Poder legislativo y elites parlamentarias en los inicios de la formación estatal nacional argentina ("Confederación", 1852-1862) Ana Laura Lanteri (CONICET/CEHis-UNMDP, Argentina)1 Advertencia al lector: En estas páginas presento los lineamientos principales de mi investigación sobre el poder legislativo y las elites parlamentarias, en el marco del proceso de construcción del sistema político de la "Confederación" argentina. 2 Realizo en primer lugar un breve encuadre histórico e historiográfico y defino los problemas y argumentos cardinales. Luego, esbozo las opciones metodológicas y teóricas. Finalmente, sintetizo mis consideraciones sobre algunas temáticas particulares. La intención es introducir estas cuestiones para ampliarlas y discutirlas durante la exposición del día 25/01/2016. ************** I- La década de 1850 evidenció un problema neurálgico del siglo XIX argentino. Tras la derrota de Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires negó su unión con las demás provincias en un nuevo orden, por lo que convivieron dos estados en el territorio de las ex Provincias Unidas del Río de la Plata: el de Buenos Aires y el de la "Confederación". Entre septiembre de 1852 y diciembre de 1861, cuando Buenos Aires derrotó a esta última en la batalla de "Pavón", ambos estados lucharon por consolidar sus estructuras económicas y político-institucionales y por obtener la unidad y supremacía nacional.3 1 Contactos: https://conicet-ar.academia.edu/AnaLauraLanteri keywords=&id=34472&datos_academicos=yes http://www.conicet.gov.ar/new_scp/detalle.php? 2 Para ello retomo los resultados de mis investigaciones doctoral (2011), como Investigadora Responsable del PICT 2013-2015 "Los vínculos entre las provincias y el poder central en la conformación del sistema político de la `Confederación´ (1852-1862)" del FONCyT-ANPCyT y actual como Investigadora Asistente del CONICET; recientemente publicados en el libro Ana Laura Lanteri, Se hace camino al andar. Dirigencia e instituciones nacionales en la "Confederación" (Argentina, 1852-1862), Prohistoria Ediciones, Rosario, 2015. 3 Como ha sido reiteradamente destacado, la adopción del sistema de gobierno republicano fue la primera certeza del complejo dilema del gobierno posrevolucionario. Sin embargo, la tensión entre centralismo y confederación impidió la definición e implantación de un modelo definitivo de organización política y condujo a guerras civiles durante la primera mitad del siglo XIX argentino. Tras los fracasos constitucionales de 1819 y 1826, y especialmente desde su segundo gobierno en Buenos Aires entre 1835 y 1852, Juan Manuel de Rosas utilizando sus atribuciones de gobernador y las de delegado de las relaciones exteriores de las restantes provincias, logró inhibir la creación de un 1 La constitución sancionada en 1853 -que con diversas modificaciones rige en la actualidad- fue el marco jurídico que surgió como la materialización de la posición de las provincias. La estructura del sistema, inspirado en los postulados de Juan Bautista Alberdi, reposó en un equilibrio teórico entre un poder ejecutivo sin posibilidad de reelección, un poder legislativo bicameral y un poder judicial. La nueva federación se amalgamaría por la delegación en el poder nacional de ciertas facultades por parte de los gobiernos provinciales. Las trece provincias nucleadas en la "Confederación" se encontraron así ante el dilema de pensarse y organizarse como un nuevo estado. Esta situación implicó cambiar la índole de sus poderes, tras haber actuado por más de treinta años como unidades políticas autónomas, que sólo habían delegado en Buenos Aires las funciones relacionadas con el ejercicio de la representación externa.4 En este contexto, escogí realizar un análisis articulado de tres problemáticas, que aunque habían sido soslayadas por los estudios existentes, resultan cardinales para examinar a la Confederación como proyecto y realidad política. La integración de las elites políticas provinciales en una dirigencia nacional que asumió la conducción estatal. La articulación de los recursos y accionar de dicha dirigencia en pos de lograr un diseño institucional que sistema político que se situase por encima de las soberanías provinciales. Pese a ello, la sanción del “Pacto Federal” en 1831 dio base jurídica a una Confederación que enlazó a las provincias en un orden político perdurable hasta 1852. El poder de Rosas encontró resistencias que finalmente precipitaron su derrota. En efecto, la acentuación del control político y su política económica y fiscal (que entre otras medidas suprimió la libre navegación de los ríos y, por ende, obstaculizó las operaciones directas con el exterior) provocó el descontento de diversos sectores. En 1851 el gobernador de Entre Ríos Justo José Urquiza proclamó un “Pronunciamiento” por el que retiró su delegación de las relaciones exteriores en Rosas y formó el “Ejército Grande” que finalmente derrotó a Rosas en la batalla de “Caseros” en 1852. En 1854 Buenos Aires sancionó su propio texto constitucional, al tiempo que Urquiza asumió la presidencia (siendo reemplazado por Santiago Derqui en 1860) y declaró capital a la ciudad de Paraná (extendiendo además la federalización a toda la provincia de Entre Ríos). Durante la década se produjeron diversos intentos económicos, diplomáticos y militares de integración entre ambos estados. En octubre de 1859 la "Confederación" venció a Buenos Aires en la batalla de "Cepeda" que dispuso los términos de su unión mediante la reforma de la constitución nacional en 1860. Tras diversos desacuerdos y sucesos conflictivos en provincias como San Juan, en diciembre de 1861 la "Confederación" fue finalmente derrotada por las fuerzas porteñas en la batalla de “Pavón” y, meses después, Bartolomé Mitre asumió la presidencia. Entre otros, José Carlos Chiaramonte, Nación y estado en Iberoamérica, Sudamericana, Buenos Aires, 2004 y James Scobie, La lucha por la consolidación de la nacionalidad Argentina 1852-1862, Hachette, Buenos Aires, 1964. Como ha llamado la atención José Carlos Chiaramonte, el período es conocido como la Confederación, cuando se conformó un estado federal. En adelante utilizo el término sin comillas. Las trece provincias que la integraban eran las existentes al momento (menos Buenos Aires): Entre Ríos, Corrientes, San Luis, Mendoza, San Juan, Catamarca, La Rioja, Salta, Jujuy, Santa Fe, Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba. Casi toda la actual Patagonia, región de Chaco, provincia de La Pampa y algunas zonas fronterizas de las provincias permanecían bajo dominio indígena. La población total de la Confederación era de alrededor de 900.000 habitantes. 4 2 canalizara los vínculos entre ambas esferas de poder. Finalmente, la manera en que ese diseño se fue retroalimentado gracias a la participación de las provincias. Esta agenda de problemas reconoce dos puntos de partida. Por un lado, responde a una relectura crítica del cuadro interpretativo trazado por los abordajes específicos sobre la Confederación. Cuando inicié la investigación en 2006, el panorama historiográfico presentaba notorios contrastes. En primer lugar, a diferencia de lo sucedido para el caso del estado porteño, eran muy pocos los estudios que realizaban una mirada de conjunto sobre la trama política e institucional de la Confederación. A la par, se revelaban explicaciones contrapuestas sobre dicha trama, que merecían ser revisadas. Algunos autores postulaban un proceso de conformación estatal inacabado y, por ende, acentuaban el fracaso del proyecto nacional de la Confederación. Otros, ponían el acento en la figura de Justo José de Urquiza -presidente entre 1854 y 1860- como factor explicativo y exaltaban el progreso y la organización allí alcanzados.5 Finalmente, estos estudios en su mayoría precedentes a 1990, permanecieron ajenos a la variación de enfoques y metodologías de la historia política que tuvo lugar en las últimas décadas en Iberoamérica. En particular, no atendieron en sus explicaciones a la confluencia entre el poder central y los poderes provinciales, perspectiva rectora de la renovación historiográfica argentina sobre la construcción del orden político entre 1852 y 1880. Por otra parte, mis interrogantes son entonces tributarios de esta perspectiva, que focaliza en las múltiples formas que rigieron los vínculos entre ambas esferas de poder.6 En definitiva, pretendo enriquecer la comprensión del proceso de conformación estatal argentino del siglo XIX, desde una década bisagra que ha sido poco transitada por la historiografía, y a partir de una mirada general sobre la manera en que las distintas realidades provinciales convergieron en la Confederación. Asumo un plano argumentativo intermedio entre las interpretaciones que postularon un proyecto nacional frustrado y aquellas que exaltaron su organización. Entre los primeros: James Scobie, Haydeé Gorostegui de Torre, Carlos Paéz de la Torre, María del Carmen Angueira y Oscar Oszlak. Entre los segundos: Martín Ruiz Moreno, Manuel Macchi y Beatriz Bosch. 5 La producción es muy amplia, entre las principales obras de síntesis pueden mencionarse Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez (Coords.), Un nuevo orden político. Provincias y Estado Nacional, 18521880, Biblos Historia, Buenos Aires, 2010 y Eduardo Míguez "Gestación, auge y crisis del orden político oligárquico en la Argentina. Balance de la historiografía reciente", PolHis, Nº 9, 2012, pp. 3868, disponible desde: http://historiapolitica.com/datos/boletin/PolHis9.pdf 6 3 Sostengo que fue grande el esfuerzo por construir una estructura estatal centralizada y modernizante, aunque no se tuvieron los recursos 7 ni el tiempo suficiente para reconciliar las tradiciones locales y personales y terminar de institucionalizar los órganos del estado, requeridos para desarticular más de treinta años de funcionamiento provincial autónomo. Tampoco fue exitoso el intento de construir un estado con dirección política en Entre Ríos. Pero, por la sociabilidad de la política, las provincias comenzaron a entenderse y a asumirse en una forma federal y republicana y las autoridades a construirse y legitimarse como una dirigencia política con proyección nacional. En este marco, postulo que el Congreso8 constituyó una institución clave de encuentro, selección, enseñanza e integración de las elites políticas provinciales en el nuevo sistema político. Y, por tanto, fue un ámbito efectivo de conformación de dicha dirigencia y de la institucionalidad estatal. Si bien Justo José de Urquiza fue una figura significativa, no fue él como representante privilegiado de un poder central que avanzó sobre las provincias configurando la Confederación, sino que éstas fueron protagonistas activas del proceso. El entramado políticoinstitucional se sostuvo gracias a un nutrido conjunto de personas. Su bagaje de información, sus redes de relaciones y su interacción en el Congreso y la justicia federal, fueron parte sustancial de la formación nacional que se fue modelando por entonces. Y que Bartolomé Mitre pudo capitalizar desde su asunción a la presidencia en 1862. II- La decisión de concentrar el análisis de las problemáticas en torno al Congreso nacional, y en forma subsidiaria a la justicia federal, responde esencialmente a tres razones. Primero, a la cuestión más evidente de ser ambas las instituciones estatales claves de la conformación representativa, republicana y federal. La constitución nacional normaba que junto a un poder ejecutivo fuerte, el poder legislativo representaba mecanismos de discusión y representación entre las provincias, al tiempo que el poder judicial sería “moderador” de los otros dos poderes. En segundo lugar, que los tres poderes estatales desempeñaran desde 1854 sus funciones en Paraná, dio la posibilidad de que la ciudad capital de la Confederación se convirtiera en un “laboratorio” privilegiado para avistar la manera en que ese ideario constitucional se plasmó La precaria situación financiera de la Confederación es uno de los aspectos más enfatizados sobre el período. La bancarrota de los ingresos genuinos, la falta de crédito público y los empréstitos tomados con enormes intereses, fueron señalados por diversos autores como las evidencias más claras de la incapacidad para sostener la administración de gobierno. 7 8 Me refiero al Congreso que sesionó en Paraná entre 1854 y 1861. 4 en una realidad por lo demás múltiple y compleja. Esto hizo factible entonces que efectuara un estudio articulado, que consideró un centro político-administrativo fuerte, en el que confluyeron diversos actores, prácticas, relaciones, estrategias e ideas, y desde el que se pretendió dar cohesión y legitimidad a la Confederación. Finalmente, a diferencia de lo sucedido con el poder ejecutivo nacional, el Congreso -y también la justicia federal- durante la Confederación había sido muy poco frecuentado. El Congreso se encuentra actualmente en Argentina en el centro de la discusión política y las controversias suscitadas con frecuencia remiten al vínculo entre ambos poderes estatales. No es infrecuente leer en la prensa o escuchar en diversos espacios de opinión pública, puntos de vista encontrados sobre lo que fue, lo que es y lo que debiera ser el régimen político nacional. Por ello, el estudio de sus épocas iniciales resulta estimulante, sobre todo en aquellos años en los que su actual fisonomía no era ni siquiera imaginada por los legisladores, aunque también debatieron sobre el pasado y buscaron fórmulas para el presente y el futuro de lo que luego sería el país. Pretendo entonces dar una mirada de conjunto que privilegia el problema de la representación y la articulación de los espacios provinciales en el Congreso y que atiende, a su vez, al funcionamiento institucional y a la dinámica política del recinto. Asimismo, contemplo el efecto de estas cuestiones en la institucionalización estatal y de una dirigencia nacional. Para ello, la metodología conjuga el examen de la labor e interacción de los tres poderes estatales nacionales (ejecutivo, legislativo y judicial), con un abordaje de tipo prosopográfico y relacional de las vinculaciones de las elites provinciales y de su conformación en tanto dirigencia nacional. Con este enfoque, privilegio al Congreso como la institución desde la que se observa el proceso político general, pero la indagación lo trasciende. Además de analizar el caso de la justicia federal y de avanzar en el conocimiento de la respuesta de las provincias a las disposiciones tomadas en el Congreso, amplío el registro social de la política a partir del estudio del perfil y accionar de las elites. Como suele suceder cuando uno desarrolla una tarea como la emprendida, realicé en primer lugar un recorrido por lecturas teóricas y conceptuales. Conviene al respecto destacar que me serví de diversas categorías y conceptos que no se corresponden con un único marco teórico. Hice uso entonces de ellos como herramientas para construir mis argumentos e interpretaciones, aunque no seguí un sistema conceptual específico y las nociones utilizadas pertenecen a diversas tradiciones. Entre los autores consultados, fueron de sumo interés las formulaciones de Raymond Aron sobre el “personal político” que, como se ha señalado, es una categoría abierta que 5 permite aprehender la diversidad y los matices existentes entre los actores; de Pierre Bourdieu acerca del “habitus” y de los diversos “capitales” y sus combinatorias; de Monique de Saint Martin y su noción de “reconversión”; la “herencia inmaterial” de Giovanni Levi y las nociones de Jeremy Boissevain de “amigos de los amigos”, del carácter de diversas configuraciones sociales/institucionales y de la figura del “broker”. Y, en complemento con esto último, de Fernando Escalante Gonzalbo y Beatriz Bragoni sobre los rasgos y accionar de dichos intermediarios, especialmente en lo relativo a la reciprocidad como forma elemental de la acción política y a su articulación de escalas espaciales analíticas (provincial, regional, nacional). Igualmente, me nutrí de las consideraciones de Zacarías Moutoukias sobre el enfoque microanalítico y sobre las redes en la acción política y las configuraciones institucionales; en tanto coincido en que la reconstrucción de "los lazos entre personas y el marco normativo en el que se desenvuelven, puede modificar considerablemente nuestra percepción de la acción política". También, de los aportes de Ernesto Bohoslavski y Germán Soprano sobre la “personalización” del estado. Asimismo, de visiones sociológicas como las de Samuel Eisenstadt y Luis Roniger que focalizan el análisis tanto en el proceso de creación de las instituciones como en los aspectos cognoscitivos de sus propias dinámicas, y del enfoque de Osvaldo Barreneche -sobre el caso la justicia criminal en Buenos Aires- ya que combino en el estudio la arquitectura legal, la interacción institucional y las principales prácticas y relaciones políticas que le dieron vida al Congreso nacional y a la justicia federal. También fueron cruciales para pensar el abordaje, estudios de otras latitudes como el de Francois-Xavier Guerra sobre México y los de José Murilo de Carvalho y Jonas Moreira Vargas sobre Brasil. Finalmente, me resultaron también muy orientativas las recomendaciones metodológicas sobre el análisis de los grupos sociales del dossier coordinado por Michael Bertrand, Zacarías Moutoukias y Jacques Poloni-Simard en Anuario IEHS 2000, sobre la prosopografía de Jaques Revel y Marcela Ferrari y sobre el proceso de conformación de una dirigencia profesional también de Ferrari y de Max Weber. III- Tras asumir una perspectiva analítica más general en mi investigación doctoral, actualmente me encuentro profundizando el estudio de diversos temas y ajustando el examen de las problemáticas planteadas a diversos recortes espaciales y coyunturas temporales. Apunto entonces a conocer con mayor rigor algunos matices provinciales/regionales y ritmos propios del proceso de construcción del sistema político de la Confederación. Particularmente, 6 el estudio de algunos casos provinciales me permitió complejizar el papel del Congreso en dicho sistema y de las elites parlamentarias en tanto intermediarias de las esferas de poder. He tenido oportunidad reciente de leer algunos de los interesantes aportes del "Observatorio de Instituciones Representativas", por lo que en las siguientes páginas esbozo en forma somera algunas líneas temáticas que, como anticipé, creo fructífero discutir en el encuentro. Para agilizar la lectura, omito realizar extensas referencias empíricas y apunto solamente a los resultados y reflexiones. a) Las elites parlamentarias: aspectos biográficos y relacionales La conformación de una dirigencia nacional que integrara en su seno a las elites políticas provinciales era fundamental para la viabilidad de la Confederación. Para dicho proceso fue importante la organización y labor de los poderes estatales. En particular, el Congreso fue el espacio en el que se plasmaría el ejercicio de las soberanías particulares provinciales en el marco de la soberanía indivisible del estado nacional. Sin embargo, el examen de aspectos relacionales y biográficos de la dirigencia en general y de los legisladores en particular, había sido soslayado por los estudios sobre la Confederación. Como señalé, los mismos dieron poco margen de participación a las provincias y a sus representantes, desdibujando su protagonismo en el proceso.9 A pesar que se realizaron algunas semblanzas, la polarización en la figura de Justo José de Urquiza había opacado la sistematización y el análisis del personal y, por ende, se habían descuidado las redes sociales que sostuvieron la política. En consecuencia, he indagado quiénes formaron parte del personal político de la Confederación y cuáles fueron sus principales cualidades, relaciones y recursos de poder. Para ello definí un corpus que incluye las 203 personas que ocuparon los principales cargos nacionales legislativos, judiciales, ejecutivos, militares y administrativos. De dicho corpus 148 fueron legisladores entre 1854 y 1861. He podido advertir que la relación entre la promoción en la esfera pública y la posesión de un capital diversificado tuvo una combinatoria diferente en cada caso particular. Sus trayectorias revelan atributos de poder, vínculos y actividades de diversa índole. Por ende, para su análisis opté por realizar un cuadro general cuantitativo y complementarlo con El estudio de las elites como actores centrales del proceso histórico a lo largo del siglo XIX sin embargo es una problemática con tradición en la historiografía argentina. Al respecto puede consultarse una obra de síntesis en Leandro Losada, Historia de las elites en la Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009. 9 7 algunos itinerarios individuales y familiares y redes de relaciones ilustrativos de mis argumentos.10 Examiné entonces dichas trayectorias, variados capitales y redes como una clave explicativa de la articulación entre nación y provincias que tuvo lugar durante el período, ya que dinamizaron en buena medida el sistema político. Para comenzar, creo importante destacar que, pese a las diferencias, hubo una cualidad común. Las provincias optaron por enviar al Congreso -y también el poder ejecutivo nombró en los puestos nacionales más importantes-, a personas que habían tenido una vasta trayectoria en el escenario público.11 Por lo tanto, y en términos generacionales, fue una dirigencia de avanzada edad. En efecto, la amplísima mayoría de los legisladores se había iniciado en actividades políticas y/o militares con bastante anterioridad a 1852 y ello fue considerado un importante atributo para corporizar al nuevo estado nacional.12 Así, conformar una dirigencia exigió recapitalizar y unificar un personal diverso que sin embargo tenía un sustrato común en la experiencia de los estados provinciales autónomos (y, en el caso de algunos, en las “Guerras de Independencia” de las primeras décadas del siglo). Más allá de sus divergentes itinerarios, conservaban el recuerdo y el aprendizaje de un escenario permeado por guerras civiles y en donde la nación había permanecido latente. El 10 Para sistematizar los datos obtenidos procedí a: A) Registrar para cada miembro del personal político las siguientes variables en un formulario: 1- fecha y lugar de nacimiento y defunción, 2educación y ocupación (estudios primarios y superiores (fechas e institución) y actividades comerciales/profesionales) 3- datos varios familiares y vinculares (nombre y ocupación de los padres, relaciones personales y familiares de sus padres y propias con otros miembros del elenco, etc.) 4funciones desempeñadas en los ámbitos: 4.1 nacional (legislativas, ejecutivas, en el ejército nacional, en la justicia federal, en las comisiones o intervenciones federales, en los órganos administrativos estatales y en materias diplomática y religiosa) y 4.2 provincial/es (legislativas, militares, judiciales, ejecutivas y religiosas) en tres períodos: a) antes de febrero de 1852 (batalla de Caseros), b) entre febrero de 1852 y diciembre de 1861 (disolución poderes nacionales luego de la batalla de Pavón) y c) entre enero de 1862 y 1880; 5- Otras actividades: participación en prensa y asociaciones, obras escritas, etc. 6- Observaciones varias: otros datos de interés no consignados en las variables anteriores. B) Realizar una base de datos y diversos cuadros con los datos obtenidos y detectar experiencias ilustrativas de las redes de relaciones y los principales atributos del elenco. C) Reconstruir trayectorias privadas y públicas individuales y familiares representativas de dichas redes y atributos. En la recolección de datos me topé con dificultades de diverso tipo. En virtud del abordaje federal propuesto, las principales fueron la dispersión de fuentes y el variado rango de su información y los pocos datos recabados para algunas de las personas. Por ello, opté por triangular variadas fuentes (diccionarios biográficos, memorias, fuentes estadísticas, correspondencia privada, prensa, etc.) y bibliografía que por cuestiones de espacio no listo. Las provincias nombraban a sus legisladores y al presidente y vicepresidente y el ejecutivo nacional designaba todos los demás cargos consignados. Los empleos y grados militares y los nombramientos de la Corte Suprema de Justicia debían contar con el acuerdo del Senado. 11 De hecho, sobre los 148 legisladores, al menos 105 había desarrollado actividades al servicio de diversos gobiernos provinciales antes de 1852. Y, entre ellos, 9 fueron gobernadores entre 1840 y febrero de 1852 y 50 formaron parte de diversas Legislaturas. 12 8 personal había adquirido empíricamente entrenamiento y saberes en el manejo de la actividad política y militar y reorientaron dicho bagaje corporizándolo en el nuevo sistema político. Esta situación se hizo evidente en la dinámica política que tuvo el Congreso. Las apreciaciones y accionar de los legisladores respecto del sistema político estuvieron permeadas por estas vicisitudes personales y colectivas y, claro también, por las desarrolladas durante el período. Esta polivalencia les aportó además un capital simbólico cardinal para cimentar y legitimar su actividad.13 En dicho devenir, se tejieron solidaridades que se reencauzaron durante su experiencia en la Confederación. Relaciones anteriores forjadas en experiencias como las campañas militares de las primeras décadas del siglo, el exilio por su oposición al rosismo o la socialización por sus estudios universitarios se resignificaron; al tiempo que se crearon nuevos vínculos en Paraná. Por ende, en la conformación del Congreso como ámbito de poder fueron elementos centrales tanto la gravitación de la tradición de las autonomías provinciales -que se tradujo en la dinámica política en la pervivencia de hábitos y prácticas políticas e institucionales- como las múltiples lealtades y relaciones personales. La política se sostuvo gracias a una red de relaciones sociales que exigió un arduo trabajo de construcción y reproducción. En este tejido, también tuvieron un importante lugar las relaciones familiares. Sugestivos estudios han mostrado que muchos de los alineamientos políticos provinciales del período reprodujeron características parentales.14 Las diversas estrategias familiares se 13 Pueden resultar útiles aquí algunas referencias a las ocupaciones. Pese a la importancia de las redes políticas, los datos recabados dan cuenta de que en un marco de institucionalización política creciente, los estudios universitarios fueron recursos de peso para el acceso a los cargos públicos. La Confederación era permeable a quienes los poseyeran, ya que no sólo debía ponerse en marcha la administración nacional, sino que las diversas provincias también ensayaban sus propias organizaciones institucionales y políticas. La mayoría de los legisladores nacionales estaban especializados en Derecho, profesión cardinal para sustentar dicha administración. Igualmente, también pudieron utilizar la defensa de la “patria” como un capital activo en sus relaciones políticas, siendo la de militares la segunda ocupación. De hecho, su itinerario público forjado al calor de las oportunidades abiertas por la “carrera de la revolución” (en el sentido definido por Tulio Halperín Donghi) hace difusa su clasificación como militares. Ello en tanto muchos pasaron durante la primera mitad del siglo a ser gobernadores, funcionarios provinciales o agentes diplomáticos. Finalmente vale ser destacado que la propia constitución de 1853 al establecer condicionamientos económicos para ocupar los cargos de presidente, vicepresidente y senador magnificó su importancia. Además, la precaria situación financiera hizo que los sueldos en general no fueran pagados, por lo que era importante que los funcionarios tuvieran otra fuente de ingresos. Alrededor del 45% del personal alternó sus carreras con actividades comerciales y rurales. Sin embargo, el trabajo empírico ha mostrado que aunque el poder económico fue jurídicamente ponderado y permitía a los actores posicionarse en la escena política de mejor manera, en la práctica no fue un atributo excluyente para ocupar un cargo, en particular el de legislador nacional. 14 Ver nota a pie N° 6. 9 mezclaron en la dinámica de poder provincial y se extendieron al ámbito nacional. En efecto, el nuevo orden político-institucional que se estaba construyendo implicó desafíos y la necesidad de acrecentar el horizonte de recursos y estrategias de los actores para mantenerse dentro de dicho orden. Así, la ampliación de la escala geográfica del poder de algunas familias y la acumulación de antecedentes en el espacio político a lo largo del siglo, dispuso la participación política de diversos legisladores. Mientras que, la participación en el Congreso nacional dio la posibilidad de favorecer el ingreso de parientes y aliados políticos en la administración nacional en expansión.15 De esta forma, si bien los sueldos no siempre se pagaban, la red de relaciones y la inserción en la estructura de poder nacional eran incentivos y retribuciones de importancia para muchos de los actores. Ello redundó además en la conectividad del personal, que también se vio favorecida porque ocuparon los distintos ámbitos de poder. De hecho, la intensidad y escala de yuxtaposición de los niveles y esferas es entonces otro elemento a considerar. De los 148 parlamentarios: 15 fueron diputados al Congreso General Constituyente, 16 fueron ministros nacionales, 28 formaron parte del ejército nacional y 10 de la Corte Suprema de Justicia y/o más del 50 % cumplieron diversas misiones o empleos al servicio del ejecutivo nacional para los que debieron tener permiso desde 1857. Si consideramos a los ámbitos provinciales, dicha acumulación de cargos se hace todavía más pronunciada. Las cifras remiten al ámbito de poder nacional como una extensión de los mismos, ya que la amplia mayoría desarrolló alguna actividad en las provincias en el período. Con todo, ello no obliteró que el ejercicio de funciones legislativas fuese delimitando competencias y atribuciones específicas. En definitiva, si bien se vulneraba el principio republicano de división e independencia de poderes en los casos en que se superponían las funciones del personal político, el cumplir diversas funciones en la administración nacional contribuyó a reforzar sus perfiles de dirigentes. La indiferenciación entre las esferas del poder federal fue en beneficio de la conformación de una dirigencia nacional, dado que facilitó en la práctica su conectividad, concentración y expansión. Con la circulación de personas y solidaridades, se transportaron también ideas e información que eran centrales para el enlace de las provincias en un sistema 15 Sobre este aspecto, el clásico estudio de Natalio Botana, El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916, Hyspamérica, Buenos Aires, 1977. 10 de poder nacional.16 El Congreso fue un marco institucionalizado en el que éstas y sus representantes construyeron y ejercieron su poder. b) Algunas notas sobre la dinámica política legislativa -Interacciones entre el poder ejecutivo y el poder legislativo La cuestión de poner freno a la arbitrariedad del poder fue un problema para las elites políticas desde los comienzos del siglo XIX latinoamericano. En el caso argentino, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas los dilemas esbozados desde la década revolucionaria adquirieron una formulación extrema. Como ha sintetizado Marcela Ternavasio, el poder legislativo podría frenar el potencial despotismo unipersonal del ejecutivo o renunciar a sus atribuciones para delegarlas en éste.17 Con la caída del rosismo la cuestión de restringir el poder adquirió nuevos matices. La representación política y la división de poderes fueron tanto principios que sirvieron de eje para configurar la nueva legitimidad política -plasmada en el equilibro constitucional de 1853-, como mecanismos de gobierno. En este marco las relaciones entre el ejecutivo y el legislativo nacional fueron complejas. En este sentido, la división e independencia de poderes fue la norma de un régimen que mantuvo contradicciones con el proceso político anterior a 1853. Urquiza había gobernado la provincia de Entre Ríos durante más de diez años con un estilo tradicional del poder, y debía afrontar la presidencia de la Confederación basando su legitimidad en un ejercicio menos personal de su autoridad. El proceso de cambio institucional al que el propio Urquiza dio apertura en 1853, implicó por ende un desafío para el que tuvo que gestar nuevos lazos que formaran el espacio nacional con renovadas herramientas. Hasta ese momento, éstas eran en su mayoría sólo discursivas y ajenas a las prácticas por él ejercidas en su trayectoria política. 18 No obstante, el mismo marco jurídico facilitó dicho desafío, en la medida en que la centralización política y un poder ejecutivo fuerte estaban entre sus principales resortes. Los Al respecto, he podido advertir por ejemplo, que el desarrollo de clubes asociativos en la ciudad de Paraná y de la prensa, fueron otras de las principales herramientas de construcción y legitimación política. 16 Marcela Ternavasio, "Limitar el poder: un dilema republicano. Reflexiones sobre el caso rioplatense durante la primera mitad del siglo XIX", 2007, disponible desde: www.foroiberoideas.com.ar 17 18 Sobre el punto Roberto Schmit, quien ha analizado la construcción previa del liderazgo de Urquiza. Roberto Schmit, Ruina y resurrección en tiempos de guerra. Sociedad, economía y poder en el oriente enterriano, 1810-1852, Prometeo, Buenos Aires, 2004 y “Entre los cambios y las continuidades: el Litoral argentino durante la década de 1850”, XIV Jornadas Interescuelas/Departamento de Historia, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 2013. 11 propios mecanismos destinados a limitar su poder, dejaban intersticios por los que se asentó un régimen que daba al presidente un lugar central. Valiéndose de este diseño institucional que lo realzaba, el poder ejecutivo dio origen a la mayoría de las leyes. Las mismas podían tener inicio en cualquiera de los dos poderes estatales, pero el elevado porcentaje originado en el poder ejecutivo nacional resulta llamativo. Según he registrado, éste promovió el 72% de las 292 leyes dictadas en el Congreso en todo el período.19 La situación se complejiza si se tiene en cuenta además la manera en que el poder ejecutivo procedió en los recesos legislativos, donde no respetó siempre los mandatos constitucionales sobre su articulación con el Senado, en el nombramiento de cargos de la justicia federal y de altos rangos militares. Además, el poder ejecutivo intentó que las leyes que le interesaban tuviesen su correspondiente sanción en el Congreso. Y, con ello, incidió en forma directa en el accionar de un poder que era teóricamente independiente. La puesta en práctica de las ideas constitucionales entró así en tensión con la presencia y necesidades del estado y con la concepción tradicional que del poder tenía Urquiza. Participar de la dinámica legislativa era primordial porque el Congreso fue uno de los canales por los que transmitió a las provincias sus propósitos y las integró en un poder federal. Si bien Urquiza tuvo injerencia en el Congreso hasta 1856, desde entonces encontró en Benjamín Victorica a su principal vocero en el recinto20, situación que acentuó su poder. En efecto, las decisiones nacían, se discutían y eran lanzadas a la vida pública desde el seno de pequeños círculos nucleados en torno a una o algunas pocas figuras políticas. Ello es indicativo de los difusos límites que por entonces había entre el ámbito público y privado de 19 No he detectado un patrón claro respecto de dicho origen. El poder ejecutivo fomentó distintos proyectos de ley al igual que el poder legislativo, aunque las concernientes al funcionamiento de este último surgieron en su mayoría de su propio seno. Al igual que en Estados Unidos, el trabajo legislativo se organizó en Comisiones que debían examinar e informar a la Cámara respectiva sobre todo proyecto relativo a la materia de su título. Tales títulos remitían a distintos temas referidos a la institucionalidad estatal. Para el despacho de los asuntos, la Cámara de Diputados se organizó entonces en cinco Comisiones compuestas por tres diputados. Ellas eran Negocios Constitucionales y Legislación, Culto e Instrucción Pública, Peticiones y Negocios Extranjeros, Guerra y Marina y Hacienda. Por su parte, en el Senado funcionaron cuatro Comisiones: Guerra y Marina, Hacienda, Interior y Peticiones y Negocios Constitucionales. Las comisiones eran designadas por el presidente de cada Cámara. Esta atribución fue discutida, porque algunos objetaron que lo más conveniente era designarlas por voto de los legisladores, pero la moción no prosperó. Según el rastreo realizado, en la composición de las mismas parece haber primado los conocimientos de cada legislador más que algún balance que atendiera a la proporcionalidad provincial. Aunque ello no fue así siempre, dado que algunos pidieron ser cambiados de Comisión por no poder aportar mucho a los asuntos que le competían. Para dirigir las discusiones cada Cámara designaba sus propias autoridades. La de Diputados elegía su presidente a pluralidad de votos, mientras que la máxima autoridad del Senado era el vicepresidente de la nación. Entre los capitales más salientes de la trayectoria de Victorica, se encuentran su casamiento con una de las hijas de Urquiza y sus condiciones para la administración, por haber estudiado abogacía. 20 12 la política. Las residencias de Urquiza y Victorica fueron muchas veces espacios donde se tejía la trama política que luego era validada o reformulada en el Congreso. Tras la culminación de su mandato en marzo de 1860, Urquiza fue sucedido por Santiago Derqui. Si hasta entonces éste había logrado posicionarse en la carrera presidencial gracias a su tutela, la cuestión cambió drásticamente. Urquiza siguió incidiendo en las decisiones públicas y, en especial en el curso del Congreso, y ello limitó el poder presidencial de Derqui. Urquiza no solo pasó a ser el gobernador de Entre Ríos donde seguían residiendo las autoridades nacionales, sino que además contaba con un gran prestigio y con un anclaje territorial que excedía a dicha provincia. La interacción de Derqui como presidente en el Congreso estuvo así supeditada a vaivenes distintos que los que había tenido que afrontar Urquiza. La conflictiva coyuntura de unión con Buenos Aires tras la batalla de "Cepeda" de 1859 se reflejó en la propia acción legislativa, que insumió la mayoría de las leyes sancionadas. A diferencia, antes de 1859 el Congreso se había orientado en buena medida a conformar una estructura institucional para la Confederación. De manera que las tensiones internas al poder ejecutivo resultan un elemento central al momento de explicar el devenir político e institucional del Congreso en particular y de la Confederación en general, por la puja entre los liderazgos (situación que también se hizo evidente entre los diversos ministros del gabinete nacional). En definitiva, lo señalado sugiere que los espacios provinciales tuvieron un margen de decisión que parece escaso. Sin embargo, esta situación no implicó ni su anulación ni su falta completa de autonomía ni, mucho menos, su pasividad y sumisión a un pacto de dominio nacional en el que renunciaron sus atribuciones. En efecto, aunque a primera vista el poder legislativo no pudo funcionar de manera autónoma y la centralización de las decisiones por parte del ejecutivo fue el resultado final más apreciable, creo importante considerar las relaciones y discusiones que originaron esta situación. Ello es porque dan cuenta de la forma en que las provincias se articularon dentro del Congreso nacional. La representación provincial reflejó, por un lado, los ideales e injerencia del ejecutivo nacional. Pero, por otro, también fue fruto del pragmatismo político e intereses de las elites provinciales y de las disposiciones tomadas a raíz del debate parlamentario, exteriorizando así un Congreso misceláneo. Por ende, es preciso matizar el acento que diversos autores han puesto en el funcionamiento independiente del Congreso.21 Estas interpretaciones exaltaron valores y principios republicanos extemporáneos y los sintetizaron en la figura de Urquiza. Si bien los 21 Especialmente César Perez Colman, Juan Gonzalez Calderón, Manuel Macchi y Beatriz Bosch. 13 debates parlamentarios reflejan opiniones encontradas y votaciones ajustadas, he podido reconstruir situaciones contundentes sobre la injerencia del poder ejecutivo en distintos niveles del desarrollo institucional del Congreso (selección de candidatos para ocupar las bancas, intervención directa en la aprobación de las leyes, designación del personal administrativo, etc.). En este sentido, al igual que lo sucedido con el federalismo, resulta difícil precisar las conceptualizaciones de los propios actores sobre la división de poderes. Los debates ilustraron argumentos sobre el equilibrio constitucional que normaba entre éstos y sobre la “necesaria conservación” de independencia del recinto legislativo. A la vez que, la injerencia del ejecutivo en las decisiones del Congreso no fue siempre considerada por los legisladores como un elemento disolvente. Sino que, por el contrario, en un marco de transiciones políticoinstitucionales, encontraron en ella un mecanismo para consolidar el entramado institucional y hacer así viable la organización nacional. Podría admitirse entonces, que el hecho de que muchos propendiesen al fortalecimiento del ejecutivo y lo secundasen en sus proposiciones, no fue una alteración de los mandatos constitucionales republicanos, sino precisamente su materialización. Con todo, los legisladores tampoco fueron un colectivo “disciplinado” por el poder ejecutivo nacional -como ha afirmado Patricia Pasquali- sino que postularon ideas, tomaron decisiones y se vincularon con éste de diversas maneras. Pese a la injerencia creciente de Derqui y/o Urquiza o a la conformación de bloques en función del conflicto con Buenos Aires, no menguó el funcionamiento institucional del Congreso. El vínculo establecido entre el poder legislativo y el ejecutivo plasmó la concepción de Juan Bautista Alberdi de la armonía de un sistema federal con un ejecutivo fuerte. Sin embargo, ello no implicó que las provincias resignasen su poder sino que, el ajuste permanente de atribuciones entre ambos poderes estatales fue conformando también una dirigencia nacional. Y ello revela además, límites a la capacidad coercitiva del estado nacional sobre las elites provinciales. Ni el poder legislativo fue completamente “independiente”, dado que no sólo estuvo bajo la tutela del ejecutivo nacional sino que los legisladores respondieron a distintas solidaridades políticas, como tampoco el poder ejecutivo tuvo un poder omnímodo en el Congreso. Y, este enlace entre los poderes tampoco fue lineal, sino que se manifestó diferente según circunstancias coyunturales marcadas por diversos intereses e ideas. Hubo varios casos en los que la voluntad del ejecutivo nacional no tuvo lugar o, al menos, fue duramente cuestionada. Igualmente, la precariedad económica fue otro límite a la influencia de Urquiza en los espacios provinciales y a la participación de diversos actores en 14 dicho recinto legislativo. Sin embargo, en forma paulatina, esta institución fue reconocida como un espacio de arquitectura, interacción y construcción política. De hecho, los legisladores realizaron esfuerzos múltiples para organizar el funcionamiento del Congreso. Entre otras acciones, ajustaron en diversas ocasiones los reglamentos internos y la comunicación entre ambas cámaras y con el poder ejecutivo y se preocuparon por dar solución al complejo marco en que sesionaban, por dificultades como la falta de personal administrativo y de quorum legal.22 De igual forma, pugnaron con el poder ejecutivo por participar de la confección de los presupuestos nacionales y por incrementar su formación erudita mediante la creación de una biblioteca y la suscripción a la prensa de las distintas provincias. En efecto, la circulación de la información fue considerada como un elemento central en la estructuración de la institucionalidad estatal y también de su propio accionar como legisladores. A la par, durante el período se produjeron algunos avances concretos en las estructuras administrativas, rentísticas y militares nacionales. Los poderes ejecutivo y legislativo acordaron en la intención de conformar un nuevo estado y para ello gestionaron un proceso de transformación. Hubo consenso acerca de que la modernización política, social y económica era imposible sin un entramado jurídico e institucional que la sustentase. Este programa de gobierno se plasmó en una nutrida legislación, que intentó equilibrar los problemas de interpretación sobre los alcances y mecanismos del sistema político y del nuevo orden económico-financiero que estaban en construcción. -La representación y el aprendizaje político e institucional nacional En definitiva, la representación política y la acción legislativa se asentaron sobre clivajes modelados al enlace entre los procesos constitucionales formales y las voluntades y circunstancias políticas concretas. En este marco, una multiplicidad de vínculos y posiciones definió la participación de los legisladores en el Congreso, de una manera que hace difícil su Las sesiones se sucedieron en general según las necesidades y urgencias de las leyes a ser sancionadas. Cuando el poder ejecutivo nacional o los presidentes de las Cámaras lo creían necesario, se pasaba una nota a los legisladores avisando la necesidad de sesionar con escasa antelación. Este tipo de convocatoria se veía facilitada por las cualidades geográficas de Paraná, una ciudad cuyo perímetro reducido permitía que la información circulara en poco tiempo. Así fueron frecuentes sesiones fuera de los días prefijados y se realizaron algunas sesiones dobles, esto es, que las Cámaras sesionaran dos veces un mismo día. Por otra parte, Urquiza hizo escaso uso del llamado a sesiones extraordinarias y no se desarrollaron tampoco muchas sesiones secretas. 22 15 explicación por su pertenencia a un solo bloque o adscripción política. Aún más, cuando las mismas no respondían a principios programáticos precisos ni presentaban fronteras estáticas. En efecto, el análisis empírico y las impresiones de los propios contemporáneos remiten a diversas cuestiones que cristalizaron círculos o bloques políticos a lo largo del período. Entre ellas, las posiciones con respecto a la lucha con el estado porteño, a la injerencia del ejecutivo en el Congreso y/o el acatamiento a la voluntad de alguno de sus miembros o de un gobernador. Sin embargo, ello no implicó que fuesen siempre duraderos ni eficaces. No hubo partidos políticos organizados, sino que con motivo de las diversas leyes se formaban agrupaciones que, generalmente, luego se disolvían. Nucleados en torno a una figura o un par de figuras carecían de una organización permanente y de continuidad en la acción. En este sentido, lo que separaba a los legisladores no eran tanto sus principios ideológicos –pese a mostrar claras divergencias doctrinarias en distintas discusiones legislativas-, sino la facciosidad política en constante proceso de redefinición. La dinámica política enfatizó además la necesidad de conformar y emplear redes políticas. En una mirada de conjunto, parece claro que el Congreso favoreció entonces la (re)conformación de solidaridades que junto a la edificación de un andamiaje legislativo común, permitieron la articulación de las elites provinciales en un sistema de poder más amplio. En este marco, el origen dejó de ser una condición de pertenencia y/o de exclusión. De hecho, la propia representación política fue objeto de debate. En el examen de la situación de los “alquilones”, pude apreciar por ejemplo que la decisión de no imponer condiciones de nacimiento o residencia para desempeñar el cargo de legislador, se vinculó a la propia conformación de una dirigencia política en un sentido profesional y a la necesidad de regular el funcionamiento del Congreso. Así, la incapacidad de las provincias de tener su propio personal, principalmente por falta de recursos económicos y las necesidades administrativas crecientes, favoreció la progresiva autonomización del campo político. Especialmente, las recurrentes dificultades en conformar el quórum legal, fomentaron que designasen personas interesadas en representarlas siendo indistinta su procedencia. Este proceso fue protagonizado por actores que comenzaban a especializarse en política y a obtener remuneración del ejercicio de la misma.23 23 A raíz de la incorporación de Buenos Aires tras la batalla de "Cepeda", el fortalecimiento de la administración estatal de la Confederación fue visto por la dirigencia de Buenos Aires como un elemento especialmente disruptivo, y Derqui aprovechó esta circunstancia para orientarla en su favor contra Urquiza. Desde la prensa porteña se denominó como “alquilones” a los legisladores que representaron a provincias en las que no habían nacido ni tenían residencia inmediata y que constituyeron el 24% del total (36 de los 148 legisladores en términos absolutos). Con ese apodo se acusaba a éstos de haber desempeñado su actividad según los mandatos del poder ejecutivo nacional y, 16 Igualmente, el carácter de la representación legislativa fue nacional desde 1852 y los legisladores argumentaron en dicho sentido.24 Sintomáticamente, en el plano de la auto representación y la argumentación política, los legisladores se mostraron en general como parte de una dirigencia nacional que no debía reconocer particularismos. 25 La elección de los representantes al Congreso, no era en virtud de la soberanía que como provincias federales se les reservaba, sino como distritos electorales de un solo estado. De esta manera, la dinámica política respondió a una ampliación de los marcos de referencia y de actuación, ya que la conducta de los legisladores no se guió necesariamente por lealtades o intereses construidos en sus provincias de origen. A la par, sus adscripciones políticas no obliteraron que pudieran forjar un espacio institucional colectivo. La dirigencia se iba identificando con la estructura estatal que ellos mismos construían, al tiempo que la nación se iba emplazando como la base de legitimidad política. En este marco, se forjó una densa construcción de la representación nacional signada por redes de personas, solidaridades e información intra y extra provinciales que realzó y dio sustancia al carácter federal del Congreso y ajustó la participación de los legisladores en él. La construcción del estado nacional llevó a que los legisladores se reconocieran y actuaran en la modernización estatal de una manera no diletante o aficionada. Argumentaron la sanción de las diversas leyes apelando a las prácticas y doctrinas parlamentarias de otros países y a la legislación nacional y provincial anterior y contemporánea. La constitución nacional actuó además como una "bandera" que permitía en el recinto validar la actuación propia y denunciar a la de posibles oponentes como arbitraria. Como ha señalado Halperín por ende, de no responder a los intereses de las provincias que los habían elegido. Especialmente, se cargaban las tintas sobre algunos porteños emigrados -que constituían casi un tercio de los “alquilones”- a los que pensaban especialmente alineados a la voluntad de Urquiza. Con la intención de restarle peso a su figura, se sugirió que entre las modificaciones que debían hacerse a la constitución nacional, los candidatos al Congreso debían residir dos años como mínimo o ser nativos de las provincias a representar. La estrategia había sido ideada por Derqui como una variante tanto para desembarazarse de los diputados adeptos a Urquiza, como para que su alianza con los porteños – por entonces vigente- mantuviese mayoría en el Congreso. Así, con la renovación periódica de sus miembros en 1861, ingresarían los diputados porteños y habría además vacantes que podía ocupar con personas de su confianza. Finalmente desde 1862 no hubo lugar en el Congreso para los “alquilones”, aunque la medida despertó severos cuestionamientos tanto en las provincias como en el Congreso de la Confederación. La naturaleza de la representación política remitía a la cuestión de la soberanía y, por ello, había estado en el foco de los conflictos políticos rioplatenses desde 1810. El “Acuerdo de San Nicolás” exigió a las provincias resignar un aspecto central, al abandonar los legisladores la “antigua calidad de procuradores o la más reciente de diplomáticos de sus provincias”, que convalidaba su independencia soberana. Sobre el punto José Carlos Chiaramonte, Nación y estado en Iberoamérica, op. cit., p. 87. 24 Además, desde las sesiones preparatorias del primer Congreso en 1854 se optó por excluir del acta de sus designaciones el nombre de las provincias que los habían elegido. La fórmula de juramento que debían prestar al incorporarse al Congreso también estuvo exenta de dichos particularismos. 25 17 Donghi, esa constante “agilidad táctica” atenuaba la hostilidad entre tendencias opuestas e incluso permitía su acuerdo.26 Hubo una gran dosis de pragmatismo y de intereses y respuestas coyunturales en el accionar de los legisladores, signos indiscutibles de la volatilidad y el dinamismo político. Claro que hubo diferencias entre ellos en función de sus itinerarios y desarrollos político-sociales. Algunos se destacaron por sus largas oratorias (especialmente los miembros informantes de las diversas Comisiones que debieron defender los despachos), otros participaron muy poco de los debates o solo en algunos asuntos que los interesaban particularmente. De igual manera, diversas coyunturas a lo largo de la década definieron variadas usanzas y formas de vinculación entre los actores y posiciones de las provincias respecto de la política nacional. También, en ciertos casos la defensa de situaciones o ideas provinciales hizo presente criterios localistas, sin que ello fuera excluyente a un paulatino desarrollo de ámbitos nacionales. Las permanentes negociaciones y conflictos pusieron entonces a los actores en la necesidad de utilizar sus variados recursos de poder y redes en una escala espacial extra provincial. Ello condensó elementos de entrenamiento en el aprendizaje de saberes, en el uso de lenguaje político y en el sentido práctico de tomar decisiones. Se debatieron largamente distintas ideas y definiciones sobre la forma estatal y se ensayaron fórmulas concretas de articulación, de participación y de preponderancia entre los poderes estatales y entre las esferas de poder nacional y provincial. No hubo siempre acuerdos sustantivos sobre las instituciones, ni tampoco un único modelo de referencia y accionar republicano y federal, cuestión que resultó extensiva a las tensiones políticas que signaron las décadas siguientes. 27 Con todo, ello redundó en beneficio de un ejercicio político experimental que realzó y fue dando sustancia a la formación estatal. El Congreso permitió así la integración del personal y su instrucción en el sistema político, que no se forjó entonces sólo como producto de un poder central expansivo y coercitivo por sobre las provincias. Por el contrario, el recinto actúo como una arena de expresión y resolución de tensiones y acuerdos provinciales y nacionales que acentuaron su carácter soberano. En efecto, no hubo una única carrera ni una formación política sistemática sino que los actores se conformaron en una dirigencia política a partir de la experiencia, de las prácticas e ideas discutidas y compartidas al calor del estado nacional en formación. 26 Tulio Halperín Donghi, José Hernández y sus mundos, Delbolsillo, Buenos Aires, 2006. Entre otros, Hilda Sábato (Coord.), "Dossier: Historias de la República. Variaciones sobre el orden político en la Argentina del siglo XIX", PolHis, N°11, pp. 52-127, disponible desde: http://historiapolítica.com/datos/boletin/PolHis11.pdf. 27 18 En definitiva, lo referido es importante tanto para analizar los alcances del nuevo sistema político que supuso la Confederación, como para aprehender con mayor rigor histórico su legado al proceso general de integración estatal nacional. Pese a que los organismos e instituciones estatales no pudieron ganar en la solidez que las autoridades esperaban lograr, resulta notable el sugestivo grado de cohesión y de referencialidad al espacio nacional. Lo principal fue, que en este devenir, el juego institucional fue reconocido y se fue imponiendo como una forma de articulación política. De igual forma, un núcleo importante de los políticos de la Confederación continuó ocupando cargos públicos desde 1862, entre ellos varios parlamentarios.28 Tanto ellos como el Congreso fueron entonces un nexo importante -y tal vez imprescindible- entre ambos períodos. Una suerte de entendimiento en la idea de nación, así como las redes de relaciones y el bagaje e interacción política e institucional, constituyeron una parte sustancial de la formación nacional que se fue modelando en la Confederación y que Mitre logró acopiar como presidente. Se intersectaron así los procesos de profesionalización política y de nacionalización. En este devenir, es de destacarse la importancia del funcionamiento parlamentario como una experiencia central en el camino de la profesionalización política y de la maduración estatal. El 20 % y, en total entre 1862 y 1880 más del 30%, de los legisladores del Congreso de la Confederación formaron parte del nuevo Congreso del que ahora participaba Buenos Aires. Mientras que, otra parte importante del personal, ocupó puestos administrativos de importancia y la continuidad también se hizo visible en la esfera de la justicia federal. De igual manera, la experiencia legislativa incidió en otros aspectos, como la utilización del reglamento del Senado como base del sancionado en 1862 y la fusión de algunos organismos administrativos. 28 19