1 Argentina: ¿de dónde nace un pueblo? La nación Argentina está al borde del abismo de su disgregación humana. Resulta difícil comprender la concurrencia de grandes dones recibidos y la creciente incapacidad de hacerlos fructificar en la continuidad de un camino común. La extensa clase media laboriosa, rural y urbana, que le dio al País un cariz social dinámico y armónico, ya no se reconoce heredera de una grandeza humana, ni se siente capaz de comunicar a los jóvenes (que emigran del país) las razones de una esperanza real, que incluya la continuidad histórica de su nación como espacio de realización para el hombre. El laicismo del aparato educativo desertificó el sustento racional y afectivo de la memoria histórica del pueblo. La inculcación de la ruptura con el núcleo vivo de la tradición cultural desarticuló su trama moral y operativa. Esto mismo plantea una gran tarea cotidiana: "invadir la Argentina" desde una nueva pasión por el hombre concreto, por su libertad y por su exigencia de un significado de la vida que esté presente y se vuelva experimentable. Pues sin este significado no hay real constructividad alguna. La sociedad ha respondido a la incertidumbre, al aislamiento y al desatino político con la parálisis deliberada o forzada, con la desconfianza en las instituciones representativas de los poderes del estado, con la deslealtad y la prepotencia en las relaciones de intercambio y con la rebelión, en parte expresada por la espontaneidad del "cacerolazo" de la clase media de la Metrópolis del sur. También con la desesperación y el resentimiento manfiestos en el saqueo, en la desvastación de comercios y en la amenaza de invasión a los "countryes", hasta hace poco concebidos como tranquilas reservas de vida social. La huida a tiempo de los grandes depósitos en dólar de unos pocos, hasta hacer estallar la validez de los limitados recursos mensuales de muchos, contrasta con la magnitud de pequeños ahorristas que quedaron acorralados, demostrando la distancia entre el enriquecimiento concentrado y el empobrecimiento generalizado. La protesta civil está latente como voluntad de control político y de justicia sumaria, interferida por una subterránea organización de la violencia. La carencia de puntos de referencia objetivos con los que se compare la conciencia de la gente, se expresa en confusas expectativas. El nuevo gobierno ha tenido la valentía de decir con humildad la austera verdad, sin desviarse en inculpaciones y congregando a personalidades y sectores representativos para reestablecer la autoridad política. Asoma una frágil convergencia en un ordenamiento que reabra la dinámica básica del empleo, del consumo, de la producción y de la pacificación social. El intento de revertir el estado de desconfianza apunta a complejas medidas que afectan intereses poderosos (financieros, grandes empresas, estructuras estatales sobredimensionadas y repetidas, mundo político oligarquizado) que pesan sobre la sociedad civil y la paralizan. La difusa subcultura política basada en la reducción economicista del planteo de los ideales de la vida, alienta ahora la corrupción cambiaria e inflacionaria, y convierte a los problemas económicos en fácil excusa para evitar el sacrificio cotidiano en la lucha por el propio bien y por el bien del prójimo. Esa misma subcultura pretende superar la grave crisis en forma inmediatista, por obra mágica de un estado al que se le asigna producir la síntesis y crecimiento de la sociedad, mediante un mero cambio de programa y de gobierno, y por el presunto poder de algunos para localizar, aislar y eliminar toda corrupción. La razón de nuestra esperanza se sustenta en la experiencia de una novedad de vida en el presente, gratuitamente recibida. Un encuentro humano se dió y se repite ahora como acontecimiento porque, por su excepcionalidad para abrir la vida, demuestra que contiene a Cristo y su propuesta. Él acompaña y genera un cambio en las personas que siguen ese encuentro con la contemporaneidad de Su persona, dentro de la unidad de la Iglesia. Y va dilatando el formarse de un pueblo entre quienes Lo reconocen presente, correspondiendo a sus exigencias humanas profundas y abarcando tendencialmente, según el espacio que le brinde cada libertad, a todas sus relaciones con la realidad. Esta es la fórmula que Él nos da y que queremos seguir verificando: "que sean una sola cosa a fin de que el mundo caiga en la cuenta de que Tú me has enviado". De este acontecimiento gratuito de amistad nace el pueblo que emerge y crece desde la conciencia de hombres convertidos en protagonistas de lo cotidiano, mediante una lucha en compañía, tendida por entero hacia la finalidad de la vida. Toda la vida pide la eternidad. Entonces, desde lo más grande nada de lo humano, en este pueblo, queda fuera de la tensión al ideal. Para los cristianos, en un tiempo en que los hombres han olvidado a todos los dioses salvo la Usura, la Lujuria y el Poder, estos dioses valen menos que la tensión hacia el ideal encontrado aquí, en este mundo. Por eso vivimos sin escándalo, no sólo la fragilidad de los demás, sino también nuestros propios errores y el inconveniente especialmente doloroso de la incoherencia, dentro de un continuo reinicio tras el horizonte ideal. Puesto que el Ideal se ha hecho carne y compañía presente para el hombre, vale la pena concebir la vida como lucha por el bien y resulta fácil juntarse para apoyarse mutuamente. Como consecuencia, es inevitable tender a responder a las propias necesidades y deseos, imaginando y creando estructuras capilares y operativas, que inmediatamente se tornen posibilidades reales también para los demás. Nuestra propuesta suscinta es: 1) Afirmar en los hechos la dignidad de la persona como capacidad de iniciativa, solidaridad, riesgo y constructividad. Todo cambio real pasa por la solidez de la persona. Sin su protagonismo no existen sujetos reales para cambio social alguno. La persona es un aparentemente frágil punto de partida. Pero nosotros la concebimos como relación con el infinito y como deseo de un gran encuentro en esta vida. Si ella acepta esta relación y la pide, se da en ella un cambio real, es presencia en su 2 ambiente y genera comunidad porque no cuenta, apenas, con su propia fragilidad y genialidad. El cristianismo nació de un hecho particular, no de un nuevo planteo ideológico sobre las condiciones genéricas de la sociedad. Navidad es el discreto testimonio de un método eterno, que introdujo así el único cambio decisivo en la historia. 2) Defender la libertad de educación en su valor y en su acceso públicos, que no debe ser identificado con un proyecto de educación estatista, políticamente manipulada. La convivencia de diversas formas de gestión educativa (particulares, asociaciones, estados), en todos los niveles, debe sustentarse en un único criterio: el derecho y el deber de educar corresponde a la familia y a la comunidad cultural con la que ella se identifica; la libertad y competencia de los educadores es para colaborar con ese derecho humano fundamental y no para conculcarlo; el estado apoya esa responsabilidad de la sociedad civil, devolviéndole así parte de los recursos que ella le tributa. Todos deben adquirir la instrucción para integrarse a la vida social. Pero la educación es mucho más que eso: es propuesta y transmisión crítica de una herencia cultural generativamente recibida, para forjar personalidades consistentes y libres frente a cualquier poder que pretenda homologarlas. Una democracia viva se basa en identidades personales y comunitarias profundas y abiertas. Éstas se logran a través de una libertad de educación que reconoce la pluralidad y convergencia cultural forjadora de nuestra nación. Lo contrario responde a un proyecto totalitario, cualquiera sea su divisa, que rebaja la exigencia crítica de identidad personal y comunitaria para poder dominar a la sociedad. 3) Apoyar una política que de espacio a la libre creatividad social por sobre el poder, favoreciendo una cultura de la responsabilidad. Bajo el lema 'más sociedad y menos estado' entendemos algo bastante distinto al liberalismo concentrador y al estatismo paternalista que hace del estado nacional, provincial y municipal el principal empleador, bloqueando las capacidad de riesgo e iniciativa. El nacimiento de un pueblo expresa su principio de unidad, ante todo, poniendo en práctica la subsidiariedad: cada uno apoya a los otros y trata de llevar a cabo lo que falta en ellos. Promover esta subsidiariedad, como mentalidad asociativa libre y ágil, sirve para afrontar juntos la necesidad de empleo y profesionalización, potenciar en común el propio trabajo, abrir perspectivas y desarrollar las propias empresas, responder desde la base a las necesidades sanitarias y de servicios, abordar capilarmente formas de asistencia social protagonizada por personas que se juntan para ayudar a otros a volverse 'sujetos' de respuesta a sus necesidades y no meros 'objetos' de favores coyunturales. Subsidiariedad es favorecer respuestas concretas a los problemas cotidianos, sin sustituir a la gente y sin cultivar la pretensión de que toda solución provenga de instituciones alejadas de la realidad inmediata. Al estado como instrumento de bien común le compete desbloquear trabas crediticias, burocrático-fiscales, sindicales y políticas, en cuanto impiden el genuino trabajo y el desarrollo de las regiones, para facilitar la radicación y redistribución poblacional en espacios de vida más humanos. También le urge racionalizar el desproporcionado peso de los servicios monopólicos generales y de las propias superposiciones supérfluas en los poderes estatales, protegiendo así los recursos de la sociedad para desarrollarse. 4) La sociedad argentina, el pueblo renaciente en ella en medio de esta larga crisis, necesitan ser ayudados en esto: fortalecer las incipientes iniciativas que arriesgan en perfeccionarse, para difundir y desarrollar en calidad, diversidad y magnitud sus posibilidades productivas; relanzar la laboriosidad de su gente abriendo horizontes de intercambio y educando a responder al tipo y nivel de demanda de sus posibles receptores, sin esperar que las soluciones se produzcan mecánicamente o salgan sólo de las cúpulas del poder; incentivar un nuevo modo de 'hacer-con', desde la base social nacional y transnacional, explorando los vínculos históricos de pertenencia y de procedencia; generar nuevas vías capilares de intercambio cultural, educativo, tecnológico y comercial, para comunicar la calidad de su productividad y su expresividad humana. Recrear este lugar del mundo como espacio de fecundidad y de acogimiento humanos es mucho más decisivo que todas las 'ayudas' y transacciones financieras volátiles. El cristianismo vence toda insinuación de que la positividad y la constructividad ya no tienen sentido; muestra más claramente la intuición -que hoy se impone con mayor evidencia- de que el hombre necesita de la ayuda de quien lo ha creado y se ha dado a Sí-mismo, metiéndose en el barro de la historia humana, para salvar al yo concreto y a todo lo que nace con él. Esto surge de la racionalidad profunda del acontecer de las cosas y no de una vaporosa 'devoción'. Algunos traducen incautamente a esta dependencia como algo humillante. En cambio nosotros hacemos la experiencia -la más bella que hayamos vivido y que está abierta a quienquiera- de una relación liberadora con el origen de la realidad y de la historia, que se traduce en amistad creciente, fecunda y duradera entre hombres frágiles como somos. Comunión y Liberación Argentina Epifanía del 2002