1. Inicios

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1. Inicios
Un océano de fuego se pincelaba sobre el amanecer. Era mediados de septiembre y el verano moría en la penumbra del otoño, tan solo restando unas frágiles y cálidas brisas que, vibrando, exhalaban su último aliento. Las hojas de los árboles
empezaban a perecer, y su color se volvía amargo como un llanto desconsolado. El furioso vendaval del alba me golpeaba la
cara, despeinando mi pelo castaño. Volví a sentir el frío filtrándose por los recovecos de mis ropas, reconcomiendo mis
huesos, como si la calidez fuese un vano recuerdo encerrado en
un osado letargo.
Era el primer día de instituto, el cual, a su vez, iba a ser el
último curso escolar. Hacía Segundo de Bachillerato en un instituto como otro cualquiera; de hecho, el único colegio que había conocido durante toda mi carrera escolar. Un sinfín de estudiantes se dirigían hacia su deber: nueve meses de rutina. En
extrañas ocasiones, el regreso al instituto podía proporcionar
algún sentimiento de alivio, pero yo depositaba grandes esperanzas en ese nuevo año. Era cierto que no me ilusionaba desprenderme del verano, pero aun así, yo tenía un motivo para
querer volver. Desde que era pequeño, en mis días de guardería, estaba totalmente loco por una chica. Si, lo sé; suena a tópico, pero por mucho que pasaban los años, no podía sacármela de la cabeza. Durante mucho tiempo fue un simple amor
platónico, con la frustración que en ocasiones esto deriva; pero
cada año que pasaba, mis sentimientos hacia ella no desaparecían. Pese a ello, debo decir que nunca hablamos demasiado…
El valor de una sonrisa [15]
Por no decir que era incapaz de decir una palabra cuando ella
estaba cerca de mí. Tantos años, y ni eso había conseguido. En
cualquier caso, volvería a verla, otro año más, pero… ¿este volvería a ser otro curso más? ¿Seguiría siendo aquel desconocido muchacho que tan solo la observaba desde la lejanía? Al menos quería pensar que no iba a ser así, ya que aquel año iba a
ser mi última oportunidad. Pero si aquella era la última oportunidad que yo podía abarcar, definitivamente la situación no
se presentaba óptima; demasiadas cosas habían confluido en el
ritmo de la situación. Para aquel entonces, yo era alguien inseguro, adaptándome al mundo a pesar de que este no me gustase; demasiado conformista, demasiado cobarde quizás. En cualquier caso, ese era yo. Y de pronto, al alzar mis cristalinos ojos
azules, unos rayos de sol se filtraron entre las oscuras nubes y
me cegaron por completo. Parece absurdo, pero depositaba grandes ilusiones en ese nuevo año. Sentí que no había nada que
me emocionase más que el saber que desconocía lo que iba a
pasar a continuación, que mañana volvería a amanecer para volver a desconocer los sucesos de ese nuevo día ¿Qué hay más
emocionante que no saber lo que va a suceder? A veces eso puede asustar; pero por una vez, no quería amedrentarme. Aunque
por supuesto, lo que me estaba a punto de suceder no era algo
que podría haber imaginado. Decididamente, mi vida estaba a
punto de cambiar.
El peso de mi mochila se derrumbó sobre mi pupitre, el cual
casi se cae al suelo.
—Tan torpe como de costumbre —dijo una voz conocida
a mis espaldas.
Me volví, y allí estaba él.
—Buenos días, Eloy —contesté con una sonrisa.
Eloy era mi mejor amigo, y me atrevería a decir que quizás mi único amigo verdadero. Hacía cuatro años que Eloy y yo
éramos amigos, nada más llegar él al instituto. Para ser sinceros,
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poco se sabía de su pasado, quizás era demasiado reservado con
sus cosas. La única información que había logrado recopilar fue
que a los catorce años se había venido con sus tíos, quienes vivían en la ciudad. Aun así, debo reconocer que nunca había estado en su casa, ni siquiera había visto nunca a sus tíos. Reiteradas veces intenté conocer más sobre sus orígenes o saber algo
sobre sus padres; pero entonces la cara de él se ensombrecía y
me sentía obligado a anular mi inquisición. Por lo demás, se
trataba de un muchacho muy alegre, optimista, luchador, racional y profundo. De hecho, lo era demasiado para su edad;
era evidente que no era un chico común… incluso en sus reflexiones y su manera de hablar: su vocabulario era demasiado
rico y elaborado para un adolescente. Dado esto, pude aprender mucho de él al largo de los años, tanto como a pensar, razonar, hablar locuazmente o incluso a comprender mejor el
mundo. Me enseñó casi todo lo que sabía. En realidad, nunca
supe por qué me escogió como amigo, a aquel chico discreto
del rincón de la clase. No me cabía duda de que él podría haberse convertido en uno de los chicos más populares del colegio si así lo hubiese querido; pero al parecer, eso no era de su
prioritario interés. Lo tenía todo: derrochaba interés con su sola
presencia, sabía cómo hacer reír a la gente, poseía una mirada
penetrante y misteriosa, era sumamente elocuente, y cabe añadir que tenía bastante éxito con las chicas. En resumen, era una
persona muy carismática. Aun así, sin poder comprenderlo, él
ignoro toda aquella popularidad que se le brindaba y me escogió a mí, al chico rarito de la esquina al que nadie prestaba atención. Jamás pude comprenderlo…
En realidad, mi introversión y angustioso carácter, no fue
algo innato. Digamos que, por aquellos tiempos, cuando conocí
a Eloy, a mis catorce años; sufrí la pérdida de unos seres muy
queridos para mí y me volví sombrío e insociable; mi expresión
irradiaba tanta tristeza, tanta inseguridad… Era como un espectro, pálido como los copos de nieve invernales, refugiándome
El valor de una sonrisa [17]
constantemente en mi vacío e inhóspito ser. De hecho, antes
no era así, o eso creo recordar; pero aquello me cambió por
completo. Y fue justo en aquellos momentos cuando le conocí
y, poco a poco, me enseñó el método para recuperar mi sonrisa, o al menos me ofreció un motivo. Alguien se preocupaba
por mí, alguien me entregaba su amistad justo en el momento
que pensaba que estaba solo en aquel triste mundo. Era tanto
lo que le debía que era consciente que jamás podría compensarle por la vida que me devolvió.
—¿Te pasa algo? —añadió Eloy al cabo de los segundos,
advirtiendo que yo permanecía inmerso en mis construcciones
mentales—. Estás totalmente ausente.
—Perdona, solo estaba pensando…
Antes de poder decir nada más, el profesor irrumpió en
clase, chirriando la puerta al cerrarse como un pajarito desollado; decididamente tenían que cambiar las bisagras. Acto seguido, nuestro profesor, con el mismo aspecto de rinoceronte
con esmoquin que el año anterior, se decidió a pasar la lista de
los alumnos entre gruñidos.
—Tu parte favorita de las clases —me susurró Eloy entre
dientes.
Qué oportuno… No necesitaba que me lo recordase. Cada
vez que nombraban mi nombre sentía un escalofrío.
—¡Jake Stuart! —gruñó el profesor.
—Presente… —contesté, alzando la mano entre bufidos.
Cabe decir que detestaba mi nombre. No es que fuese un
nombre demasiado desagradable, pero era demasiado poco común para la región en la que vivía; hecho que llamaba la atención y hecho que, a su vez, me incomodaba. Mi abuelo paterno era de Nueva Jersey, lo que explicaba mi apellido. Y el
nombre… Mi padre decía que le gustaba, pero yo creo que solo
quería divertirse un rato. Reiteradas veces había pensado en cambiarme el nombre al alcanzar la mayoría de edad, pero dieciocho
años poseyéndolo eran muchos años. Se me haría demasiado
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extraño que me llamasen de otra manera. Así que ese iba a seguir siendo mi nombre: Jake Stuart. ¿Nunca os ha sucedido que
no recordáis el nombre, pero si visualizáis la cara del susodicho? Conmigo siempre sucedía el caso contrario, es decir, lo
que más destacaba era mi nombre y el recuerdo de mi figura
era más efímero, quizás porque mi introvertido carácter ausentaba a los curiosos. A fin de cuentas, posiblemente aquello
solo eran manías mías; pero en un mundo de locos como el
nuestro, lo complejo es encontrar a alguien totalmente cuerdo
y sin ningún tipo de manía irracional.
La primera clase concluyó sin yo percatarme, me había quedado dormido reposando mi cabeza sobre la palma de mi mano.
Entonces, Eloy aprovechó para apartar mi apoyo y mi cabeza
se derrumbó contra el pupitre.
—¡Serás animal! —le grité.
—Lo siento, no pude evitarlo —se mofó.
Entonces, Claudia y Dani se acercaron a nosotros. Eran
dos compañeros de clase, pero tampoco los conocía demasiado, tan solo de charlar con ellos de vez en cuando en horario
escolar. Aun así, parecían ser unos muchachos que valía la pena
conocer. Lamentablemente, no venían a verme a mí, sino a
Eloy. Le idolatraban. En realidad, no importaba lo que opinasen de mí; si querían acercarse a Eloy, debían aceptar mi presencia, ya que nosotros siempre estábamos juntos. Claudia era
una muchacha bajita, con rizos dorados resbalando por su pálida frente, resguardando los lagos azules de sus ojos. También
recuerdo que poseía una alegría exuberante, la cual a veces era
incluso pueril. Al parecer, estaba enamorada de Eloy desde hacía un tiempo; pero no parecía que el interés fuese recíproco.
Dani era el primo de Claudia. Era un muchacho rechoncho y
de ojos vacíos, temeroso y asustadizo ante todo lo que le rodeaba; por eso buscaba refugio en Eloy, quien ya le había sacado de algún que otro aprieto causado por sus «excéntricas»
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