servidores ingratos y de los insensibles judíos. Nosotros, en cambio, os lo suplico, revolviendo continuamente en nuestras mentes los dones de Dios y recordando la magnitud y el número de sus beneficios, seamos generosamente agradecidos, reconozcamos en todo instante en Él la causa de nuestro bien, demostremos una conducta digna de sus beneficios y, en fin, cada día empeñemos nuestro esfuerzo en la salud de nuestra propia alma. Y muy particularmente vosotros, los que recientemente fuisteis considerados dignos de la iniciación en los misterios; los que os habéis quitado de encima la carga de los pecados; los que os habéis revestido la túnica esplendente. ¡Y qué digo la túnica esplendente! ¡Los que os habéis revestido de Cristo mismo y habéis recibido como morador en vosotros al Señor de todas las cosas! Vosotros, pues, dad pruebas de una conducta digna de ese huésped, para que os atraigáis mayor gracia de lo alto y os apliquéis ardientemente a ser imitadores del que primero fue perseguidor, pero después apóstol. Pablo y Simón Mago 19. Éste, cuando fue bautizado e iluminado con la luz de la verdad, inmediatamente se hizo así de grande, pero aun se hizo mucho más grande según fue pasando el tiempo. Efectivamente, después que él hubo contribuido con cuanto de él dependía: el celo, el ardor, la decisión generosa, el fervoroso deseo y el desprecio de los presentes, en adelante iban fluyendo sobre él con gran abundancia los dones de la gracia de Dios. Y el que antes de esto había dado pruebas de un furor incontenible, que había corrido por todas partes, y por todos los medios había guerreado contra la causa de la piedad, en cuanto conoció el camino de la verdad, se puso a confundir a los ingratos judíos, y fue descolgado en un serón por una ventana 12 para que pudiera escapar a la crueldad de los furiosos judíos. ¿Viste el repentino cambio? ¿Ves cómo la gracia del Espíritu Santo transformó su alma, cómo cambió su voluntad y cómo, al igual que un fuego que se abate sobre los espinos, así también entró en él la gracia del Espíritu, consumió las espinas de sus pecados y le tornó más resistente que el diamante? 20. Imitadle a él vosotros también, os lo suplico, y no solamente podréis ser llamados «nuevos iluminados» para dos, tres, diez e incluso veinte días, sino que también mereceréis este apelativo después de transcurridos diez, veinte o treinta años y, por así decirlo, durante toda vuestra vida. Efectivamente, si por medio de la práctica de las buenas obras nos esforzamos por hacer más resplandeciente la luz que hay en nosotros, quiero decir, la gracia del Espíritu, de modo que nunca la dejemos extinguirse, gozaremos de ese nombre a lo largo de todo el tiempo. Porque, lo mismo que es posible que el que ayuna, vela y demuestra una conducta digna sea perpetuamente un «nuevo iluminado», así también, a su vez, es posible volverse indigno de este nombre con un solo día de negligencia. 21. Así el bienaventurado Pablo, puesto que por la gracia subsiguiente se atrajo un mayor apoyo de lo alto, permanecía constantemente en este resplandor y volvía más refulgente en él la luz de la virtud. En cambio, el Simón Mago aquel, después que, arrepentido, corrrió hacia el don del bautismo y gozó de la gracia y de la generosidad del Señor, pero no contribuyó con una disposición digna, sino que demostró una gran negligencia, de repente se quedó privado de gracia tan grande, hasta el punto de recibir del primero de los apóstoles un consejo: curar por el arrepentimiento la enormidad de la falta; le dice, efectivamente: Arrepiéntete, pues, de esta maldad tuya, por si te es perdonado este pensamiento de tu corazón 13. 22. Pero no quiera Dios que alguien de los aquí reunidos se exponga alguna vez a algo parecido, al contrario, ojalá, a ejemplo del bienaventurado Pablo todos vosotros acrecentéis tanto vuestra virtud que merezcáis más abundante generosidad por parte del Señor. Efectivamente, querido, no son cosas de poca monta aquellas de las que se nos ha considerado dignos: la grandeza de lo que se nos ha dado sobrepasa toda humana inteligencia y vence a nuestro razonamiento. Considera, por favor, qué cargo tan importante se te ha confiado, efectivamente, y cuál es la dignidad que has recibido del rey del universo. Porque tú, el que antes eras esclavo, el cautivo, el fracasado, súbitamente has sido elevado a la categoría de hijo. Por consiguiente, no te descuides ni dejes que te arrebaten esta tu dignidad, ni que te priven de esta tu riqueza espiritual, porque, si tú no quieres, nadie podrá nunca arrebatarte los dones que Dios te ha dado. 23. Esto no es posible, sin embargo, en las cosas humanas. Efectivamente, cuando uno obtiene de un rey de la tierra una dignidad, el que le sea arrebatada no está en su propia decisión, sino que el mismo que proporciona el cargo es también dueño de retirarlo, y así, cuando él quiere, despoja de la dignidad al que la recibió, le reduce repentinamente a simple particular y le separa del mando. Totalmente contrario es lo que ocurre con nuestro Rey: la dignidad que por su bondad nos fue dada una vez por todas -quiero decir la adopción filial, la santificación y la gracia del Espíritu-, si nosotros no somos unos descuidados, a nadie de nosotros podrá nunca serle arrebatada. ¡Y qué digo arrebatar! ¡Cuando Él nos vea responder generosamente de lo que ya nos ha dado, añadirá todavía más y así con su generosidad aumentará una vez más los dones que de Él vienen! Necesidad y posibilidad de continua conversión de los bautizados 24. Conscientes, pues, de que, después de la gracia de Dios, todo depende de nosotros y de nuestra diligencia, respondamos generosamente de lo que ya se nos ha dado, para hacernos dignos de dones aún mayores. Por eso os exhorto: vosotros, los que habéis sido recientemente considerados dignos del don divino, demostrad una gran circunspección, y conservad puro y sin mancha el vestido espiritual que se os ha entregado; nosotros, los que recibimos hace tiempo este don, demostremos un buen cambio de vida. Porque hay, sí, hay un regreso, si queremos, y es posible volver de nuevo a la antigua belleza y al prístino esplendor, con tal, únicamente, que nosotros contribuyamos con nuestra parte. 25. Efectivamente, en lo que atañe a la belleza corporal, es imposible que vuelva de nuevo a su mejor momento el semblante que, una vez por todas, se ha afeado, y que, por vejez, por enfermedad o por cualquier otra cinconstancia corporal, ha perdido su antigua belleza. Es, en efecto, un accidente de la naturaleza, y por esta razón es imposible regresar al esplendor de la belleza primera. En cambio, respecto del alma, si nosotros queremos, sí que es posible, gracias a la inefable bondad de Dios, y así el alma que una vez se manchó y por la muchedumbre de los pecados se afeó y envileció, puede rápidamente regresar a su primera belleza, con tal que nosotros demostremos una intensa y rigurosa conversión. 26. Ahora bien, esto lo digo para mí mismo y para los que fueron dignos del bautismo ya antes. Vosotros, sin embargo, los nuevos soldados de Cristo, hacedme caso y empeñaos por todos los medios en conservar puro vuestro vestido. En efecto, mucho mejor es tener ahora el cuidado y la preocupación de su brillo, de modo que podáis permanecer continuamente en la pureza y no cojáis mancha alguna, que, por haberos descuidado, llorar después y golpearos el pecho para poder limpiaros la mancha sobrevenida. No paséis lo que pasamos nosotros 14, os lo suplico, antes bien, que la negligencia de los que os precedimos os sirva de escarmiento a vosotros. 27. Y como soldados espirituales, nobles y vigilantes, limpiaos cada día vuestras armas espirituales, para que el enemigo, al ver el fulgor de las armas, se aleje y no piense que puede acercarse. Efectivamente, cuando vea, no sólo que brillan las armas, sino también que vosotros estáis bien protegidos por todas partes y que el tesoro de vuestra mente está bien asegurado con todo rigor, como una casa, él se ocultará y se marchará, sabedor de que nada más logrará, aunque intente el asalto miles de veces. Porque puede ser desvergonzado y atrevido en alto grado y más cruel que una fiera, pero, cuando ve al completo vuestra armadura espiritual y la fuerza que el Espíritu os ha dado, percibe con mayor exactitud su propia debilidad, y se retira con gran vergüenza y con gran desprecio de sí mismo, porque sabe que intenta lo imposible. 28. Por consiguiente, os lo suplico, vivamos todos sobriamente: los que fuimos antes considerados dignos de este don, para que podamos regresar a la primera belleza y purificarnos de la mancha sobrevenida, y los que acabáis de gustar la generosidad del rey demostrad vigilancia y gran firmeza, de modo que podáis permanecer en continua pureza y no recibáis la más leve mancha o arruga 15 por insidia del diablo; al contrario, como si éste se presentase, se colocara cerca y disparase los dardos de la maldad, nosotros fortifiquémonos bien por todos los flancos y resistámosle con mucha diligencia y con gran preocupación por nuestra propia salvación, para que podamos evitar las insidias de aquél, y por nuestra fidelidad nos atraigamos el auxilio de lo alto, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. ................................................. 1. Esta Catequesis probablemente se pronunció el martas de Pascua del año 390, al día siguiente de la anterior (cf. nota I de la Catequesis octava). 2. Cf. Is 29, 9. 3. Si 1, 22 (Vulg. 28). 4. Ef 5, 18. 5. 1 Co 6, 9-10. 6. 1 Co 10, 24. 7. 1 Ts 5, 1 1. 8. 1 Co 12, 25-26. 9. Dt 32, 15. 10. Cf. Ex 32, 4. 11. Sal 78, 34. 12. Cf. 2 Co 11, 33; Hch 9, 22-25. 13. Cf. Hch 8, 22. 14. Utiliza el plural de inclusión: él es uno más de los que recibieron el bautismo pero descuidaron la gracia. 15. Cf. Ef 5, 27. NOVENA CATEQUESIS 1 «Del mismo: exhortación a abstenerse de la molicie y de la embriaguez, y a preferir a todo la moderación. También para los nuevos iluminados». 1. Aunque el ayuno haya pasado, queridos, quede sin embargo, la piedad. Aunque haya transcurrido ya el tiempo de la santa Cuaresma, con todo, nos nos desprendamos de su recuerdo al menos. Pero que nadie, os lo suplico, lleve a mal esta exhortación. AYUNO-CRISO: Porque no digo esto para obligaros a ayunar de nuevo, sino porque quiero que aflojéis un poco y que ahora particularmente deis pruebas más rigurosas del verdadero ayuno. Efectivamente, es posible ayunar incluso no ayunando. ¿Y cómo? Os lo diré: cuando tomamos alimentos, pero nos abstenemos de los pecados. Éste es, en efecto, el ayuno provechoso, y él es la razón de ser de la abstinencia de alimentos: para facilitarnos nuestra carrera hacia la virtud. Por consiguiente, si queremos tener el conveniente cuidado del cuerpo y guardar el alma limpia de pecados, convenzámonos y obremos así. 2. Efectivamente, este modo de ayunar nos será bastante más fácil, porque, durante aquel ayuno -el de la abstención de alimentos, quiero decir- oía yo a muchos afirmar que soportaban penosamente el peso de no comer, disculparse con la debilidad del cuerpo, lamentarse de muchas otras maneras y aseverar que el no lavarse y el beber agua sola acababa con ellos. Pues bien, durante este otro ayuno es imposible pretextar nada semejante. Efectivamente, no sólo es posible gozar de todas esas cosas, sino también procurar al cuerpo el oportuno cuidado y tener por el alma la conveniente solicitud. Por de pronto, ahora no estoy exhortándote a que te abstengas un tiempo de alguna cosa de éstas. Aléjate únicamente del pecado, y da continuamente pruebas de esta abstinencia, y así podrás cumplir el verdadero ayuno en todo el tiempo de tu vida. Efectivamente, el goce moderado de las cosas antes enumeradas no se impide; en cambio, se prohibe todo pecado. Ahora bien, éste no nace de otra parte que de la molicie, de la glotonería y de la mucha pereza. Por esta razón, os lo suplico, ya que esto lo sabemos cabalmente, no utilicemos injustas disculpas de nuestra desidia. 3. En efecto, lo que muchas veces dije, lo repetiré también ahora: igual que el uso mesurado del comer proporciona gran provecho, tanto a la salud del cuerpo como al estado del alma, así también la desmesura destruye al hombre por ambas partes, ya que la glotonería y la embriaguez debilitan el vigor corporal y arruinan la salud del alma. Así pues, evitemos la desmesura y no seamos negligentes en lo que atañe a nuestra propia salvación, antes bien, sabedores de que ella es raíz de todos los males, cortémosla sin contemplaciones. Efectivamente, como de una fuente, así todas las especies de pecados nacen de la molicie y de la embriaguez, y lo que es la materia combustible para el fuego, eso son la molicie y la embriaguez para la caída en los pecados; y como allí, cuanto más abunda la leña, mayor es la hoguera y más alta sube la llama, así también aquí, al entregarse uno a la molicie y a la embriaguez, hace que se acreciente la hoguera de los pecados. 4. Ciertamente sé que vosotros, inteligentes como sois, después de nuestra exhortación no os vais a permitir el sobrepasar los límites de lo necesario. Pero yo os exhorto ahora, y con razón, a que no os alejéis únicamente de esta embriaguez, sino también de la que se produce sin vino, ya que ésta es aún más grave. Y no os sorprendáis de lo que acabo de decir, porque es posible embriagarse sin vino. Y que sea posible embriagarse sin vino, escucha al profeta cuando dice: ¡Ay de los que os embriagáis, y no de vino! /Is/29/09 2. ¿Qué clase, pues, de embriaguez es ésta, sin vino? Es múltiple y variada. En efecto, producen embriaguez la ira, la vanagloria y el orgullo insensato; y cada una de las fatales pasiones nacidas en nosotros produce también en nosotros una especie de embriaguez y de hartura, y oscurece nuestra razón. Efectivamente, la embriaguez no es otra cosa que extravío de la inteligencia natural, alteración de los razonamientos y pérdida de la conciencia. 5. Por tanto, dime, ¿en qué son menos que los borrachos de vino los que se encolerizan y se emborrachan de furor y dan muestra de tanta inmoderación que se comportan igualmente contra todos, y ni miden las palabras ni saben distinguir las personas? Efectivamente, como los locos y frenéticos se arrojan ellos mismos a los precipicios sin darse cuenta de ello, así también los que se encolerizan y son asaltados por el furor. Y por esta razón un sabio, queriendo mostrar la perdición que es semejante embriaguez, dice: Porque el ímpetu de su pasión lo hará caer 3. ¿Ves cómo en breve sentencia nos hace comprender la demencia de esta pasión fatal? 6. Pero, a su vez, también la vanagloria y la necia soberbia son otras formas de embriaguez, y más graves aún que la misma embriaguez. Efectivamente, quien es presa de estas pasiones pierde, por así decirlo, el criterio incluso de los mismos órganos de los sentidos, y tampoco él está en mejor condición que los locos. Y efectivamente, destrozado cada día por estas pasiones, no se da cuenta de nada hasta que, hundido en el abismo mismo de la maldad, se ve envuelto en males incurables. Rehuyamos, pues, os lo suplico, tanto la embriaguez de vino como el oscurecimiento que nos viene de absurdas pasiones, y escuchemos al común maestro del universo, que nos dice: No os embriaguéis con vino, en el cual está la perdición 4. 7. ¿Ves cómo por medio de esta palabra nos ha puesto en claro que también es posible embriagarse de otras maneras? Porque, si no hubiera otras formas de embriaguez, ¿por qué razón cuando dijo: No os embriaguéis, añadió: con vino? Y mira, a través de lo que añade, su excelsa sabiduría y la exactitud de su enseñanza, pues, cuando hubo dicho: No os embriaguéis con vino, añadió: en el cual está la perdición, poco más o menos como mostrándonos que la inmoderación en él se nos convierte en causa de todos los males. En el cual -dice- está la perdición, esto es, por medio del cual perdemos la riqueza de la virtud. 8. Y para que sepas que esto es lo que nos da a entender, intentaremos esclarecéroslo partiendo de los términos mismos que emplea. Efectivamente, solemos llamar perdidos a aquellos jóvenes que vemos derrochar a lo loco y sin necesidad alguna la hacienda paterna, y que habiendo consumido en breve tiempo toda la riqueza paterna, quedan reducidos a miseria extrema. Así son también los que caen presa de la embriaguez del vino: no saben ya administrar como se debe la riqueza de la mente, sino que, como los jóvenes perdidos, así también ellos, anegados por la embriaguez, tanto si se trata de derrochar palabras como de hablar algo inconveniente y muy pernicioso, todo lo dicen y lo hacen sin escrúpulo, y peor que aquellos perdidos que dilapidaban la fortuna paterna, éstos se precipitan solos en la más extrema pobreza de la virtud, y muchas veces, sin darse de ello cuenta, revelan los secretos de su pensamiento y, después de haber dilapidado las riquezas de su pensamiento, se ven repentinamente desnudos y privados de todo escrúpulo y de toda conciencia. El peligro de la embriaguez 9. EMBRIAGUEZ/CRISO: En efecto, el que se embriaga no sabe administrar con discernimiento sus palabras, sino que, como casa abierta por todas partes y fácilmente atacable por cualquier insidioso, así está la mente del tal: abierta de par en par y destrozada por las funestas pasiones. Porque, al fin y al cabo, la embriaguez no es más que traición de los pensamientos, calamidad que hace reír y enfermedad de que se hace burla. La embriaguez es un demonio voluntariamente elegido; la embriaguez es oscurecimiento de los razonamientos; la embriaguez es atizador de las pasiones de la carne. Efectivamente, al que está atormentado por el demonio, muchas veces hasta lo compadecemos; en cambio, con el borracho nos indignamos y airamos, ¿por qué razon? Porque aquello es vejación del demonio, y esto, en cambio, es prueba de mucha despreocupación; aquello es insidia del demonio, mientras esto es insidia de los propios pensamientos 10. Y para que aprendas que así es realmente, míramelo victima de los mismos males que el endemoniado, y aun peores. Efectivamente, como el endemoniado arroja espuma por la boca, se cae y muchas veces permanece inmóvil sobre el suelo, sin reconocer a los presentes, pero haciendo visajes con los ojos, así también el que se embriaga, después que el exceso de vino ingerido ha devastado su capacidad crítica de los pensamientos, lo mismo que aquél, no sólo arroja espuma por su boca y yace abandonado en peores condiciones que un cadáver, sino que también, muchas veces, arroja por su boca liquido podrido. Y desde ese momento se hace repulsivo para los amigos, insoportable para la mujer, ridículo para los hijos y despreciable para los esclavos, y en una palabra, a los ojos de todos cuantos le ven aparece como tema de indecencias y de risa. 11. ¿Ves cómo estos tales son más miserables que los endemoniados? ¿Y quieres aprender, además de todo eso, cuál es el principal de los males? Porque, después de tener dichas tantas cosas, todavía no he puesto el remate: el que se embriaga se hace extraño al reino de los cielos. Escucha lo que dice el bienaventurado Pablo: No os engañéis, que ni los fornicarlos, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los invertidos, ni los borrachos, heredarán el reino de los cielos 5. Pero quizá alguien diga: «Entonces, ¿qué? ¿Los idólatras, los adúlteros y los borrachos quedan por igual fuera del Reino?» Querido, esto no quieras saberlo de mí, porque yo he leído la ley tal como es; por tanto, no andes dándole vueltas a eso, esto es, si el borracho paga la misma pena que los otros, sino mira bien esto otro: que también sufre la privación del Reino; ahora bien, una vez puesto fuera de él, ¿qué consuelo podrá ya tener? 12. Y digo esto ahora, no como acusación de los presentes, ¡Dios me libre! Estoy convencido, en efecto de que vosotros estáis limpios de esta pasión, por la gracia de Dios, y la mejor prueba de ello la encuentro en vuestra concurrencia aquí con tanto ardor, y en vuestra diligencia en escuchar esta instrucción espiritual, porque no es posible que esté deseoso de palabras divinas el que no es sobrio ni está vigilante. Os digo esto, sin embargo, porque a través de vosotros quiero también instruir a los demás, y porque quiero que vosotros os hagáis más firmes, de modo que nunca vengáis a ser presos de esta pasión. 13. Y es que los tales podría decirse que son más irracionales que los mismos irracionales. ¿Cómo? Yo os digo: los irracionales, cuando tienen sed, contienen el deseo en los límites de la necesidad, y nunca se permiten sobrepasar la necesidad; los hombres, en cambio, los racionales, no se aplican a calmar la sed, sino a ver de anegarse en vino y agravar así su propio naufragio. Efectivamente, lo mismo que un barco sobrecargado zozobra enseguida, así también el hombre que sobrepasa los límites de la necesidad e impone a su estómago una sobrecarga: rápidamente hunde su mente y envilece la nobleza de su alma. 14. Por eso, queridos, os conviene preocuparos seriamente de corregir al prójimo y arrebatarle a ese oleaje, para que obtengáis un salario mayor, no sólo por lo que toca a vosotros mismos, sino también por la salvación de los demás. Así decía también Pablo: Ninguno busque su propio bien, sino el del otro 6, y de nuevo: Edificnos mutuamente 7. Por consiguiente, no mires sólo que tú estás sano y libre de enfermedad, sino cuida también y preocúpate mucho de que también el que es miembro tuyo se vea libre del daño consiguiente y evite la enfermedad, porque miembros somos los unos de los otros, y si un miembro padece, menester es que todos los miembros a una se conduelan; y si un miembro es glorifcado, todos los miembros a una deben congratularse 8. 15. No teníais tanta necesidad de exhortación y de consejo durante el tiempo de la santa Cuaresma como ahora. Entonces, efectivamente, la resolución de ayunar os volvía mesurados, aun sin quererlo. Ahora, en cambio, estoy asustado por el temor a vuestra seguridad y a la despreocupación que de ella se deriva, porque realmente ante nada se siente tan inútil la humana naturaleza como ante la dejadez. Por esta razón el Señor en su bondad, ya desde los mismos comienzos impuso al género humano como una especie de freno, al condenar al hombre al trabajo y al sufrimiento, prueba de su gran preocupación por nuestra salvación. Los judíos y la dejadez 16. PEREZA/PERVERSIÓN: Continuamente, en efecto, necesitamos del freno para caminar en buen orden. De hecho, por ahí les vino a los judíos mismos el atraerse la ira de lo alto. Cuando efectivamente gozaron de gran relajación y estuvieron seguros, después de verse libres de la dura esclavitud de Egipto, lo propio era que intensificaran la acción de gracias, que se dieran con mayor celo a glorificar al Señor, y que fueran muy generosos con quien tan grandes beneficios les había conferido. Pero ellos hicieron lo contrario: su mucha dejadez los pervirtió. Y por esta razón la divina Escritura los acusa cuando dice: Comió Jacob y se hinchó; engordó y engrosó el amado, y coceó 9. 17. Efectivamente, después de tantas maravillas y de aquellos inimaginables milagros -la travesía del mar, el desastre de los egipcios y el nuevo y extraño alimento del maná- y aunque todavía les habitaba la memoria de los beneficios, tan pronto como se encontraron en medio de fuerte relajación, echaron en completo olvido aquello, se fabricaron un becerro y lo adoraron diciendo: Israel, estos son tus dioses, los que te sacaron de la tierra de Egipto 10. ¡Qué ingratitud! ¡Qué tremenda falta de sensibilidad! Porque tal fue siempre su costumbre: en cuanto se toman algún relajamiento, se dejan llevar al precipicio y se olvidan de su bienhechor, pero, en cuanto se sienten un poco apretados, entonces pliegan velas y se humillan. Por esto también el bienaventurado David, para ilustrar esto, decía: Si los mataba, entonces le buscaban 11. 18. Sólo que ésta es la costumbre de los servidores ingratos y de los insensibles judíos. Nosotros, en cambio, os lo suplico, revolviendo continuamente en nuestras mentes los dones de Dios y recordando la magnitud y el número de sus beneficios, seamos generosamente agradecidos, reconozcamos en todo instante en Él la causa de nuestro bien, demostremos una conducta digna de sus beneficios y, en fin, cada día empeñemos nuestro esfuerzo en la salud de nuestra propia alma. Y muy particularmente vosotros, los que recientemente fuisteis considerados dignos de la iniciación en los misterios; los que os habéis quitado de encima la carga de los pecados; los que os habéis revestido la túnica esplendente. ¡Y qué digo la túnica esplendente! ¡Los que os habéis revestido de Cristo mismo y habéis recibido como morador en vosotros al Señor de todas las cosas! Vosotros, pues, dad pruebas de una conducta digna de ese huésped, para que os atraigáis mayor gracia de lo alto y os apliquéis ardientemente a ser imitadores del que primero fue perseguidor, pero después apóstol. Pablo y Simón Mago 19. Éste, cuando fue bautizado e iluminado con la luz de la verdad, inmediatamente se hizo así de grande, pero aun se hizo mucho más grande según fue pasando el tiempo. Efectivamente, después que él hubo contribuido con cuanto de él dependía: el celo, el ardor, la decisión generosa, el fervoroso deseo y el desprecio de los presentes, en adelante iban fluyendo sobre él con gran abundancia los dones de la gracia de Dios. Y el que antes de esto había dado pruebas de un furor incontenible, que había corrido por todas partes, y por todos los medios había guerreado contra la causa de la piedad, en cuanto conoció el camino de la verdad, se puso a confundir a los ingratos judíos, y fue descolgado en un serón por una ventana 12 para que pudiera escapar a la crueldad de los furiosos judíos. ¿Viste el repentino cambio? ¿Ves cómo la gracia del Espíritu Santo transformó su alma, cómo cambió su voluntad y cómo, al igual que un fuego que se abate sobre los espinos, así también entró en él la gracia del Espíritu, consumió las espinas de sus pecados y le tornó más resistente que el diamante? 20. Imitadle a él vosotros también, os lo suplico, y no solamente podréis ser llamados «nuevos iluminados» para dos, tres, diez e incluso veinte días, sino que también mereceréis este apelativo después de transcurridos diez, veinte o treinta años y, por así decirlo, durante toda vuestra vida. Efectivamente, si por medio de la práctica de las buenas obras nos esforzamos por hacer más resplandeciente la luz que hay en nosotros, quiero decir, la gracia del Espíritu, de modo que nunca la dejemos extinguirse, gozaremos de ese nombre a lo largo de todo el tiempo. Porque, lo mismo que es posible que el que ayuna, vela y demuestra una conducta digna sea perpetuamente un «nuevo iluminado», así también, a su vez, es posible volverse indigno de este nombre con un solo día de negligencia. 21. Así el bienaventurado Pablo, puesto que por la gracia subsiguiente se atrajo un mayor apoyo de lo alto, permanecía constantemente en este resplandor y volvía más refulgente en él la luz de la virtud. En cambio, el Simón Mago aquel, después que, arrepentido, corrrió hacia el don del bautismo y gozó de la gracia y de la generosidad del Señor, pero no contribuyó con una disposición digna, sino que demostró una gran negligencia, de repente se quedó privado de gracia tan grande, hasta el punto de recibir del primero de los apóstoles un consejo: curar por el arrepentimiento la enormidad de la falta; le dice, efectivamente: Arrepiéntete, pues, de esta maldad tuya, por si te es perdonado este pensamiento de tu corazón 13. 22. Pero no quiera Dios que alguien de los aquí reunidos se exponga alguna vez a algo parecido, al contrario, ojalá, a ejemplo del bienaventurado Pablo todos vosotros acrecentéis tanto vuestra virtud que merezcáis más abundante generosidad por parte del Señor. Efectivamente, querido, no son cosas de poca monta aquellas de las que se nos ha considerado dignos: la grandeza de lo que se nos ha dado sobrepasa toda humana inteligencia y vence a nuestro razonamiento. Considera, por favor, qué cargo tan importante se te ha confiado, efectivamente, y cuál es la dignidad que has recibido del rey del universo. Porque tú, el que antes eras esclavo, el cautivo, el fracasado, súbitamente has sido elevado a la categoría de hijo. Por consiguiente, no te descuides ni dejes que te arrebaten esta tu dignidad, ni que te priven de esta tu riqueza espiritual, porque, si tú no quieres, nadie podrá nunca arrebatarte los dones que Dios te ha dado. 23. Esto no es posible, sin embargo, en las cosas humanas. Efectivamente, cuando uno obtiene de un rey de la tierra una dignidad, el que le sea arrebatada no está en su propia decisión, sino que el mismo que proporciona el cargo es también dueño de retirarlo, y así, cuando él quiere, despoja de la dignidad al que la recibió, le reduce repentinamente a simple particular y le separa del mando. Totalmente contrario es lo que ocurre con nuestro Rey: la dignidad que por su bondad nos fue dada una vez por todas -quiero decir la adopción filial, la santificación y la gracia del Espíritu-, si nosotros no somos unos descuidados, a nadie de nosotros podrá nunca serle arrebatada. ¡Y qué digo arrebatar! ¡Cuando Él nos vea responder generosamente de lo que ya nos ha dado, añadirá todavía más y así con su generosidad aumentará una vez más los dones que de Él vienen! Necesidad y posibilidad de continua conversión de los bautizados 24. Conscientes, pues, de que, después de la gracia de Dios, todo depende de nosotros y de nuestra diligencia, respondamos generosamente de lo que ya se nos ha dado, para hacernos dignos de dones aún mayores. Por eso os exhorto: vosotros, los que habéis sido recientemente considerados dignos del don divino, demostrad una gran circunspección, y conservad puro y sin mancha el vestido espiritual que se os ha entregado; nosotros, los que recibimos hace tiempo este don, demostremos un buen cambio de vida. Porque hay, sí, hay un regreso, si queremos, y es posible volver de nuevo a la antigua belleza y al prístino esplendor, con tal, únicamente, que nosotros contribuyamos con nuestra parte. 25. Efectivamente, en lo que atañe a la belleza corporal, es imposible que vuelva de nuevo a su mejor momento el semblante que, una vez por todas, se ha afeado, y que, por vejez, por enfermedad o por cualquier otra cinconstancia corporal, ha perdido su antigua belleza. Es, en efecto, un accidente de la naturaleza, y por esta razón es imposible regresar al esplendor de la belleza primera. En cambio, respecto del alma, si nosotros queremos, sí que es posible, gracias a la inefable bondad de Dios, y así el alma que una vez se manchó y por la muchedumbre de los pecados se afeó y envileció, puede rápidamente regresar a su primera belleza, con tal que nosotros demostremos una intensa y rigurosa conversión. 26. Ahora bien, esto lo digo para mí mismo y para los que fueron dignos del bautismo ya antes. Vosotros, sin embargo, los nuevos soldados de Cristo, hacedme caso y empeñaos por todos los medios en conservar puro vuestro vestido. En efecto, mucho mejor es tener ahora el cuidado y la preocupación de su brillo, de modo que podáis permanecer continuamente en la pureza y no cojáis mancha alguna, que, por haberos descuidado, llorar después y golpearos el pecho para poder limpiaros la mancha sobrevenida. No paséis lo que pasamos nosotros 14, os lo suplico, antes bien, que la negligencia de los que os precedimos os sirva de escarmiento a vosotros. 27. Y como soldados espirituales, nobles y vigilantes, limpiaos cada día vuestras armas espirituales, para que el enemigo, al ver el fulgor de las armas, se aleje y no piense que puede acercarse. Efectivamente, cuando vea, no sólo que brillan las armas, sino también que vosotros estáis bien protegidos por todas partes y que el tesoro de vuestra mente está bien asegurado con todo rigor, como una casa, él se ocultará y se marchará, sabedor de que nada más logrará, aunque intente el asalto miles de veces. Porque puede ser desvergonzado y atrevido en alto grado y más cruel que una fiera, pero, cuando ve al completo vuestra armadura espiritual y la fuerza que el Espíritu os ha dado, percibe con mayor exactitud su propia debilidad, y se retira con gran vergüenza y con gran desprecio de sí mismo, porque sabe que intenta lo imposible. 28. Por consiguiente, os lo suplico, vivamos todos sobriamente: los que fuimos antes considerados dignos de este don, para que podamos regresar a la primera belleza y purificarnos de la mancha sobrevenida, y los que acabáis de gustar la generosidad del rey demostrad vigilancia y gran firmeza, de modo que podáis permanecer en continua pureza y no recibáis la más leve mancha o arruga 15 por insidia del diablo; al contrario, como si éste se presentase, se colocara cerca y disparase los dardos de la maldad, nosotros fortifiquémonos bien por todos los flancos y resistámosle con mucha diligencia y con gran preocupación por nuestra propia salvación, para que podamos evitar las insidias de aquél, y por nuestra fidelidad nos atraigamos el auxilio de lo alto, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. ................................................. 1. Esta Catequesis probablemente se pronunció el martas de Pascua del año 390, al día siguiente de la anterior (cf. nota I de la Catequesis octava). 2. Cf. Is 29, 9. 3. Si 1, 22 (Vulg. 28). 4. Ef 5, 18. 5. 1 Co 6, 9-10. 6. 1 Co 10, 24. 7. 1 Ts 5, 1 1. 8. 1 Co 12, 25-26. 9. Dt 32, 15. 10. Cf. Ex 32, 4. 11. Sal 78, 34. 12. Cf. 2 Co 11, 33; Hch 9, 22-25. 13. Cf. Hch 8, 22. 14. Utiliza el plural de inclusión: él es uno más de los que recibieron el bautismo pero descuidaron la gracia. 15. Cf. Ef 5, 27. DUODÉCIMA CATEQUESIS 1 «Del mismo. Acogida y alabanza de los venidos de los lugares circundantes; y además, que, mientras los justos que habían recibido las promesas sensibles aspiraban a los bienes inteligibles en vez de a los sensibles, nosotros, por el contrario, que hemos recibido la promesa de los bienes inteligibles, nos quedamos boquiabiertos ante los bienes sensibles; y que conviene que, al amanecer y por la tarde, acudamos presurosos a la iglesia para hacer las oraciones y las confesiones 2. y también para los nuevos iluminados». Elogio del público venido de la campiña 1. En los días pasados, vuestros buenos maestros 3 os han regalado bastante los oídos, y habéis gustado constantemente su exhortación espiritual, al tiempo que participabais de la abundante bendición procedente de las reliquias de los santos mártires. Por fin hoy, en vista de que los que han afluido hasta nosotros desde el campo 4 han dado mayor brillantez a nuestro público, también nosotros vamos a ponerles una copiosísima mesa espiritual, rebosante del amor que ellos nos han demostrado. Por tanto, después de ofrecerles esta recompensa y de aceptar su buena disposición para con nosotros, esforcémonos por demostrarles ancha hospitalidad. Efectivamente, si ellos no vacilaron en recorrer un camino tan largo para proporcionarnos con su presencia esta inmensa alegría, justo es de todo punto que nosotros hoy les ofrezcamos mucho más abundante este manjar espiritual, para que tomen de aquí suficiente viático y puedan así regresar a casa. 2. Son, efectivamente, hermanos nuestros, y son también miembros del cuerpo de la Iglesia. Abracémosles, pues, como miembros nuestros, y démosles así prueba de nuestro sincero amor hacia ellos, y no paremos mientes en que tienen un modo de hablar diferente, sino comprendamos exactamente la sabiduría de sus almas; ni reparemos en que tienen una lengua bárbara, sino reconozcamos sus sentimientos de dentro y el hecho de que ellos con sus obras están demostrando justamente lo mismo que nosotros nos esforzamos por enseñar con nuestros sabios discursos, y así ellos con sus obras cumplen la ley del Apóstol, que manda ganarse el alimento cotidiano con el trabajo de las propias manos. 3. Escucharon, efectivamente, al bienaventurado Pablo, que dice: Y nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos 5; y de nuevo: Sabéis que, para lo que yo y quienes están conmigo hemos necesitado, estas manos me sirvieron 6. Y al esforzarse por cumplir esto con las obras mismas, producen una voz más clara que los discursos, y así, por sus obras, se manifiestan a sí mismos dignos también de la bienaventuranza proclamada por Cristo, pues bien: Bienaventurado el que hace y enseña 7. Efectivamente, cuando se escoge la enseñanza por las obras, no hay ya necesidad de instrucción por las palabras. Y a cada uno de éstos podrías verlo, ya de pie junto al altar sagrado leyendo las leyes divinas e instruyendo a los oyentes, ya en plena faena de cultivo de sus tierras, unas veces tirando del arado, abriendo los surcos, arrojando la semilla y confiándola al regazo de la tierra, y otras veces manejando el arado de la enseñanza y depositando en las almas de los discípulos la semilla de las lecciones divinas. 4. Por consiguiente, no pasemos por alto su virtud, por fijarnos simplemente en su aspecto externo y en su peculiar lenguaje, sino tratemos de comprender con exactitud su vida angélica, su sabia conducta 8. Entre ellos, efectivamente, están desterradas toda molicie y toda glotonería; y no solamente esto, sino también cualquier otra delicadeza de las que tienen su carta de ciudadanía en las ciudades. Ellos toman solamente la cantidad de alimento que puede bastarles para el sostenimiento de la vida, y todo el resto del tiempo ocupan sus mentes en himnos y en oraciones continuas, en lo cual también imitan la vida de los ángeles. 5. Efectivamente, lo mismo que aquellas potencias incorpóreas tienen como única tarea alabar en todo momento al creador de todas las cosas, así también estos hombres admirables: satisfacen la necesidad del cuerpo, porque están unidos a la carne, y todo el tiempo restante se dedican a los himnos y a las oraciones, tras decir adiós a todas sus aspiraciones terrenales, y por medio de esta su óptima conducta, se esfuerzan por lograr que sus oyentes los imiten. Por tanto, ¿quién podrá felicitar a éstos como se merecen, porque, sin haber tenido participación alguna en la instrucción de fuera ellos han aprendido la verdadera sabiduría, con lo cual han demostrado cumplir con las obras aquello del Apóstol: Porque lo loco de Dios es más sabio que los hombres 9? 6. Y es que, cuando ves a este hombre simple, rústico y que no sabe más que las faenas agrícolas y el cultivo de la tierra, que realmente no hace caso alguno de las cosas presentes, pero que en alas de su mente se lanza hasta los bienes que están en los cielos, que posee el saber 10 sobre aquellos bienes inefables y que conoce con exactitud lo que nunca pudieron ni imaginar los filósofos, tan ufanos de su barba y de su bastón, ¿cómo no vas a tener bien clara la demostración del poder de Dios? Porque, dime, ¿de qué otra parte podría venir tan gran sabiduría de la virtud y el no aplicarse a los bienes visibles, sino al contrario, al preferir a las cosas manifiestas y que están a la mano los bienes ocultos, invisibles y objeto de la esperanza? FE/DEFINICIÓN: Esto es, efectivamente, la fe: cuando uno cree que los bienes prometidos por Dios y que no son manifiestos a los ojos del cuerpo son más dignos de crédito que los bienes manifiestos y patentes ante nuestros ojos. La fe de Abraham en los bienes espirituales 7. Así es como se hicieron célebres todos los hombres justos y fueron considerados dignos de aquellos inefables bienes. Así fue proclamado el patriarca Abraham de parte de Dios, cuando hubo sobrepasado la debilidad de la humana naturaleza y tendió su mente por entero al poder del que le hizo la promesa. Y por eso también le proclama la divina Escritura, pues dice: Y creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia 11. Y por esta razón también, cuando ya desde el principio oyó: Sal de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre, y ¡halal, a la tierra que yo te mostraré 12, él obedeció con la mejor voluntad y puso por obra lo mandado, y abandonó la tierra familiar donde tenía plantada su tienda, y salió, pero sin saber adónde se detendría. Pues bien, a las cosas manifiestas y bien reconocidas por todos, él prefirió lo mandado de parte del Señor, y no solamente no hizo preguntas curiosas, ni su mente se turbó, sino que, centrando su mirada en la dignidad del que le mandaba, y dejando de lado todo impedimento humano, sólo tuvo una preocupación: no omitir nada de lo mandado. 8. Ahora bien, todo esto sucedió, no solamente por causa del justo, para demostrar la grandeza de su fe, sino también para que nosotros emulemos al patriarca. Efectivamente, así que Dios vio su alma generosa, como astro ignorado y oculto, quiso trasladarlo a la tierra de Canaán, justamente para que condujera a la razón de la piedad a los que allí andaban descarriados y con la mente afectada todavía por la tiniebla de la ignorancia. Esto es lo que realmente sucedió, y por medio de Abraham, no solamente los que habitaban Palestina, sino también los de Egipto, llegaron a conocer la providencia de Dios para con él, y la virtud del justo. Mira, en efecto, su excelsa magnanimidad, y cómo en alas de su deseo de Dios no se paró en la linde de lo visible, ni se aplicaba solamente a lo prometido, sino que lograba figurarse los bienes futuros. Y pues Dios le había prometido una tierra, un lugar de otra tierra diciendo: Sal de tu tierra, y ¡hala!, a la tierra que yo te mostraré, él dejó las realidades sensibles y se prendó de las inteligibles. 9. ¿Acaso os parece un enigma lo que acabo de decir? No os desconcertéis, sin embargo, os daré la explicación, para que os enteréis de cómo este justo, después de recibir la promesa de bienes sensibles, fijó su deseo en los bienes inteligibles. ¿De dónde, pues, sabremos esto con exactitud? Escuchemos al mismo interesado que dice..., pero no, escuchemos más bien al bienaventurado Pablo, el maestro del universo, el que sabe todo esto con exactitud y que habla de él, y no sólo de él, sino también de todos los justos. Efectivamente, queriendo recordar la lista de hombres justos como Abraham, Isaac y Jacob, dice: Conforme a la fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino mirándolas y saludándolas de lejos, y confesando que eran forasteros y peregrinos sobre la tierra 13. 10. ¿Qué estás diciendo, oh bienaventurado Pablo? ¿No recibieron las promesas? ¿No ocuparon toda Palestina? ¿No fueron dueños de la tierra? «Sí -dice-, recibieron Palestina y la posesión de la tierra, pero con los ojos de la fe fijaban su deseo en otras cosas». Por eso añadió: Porque los que dicen esto, claramente dan a entender que buscan una patria, y que si se hubieran acordado de aquella de donde salieron, tiempo tuvieron ciertamente para volverse; sin embargo, deseaban una mejor, esto es, la celestial 14. ¿Ves su anhelo? ¿Ves su deseo? ¿Ves cómo, mientras el Señor por todas partes les prometía bienes materiales y dialogaba acerca de la tierra, ellos buscaban esta otra patria y tendían hacia la que está en los cielos? Por esto, efectivamente, añadió: De la cual es Dios artífice y hacedor 15. ¿Ves cómo ellos deseaban los bienes inteligibles y cómo se figuraban aquellos bienes que no se manifiestan a los ojos corporales, pero son conocidos por la fe? La vanidad de los bienes materiales 11. Pero aquí mi mente se desconcierta y mi pensamiento se confunde, cuando considero que nosotros caminamos al contrario que ellos. Efectivamente, como estos justos, aunque recibieron una promesa de bienes sensibles, fijaron su deseo en los bienes inteligibles, así también nosotros, pero al revés: aunque hemos recibido una promesa de bienes inteligibles, nos alucinamos con los bienes sensibles, y desoímos al bienaventurado Pablo, que dice: Porque las cosas que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas 16. Y de nuevo en otra parte, para revelar que tales son las cosas preparadas para los que aman a Dios, dice Cosas que ni ojo vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre 17. Pero nosotros, incluso después de todo esto, seguimos boquiabiertos ante los bienes presentes, quiero decir, ante la riqueza, la gloria de la vida presente, la molicie, los honores que vienen de los hombres: todo esto, en efecto, parece ser lo brillante de la presente vida. Dije «parece», porque en nada difiere de una sombra y de un sueño. 12. Efectivamente, la misma riqueza muchas veces ni siquiera dura hasta el anochecer en manos de quienes creían poseerla, sino que, cual esclavo fugitivo e ingrato, va pasando de uno a otro, y deja desnudos y solos a quienes se desvivían por honrarla; y que muchas veces también envuelve en peligros insoportables a los que tanto la desean, la experiencia misma de los hechos se lo enseña a todos. Y algo así es también la gloria humana, porque quien hoy aparece ante todos ilustre y famoso, de repente cae en la deshonra y en el desprecio de todos. 13. Por consiguiente, ¿qué puede haber de menos valor que estos bienes, quiero decir, los que antes de aparecer ya han volado, los que nunca se quedan quietos, sino que tan rápidamente escapan a los que se dejan fascinar por ellos? Efectivamente, como nunca es posible ver la rueda quieta sobre el mismo punto de la llanta, sino que da vueltas continuamente y sube y baja, así también ocurre con los bienes en cuestión. De fácil vaivén es, en efecto, el cambio de los negocios humanos, y rápida la mudanza, sin nada seguro ni estable; al contrario, todo es voluble y con pronta inclinación a lo opuesto. Por consiguiente, ¿qué podría haber de más ridículo que esas gentes que se quedan boquiabiertas y clavadas ante los bienes presentes, y los consideran preferibles a los que son constantes y permanecen siempre? 14. Por esta razón también el profeta, al lanzar la grave acusación contra los que se dejan alucinar por estas cosas, dice: Como estables las consideraban, y no como fugaces 18. ¿Ves cómo con una sola palabra quiso expresar su ser de nonada? Pues no dijo: «como transitorias», ni dijo: «como cambiantes», ni dijo: «escurridizas», sino, ¿qué? «Como fugaces», queriendo poner de manifiesto su rapidez y su grande y repentina mudanza, y para enseñarnos a no estar nunca sujetos a las cosas que se ven, sino a creer y a tener plena confianza únicamente en las que Dios ha prometido. 15. Efectivamente, aunque medien mil impedimentos, las promesas de parte de Dios nunca fallarán, porque, lo mismo que Él es inmutable e inalterable, y perdura siempre y constantemente, así también sus promesas son indefectibles e inconmovibles, a no ser que se obstaculice su realización por parte nuestra. En las cosas humanas, sin embargo, ocurre lo contrario, porque al ser corruptible y perecedera la naturaleza de los hombres, así también son corruptibles y caducos los bienes que proceden de los hombres. Y es justo, puesto que los hombres somos todos corruptibles, y la naturaleza de los humanos dones imita a nuestra naturaleza. En cambio, nada parecido es posible ni sospechar siquiera en las promesas de Dios, antes al contrario, estas promesas son las únicas en tener seguridad, inmutabilidad, fijeza y constancia. Los deberes de los nuevos bautizados 16. Por esto, os lo suplico, busquemos las que perduran siempre y no sufren mudanza. Por lo demás, también, si yo he desarrollado mi discurso delante de vosotros, lo hice adrede, para hacer una exhortación común para todos, tanto para los iniciados de antiguo en los misterios, como para los recién considerados dignos del don bautismal. Pues bien, ya que en los días pasados, al reunirnos continuamente junto a los sepulcros de los santos mártires, disfrutábamos de la gran bendición que de ellos brota y gustábamos su abundosa enseñanza, y ya que, en cambio, de ahora en adelante se interrumpirá la continuidad de las reuniones, siento la necesidad de recordar a vuestra caridad que tengáis siempre resonando en vuestra memoria tan importante enseñanza, y que a todos los bienes de esta vida prefiráis los bienes espirituales. 17. También os recuerdo 19 que con la mayor diligencia vengáis aquí al amanecer y rindáis al Dios del universo vuestras oraciones y vuestras confesiones, y le deis gracias por los bienes que ya os ha otorgado, y le supliquéis el poder haceros dignos de su ayuda para guardarlos en lo sucesivo, y así, después de salir de aquí, que cada uno emprenda con toda circunspección los negocios que le atañen. Así, uno se dedicará al trabajo manual, otro se alistará en el ejército y un tercero entrará en la política. Cada uno, sin embargo, acérquese a sus asuntos con temor e inquietud y pase todo el tiempo de la jornada como quien debe presentarse de nuevo aquí al anochecer para dar al Señor cuenta de toda la jornada y pedirle perdón por los fallos. Porque realmente, aunque mil veces tratemos de asegurarnos, es imposible no hacernos responsables de muchas y variadas caídas; por ejemplo, de haber hablado inoportunamente, de haber prestado oído a vanos rumores, de haberse precipitado en el mirar o de haber gastado nuestro tiempo en vano y sin utilidad ni necesidad alguna. 18. Y por esta razón conviene que nosotros, cada día, pidamos al Señor perdón por todos estos fallos y recurramos e imploremos a la bondad de Dios. Y que así, después de pasar con sobriedad el tiempo de la noche, afrontemos de nuevo la confesión del amanecer, todo ello con el fin de que cada uno de nosotros, si organiza su vida de esta manera, pueda también atravesar sin peligro el mar de esta vida y hacerse digno de la bondad que viene del Señor. Y cuando nos convoque el momento oportuno de la asamblea, que a todas las cosas prefiramos los bienes espirituales y esta reunión de aquí, para que también administremos con seguridad lo que tenemos entre manos 20. 19. Efectivamente, si nosotros anteponemos estos bienes, los demás no nos causarán trabajo alguno, pues Dios en su bondad nos los proporcionará con gran facilidad. En cambio, si descuidamos los espirituales y únicamente nos preocupamos de los otros, y si continuamente giramos en torno de los bienes de esta vida sin tener para nada en cuenta al alma, sufriremos la pérdida de éstos y ni uno más tendremos de los otros. Por consiguiente, os lo suplico, no invirtamos el orden, sino, ya que conocemos la bondad de nuestro Señor, confiémosle a Él todo, y no nos atormentemos nosotros mismos con las preocupaciones terrenales. Efectivamente, el que del no ser nos sacó al ser, por su propia bondad, con mayor razón nos otorgará en adelante toda su providencia Porque -dice- sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo esto, antes que vosotros se lo pidáis 21. 20. Y naturalmente, por esta razón quiere que nosotros estemos libres de tal preocupación y que todo nuestro tiempo disponible sea para los bienes espirituales. Viene, efectivamente, a decir: «Tú busca los bienes espirituales y yo te proporcionaré en abundancia todo lo que atañe al cuerpo». De aquí también les vino a todos los justos su reputación, y ciertamente nosotros tomamos su virtud como punto de arranque de este nuestro discurso. Efectivamente, decíamos que éstos, a pesar de haber recibido promesas de bienes sensibles, buscaban los inteligibles, mientras que nosotros practicamos justamente lo contrario: aunque tenemos promesa de bienes espirituales, nos quedamos boquiabiertos ante los bienes sensibles. 21. Y por esta razón, os lo suplico, nosotros, los que estamos bajo la gracia, imitemos por lo menos ahora, a aquellos que, por su cuenta y antes de la ley, desde la enseñanza ínsita en su naturaleza, pudieron alcanzar tamaña cima de virtud, y traslademos todo nuestro celo al cuidado del alma, troquemos nuestras preocupaciones y repartamos la inquietud: el cuidado del alma, aceptémoslo nosotros mismos, puesto que es lo más importante en nosotros; la preocupación y la inquietud por el cuerpo, confiémosla por entero al común Señor de todas las cosas. 22. Por otra parte, la mayor prueba de su sabiduría y de su inefable bondad es ésta: que el cuidado de lo más grande que hay en nosotros -del alma, quiero decir- nos lo encargó a nosotros, y así, con los hechos mismos, nos enseñó que nos ha creado libres y que ha dejado en poder nuestro y en nuestra voluntad el elegir la virtud y el fugarnos hacia el mal; en cambio, de todos los bienes corporales prometió que Él mismo proveería. Con esto quería también hacer cambiar a la naturaleza humana, con el fin de que ésta no confíe en su propia fuerza, ni crea que puede contribuir en algo al sostenimiento de la vida presente. 23. Por esta razón, naturalmente, a nosotros, enaltecidos con la razón y juzgados dignos de tan gran preeminencia, nos exhorta a que imitemos a los irracionales, y dice: Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en trojes, y vuestro Padre celestial las alimenta 22; como si dijese: «Si me preocupo de los pájaros, aunque son irracionales, y tanto que les procuro todo, sin sembradura ni laboreo, con mucha más razón me preocuparé de vosotros, los racionales, si al elegir preferís los bienes espirituales a los carnales. Efectivamente, si por vosotros produje estas cosas y la creación entera, y yo mismo tengo de todo ello tan gran providencia, ¿cuál no será la amorosa solicitud de que os juzgaré dignos a vosotros, por cuyo bien fue producido todo esto?». 24. Confiemos, pues, plenamente, os lo suplico, en la promesa de Dios, y tengamos toda nuestra mente desplegada en torno al deseo de los bienes espirituales, y juzguemos todo lo demás secundario en comparación del goce de los bienes futuros, para que así obtengamos también con abundancia los bienes presentes, podamos ser considerados dignos de los bienes que tenemos prometidos y seamos librados del castigo de la gehena. No me derrochéis de nuevo todo el tiempo de vuestra jornada en la dejadez, en pasatiempos inútiles, en reuniones de perdidos, en banqueteo y en la diaria borrachera. No dejemos que, por nuestra posterior incuria, se escurra entre las manos lo que teníamos bien recogido, al contrario, retengamos con seguridad todo cuanto se nos ha dado de parte de la bondad de Dios. 25. Y sobre todo vosotros, los que os revestisteis recientemente de Cristo y recibisteis la visita del Espíritu, os lo suplico, cada día examinad cuidadosamente el resplandor de vuestro vestido, para que por ninguna parte reciba alguna mancha o arruga: ni por palabras inconvenientes, ni por escuchas vanas, ni por pensamientos malvados, ni por ojos que van sin tino saltando sobre cualquiera que se encuentran. Por consiguiente, fortifiquémonos por todos lados, sin excepción, con el recuerdo continuo de aquel terrible día, y así, por haber perseverado en nuestro resplandor y por haber guardado sin mancha ni arruga el vestido de la inmortalidad, seremos juzgados dignos de aquellos inefables dones que ojalá todos nosotros alcancemos, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se den al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. ................................................. 1. Esta última Catequesis cierra la serie; probablemente se tuvo después de la precedente, el sábado de la semana de Pascua del año 390 (cf. nota I de la octava Catequesis). 2. Es difícil precisar si se trata de la profesión de fe, de la simple alabanza o del reconocimiento y aceptación de la propia culpa (cf. nota I de la décima Catequesis). 3. Es decir, en principio el obispo local y los presbíteros encargados de preparar los catecúmenos para el bautismo. 4. La gran afluencia de gente del campo (entre ellos los monjes, cf. infra, c. 4) y el hecho de que hablan una lengua distinta (cf. c. 2) induce a pensar que esta Catequesis y la precedente se tuvieron en Antioquía (cf. WENGER, nota 3, p. 247). 5. 1 Co 4, 12. 6. Hch 20, 34. 7. Esta cita no está tal cual en el texto evangélico; probablemente resume la idea de Mt 5, 19. Como también aparece en Hom. 13 in Gen. (PG 53, llO), WENGER la considera prueba importante de la autenticidad crisostomiana de esta Catequesis (Introd., p. 55). 8. Con «vida angélica» se alude a la vida monástica, lo mismo que la expresión «sabia conducta» (literalmente «conducta filosófica») presupone su confrontación y su contraste con la conducta no tenida por sabia, de los filósofos paganos, de los que se habla luego en el c. 6 (cf. WENGER, nota 2, p. 249). 9. 1 Co 1, 25. 10. Literalmente «que sabe filosofar» (cf. supra, n. 8). 11. Rm 4, 3. 12. Gn 12, 1. 13. Hb 11, 13. 14. Hb 11, 14-16. 15. Hb 11, 10. 16. 2 Co 4, 18. 17. 1 Co 2,9. 18. La rareza de esta cita de Amós 6, 5 depende probablemente del hecho de estar tomada de la versión de los Setenta, donde el significado del versículo es totalmente diferente del texto hebreo que en varios puntos es críticamente incierto. 19. Se sigue la exhortación del capítulo anterior. 20. Después de seguir un estricto programa propio de los días en que no se celebra la Eucaristía (synaxis), cuando ésta se celebra -domingos y algún día entre semana- nada debe impedir al nuevo bautizado asistir a ella. 21. Mt 6, 32. 22. Mt 6, 26. LOS SEIS LIBROS DE SAN JUAN CRISÓSTOMO SOBRE EL SACERDOCIO AL SER. MONSEÑOR INFANTE DON GABRIEL DE BORBÓN SEÑOR. La dificultad de una buena traducción es conocida solamente por aquéllos que saben hacerla. Y como es muy corto el número de los que traducen bien, por esto son muy pocos los que no desprecian este género de aplicación. V.A. acaba de dar una muestra del último primor en el primero de los historiadores latinos, con la que ha manifestado, que conoce la dificultad del traducir, y al mismo tiempo, que aprecia este género de trabajo. Yo no dejo de conocer la dificultad; pero aspiro aún a la perfección: me contemplo en el pie de la subida; y V.A. se halla ya en lo más encumbrado, vencida toda la aspereza. Por lo que no será extraño, que yo llegue a V.A. a suplicarle rendido, se digne alargar benignamente su mano, para que pueda subir tan arriba, y poner a sus reales pies esta pequeña traducción. Con esto no pretendo otra cosa, sino oír sus doctas animadversiones y dar un público testimonio de mi ánimo agradecido a las repetidas y particulares honras que debo a V.A. SEÑOR, A L.R.P. de V.A. Su más favorecido y reconocido servidor, Felipe Scio de San Miguel ADVERTENCIA Los libros que escribió San Juan Crisóstomo sobre el sacerdocio han sido mirados siempre como la obra más sobresaliente entre todas las que nos han quedado suyas, y que no dejan que añadir a los que han tratado después esta materia. Dispuestos en forma de diálogo, nos ponen delante las graves razones y fundamentos que tuvo el santo para huir de la dignidad episcopal; y al mismo tiempo, una pintura muy acabada, en la que se registra la perfección altísima que pide el estado sacerdotal, y el gravísimo peso, que ponen sobre sus hombros, los que se encargan del gobierno de las almas. A la vista pues de esta, será sin duda muy grande nuestra confusión, si para poner un velo a nuestros descuidos pretendemos recurrir a que el santo la hizo siguiendo las trazas de una exageración retórica, y sin ser penetrado de los mismos sentimientos. Pero el que atendiere a lo que ejecutó después de promovido al sacerdocio, y al modo con que desempeñó el ministerio episcopal, hallará que sus acciones fueron en todo conformes a lo que dejó escrito y que debían practicarse por los buenos eclesiásticos y prelados; y por consiguiente, que no nos queda pretexto alguno con qué poder dar color a nuestra desidia. Dignos son, por tanto, de que continuamente los registremos, y de que por ellos observemos qué es lo que tenemos y qué nos falta para formar en nuestras almas una imagen digna del celestial Esposo; dignos de que no los pierdan de vista los que han de dar cuenta a Dios de su ministerio y empleo, por las obligaciones que aquí se representan; dignos de que todos los prelados de la Iglesia se apliquen con el mayor desvelo a que con la continua meditación los conviertan en jugo y sangre los que han de responder a los cargos de un ministerio temible aun a las mismas angélicas potestades; dignos, finalmente, de que con la más atenta y seria reflexión los revuelvan y pesen aquéllos a quienes está confiado el proveer la Iglesia de sujetos útiles, estando asegurados de que encontrarán aquí notados por menor, como en una cumplida, y exacta carta de navegar, todos los escollos en que pueden tropezar; y al mismo tiempo, los rumbos y dirección que deben seguir para su elección, y aprobación. Que la reforma de una comunidad, de un pueblo, de un reino, y de todo el mundo dependa de la bondad, y rectitud de costumbres que se noten en las personas de los prelados y eclesiásticos destinados para su instrucción es doctrina común entre todos los Padres y Doctores de la Iglesia; porque mirándose todos en ellos, como en un ejemplar, según el cual han de dirigir sus acciones, creen lícitas aquéllas que ven practicadas, aplaudidas y aun disimuladas por estos. Igualmente lo es que para la reforma del clero y del estado eclesiástico, contribuyen únicamente el discernimiento y rectitud de los que proponen, consultan, y hacen la elección para las prelacías, prebendas y beneficios eclesiásticos. El prelado (dice admirablemente nuestro santo), por cuya culpa se perdiere el rebaño de Jesucristo, responderá por los pecados de aquéllos que se perdieron por su causa; pero los electores responderán por los de éstos, y no menos por las culpas, y errores del prelado. Un mal eclesiástico, que con sus procederes indignos y vida licenciosa escandaliza a los otros, dará cuenta de los escándalos y de la ruina que ocasiona con su mal ejemplo; pero el prelado queda sujeto a la pena que corresponde a todos aquellos escándalos, y también a la de haber elegido y ordenado a un indigno. Para todos proporciona remedio nuestro santo ofreciendo una pauta por la cual deban arreglar sus pensamientos y acciones, tanto los electores, para que conozcan y examinen bien las costumbres de los que han de elegir, como los elegidos, para que entren en el conocimiento de sí mismos; y haciendo prueba de sus fuerzas, vean si pueden mantener, o no, tan grave peso. De lo que acabo de decir, se comprenderá fácilmente que mi principal designio en traducir y publicar este tratado ha sido contribuir, cuanto esté de mi parte, a que Dios sea glorificado y a que todos conozcamos el grave peso de nuestras obligaciones; de lo que resultando la reforma de nuestras acciones, se derive al pueblo cristiano el fruto del buen ejemplo. He seguido en esto las pisadas de otros muchos, que movidos de la misma consideración, lo tradujeron en varias lenguas, y publicaron separadamente; de lo que para instrucción tuya daré aquí una breve noticia. La primera edición, que se hizo de sólo el texto, fue en Lovaina por el Clenardo, el año 1529 y el de 1544 lo tradujo en latín Jano Cornario, y publicó en Basilea. El Hoeschelio lo imprimió en Augusta en 1599 quien después de todo el texto, puso la versión latina de Jacobo Ceratino a los dos primeros libros, y la de Germano Brixio a los cuatro restantes, añadiendo algunas observaciones. Juan Hugues la dio al público en Cantabrigia el año 1710 enriqueciendo su edición de algunas disertaciones sobre la dignidad sacerdotal; pero con otra versión diversa de la de Ceratino, y la de Brixio. Esta se renovó en Londres en 1712 por Styano Thirlby, con una apología de la fuga del Nacianceno. Stutgardo Alberto Bengelio hizo otra edición en 1725 acompañada de una nueva interpretación y continuas notas. Ricardo Le Blanc la tradujo en francés, e imprimió en París en 1553 y el Lami la publicó en el mismo idioma en 1650. Se encuentran también varias traducciones italianas, y últimamente, la que hizo Miguel Ángel Giacomelli, impresa en Roma en 1757 con el texto griego y notas muy copiosas. De todas estas, yo solamente he podido tener presentes la latina de Germano Brixio, la del Montfaucon, que se halla en el cuerpo de todas las obras de san Juan Crisóstomo impresas en París, y la italiana de Giacomelli; a cuya fe dejo las citas que pongo de Bengelio, Hoeschelio, o algún otro que no he podido registrar, y consultar por mí mismo. Entre las que dejo apuntadas, se encuentra alguna de los protestantes, que sin duda se propusieron el poder alegar en defensa, y confirmación de sus errores la autoridad y patrocinio de nuestro santo en algunos lugares de este tratado. Por lo que muchos de los católicos lo han traducido con la mira también de refutar las opiniones de aquéllos y vindicar al santo en los pasos que torcían a su réprobo sentido: sustituyendo otras de sus obras, en donde no dejando duda de la pureza de su doctrina, ha tratado de propósito la materia. De esto se dará razón en sus respectivos lugares. En vista, pues, de lo dicho, no puedo yo persuadirme de que será reprensible en mí lo que tantos ejecutaron con el mayor aplauso; antes bien estoy creyendo, que animados muchos con este ejemplo, se empeñarán en nuevos y mayores descubrimientos e ilustraciones. Sería, sin duda, utilísimo, que imitando la aplicación, e industria de los antiguos españoles, que apenas dejaron autor alguno profano, particularmente griego que no tradujesen, se aplicasen a entresacar aquellos lugares y tratados más señalados de los primeros padres y los ofreciese al público en un traje, por el que pudiesen ser conocidos de todos y hacerse familiares aun a los menos instruidos. Pero por cuanto parecerá tal vez a alguno de poca consideración, y aun despreciable semejante especie de trabajo, no será fuera del intento el dar aquí brevemente una idea de la dificultad que en sí encierra. Ya desde luego se descubre esta por el corto número de buenas versiones que hay, entre muchas que tenemos de varias lenguas, al paso que publicándose muchas obras de invención propia, son generalmente más bien recibidas, y aplaudidas. Porque la invención es hija de un entendimiento fecundo; y la buena versión, sólo puede provenir de una madurez de juicio consumada; aquélla, teniendo muchos caminos que puedas seguir, te da lugar para la elección; pero ésta sólo te ofrece uno, de donde no es lícito apartarte; por aquélla hacemos patentes nuestros pensamientos; por esta descubrimos lo que pensaron otros. Ya se ve la gran diferencia que hay entre manifestar los propios sentimientos, o penetrar en el fondo de los ajenos. Crece la dificultad, cuando se trata de haber de traducir de lenguas muertas, en donde no nos queda otro recurso, que el consultar los libros, y el cotejo de otros pasos, que puedan tener alguna alusión, con cuyo auxilio podamos revestirnos de los verdaderos pensamientos de su autor: en lo que ya se deja ver, cuánta fatiga, y cuánto juicio se requiere. A lo que se junta ser esto más necesario en la lengua griega, cuya copia increíble, y expresión muchas veces inexplicable de sus compuestos, adverbios, participios, partículas, ofrece a cada paso dificultades infinitas. Pero todo esto toca en general a la versión. ¿Pues qué, si quisiéramos poner aquí por menor las calidades que la hacen buena? En ella se han de explicar claramente, y como son en sí, todos los sentimientos del autor, sin añadir, ni quitar; pero sin perder de vista el estilo, y aun el número de las cláusulas. ¿Quién podrá seguir este camino sin tropezar en un extremo? ¿Quién atenderá al número, y estilo, sin añadir, o quitar a los pensamientos del autor? ¿Y quién explicará bien estos, conservando la igualdad, armonía y pureza en el estilo? De aquí es, que divididas las inclinaciones de los hombres, unos son admiradores perpetuos de la paráfrasis, en donde cabe toda la belleza de las voces, y torneo, o número de las cláusulas; pero estos no pueden menos de reconocer que están sujetas a expresiones inútiles, y a quedar deformadas con muchos pensamientos ajenos, y despojadas de los originales y legítimos. A esta clase puede reducirse la de Germano Brixio, y que por esta causa fue desechada por el Montfaucon. Hay otros, por el contrario, tan escrupulosos, que llegan a hacerse fastidiosos, y viles esclavos de la letra, dejando por esta atención tan descarnadas sus versiones que no pueden leerse sin fastidio. Sin embargo, son estas preferibles a las primeras, particularmente cuando se trata de traducir de lenguas muertas. Yo, evitando los dos extremos, siento, que la mejor traducción, es la que mejor explica el sentido del autor; y por consiguiente, la que se acerca más a lo literal, no perdiendo de vista, cuanto sea posible, la pureza del estilo. De esta clase son las que admiramos, y que se equivocan con sus originales, de un Villegas, de un Gonzalo Pérez, de un Oliva, de un Marinerio, a quien parece haber destinado la divina providencia para agotar los tesoros de toda la Grecia; finalmente, las de otros infinitos españoles. He añadido el texto griego, atendiendo al adelantamiento de los que se aplican al conocimiento nobilísimo y utilísimo de esta lengua, para que con sus principios, y con una reflexión atenta, puedan penetrar por sí la fuerza que tienen las voces en su origen; y al mismo tiempo a la satisfacción de los que la poseen, los cuales hallan un gusto particular en poder confrontar las versiones, teniendo a la vista los originales. Había concebido el designio de publicarla, acompañada de otra versión latina, por parecerme poco ajustadas las que he visto de esta clase; y con esta mira tenía ya traducidos los dos primeros libros; pero habiendo leído con atención la que hizo el Montfaucon, me parece que no deja que desear, ni que hacer, porque sin perder de vista la pureza de la frase, se acerca más a lo literal, y explica con mayor claridad los sentimientos del santo. Esta consideración, y la de no abultar demasiado este volumen, me han hecho desistir de mi primer intento. He añadido algunas observaciones críticas, que puedan servir de mayor ilustración, omitiendo el confirmar lo doctrinal con otros lugares de los Padres, por creer que la autoridad del nuestro, sin otro apoyo, es suficiente para confirmación de lo que enseña; pero sin pasar por alto algunos puntos de disciplina, que me han parecido dignos de ponerse en claro, y también algunos dogmas combatidos por los protestantes, que se valieron para esto de la autoridad del santo. En estas observaciones me aparto, no pocas veces de la interpretación de Montfaucon: pero no por esto crea alguno que yo pretendo igualar, ni defraudar en la menor parte al mérito de un escritor, por tantos títulos señalado, y recomendable. Y esto es lo que principalmente tenía que avisarte. Ahora, para conclusión de esta advertencia, quiero que entiendas, que éste, y los demás frutos de mis tareas, se deben únicamente al celo de mi católico, y piadoso monarca, que con tanto empeño atiende a renovar el buen gusto de las ciencias, y de las lenguas más útiles: y no menos a la aplicación continua, e infatigable de sus ministros, para llevar a su perfección las plausibles intenciones del monarca. Pretendo yo, congratulándome de esto con la nación española, sentar desde un rincón una pequeña piedra para la construcción de tan noble, y majestuosa fábrica; pero protestando al mismo tiempo, que hay en mi ciertas esperanzas, de que serán en gran número los que concurran a poner de su parte otras de mayor primor, artificio, y grandeza: y de que veremos prontamente, levantado y renovado este hermoso edificio, que arrebatará la admiración de todos los que nos miraban como incultos, y bien hallados, con las heces que nos quedaron de los árabes y godos. I. Muchos amigos he tenido sencillos, y verdaderos, que entendieron, y guardan escrupulosamente las leyes de la amistad; pero uno entre estos muchos ha sido, el que señalándose en amarme, ha procurado dejarlos tan atrás, como estos dejaron a los que sólo tenían conmigo una vulgar correspondencia. Era éste uno de aquéllos, que jamás se apartó de mi lado; porque habiéndose aplicado a unos mismos estudios, y tenido unos mismos maestros, era siempre una nuestra inclinación, y cuidado en las ciencias a que nos aplicábamos, y no diferente el deseo de ambos, porque procedía de unos mismos principios. Ni duró esto sólo aquel tiempo que frecuentábamos las escuelas; continuó también, cuando habiéndolas dejado, fue necesario deliberar sobre el estado más conveniente de vida que debíamos abrazar; aun en este lance fueron muy conformes nuestros sentimientos. II. Fuera de éstas, había otras muchas causas, por las que se conservaba entre nosotros invariable, y constante esta uniformidad. Ninguno de los dos podía vanagloriarse sobre el otro por la nobleza de su patria; ni a mí me sobraban conveniencias, ni él se veía acosado de una extremada pobreza; sino que a la proporción de nuestros haberes correspondía la uniformidad de nuestras voluntades; era igualmente honrada nuestra familia. Finalmente, no había cosa que no conspirase a formar la unión estrecha de nuestros ánimos. III. Pero cuando llegó el tiempo de que aquel hombre feliz abrazase el instituto monástico, y siguiese la verdadera filosofía; ya desde entonces quedaron desiguales nuestros pesos: su balanza se levantaba en alto, al paso que yo, enredado en los deseos del siglo, hacia bajar la mía, y la violentaba a que quedase oprimida, cargándola de pensamientos juveniles. Aun entonces permanecía entre nosotros, del mismo modo que antes, una firme y constante amistad; pero debía interrumpirse nuestro trato. ¿Cómo era posible que pudiésemos mantenerlo continuo, siendo nuestras ocupaciones tan diversas? Pero luego que comencé yo también, poco a poco, a sacar la cabeza de entre las tempestades de la vida, me recibió en esta ocasión con los brazos abiertos; pero ni aun así pudimos conservar nuestra primera igualdad: porque habiéndome prevenido en el tiempo, y manifestado un ardor de ánimo increíble, se levantaba todavía sobre mí, llegando a tocar un punto de elevación muy grande. IV. Sin embargo, siendo él de una índole muy buena, y haciendo gran aprecio de mi amistad, abandonó la compañía de todos los otros, por pasar en la mía todo el tiempo. Esto es lo que ya mucho tiempo antes vivamente había deseado, pero por mi desidia, como dije, habían quedado burlados sus deseos. ¿Cómo podía yo, asistiendo continuamente a los tribunales, y andando a caza de diversiones en el teatro, tener gusto en conversar familiarmente con aquél, cuyo pensamiento estaba fijo sobre los libros, y que no se dejaba ver jamás en público? De aquí es, que habiendo estado hasta entonces separados, luego que me admitió al mismo género, y método de vida, sin perder un instante de tiempo, me descubrió aquel deseo, que muy anticipadamente había concebido: y no apartándose de mi lado ni una brevísima parte del día, me exhortaba sin cesar, a que dejando cada uno su casa particular, eligiésemos una habitación común. Llegó a persuadirme, y quedamos determinados a ponerlo ya en ejecución. V.[1] Pero los continuos halagos de mi madre, fueron causa de que yo no le concediese esta gracia; mejor diré, que no recibiese de él este beneficio. Luego que ésta llegó a entender la deliberación que yo quería tomar, asiéndome de la mano, me introdujo en un cuarto retirado de la casa, y haciéndome sentar junto a la cama, en donde me había parido, prorrumpió en un mar de lágrimas, y añadiendo palabras, que movían más que su llanto, comenzó a lamentarse de esta suerte: «Hijo mío, dijo, no me fue permitido disfrutar largamente las virtudes de tu padre, porque Dios así o dispuso; a los dolores que yo tuve cuando te parí, sucedió su muerte, dejándote a ti huérfano y a mí viuda antes de tiempo y entre los males y trabajos de una viudez, que sólo pueden comprender las que los han experimentado. ¿Qué palabras pueden bastar para explicar aquella tempestad, y turbación que sufre una mujer joven, cuando apenas salida de la casa de su padre, y sin experiencia alguna de las cosas, repentinamente se halla en medio de un dolor insoportable, y se ve obligada a entrar en pensamientos superiores a su sexo, y a su edad? Porque debe, según yo pienso, atender a corregir el descuido de los domésticos, observando sus malos procederes, haciendo frente a las asechanzas de los parientes, y soportando con generosidad de ánimo las molestias de aquéllos que administran los intereses del público, y su dureza en exigir los tributos. Y si el que ha muerto deja sucesión, si es femenina, aun así, deja un cuidado no pequeño a la madre; pero libre de gasto, y de temores: mas si es varonil, cada día la aumenta nuevos sobresaltos, y mayores cuidados. Deja a un lado el consumo de dinero que se necesita hacer, si desea que tenga una educación correspondiente a su estado. Con todo, ninguna de estas cosas han podido inducirme a que yo abrazase un segundo matrimonio, y que introdujese otro esposo en la casa de tu padre; sino que he permanecido en esta tempestad, y torbellino, y no he rehusado el trabajoso ardor de la viudez, asistida principalmente de la gracia del Señor. Ni contribuyó poco para esto el gran consuelo que recibía, viendo continuamente tu semblante, en donde registraba vivamente copiada la imagen de tu difunto padre. De aquí es, que siendo tú niño, y que no sabías aun articular las palabras, que es cuando más gusto reciben los padres de los hijos, yo tenía en ti un grandísimo consuelo. Ni tú podrás decirme, o culparme con verdad, que aunque generosamente haya soportado la viudez, no obstante por las incomodidades de ésta, te he disminuido el patrimonio, como sé que ha sucedido a muchos, que han tenido la desgracia de quedar huérfanos como tú. Pues yo te he conservado intacto todo lo que era tuyo; ni he perdonado a gastos en todo lo que pertenecía a tu decoro, gastando de lo que era mío, y de lo que tenía cuando salí de la casa de mi padre. Ni te persuadas que te digo esto por sacarte los colores a la cara: solamente te pido por todo esto una gracia; y es, que no me envuelvas en una segunda viudez, despertándome un dolor, que está ya enteramente adormecido; sino que esperes mi muerte, que tal vez ya no tardará. Se puede esperar que los jóvenes lleguen a una larga vejez, pero nosotros, que hemos comenzado ya a envejecer, solo podemos esperar la muerte. Luego que me hayas enterrado, y puesto mis huesos junto a los de tu padre, puedes emprender largas peregrinaciones; entra en el mar que quisieres, pues no tendrás alguno que te lo impida; pero mientras que yo respiro, sufre el vivir en mi compañía. No quieras temerariamente, y sin consejo ofender a Dios, poniéndome en tan grandes trabajos, sin que de mi parte hayas tenido motivo para ello. Y si tú puedes culparme de que yo te arrastro a los cuidados de la vida, y de que te obligo a atender a tus cosas, niégate enhorabuena a las leyes de la naturaleza, a la educación que te he dado, a la compañía, y a todos los otros motivos: huye de mí, como de un enemigo que te pone asechanzas. Pero si no omito diligencia, para que te sea más fácil, y llevadero el camino de esta vida, ya que no otro respeto, a lo menos este lazo te detenga junto a mí. Pues aunque tú digas ser infinitos aquéllos que te aman; ninguno podrá hacer que goces de una libertad como ésta; porque ninguno hay que estime tu decoro como yo. Éstas, y otras cosas me dijo mi madre, y yo se las repetí a aquel generoso varón, que no sólo no se movió de semejante discurso, sino que insistió con mayor tesón en su primera resolución e instancia. VI. Hallándonos, pues, en estos términos, e instándome él continuamente a que condescendiese con sus súplicas, pero sin acabar yo de resolverme, nos puso a los dos en confusión un rumor que se esparció por la ciudad. Era éste, que seríamos promovidos a la dignidad episcopal. Luego que yo oí semejante voz, quedé sorprendido de temor, y perplejidad: de temor porque no me obligasen a abrazar contra mi voluntad aquel estado; y de perplejidad, porque no acababa de entender cómo pudo venir al pensamiento de aquellos varones el resolver una cosa como ésta de mi persona; pues volviendo a mirar sobre mí mismo, no encontraba en mí cosa que fuese digna de tal honor. Por lo que toca a aquel joven valeroso, vino a buscarme a solas; me dio parte de las voces que corrían y creyendo que yo las ignorase, me rogaba que en esta ocasión, como en todas las antecedentes, se viese que nuestras acciones y deliberaciones eran unas; que él por su parte estaba dispuesto a seguir con prontitud de ánimo, cualquier camino que yo le mostrase; ya conviniese rehusar, ya abrazar aquel estado. Viendo, pues, una resolución tan noble, y creyendo que podría causar no pequeño daño a todo el común de la Iglesia, si por mi debilidad privaba al rebaño de Jesucristo de un joven tan bueno y tan útil para el gobierno de los hombres, no le descubrí lo que sentía de estas cosas; aunque hasta entonces, jamás había podido sufrir el ocultarle alguno de mis sentimientos. Y añadiéndole ser muy conveniente dejar para otro tiempo (por no ser cosa que urgiese mucho) el resolver sobre este negocio, lo persuadí sin dificultad a que dejase por entonces este pensamiento y a que confiase, que si llegaba el caso de abrazar aquel estado, yo le acompañaría en la determinación. Pero no pasó mucho tiempo, cuando llegó allí el que nos había de ordenar: yo me oculté, y él, ignorante de lo que pasaba, fue con otro pretexto conducido a recibir el yugo, esperando, por lo que yo le había prometido, que sin dificultad lo seguiría, o que tal vez era él el que me seguía, pues algunos de los que se hallaban presentes,[2] viéndole inquieto por esta especie de violencia, lo engañaron diciendo que era cosa indigna, que aquél a quien todos tenían por atrevido, (señalándome a mí) hubiese cedido con tanta sumisión al juicio de los Padres; y que él, que era más modesto y prudente, se mostrase soberbio y amigo de vanagloria, rehusando, repugnando, y contradiciendo. Habiendo cedido a estas razones, luego que supo que yo me había ocultado, fue a buscarme; y entrando en mi cuarto con un aire de semblante muy triste, se sienta junto a mí, quería decir alguna cosa. Pero impedido por la angustia, no podía manifestar con las palabras la violencia que padecía; luego que abría los labios para proferir alguna, la opresión interna se la cortaba antes que pasase de los labios. Viéndolo tan afligido y tan lleno de turbación, y sabiendo yo la causa, no pude dejar de prorrumpir en risa por el gran gusto que sentía; y cogiéndolo de la mano, me arrojaba a abrazarle, glorificando a Dios, de que mis artificios hubiesen tenido el feliz suceso que yo siempre había deseado. Luego que advirtió en mí una alegría tan extraordinaria, conociendo que yo hasta entonces lo había engañado, tanto más se inquietaba, y lo sentía. VII. Finalmente, volviendo algún tanto sobre sí de aquella turbación de ánimo dijo: Ya que tú enteramente has abandonado mis intereses, y que tan poco caso haces de mí, sin que yo pueda entender el motivo, debías, a lo menos, atender a tu reputación. Tú al presente has abierto la boca a todos, y todos a una voz dicen, que llevado del amor de una gloria vana, has rehusado este ministerio; no hay alguno que te libre de este cargo. Yo no me atrevo a presentarme en público: tantos son los que vienen a encontrarme, y los que cada día me acusan. Luego que llegan a descubrirme en cualquier parte de la ciudad, tomándome separadamente los que tienen alguna familiaridad con nosotros, cargan sobre mí la mayor parte de esta culpa. "Sabiendo, me dicen, el ánimo de éste, (pues te eran patentes sus secretos) no convenía que nos lo hubieses ocultado, sino que debías haberlo comunicado con nosotros; pues no nos hubiera faltado modo de cogerle en sus mismas redes". Yo por mi parte no me atrevo, antes me avergüenzo de responderles, que he ignorado la resolución, que tú ya mucho antes habías tomado, para que no crean que es pura ficción nuestra amistad. Pues aunque ello sea así, como verdaderamente lo es, lo que tú mismo no podrás negar, por lo que acabas de hacer conmigo; con todo, es bueno que se oculten nuestras faltas a los de afuera, que tienen de nosotros un mediano concepto. Yo no tengo cara para descubrirles la verdad del hecho, ni el estado de nuestras cosas; por lo que no me queda otro recurso, sino callar, fijar la vista en el suelo, y evitar, retirándome, el encuentro con los que me pueden preguntar. Y aun en el caso de que pueda librarme de la primera acusación, con todo es necesario que me convenzan de embustero. ¿Cómo podrán darme crédito, cuando me oigan decir, que tú has puesto a Basilio en el número de aquéllos a quienes conviene ocultar tus cosas? Pero sobre esto no quiero alargarme más, porque tú así lo has querido. Paso a otras cosas, que de ningún modo podremos sufrir sin vergüenza, porque unos te acusan de arrogante, otros de vanaglorioso, y los que no son tan moderados en la censura, nos culpan de uno y otro; y añaden al mismo tiempo injurias contra los que nos han hecho este honor, diciendo que les está muy bien, aunque por nuestra causa tuvieran más que sufrir: porque habiendo despreciado a tales, y a tantos varones, han promovido de repente a una dignidad de tanto honor, que ni aun por sueños la hubieran podido esperar, a unos jovencillos, que no hace dos días que se hallaban envueltos en los cuidados de la vida, porque de poco tiempo a esta parte comenzaron a arrugar la frente, a vestir de negro, y a fingir tristeza en su semblante. Y que los que se han ejercitado en la vida ascética desde sus primeros años hasta la edad más decrépita, se ven obligados a obedecer, y a que los manden sus mismos hijos, que ignoran las leyes con que se debe administrar este empleo. Éstas y otras muchas cosas oigo continuamente de los que se acercan a mí. Ahora yo no sé qué he de responder a todos estos cargos: por lo que te ruego me sugieras alguna cosa. Pues yo no me puedo persuadir que, temerariamente y sin consejo hayas hecho esta fuga, y querido granjearte una enemistad tan grande con varones tan esclarecidos; sino que esto lo has hecho con toda reflexión y movido de alguna razón particular; por lo que conjeturo que tú las tendrás muy prontas para la defensa. Dime, pues, ¿qué excusa justa podremos dar a los que nos acusan? De lo que tú me has ofendido no pido satisfacción, ni de que me has engañado, ni de haberme vendido, ni tampoco del bien que has disfrutado en el tiempo pasado. Yo por mi parte, por decirlo así, he llevado y puesto mi alma en tus manos: tú has usado conmigo de la misma cautela que pudieras con aquellos enemigos, de quienes debieras guardarte. Si sabías que era útil este tu consejo, no debías rehusar la utilidad que de él resultase; y si por el contrario lo conocías nocivo, podías librar también del daño a quien siempre decías estimar sobre los otros. Pero tú todo lo has dispuesto para que yo cayese en el lazo. ¿Necesitabas tú usar de engaños y de ficciones con aquél que ha acostumbrado decir y hacer todas sus cosas sin recelarse de ti, y con la mayor sencillez? Pero de nada de esto, como ya te he dicho, te acuso al presente, ni te doy en cara con la soledad en que me has dejado, habiendo cortado aquellos ratos de conversación, de que sacábamos tan gran utilidad, y entretenimiento. Dejo todo esto, y lo sufro con silencio, y con paciencia, no porque tú hayas faltado levemente contra mí; sino porque desde aquel día en que comencé a frecuentar tu amistad, me puse la ley de no ponerte en obligación de responder, ni defenderte de aquellas cosas, en que quisieras causarme sentimiento. Que no ha sido pequeño el que me has dado, tú mismo lo puedes conocer, si es que tienes presentes los discursos que frecuentemente hacían de nosotros los extraños, y los que pasaban también entre los dos. Éstos se reducían, a que nos sería muy útil el permanecer unidos de voluntades, y defendidos con una mutua amistad. Todos los otros decían que la concordia de nuestros ánimos traería no pequeña utilidad a otros muchos. Yo, por lo que toca a mí, estaba persuadido, que de ningún modo podría ser útil a alguno; pero decía que nos resultaría no poca ganancia de una tal concordia; esto es, la dificultad con que nos podrían vencer los que intentasen combatirnos. Yo no cesaba de traerte continuamente a la memoria estas cosas; ser los tiempos trabajosos; crecido el número de los que nos ponen asechanzas; haberse perdido la sinceridad en el amor, y haber entrado en su lugar la peste de la envidia; caminar nosotros en medio de los lazos y pasearnos sobre las almenas de las ciudades; ser muchos, y de muchos lugares, los que estaban prevenidos para alegrarse de nuestros males, si nos acaecía alguna cosa contraria; ninguno, o muy pocos los que se compadeciesen de nosotros. Mira, pues, no sea que nuestra desunión cause la risa de muchos, o algún mal mayor todavía que la risa:[3] Un hermano asistido por otro, es como una ciudad fuerte, y como un reino bien pertrechado. No quieras deshacer la sinceridad de esta hermandad, ni romper esta firmeza. Éstas y otras muchas cosas te decía yo continuamente, no sospechando de ti una cosa semejante; sino que creyendo enteramente que tú me tuvieses un ánimo sincero, yo por un exceso de amor, quería curarte, aun estando sano; pero no reperaba, como he visto por experiencia, que aplicaba medicinas a un enfermo. Y ni aun así, ¡miserable de mí! he adelantado cosa alguna, ni he sacado algún fruto de esta tan exquisita providencia. Porque tú, desechando enteramente todo esto, y no queriendo darle entrada en tu ánimo, me has entregado a un mar inmenso, como un navío sin lastre, y sin considerar la furia de las olas, que necesariamente había de padecer. Y si en lo sucesivo acaeciere que muevan contra mí una calumnia, o que me hagan alguna burla, afrenta, o algún otro daño (pues es necesario que sucedan estas cosas muchas veces) ¿a quién he de recurrir? ¿Con quién comunicaré yo mis turbaciones de ánimo? ¿Quién querrá defenderme? ¿Quién podrá contener a los que me den que sentir; o hará que no lo hagan en lo sucesivo? ¿Quién me dará consuelo, o me preparará para sufrir con paciencia las insolencias de otros? Ninguno por cierto, habiéndote apartado tú tan lejos de esta tan peligrosa guerra, que no podrás jamás oír, ni aun mis clamores. ¿Sabes tú, por ventura, el grande mal que has hecho? ¿Conoces siquiera, después de haberme herido, qué herida tan mortal es la que me has dado? Pero dejemos estas cosas, (pues no es posible deshacer lo que ya está hecho, ni hallar camino para lo que no le tiene) ¿qué diremos a los extraños? ¿qué responderemos a sus acusaciones? VIII. Ten buen ánimo, le dije yo, porque no sólo estoy dispuesto a darte cuenta de estas cosas, sino que procuraré defenderme, en cuanto pueda, de todas aquéllas de que tú has querido dejarme libre. Y si lo quieres así, de la defensa de estas daré principio a mis razones; pues sería un hombre muy necio, y sin consideración, si haciendo caso de la opinión de los extraños, y no omitiendo diligencia para que dejasen de acusarme, no pudiera también persuadir de que en nada he ofendido al que entre todos estimo, y que conmigo usa tal respeto, que ni aun quiere acusarme de las ofensas que dice haber recibido de mí; y que descuidando enteramente sus intereses, sólo atiende a los míos; y al mismo tiempo, si se viese que yo he tenido con él más descuido, que el cuidado que él ha manifestado de mí. ¿Qué es, pues, en lo que yo te he ofendido? porque he determinado entrar desde aquí en el piélago de mi defensa. ¿Es acaso porque te he engañado, y te he ocultado mi determinación? Pero esto lo he hecho atendiendo a tu utilidad, que has sido el engañado, y a la de aquéllos en cuyas manos te he puesto, engañándote. Y si, universalmente hablando, es malo todo engaño, y no es permitido usar de él alguna vez para una cosa útil, yo estoy pronto a sufrir la pena que tú quisieres darme; o mejor diré (pues no tendrás valor para tomar satisfacción de mí), yo mismo me condenaré a aquellas penas a que condenan los Jueces a los malhechores, cuando sus acusadores los convencen de algún delito. Pero si éste no es siempre dañoso, sino que viene a ser bueno o malo, según el fin e intención de quien lo usa; dejando a un lado el que yo te haya engañado, me has de probar que lo haya hecho con fin malo. Y si nada de esto hay, justa cosa será, que los que pretenden parecer rectos en sus juicios no solamente no muevan acusaciones y cargos, sino que alaben al que usa semejantes artificios. Es tan grande la utilidad que resulta de un engaño de estos, hecho a tiempo, y con rectitud de intención, que muchos, por no haberlo usado, frecuentemente han pagado la pena. Y si quieres buscar con diligencia los capitanes que han florecido en todos los siglos, hallarás que la mayor parte de sus trofeos son frutos de un ardid, y que han merecido mayor alabanza que los que vencieron en campo abierto. Pues éstos dan fin a las guerras con mayor dispendio de hombres y de dinero; de modo que no les queda alguna utilidad de la victoria, padeciendo los vencedores no menor pérdida que los vencidos, destruida la gente y agotados los erarios. Fuera de esto, los vencidos no los dejan disfrutar enteramente de la gloria de la victoria, no siendo pequeña la parte que toca a los que cayeron en el campo; porque quedando vencedores en los ánimos, sólo fueron vencidos en los cuerpos; de suerte, que si hubiera estado en su mano el no ser muertos, y la muerte que sobrevino no los hubiera hecho cesar de su ardor, de ningún modo hubieran desistido de él. Pero aquél que ha podido vencer por alguna astucia, no solamente envuelve a sus enemigos en la miseria, sino que los expone a la risa del mundo. Pero así como en el primer caso no llevan los unos y los otros iguales alabanzas por su fortaleza, así tampoco aquí por su prudencia, sino que todo el premio es de los vencedores; y lo que no es menos apreciable que lo dicho, conservan entero a sus ciudades todo el gusto que resulta de la victoria. Ni pueden compararse de algún modo la abundancia de dineros, o el número de los cuerpos con la prudencia del ánimo; porque aquéllos, al paso que sin cesar se consumen en la guerra, se apuran, y faltan a sus poseedores; pero esta, cuanto más se ejercita, tanto más se aumenta naturalmente. Y no solamente en la guerra, sino también en la paz se encontrará muy necesario, y conveniente el uso de los engaños: lo es en los negocios públicos, y en los domésticos; al marido respecto de la mujer, a la mujer respecto del marido; al padre con su hijo, al amigo con el amigo, y aun a los hijos con su mismo padre. La hija de Saúl[4]no hubiera podido librar de otra suerte a su marido[5]de las manos de Saúl, sino engañando a su padre. Ni el hermano de ésta,[6] que ya la había librado, viéndola en peligro nuevamente, y queriéndola salvar, uso de otras armas, que de las que se valió la mujer»[7]. IX. Pero nada de esto me toca a mí, dijo Basilio, pues yo no soy enemigo oculto, ni declarado, ni de aquéllos que intentan ofender a otro, sino todo lo contrario; pues he dejado siempre a tu arbitrio todas mis cosas, habiendo seguido por aquel camino, por donde tú me has mandado. Juan: Por lo mismo, ¡oh varón bueno, y admirable!, con prevención te he dicho que no solamente en la guerra y con los enemigos, sino en la paz y con los más amigos, es bueno usar de la astucia. Y en prueba de que ésta sea útil, no sólo a los que engañan, sino también a los engañados, acércate a algunos de los médicos, y pregúntales cómo curan a los enfermos, y te dirán que no se contentan solamente con el arte sino que hay ocasiones, en que valiéndose del engaño, y acompañando su socorro, restituyen por este medio la salud a los enfermos. Cuando el hastío de éstos, y la gravedad de la dolencia no dan lugar a los consejos de los médicos, es necesario en tal caso ponerse la máscara del engaño para poder ocultar, como sucede en una escena, la verdad del hecho. Y si quieres, yo te contaré uno de los muchos que acostumbran usar. Se vio uno en cierta ocasión acometido de calentura muy ardiente: crecía el ardor y el enfermo rehusaba tomar todo aquello que pudiese mitigar el fuego, y por el contrario apetecía, y hacía grandes instancias, pidiendo a todos los que entraban a visitarle, que le alargasen vino puro con abundancia y le diesen con qué saciar este mortal deseo. No hay duda que si alguno hubiera condescendido con su gusto, lejos de mitigarle el ardor, hubiera puesto fuera de sentido a aquel desgraciado. Viéndose, pues, el arte perplejo, y no encontrando algún otro medio, y quedando enteramente inútil, entró en su lugar el engaño, y dio tales pruebas de su virtud, y eficacia, como oirás ahora de mí. Tomando, pues, el médico una vasija de tierra que acababa de salir del horno, y habiéndola puesto en una buena cantidad de vino hasta empaparse, la sacó vacía, y llenándola de agua, mandó que oscureciesen el cuarto donde yacía el enfermo, poniendo muchas cortinas para que la luz no descubriese el artificio y se la alargó para que bebiese, como si estuviera llena de vino puro. El enfermo antes de tomarla en las manos, engañado luego del olor que salía del vaso, no se detuvo a indagar curiosamente qué era lo que se le había dado, sino que persuadido del olor, y deslumbrado por la oscuridad, agitado del deseo, tragó con gran ansia lo que le habían presentado, y saciándose, apagó en el punto aquel ardor, y evitó el peligro que le amenazaba. ¿No ves la utilidad de un engaño? Y si quisiera alguno reducir a número todas las astucias que usan los médicos, alargaría infinitamente su discurso. Se hallará también, que no solamente los que curan los cuerpos, sino también los que atienden a las enfermedades del alma, han aplicado frecuentemente esta medicina. De este modo redujo[8] el apóstol San Pablo aquellos tantos millares de judíos. Con este fin circuncidó a Timoteo,[9] el mismo que amenazó a los gálatas,[10] que Cristo nada aprovecharía a los que se circuncidasen. Por esto permanecía bajo el yugo de la Ley; bien, que juzgaba demérito, después de la fe en Jesucristo,[11]la justificación que proviene de la Ley. Grande es la fuerza de un engaño, como este no sea con fin dañado. Ni se puede esto llamar engaño, sino una cierta economía, una sabiduría, y arte propia, para buscar camino donde no le hay, y para corregir los vicios del alma. Ni podré yo llamar homicida a Phinees, aunque de un solo golpe mató a dos;[12]ni tampoco a Elías después de los cien soldados[13]con sus oficiales, y después de aquel abundante arroyo de sangre[14]que hizo correr con la muerte de aquéllos que se habían consagrado a los demonios. Si esto concediéramos, y pretendiéramos examinar las cosas en sí mismas, y desnudas del fin e intención de los que las ejecutaron, podría cada uno, sin dificultad, condenar a Abraham de parricidio,[15] y del mismo modo acusará a su nieto y biznieto de malicia y engaño. Pues aquél se usurpó la primogenitura[16]y el otro[17] pasó al campo de los israelitas las riquezas de los egipcios. Pero no es esto así, no. No permita Dios semejante atrevimiento. Pues no sólo no culpamos a estos tales, sino que por el contrario los admiramos por semejantes hechos; pues ellos por los mismos merecieron la aprobación divina. Será digno de ser llamado engañador, aquél que use del engaño con fin torcido; pero no el que lo hace con buena intención. Muchas veces es necesario usar de la astucia y por medio de este artificio ocasionar grandísimo bien. Aquél, pues, que camina sin esta cautela, ocasiona gravísimos daños a quien no ha querido engañar. .............. 1. El eruditísimo Rollin en el tratado de la «Elocuencia de los Predicadores» propone, y con razón, el presente capítulo, por modelo de una perfecta elocuencia. 2. Esto es de los electores. 3. Prov. 18. c. 4. Esta fue Michol. 5. David. 6. Jonatás, hermano de Michol. 7. Michol, mujer de David. Esta historia se halla en el lib. I de los Reyes en los cap. 19 y 20. 8. Act. XXI. 26. 9. Act. 16. 3. 10.Galat.5. 2. it. Act. 15. 1. 11. Philip. 3. 7. 12. A Zambri y a Gozbi por haberse mezclado con los madianitas contra el precepto de Dios. Numer. 25. 8. 13. Que le había enviado Ococías y que hizo morir con fuego bajado del cielo. IV. Reg. 1. 10. 14. Fueron 850 los falsos profetas que mandó matar Elías. III Reg. 18. 40. 15. Obedeciendo a Dios que le mandó sacrificar a su hijo. Genes. 22. 3. 16. Jacob, hijo de Isaac, a quien su hermano Esaú vendió la primogenitura por un plato de lentejas. Genes. 27. 19. 17. Moisés. Exod. 11. 2. I. Pudiera detenerme a probar más largamente, que se puede usar para un fin honesto de la eficacia de la astucia; y que esta no debe llamarse engaño, sino una cierta admirable economía. Pero bastando lo expuesto hasta aquí para demostrarlo, sería una cosa molesta y enfadosa alargar superfluamente mi discurso. A ti sí que tocaría ahora el hacerme ver que yo no he usado de ésta, atendiendo únicamente a tu provecho. A esto respondió Basilio: ¿Y qué utilidad me ha venido de esta tu economía, sabiduría, o como quieras llamarla? ¿Pretendes acaso persuadirme con esto, que no me has engañado? Juan: Pues qué utilidad mayor, le dije yo, que practicar aquellas cosas que el mismo Cristo dijo ser las pruebas del amor hacia sí. Hablando, pues, al Príncipe de los Apóstoles, Pedro, le dijo, ¿me amas?[18]Y habiendo éste confesado que sí, añade: Si tú me amas, apacienta mis ovejas. El Maestro pregunta al discípulo si lo amaba; no para saberlo: ¿qué necesidad tenía de esto, quien penetra los corazones de todos? sino para manifestarnos cuán grande es el cuidado que tiene de que se apacienten estos rebaños. Lo cual, siendo por sí tan claro, igualmente lo será también ser grande e inefable aquel premio que está reservado para los que trabajan en aquellas cosas que tanto aprecia Jesucristo. Y si nosotros, cuando vemos que algunos miran con cariño a nuestros domésticos o bestias, contamos este cuidado como un testimonio del amor que nos tienen, aunque todas ellas sean cosas que se adquieren por dinero; el que no por dinero, ni por cosa semejante, sino que con su misma muerte compró este rebaño, dando por precio de él su misma sangre, ¿qué dones no tendrá preparados para los que se emplean en apacentarlo? De aquí es que respondiendo el discípulo: «Tú sabes, Señor, que yo te amo», y poniendo por testigo de su amor al mismo que amaba, el Salvador no se paró aquí, sino que añadió la prueba del amor. No quería manifestar entonces, cuánto era lo que Pedro lo amaba; (porque esto ya se había conocido en muchos lances) sino que quiso, que Pedro, y todos nosotros supiésemos cuánto era lo que él amaba a su Iglesia, para que nos aplicásemos a esto con el mayor esmero. ¿Y cuál fue la causa de no haber perdonado Dios a su Hijo Unigénito,[19]sino que aun siendo único lo entregó? Para reconciliar a aquéllos que eran sus enemigos, y formarse un Pueblo escogido. ¿Y por qué derramó su Sangre? para tener la posesión de aquellas ovejas que encomendó a Pedro y a todos sus sucesores. Justamente decía Cristo:[20] ¿Quién es el siervo fiel y prudente a quien el Señor ha puesto para gobernar su casa? He aquí por segunda vez palabras de uno que duda; y el que hablaba, las profería sin dudar. Si no que como cuando preguntando a Pedro, si lo amaba, no lo preguntaba porque necesitase saber el amor del discípulo, sino porque quería manifestar el exceso de su amor: así en nuestro caso, cuando dice: ¿Quién es el siervo fiel, y prudente? no dijo esto porque ignorase quien es este siervo fiel y prudente, sino que quería manifestar lo raro del ministerio, y la grandeza de este grado. Observa ahora cuán grande es el premio: le pondrá en la administración de todos sus bienes. Querrás acaso porfiar aún que yo no he hecho bien en engañarte, debiendo de ser puesto en la administración de los bienes de Dios y practicar aquellas cosas, que practicando Pedro, afirmó el Señor, había de sobresalir entre los demás Apóstoles, diciéndole: Pedro, ¿me amas más que estos? apacienta mis ovejas. Podía muy bien hablarle de esta suerte: si me amas, ayuna, duerme sobre la tierra desnuda, vela sin cesar, asiste a los que padecen injustamente, sé Padre de los huérfanos y sirve de marido a la madre de estos. Ahora, pues, dejadas a un lado todas estas cosas, que es lo que dice: Apacienta mis ovejas. II. Todas las cosas que acabo de decir pueden fácilmente practicar muchos de aquéllos que son súbditos, y no solamente los hombres, sino también las mujeres; pero cuando se trata de gobernar la Iglesia, y de tomar a su cargo el cuidado de tantas almas, sepárese de la grandeza de este ministerio todo el sexo de aquéllas, y la mayor parte de los hombres, y sean presentados aquéllos que sobresalen entre todos con exceso, y que son tanto más altos que los otros en la virtud del ánimo, cuanto lo era Saúl sobre toda la nación de los hebreos en la altura del cuerpo, y aun mucho más. Ni se busque aquí solamente la medida de la estatura, sino que cuanta es la diferencia que hay de los brutos a las criaturas racionales, otra tanta distancia ha de haber entre el pastor y las ovejas, por no decir, que ha de ser aun mayor, pues el peligro es de cosas mucho mayores. Porque aquél que perdió las ovejas, o porque las cogieron los lobos, o asaltaron los ladrones, o las sorprendió la peste, o alguna otra desgracia de estas, podrá tal vez esperar algún disimulo del dueño del ganado; y cuando éste quiera pedirle satisfacción, el daño se recompensa con dinero. Pero aquél a quien están confiados los hombres, que son el rebaño racional de Cristo, padece en primer lugar el daño, no en el dinero, sino en su misma alma por la pérdida de las ovejas. Le queda demás de esto una contienda mayor y más difícil: no son lobos a los que ha de hacer frente, ni tiene que recelarse de ladrones, ni que procurar apartar el contagio del rebaño. ¿Pues con quién tiene esta guerra? ¿Con quién debe pelear? Oye al bienaventurado Pablo, que dice:[21]«Nosotros no tenemos guerra con la sangre, y con la carne, sino con los principados, y con las potestades; con los mundanos rectores de las tinieblas de este siglo, contra las espirituales malicias en las partes celestiales». ¿No has visto la terrible muchedumbre de enemigos, los atroces escuadrones, no armados de hierro, sino que en lugar de toda la armadura, tienen bastante con su propia naturaleza? ¿Quieres ver aún otro ejército cruel y fiero que pone asechanzas a este rebaño? Este lo verás desde la misma atalaya. El mismo que habló de aquellas cosas nos muestra estos mismos enemigos, hablando de esta suerte:[22]«Son manifiestas las obras de la carne, las cuales son: la fornicación, el adulterio, la impureza, la deshonestidad, la idolatría, los maleficios, las enemistades, las riñas, los celos, las iras, las contiendas, las detracciones, los chismes, las hinchazones de ánimo, las sediciones, y otras muchas cosas». No las redujo todas a número, sino que dejó que de estas se comprendiesen las demás. Y por lo que toca al pastor de los irracionales, los que quieren destruir el rebaño, si ven que huye el que lo cuida, no se detienen a combatir con él, sino que se contentan con llevarse el ganado; pero en nuestro caso, aun después de haber cogido todo el ganado, no dejan al que lo apacienta, sino que lo acometen con mayor furia y toman mayor ardor, no desistiendo de su empresa, hasta haberle derribado o quedar ellos vencidos. Se junta a todo esto que las enfermedades de las bestias se conocen fácilmente: ya sea hambre, ya peste, ya herida, o cualquiera otra cosa que las infeste; lo que no sirve de poco alivio para librarlas de los males que las molestan. Y aun se encuentra otra mayor ventaja que esta, la que hace que se apresure la curación del mal. ¿Y cuál es? Que los pastores, con gran potestad, obligan a las ovejas a recibir la curación, cuando de buena voluntad no la admiten: pues sin dificultad las atan cuando conviene aplicar el fuego, o el hierro; y las tienen cerradas mucho tiempo, y las conducen de un pasto a otro y alejan de las aguas, cuando todo esto les es conducente. Del mismo modo sin el menor trabajo aplican todas las otras cosas, que creen pueden conducir para su curación. III. Pero por lo que respecta a las enfermedades de los hombres, no es fácil al principio que un hombre las conozca:[23] «Porque ninguno conoce las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está dentro de él». ¿Cómo, pues, podrá uno aplicar el remedio a una enfermedad, cuya condición no conoce, y que muchas veces, ni aun puede saber si está enfermo aquél a quien lo aplica? Aun cuando el mal se manifiesta, no es por eso menor la dificultad. Porque no se pueden curar todos los hombres con la misma facilidad con que cura el Pastor las ovejas. Se puede muy bien atar aquí, apartar del pasto, usar del hierro y del cauterio;[24]pero la libertad de recibir la curación está no en quien aplica la medicina, sino en el enfermo. Conociendo esto aquel varón admirable, decía a los de Corinto:[25]«Nosotros no dominamos vuestra fe, sino que somos cooperadores de vuestro gozo». Principalmente a los cristianos, es a quienes entre todos es menos permitido el corregir con la fuerza las caídas de los pecadores. Los jueces externos,[26]cuando cogen a los delincuentes que han faltado contra las leyes, ejercitan su gran poder, y por fuerza los obligan a mudar de costumbres. Pero en nuestro caso, las persuasiones, y no la fuerza son las que han de mejorar a este hombre. Porque ni las leyes nos han dado facultad tan grande para reprimir a los delincuentes; y aunque nos la hubieran dado, no tendríamos ocasión en que emplear esta autoridad; porque Dios corona a aquéllos que se abstienen del pecado por elección, y no por necesidad. De aquí es que se necesita una gran habilidad para que los que están enfermos puedan ser persuadidos a que voluntariamente se sujeten a la curación de los sacerdotes; y no solamente esto, sino que conozcan la gracia que reciben en curarlos. Y si alguno, estando atado, él mismo se golpea, (pues está en su mano el hacerlo) hará el mal más incurable; y si no hiciere caso de las palabras que cortan a semejanza de cuchillo, con este desprecio añadirá otra herida, y la ocasión de la cura vendrá a ser materia de enfermedad más difícil; pues no hay alguno que le obligue, ni que pueda contra su voluntad curarle. IV. ¿Qué es, pues, lo que aquí se puede hacer? Si te portas con demasiada blandura con aquél que necesita de mucho rigor, y no dieres el corte profundo a quien tiene necesidad de esto, cortarás una parte de la herida, y dejarás otra: y si dieres sin misericordia un corte justo, sucederá muchas veces, que exasperado aquél de dolor, arrojándolo todo desconsideradamente, la medicina y la ligadura, se precipitará a sí mismo, haciendo pedazos el yugo y rompiendo las ataduras. Pudiera contarte aquí muchos$que llegaron a los últimos males por haberles aplicado las penas que merecían sus delitos; porque no se debe aplicar sin consejo el castigo a proporción de las culpas, sino que es necesario explorar primero el ánimo de los que pecan, no sea que queriendo reparar lo que está roto, lo hagas más irreparable, y queriendo levantar lo caído des ocasión a otra mayor caída. Los que son débiles, y relajados, y que por la mayor parte se hallan entregados a los placeres del mundo, y que pueden blasonar no poco por su nobleza y poder, reduciéndolos blandamente, y poco a poco, a que reconozcan sus pecados, podrán, ya que no en todo, a lo menos en parte, librarse de los males que los aprisionan; pero si alguno sin medida aplicare la corrección, los privará aun de aquella menor enmienda. El ánimo, pues, cuando una vez ha sido obligado a pasar los límites de la vergüenza, cae en la indolencia, y después no cede a razones suaves, ni se dobla por amenazas, o mueve con los beneficios, sino que viene a hacerse peor que aquella ciudad, a quien reprobando el profeta, decía:[27] «Te has hecho semejante a una ramera; has perdido con todos la vergüenza». De aquí es, que el pastor necesita de mucha prudencia y de mil ojos para considerar por todas partes el estado de un alma; porque así como muchos se inquietan hasta el extremo de una locura, y caen en una desesperación de su salud, por no poder sufrir los remedios ásperos; así también hay otros que, por no haber pagado el castigo correspondiente a sus delitos, se entregan al desprecio y descuido, y se hacen mucho peores, y son como llevados por la mano a cometer mayores excesos. Conviene, pues, no dejar cosa alguna de estas sin examen. Después de haberlas considerado todas con la mayor atención, ha de aplicar todo cuanto esté de su parte el Sacerdote, para que su cuidado no le salga inútil. Y no solamente para esto, sino para reunir los miembros que están separados de la Iglesia, conocerá cualquiera que tiene mucho que hacer; porque un pastor de ovejas tiene su rebaño, que le sigue por cualquier parte que lo guíe: y si algunas se extraviaren del camino recto, y dejados los pastos buenos, se apacientan en lugares estériles y escabrosos, le basta gritar con fuerza para reducir de nuevo, y hacer volver al rebaño la que se había separado. Pero si un hombre se apartare de la verdadera creencia necesita el pastor de mucha industria, constancia y paciencia; porque no podemos traerle por fuerza, ni obligarle con el temor, sino que es necesario con persuasiones hacer que vuelva a la verdad, de donde desde el principio se había extraviado. Se requiere, por tanto, un ánimo generoso para no desfallecer, ni desesperar de la salud de los que andan perdidos; de suerte, que continuamente vayan rumiando y diciendo aquéllo:[28]«Mira no sea que Dios les de arrepentimiento, para que conozcan la verdad, y queden libres de los lazos del demonio». Por esto mismo, hablando el Señor con sus discípulos, les dijo:[29]«¿Quién es el siervo fiel, y prudente?» Porque aquél que atiende a perfeccionarse a sí mismo, reduce solamente a sí toda la utilidad; pero el provecho del ministerio pastoral se extiende a todo el pueblo. Y aquél que distribuye el dinero a los necesitados, y que por otra parte defiende a los que padecen injustamente, en la realidad no deja de aprovechar a sus prójimos, pero tanto menos que un sacerdote, cuanta es la distancia que hay entre el cuerpo y el alma. Justamente dijo el Señor, que el cuidado de su rebaño es una señal de amor hacia él. ¿Pues qué, tú no amas a Cristo? dijo Basilio. Juan: Yo le amo, y nunca dejaré de amarlo; pero temo enojar al mismo que amo. Basilio: ¿Y qué enigma más oscuro que éste? porque si Cristo ha ordenado que apaciente sus ovejas aquél que le ama, ¿cómo dices que tú no las apacientas, porque amas al mismo que manda esto? Juan: No es enigma, respondí, este modo de hablar, sino muy claro, y sencillo. Porque si yo, hallándome con las fuerzas suficientes que Cristo pide para administrar este cargo, con todo lo rehusase, podías, en tal caso, dudar de lo que digo; pero haciéndome inútil para tal ministerio la debilidad de mi ánimo, ¿qué duda puede quedar de mis palabras? Temo, pues, no suceda, que recibiendo el rebaño de Cristo, grueso, y bien alimentado, por mi falta de experiencia lo eche a perder, irritando contra mí a un Dios, que lo ama con tanto extremo, que se dio a sí mismo por precio de su salud, y redención. Basilio: ¿Te burlas cuando dices esto? porque si hablas de veras, yo no sé verdaderamente con qué otras razones podrías probar mejor ser justo mi sentimiento que con las que has procurado apartar de mí esta tristeza; porque yo, aunque desde el principio he visto muy bien que he sido engañado, y vendido por ti; pero ahora que has querido dar satisfacción a mis cargos, conozco y entiendo mucho más claramente en qué abismo de males me has metido; porque si tú has huido de este ministerio por el conocimiento que tenías de que tu ánimo no podría sufrir el peso de este cargo, debías haberme librado de él a mi el primero; y esto, aun en el caso de haber yo manifestado mucho deseo de alcanzarlo, y no en el de haber puesto en tus manos todas mis deliberaciones. Pero ahora veo, que atendiendo solo a tu comodidad, has olvidado enteramente la mía. ¡Y ojalá fuera sólo haberla olvidado; así me daría por contento! Pero me has puesto asechanzas, para que con mayor facilidad me pudiesen coger los que quisieran hacerlo. Ni tienes que recurrir a la disculpa de haber sido engañado del concepto de muchos, por el cual quedaste persuadido de algunas grandes y admirables prerrogativas que en mí hayan hallado; porque yo no puedo entrar en el número de los que pueden ser admirados o llamarse ilustres; y aunque todo esto fuera así, debía prevalecer en tu estimación la verdad a la opinión del vulgo. Si yo nunca te hubiera dado pruebas de lo mismo, por mi trato, podía quedarte algún pretexto razonable para haber sentenciado, siguiendo la opinión del vulgo; pero si ninguno ha sabido tan bien todas mis cosas, antes bien tenías conocido mi ánimo, mejor aun que los mismos que me engendraron, y criaron, ¿qué razón probable podrás dar, con que puedas persuadir a los que te oigan, que tú involuntariamente me has puesto en este peligro? Pero dejemos a un lado todo esto, porque yo no intento obligarte a responder sobre ello. Dime solamente, ¿qué excusa hemos de dar a los que nos culpan? Yo no pasaré antes, le respondí, a hablar de estas cosas, sin que primero dé satisfacción a las que pertenecen a ti, aunque tú mil veces quieras librarme de responder a tus cargos. Tú dices, que por la ignorancia podía tener algún perdón, y aun quedar libre de todo cargo, si ignorante de tus cosas, te hubiera reducido a estos términos; pero que por haberte entregado, no ignorante, sino bien informado de todas ellas, no me queda algún pretexto razonable con qué defenderme justamente. Pues yo digo todo lo contrario. ¿Y por qué? porque semejantes cosas necesitan de mucha consideración; y aquél, que debe dar un sujeto idóneo para el sacerdocio, no ha de atender sólo a la fama, y opinión del pueblo, sino que juntamente con ella, se debe, sobre todo, informar del modo de portarse de aquel sujeto. Diciendo el bienaventurado San Pablo:[30] «Conviene que tenga también un buen testimonio de aquéllos que son de fuera», no quita el diligente, y cuidadoso examen, ni lo pone como principal indicio de semejante pesquisa; porque habiendo apuntado antes otras muchas circunstancias, añade por último ésta, manifestando que no le debe bastar ésta sola para tales elecciones, sino que necesita acompañarla con las otras; porque sucede, no pocas veces, ser falsa la opinión del vulgo. Pero cuando han precedido unas pruebas diligentes, no queda que temer para lo sucesivo algún peligro por aquélla. De aquí es, que después de otras muchas calidades, añade el testimonio de los extraños; porque no dijo simplemente, conviene que tenga un buen testimonio, sino que insertó la voz, también, queriendo significar, que antes de la opinión de los extraños, se debe hacer una inquisición diligente de su persona. Justamente, pues, por esto; esto es, por saber yo todas tus cosas, mejor aun que los mismos que te engendraron, como tú mismo has confesado, sería justo que yo quedase libre de toda culpa. Basilio: Justamente por esto, dijo Basilio, no podrás ser absuelto si alguno quisiere acusarte. ¿No te acuerdas, y no me has oído decir frecuentemente, y por las mismas obras has podido conocer cuán poca es la fortaleza que se halla en mi alma? ¿No me has burlado continuamente como a hombre de poco espíritu, porque yo, fácilmente, al menor contratiempo perdía el ánimo? Juan. Bien me acuerdo, respondí yo, haberte oído muchas veces semejantes discursos, ni yo lo negaría: pero si alguna vez me he burlado de ti, ha sido por chanza, y no seriamente. V. Al presente no es mi ánimo altercar contigo sobre este punto. Te pido sí, que uses conmigo de igual sinceridad, cuando yo quiera hacer memoria de alguna de las cosas buenas que en ti se hallan; porque aunque tú pretendas redarguirme de que falto a la verdad, no me detendré en demostrar, que tú más hablas así por modestia que por hacerla obsequio: y para confirmación de lo dicho, no me valdré de otro testimonio, que del de tus mismas palabras y de tus hechos. Quiero, en primer lugar, que me respondas a esto: ¿sabes bien cuál es la fuerza del amor? Cristo, dejando a un lado todos los milagros que debían ser obrados por los apóstoles dijo:[31]«En esto conocerán los hombres, que vosotros sois mis discípulos, en que os amáis mutuamente». Y Pablo dice:[32]«Que el cumplimiento de la ley es el amor»; y que faltando éste, son inútiles todos los dones de Dios. Este singular bien, este distintivo de los discípulos de Cristo, y que se pone sobre todos los dones divinos, lo he visto fuertemente plantado en tu alma, y brotar frutos muy copiosos. Yo confieso, respondió Basilio, que no es pequeño el cuidado que tengo sobre este punto; y confieso también, que pongo la mayor atención en este mandamiento; pero que yo, ni aun la mitad de él haya cumplido, tú mismo podrás ser buen testigo, si dejando a un lado toda lisonja, quisieres hacer honor a la verdad. VI. Juan. Con que me volveré, dije, a los argumentos, y cumpliré ahora lo que te tengo amenazado, manifestando, que tú más das a la modestia, que a la verdad. Contaré un caso que sucedió poco hace tiempo, para que ninguno tenga que sospechar que trayendo aquí cuentos viejos, intento, por el mucho tiempo que ha pasado, oscurecer la verdad; no permitiendo ésta, que yo añada alguna cosa aun a lo que dijese sólo por gusto. Cuando uno de nuestros confidentes fue, por calumnia, acusado de ultraje y de soberbia, se vio en el último peligro; tú entonces, sin que ninguno te llamase a la causa, y sin que te lo rogase el mismo que había de peligrar, tú mismo te arrojaste en medio de los peligros. El hecho fue de esta suerte. Y para convencerte con tus mismas palabras, haré también aquí memoria de lo que tú dijiste. Porque no faltando unos que desaprobaban aquel ardor tuyo, y otros, que por el contrario lo alabasen, y admirasen: «¿Qué otra cosa, pues, debo yo hacer?» Dijiste a los que reprendían tu conducta; yo no sé amar de otra suerte, sino es ofreciendo mi vida, cuando fuere necesario, para salvar alguno de mis amigos. Repetiste, aunque con diferentes palabras, pero en el mismo sentido, lo que Cristo dijo a sus discípulos, queriendo señalar los términos de un perfecto amor:[33] «Ninguno tiene, dijo, mayor caridad que ésta; que es poner su propia vida por sus amigos». Pues si no se puede encontrar mayor que ésta, llegaste ya al término de ella, y por lo que ejecutaste, y dijiste, has llegado ya a la cumbre. Este es el motivo que he tenido para haberte vendido, y por esto he urdido aquel engaño. ¿Quedas ahora persuadido, que ni por mala voluntad, ni por querer ponerte en peligro, sino por saber que serías muy útil, te hemos traído a este estadio? Basilio: ¿Y piensas tú, dijo, que pueda ser bastante la fuerza del amor para la corrección de lo prójimos? Juan: Sin duda, respondí, que puede éste contribuir en mucha parte para esto; y si quieres que yo produzca aquí también pruebas de tu prudencia, pasemos a hablar de ésta, y manifestemos, que eres aun más prudente que amante. Basilio se sonrojó al oír estas razones, y cubierto su rostro de vergüenza dijo: déjense ahora a un lado nuestras cosas, porque yo ya desde el principio no te he pedido cuenta de ellas. Si tienes alguna causa razonable con qué poder responder a los de fuera, de ésta te oiría hablar con mucho gusto. Por lo que omitido este inútil contraste, dime qué defensa podré yo alegar a los otros, tanto a los que nos han hecho este honor, como a los que se compadecen de ellos, como ultrajados por nosotros? VII. Juan: Yo ya, respondí, me apresuraba a llegar a esto; porque concluido el discurso por lo que pertenece a ti, fácilmente me volveré también a esta parte de defensa. ¿Qué es, pues, en lo que estos nos acusan, y cuáles son los delitos? Basilio: Dicen que nosotros los hemos injuriado, y que han recibido un ultraje muy grave, porque no hemos aceptado la honra que nos han querido hacer. Juan: Pues yo, lo primero que digo, es, que no se debe hacer caso de la injuria que resulta a los hombres, cuando por conservarles el honor, nos vemos obligados a ofender a Dios. Ni puedo tampoco creer, que puedan, sin peligro, indignarse los que llevan esto mal; antes bien estoy persuadido, que encierra en sí un gravísimo daño: Porque aquéllos que están dedicados a Dios, y que miran a él solo en todas sus acciones, deben estar tan religiosamente dispuestos, que no cuenten por injuria una cosa de esta clase; y esto, aunque mil veces fueran ultrajados. Pero que yo, ni aun por pensamiento, haya tenido semejante atrevimiento, lo puedes conocer de lo que diré: Si yo por soberbia, o por vanagloria (de lo que tú has dicho, que con frecuencia nos calumnian muchos), hubiera venido a esto, sería, sintiendo con mis acusadores, uno de los que hubieran faltado más gravemente, por haber despreciado a unos varones grandes, y admirables, y sobre todo nuestros bienhechores. Y si es digno de castigo el ofender a aquél que no te ha ofendido, ¿cuánta pena merecerá el corresponder con obras contrarias, a los que por sí mismos se movieron a honrarnos? ni alegue alguno, que por haber recibido de mí algún beneficio, o grande o pequeño, han querido premiar este servicio. Ni aun en tiempo alguno nos ha pasado semejante cosa por el pensamiento; antes bien, hemos huido tan grave carga por otro fin muy diverso; ¿por qué, ya que no nos perdonan, no quieren aprobar mi hecho? sino que nos acusan de que hemos mirado por nuestra alma. Yo, pues, he estado tan distante de injuriar a tales varones, que por el contrario, estoy por decir, que han recibido de mí un gran honor, con rehusar el que me hacían; y no te admires, si te parece alguna paradoja lo que digo: oirás muy prontamente la razón de todo esto. En este caso, ya que no todos, a lo menos, algunos que encuentran su gusto en maldecir, hubieran tenido ocasión de sospechar y de hablar muchas cosas de mi, que era el ordenado, y también de los que me habían elegido. Dirían, que atendiendo a las riquezas, y admirando la nobleza de la cuna, y lisonjeados por mí, me habían promovido a este grado; y no me atrevo a asegurar, si se hallaría tal vez alguno, que sospechase haber sido inducidos por dinero. Cristo, añadirían, ha llamado a esta dignidad pescadores, artífices de tiendas, y publicanos; pero estos no se dignan admitir a los que se mantienen con su trabajo cotidiano: y si encuentran alguno que se haya aplicado a las letras humanas, y que pase en ocio toda la vida, a este alaban, y a este admiran. ¿Por qué, pues, desprecian a los que han sufrido innumerables sudores en utilidad de la Iglesia, y en un punto han elevado a semejante honor, al que ni aun ligeramente ha gustado jamás alguno de estos trabajos, sino que ha gastado toda su vida en la vana aplicación a las ciencias profanas? VIII. Estas, y otras muchas cosas hubieran podido decir, si hubiéramos admitido esta dignidad, pero no al presente; pues con esto se les ha cortado todo pretexto de maldecir. Ni pueden acusarme de adulación, ni tampoco a aquéllos de haber recibido regalos, sino es que haya algunos, que voluntariamente quieran dar en semejante manía. ¿Cómo puede componerse, que el que sigue la adulación, y gasta el dinero por llegar a un puesto de honor cuando está a punto de conseguirlo, lo ceda a los otros? Esto sería lo mismo, que si un hombre después de haber tolerado muchos trabajos en cultivar la tierra, para que la mies viniese cargada de mucho fruto y el vino rebosase en los lagares después de innumerables fatigas y excesivo gasto de dineros; cuando llegase el tiempo de segar, y de recoger la uva, dejase a los otros la cosecha de los frutos. ¿Ves como en este caso, aunque sus discursos fueran muy distantes de la verdad, con todo quedaba algún pretexto a los que quisieran calumniarlos de haber hecho la elección sin un recto discernimiento de razón? pero ahora no les hemos dejado lugar para respirar, ni aun para abrir simplemente la boca. Estas, y aun otras cosas mucho mayores hubieran dicho en el principio; pero después de haber comenzado a ejercitar el ministerio, no hubiéramos bastado a defendernos cada día de los acusadores; y esto, aunque en todo nos hubiéramos portado irreprensiblemente, ¿qué sería cuando por la poca experiencia, y por la corta edad nos hubiéramos visto obligados a errar en muchas cosas? En nuestro caso los hemos librado de este cargo; y en el otro, los hubiéramos expuesto a innumerables oprobios. Quién en tal caso no hubiera dicho: han fiado a muchachos sin juicio cosas grandes, y maravillosas; han destruido el rebaño de Dios. ¿Las cosas de los cristianos, se han convertido en juegos de niños, y en irrisión? Pero ahora[34]toda la iniquidad cerrará su boca. Y si por lo que toca a ti dijeren todas estas cosas, prontamente los harás conocer por las obras, que ni la prudencia se mide por la edad, ni se hace prueba por las canas de la vejez; ni se debe apartar enteramente al joven de tal ministerio, sino sólo al que es neófito, habiendo entre uno y otro grandísima diferencia. ................. 18. Joann. XXI. 15. 19. Rom. VII. 32. Joan. III. 16. Rom. V. 16. tit. II. 14. 20. Mat. XXIV. 45. 21. Ephes. 6. 12. 22. Galat. 5. 19. 2. Cor. 12. 20. 23. I Cor. 2. 11. 24. Estas palabras se explican mas abajo y no perjudican a lo que sienta poco después. 25. 2. Cor. I. 23. 26. Esto es seculares. 27. Jerem. 3. 3. 28. 2. Tim. 2. 25. 29. Mat. 24. 45. 30. 31. 32. 33. 34. I Tim. III. Joan. 13. 35. I Cor. 13. 3. Joan. 15. 3. Ps. 106. 42. I. Para probar que no hemos rehusado este honor con ánimo de injuriar a los que nos han honrado, ni pretendiendo por esto hacerles algún ultraje, pudiéramos alegar lo que dejamos dicho. Pero que tampoco lo hemos rehusado, arrebatados de alguna especie de soberbia, procuraré ahora, en cuanto me sea posible, hacerlo también patente; porque si se dejara a mi elección el aceptar un gobierno militar, o un reino, y yo abrazara este sentimiento, con razón podría alguno sospechar esto de mí; o en tal caso, ninguno me culparía de soberbia, sino que todos me tendrían por un loco. Pero proponiéndoseme el sacerdocio, que es tanto más excelente que un reino, cuanta es la distancia que hay entre el espíritu, y la carne; ¿tendrá alguno el atrevimiento de acusarme de soberbia? ¿No es, pues, una cosa absurda, tratar, y acusar como a locos a los que desprecian cosas de poca monta, y a los que hacen esto con otras de mucho mayor consideración, absolviéndolos de locura, acusarlos de soberbia? Esto es lo mismo que tratar, no como a soberbio, sino como a hombre privado de sentido, a aquél que rehusara gobernar una torada, y que no quisiera ser vaquero; y que del que se negase a recibir el imperio de todo el mundo, y el mando de todos los ejércitos de la tierra, se asegurase, no que estaba loco, sino poseído de soberbia. Pero no, no es esto así: los que hablan de este modo, se desacreditan más a sí mismos, que a nosotros; porque el pensar solamente que la naturaleza humana pueda despreciar tan gran dignidad, es un indicio suficiente de la opinión que tienen de ella, los que profirieron esto: porque si no la tuvieran por una cosa de poca consideración, y monta, de ningún modo les hubiera venido al pensamiento una sospecha semejante. ¿Cuál es, pues, la causa, de que ninguno jamás ha tenido el atrevimiento de formar semejante pensamiento sobre la naturaleza de los ángeles, y de decir, que hay un alma humana, que por soberbia no se dignaría de aspirar a la dignidad de aquella naturaleza? Son grandes las cosas que nos figuramos de aquellas potestades; y esto no nos permite creer, que pudiese el hombre pensar cosa mayor que aquel honor: por tanto, con más razón pudiera alguno acusar de soberbia a nuestros mismos acusadores; porque no podrían sospechar de los otros una cosa como ésta, si ellos primero no la despreciasen como de ningún valor. II. Si después dicen que hemos hecho esto, atendiendo a la gloria, se manifestarán repugnantes, y que se contradicen a sí mismos. A la verdad, yo no sé qué otras razones más eficaces que estas podrían alegar, si quisieran defendernos de ser acusados de vanagloria. Si hubiera entrado en mi ánimo semejante deseo, debía yo antes haberlo aceptado, que rehusado; ¿y por qué? porque de esto me hubiera resultado mucha gloria. Porque hallándome en tal edad, y que hace poco aparté de mí los pensamientos del siglo, si de repente hubiera comparecido para con todos tan admirable, que pudiese ser preferido a los que han consumido toda su vida en tan grandes fatigas, y hubiese tenido más votos que ellos, ¿no hubiera sido ésta una cosa, que a todos los hubiera movido a pensar, que en mí se hallaban prerrogativas tan grandes y admirables, y que me hubiera granjeado el respeto, y veneración de todos? Pero ahora, a excepción de algunos pocos, la mayor parte de la Iglesia no me conoce, ni aun por el nombre; de modo, que no todos saben, sino algunos pocos, que yo lo haya rehusado; y de estos, no creo que todos sepan la verdad del hecho. Y aun es verosímil, que muchos se persuadirán, que, o no hemos sido elegidos, o que después de la elección, se nos ha removido por habernos juzgado incapaces, y no que voluntariamente nos hemos retirado. III. Basilio: Bien está esto: pero aquéllos que están informados de la verdad, no podrán menos de admirarse. Juan: Pero estos, tú decías, que nos acusaban de vanagloria, y de soberbia. ¿De dónde, pues, podemos prometernos alabanzas? ¿del vulgo? éste no sabe bien la verdad del hecho. ¿De algunos pocos? pero aun en este caso nos ha salido todo al contrario. Ni tú por otro motivo has entrado en este discurso, sino por saber qué podríamos responder a éstos. ¿Mas por qué trato estas cosas con tanta sutileza? Aunque todos supiesen la verdad, quiero que esperes un poco, y que conozcas claramente, que ni aun así debíamos ser condenados de soberbia, o de vanagloria. Fuera de esto, verás también claramente, que no es pequeño el peligro que amenaza, no sólo a los que tengan semejante atrevimiento, si es que se encuentra alguno, que no me lo puedo persuadir, sino también a los que tienen esta sospecha de los otros. IV. Porque el sacerdocio se ejercita en la tierra, pero tiene la clase de las cosas celestiales, y con razón; porque no ha sido algún hombre, ni ángel, ni arcángel, ni alguna otra potestad creada, sino el mismo Paráclito el que ha instituido este ministerio, y el que nos ha persuadido, a que permaneciendo aun en la carne, concibiésemos en el ánimo el ministerio de los ángeles. De aquí resulta, que el sacerdote debe ser tan puro, como si estuviera en los mismos cielos entre aquellas potestades. Terribles a la verdad, y llenas de horror eran las cosas que precedieron el tiempo de la gracia, como las campanillas,[35]las granadas, las piedras preciosas en el pecho, y en el humeral, la mitra, la cidaris, o tiara, el vestido talar, la lámina de oro, el sancta sanctorum, y la gran soledad[36] que se observaba en lo interior de él. Pero si alguno atentamente considerase las cosas del Nuevo Testamento, hallará, que en su comparación son pequeñas aquéllas tan terribles y llenas de horror, y que se verifica aquí lo que se dijo de la ley:[37]«Que no ha sido glorificado el que lo ha sido en esta parte por la gloria excelente». Porque cuando tú ves al Señor sacrificado y humilde, y el sacerdote que está orando sobre la víctima, y a todos teñidos de aquella preciosa sangre; ¿por ventura crees hallarte aún en la tierra entre los hombres, y no penetras inmediatamente sobre los cielos, y apartado de tu alma todo pensamiento carnal, con un alma desnuda, y con un pensamiento puro no registrar las cosas que hay en el cielo? ¡Oh maravilla! ¡oh benignidad de Dios para con los hombres! ¿Aquél que está sentado en el cielo juntamente con el Padre, en aquella hora es manoseado de todos, y se da a sí mismo a todos los que quieren, para que lo estrechen, y abracen? y esto lo hacen todos con los ojos de la fe: ¿Te parecen, por ventura, dignas de desprecio estas cosas, o ser tales, que alguno pueda levantarse contra ellas? ¿Quieres también por otra maravilla conocer la excelencia de este sacrificio? Ponme delante de los ojos a un Elías,[38]y una innumerable muchedumbre que le cerca, la víctima puesta sobre las piedras, y a todos los otros en una gran quietud y silencio, y sólo al profete en oración: después, en un punto, el fuego que se desprende de los cielos sobre la víctima: maravillosas son estas cosas, y llenas de pasmo. Pasa después de allí a las que se hacen al presente, y las encontrarás, no sólo maravillosas, sino que exceden todo asombro. Se presenta, pues, el sacerdote, no haciendo bajar fuego del cielo, sino al Espíritu Santo; y permanece en oración, no para que consuma las cosas propuestas una llama encendida en lo alto, sino para que descendiendo la gracia sobre la víctima, por medio de ella se enciendan los ánimos de todos, y queden más brillantes que la plata purificada en el fuego. ¿Quién, pues, podrá despreciar este tremendo misterio, si no es que sea enteramente furioso, o que estuviere fuera de sí? ¿Ignoras, acaso, que el alma humana no pudiera sufrir aquel fuego del sacrificio, sino que todos serían enteramente destruidos sin un fuerte auxilio de la divina gracia? V. Porque si alguno considerase atentamente lo que en sí es, el que un hombre envuelto aún en la carne y en la sangre, pueda acercarse a aquella feliz e inmortal naturaleza; se vería bien entonces, cuán grande es el honor que ha hecho a los sacerdotes la gracia del Espíritu Santo. Por medio, pues, de éstos se ejercen estas cosas y otras también nada inferiores, y que tocan a nuestra dignidad y a nuestra salud. Los que habitan en la tierra, y hacen en ella su mansión, tienen el encargo de administrar las cosas celestiales y han recibido una potestad que no concedió Dios a los ángeles ni a los arcángeles; porque no fue a estos a quienes se dijo:[39]«Lo que atáreis sobre la tierra, quedará también atado en el cielo, y lo que desatáreis, quedará desatado». Los que dominan en la tierra tienen también la potestad de atar, pero solamente los cuerpos; mas la atadura de que hablamos, toca a la misma alma y penetra los cielos; y las cosas que hicieren acá en la tierra los sacerdotes, las ratifica Dios allá en el cielo, y el Señor confirma la sentencia de sus siervos. ¿Y qué otra cosa les ha dado, sino toda la potestad celestial?[40]«De quien perdonáreis, dice, los pecados, le son perdonados, y de quien los retuviereis, les son retenidos». ¿Qué potestad puede darse mayor que ésta?[41] «El Padre ha dado al Hijo todo el juicio». Pero veo que toda esta potestad la ha puesto el Hijo en manos de éstos. Como si hubieran sido ya trasladados a los cielos, y levantándose sobre la humana naturaleza, y libres de nuestras pasiones, así han sido ensalzados a tan gran poder. Fuera de esto, si un rey hiciese tal honra a uno de sus súbditos, que a su voluntad encarcelase, o por el contrario librase de las prisiones a todos los que quisiese, ¿no sería éste mirado como feliz, y con respeto por todos? ¿Y el que ha recibido de Dios tanto mayor potestad, cuanto es más precioso el cielo que la tierra, y las almas que los cuerpos, podrá parecer a algunos que ha recibido una honra de tan poca consideración, que pueda, ni aun pasarles por el pensamiento, que a quien se confiaron estas cosas, pueda despreciar el beneficio? ¡Oh, vaya fuera semejante locura! Lo sería, sin duda, manifiesta el despreciar una dignidad tan grande, sin la cual no podemos conseguir, ni la salud, ni los bienes que nos están propuestos.[42]Porque ninguno puede entrar en el reino de los cielos, si no fuere reengendrado por el agua, y por el espíritu.[43] Y aquél que no come la carne del Señor, y no bebe su sangre, es excluido de la vida eterna. Ni todas estas cosas se hacen por medio de algún otro, sólo por aquellas santas manos; quiero decir, por las del sacerdote, ¿Cómo, pues, podrá alguno, sin estos, escapar del fuego del infierno, o llegar al logro de las coronas que están reservadas? Estos pues son a quienes están confiados los partos espirituales y encomendados los hijos que nacen por el bautismo. Por estos nos vestimos de Cristo y nos unimos con el Hijo de Dios haciéndonos miembros de aquella bienaventurada cabeza; de modo que para nosotros justamente han de ser mas respetables, no sólo que los potentados y que los reyes, sino aun que los mismos padres; porque estos nos han engendrado de la sangre y de la voluntad de la carne, pero aquéllos no son autores del nacimiento de Dios y de aquella dichosa regeneración de la verdadera libertad y de la adopción de hijos según la gracia. VI. Los sacerdotes[44]de los judíos tenían potestad de curar la lepra del cuerpo, mejor diré, no de librar, sino de aprobar solamente a los que estaban libres de ella. Y tú no ignoras con qué empeño era apetecido entonces el estado sacerdotal. En cambio nuestros sacerdotes han recibido la potestad de curar, no la lepra del cuerpo, sino la inmundicia del alma; no de aprobar la que está limpia, sino de limpiarla enteramente. De modo que los que a estos desprecian, son mucho más execrables y merecen mayor castigo que Dathan y quienes le siguieron.[45]Aunque aquéllos pretendían una dignidad que no les correspondía, tenían de ella al mismo tiempo una opinión maravillosa, lo que manifestaron con el mismo hecho de desearla tan ardientemente. Éstos en cambio, en el tiempo en que el sacerdocio se halla en un grado de tanto honor y ha tomado tan gran incremento, han manifestado un atrevimiento mucho mayor que aquéllos, aunque de diverso modo. Porque no es lo mismo, por lo que toca a razón de desprecio, el desear un honor que no te conviene, o el despreciarlo; sino que esto es tanto peor que aquéllo cuanta es la diferencia que hay entre el despreciar una cosa y admirarla. ¿Cuál es, pues, aquella alma desgraciada, que desprecie bienes tan grandes? yo no diré que hay alguna, sino es que fuere agitada de un furor diabólico. Pero nuevamente vuelvo al lugar de donde salí. No solamente por lo que toca a castigar sino también para beneficiar, dio Dios mayor potestad a los sacerdotes que a los padres naturales. Y hay entre unos y otros tan gran diferencia como la que hay entre la vida presente y la venidera; porque aquéllos nos engendran para ésta, y éstos para aquélla. Aquéllos no pueden librar a sus hijos de la muerte corporal, ni defenderlos de una enfermedad que los asalte; pero estos han sanado muchas veces nuestra alma enferma y vecina a perderse, haciendo a unos la pena más llevadera y preservando a otros desde el principio para que no cayesen; y no solamente enseñándoles y amonestándoles, sino también socorriéndolos con oraciones. Y esto, no sólo cuando nos vuelven a engendrar, sino porque después de esta generación, conservan la potestad de perdonarnos los pecados. [46] ¿Enferma alguno entre vosotros? llame a los ancianos de la Iglesia, y estos rueguen sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará; y si hubiere hecho pecados, le serán perdonados. Fuera de esto, los padres naturales, si sus hijos ofenden a algún gran príncipe, o potentado, en nada los pueden favorecer; porque los sacerdotes los han reconciliado, no con los príncipes, o con los reyes, sino con el mismo Dios enojado. ¿Y habrá alguno, después de todas estas cosas, que se atreva a acusarnos de soberbia? Yo creo que, por lo que dejo dicho, quedarán las almas de los que me escuchen tan ocupadas de religioso temor, que no condenarán de soberbia o atrevimiento a aquéllos que huyen, sino quienes por sí mismos se apresuran a procurar este honor. Porque si aquéllos a quienes se encomendó el gobierno de las ciudades las arruinaron cuando no se han portado con la mayor prudencia y cautela, y se perdieron a sí mismos, ¿cuánta virtud, tanto propia como sobrenatural, te parece que necesita para no errar aquél a quien tocó por suerte el adornar la Esposa de Cristo? VII. Ninguno amó más a Cristo que San Pablo, ninguno dio muestras de mayor cuidado que él, ninguno fue hecho digno de mayor gracia. Con todo, después de tantas prerrogativas, teme aún y tiembla por esta potestad y por aquéllos que le están encomendados. [47] «Temo, dice, no sea que como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así se aparten vuestros pensamientos de aquella simplicidad que teníais para con Cristo». Y en otro lugar:[48] «He estado con grande temor, y temblor por lo que toca a vosotros». Un hombre arrebatado al tercer Cielo, y hecho participante de los Arcanos de Dios, y que sufrió tantas muertes como días vivió después de su conversión; un hombre que no quiso usar de la potestad que había recibido de Cristo, para que no se escandalizase alguno de los fieles.: Si él, que aun se excedía en la custodia de los divinos mandamientos, y que de ningún modo buscaba lo que era suyo sino el bien de sus súbditos estaba siempre con tanto temor cuando volvía la consideración a la grandeza de este ministerio, ¿qué será de nosotros, que frecuentemente sólo buscamos nuestros intereses, que no sólo no sobrepasamos los divinos mandamientos sino que por la mayor parte no los cumplimos?[49] ¿Quién, dice él, enferma, y yo no enfermo? ¿quién se escandaliza, y yo no me siento abrasar? Tal ha de ser necesariamente el sacerdote, y no solamente así; porque estas cosas son de poca, o de ninguna consideración, respecto de las que diré. ¿Y cuáles son estas?[50] Yo deseaba, dice, ser anatema de Cristo por mis hermanos unidos a mí según la carne. Si alguno puede proferir semejante palabra, si alguno tiene un alma que toque en este deseo, merece justamente ser reprendido, si es que huye. Pero si alguno se halla tan necesitado de esta virtud como yo me hallo, justo es que sea abominado, no cuando huye sino cuando acepta. Porque si se propusiese la elección para una dignidad militar, y los que hubieran de conceder este honor, poniendo en medio un herrero, o un zapatero, u otro artesano de esta clase, le confiasen el mando del ejército, yo no alabaría a este infeliz, si no huyera e hiciera cuanto estuviera de su parte, para no caer en una ruina inevitable; porque si basta simplemente el ser llamado pastor, y desempeñar de cualquier modo que sea este ministerio, ni en este se encuentra peligro alguno, puede enhorabuena acusarnos de vanagloria todo aquél que quisiere. Pero si el que toma sobre sí este cuidado necesita tener una gran prudencia, y aun más que ésta, una gracia muy grande de Dios, rectitud de costumbres, pureza de vida, y mayor virtud que la que puede hallarse en un hombre, ¿me negarás el perdón, porque no he querido sin consejo, y temerariamente, perderme? Porque si uno, conduciendo una nave mercantil, bien pertrechada de remeros y colmada de inmensas riquezas, y haciéndome sentar junto al timón, me mandase doblar el Mar Egeo o Tirreno; yo, al oír la primera palabra, rehusaría semejante comisión; y si alguno me preguntase, por qué; le respondería, que por no echar a pique el navío. VIII. Pues si donde la pérdida se extiende tan solamente a las riquezas, y el peligro a la muerte corporal, ninguno puede acusar a los que usen de la mayor cautela, cuando a los que naufragan, les espera no caer en este mar sino en un abismo de fuego, y les aguarda una muerte, no la que separa el alma del cuerpo, sino la que envía la una juntamente con el otro a una pena eterna. Te enojarías conmigo, y me aborrecerías, porque precipitadamente no me había arrojado a tan grande ruina; no así, te ruego, y suplico. Conozco bien este ánimo débil, y enfermo; conozco la grandeza de aquel ministerio, y la dificultad grande que encierra en sí este negocio. Son, pues, en mucho mayor número las olas que combaten con tempestades el ánimo del sacerdote que los vientos que inquietan el mar. IX. Y sobre todos los males, aquel terribilísimo escollo de la vanagloria, más peligroso que los prodigios que fingen los poetas. Muchos, en la realidad, pudieron, navegando, pasar éste sin recibir daño alguno; pero a mí me parece tan peligroso, que aun ahora, cuando ninguna necesidad me arrebata a semejante abismo, apenas puedo verme libre de este mal. Si alguno pusiese en mis manos semejante carga, sería lo mismo que si me atase las manos atrás, y me diese por presa a las bestias que habitan en aquel escollo, para que cada día me despedazasen. ¿Y cuáles son estas bestias? La ira, la tristeza, la envidia, la altercación, las calumnias, las acusaciones, la mentira, la simulación, las asechanzas, las imprecaciones contra los que no han hecho mal alguno, la alegría en los trabajos de los ministros, la tristeza por su buen porte en el cumplimiento de su obligación, el amor de las alabanzas, el deseo de honra (que es lo que sobre todas cosas precipita el ánimo humano) las doctrinas acomodadas al gusto de los oyentes, las viles adulaciones, las lisonjas bajas, el desprecio de los pobres, los obsequios a los ricos, los honores inconsiderados y las gracias dañosas, que igualmente son peligrosas a los que las hacen y a los que las reciben; el temor servil, y que solamente conviene a los esclavos más viles; el no tener libertad para hablar; una humildad toda aparente, pero ninguna en la realidad; el no aplicar las reprensiones y el castigo, o tal vez emplearlas sin medida contra personas humildes, no habiendo quien se atreva, ni aun a abrir la boca contra aquéllos que tienen el gobierno. Estas son las bestias, y otras aun mayores, que mantiene en su seno aquel escollo; de las cuales, los que una vez llegaron a ser sorprendidos, caen por necesidad en una esclavitud tan grande, que no pocas veces hacen a gusto de las mujeres muchas cosas, que tengo por conveniente no explicar.[51] La ley divina las ha excluido de este ministerio; pero ellas procuran con el mayor tesón introducirse en él; y ya que por sí mismas nada pueden, lo hacen todo por medio de otros, y es tan grande el poder que se han arrogado, que a su voluntad aprueban, o excluyen los sacerdotes. No se ve bien cumplido aquí lo que se dice proverbialmente el mundo al revés:[52]los súbditos guían a los superiores; y ojalá fueran hombres y no aquéllas a quienes no se ha permitido el enseñar, ¿y qué digo el enseñar? [53]ni aun hablar en la Iglesia les permitió San Pablo. Yo he oído contar a alguno, que se han tomado tanta libertad, que reprendían a los prelados de las Iglesias y los gritaban más ásperamente que los señores a sus propios esclavos. Ni crea alguno, que yo pretendo comprender a todos en los cargos que acabo de decir; porque hay muchos, sí, muchos hay que se libraron de estas redes, y son en mucho mayor número, que los que han quedado aprisionados en ellas. X. Ni tampoco podría acusar al sacerdocio de estos males: no sería yo tan desatinado. Porque todos aquéllos que tienen juicio, no culpan del homicidio al puñal, ni al vino de la embriaguez, ni a la fuerza de la injuria, ni a la fortaleza de un atrevimiento inconsiderado, sino a los que abusan de los dones que recibieron de Dios: a éstos son a quienes castigan; porque el sacerdocio justamente nos acusará, que no le tratamos con rectitud. No es este causa de los males que dejamos dichos, sino nosotros, que en cuanto está de nuestra parte, lo afeamos con tantas manchas, confiándolo a cualquier persona. Estos, pues, sin entrar primero en el conocimiento de sus propias almas, y sin atender a la gravedad del negocio, reciben alegremente lo que se les da; pero cuando llegan a la práctica, deslumbrados de su poca experiencia, envuelven en mil males a los pueblos que les han sido confiados. Esto, pues, esto es lo que ha faltado poco para sucederme a mí, si Dios prontamente no me hubiera preservado de tales peligros, mirando por su Iglesia, y por mi alma. ¿De dónde, dime, juzgas que nacen tan grandes inquietudes en las Iglesias? yo creo que no proceden de otra parte, sino de hacerse sin consejo, y sin reparo las elecciones de los prelados; porque es necesario que sea muy robusta la cabeza, para que pueda regir, y poner en orden los malos vapores que suben de la parte inferior de lo restante del cuerpo; pero sí por sí misma es débil, y enferma, y que no puede desechar aquellos insultos de que se engendran las enfermedades, se debilita de día en día más y más, y juntamente consigo pierde lo restante del cuerpo: para que no sucediese esto al presente, me ha conservado Dios en el orden de los pies, que por suerte me tocó desde el principio. Otras muchas cosas hay, ¡oh Basilio! otras muchas cosas hay además de las dichas, que deben hallarse en el sacerdote, y que nosotros no tenemos; y la primera de todas es, que ha de tener el alma enteramente pura del deseo de este grado; porque si se inclina con un afecto desordenado a semejante dignidad, después de haberla conseguido, enciende una llama mucho más vehemente; y dejándose llevar por la fuerza, a trueque de hacérsela estable, se ve obligado a incurrir en infinitos males, ya siguiendo la adulación, ya sufriendo cosas indignas y serviles, ya derramando y consumiendo mucho dinero. Y porque no parezca tal vez a algunos que cuento cosas increíbles, paso ahora en silencio, que muchos peleando por esta dignidad, han cubierto de cadáveres las Iglesias y han dejado desiertas las ciudades. Debía, pues, según yo pienso, mirarse con tanta religión este ministerio que debía rehusarse al principio como carga; y después de hallarse en ella, no esperar los juicios de los otros, si acaeciese incurrir en algún delito que mereciese la deposición, sino previniéndolo, eximirse por sí mismo de esta dignidad; porque así es probable, que se inclinaría Dios a misericordia. Pero el retener con obstinación esta dignidad contra lo conveniente, es privarse de todo perdón, es irritar más la ira de Dios, añadiendo al primer pecado otro mayor; pero no, no habrá alguno tan obstinado. Porque mala cosa es sin duda, mala, el apetecer esta dignidad. Ni yo me opongo, diciendo esto, a lo que escribe San Pablo; antes entiendo, que voy enteramente conforme con sus palabras. ¿Qué es, pues, lo que dice?[54] (a) «Si alguno desea el obispado, desea una buena obra». No digo que es malo el desear la obra, sino el apetecer la autoridad, la dominación. XI. Este es aquel deseo, que juzgo yo se debe desterrar del ánimo con el mayor cuidado, procurando no dar lugar desde el principio, a que quede ocupado de este deseo, para poder obrar con libertad en todas las cosas. Aquél que no se deja arrastrar de alguna ambición de manifestarse brillante con esta potestad, tampoco teme el dejarla; y no temiendo, puede obrar en todo con aquella libertad que conviene a los cristianos. Pero los que están recelosos, y temen el ser removidos, sufren una esclavitud amarga, y llena de muchos males, y se ven obligados frecuentemente a ofender a Dios, y a los hombres. Conviene, pues, que no tengamos un ánimo dispuesto de esta suerte; sino que así como en las guerras vemos combatir con denuedo, y morir con fortaleza a los soldados valerosos, del mismo modo los que entran en este ministerio, deben estar dispuestos a ejercer los empleos del sacerdocio y a dejar la dignidad como corresponde a hombres cristianos, y que saben que semejante dejación no trae consigo menor corona que el mismo ministerio; porque cuando uno sufre y padece un caso semejante, por no incurrir en una cosa indecente e indigna de aquella dignidad, atrae mayor castigo a los que injustamente le han depuesto, y para sí consigue un premio más colmado. Dice la Escritura:[55]«Vosotros sois bienaventurados, cuando os ultrajaren, persiguieren y dijeren todo mal contra vosotros, mintiendo por ocasión mía, alegraos, y regocijaos, porque vuestro premio es grande en los cielos». Y esto cuando sea depuesto por los de su mismo orden, o por envidia, o por congraciarse con otros, o por odio, o por otro motivo poco justo; pero cuando sucede sufrir esto de los contrarios, creo que no se necesitan palabras para demostrar la utilidad que les ocasionan con su malicia. Lo que conviene, pues, observar por todas partes con la mayor atención es que no quede escondida alguna centella de este deseo. No será toco de estimar que los que desde el principio tienen pura el alma de esta pasión, puedan librarse de ella cuando lleguen a este grado. Pero si alguno, aun antes de conseguirle, alimenta dentro de sí esta cruel y terrible fiera, no te podré explicar en qué incendio tan grande se arroja después de haberlo conseguido. Nosotros, pues, (ni creas que por modestia quiero en modo alguno disimularte la verdad) tenemos el alma muy poseída de este deseo; y este es el motivo, que no nos ha espantado menos que todos los otros, y que nos ha dado ocasión para esta fuga. Porque así como los que aman los cuerpos mientras pueden estar cerca de las personas amadas, sufren su pasión con mayor impaciencia; pero cuando les sucede estar apartados, cuanto les es posible, de los objetos de su cariño, destierran al mismo tiempo aquella manía; del mismo modo los que apetecen este grado, cuando se acercan a él se les hace un mal insoportable; pero cuando han depuesto la esperanza, juntamente con ella han apartado de sí el deseo. Esta, pues, es una causa no despreciable, la que aunque fuera sola, bastaría por sí misma para tenernos lejos de esta dignidad. XII. Pero se añade otra, que no es menor. ¿Cuál es ésta? Es necesario que el sacerdote sea vigilante,[56]perspicaz, y que por todas partes tenga innumerables ojos, como aquél que no vive para sí solo, sino también para tan gran muchedumbre. Ahora bien, tú mismo confesarás que yo soy perezoso, omiso, y que apenas basto para procurar mi salud; aunque por el amor que me tienes procuras, más que todos, ocultar mis defectos. No me tienes que alegar aquí el ayuno, las vigilias, el dormir sobre la tierra desnuda, ni otras austeridades y maceraciones del cuerpo porque sabes muy bien cuán lejos estoy yo de todas estas virtudes; y aunque con diligencia las practicara, ni aun así por esta lentitud me podrían aprovechar cosa alguna para este ministerio. No hay duda que podrían ser muy útiles a un hombre, que metido en su aposento, atendiese y cuidase solamente de sus cosas; pero respecto de aquél que está dividido para atender a tan gran muchedumbre, y que tiene sus particulares cuidados sobre cada uno de sus súbditos, ¿qué utilidad de alguna consideración pueden traer para el provecho de estos, si no tiene un ánimo muy fuerte y varonil? XIII. Y no te admires si juntamente con tan gran tolerancia, pido en el alma otra prueba de valor. Vemos, a la verdad, que muchos, sin dificultad desprecian los manjares, las bebidas, la cama blanda, y particularmente, aquéllos que tienen una naturaleza un poco agreste y que se han criado así desde sus primeros años; y a otros muchos también, a quienes por la disposición del cuerpo y por la costumbre es fácil y llevadera la aspereza que se encuentra en estos trabajos. Pero el sufrir una injuria, un daño, una palabra molesta, los dicterios de los inferiores, vengan, o no vengan al caso, las quejas vanas e inconsideradas, tanto de los superiores como de los súbditos, no es de muchos sino de uno u otro. Y verás, que aquéllos que se manifiestan fuertes en aquellas cosas padecen en éstas tales vahidos que se enfurecen mucho más aun que las bestias más feroces. A este género de sujetos, los tendremos principalmente apartados del sacerdocio. Porque de que un obispo no sea inclinado a la abstinencia de las viandas, ni a caminar descalzo, no por esto dañará al común de la Iglesia; pero una ira desordenada, ocasiona grandes males al que es poseído de ella, y a los prójimos. Contra los que no ejercitan aquellas cosas, no hay amenaza alguna de parte de Dios; pero a los que inconsideradamente se dejan llevar de la ira, se les amenaza con el infierno, [57] y con el fuego del infierno. Así el que ama la vanagloria cuando llega a tener la dominación de muchos suministra al fuego mayor materia; y del mismo modo, el que ni consigo mismo, ni en una conversación de pocos puede dominar la ira, fácilmente se deja transportar por ella; y si llega el caso de que se le fía el gobierno de todo un pueblo, como una bestia fiera acosada por todas partes de innumerables personas, no podrá jamás vivir en quietud y ocasionará males infinitos a los que están confiados a su fe. XIV. Ninguna cosa, pues, impide tanto la pureza del ánimo, ni embota la perspicacia del entendimiento como una ira desordenada y que se transporta con gran ímpetu. Porque ésta, dice la Escritura, [58]pierde a los prudentes. Del mismo modo que en una batalla dada de parte de noche, ofuscada la vista del alma, no sabe distinguir los amigos de los enemigos, ni a los que tienen honor de los que no lo tienen, sino que los trata a todos sin diferencia alguna; y aunque deba recibir algún mal, todo lo sufre fácilmente por saciar el placer del ánimo. Es el ardor de la ira un cierto placer que tiraniza al alma con más rigor que el mismo deleite, turbando enteramente toda la tranquilidad de su constitución; porque con facilidad la levanta a la soberbia y la excita a enemistades fuera de propósito y a un odio inconsiderado; y con frecuencia la dispone a hacer ofensas temerariamente, y sin juicio, y la obliga a ejecutar, y decir otras cosas semejantes; siendo, entretanto, el alma arrastrada de la furia de la pasión, sin tener donde, apoyando su fuerza, pueda resistir a un ímpetu tan fuerte. Basilio: No puedo sufrirte ya más tiempo que hables con tal disimulo. ¿Quién es, pues, dime, el que ignora, cuán ajeno estás de semejante enfermedad? ¿Qué quieres, respondí yo, ¡oh feliz varón! ponerme cerca de la llama, e irritar una fiera que se está quieta? ¿Ignoras, acaso, que no me ha sucedido esto por virtud propia, sino por el amor que tengo a la quietud, y a la soledad? El que se siente tocado de este achaque podrá librarse de aquel incendio, permaneciendo en soledad y frecuentando el trato de uno u otro amigo solamente; pero no si se mete en un abismo de tantos cuidados. En este caso, no sólo arrastra a sí mismo al precipicio de la perdición, sino a otros muchos también en su compañía y los hace que atiendan menos a cultivar la mansedumbre. Sucede, pues, naturalmente, que el vulgo de los que deben obedecer, se miren frecuentemente como en un ejemplar original en las costumbres de los que los gobiernan, procurando asemejarse a ellos. ¿Cómo podrá uno que padece tumores, hacer cesar las inflamaciones en los súbditos? ¿y cuál será en un pueblo, el que deseará moderar prontamente los ímpetus de la ira, viendo al superior iracundo? Porque no es posible, no, que estén ocultos los defectos de los sacerdotes; antes bien, aun los más pequeños, se hacen públicos prontamente. El atleta puede a la verdad ocultarse, aunque sea muy débil, mientras se está quieto en casa sin entrar en lucha con alguno; pero cuando despojándose desciende al combate, fácilmente se descubre lo que es. Igualmente, pues, aquellos hombres que pasan una vida privada y libre de negocios, tienen en la soledad un velo que cubre sus defectos; pero si se presentan en público, se ven obligados a despojarse de la soledad que les servía como vestido y a manifestar a todos desnudas sus almas, por los movimientos externos. Así como sus buenas acciones son a muchos de gran utilidad, convidándolos a una igual imitación, así también sus delitos los hacen más perezosos en la práctica de la virtud y los disponen a que se entorpezcan en las fatigas de las buenas obras. De todo lo cual resulta ser necesario que por todas partes brille la hermosura de su alma para que pueda alegrar e iluminar las de aquéllos que los miran. Porque los pecados de la gente ínfima, hechos como a lo oscuro, sirven de ruina solamente a los que los cometen; pero el de un hombre de consideración, y conocido de muchos, trae un daño común a todos, haciendo que los que han caído, sean más remisos en los sudores de las cosas buenas, y excitan a soberbia a los que quieren atender a sí mismos. Fuera de esto, las caídas de la gente ínfima, aunque lleguen a publicarse, a ninguno ocasionan una herida tan profunda; pero los que se hallan puestos en lo alto de este grado, están, en primer lugar, patentes a todos, y después, aunque sean muy tenues las cosas en que falten, se descubren estas muy grandes a los otros; porque no miden el pecado por la grandeza del hecho, sino por la dignidad de aquél que lo ha cometido. Se necesita, pues, que el sacerdote esté pertrechado de un gran cuidado y de una perpetua vigilancia sobre su vida, como de unas armas de diamante, y que vele con la mayor atención, para que no haya alguno, que encontrando algún lado descubierto y abandonado le de una herida mortal. Porque todos le cercan dispuestos a herirle y derribarle; y no sólo toda suerte de enemigos, sino muchos también de aquéllos que se le venden por amigos. Es por tanto necesario que sean elegidas tales almas, como en otro tiempo manifestó la gracia de Dios fueron los cuerpos de aquellos santos en el horno de Babilonia. [59]No es el sarmiento, ni la pez, o la estopa alimento de este fuego, sino otro mucho más nocivo. Porque no es lo que tienen debajo, aquel fuego sensible; sino que es la llama de la envidia, la que los cerca, y la que consumiéndolo todo, se levanta por todas partes y los asalta escudriñando su vida con más diligencia, que hizo entonces el fuego con los cuerpos de aquellos niños. Luego que encuentra una pequeña porción de estopa, inmediatamente se pega; y no sólo consume aquella parte débil y viciada, sino que abrasa y oscurece con aquel humo toda la restante estructura, aunque fuera más resplandeciente que los rayos del sol. Siempre que la vida del sacerdote estuviere por todas partes bien compuesta, no podrá ser cogida por asechanzas; pero si tuviere el menor descuido, por pequeño que sea, (como es creíble que sucederá a un hombre que pasa este mar de la vida lleno de tantos extravíos) nada le aprovechan todas las otras buenas acciones para poder librarse de las lenguas de sus acusadores: por el contrario, aquella pequeña falta basta para oscurecer todo lo restante. Todos quieren juzgar al sacerdote, no como a hombre vestido de carne, y a quien ha tocado una naturaleza de hombre, sino como a un ángel libre de toda otra enfermedad. Así como todos temen y lisonjean a un tirano mientras se mantiene en el dominio, porque no pueden derribarle de aquel puesto pero cuando ven que sus intereses toman otro semblante contrario, dejada la máscara de aquel fingido honor, los que poco antes se manifestaban sus amigos, se le convierten de repente en contrarios y enemigos declarados, y registrando cuál es el lado que tiene más flaco, le embisten y privan del Imperio. Así con los sacerdotes, aquéllos que poco antes, y cuando se hallaba sobre el candelero, le honraban y respetaban; luego que encuentran un mínimo pretexto, se preparan fuertemente para derribarlo, no sólo como a tirano, sino como a una cosa peor aun que tirano. Y así como aquél teme principalmente a los que le hacen guardia a sus costados; así éste teme también, más que a todos, a los que le sirven en el ministerio; porque ningún otro desea tanto su dignidad, ni sabe sus cosas tan bien como estos: estando a su lado, si sucede alguna cosa de éstas, la saben antes que los otros, y pueden fácilmente ser creídos; aunque sea calumniándolos, y haciendo grandes las cosas de poco cuerpo, pueden cogerle sorprendido con este engaño. Así se verifica en sentido contrario el dicho del Apóstol: [60] "Si padece algún miembro, se alegran todos los miembros; y si es honrado un miembro, padecen todos los miembros;" a no ser que alguno de señalada piedad pueda mantenerse fuerte contra todas estas cosas. ¿Y es posible que nos envíes a una guerra tan grande? ¿Has juzgado, acaso que mi ánimo bastará para mantener una batalla tan varia y de tan diferentes especies? ¿De dónde y de quién lo supiste? Porque si Dios te lo ha revelado, muéstrame el oráculo y obedezco; y si no puedes mostrármelo, sino que das tu voto siguiendo el concepto de los hombres, aparta tu ánimo de semejante error; porque por lo que toca a nuestras cosas, es justo que sigamos antes nuestro juicio que el de los otros: [61]"Pues ninguno conoce las cosas de un hombre, sino el espíritu que está dentro de él". Que nosotros nos hubiéramos hecho ridículos a nosotros mismos, y a los que nos hubieran elegido, en el caso de haber aceptado esta dignidad, y que con gran daño hubiéramos tenido que volvernos a este estado de vida, en que al presente nos hallamos, ya que no antes, a lo menos al presente, creo que quedarás persuadido por estos discursos. Porque no solamente la envidia, sino otra cosa más terrible aun que la envidia, suele armar a muchos contra aquél que la tiene. Porque así como los hijos codiciosos de dinero no pueden sufrir la larga vejez de sus padres; así algunos de estos tales, cuando ven que el sacerdocio dura mucho tiempo, ya que el matarlo no porque esto sería una iniquidad, procuran derribarlo de aquel grado, deseando todos entrar en su lugar, y esperando cada uno, que recaerá en él el ministerio. XV. ¿Quieres que te muestre otro género de esta contienda llena de mil peligros? Ve, pues, y atiende a las fiestas públicas en que se acostumbran hacer las elecciones de los prelados de la Iglesia y verás al sacerdote acosado de tantas acusaciones, cuanto es el número de aquéllos a quienes preside. Todos los que tienen parte en la colación de esta dignidad se dividen en esta ocasión en muchos partidos, sin que alguno pueda ver aquel congreso de presbíteros, ni concordes entre sí, ni con aquél que ha obtenido el obispado; sino que cada uno forma su partido, queriendo uno a este y el otro al otro. La causa de esto es el que no miran todos a una cosa, que es a la que sólo debían mirar, esto es, a la virtud del ánimo; sino que se mezclan otros motivos, por los que se confiere esta dignidad. Como por ejemplo: uno dice, elíjase éste, porque es de ilustre nacimiento; el otro, porque posee inmensas riquezas, y no tendrá necesidad para mantenerse de las rentas de la Iglesia; otro, porque del partido de los enemigos ha pasado al nuestro. Quién procura adelantar su amigo a los otros, quien al pariente, quien al lisonjero y ninguno quiere atender al que es idóneo, ni hacer la prueba de la virtud del ánimo. Ahora, estoy yo tan lejos de creer, que son estas causas suficientes para la prueba de los sacerdotes, que ni aun si se encontrara alguno adornado de una gran piedad, que sin duda no conduce poco para este ministerio, ni aun a este me atrevería a elegir inconsideradamente por solo este título, si no juntaba a la piedad una prudencia consumada. Porque yo he conocido a muchos, que habiéndose macerado, y afligido con ayunos, mientras han podido permanecer en la soledad y atender a sus cosas solamente, merecieron la divina aceptación y añadieron cada día a aquella filosofía una porción no pequeña; pero después que entraron a gobernar un pueblo y se vieron obligados a corregir las ignorancias del vulgo, los unos no pudieron, ni aun a los principios, mantenerse en el ministerio, y los otros obligados a permanecer en él, luego que abandonaron aquella primera diligencia y austeridad, ocasionaron a sí mismos un gravísimo daño y a los otros no sirvieron de algún provecho. Pero ni aunque uno hubiera permanecido toda la vida en el ínfimo grado de este ministerio, y hubiera llegado así a la última vejez, no promoveríamos a éste inconsideradamente a un grado más alto por respeto de sus años. ¿Pues qué, si pasada ya toda esta edad, permanece aún menos apto? Ni yo digo esto, pretendiendo defraudar las canas del honor que les es debido, ni tampoco establecer una ley por la que enteramente sean removidos de este ministerio los que vienen del orden solitario, habiendo habido muchos venidos de él, que resplandecieron en esta dignidad; lo que intento demostrar, es que si ni la piedad por sí sola, ni una larga vejez son suficientes para hacer digno del sacerdocio al que las posee, mucho menos podrán los motivos que dejamos dichos. Pero no faltan algunos que proponen otros más absurdos: unos son alistados en el orden clerical para evitar que se inclinen al partido de los contrarios; y otros por su misma iniquidad, para que olvidados, no ocasionen mayores males. ¿Puede darse cosa más inicua que ésta, que unos hombres malvados y llenos de mil vicios sean honrados por aquellas mismas cosas por las cuales deberían ser castigados, y que por las que ni aun podrían atravesar los umbrales de la Iglesia, por estas mismas suban a la dignidad sacerdotal? ¿Y buscamos aún, dime por tu vida, cuál sea la causa de la divina indignación, cuando confiamos las cosas más santas, y más tremendas a hombres inicuos, y de ningún valor, para que todas las trastornen? Porque cuando han llegado a la administración de cosas, que de ningún modo conviene a unos, o son muy superiores a las fuerzas de los otros, hacen que la Iglesia en nada difiera del Euripo. Yo, a la verdad, me reía antes de los príncipes seculares porque hacen la distribución de los empleos, no en atención a la virtud y dotes del ánimo, sino a proporción de las riquezas, del número de los años, o patrocinio de los hombres; pero después que he oído haberse introducido también en nuestras cosas el mismo modo irracional, no he tenido ya por tan grande este desorden. ¿Qué maravilla, pues, que se vean cometer estos errores por unos hombres entregados a los placeres de la vida, amigos de reputación para con la muchedumbre, y que todo lo hacen con el fin de amontonar riquezas? Cuando aquéllos que fingen vivir libres de todo esto, no se hallan más bien dispuestos, sino que altercando por las cosas celestiales, como si se deliberase sobre algunas yugadas de tierra u otra cosa semejante, eligiendo temerariamente a hombres de ninguna consideración, los ponen en el gobierno de unas cosas por las que el Unigénito Hijo de Dios no rehusó evacuar su gloria, [62]hacerse hombre, tomar la forma de siervo, ser afeado con salivas, ser azotado y sufrir, según la carne, una muerte ignominiosa. Y no paran en esto, sino que añaden otros absurdos mucho mayores: porque no solamente admiten a los indignos, si no que excluyen a los que son útiles. Y como si se debiese arruinar por las dos partes la firmeza de la Iglesia, o como si no bastase la primera causa para irritar la divina indignación, así añaden esta segunda, que no es menos grave. Porque yo juzgo ser igualmente malo el tener apartadas a las personas útiles, que el introducir a las inútiles. Y esto se hace para que el rebaño de Cristo no pueda por parte alguna hallar algún consuelo, ni aun siquiera respirar. ¿No son estas cosas dignas de mil rayos? ¿No merecen un infierno mucho más terrible que el que nos está amenazado? ¿Y con todo, sufre y tolera estos males aquél que no quiere la muerte del pecador, [63]sino que se convierta y viva? ¿Quién podrá admirar bastante su bondad y amor para con los hombres? ¿Cómo no quedará pasmado de su misericordia? Las personas dedicadas a Cristo destruyen la heredad de Cristo mucho más aun que sus mismos contrarios y enemigos. Y el buen Señor usa aún de clemencia y convida al arrepentimiento. Gloria a ti, ¡oh Señor! gloria a ti. ¡Qué abismo de amor para con el hombre hay en ti! ¡qué inmensidad de paciencia! Aquéllos que por tu nombre, de hombres viles y oscuros llegaron a los honores y se hicieron respetables y visibles, se sirven de este honor contra el mismo que los honró. Tienen atrevimiento de ejecutar las cosas más indignas, desacreditan las cosas santas, dejando a un lado y excluyendo a los buenos, para que los malvados puedan sin estorbo, y con la mayor seguridad trastornarlo todo a su placer. Y si quieres saber las causas de este mal, las encontrarás semejantes a las primeras; pero que tienen por raíz, o digámoslo así, por única madre, a la envidia. Estas, a la verdad, no son de una misma suerte, sino que difieren entre sí; porque uno dice se deseche aquél, porque es joven; el otro, porque no sabe adular; otro, porque ha ofendido a fulano; el uno, porque fulano no se disguwte, viendo reprobado el que él ha propuesto, y elegido éste; el otro, porque es moderado y de costumbres apacibles; el otro, porque es terrible a los que obran mal; y otro por otras causas semejantes, porque no les faltan pretextos, cuantos quieran. Y aun, cuando no tengan otro, traen el de que son en gran número los sacerdotes, y que no conviene conferir esta dignidad inconsideradamente, sino poco a poco, y por sus grados. Tampoco les falta modo de hallar otros motivos, cuantos quisieren. Ahora, yo aquí blandamente quiero preguntarte: ¿Qué hará el Obispo, combatiendo con tantos vientos? ¿Cómo podrá mantenerse fuerte contra olas tan furiosas? ¿Cómo rechazará todos estos ataques? Porque si dispone la cosa ajustado a las reglas de la recta razón, todos se vuelven enemigos y contrarios suyos, y también de los que han sido elegidos. Todo lo hacen con el fin de mantener su tesón contra él, excitando sediciones cada día e imponiendo mil cosas injuriosas a los que han sido elegidos, hasta conseguir excluirlos o introducir a los suyos. Sucede aquí casi lo mismo, que como cuando un piloto de un navío lleva navegando en su compañía piratas que continuamente, y a cada hora, ponen asechanzas a su vida, a la de los marineros y a la de los pasajeros. Porque si recibiendo gente que no debía admitir, hace más caso de su favor que de la propia salud, tendrá, en lugar de aquéllos, a Dios por enemigo. ¿Qué cosa puede haber más terrible que esta? y le darán que hacer mucho más aun que antes, ayudándose todos mutuamente y haciéndose con la unión mucho más fuertes. Porque así como cuando soplan de partes contrarias vientos furiosos, el mar que hasta entonces permanecía tranquilo, en un punto se embravece y se encrespa, sumergiendo a los navegantes; del mismo modo la tranquilidad de la Iglesia, recibiendo en sí hombres pestilenciales, se llena de tempestades y de naufragios. XVI. Piensa, pues, cuál debe ser aquél que ha de resistir a tempestad tan grande, y templar de modo tales cosas que no impidan la pública utilidad. Porque es necesario que se muestre grave, pero sin fausto; rígido, pero humano; entero, pero afable con todos, sin aceptación de personas, pero oficioso; humilde, y no servil; de espíritu vehemente, pero blando, para poder combatir fácilmente contra todas estas cosas, y promover con toda libertad al que es idóneo, aun cuando todos lo resistan; y con la misma, no admitir al que no es tal, aunque todos juntos conspiren a que se admita, y no atender a otra cosa, que a la edificación de la Iglesia, y no hacer nada por odio, o por favor. ¿Te parece que con razón hemos rehusado este ministerio? Pues aún no te lo he expuesto todo, porque tengo otras muchas cosas que decirte. Pretendo que no te sea molesto el sufrir a un amigo sincero y fiel, que quiere persuadirte se halla fuera de todos aquellos cargos que le hacías. Esto te será muy útil, no sólo para nuestra defensa, sino también para cuando llegares, como sucederá brevemente, a la administración de este empleo; porque es necesario, que el que ha de pisar este camino de vida, no ponga las manos sobre tal ministerio, sin haberlo primero examinado todo con la mayor madurez. ¿Y por qué esto? porque ya que no sea otra cosa, hallándose informado de todo, tendrá la ventaja de que nada se le hará nuevo cuando ocurrieren estas cosas. ¿Quieres, pues, que vengamos a tratar primero de la presidencia de las viudas, o del cuidado de las vírgenes, o de la dificultad de la parte judiciaria? porque sobre cada una de estas se pide diverso cuidado, y mayor temor aun que cuidado. Y para dar principio de aquéllo, que entre todo parece lo más fácil, el cuidado de las viudas parece que no trae otro pensamiento a los que están encargados de ellas, que el consumo del dinero. Pero no es así, sino que se requiere también aquí mucha diligencia, cuando se llegare al caso de ponerlas en lista; porque de elegirlas sin consideración, y como vienen, se han originado males infinitos, habiendo entre éstas, quienes han corrompido las familias, han causado divisiones en los matrimonios, y frecuentemente han sido cogidas en hurtos y en otras feas ganancias, y han practicado otros tratos poco decentes. Ahora bien, el alimentar con dinero de la Iglesia semejantes mujeres, atrae sobre sí el castigo de la parte de Dios, y de parte de los hombres, el que sea en gran manera blasfemado, y desalienta a aquéllos que están bien dispuestos para hacer bien. Porque, ¿quién querrá, que el dinero que ha mandado se ofrezca a Cristo, se emplee, y consuma con aquéllos que afean y calumnian el nombre de Cristo? Por esto es necesario un diligente examen, para que no consuman la mesa de las que se hallan imposibilitadas, no solamente las que dejamos dichas, sino también aquéllas, que pueden sustentarse con el trabajo de sus manos. Después de este diligente examen, se sigue otro cuidado no pequeño; esto es, que los alimentos nunca falten, sino que corran abundantemente como de una fuente. Es un mal en cierta manera insaciable la pobreza involuntaria, lleno de quejas, y de desagradecimiento; y se requiere mucha prudencia, mucha atención para cerrarle la boca, quitándole todo motivo de queja. Muchos hay, que cuando ven a alguno superior a todo interés, sin otro examen lo califican por idóneo para este empleo. Pero yo juzgo que no le basta por sí sola, esta superioridad de ánimo; bien, que es necesario ver, si tiene ésta antes que las otras; porque sin ella sería un disipador, y no un tutor, un lobo en vez de pastor; o si juntamente con ésta, posee también otra. Esta es la que a los hombres ocasiona todos los bienes; quiero decir, la paciencia, que conduce el ánimo y lo guía como a un puerto tranquilo. Las viudas son una casta de gente, que por su pobreza, por su edad y por su sexo usan de una libertad de hablar (porque es mejor decirlo así) sin medida: gritan sin venir al caso y se quejan fuera de propósito, lamentándose sobre aquellas mismas cosas de que deberían mostrar agradecimiento, y reprendiendo lo mismo que deberían alabar. Y a todo esto conviene, que el que las tiene a su cargo, no se mueva por sus rumores intempestivos, ni por sus quejas sin razón. En atención a su infelicidad, es justo que sea compadecido este género de personas, y que de ningún modo sean injuriadas; porque el insultar sus calamidades, y añadir la injuria al trabajo que tienen por su pobreza, sería tocar en lo último de la crueldad. Por esto un varón muy sabio, que atiende a la condición y soberbia de la naturaleza humana, y tiene bien conocida la índole de la pobreza, capaz de acobardar el ánimo más generoso e inducirlo a despojarse de la vergüenza y arrojarlo a pedir muchas veces unas mismas cosas; para que ninguno que se ve acosado de los pobres, se mueva a ira, y quien debe socorrerlos, irritado de verse continuamente envestido de ellos, no se haga su enemigo; lo invita a ser apacible y de fácil entrada a los necesitados, diciendo: [64]"Inclina de buena gana tus orejas al pobre y respóndele con mansedumbre palabras de paz". Dejando a un lado a aquél que puede ser ocasión de impaciencia, (porque, ¿qué se puede decir a un infeliz, que yace en la miseria?) habla sólo con el que puede soportar su enfermedad, exhortándole, a que antes de darle nada, lo alivie con el agrado de su semblante y con la mansedumbre de las palabras. Si hubiere, pues, alguno que no usurpe lo que está destinado para el sustento de las viudas; pero que las injurie y se irrite contra ellas, cargándolas de afrentas; no solamente no alivia con su liberalidad la tristeza que nace de la miseria, sino que con las injurias hace el mal mucho mayor. Pues por la necesidad en que las pone la falta de alimento, se ven ciertamente en la precisión de ser muy descocadas; pero con todo, sienten semejante violencia. Cuando, por temor del hambre se ven obligadas a mendigar; y por mendigar, a ser descaradas; y por ser así, a dejarse cargar de mil villanías, se apodera de su ánimo una violenta melancolía, y que de mil diversos modos las cubre de una gran oscuridad. Es, pues, necesario que el que tiene a su cargo el cuidado de éstas, esté dotado de un espíritu tan elevado, que no solamente no aumente trabajo a su ánimo con la indignación y enojo; sino que por medio de sus exhortaciones y consuelos mitigue la mayor parte del dolor que tienen en su desdicha. Porque así como aquél que es ultrajado, aunque sea socorrido largamente, no siente la utilidad del dinero, por la herida que le causó el ultraje; así aquél, que tratares con humanidad y blandura, si juntamente con el consuelo recibe alguna dádiva, se alegra y se regocija, y lo cuenta por don doblado, en atención al buen modo con que se le ha dado. Ni yo digo esto por propia autoridad, sino por la de aquél, que ha dado las advertencias que quedan dichas: [65]"Hijo mío, dice él, no quieras poner ultraje en los beneficios, ni en algún don la aspereza de palabras. ¿No es verdad, que el rocío hace pasar el ardor? pues así son mejores las palabras que el don. Mira como las palabras son un bien mayor, que el mismo don; y uno y otro se halla en un hombre dotado de gracia". El que está destinado para estas cosas ha de ser adornado, no sólo de suavidad de costumbres, y de paciencia, sino que ha de hacer al mismo tiempo de sabio ecónomo; porque si le falta esta cualidad, quedarán expuestos al mismo desfalco los caudales de los pobres. Hubo uno, a quien estaba encargado este ministerio; el cual, habiendo juntado una gruesa suma de dinero, en la realidad no lo gastó consigo mismo, ni tampoco con los pobres, a excepción de una pequeña cantidad, sino que ocultaba la mayor parte, enterrándola; hasta que sobreviniendo un contratiempo, puso todo aquel dinero en manos de los enemigos. Se necesita, pues, de una grande providencia, para que ni sobren, ni tampoco hagan falta las facultades de la Iglesia. Es, pues, necesario, que todas las rentas se repartan prontamente entre los pobres y conviene tener depositados los tesoros de la Iglesia en la buena voluntad de los súbditos. Y por lo que toca al hospedar los peregrinos y a las curaciones de los enfermos, ¿cuánto consumo de dinero crees tú que pide esto, y cuánta diligencia y prudencia en quien tiene el cuidado? porque aquí el gasto no es inferior al que queda dicho, y muchas veces es mayor; y se necesita, que el que preside, sea un provisor adornado a un tiempo de piedad, y de prudencia para disponer a los que tienen facultades a que ofrezcan a porfía, y sin pena, lo que poseen, cuidando de no ofender los ánimos de los bienhechores, al paso que solicita proveer al alivio de los enfermos. Se necesita, pues, que manifieste en esta ocasión una magnanimidad y atención mucho mayor; porque los enfermos son en cierto modo una cosa llena de fastidio, y sin acción. Y si por todas partes no se aplica una gran diligencia y cuidado; basta un descuido, aun en lo mínimo, para ocasionar gravísimos males a los enfermos. XVII. Por lo que toca al cuidado de las vírgenes, es tanto mayor el temor, cuanto es este un bien más precioso, y el rebaño más digno de un rey que los otros; pero habiéndose introducido ahora en el coro de estas santas una infinidad de gente llena de innumerables males, el trabajo se hace más difícil. Pues así como no es lo mismo el pecado de una doncella noble, que el de su sierva; así tampoco el de una virgen, y el de una viuda: porque éstas tienen por una cosa indiferente el usar de las burlas, el injuriarse mutuamente, el adular, el ser descaradas, el dejarse ver por todas partes, y el andar vagueando por la plaza; pero la virgen se ha impuesto mayores obligaciones: es emuladora de la filosofía celestial, y hace profesión de representar en la tierra el modo de vivir de los ángeles; y su propósito es, hacer, vestida de esta carne, aquéllo que hacen las potestades incorpóreas. No le conviene hacer frecuentes e inútiles salidas de casa, ni se le permite emplearse en discursos vanos y fuera de propósito, debiendo ignorar aun el nombre de las villanías y de la adulación. Por esto tiene necesidad de una guardia muy segura y de mayor atención, porque el enemigo de la santidad está siempre alerta y les pone asechanzas pronto a devorarlas, si acaso desliza alguna, o cae. Además muchos hombres procuran seducirlas, juntándose a todos estos el furor de la naturaleza, y por decirlo en una palabra, tiene que estar preparada a sostener dos guerras; una que la asalta exteriormente, y otra que la turba por la parte interior. Por esto, grande debe de ser el temor de quien tiene sobre sí este cuidado, esperándole mayor peligro y dolor si acaeciese (lo que jamás suceda) alguna cosa que no se quiere: [66] "porque si una hija escondida, ocasiona vigilia a un padre, y el cuidado que tiene de ella, aparta el sueño de sus ojos"; siendo tan grande su temor, o de que sea estéril, o de que se le pase la edad de poderse casar, o de que pueda ser odiada de su marido: ¿qué padecerá aquél, que no tiene el pensamiento puesto sobre alguna de estas cosas, sino de otras mucho mayores? Porque aquí no se trata del desprecio de un marido, sino del que se hace al mismo Cristo: ni la esterilidad se reduce solamente a oprobios, sino que el mal va a terminar en la perdición del alma. [67]"Porque todo árbol, dice la Escritura, que no da buen fruto, es cortado, y se arroja al fuego." Y a la que es aborrecida por el esposo, no basta tomar libelo de repudio, y retirarse; si no que le dan por pena del odio un eterno castigo. Y el padre natural tiene muchas cosas, que le hacen fácil la custodia de la hija; porque la madre, la ama, la multitud de los criados, y la seguridad de la casa, sirven al padre de socorro para guardar más fácilmente la virgen. Ni se le permite salir en público de continuo, ni cuando sale tiene necesidad de hacerse ver de todos los que la encuentran; siendo cierto, que no menos la oscuridad de la tarde, que los muros de la casa, pueden ocultar a la que no quiere dejarse ver. Fuera de que no tiene pretexto alguno, por el que esté obligada a comparecer delante de los hombres. Porque ni el pensamiento de las cosas necesarias, ni los ultrajes de los hombres injuriosos, ni alguna otra causa semejante, la pone en necesidad de tal encuentro, sirviéndole el padre por todos. A ella sólo le queda un cuidado, que es no hacer ni decir cosa que sea indigna de su persona, ni de la honestidad que le conviene. Pero aquí son muchas las cosas, que hacen al padre espiritual difícil, o tal vez imposible la custodia; porque ni puede tenerla consigo dentro de casa, por no serle decente, ni sin peligro semejante cohabitación. Y aun cuando de aquí no sintiesen daño, y guardasen constantemente una sincera santidad, deberían, no obstante, dar cuenta de aquellas almas que habían escandalizado del mismo modo que si entre sí hubieran pecado. Ahora, siendo esto imposible, no se pueden fácilmente conocer los movimientos del alma, ni cercenar las cosas que brotan superfluamente, ni cultivar mejor las que están en buen orden, y proporción, reduciéndolas a mejor estado: ni es fácil tampoco indagar las salidas de casa; porque la pobreza y el desamparo en que se halla, no le permiten inquirir sutilmente la honestidad que le conviene. Estando obligada a hacer por sí todas las cosas, tiene con esto muchos pretextos de salir de casa, si no quiere vivir honestamente. Y es necesario, que el que la manda, esté continuamente dentro de ella, y corte estas ocasiones, atendiendo a proveerlas de todo lo necesario, y de una mujer, que la sirva en estas cosas. Es necesario tenerla lejos de los funerales y de las vigilias nocturnas; porque sabe aquella astutísima serpiente, sabe sembrar su veneno por medio aun de las obras buenas. Y se necesita, que la virgen por todas partes esté cercada de un muro y que salga pocas veces de casa en todo el año, y solamente cuando la obliguen motivos inevitables y forzosos. Y si alguno dijere que ninguna de estas cosas es obra que debe tratar el obispo, sepa que en cada una de ellas, los cuidados y las culpas recaerán sobre él. Es, pues, mejor, que manejándolo por si todo, se libre de los cargos, que es necesario vengan sobre él por los delitos de los otros; y que dejada a otros la administración, tenga que temer dar cuenta de lo que otros hicieron. Fuera de esto, el que todo lo maneja por sí, fácilmente ejecuta todas las cosas; pero el que es obligado a hacer esto, a fuerza de persuadir los pareceres de todos, no consigue el quedar libre de dar por sí tanto alivio, cuantas son las inquietudes y turbaciones que le ocasionan los que se le atraviesan y contrastan sus sentimientos. No podría yo reducir a número todos los cuidados que se requieren sobre las vírgenes; porque aun cuando debe hacerse la elección de ellas, el que tiene a su cargo este ministerio no tiene que atender a un negocio de poca consideración. La parte que pertenece a los juicios encierra infinitas molestias, un grandísimo trabajo y tantas dificultades, cuantas no sostienen los jueces seculares; porque el hallar lo justo no es pequeña dificultad; y aun después de hallado, es difícil el no violarlo. Y no solamente aquí se encuentra trabajo y dificultad, sino un peligro no pequeño; porque algunos de los más enfermos, después de haberse enredado en pleitos y negocios, hicieron naufragio en la fe por no tener quien los socorriese. Muchos también de los que recibieron alguna injuria aborrecen a los que no les dan auxilio, del mismo modo que a los que los injuriaron; ni quieren hacerse cargo del desorden de las cosas, ni de la dificultad de los tiempos, ni de la cortapisa que tiene la potestad sacerdotal, ni de otra semejante, sino que son jueces inexorables, y que no entienden de otra defensa, sino de verse libres de los males de que se hallan oprimidos; y aquél que no puede ponerlos en libertad, aunque exponga mil motivos, de ningún modo podrá escapar de que le condenen. Pero supuesto que he hecho mención de lo que es patrocinio, espera te declararé otra causa que hay de quejas; porque si el que posee un obispado no va rodando cada día por todas las casas, más aun que los que no tienen otra ocupación, se le originarán de aquí disgustos increíbles. Y no sólo sucede esto con los que están enfermos, sino también con los sanos, deseando ser visitados por el obispo, inducidos, no de algún motivo de religión, sino que por la mayor parte pretenden esto por honor y por dignidad. Si alguna vez sucede que lo haga con más frecuencia con alguno de los más ricos y poderosos por pedirlo así alguna necesidad urgente en utilidad del común de la Iglesia, sin otra reflexión se le apropia la reputación de lisonjero y adulador. ¿Y qué hablo yo de patrocinios, y de visitas? solamente por las salutaciones, cargan sobre él un tan grande peso de quejas, que oprimido muchas veces, se ve abatido por la tristeza. Deben dar cuenta aun de sus miradas; porque el vulgo examina con sutileza sus acciones, aun las más sencillas, y consideran el tono de la voz y el gesto del semblante, y miden la cantidad de la risa. A fulano, dice alguno, se le ha sonreído y le ha saludado con un semblante alegre y en voz alta; pero a mí, solamente de paso y por encima; y si estando muchos sentados no vuelve la vista cuando habla a todas partes, reciben esto los demás como un ultraje. ¿Quién, pues, que no tenga un espíritu muy robusto, podrá resistir a tantos acusadores, ya sea para quedar libre enteramente de sus cargos, o para poder desembarazarse de ser culpado? Porque es necesario no tener acusadores, mas si esto es imposible, conviene dar descargo a los delitos que se le acumulan. Y si aun esto no es fácil porque algunos encuentran su gusto en acusar temerariamente y sin consideración, se necesita resistir generosamente a la tristeza de sus quejas. El que es acusado justamente, soporta con facilidad al que le acusa; porque no habiendo acusador más acervo que la misma conciencia, si éste nos sorprende primero, que es el más terrible de todos, sufrimos más fácilmente a los acusadores externos, en quienes se halla mayor suavidad. Pero aquél en quien no se halla conciencia de algún hecho malo, cuando es acusado injustamente se deja llevar con prontitud por la ira, y con facilidad pierde el ánimo, si por otra parte no está bien preparado de antemano para soportar las manías del vulgo. Porque no es posible, no, que deje de inquietarse aquél que es temerariamente calumniado y condenado, y que no sienta en sí algún movimiento a la vista de una cosa tan poco razonable. ¿Y quién podrá contar los dolores que padecen, cuando es necesario separar a alguno del cuerpo de la Iglesia? ¡Ojalá el mal se quedase sólo en dolor! pero al presente se experimenta una ruina no pequeña. Hay, pues, que temer, no sea que castigado más de lo justo, no padezca lo que dejó dicho San Pablo; esto es, "que quede anegado de la abundancia del dolor". Extremada diligencia se necesita aquí también, para que no se le convierta en ocasión de mayor daño, lo que había de ser motivo de su alivio: porque el médico que no hubiere cortado bien la herida, tendrá parte en la ira que corresponde a cada uno de los pecados que cometiere aquél, después de semejante curación. ¿Cuántos castigos no puede temer, cuando se le pida cuenta, no solamente de los pecados en que por sí mismo ha incurrido, sino cuando se vea puesto en el último riesgo por lo que hicieron los otros? Y si tememos por la cuenta que hemos de dar por nuestros propios pecados, como que no podremos escapar de aquel fuego, ¿qué no podrá temer ha de sufrir, aquél que tenga que defenderse de tantas cosas? En confirmación de esta verdad, oye a San Pablo, o mejor diré, al mismo Cristo, que hablaba en él: "Obedeced a vuestros superiores y estadles sujetos, porque ellos velan sobre vuestras almas, como que han de dar cuenta de ellas". ¿Te parece de poca consideración el temor que consigo lleva esta amenaza? no es fácil decir cuan grande sea. Ahora bien, todas estas cosas bastan para persuadir a los más tercos y obstinados que esta huida la hemos hecho, no sorprendidos de algún motivo de soberbia o vanagloria, sino solamente temiendo a nosotros mismos y atendiendo a la suma gravedad del ministerio. ........................ 35. Exod. 28. Véase la misteriosa explicación de todos estos ornamentos en Agustín Calmet y en el Tabernaculum foederis de Bernardo Lamy. 36. Sólo el Sumo Sacerdote entraba una vez al año en lo interno del Santuario, en la Fiesta de la Expiación. 37. II Cor. III. 10. 38. 3 Reg. 18. f. 39. Mat. 18. 18. 40. Joan. 20. 23. 41. Jo. V. 22. 42. Joan. 3. 5. 43. Jo. 4. 52. 44. Lev. 14. 45. Numer. 16. Estos fueron Core y Abiron, los cuales movieron una sedición contra Moisés y Aarón, pretendiendo serles iguales; pero la tierra, que se abrió bajo de sus pies y los tragó vivos, castigó su soberbia. 46. Jacob. V. 14. 47. 2. ad Cor. 12. 2. 48. I Cor. 2. 5. 49. 2 Cor. 11. g. 50. Rom. 9. 3. 51. I Cor. 14. 34. 52. I. Tim. 2. 12. 53. I Cor. 14. 34. 54. I Tim. 3. a. 55. Mat. V. 11. 56. I. Tim. 3. 2. 57. Matth. 5. 22. 58. Prov. XV. 1. 59. Daniel. 3. c. 60. 1 Cor. 12. 26. Las palabras del Apóstol son estas: Et sive patitur unum membrum, compatiuntur omnia membra: sive glorificatur unum membrum, congaudent omnia membra. 61. I Cor. 2. 11. 62. Mat. 26. 67. Philip. 11. 7. 63. Ezech. 18. 23. y 23. 33. 64. Ecles. 4. v. 8. 65. Ecl. XVIII. 15. 66. Eccl. 42. 9. 67. Matth. 3. 10. I. Oídas estas cosas por Basilio, y permaneciendo en silencio algún rato, dijo: Sería razonable ese temor, si tú hubieras solicitado ambiciosamente esta dignidad; porque aquél que se juzga idóneo para manejar este empleo, solicitando el obtenerlo, después que le ha sido confiado no puede recurrir al pretexto de su ignorancia en lo que errare; porque anticipándose con el correr precipitadamente a arrebatar este ministerio, él mismo se privó de esta defensa. Ni podrá tampoco alegar, por haberse introducido en él voluntariamente, y por su gusto: yo, sin querer, he faltado en esto, involuntariamente he destruido este negocio. Podrá en semejante ocasión replicarle, el que fuere su juez, sobre este punto: ¿pues cómo, sabiendo tu propia insuficiencia, y no teniendo ciencia bastante para manejar, sin errar, un tal ministerio, te apresuraste y atreviste a tomar sobre ti cosas tan superiores a tus fuerzas? ¿Quién te violentó? ¿Quién por fuerza te arrastró, resistiéndolo tú y huyendo? Pero tú no podrás oír jamás alguna de estas cosas; porque ni reconoces semejante delito, y por otra parte es notorio a todos, que ni poco, ni mucho has solicitado este honor, sino que lo has tenido por la solicitación de otros. Ahora bien, lo que impide a aquéllos el tener perdón en lo que pecaren, te da a ti materia muy cumplida para tu defensa. Juan: Al oír yo estas razones, moviendo la cabeza, y sonriéndome blandamente, admiré la sencillez de este hombre y le respondí de esta suerte: quisiera yo verdaderamente, ¡oh amigo!, a quien entre todos más estimo, que la cosa pasase como dices; aunque no para poder aceptar este ministerio, que ahora he rehusado; porque aunque no me esperase castigo alguno por gobernar sin atención y sin ciencia el rebaño de Jesucristo; con todo, habiéndome sido confiadas cosas de tan grande peso, tendría por la pena más terrible, el haber de comparecer tan indigno a vista de aquél que me lo confió. ¿Por qué, pues, te parece que desearía yo, que no fuese falsa esta tu opinión? no por otro motivo, sino para que puedan aquellos infelices y desgraciados (así conviene llamar a los que no hallan el modo de administrar bien este empleo, aunque tú digas mil veces, que han sido llevados por fuerza y que pecan por ignorancia) para que puedan, digo, librarse de aquel fuego inextinguible, de aquellas tinieblas exteriores, del gusano que nunca muere, para que no sean separados de los escogidos, y confundidos con los hipócritas. ¿Pero qué quieres que te haga? La cosa no es así, no. Si quieres, comenzaré, para confirmación de lo que llevo dicho, a probar esto por el reino, que en la aceptación divina, no es de tanta consideración como el sacerdocio. Aquel Saúl, hijo de Cis, no fue hecho rey porque él lo solicitase; sino que habiendo salido en busca de unas borricas, se fue al profeta para preguntarle sobre ellas. Este le introdujo en discursos sobre el reino; y ni aun así, aunque lo oía de la boca de un profeta, corrió al reino ambiciosamente, sino que se retiraba y lo rehusaba diciendo: ¿Pues quién soy yo, y qué consideración merece la casa de mi padre? ¿Pues qué? Después de haber usado mal del honor que Dios le había dado, pudieron acaso librarle del enojo de quien le había elegido rey, estas palabras de disculpa con que podía responder a Samuel cuando le reprendía: ¿por ventura, he corrido yo por mí al reino? ¿acaso he solicitado yo este imperio? Yo quería tener una vida particular, tranquila y sin cuidados; tú eres el que me has arrastrado a esta dignidad; si yo hubiera permanecido en aquella humildad, me hubiera librado fácilmente de estos encuentros porque siendo uno de tantos, y sin nombre, no hubiera sido enviado a esta empresa, ni Dios me hubiera encomendado la guerra contra los amalecitas; y no habiendo tenido esta comisión, tampoco hubiera incurrido en este pecado. Pero todas estas cosas son débiles para la defensa; y no solamente débiles, sino muy peligrosas, y que encienden más y más la indignación divina; porque habiendo sido honrado sobre su mérito, no debía oponer la grandeza del honor recibido por defensa de sus pecados, sino servirse como de motivo para aprovecharse más y más del gran favor que Dios le había hecho. Aquél, pues, que por haber obtenido una dignidad mayor de lo que le convenía juzgaba que por esto mismo le era lícito pecar, daba a entender que la clemencia divina era sola la causa de sus pecados. Es lo que acostumbran decir los impíos y los que viven sin cuidado alguno de su salvación; pero nosotros no debemos tener iguales sentimientos, ni incurrir en la misma locura de estos tales, sino procurar por todas partes poner por obra todo lo que alcancen nuestras fuerzas; manteniendo igualmente religiosa nuestra lengua y nuestro pensamiento. Y dejando ahora a un lado el reino; pasemos al sacerdocio que es del que tratamos. Bien cierto es que Helí no procuró obtener esta dignidad. [68]¿Pero de qué le sirvió esto cuando pecó? ¿Y qué digo para obtenerla? No podía por la necesidad de la ley, rehusarla aunque quisiese. Siendo de la Tribu de Levi, necesariamente había de recibir una potestad que le venía por sucesión de sus mayores. Con todo, no fue pequeño el castigo que experimentó por la insolencia de sus hijos. Y aquél que fue el primer sacerdote de los hebreos, de quien tuvo Dios con Moisés tantos discursos, después que no pudo resistir sólo al furor de tan grande muchedumbre, ¿no es cierto que estuvo para perderse, si la interposición de su hermano no hubiera mitigado la divina indignación? Y por cuanto hemos hecho aquí memoria de Moisés, no será malo demostrar la verdad de este discurso, por lo que a él le sucedió. [69]Este mismo bienaventurado Moisés estuvo tan lejos de pretender el principado de los judíos que aun habiéndoselo dado, lo rehusaba; y aun mandándoselo Dios, lo resistía: y esto fue con tanto extremo que irritó al mismo que se lo daba. Y no solamente entonces, sino también después cuando se hallaba ya en el principado, hubiera con gusto escogido la muerte por librarse de él: [70]"Mátame, dijo, supuesto que quieres tratarme así". ¿Pues qué, después que pecó al agua, pudieron estas continuadas resistencias servirle de defensa y mover a Dios para que le perdonase? ¿Y por qué otro motivo fue privado de la tierra prometida? Por ningún otro, como todos sabemos, sino por este pecado, por el que aquel maravilloso varón no pudo conseguir lo que lograron sus súbditos. Sino que después de tantos trabajos, y calamidades, después de extravíos tan inmensos, después de las guerras, y trofeos, murió lejos de aquella tierra por la que había sufrido tantas fatigas; y habiendo pasado los trabajos del mar, no pudo gozar de los bienes del puerto. ¿Ves, pues, como no queda algún lugar de defensa en las cosas en que pecaren, no solamente a los que arrebatan este ministerio, sino a los que llegan a él por la solicitación y empeño de otros? Porque si aquéllos que rehusaron muchas veces a Dios, que los escogía, fueron castigados con tanto rigor; e igualmente ninguna cosa pudo librar de aquel peligro, ni a [71] Aaron, ni a Heli, ni a aquel bienaventurado Varón, Santo, Profeta, [72]admirable, el más humano de cuantos hombres se hallaban en la tierra, a aquél que como un amigo hablaba con Dios; mucho menos a nosotros, que estamos tan distantes de su virtud, podrá servir de defensa el conocimiento de que no hemos solicitado esta dignidad; particularmente proviniendo la mayor parte de estas elecciones, no de la gracia de Dios, sino de los empeños de los hombres. [73] Dios eligió a Judas, lo puso en aquel santo colegio dándole juntamente la dignidad de apóstol y aun le añadió alguna cosa más que a los otros; esto es, la administración del dinero. ¿Pues qué, pudo huir del castigo por haber usado mal de uno y otro, vendiendo al mismo que le había encargado que le predicase y administrando mal el dinero que se le había confiado? No por cierto; antes bien esto mismo fue lo que le fabricó un castigo más severo, y con justa razón: porque no es justo abusar de los honores recibidos de Dios para ofenderle; sino que se deben emplear en agradarle mayormente. El que habiendo sido promovido a una honra mayor que su mérito pretende por esto librarse del castigo que merecen sus excesos se conduce igual que alguno de los incrédulos judíos que al escuchar a Cristo decir: [74]"Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían algún pecado; y si yo no hubiese hecho entre ellos milagros, que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado" acusa al salvador y bienhechor diciendo: ¿por qué has venido y has hablado? ¿por qué hiciste milagros? ¿acaso para castigarnos con más rigor? Pero estas son palabras del último furor y locura. El médico no vino para condenarte, sino para curarte; no para desecharte enfermo, sino para librarte enteramente de la enfermedad. Tú mismo voluntariamente te has escapado de sus manos. Recibe, pues, un castigo más grave. Y del mismo modo que si te hubieras sujetado a la cura, te hubieras librado aun de los primeros males; así, porque huiste de él, teniéndole presente, no podrás ya lavar estas culpas; y no pudiendo lavarlas, serás castigado por esto; y también porque cuanto estuvo de tu parte, hiciste inútil el trabajo del médico. Por esto no recibirás igual castigo, sino mucho mayor que antes de haber sido elevado por Dios a tales honores. El que no se mejora con los beneficios recibidos, es justo que sea castigado con mayor rigor. Y por cuanto he demostrado que para nosotros es de poca fuerza esta defensa; y que no sólo no salva a los que recurren a ella, sino que los hace más reos, es necesario buscar otro refugio. Basilio: ¿Cuál será éste? yo ya no puedo estar en mí: tan turbado y tan lleno de temores me han dejado tus palabras. II. Crisóstomo: No quieras, respondí, te ruego y suplico, no quieras abatirte tanto. Queda aún, sí, algún refugio. Para nosotros que somos débiles, lo es el no entremeternos de modo alguno en semejante dignidad; y para vosotros fuertes, el de no tener puestas las esperanzas de vuestra salud en otra cosa alguna, sino en no hacer, después de la gracia de Dios, cosa que sea indigna de este don, ni de Dios, que lo dio. Serían sin duda dignos del mayor castigo, aquéllos que habiendo conseguido esta dignidad por ambición y por solicitación abusasen de ella, o por pereza, o por malicia, o por falta de ciencia. Pero no por esto queda algún perdón a los que no la solicitaron; antes bien quedan estos privados de todo lugar de defensa. Conviene, pues, según yo entiendo, que aunque sean millares los que te llamen y estimulen, no atiendas a lo que te dicen; sino que examinando antes las fuerzas de tu alma y haciendo de todo un examen diligente, cedas de este modo a los que te hicieren fuerza. Ninguno se atrevería a hacer fabricar una casa sin ser arquitecto; ni otro que ignorase la medicina, se atrevería a tocar los cuerpos enfermos; y aunque fuesen muchos los que quisiesen obligarle a esto, se excusaría, y no tendría vergüenza de confesar su ignorancia. ¿Y el que ha de tomar a su cargo el cuidado de tantas almas, no entrará primero en cuentas consigo mismo? ¿aunque se reconozca el más inútil de todos, recibirá el ministerio porque fulano lo manda; porque el tal le hace fuerza, y por no ofender a aquél otro? ¿Cómo, pues, no podrá caer juntamente con ellos en una ruina manifiesta? ¿Por qué, pudiendo conseguir por sí mismo la salud, junta a su propia ruina la de otros? ¿de dónde, pues, puede esperar la salud? ¿dónde hallar el perdón? ¿quiénes serán los que intercederán entonces por nosotros? ¿Acaso aquéllos que al presente nos violentan y nos llevan por fuerza? ¿y quién en este tiempo los salvará a ellos mismos? Aun ellos tienen necesidad de otros para escapar del fuego eterno. Ahora, para que veas que yo no te digo esto por espantarte, sino porque en la realidad es así, oye lo que dice San Pablo a su discípulo Timoteo, su verdadero y amado hijo: [75]"No pongas inconsideradamente las manos sobre alguno, porque no tengas parte en los pecados ajenos". ¿Ves tú de cuanta, no digo reprensión, sino castigo, hemos librado, a lo menos cuanto estuvo de nuestra parte, a los que querían conducirnos a este grado? Y así como a los que han sido elegidos, no basta para su defensa el decir: "yo no he venido llamado por mí, y no lo he rehusado, porque no lo he previsto"; así tampoco puede aprovechar a los electores la excusa de que no tenían conocimiento del elegido; antes bien por esto mismo se hace mayor su culpa porque elevaron a tal grado al que no conocían; y lo que parecía defensa, agrava mucho más la acusación. ¿Cómo, pues, no será una cosa absurda, que los que quieren comprar un esclavo, lo hagan ver a los médicos, pidan fiadores de la venta, pregunten a los vecinos; y aun después de todo esto no se fían, sino que quieren mucho tiempo para la prueba; y que los que han de destinar a alguno a un tan gran ministerio; sin reflexión, y como sale, formen su testimonio, y juicio, según el favor u odio de otros, sin hacer otro examen alguno? ¿Quién, pues, nos librará entonces de la pena, si los que debían protegernos, necesitan de patrocinio? Conviene, pues, que el elector haga un examen muy atento; pero mucho mayor ha de ser el que debe hacer el elegido, porque aunque tenga a los electores por compañeros en el castigo de los pecados, no por eso quedará él libre de la pena; antes la tendrá mayor, si no es que aquéllos por algún motivo humano hubieren obrado contra su dictamen y contra la propia razón. Porque si incurrieren en semejante pecado, y conociendo a alguno por indigno, por algún motivo particular le hubiesen promovido, serán castigados igualmente los unos y los otros, y aun con más severidad aquéllos que han promovido a un indigno. Aquél que da la potestad a uno que quiere corromper la Iglesia tendrá la culpa de todos los males que se atreviere a ejecutar. Pero si la conciencia no le acusa de alguna de estas cosas, sino que dice haber sido engañado de la opinión del vulgo; no por esto queda libre de la pena, sino que tendrá un castigo algo menor que el elegido. ¿Pues por qué esto? porque no es extraño que los electores, engañados de una falsa opinión, vengan a este paso; pero el que ha sido elegido, no podrá decir: "yo no me conocía", como lo pueden decir de él los otros. Así como deberá ser castigado más gravemente que aquéllos; así, es necesario que haga una prueba más rigurosa de sí mismo. Y si aquéllos por ignorancia le quieren promover, sálgales él al encuentro e infórmeles por menor de todas las causas que puedan sacarles del error, y manifestándose indigno del ministerio, huya el grave peso de negocios tan grandes. ¿Cuál es, pues, la causa, de que debiéndose deliberar sobre una expedición militar, sobre el comercio, sobre la agricultura, y otras cosas semejantes que pertenecen a la vida humana, ni el labrador elegiría el oficio del marinero, ni el soldado el del labrador, ni el piloto el del soldado, aunque les amenazasen con mil muertes? No por otra cosa, sino porque cada uno prevería el peligro que sobrevendría por su ignorancia. Ahora bien, donde el daño es de cosas de tan poca monta, usaremos de tanta providencia, y de ningún modo cederemos a la violencia de los que nos quieren hacer fuerza; y donde espera un castigo eterno a los que no saben manejar el sacerdocio, sin consideración, y como ocurre, hemos de entrarnos en un peligro tan grande, dando por pretexto la violencia de otros? Pero no lo tolerará entonces el que nos juzgará sobre tales cosas. Era debido que mostrásemos mayor atención en las cosas espirituales que en las carnales; y ahora se encuentra, que ni aun es igual la que ponemos. Dime ahora por tu vida, si creyendo nosotros que un hombre era arquitecto, no siéndolo, le llamásemos a trabajar, y él viniese; y después tomando en las manos los materiales prevenidos para la fábrica, destruyese las maderas, quebrantase las piedras, y edificase la casa de tal modo, que luego padeciese ruina; ¿le serviría a este de defensa, el haber sido obligado por otros, y el no haber venido por su voluntad? De ningún modo, y con mucha razón y justicia porque debía rehusarlo, aunque otros le llamasen. Pues ahora bien: si a aquél que destruye las maderas y las piedras, no le queda alguna defensa para dejar de ser castigado; el que precipitó las almas y edifica sin atención alguna, ¿podrá persuadirse, que le basta la violencia ajena para evitar el castigo? ¿No es esta una necedad muy grande? No quiero añadir, que ninguno puede ser forzado, sino aquél que quiere serlo. Pero concédase, que haya padecido una inmensa violencia y artificios tan varios, que haya debido ceder. ¿Acaso esto le librará del castigo? No engañemos, por vida nuestra, en una cosa tan grave y no finjamos ignorar lo que saben muy bien hasta los más niños. Nada nos podrá aprovechar al tiempo de dar las cuentas, el fingir esta ignorancia. Tú no solicitaste el conseguir esta dignidad, conociendo tu propia enfermedad. Muy bien está esto, pero se necesitaba que con el mismo propósito la rehusaras, aun cuando otros te llamasen. ¿Pues qué, cuando ninguno te llamaba eras débil e inhábil; y ahora que se han hallado los que te confíen este honor, de repente te has encontrado fuerte? es cosa ridícula y digna del mayor castigo. Por esto exhorta el Señor a aquél que quiere edificar una torre que no eche los cimientos sin haber primero considerado las propias facultades, para no dar a los que pasan mil ocasiones de burlársele. Y aun en esto, el daño sólo llega hasta la burla. Pero aquí, el castigo es un fuego inextinguible, un gusano que nunca muere; el rechinar de dientes, las tinieblas exteriores, el ser weparado de los escogidos y puesto en el número de los hipócritas. Pero ninguna de estas cosas quieren reflexionar aquéllos que nos acusan; pues de otra suerte dejarían de reprenderme, porque no quise temerariamente condenarme. No se trata ahora aquí de una administración de trigo, de cebada, de bueyes, de ovejas, o de otras cosas semejantes, sino del mismo Cuerpo de Jesucristo. La Iglesia de Cristo, según San Pablo, es el Cuerpo de Cristo. El que la tiene a su cargo, necesita reducirla a un buen estado y a una excelente belleza, mirando por todas partes que no haya en alguna de ella, ni mancha, ni arruga, ni lunar, ni otro vicio semejante que pueda afear su honestidad y hermosura. ¿Y qué otra cosa debe hacer finalmente, sino cuidar cuanto alcancen las fuerzas humanas, que este cuerpo sea digno de aquella cabeza que tiene encima, inmortal y bienaventurada? Y si los que atienden a la buena complexión para la lucha, tienen necesidad de médicos y de maestros de palestra, de una dieta rigurosa, de un continuo ejercicio y de una atengión inmensa: (porque cualquier cosa en ellos, por pequeña que sea, descuidada, puede arruinarlo todo y echarlo por tierra) aquéllos a quienes tocó la suerte de curar este cuerpo que ha de combatir, no contra los cuerpos, sino contra las potestades invisibles, ¿cómo podrán conservarlo sano y entero, si no exceden de mucho la virtud humana y no saben todos los medios útiles y proporcionados para curar un alma? ¿Ignoras, acaso, que este cuerpo del que hablamos, está sujeto a más enfermedades y asechanzas que lo que está nuestra carne y que se corrompe más prontamente que aquélla, y recobra la salud con más lentitud? III. Por lo que mira a los que curan los cuerpos, se ha encontrado variedad de medicinas y diverso aparato de instrumentos y alimentos convenientes a los enfermos. Júntase a esto, que sola la cualidad de los aires ha bastado muchas veces para dar la salud al enfermo; y alguna, el sueño que sobrevino oportunamente libró al médico de todo trabajo. Pero aquí, ninguna de estas cosas puede pensarse. Solamente después del bien obrar, queda un arte y modo de curar que es la doctrina por medio del discurso. Éste es el instrumento, éste el alimento y éste el mejor temperamento de aire; éste el que hace veces de medicina, de fuego, y de hierro; y si se necesita cauterizar o cortar, de éste conviene servirse. Y si éste no tiene alguna fuerza, todo lo demás es superfluo. Con éste damos aliento a un alma abatida, la contenemos inflamada, cortamos lo superfluo, suplimos lo que falta y hacemos todas las otras cosas que sirven para la salud del alma. Y a la verdad, para arreglar muy bien tu vida, puede la de otro conducir a una igual imitación; pero si en el alma ha entrado una enfermedad de doctrinas bastardas, aquí es muy necesario el discurso, no sólo para la seguridad de los domésticos, sino también para combatir contra los enemigos externos. Porque si alguno tuviese la espada del espíritu y el escudo de la fe de tal modo dispuesto que pudiese hacer milagros, y por medio de prodigios cerrar la boca a los maldicientes, no habría necesidad de valerse del discurso; o por mejor decir, aun en este caso no sería inútil la fuerza y eficacia de la palabra, sino antes bien muy necesaria. Y San Pablo usó de ella, aunque por otra parte fuese admirado por sus prodigios. Y otro del mismo colegio, exhorta a que se tenga gran cuidado de esta facultad, diciendo: [76]"Estad siempre prontos a defenderos con todo aquél que os pida razón de la esperanza que hay en vosotros". Y todos, de común acuerdo, en aquel tiempo no tuvieron otro motivo para encomendar a Esteban y a sus compañeros el cuidado de las viudas, sino para atender ellos libremente al ministerio de la palabra. Bien que no deberíamos cuidar tanto de éste, si tuviéramos la virtud de hacer milagros. Y si no nos ha quedado ni aun señal de tal virtud, y por otra parte nos oprimen de todos lados continuos enemigos, por necesidad no nos queda otro recurso, sino el de pertrecharnos bien de estas armas, ya para no quedar expuestos a los tiros de los enemigos, ya también para poder herirles. IV. Por esto debemos poner la mayor atención, en que habite en nosotros abundantemente la palabra de Cristo. No es una sola la especie de pelea que nos está preparada; sino que es muy variada esta guerra y compuesta de diversos enemigos. Ni tampoco se sirven todos ellos de las mismas armas, ni pretenden asaltarnos de un mismo modo. Es, pues, necesario que quien quiera emprender esta batalla contra todos esté bien informado de los artificios que todos usan; y que a un mismo tiempo sea arquero, hondero, centurión, cabo, soldado y capitán, caballero y peón, y práctico en las batallas navales y en los sitios de las Plazas. En los choques militares, cada uno en el empleo que ha tomado, procura resistir a los que se le oponen; pero aquí no sucede lo mismo. Aquél que pretende vencer, si no está instruido en toda especie de artificios, sabe el demonio, por sola una parte que encuentre abandonada, introduciendo sus corsarios, arrebatar las ovejas; pero no así, cuando ve que el pastor se halla bien pertrechado de toda ciencia y que conoce muy bien sus asechanzas. De aquí es que necesita fortificarse bien por todas partes. Una ciudad que se halla bien guarnecida de muros por todos lados se burla de los que la tienen sitiada, estando en gran seguridad; pero si alguno rompe la muralla, aunque no sea más que el espacio de una puertezuela, de nada le sirve todo el restante contorno de los muros, aunque todo lo demás tenga la mayor firmeza y seguridad. Del mismo modo sucede en la ciudad de Dios. Cuando en vez de muro la cerca por todas partes la industria y prudencia del pastor, todas las astucias de los enemigos se les convierten en burla, y risa; y los que habitan dentro, permanecen sin recibir daño alguno; pero si alguno por una parte la hubiese podido derribar, aunque no la eche toda por tierra; con todo de una parte (por decirlo así) se pierde el todo. ¿Y qué será, si mientras pelea varonilmente contra los gentiles, la despojan los judíos? ¿y si aun cuando ha vencido a estos dos, la saquean los maniqueos? ¿y si aun después de haber ahuyentado a éstos, degüellan las ovejas que están dentro, aquéllos que introducen el hado? ¿y para qué referir aquí todas las herejías del diablo? las que si no supiere rebatir bien todas el pastor, podrá el lobo, por medio de una sola, devorar gran parte de las ovejas. Por lo que toca a los soldados, es necesario esperar siempre que seguirá la victoria o la pérdida a aquéllos que están en pie o que combaten. Pero aquí es todo muy al contrario; porque muchas veces la pelea de otros, hizo vencedores, estándose quietos y sentados, a los que, ni pelearon desde el principio, ni han puesto la menor fatiga. Aquél que no teniendo gran destreza se traspasa con su propia espada, da que reír a los amigos y enemigos. Procuraré ponerte claro lo que digo, con un ejemplo. Los que son secuaces de las locuras de Valentino y de Marción, y los que están tocados de la misma enfermedad, excluyen del catálogo de las Escrituras Sagradas la ley que dio Dios a Moisés. Los judíos hacen de ella tanto aprecio que no obstante la prohibición del tiempo procuran con mayor tesón observarla totalmente contra la voluntad de Dios. La Iglesia de Dios, huyendo del extremo de unos y otros, ha tomado el camino medio, y juzga que no debemos someternos al yugo de la Ley: pero no permite que sea blasfemada; antes bien quiere que se alabe, aunque haya cesado, porque fue útil allá en su tiempo. Conviene, pues, que el que ha de combatir con unos y con otros, siga esta misma moderación. Porque si queriendo instruir a los judíos, que ya fuera de tiempo se hallan asidos de la legislación antigua, comenzare a reprenderla sin medida, dará ocasión, no pequeña, a aquellos herejes que quieran vituperarla; y si después, pretendiendo tapar la boca a éstos, la ensalzare sin término, y la celebrare, como si al presente fuera necesaria, abrirá la boca a los judíos. Del mismo modo, aquéllos que están cogidos del furor de Sabelio, y los que padecen la rabia de Arrio, los unos, y los otros se apartaron de la sana creencia por su poca moderación. Unos, y otros tienen el nombre de cristianos; pero si alguno examinare sus dogmas, hallará que aquéllos no son de mejores sentimientos que los judíos y que difieren solamente en los nombres; y que los últimos tienen mucha semejanza con la herejía de Paulo de Samosato; pero que todos se hallan fuera del camino de la verdad. Gran peligro hay aquí; angosto y estrecho es el camino y amenazado por uno y otro lado de precipicios; y hay no poco que temer, que queriendo herir al uno, no lo seas del otro. Porque si dijeres que es una la divinidad, luego arrastra Sabelio este tu dicho a su modo loco de pensar; y al contrario, si distingues, diciendo ser uno el Padre, otro el Hijo, otro el Espíritu Santo, llega Arrio y aplica la distinción de las Personas a la diversidad de la esencia. Es, pues, necesario detestar y huir la impía confusión de aquél, y la loca división de éste confesando ser una misma la divinidad del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, añadiendo tres Personas; porque de este modo podremos, como oponiendo un muro, rebatir los asaltos del uno y del otro. Yo podría decirte otros muchos encuentros, en los que si no combates con todo valor y cuidado, no podrás retirarte de la pelea, sino después de haber recibido mil heridas. V. ¿Y quién podrá contar las contiendas de los domésticos, que no son inferiores a los asaltos de los externos? Antes bien ocasionan mayor trabajo y sudor a aquél que enseña; porque algunos, por demasiada curiosidad inconsideradamente y sin reflexión, quieren indagar aquellas cosas de que sabidas no se saca provecho alguno, ni tampoco es posible saberlas. Otros al contrario piden cuenta a Dios de sus juicios y pretenden medir aquella inmensa profundidad cuando tus juicios, dice la Escritura, son un gran abismo.[77] Y encontrarás pocos que cuiden de la fe y del modo de vivir; y por el contrario, muchos empleados vanamente en escudriñar cosas, que no es posible encontrar, y que no pueden buscarse sin ofensa de Dios. Porque si pretendiéremos saber lo que Dios no ha querido que sepamos, ni lo sabremos: (porque ¿cómo podrá ser esto si Dios no quiere?) y lo que sacaremos de aquí, será solamente el peligro que trae consigo el indagarlo. Pero con todo, siendo esto así, si alguno con su autoridad cerrase la boca a los que se ocupan en escudriñar estas cosas inexplicables, se granjearía un concepto de soberbio y de ignorante. Por esto conviene usar aquí de una gran prudencia, para que el prelado pueda apartarlos de cuestiones tan vanas y se libre de las acusaciones sobredichas. Ahora bien, para todas estas cosas no se ha dado algún otro socorro que el de la palabra y si alguno careciere de esta facultad, las almas de los que le son súbditos, hablo de los más enfermos y curiosos, no se hallarán en mejor estado que los navíos agitados continuamente de tempestades. Por esto debe el sacerdote hacer todo el esfuerzo posible para adquirir esta facultad. VI. ¿Por qué, pues, dijo Basilio, no se cuidó San Pablo de aplicarse a esta virtud? pues no se avergüenza de la pobreza de su elocuencia, sino que confiesa claramente ser un idiota. Y esto escribiendo a los de Corinto que eran admirados por su elocuencia y que se gloriaban de ella en extremo. Crisóstomo: Esto mismo es, respondí yo, lo que ha perdido a muchos y los ha hecho descuidados para que se instruyesen en la verdadera doctrina; porque no habiendo podido enteramente penetrar la profundidad del sentimiento de San Pablo, ni entender el sentido de las palabras, permanecieron toda su vida sumergidos en el sueño y en la omisión, abrazando esta ignorancia; no ya aquélla de que dice San Pablo ser comprendido, sino otra, de que estuvo tan lejos como lo puede estar otro hombre de los que viven debajo de este cielo. Pero cortemos por un rato este discurso. Yo entretanto digo esto: concedamos que fuese idiota en la parte que estos pretenden; ¿qué tiene esto que hacer con los hombres que al presente conocemos? Porque tuvo otra facultad mucho más eficaz que la palabra y capaz de obrar cosas mayores. Con sólo presentarse y permanecer en silencio era terrible a los demonios; y si en el tiempo presente se juntasen todos los hombres con mil oraciones y lágrimas no tendrían la eficacia que en otro tiempo tuvo el ceñidor de San Pablo. Sólo con ponerse a orar, resucitaba los muertos, y obraba tales prodigios que los gentiles le tuvieron por un Dios; y antes de salir de esta vida, mereció ser arrebatado hasta el tercer cielo y ser participante de palabras, que no es lícito oír a la humana naturaleza. Pero los que viven ahora... No quiero decir cosa que parezca dura u odiosa; ni digo estas cosas por insultarles, sino solamente admirado de que no les cause empacho el pretender compararse con un hombre de esta clase. Porque si, dejando a un lado los milagros, pasamos a contemplar la vida de aquel hombre bienaventurado, y buscamos con atención sus angélicas costumbres, conocerás que este atleta de Cristo conseguía más victorias con esta que con los milagros. ¿Quién podrá contar su celo, su mansedumbre, los continuos peligros, los frecuentes cuidados y afanes por amor de la Iglesia, la compasión por los enfermos, las muchas tribulaciones, las siempre nuevas persecuciones, las muertes cotidianas? ¿Y cuál es el lugar del mundo habitado, qué tierra firme, o qué mar, adonde no haya penetrado la noticia de los combates de aquel hombre justo? Le ha conocido aun la tierra que no se habita, pues le recibió muchas veces en sus peligros y sufrió todo género de asechanzas, y por todo camino llegó a la victoria, no conociendo el fin de combatir, ni de triunfar. Pero yo no sé cómo me he dejado insensiblemente llevar a hacer a tal hombre una injuria como esta. Porque sus obras ilustres son sobre toda oración; y exceden tanto la mía, cuanto me exceden los que sobresalen en la elocuencia. Con todo, ni aun por esto (porque aquel hombre no me juzgará por el buen o mal suceso, sino por mi sana intención) cortaré mi discurso hasta haber dicho lo que es tanto mayor que todo lo que queda referido, cuanto él es superior a todos los hombres. ¿Cuál, pues, es esto? después de hechos tan ilustres, después de mil coronas, deseaba ir al infierno y ser entregado a una pena eterna, a trueque de que se salvasen y uniesen con Cristo los judíos, que muchas veces, cuanto estuvo de su parte, le habían apedreado y dado la muerte. ¿Quién es el que ha amado de este modo a Jesucristo? si es que este debe llamarse amor, y no alguna otra cosa más excelente que amor. ¿Y nos atreveremos aun a comparar con él, después de haber tenido de lo alto tanta gracia? ¿después de tan grande virtud que manifestó de su parte? ¿Y qué cosa puede haber más temeraria? Pero procuraré demostrar también aquí, que no fue tan idiota como éstos tales pretenden. Llaman éstos idiota, no solamente a aquél que no está ejercitado en los encantos de la elocuencia del siglo, sino también al que no sabe combatir por los dogmas de la verdad. Y piensan bien, pero San Pablo no dice ser idiota en las dos cosas, sino solamente en una. Y para confirmar esto, hizo una cuidadosa distinción, diciendo ser idiota, no en el conocimiento, sino en la palabra. Ahora bien, si yo aquí pidiese la dulzura de Isócrates, la vehemencia de Demóstenes, la gravedad de Tucídides y la sublimidad de Platón, podrían en tal caso citarme el presente testimonio de San Pablo. Pero yo dejo a un lado todas estas cosas, y el escrupuloso y buscado ornato de los paganos ni me cuido de la frase, ni de la elocución. Y se conceda también la pobreza de la oración, y la composición sencilla y desnuda de las voces; solamente no se encuentre algún idiota en el conocimiento exacto de los dogmas, ni tampoco para ocultar su descuido y omisión, quiera defraudar a aquel hombre bienaventurado del mayor de los bienes y de la principal de sus alabanzas. VIII. Oye, pues, lo que dice escribiendo a su discípulo: [78]"Atiende a la lección, a la exhortación, a la doctrina", y añade después el fruto que proviene de esto, diciendo: [79](b) "Porque haciéndolo, te salvarás a ti mismo, y a los que te escuchan". Y en otro lugar: "No debe un siervo del Señor altercar, sino ser apacible con todos, capaz de enseñar, sufrido". Y pasando adelante: [80]"Tú permanece constante en las cosas que has aprendido, y que se han confiado a tu fe, sabiendo de quién las has aprendido, y que desde niño has tenido conocimiento de las Letras Sagradas, que pueden para la salud hacerte docto". Y en otra parte: [81]"Toda Escritura, dice, ha sido inspirada de Dios, y útil para la doctrina, para la reprensión, para la corrección, para la instrucción que está en la justicia, para que sea perfecto el hombre de Dios. Escucha también, cuando habla a Tito sobre la creación de los obispos que es lo que añade: [82]"Conviene, dice, que el obispo sea tenaz de la palabra fiel, que es según la doctrina, para que pueda convencer a los que contradicen". ¿Cómo, pues, siendo un idiota, como estos dicen, podrá convencer a los que contradicen y cerrarles la boca? ¿Qué necesidad hay de atender a la lección y a las escrituras, si se ha de abrazar esta ignorancia? Excusas son estas, y pretextos para encubrir la omisión y la pereza. Pero dirá alguno, que esto se dirige sólo a los sacerdotes. Pues justamente nuestro discurso pertenece a éstos; pero para prueba de que también se encamina a los súbditos, escucha ahora, lo que exhorta a otros en otra carta: [83]"La palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente en toda sabiduría". Y en otro lugar: [84]"Vuestro hablar sea siempre con gracia, sazonado de sal, para saber como debéis responder a cada uno". Y aquellas palabras: [85]"Estad dispuestos para defenderos", se han dicho para todos. Escribiendo a los Tesalonicenses, dice: [86]"Edificad uno al otro, así como lo hacéis". Cuando después habla de los sacerdotes: [87]"Los sacerdotes, dice, que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doblado honor, particularmente los que trabajan en la palabra y en la doctrina". Porque este es el término perfectísimo de la doctrina, cuando por medio de las cosas que hacen, y que dicen, conducen a sus discípulos a aquella vida dichosa que ha sido ordenada por Cristo. Porque para enseñar no bastan los hechos; ni esta palabra es mía, sino del mismo Salvador: [88]"Quien hiciere, dice, y enseñare, éste, será llamado grande". Porque si el hacer fuese lo mismo que el enseñar, sería superfluo añadir lo segundo; pues bastaría sólo el haber dicho: "Quien hiciere". Pero distinguiendo estas cosas, manifiesta que una pertenece a las obras y la otra a las palabras; y que la una tiene necesidad de la otra para una edificación perfecta. ¿No oyes qué es lo que dice este escogido vaso de Cristo a los sacerdotes de Efeso? [89]Por tanto velad, acordandoos, que por espacio de tres años, noche y día no he cesado de avisaros con lágrimas a cada uno de vosotros. ¿Qué necesidad tenía de lágrimas, ni de amonestaciones por medio de las palabras, si brillaba en él tanto la vida apostólica? Para el cumplimiento de los mandamientos puede ser muy útil la vida ejemplar; pero no puedo decir que en nuestro caso lo pueda hacer todo por sí sola. IX. Cuando se mueve una disputa sobre los dogmas, y todos se defienden con las mismas Escrituras, ¿qué fuerza podrá tener la vida en esta ocasión? ¿Cuál podrá ser la utilidad de muchos sudores, si después de tantas fatigas, habiendo caído alguno por grande ignorancia en herejía, fuese cortado del cuerpo de la iglesia? Esto sé que ha sucedido a muchos. ¿Qué provecho puede venir a éste de la paciencia? Ninguno, así como no es de provecho alguno la fe sana cuando la vida es mala. Por esto, pues, debe tener una gran práctica en todas estas batallas, aquél a quien tocó por suerte el enseñar a los otros; porque aunque él permaneciere en seguridad y no reciba daño de los que contradicen; con todo, el vulgo de los más simples, que le está subordinado, si ve vencido a su jefe, y que no tiene que responder a los que le contradicen, no carga la culpa de esta pérdida a la debilidad de éste, sino al vicio de los dogmas. Y por la ignorancia de uno solo, todo un pueblo es conducido a la última ruina. Porque aunque enteramente no se inclinen al partido de los contrarios; con todo, se ven obligados a dudar de aquéllos en quienes debían tener puesta su confianza; y no pueden estar atentos con la misma firmeza a aquéllos en quienes se habían apoyado con fe entera; antes bien se introduce en sus ánimos una tempestad tan grande, por haber sido vencido el Maestro, que el mal viene finalmente a terminar en un naufragio. Cuánta, pues, sea la perdición, y cuánto aquel fuego que se amontona sobre la cabeza de este infeliz, por cada uno de aquéllos que se pierden, tú no tendrás necesidad de aprenderlo de mí, sabiendo tú mismo muy bien todas estas cosas. Dime ahora: ¿se me culpará de soberbia o de vanagloria, porque no quise ser causa a tantos de su perdición, ni procurar a mi mismo un castigo mayor del que tal vez me está allá reservado? ¿Y quién podría decir una cosa como ésta? Ninguno; sino es aquél que quiera neciamente acusarme y hacer del filósofo en los males ajenos. ....................... 68. I. Reg. IV. 18. 69. Exod. IV. 13. 70. Numer. XI. 15. Brixio omite la interpretación de estas palabras, que tal vez faltarían en el texto que tuvo presente. 71. Numer. XII. 3. 72. Exod. XXXIII. 11. 73. Joan. XII. 6. 74. Joan. XV. 22. 75. I Timoth. V. 22. 76. I. Pet. 3. 15. 77. Psal. 35. 6. I. Cor. 11. 6. y 26. cap. 12. 2. cap. 9. 22. 78. I. Tim. 4. 13. 79. 2. Tim. 2. 24. 80. 2. Tim. 3. 14. 81. 2. Tim. 3. 16. 82. Tit. 1. 17. 83. Colos. 3. 16. 84. Colos. 4. 6. 85. I. Pet. 3. 15. 86. I. Thes. 5. 11. 87. I. Tit. 5. 17. 88. Mat. 5. 19. 89. Act. 20. 31. I. Me parece haber mostrado bastante, cuánta es la experiencia que debe tener un obispo para entrar en los combates por defensa de la verdad. Pero fuera de esto, tengo que añadir otra cosa, la cual es causa de mil peligros; o por mejor decir, no es esta la causa, sino aquéllos que no saben usar bien de ella. De esta resulta la salud y otros muchos bienes, cuando se halla en hombres adornados de bondad y de diligencia. ¿Cuál pues es ésta? es el grande trabajo, y atención que debe emplearse en los sermones que se tienen públicamente al pueblo. Porque en primer lugar, la mayor parte de los súbditos no quiere escuchar a los predicadores como a maestros; sino que excediendo la condición de discípulos, se sientan a oírles como si se sentaran a ver unos espectáculos profanos. Y así como en aquéllos se divide el pueblo, y quién se inclina a éste, y quién a aquél; así también aquí divididos, unos favorecen a uno, otros a otro, y escuchan el sermón prevenidos de odio, o de favor. Ni se encuentra aquí sola esta molestia, sino otra nada inferior; porque si sucede que alguno de los predicadores entreteje en sus razonamientos alguna cosa que otros han trabajado, tiene que sufrir más villanías que los que han robado algún dinero. Y aun no pocas veces sucede, que este tal, no habiendo tomado cosa alguna de otro, sino solamente porque se sospecha, que lo hace, le sucede lo mismo que a los que han cogido con el hurto en las manos. ¿Pero qué hablo yo de lo que otros han trabajado? No le es lícito valerse frecuentemente de sus propios descubrimientos, porque la mayor parte suele acudir al sermón, no para aprovecharse de él, sino para divertirse, sentándose a ser como jueces de unos representantes de tragedia, o de unos músicos de cítara. Y aquella fuerza de oración, que poco antes hemos excluido, es aquí tan deseada, como puede serlo de los mismos Sofistas, cuando se ven precisados a disputar entre sí. Por tanto, se necesita también en esta parte un ánimo fuerte, y que exceda en mucho esta flaqueza, para refrenar el desordenado e inútil gusto de la muchedumbre, y para poder reducir a lo más útil al auditorio, para que el pueblo le siga, ceda a sus discursos, y él no se deje llevar, ni se acomode a los caprichos de un vulgo. Pero esto no puede conseguirse sin dos cosas; es a saber, el desprecio de las alabanzas y la facultad de hablar. Porque si falta la una, es inútil la que queda, por estar separada de la otra. II. Y si despreciando las alabanzas, no propone la doctrina con gracia y sazonada de sal, se granjeará el desprecio de la mayor parte, no sacando utilidad alguna de aquella superioridad de ánimo. Y si cumpliendo bien en esta parte, tiene la flaqueza de dejarse llevar de vanagloria por los aplausos, resulta el mismo daño a él, y a quien le escucha, acomodando el sermón por ambición de alabanza, más al paladar, que a la utilidad de sus oyentes. Y así como aquél a quien no mueven los aplausos, pero que no sabe hablar, no se acomoda al gusto del pueblo, ni puede traerle, por faltarle la facundia, alguna utilidad considerable; así aquél a quien arrastra el deseo de ser alabado, aunque tenga con que poder mejorar a sus oyentes, quiere más en cambio de aquellas alabanzas, ofrecerles cosas que puedan lisonjear su gusto, comprando con el precio de éstas el estruendo de los aplausos. III. Es necesario, pues, que el que gobierna un pueblo sobresalga en estas dos partes, para que la una no sea destruida de la otra; porque si presentándose en un público dice cosas que pueden muy bien contener a los que viven descuidadamente, y después se queda sin poder proseguir el discurso, y se ve obligado a que su rostro se cubra de vergüenza porque le faltan las palabras, en aquel punto se pierde todo el fruto que podían dar las cosas que ha dicho. Aquéllos que han sido reprendidos, sintiendo lo que oyeron, y no pudiendo vengarse de él de otra suerte, le comienzan a motejar de ignorante, creyendo ocultar de este modo sus oprobios. Por tanto, conviene que a semejanza de un buen cochero, tenga una práctica muy cumplida de estas dos prendas; de modo que pueda usar de ellas como convenga. Porque si su conducta apareciere para con todos irreprensible, podrá en tal caso, con cuanta libertad gustare, acortar o soltar la rienda a los que le están subordinados; pero sin esto, no le será muy fácil el hacerlo. Ni basta solamente mostrar aquella superioridad de ánimo hasta el desprecio de las alabanzas, sino que es necesario llevarla más adelante para que nuevamente no se pierda el fruto. IV. ¿Qué otra cosa, pues, es la que se ha de despreciar? la envidia. Y supuesto que un prelado se halla en la necesidad de estar sujeto a sufrir reprensiones poco razonables, no es bien que sin medida tiemble y se espante de semejantes calumnias intempestivas; las que ni tampoco debe despreciar inconsideradamente. Conviene sí, aun cuando sean falsas, y que provengan de gente de poco valer, procurar desvanecerlas prontamente. Verdaderamente, no hay cosa alguna que aumente tanto la buena, o mala fama, como el vulgo descompuesto. Acostumbrado éste a oír y a hablar sin discernimiento dice, sin reflexión, todo lo que le viene a la boca, sin cuidarse de si es o no verdad. Por tanto, no debe despreciarse la voz del vulgo; antes bien en el principio, y sin perder tiempo, se han de cortar las malas sospechas, persuadiendo a los acusadores, aunque fuesen los más irracionales de todo el mundo, sin omitir alguna cosa de las que puedan conducir para destruir la mala opinión. Cuando hecho todo esto de nuestra parte, no quieren volver en sí los calumniadores, entonces viene bien el no hacer aprecio de ellos; porque si alguno por semejantes accidentes abatiere su espíritu, no podrá producir cosa que aparezca dimanada de un ánimo generoso o digno de admiración. Porque la tristeza y el permanecer fijo constantemente con el pensamiento en una cosa tienen mucha fuerza para abatir el vigor del ánimo y reducirlo a una extrema debilidad. Debe, pues, el sacerdote portarse con sus súbditos del mismo modo que un padre se portaría con sus hijos cuando son aún muy tiernos. Y así como no nos movemos considerablemente por sus insolencias, ni cuando nos hieren, o cuando lloran, como tampoco recibimos algún placer excesivo de sus risas, o caricias; así también conviene que no nos envanezcamos oyendo que nos alaban; ni abatirnos por sus calumnias, cuando son fuera de propósito. Difícil cosa es esta, ¡oh bienaventurado! o tal vez imposible, según yo entiendo; porque dejar de alegrarse un hombre cuando oye sus alabanzas, no sé si habrá sucedido a alguno. Aquél, pues, que se alegra de oírlas, es natural que desee también gozarlas; y quien desea gozarlas, es necesario por una forzosa consecuencia, que se consuma y entristezca, si no consigue esto. Así como los que se regocijan con las riquezas, si vienen a caer en pobreza, lo sienten; y los que están acostumbrados a vivir en medio de las delicias, no pueden ajustarse a hacer una vida frugal; así los que aman ser alabados, no sólo cuando son reprendidos sin razón, sino aun cuando continuamente no oyen sus elogios, casi como consumidos de una cierta hambre, se destruyen el ánimo; y particularmente si se han criado en medio de ellos, o si oyen alabar a otros en su presencia. Por tanto, aquél que con este deseo pasare a dar muestras de su doctrina, ¿cuántas molestias y cuántos dolores crees tú que pasará? Ni el mar puede hallarse jamás sin olas, ni tampoco su ánimo dejar de ser agitado de varios pensamientos y afanes. V. Pero aun cuando tenga una gran facilidad en el decir (lo que a la verdad se encuentra en pocos), no por esto queda libre de trabajar continuamente. Siendo la elocuencia obra, no de la naturaleza, sino de la doctrina, aun cuando alguno llegue a lo sumo de ella, si no aplica un continuo estudio y ejercicio a esta facultad será abandonado de ella fácilmente. De modo, que los más sabios, tienen que trabajar más que los menos doctos; porque no es igual la pérdida de los unos y de los otros, si fueren descuidados en esto; antes bien es tanto mayor, cuanta es la diferencia que hay entre la pericia de los unos y de los otros. Y si aquéllos no ofrecen cosa que sea de consideración, no por esto habrá quien los reprenda; pero si estos no dan de sí siempre cosas superiores a aquella opinión que se tiene de ellos, les siguen muchas quejas de parte de todos. Fuera de esto, aquéllos, aun en cosas de poca monta, pueden conseguir grandes alabanzas; pero las de éstos, si no fueren hasta lo sumo maravillosas y estupendas, no solo quedan privados de alabanzas, sino que encuentran muchos que los reprenden. Los oyentes se sientan como jueces, no tanto de las cosas que dicen los oradores, como de la opinión que se tiene de ellos. De modo que si alguno sobresale en elocuencia sobre todos los otros, a éste le queda que trabajar mucho más que a todos los otros. No le es permitido aparecer sujeto a lo que está la naturaleza humana; esto es, el no poder bastar para todo; antes bien, si no corresponde la oración al concepto que se tiene de él, se retirará de la presencia del pueblo después de haber oído mil motes y reprensiones. Y ninguno entra a pensar dentro de sí mismo, que sobreviniéndole alguna tristeza, afán, o cuidado, y no pocas veces alguna indignación, le habrá ofuscado la claridad del entendimiento y no le habrá permitido que se manifestasen sinceros a la luz pública sus partos. Y que generalmente hablando, el hombre no puede ser siempre el mismo, ni salir bien en todas las cosas que dice; sino que le es natural el errar alguna vez y manifestarse inferior a su propia facultad y virtud. Ninguna de estas cosas, como dejo dicho, quieren reflexionar estos tales, sino que lo acusan del mismo modo que si juzgaran a un Ángel. Se junta a todo esto, el ser natural al hombre, el perder de vista las acciones excelentes del prójimo, por muchas y grandes que sean. Pero por el contrario, si se descubre alguna falta, por ligera que sea, y aunque haya acaecido mucho tiempo antes, la advierte prontamente y la reprende, teniéndola fija en la memoria. Y semejante falta de poquísima consideración ha disminuido, no pocas veces, la gloria de muchos y grandes hombres. VI. ¡Ves, oh valeroso, cuánto mayor estudio, y con el estudio, cuánta mayor paciencia necesita el que sobresale en elocuencia entre los otros, que aquéllos de quien antes te hablaba! Son muchos los que sin motivo alguno, y sin cesar, le asaltan, no teniendo de qué acusarle, sino solamente por el sinsabor que experimentan de que esté tan bien opinado de todos; debiendo él tolerar con un ánimo generoso la áspera envidia de estos tales. Porque no pudiendo ocultar este odio execrable, que sin causa alguna tienen reconcentrado en su corazón, motejan, vituperan y calumnian escondidamente, manifestando sin rebozo su perversa inclinación. Ahora, pues, un alma, que por cada una de estas cosas comienza a entristecerse y a condolerse, no hará otra cosa, sino consumirse de dolor y de pena. Y no solamente le hacen estos tiros por sí mismos, sino que procuran valerse de otros para hacer lo mismo. Y muchas veces escogiendo uno, que le es muy inferior en la elocuencia, le alaban hasta los cielos y lo admiran sobre sus méritos: haciendo esto unos sólo por capricho, y otros por ignorancia y envidia, para echar por tierra su reputación, y no precisamente con la mira de que aparezca digno de admiración el que no lo es. Y este hombre valeroso, no sólo tiene que combatir con esta casta de gente, sino frecuentemente aun con la ignorancia de todo un pueblo. No es posible que todos los que concurren, formen un congreso de hombres doctos; antes por el contrario, sucede ordinariamente que se componga por la mayor parte de gente idiota. Y los demás, aunque sean más prudentes que aquéllos, con todo, son tan inferiores a los que pueden dar su juicio en materia de elocuencia, cuanto todo el resto de los demás son inferiores a ellos; se sientan solamente uno o dos que poseen esta facultad. De donde resulta que aquél que dice mejor, lleva los menores aplausos y que alguna vez se retire sin recibir alguna alabanza. Ahora, pues, conviene prepararse generosamente para sufrir todas estas desigualdades, y para perdonar a quien hace esto por ignorancia, y compadecer y llorar a los que lo hacen movidos de envidia como desdichados y dignos de compasión; sin creer, que su habilidad ha padecido disminución, ni menoscabo por los unos, ni por los otros. Un excelente pintor que sobresale entre todos los otros, aunque vea ser censurada por gente ignorante una figura que ha pintado con el mayor esmero, no por esto debe descaecer de ánimo, ni juzgarla mala por el juicio de personas que no lo entienden; como tampoco tener por digna de aprecio, y por bien hecha, una pintura, que en la realidad lo está mal, por la admiración que excita en los que no la entienden. VII. Un artífice excelente debe ser por sí mismo juez de sus obras, y tenerlas por feas o por hermosas cuando el mismo entendimiento que las produjo lo sentenciare así; y por lo que toca a la opinión errónea de los otros, y a su poca pericia en el arte, no debe, ni aun darla asiento en su ánimo. Aquél, pues, que tomó a su cargo el trabajo de enseñar, no atienda a las aclamaciones de los otros, ni por faltar éstas, abata su ánimo; sino que trabaje siempre sus discursos con el fin de agradar a Dios (esto sin duda ha de serle la sola regla, y el término de su mayor atención en trabajarlas, no las aclamaciones, ni los aplausos), y si es alabado de los hombres, no deseche sus elogios; y si los oyentes no le aplauden, no por esto lo pretenda, ni se entristezca. Por lo que toca a él, tiene por suficiente consuelo de sus fatigas, y mayor que todos los otros, cuando no le falta el testimonio de la conciencia, de que ha compuesto y trabajado su oración con el fin de agradar a Dios. VIII. En el mismo punto en que le sorprenda el deseo de estas indiscretas alabanzas, de nada le aprovechan sus muchas fatigas, ni la facultad de su elocuencia porque un ánimo que no puede sufrir las necias reprensiones del vulgo, se relaja fácilmente y abandona el estudio. Por esto conviene, que sobre todo se halle bien instruido en despreciar las alabanzas; porque sin esto, el solo saber hablar bien, no basta para conservar esta facultad. Si alguno, pues, quisiere hacer un diligente examen, de otro que se halla escasamente adornado de esta habilidad, encontrará que le es igualmente necesario a él, que al otro, el despreciar las alabanzas. Porque se verá en la precisión de incurrir en muchos errores, si se deja vencer por la opinión del vulgo; de donde hallándose sin fuerzas para poder igualar a los que son celebrados por su elocuencia, no tendrá dificultad en ponerles asechanzas, en envidiarles y censurarles temerariamente, y en cometer otras ruindades semejantes. No dejará piedra por mover, aunque sea necesario perder su alma, como logre reducir la opinión de aquéllos a la humildad de su pequeñez. A lo que se junta, que apoderándose de su ánimo una torpeza, abandonará aquellos sudores que traen consigo alguna fatiga. El aplicarse mucho al trabajo, recogiendo de esto una muy corta alabanza, es bastante para abatir y hacer caer en un profundo sueño a aquél que no sabe despreciar las alabanzas. Del mismo modo que un labrador cuando trabaja en un terreno estéril, y se ve obligado a labrar las piedras, se aparta pronto del trabajo, si no es que tenga una grande inclinación a la fatiga, o que por otra parte le amenace el hambre. Y si aquéllos que poseen un gran caudal de elocuencia, tienen necesidad de tanto ejercicio para conservarse en la posesión; aquél que no ha recogido cosa alguna, sino que en el mismo tiempo de las disputas se ve obligado a meditar; ¿qué dificultad no hallará, cuánta inquietud, cuánta turbación para poder recoger alguna cosa a costa de mucho trabajo? Y si alguno de aquéllos que están después de él, y a quienes cupo un orden inferior, puede brillar más en esta parte, se requiere un ánimo casi divino para que no le sorprenda la envidia y para no caer en tristeza. Para uno que se halla constituido en mayor dignidad, el ser vencido por los inferiores y tolerar esto con un ánimo generoso, no es cosa para un ánimo vulgar, ni para el nuestro, sino para uno hecho de diamante. Y si aquél que le excede en la fama, es un hombre justo y moderado, el mal es de algún modo tolerable; pero si es atrevido, arrogante y sediento de gloria es cosa de que cada día le desee la muerte y le amargue la vida insultándolo en público, mofándolo en oculto, defraudándolo y apoyándose, cuanto pueda, en su autoridad. El quiere sólo ser el todo; y para asegurarse más todas estas cosas tiene de su parte la libertad en el hablar, el favor del pueblo y el amor de todos los súbditos. ¿Por ventura, no ves cuán grande es el amor de la elocuencia, que vergonzosamente se ha apoderado, al presente, del corazón de los cristianos, y que son honrados sobre todos, aquéllos que la cultivan, no sólo de los extraños, sino también de los domésticos de la fe? ¿Cómo, pues, podrá sufrir uno tan gran vergüenza, como la de que hablando él, callan todos y juzgan ser molestados, esperando el fin de la oración como un descanso de su fatiga?; y haciendo un discurso su antagonista, por largo que sea, lo oyen con gusto y cuando está para concluirlo manifiestan impaciencia y queriendo callar, se conmueven y alteran. Estas cosas, aunque ahora, por tu falta de experiencia te parezcan de poca consideración y dignas de desprecio; son bastantes para amortiguar el ardor del ánimo y relajar su vigor, a no ser que apartando de él todos los afectos humanos, procure hacerse semejante a las potestades incorpóreas; que ni se dejan sorprender de envidia, ni del amor de la gloria, ni de otra semejante enfermedad. Si hay, pues, entre los hombres alguno de tal calidad que pueda pisar esta indómita, inexpugnable y fiera bestia de la gloria popular y cortar sus muchas cabezas, o por mejor decir, hacer de modo que no nazcan, éste tal podrá fácilmente rechazar estos muchos asaltos y gozar como de un tranquilo puerto. Pero aquél que no se halla libre de semejante bestia, introduce en su ánimo una guerra variada, un continuo tumulto, un tropel de tristezas y de otras pasiones. ¿Pero para qué proseguir, contando las otras dificultades? las cuales no podrá referir, ni saber, sino aquél que se hubiese hallado en medio de los mismos negocios. I. Las cosas de la vida presente, pasan de este modo que has oído; pero las de la otra venidera, ¿cómo podremos sufrirlas, cuando nos viéremos obligados a dar cuenta por cada uno de aquéllos que nos hubieren sido encomendados? porque la pena no se ciñe a la vergüenza, sino que a ésta se sigue un castigo eterno. Aquellas palabras: [90] "Obedeced a vuestros pastores, y estadles sujetos, porque ellos velan por vuestras almas, como los que deben dar cuenta de ellas"; aunque ya las dejo tocadas arriba, con todo, no las pasaré ahora en silencio, porque el temor de esta amenaza me perturba el ánimo continuamente. Y verdaderamente, [91]si el que escandaliza a uno, aunque sea de los más pequeños, es conveniente, que atándole al cuello una piedra de molino sea sumergido en el mar; y si todos los que ofenden la conciencia de sus hermanos, pecan contra el mismo Cristo, ¿qué padecerán, y qué pena sufrirán aquéllos que son causa de la perdición, no de una, de dos, o tres personas, sino de tanta muchedumbre? No se puede alegar aquí la excusa de la impericia, ni recurrir a la ignorancia, ni dar por pretexto la necesidad y la fuerza. Mucho mejor podría un súbdito, si le fuese permitido, valerse de este refugio en sus propios pecados, que los prelados en los pecados de los otros. ¿Y por qué esto? porque aquél que está puesto para corregir las ignorancias del prójimo y para avisarle con tiempo que se acerca la guerra del demonio, no podrá dar por pretexto la ignorancia, ni decir: "Yo no he oído la trompeta, yo no he previsto la guerra"; pues está sentado, como dice Ezequiel, [92]para tocar la trompeta a los otros y para advertirles de antemano los desastres que pueden ocurrir. Por lo que será inevitable el castigo, aunque sólo sea uno el que se pierda. Porque si viniendo la espada, no se toca al pueblo la trompeta, y el que está de atalaya (dice el profeta) no diere la señal; y venida la espada, cogiere un alma por causa de su iniquidad, yo buscaré y pediré su sangre de la mano del que debe estar en vela. II. Deja, pues, de inducirme a un juicio tan inevitable; pues no se trata aquí de gobernar un ejército, ni un reino, sino de una cosa que requiere una virtud angelical. El sacerdote debe tener un alma más pura que los mismos rayos del sol para que en ninguna ocasión se vea abandonado del Espíritu Santo, y para poder decir: [93]"Vivo yo, ya no yo, sino que vive Cristo en mí". Pues si aquéllos que habitan en la soledad, apartados de la ciudad, de la plaza y de los bullicios que aquí se encuentran, y que siempre gozan del puerto y de la tranquilidad, no quieren fiarse de la seguridad de aquella vida; sino que añaden otras mil cautelas fortificándose por todas partes, y poniendo toda la atención en decir y hacer todas las cosas con la mayor exactitud, para poder acercarse a Dios con confianza y sincera pureza, en cuanto lo puedan soportar las fuerzas humanas ¿cuánta virtud y cuánto valor crees tú que necesita el sacerdote para poder tener libre el alma de cualquiera fealdad y conservar sin mancha la belleza espiritual? En verdad, que le es necesaria mucho mayor pureza que a aquéllos; y el que la necesita mayor, está sujeto a mayores necesidades que puedan mancharle, a no ser que haga su alma inaccesible a tales accidentes, usando de una continua vigilancia y de una atención de ánimo extraovdinaria. Porque la bella disposición del semblante, los movimientos acompasados, el afectado cuidado en el andar, la inflexión de la voz, los ojos pintados, las mejillas cubiertas de afeites, el adorno de los rizos y compostura de los cabellos, la suntuosidad de los vestidos y la variedad de los ornamentos de oro, y la belleza de las piedras preciosas, y la fragancia de los ungüentos, y todas las otras cosas que arrebatan la atención de las mujeres, pueden turbar el alma, sino es que se haya endurecido por medio de una templanza muy austera. Y el moverse por semejantes cosas, no es maravilla; pero lo que causa un gran espanto y angustia es que el demonio pueda herir y traspasar el alma de los hombres por cosas contrarias a éstas. III. Verdaderamente ha habido algunos, que habiendo escapado de aquellas redes, han sido cogidos de otras cosas muy diferentes. El descuido del semblante, el cabello descompuesto, el vestido sucio, el traje desaliñado, la sencillez de costumbres, el razonar sin doblez, el caminar sin afectación, la voz sin composición, el vivir en pobreza, el verse despreciado, y no tener alguno en su defensa, y la soledad misma, movieron al principio a compasión a aquél que las registraba; pero después lo condujeron a la última ruina. Y muchos que escaparon de las primeras redes; esto es, de los adornos de oro, de los ungüentos, de los vestidos y de otras cosas que dejo dichas, fácilmente han caído en éstas, tan diferentes de aquéllas, y se han perdido. ¿Cuándo, pues, igualmente por la pobreza, como por la opulencia, por el cuidado extremado del traje, y por su descuido y desaliño, por las costumbres arregladas y desarregladas; finalmente, en una palabra, por todo lo que dejo dicho arriba, se enciende en el ánimo de quien las ve una guerra, y le cercan los engaños por todas partes, cómo podrá respirar cercado de tantos lazos? ¿Qué efugio podrá buscar, no digo para librarse de ser cogido a viva fuerza, lo que no es muy difícil, sino para conservar su alma libre de pensamientos impuros? Dejo a un lado los honores, que son ocasión de mil males; porque los que provienen de las mujeres, se debilitan con el vigor de la templanza; aunque muchas veces le abaten, si no sabe estar siempre vigilante contra semejantes asechanzas. Pero los que provienen de los hombres, si no los recibe con una superior grandeza de ánimo, será oprimido de dos pasiones contrarias, de una adulación servil y de una recia arrogancia: tomando sobre sí la obligación de sujetarse a los que lo honran y ensoberbeciéndose con la gente baja por los honores que le han hecho, vendrá a caer en lo profundo de la soberbia. Bastan ya las cosas dichas hasta aquí: ninguno puede saber bien, sin experiencia, cuánto daño traen consigo; es necesario que quien se halla en medio, caiga en males mucho mayores y más peligrosos. Aquél, pues, que ama la soledad, está libre de todas estas cosas; y si alguna vez, por un pensamiento impropio, se le representa alguna cosa semejante, la fantasía no tiene fuerza y puede fácilmente desecharlo, porque no da fomento a la llama la vista de las cosas exteriores. Y el monje, o solitario teme por sí solo; y aunque tenga que cuidar de los otros, estos son pocos; y aunque sean muchos, son siempre en menor número que los que están en las iglesias, y dan al prelado un cuidado en sí mucho más ligero, no sólo por su corto número, sino porque todos se hallan libres de las cosas del mundo, y no tienen que pensar ni en hijos, ni en mujer, ni en otra cosa semejante. Esto los hace muy obedientes a sus superiores, y el tener una habitación común, hace que se puedan notar sus faltas por menor y corregirse siendo de no poca ventaja para el adelantamiento en la virtud, la continua vigilancia del maestro. IV. Pero los que están subordinados al sacerdote, se hallan, por la mayor parte, enredados en pensamientos de la vida, y esto los hace más perezosos para las obras espirituales. Por eso es necesario que el maestro siembre, por decirlo así, cotidianamente, para que a lo menos con la continuación pueda prevalecer la doctrina en el ánimo de los oyentes. Porque la abundancia de riquezas, la grandeza del poder y la desidia que nace de las delicias, y otras cosas fuera de las dichas, ahogan las semillas arrojadas; y frecuentemente, la espesura de las espinas hace que lo que ha sido sembrado, no llegue a tocar ni aun la superficie de la tierra. Al contrario, una excesiva miseria, la necesidad que trae consigo la pobreza, las continuas injurias, y otras cosas semejantes, que son contrarias a las que quedan dichas, divierten el ánimo de la aplicación a las cosas divinas. Y por lo que toca a los pecados de los súbditos, no es posible que llegue a su noticia ni una mínima parte. ¿Y cómo podrá saberlo, si a muchos no conoce ni aun por el semblante? Las cosas que tocan al pueblo encierran una dificultad muy grande. ¿Pues qué será, si entramos a considerar las que pertenecen a Dios? se encontrará que aquéllas no merecen alguna consideración tanto mayor es la diligencia y cuidado que piden éstas. ¿Cómo debe ser aquél que es embajador de toda una ciudad? ¿pero qué digo de una ciudad? de todo el mundo, y que ruega a Dios se digne mirar con ojos de misericordia los pecados, no solamente de los vivos, sino también de los muertos? Yo me persuado, que para una intercesión como ésta, no bastaría toda la confianza de un Moisés, ni de un Elías. Del mismo modo que si se le hubiera encomendado el cuidado de todo el mundo, y como si fuera padre universal de todos, así se acerca a Dios, rogándole que por todas partes cesen las guerras y los alborotos, que se restituya y florezca la paz y prosperidad: que finalmente, todos en común, y cada uno en particular, se preserven de los males que les amenazan. Conviene, pues, que sus méritos sobresalgan tanto entre los de aquéllos por quienes ruega, cuanto debe sobresalir el protector entre los protegidos. Pero cuando llegamos al punto de que es él aquél que invoca al Espíritu Santo, y que celebra aquel sacrificio sumamente tremendo, y que continuamente está tocando al Señor común de todos, ¿dónde, dime por tu vida, podremos colocar a éste? ¿Qué pureza, qué religión pediremos en él? Piensa tú ahora un poco, cómo conviene que sean aquellas manos que administran estas cosas, cuál la lengua que pronuncia aquellas palabras y qué alma ha de haber más pura y más santa, que la que ha de recibir un tal Espíritu. En esta ocasión asisten los ángeles al sacerdote, en este tiempo, todo el santuario, y el lugar que está al contorno del altar, se llena de potestades celestiales. Esto puede cada uno persuadírselo fácilmente por las mismas cosas que a la sazón se celebran allí. Oí yo contar en cierta ocasión, que un anciano, hombre de grandes méritos, y acostumbrado a tener revelaciones, había sido digno de tener la siguiente visión; esto es, que al tiempo del tremendo sacrificio, vio repentinamente, y cuanto es permitido a la naturaleza humana, una multitud de ángeles, vestidos de estolas blancas que cercaban el altar y estaban en pie con el rostro inclinado, como se ven estar los soldados en presencia del rey. Y yo lo creo. Otro me contó también, no como que lo había oído, sino como que había sido hecho digno de ver y oír por sí mismo, que los que están para partir de este mundo, si han participado con conciencia pura de los misterios, cuando están para expirar, son conducidos por los ángeles, que los acompañan haciéndoles guardia, desde aquí hasta el cielo, por respeto de aquel Señor a quien han recibido. ¿Y tú aún no te estremeces, pretendiendo introducir en un misterio tan santo un alma tal, y a un sujeto cubierto de vestiduras inmundas, promoviendo a la dignidad sacerdotal, a quien Cristo ha arrojado del coro de los convidados? El alma del sacerdote ha de brillar como una luz que ilumina el mundo, siendo así que la mía se halla cercada de tinieblas por la mala conciencia, y que anda solícita buscando siempre cómo esconderse porque no puede jamás fijar la vista con confianza en su Señor. Los sacerdotes son como la sal de la tierra. Pues ahora bien, ¿quién podrá sufrir con paciencia mi insipidez y falta de experiencia en todas las cosas, sino vosotros, que estáis acostumbrados a manifestaros un amor excesivo? Se junta a esto, que el sacerdote debe, no solamente ser puro para ser digno de tal ministerio, sino también muy prudente, y experimentado en muchas cosas, y saber todos los negocios de la vida humana, no menos que los que se hallan en medio de ellos; pero al mismo tiempo, vivir con un ánimo libre de todos, aun más que los mismos monjes, que eligieron el habitar los montes. Debiendo tratar con hombres que tienen mujer, mantienen hijos, sustentan criados, se hallan abundantes de riquezas, y manejan los negocios públicos, hallándose constituidos en los principales empleos, conviene que se porte con variedad. Digo con variedad y no con doblez; no sirviendo a la adulación y disimulo, sino obrando con mucha libertad y confianza. Debe saber condescender útilmente, cuando lo pida la naturaleza de los negocios y ser a un tiempo apacible y austero. No pueden ser tratados de un mismo modo todos los súbditos, como tampoco conviene a los médicos el portarse de un mismo modo con los enfermos; ni al piloto el saber un solo camino de combatir con los vientos. Son continuas las tempestades que cercan esta nave; y éstas, no solamente asaltan por afuera, sino que se levantan también por lo interior, y se necesita de gran condescendencia y diligencia y todas estas cosas diferentes miran a un solo punto; esto es, a la gloria de Dios y a la edificación de la Iglesia. V. Grande es el trabajo, y grave la fatiga que tienen los monjes; pero si alguno compara aquellos sudores con los que trae consigo el sacerdocio, bien administrado, hallará tanta diferencia, cuanta es la distancia que hay entre un rey y un hombre particular. Y aunque en la realidad sea grande la fatiga que se encuentra en aquel género de vida; con todo, es un trabajo común al alma y al cuerpo, y aun la mayor parte se debe a la buena constitución de éste; el cual si no es robusto, no le permite el alma salir de sí y ponerse en la práctica; porque el continuo ayunar, el dormir sobre la tierra desnuda, la vigilia, el estar privado de los baños, el sudar mucho, y todas las otras cosas que practican para afligir el cuerpo, todas ellas cesan, cuando no es robusto aquél que se había de castigar. Pero en nuestro caso, el arte está en mantener muy limpia el alma, sin tener necesidad de la buena constitución del cuerpo para manifestar su virtud. ¿Qué aprovecha la robustez del cuerpo para no ser soberbios, orgullosos, temerarios; pero sí vigilantes, templados, moderados y finalmente, todo aquéllo en que San Pablo nos dejó una cumplida imagen de un sacerdote perfecto? VI. Ni podemos decir lo mismo de la virtud de un solitario. Y así como los volatines necesitan de muchos instrumentos, de ruedas, cuerdas y espadas; y al contrario, un filósofo, sin tener necesidad de cosa alguna exterior, tiene toda el arte puesta dentro de sí mismo; así el monje necesita aquí de una salud robusta de cuerpo y lugares proporcionados para aquel género de vida; de modo que viva, ni enteramente separado del comercio de los hombres, ni sin la quietud que se goza en la soledad, ni que tampoco carezca de unas templadas estaciones. No hay cosa más insoportable para el que se aflige con ayunos, que la desigualdad del aire. No quiero añadir aquí, cuánto embarazo les ocasiona, lo que tienen que sufrir para buscarse el vestido y la comida, procurando ganarlo todo con sus propias manos. Pero el sacerdote no tendrá necesidad de alguna de estas cosas para su uso; sino que hallándose sin estos embarazos, se hace común con todos, en las cosas que no traen consigo daño alguno, llevando toda la ciencia depositada en los tesoros de su alma. Y si hay alguno que admira en un sacerdote el estarse solo y el retirarse de las conversaciones de los hombres, yo mismo confesaré ser éste un indicio de tolerancia; pero no argumento suficiente de toda la fortaleza de ánimo que se necesita porque aquél que, dentro del puerto, está sentado para gobernar el timón, aun no da prueba exacta de su arte. Pero el que en medio del mar y de la tempestad puede salvar la nave, éste merecerá la opinión de un piloto habilísimo por la confesión de todos. VII. Por tanto, no debe ser un monje el objeto de la mayor y más excesiva maravilla; porque permaneciendo en soledad, nadie le inquieta, ni tiene ocasión de cometer muchos y grandes pecados por no tener quien lo acose, ni quien estimule su ánimo. Pero si alguno, entregándose a la muchedumbre y obligado a sufrir los pecados del vulgo, permanece firme y constante gobernando su ánimo en medio de la tempestad igualmente que si se hallara en la calma y serenidad; justamente debe éste tal ser aplaudido y admirado por todos, porque dio pruebas de su propia fortaleza. De aquí es, que de ningún modo debe causarte maravilla, que habiendo huido del bullicio y del conversar con la muchedumbre, no tengamos muchos y grandes acusadores. ¿Qué novedad, dime, podría causar de que yo, durmiendo, no pecase; o de que no cayese, no luchando; o de que no quedase herido, no combatiendo? ¿Quién, en este caso, podría acusar, o quién sacar al público mi malicia? ¿acaso este techo, o este aposento? bien ves que estos son mudos. ¿Por ventura, mi madre, que se halla bien informada de todas mis cosas? verdaderamente no tengo yo alguna cosa común con ésta, ni jamás ha habido entre los dos contienda alguna. Y aunque hubiera sucedido esto, no hay madre tan poco amante y tan enemiga de su hijo que hable de él sin causa alguna, y que sin que nadie la estreche, diga mal de aquél que ha engendrado, parido, y educado. Porque si alguno quiere examinar atentamente mi ánimo, encontrará que se hallan en él muchas cosas de malísima calidad; y tú mismo puedes estar de esto muy bien informado, aunque por otra parte acostumbras, más que ningún otro, a ensalzarme con elogios en presencia de los otros. Que yo ahora no diga esto por modestia, es claro, si te acuerdas cuántas veces te he dicho, cuando se ha ofrecido moverse entre los dos semejante discurso, que si me diesen a escoger dónde yo quería señalarme más, si en las prelacías de la iglesia o en la vida solitaria, eligiría con mil votos la primera condición. Nunca he dejado yo de proponerte, como hombres dichosos, a los que pueden satisfacer cumplidamente a las obligaciones de aquel ministerio. Ahora bien, ninguno habrá que pueda contradecirme por haber huido de un estado que he llamado feliz, en el caso de hallarme con la disposición necesaria para cumplir bien con sus cargas. ¿Pero qué es lo que yo debía hacer? Qué cosa más inútil para el gobierno de la Iglesia, que este descuido y flojedad, que en boca de otros suena un admirable ejercicio y que yo tengo por un velo con que cubrir la propia flaqueza, valiéndome de él para ocultar la mayor parte de mis defectos, procurando que no se descubran. El que está acostumbrado a gozar de un gran descanso y a vivir en gran quietud, aunque por otra parte tenga un excelente ingenio, se turba todo y se inquieta, porque no tiene experiencia; y la falta de práctica y de ejercicio le quita una parte no pequeña de su querer. Pero cuando tiene un entendimiento tardo, y que se halla sin experiencia de semejantes contiendas, que es puntualmente el estado en que yo me hallo, cuando toma sobre sí esta administración, no se diferencia de una estatua. Por tanto, de los que vinieron de aquella palestra a estas contiendas, son pocos los que sobresalen y brillan; y la mayor parte descubre lo que es, pierde el ánimo y tiene que sufrir acervos y graves fastidios. Ni esto debe causarnos novedad; porque cuando las peleas y ejercicios no se hacen sobre unas mismas materias, el que lucha, en nada es diferente del que no está ejercitado. Aquél, pues, que entra en este estadio debe principalmente despreciar la gloria, ser superior a la ira y hallarse pertrechado de mucha prudencia. Al que ama la vida solitaria, no se le ha ofrecido materia alguna con que poder ejercitarse en estas virtudes; porque ni tiene mucha gente que le inquiete, de modo que pueda ejercitarse en reprimir los ímpetus de la ira, ni quien con admiración atienda y aplauda para poder instruirse en despreciar las alabanzas populares; fuera de que aquella prudencia, que es tan necesaria para gobernar las Iglesias, no es de tanta consideración entre los monjes. Cuando llegan, pues, a aquellas peleas en que no se han ejercitado, quedan sorprendidos, se alucinan, no saben qué hacerse; y además de no hacer algún progreso en la virtud, pierden muchas veces cuando llegan a este grado aquel poco de bondad y de caudal que tenían consigo. VIII. Bas: ¿Pues qué, echaremos mano para administrar la Iglesia de los que se hallan en medio del mundo, que sólo piensan en los cuidados de la vida, que han hecho ya callos en altercar y en injuriar a otros, llenos de infinitos artificios y que sólo saben vivir entre las delicias? Crisóstomo: Poco a poco con eso, respondí yo, ¡oh amado amigo!, porque de semejantes, ni aun la memoria debe ocurrirnos cuando se trata de hacer la elección para el sacerdocio; solamente si, cuando hay alguno que tratando y conversando con todos, puede mejor que los que viven en soledad, conservar enteras y constantes, la pureza, la tranquilidad, la paciencia, la sobriedad y todos los demás bienes de ánimo que se hallan en aquellos solitarios; a éste escogeremos por sacerdote. El que tiene muchos vicios, pudiendo esconderlos en el retiro de la soledad, y hacer que no se reduzcan a obra, no tratando con alguno, cuando se ofreciere a la publicidad, sólo conseguirá hacerse ridículo y exponerse a un peligro mucho mayor; lo que no ha faltado mucho para que me sucediese a mi, si la providencia divina no hubiese apartado prontamente el fuego de nuestra cabeza. Ni es posible que pueda quedar escondido aquél que se halla en semejante disposición, cuando se entregare a tratar con el pueblo; antes bien en este caso se harán patentes todas sus cosas. Porque así como el fuego sirve para probar los metales, así la prueba del clero sirve para discernir los ánimos de los hombres; y si por ventura se halla alguno sujeto a la ira, poseído de pusilanimidad, de vanagloria, de arrogancia, o de cualquier otro vicio, descubre luego todos los defectos y los manifiesta con toda su propia desnudez; y no solamente los descubre, sino que los hace más graves y más fuertes. Las heridas del cuerpo, si se tocan y manosean, se hacen más difíciles de curarse; y las pasiones del ánimo, irritadas y exasperadas, naturalmente se encrudecen y se hacen mas rebeldes e inducen a caer en mayores pecados a los que las tienen. De lo que resulta, que si no se está con la mayor atención, inclinan el ánimo al amor de la gloria, a la arrogancia, al deseo de las riquezas, y lo arrastran al lujo, a la relajación, a la desidia, y poco a poco sucesivamente a otros males que provienen de estos; pues se encuentran en el mundo muchas cosas, que pueden entibiar la prontitud del ánimo, y cortarle la carrera en el camino derecho que lleva a Dios; pero principalmente, el tratar, y conversar con las mujeres. El prelado que debe cuidar de todo el rebaño, no puede aplicar su pensamiento a la parte de los hombres, y descuidar de la que toca a las mujeres; en lo que se necesita de la mayor cautela y atención, por la propensión natural que tienen los hombres al pecado. Y aquél a quien tocó por suerte el obispado, necesita aplicar también, ya que no la mayor parte de sus pensamientos, a lo menos, no la menor en procurar su salud. Debe visitarlas en sus enfermedades, consolarlas en su llanto, corregirlas en sus descuidos, y asistirlas en sus aflicciones y trabajos. Ahora, pues, cuando se practican estas cosas, hallará el espíritu maligno muchas puertas abiertas por donde entrarle, si no se halla defendido de una guarda muy vigilante; porque los ojos de la mujer hieren y perturban el alma, y no solamente los de una mujer lasciva, sino también los de la que es honesta y sus adulaciones ablandan, y las honras que te hacen te dejan sin libertad. Y la caridad ardiente, que es la causa de todos los bienes, por su medio viene a ser ocasión de infinitos males, si no saben aplicarla bien. Y no pocas veces los continuos pensamientos embotan la agudeza del alma y hacen su agilidad más pesada que el mismo plomo; y alguna vez, cayendo la ira en el corazón, ocupa todo su interior a manera de humo. IX. ¿Y quién podrá contar las otras incomodidades, ultrajes, violencias, quejas de grandes y de pequeños, de prudentes y de imprudentes? Aquel género, principalmente de hombres, que carece de un recto discernimiento, es quejoso y no admite fácilmente excusas. Y el buen prelado no debe despreciar ni aun a éstos, sino que con dulzura y mansedumbre ha de satisfacer a todos de lo que le acumulen, y estar pronto, y dispuesto a perdonarles una queja fuera de razón, antes que soltar la rienda a la ira. Y si San Pablo temió hacerse sospechoso de hurto con sus discípulos, y por esto echó mano de otras personas para la administración del dinero, [94]para que ninguno nos reprenda, como él mismo dice, en esta gran porción que administramos ¿cómo es posible que nosotros dejemos de poner toda la mayor diligencia para apartar las malas sospechas, aunque sean falsas, y sin razón, y aunque muy ajenas de nuestra opinión? A la verdad, de ningún pecado nos hallamos tan distantes, cuanto estuvo San Pablo del hurto; y con todo, aunque se hallase tan libre de una acción tan fea, no por eso despreció la sospecha del vulgo, aunque necia y poco razonable. Verdaderamente era una locura sospechar tal cosa de aquella alma bienaventurada y admirable; y con todo, vemos que apartó lejos de sí las ocasiones de semejante sospecha tan absurda, y que sólo podía caber en el ánimo de un mentecato, y no despreció la locura del vulgo, ni tampoco dijo: "¿a quién podrá venir al pensamiento el sospechar semejante cosa, teniendo todos de mí tan alta estima, y veneración, ya por mis milagros, ya también por la inocencia de mi vida?" Pero no fue así, sino que sospechó de sí y creyó que podía nacer esta mala sospecha, y la arrancó desde las raíces; o por mejor decir, no permitió que naciese. ¿Y por qué? [95]"Procuremos, dice, cosas honestas, no sólo delante de Dios, sino también delante de los hombres". Tan grande, y aun mayor cuidado conviene tenerse, no sólo para desvanecer en los principios, cuando se mueve una fama no buena, sino para prevenir desde lejos, de donde pueda nacer; y anticipadamente quitar de delante aquellas ocasiones, de donde puede tener origen, no esperando a que tome fuerzas y a que vaya de boca en boca por el vulgo, porque entonces no será fácil el sofocarla, sino muy difícil, o por ventura imposible; y aun cuando esto se pueda, no podrá hacerse, sino cuando muchos hayan sido ya dañados. ¿Pero hasta cuándo proseguiré yo contando aquellas cosas, que no pueden comprenderse con el pensamiento? El reducir a número todas las dificultades que allí se encuentran, no es otra cosa, que pretender medir la profundidad del mar. Pues aunque uno se halle libre de toda pasión, lo que no es posible; con todo, para corregir los pecados ajenos, se ve obligado a sufrir infinitas y graves angustias y trabajos. Y si a esto se juntan las propias pasiones, mira ¿qué abismo será este de trabajos y de pensamientos? ¿y cuántas cosas no debe sufrir aquél, que quiere pasar sobre sus propios males y sobre los ajenos? X. ¿Pero al presente, dijo Basilio, te hallas libre de semejantes trabajos? ¿o no tienes algún cuidado, viviendo sólo contigo mismo? Crisóstomo: No me faltan, respondí yo, aun al presente. ¿Cómo es posible, que siendo hombre, y viviendo en esta vida trabajosa, pueda estar libre de afanes y cuidados? Pero no es lo mismo entrarse en un pliego inmenso, que pasar un río. Grande es la diferencia que hay entre estos, y aquellos cuidados. Y al presente, si pudiera yo ser útil a los otros, yo mismo lo querría, y sería esta una cosa que yo apetecería; pero sino puedo ser útil al prójimo, me contentaré si logro salvarme a mí mismo y librarme de la tempestad. Basilio: ¿Y tú crees que esta es una gran cosa? ¿o juzgas que de algún modo podrá salvarse aquél, que no haya procurado ayudar a su prójimo? Crisóstomo: Has dicho bien, respondí yo, porque no puedo creer que se pueda salvar el que no tiene cuidado alguno de la salud de su prójimo. A aquel desventurado de nada le sirvió el no haber menoscabado el talento; pero fue causa de su perdición el no haberlo aumentado y acrecentado otro tanto. Con todo, yo creo que si fuere acusado de no haber procurado la salud del prójimo, será mas suave mi castigo, que si fuere llamado juicio; porque después de haber recibido una honra tan grande, habiendo empeorado yo, he perdido a otros y a mí mismo. Al presente, creo que no me espera otro castigo, sino el que corresponda a la grandeza de mis pecados. Pero después de haber recibido esta potestad, yo creería tener, no duplicado o triplicado castigo, sino mucho más multiplicado y más grave, por haber escandalizado a muchos y ofendido a Dios que me había dado un tan gran honor. XI. Por tanto, acusa el Señor con mayor fuerza a los israelitas, mostrándoles con esto haberse hecho dignos de mayor castigo, por haber pecado después de los honores que habían conseguido de Él, diciendo unas veces: [96]"A vosotros solos he reconocido entre todas las naciones de la tierra; por tanto, castigaré sobre vosotros vuestras impiedades". Y otras: [97]"He tomado de vuestros hijos los profetas, y de vuestros jóvenes los consagrados". Y antes de los profetas, queriendo manifestar que reciben mayor pena los pecados cometidos por los sacerdotes, que los que lo son por personas particulares; [98]ordena que el sacrificio que se haya de ofrecer por los sacerdotes fuese igual al que se ofrecía por todo el pueblo. Ahora, semejante ordenación, es de uno que quiere manifestar que necesitan de mayor remedio las heridas de los sacerdotes, y que este debe ser tan grande, cuanto es el que conviene, o debe aplicarse a las heridas de todo un pueblo. Ahora bien, es cierto que no tendrían mayor necesidad, sino fuesen mucho más graves. Se agravan, pues, más, no por su naturaleza, sino por la dignidad del mismo sacerdote que las comete. Y qué hablo yo de los hombres, que manejan este ministerio: [99]las hijas de los sacerdotes, a las cuales nada toca el sacerdocio, por la dignidad del Padre, son castigadas más acerbamente por unos mismos pecados; y siendo el pecado igual tanto en éstas, como en las hijas de los particulares, siendo uno y otro pecado de estupro, con todo es más grave la pena en las primeras. Ves tú, cuán superabundantemente te muestra Dios, que toma mucho mayor castigo del sacerdote, que de aquéllos que le están sujetos? porque castigando con mayor rigor que a las otras a la hija por causa del padre, es constante que no pedirá la misma pena que a los otros, sino mucho mayor, al que es causa de que se le aumente el castigo. Y con mucha razón, porque el daño no se ciñe y extiende a él solo, sino que trasciende a las almas de los más débiles, y que tienen puesta en él la mira. Ezequiel, [100]queriendo enseñarnos esto mismo, pone una distinción entre el juicio de los carneros y el de las ovejas. XII. Ahora bien, ¿te parece si ha sido bien fundado nuestro temor? Además de lo que dejo dicho, aunque al presente necesito de trabajar mucho para no ser vencido por las pasiones del ánimo; con todo, sufro esta fatiga, y no rehuso el combate. Y aunque ahora no deja de sorprenderme la vanagloria; no obstante, vuelvo muchas veces sobre mí y conozco que he caído en su red, y alguna vez doy gritos a mi alma cuando la veo reducida a esclavitud. Aun ahora experimento en mí deseos muy impropios; pero es menos activa la llama que encienden, porque falta a los ojos materia exterior, en que prenda el fuego. Y por lo que mira a hablar mal de alguno, o escuchar a quien lo diga, estoy libre de esto enteramente, no habiendo con quien poder conversar, porque estas paredes no pueden hablar. Pero no me es posible evitar del mismo modo los ímpetus de la ira, aunque falte aquí quien me mueva a ella. Ocurriéndome frecuentemente a la memoria las acciones que ejecutan los hombres inicuos, siento en mi corazón alguna hinchazón; pero aun esto no llega hasta el extremo, porque le tiramos la rienda luego que sentimos su ardor y lo persuadimos a que se sosiegue, haciéndole cargo ser un absurdo, y propio de la mayor miseria, el cuidar, y ser curiosos de los males ajenos, dejando a un lado los propios. Pero entregándome al público, y sorprendido de mil perturbaciones, no podré gozar de estos avisos, ni hallar aquellos pensamientos que me instruyan tan bien. Sino que como los que se hallan en un lugar de precipicio, o se ven arrebatados de un torrente, o de otra violencia semejante, pueden muy bien preveer la ruina en que van a caer; pero no saben ni aun pensar el modo de salvarse: así yo, si cayere en tan gran tumulto de pasiones, podré muy bien ver que cada día se me aumenta el castigo; pero el estar sobre mí mismo como ahora, y el refrenar estas enfermedades por todos títulos rabiosas, no me será tan fácil como antes. Tengo un alma débil, pequeña y fácil de ser dominada, no solamente de estas pasiones, sino de la más cruel de todas, que es la envidia. Tampoco sabe llevar con moderación los ultrajes, ni los honores; sino que se engríe con estos excesivamente, al paso que aquéllos la abaten. Y así como los animales feroces, cuando se hallan en una buena constitución de cuerpo y bien mantenidos, vencen fácilmente a los que entran a combatir con ellos, particularmente si estos son débiles y poco experimentados; pero cuando después los afligen con hambre, se adormece su fiereza y se debilita la mayor parte de su fuerza de manera que se atreve a combatir y luchar con él, otro que no sea muy generoso. Así también por lo que toca a las pasiones del ánimo, el que las debilita las sujeta a la recta razón y modo de bien pensar: y por el contrario, el que les da alimento, prepara un combate más difícil y se le representa tan terrible que pasa toda su vida en esclavitud y temor. ¿Pero cuál es el alimento de estas bestias? de la vanagloria, lo son los honores y las alabanzas; de la soberbia, la grandeza de la autoridad y del poder; de la envidia, el nombre ilustre y celebrado del otro; de la avaricia, la liberalidad de aquéllos que ofrecen dones; de la liviandad, las delicias y las continuas conversaciones, y trato con las mujeres; finalmente, otro es el alimento de otros vicios. Ahora, bien cierto es que si me entrego al público, me asaltarán ferozmente todas estas bestias, y despedazarán mi alma, y me serán terribles, y me harán más grave la guerra que he de mantener con ellas; por el contrario, estándome aquí quieto, verdad es que necesitaré de gran fuerza para domarlas; pero con todo, lo lograré asistido de la divina gracia, y en tal caso sólo podrán ladrar. Por esto conservo esta pequeña habitación, no salgo fuera, ni admito a alguno, ni trato con persona nacida, y sufro el oír otras infinitas acusaciones de esta clase, de las que con gusto me descargaría; pero no pudiendo conseguirlo, siento sus remordimientos y dolor, porque no me es fácil el conversar con los hombres y permanecer al mismo tiempo en la presente seguridad. Por tanto, te ruego quieras compadecerte de mi, antes que reprenderme, viéndome enredado en tan grande dificultad. Pero creo que aún no he logrado el poderte persuadir. Es tiempo ya que te descubra aquella única cosa que te he ocultado hasta ahora, y que por ventura a la mayor parte parecerá increíble; pero no por esto me avergonzaré de ponerla en público. Porque aunque lo que yo te diré, es argumento de una mala conciencia y de infinitos pecados, ya que Dios me ha de juzgar, que es el que enteramente lo sabe todo, ¿qué utilidad podré yo tener de que lo ignoren los hombres? ¿Qué es, pues, este secreto? Desde aquel día en que tú me hiciste entrar en la sospecha de que me querían promover al obispado, me he visto repetidas veces en peligro de que mi cuerpo se destruyese enteramente. Tan grande ha sido el susto, tan grande la tristeza que ha ocupado mi ánimo; porque considerando dentro de mí mismo la gloria y santidad de la Esposa de Cristo, su belleza espiritual, su prudencia y adorno, y atendiendo por otra parte a mis males, no dejaba de llorar por ella y por mí. Y suspirando continuamente, y angustiado, decía dentro de mí: ¿Quién es el que ha podido sugerir este consejo? ¿Qué pecado tan enorme ha cometido la Iglesia de Dios? ¿Qué cosa tan grande ha irritado a su Señor, para que fuese entregada al más vil de todos los hombres, para que sufriese un oprobio tan grande? Pensando conmigo mismo muchas veces estas cosas, y no pudiendo tolerar ni aun el pensamiento de esta indignidad, del mismo modo que los que quedan aturdidos por un rayo, me estaba con la boca abierta, sin poder, ni ver, ni sentir cosa alguna; y cuando se me aliviaba una tan grave angustia, porque alguna vez también se me pasaba, sucedían las lágrimas y la tristeza. Y después de haberme saciado de llorar, me embestía nuevamente el temor, turbándome todo y poniendo mi ánimo en inquietud. En tan grande tempestad he vivido en lo pasado y tú no lo sabías, y juzgabas que tuviese una vida muy tranquila. Pero ahora yo procuraré descubrirte la tempestad de mi alma; porque así tal vez me perdonarás en adelante y cesarás de acusarme. ¿Pero cómo podré yo, cómo podré manifestarla? Si tú quisieras verla claramente, no se podría hacer esto de otra suerte que abriéndote mi propio corazón; pero por cuanto es esto imposible, procuraré, cuanto me sea permitido, por medio de alguna débil semejanza manifestarte ahora el humo de mi tristeza. Tú después, por medio de esta imagen, podrás colegir sola la tristeza. Supongamos que se halla desposada con un hombre una doncella que es hija del rey de toda la tierra que se descubre debajo del sol. Esta doncella se halla adornada de una indecible hermosura, de manera que es superior a la humana naturaleza, excediendo en esto con mucha ventaja a todo el sexo de las mujeres y dejando muy atrás en la virtud del ánimo a todo el género de los hombres, que son y serán. Además sobrepasa en la honestidad de sus costumbres todos los términos de la filosofía, y con la gracia de su semblante hace desaparecer toda la gentileza de su cuerpo. El esposo se halla tan enamorado de ella, no sólo por estos dotes tan sobresalientes, sino que aun sin ellos se ve tan preso de su amor, que excede en esta pasión a los más locos amantes que jamás se hayan conocido. Y después de hallarse abrasado de un amor tan grande, no falta quien le diga que aquella maravillosa doncella a quien él tanto ama, está para ser esposa de un hombre bajo y humilde, de vil nacimiento, imperfecto en su cuerpo y el más inicuo de todos los mortales. ¿Te parece que puedo yo haberte manifestado una pequeña parte de mi dolor? ¡Y que basta esto para darte cumplida una tal imagen! Por lo que toca a la tristeza, me parece que sí; porque sólo para este efecto la he tomado. Pero para mostrarte, además de esto, la grandeza de mi temor y de mi susto, pasemos nuevamente a otra descripción. Hay un ejército compuesto de infantería, de caballería, y de soldados de marina. El mar está cubierto de número de naves, llenos los campos y las cimas de los montes de escuadrones de soldados a pie y a caballo. Brilla con los reflejos del Sol el metal de las armas, y por los rayos que desde arriba se despiden, vibran su resplandor los yelmos y los escudos. Se levanta hasta el cielo el ruido de las lanzas y el relincho de los caballos. No se descubre el mar, ni la tierra, sino que por todas partes aparece cobre y acero. Para hacer frente a estos, se ponen en orden los enemigos, hombres feroces e inhumanos, y está ya para comenzarse la batalla. Si en esta disposición, se arrebatase de improviso a un joven de aquéllos que se han criado en el campo, y que no saben de otra cosa que de la zampoña y del callado, se le vistiese todo de hierro, y se le pasease alrededor de todo el campo, se le mostrasen los escuadrones y sus conductores, los ballesteros, honderos, centuriones, oficiales, soldados de armas pesadas, los caballos, los flecheros, las naves, sus capitanes, los soldados armados que se hallan amontonados sobre ellas y el gran número de máquinas que mantienen sobre sí las naves. Se le presentase después, puesto ya en orden de batalla, todo el ejército de los enemigos y ciertos semblantes espantosos, con la extraña y diversa figura, el aparato de las armas y su multitud infinita, los valles, los profundos precipicios, y despeñaderos de los montes. Se le hiciese ver, además de esto, por la parte de los enemigos, su caballería, que por medio de ciertos encantos vuela por el aire y lleva hombres armados. Finalmente, se le diese a entender toda la fuerza y todos los modos de aquel engaño: se le contasen las calamidades de la guerra, la nube de los dardos, la lluvia de saetas, y aquella gran oscuridad y tinieblas, aquella noche tenebrosísima que forma el gran número de flechas que caen de todas partes, y que con su espesura quitan los rayos del sol; el polvo, que impide la vista de los ojos, no menos que las tinieblas, los arroyos de sangre, los lamentos del que cae, y los clamores del que se mantiene en pie aún fuerte, los montones de cadáveres, las ruedas teñidas de sangre, y los caballos con los jinetes precipitados en tierra por la multitud de los muertos, el suelo cubierto confusamente de todas estas cosas mezcladas: sangre, picas, arcos, dardos, uñas de caballos, cabezas humanas, brazos y piernas cortadas, cuellos y pechos atravesados, sesos pegados a las espadas, la punta de un dardo quebrado y que tiene como ensartado un ojo de un hombre. Si después se pasase a hacerle saber los sucesos de una batalla naval, unas naves ardiendo en medio del mar, otras anegadas juntamente con los soldados, el ruido de las aguas, el clamor de los marineros, el gritar de los soldados, la espuma de las olas teñidas con la sangre, y que entra en los navíos por todas partes, los cadáveres, unos sobre los tablados, otros sumergidos, otros nadando sobre las aguas, otros arrojados a las orillas, y otros dentro de las mismas olas, cubiertos de tal suerte, que parece quieren cortar el camino a las naves. Y después de haberle informado de todos los sucesos trágicos de la guerra por menor, se le explicasen los males de la esclavitud y la servidumbre, que es aun más dura que la misma muerte. Y habiéndole dicho todas estas cosas, se le mandase que sin perder tiempo montase un caballo y que se pusiese a mandar todo aquel ejército. ¿Crees tú que este joven podría sufrir, ni aun la relación sola de todo lo dicho, y que a primera vista no quedaría desmayado? XIII. No creas que pretendo yo aquí exagerar esto con mi oración, ni juzgues que son grandes las cosas que dejo dichas; porque encerrados en este cuerpo como en una cárcel, no podemos ver nada de las cosas invisibles. Verías ciertamente una batalla mucho mayor, y más terrible, si pudieras ver con tus ojos los tenebrosos escuadrones del demonio y el furioso combate. Allí no hay cobre, ni hierro, ni caballos, ni carros, ni ruedas, ni fuego, ni dardos, ni otras cosas de esta clase, que son visibles, sino otras máquinas mucho más espantosas. No necesitan estos enemigos de coraza, ni de escudo, ni de espadas, ni de picas; pero basta sólo la vista de aquel ejército abominable para poner en consternación un alma no es muy generosa, y que además de su propia fortaleza, no goce de una particular y gran protección divina. Y si fuese posible, que despojado de este cuerpo, o aunque fuese dentro de él, pudieras ver claramente con seguridad y sin temor toda la disposición de su ejército, y la guerra que nos hace, verías, no arroyos de sangre, ni cuerpos muertos, sino tantos cadáveres de almas, y heridas tan graves, que toda aquella descripción y aparato de guerra que poco antes me has oído, la tendrías por una niñería, y más bien por un juguete que por guerra. Tan grande es el número de los que cada día quedan heridos; ni las heridas ocasionan un mismo género de muerte; antes bien es tan grande la diferencia que hay entre una y otra, cuanta es la distancia que se nota entre el cuerpo y el alma. Cuando el alma ha recibido una herida, y ha caído, no queda como el cuerpo, sin sentimiento; sino que aquí es atormentada y afligida de la mala conciencia, y después cuando sale de este mundo, según lo pide el juicio, es entregada a un castigo eterno. Y si alguno no siente dolor de las heridas que recibe del demonio, se hace el mal mucho más grave por una tal insensibilidad. Aquél que no siente el golpe de la primera herida, fácilmente recibe la segunda, y después la tercera; pues el maligno no deja de combatirnos en tiempo alguno hasta el último aliento, cuando encuentra el alma descuidada y que desprecia las primeras heridas. Y si quieres informarte del modo con que dispone sus asaltos, los encontrarás muy fuertes y variados. No hay alguno que sepa tantos géneros de engaños y ardides, como aquel espíritu inmundo, consistiendo en esto su mayor poder; ni alguno puede tener con sus más fieros enemigos enemistad tan grande, como la que tiene aquel maligno con la naturaleza humana. Y si alguno quiere saber con cuánto ardor nos combate, sería cosa ridícula el pretender compararlo con los hombres. Si haciendo elección de las bestias más feroces y crueles, quisiere ponerlas al lado de su furor, las hallará en su comparación más apacibles y mansas; tan grande es la indignación que respira, cuando asalta a nuestras almas. Aquí entre nosotros es breve el tiempo de la batalla, y en este corto espacio se dan muchas treguas porque la noche que sobreviene, el cansancio de proseguir el alcance, el tiempo de tomar alimento, y otras muchas ocasiones que naturalmente ocurren, suelen dar entretanto al soldado algún reposo para poder despojarse de las armas, respirar un rato, recobrarse con la comida y bebida, y tomar nuevamente sus primeras fuerzas con otros accidentes semejantes. Pero habiendo de pelear contra este maligno, nunca es lícito dejar las armas, ni se puede tomar el sueño, para estar libre por todas partes de sus heridas. Una de dos cosas ha de suceder necesariamente; o caer y perderse despojado de las armas, o haber de estar siempre armado y en centinela; porque él está siempre con su armada acechando sin interrupción alguna nuestros descuidos, aplicando mayor cuidado a nuestra perdición, que el que ponemos nosotros en nuestra salud. Y el no ser visto por nosotros, y sus asaltos improvisos (cosas que son la causa de infinitos males al que no está en continua vigilia) hacen más dudoso el suceso de esta guerra que el de aquélla. ¿Y querías tú que yo fuese aquí el conductor de los soldados de Cristo? Esto sería servir de capitán al demonio. Si el que tiene obligación de poner en orden a los otros, y de pertrecharlos bien, es el más impérito de todos y el más débil; y por falta de ciencia entrega a los que le están encomendados, éste sirve de capitán más bien al demonio que a Cristo. ¿Pero por qué suspiras? ¿por qué lloras? mis cosas al presente no son dignas de llanto, sino antes bien de gozo y de alegría. Pero no así las mías, respondió Basilio, sino dignas de eternas lágrimas. Apenas he podido conocer hasta ahora, en qué males me has metido. Yo vine a ti, para saber cómo debía responder, y qué debía decir en tu nombre a los que te acusan; y tú me envías, habiendo puesto sobre mí, en vez de un cuidado otro mayor. Yo ya no me cuido de hablar en tu defensa con aquéllos; sino cómo he de poder responder yo a Dios en defensa mía y de mis males. Te ruego, pues, y te pido, si tienes algún cuidado de mis cosas, si hay algún consuelo en Cristo, si algún alivio en nuestro amor, si hay entrañas y sentimientos de compasión (pues sabes que tú mismo, más que todos, me has conducido a este peligro) dame la mano, y con aquellas palabras, y hechos que sean eficaces para corregirme, no quieras, ni por un breve espacio de tiempo, abandonarme; antes bien ahora mejor que antes, hazme participante de tu conversación. Crisóstomo: Sonriéndome yo al oír esto: ¿qué auxilio, le dije, podré yo darte, y qué socorro en un peso tan grave de cosas? Pero pues tú lo quieres así, ten buen ánimo y confianza, amado mío, porque yo no dejaré de asistirte y de consolarte, y no omitiré cosa alguna, según mis fuerzas, todo aquel tiempo que te permitieren respirar aquellos cuidados que suelen nacer de aquí. Dicho esto, y llorando mucho más amargamente, se puso en pie; y yo abrazándole, y aplicando mis labios a su cabeza, le acompañaba, exhortándole a llevar generosamente lo que le había sucedido. Yo confío, le dije, en Jesucristo, el cual te ha llamado y destinado al gobierno de sus ovejas, que de este ministerio conseguirás tan gran confianza, que aun cuando peligremos nosotros, nos recibirás en tu eterno tabernáculo. ........................ 90. Heb. 13. 17. 91. Mat. 18. 6. 92. Ezech. 33. 3. 93. Galat. 2. 20. 94. 2. Cor. 8. 20. 95. Rom.$12. 17. 96. Amos. 3. 2. 97. Amos. 2. 11. 98. Lev. 4. 3. 99. Deut. 22. 100. Ezeq. 34. 17.