La Rivalidad Transatlántica

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El Reto Europeo A La Hegemonía Estadounidense:
Un Modelo Alternativo Para Enfrentar La Globalización
por Érika Ruiz Sandoval
Para nadie es noticia que el sistema internacional actual está dominado por Estados Unidos en
todas sus facetas –política, económica, social y cultural. Tras el colapso de la Unión Soviética
que trajo consigo el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos quedó como la única súper potencia,
el único Estado con suficiente poder para destacar y dominar en todos los ámbitos, desde el
militar hasta el económico, sin olvidar su enorme poderío cultural. Para muchos, incluso, el
fenómeno conocido como globalización –concepto que implica, sobre todo, la expansión de las
actividades sociales, políticas y económicas a través de las fronteras de manera tal que los
sucesos, decisiones y actividades que tienen lugar en una región del mundo pueden impactar
sobre los individuos y comunidades que habitan en regiones distantes del planeta i –bien podría
llamarse “americanización”. De ahí que, haciendo un paralelo con la era de predominio británico
durante el siglo XIX, conocida como la Pax Britannica, se hable hoy de un mundo que vive bajo
la égida de la Pax Americana.ii
Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, que llevaron a la reconversión de la
doctrina estratégica de Estados Unidos hacia una de guerra preventiva y unilateralista, y a las
subsecuentes “guerras hegemónicas” de Afganistán e Iraq, hicieron más patente que nunca la
necesidad de buscar alternativas al modelo estadounidense de orden mundial. Uno de los
actores que busca deliberadamente ser en sí mismo esa alternativa es la Unión Europea (UE),
el experimento político más grande de la historia moderna. Así como los estadounidenses han
buscado trasladar su orden interno al ámbito internacional, los europeos consideran que su
modelo puede servir como base para un orden mundial más justo y equilibrado, en el que los
beneficios de la globalización se compartan de manera equitativa entre todos los países.
Las acciones del gobierno estadounidense con respecto a Iraq derivaron en una división sin
precedente entre ambas potencias, no porque no hubieran tenido discrepancias antes y sobre
diversos temas, sino porque en esta ocasión se trataba de un asunto de interés vital para
Estados Unidos. El resultado de este desencuentro es que se ha hecho evidente que europeos
y estadounidenses parecen tener ideas rivales sobre cómo brindar estabilidad al sistema global
actual, no sólo en el ámbito militar, también en lo político, económico, social y cultural.
¿Cómo diferiría un orden internacional “europeo” de uno “estadounidense”? Por “europeo” y
“estadounidense” no deben entenderse áreas geográficas o países específicos, sino tipos
ideales con base en los cuales se contrastan tradiciones y perspectivas políticas. En
consecuencia, hay “europeos” en Estados Unidos y “estadounidenses” en Europa.
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Es propósito de este texto es explorar, a grandes rasgos, las diferencias entre estadounidenses
y europeos. También busca proporcionar algunas ideas para dar respuesta a la pregunta de
cómo sería un orden internacional “europeo”, particularmente a partir de la definición del llamado
“modelo europeo”.
La rivalidad trasatlántica
Mucho se ha escrito en los últimos meses sobre la rivalidad entre Estados Unidos y la UE.
Posiblemente el principal promotor de la idea de una brecha trasatlántica sea Robert Kagan,
director del Proyecto Liderazgo Estadounidense en el Carnegie Endowment for International
Peace, uno de los think tanks más influyentes de Washington. Kagan publicó primero un artículo
y luego un libro sobre la relación entre Europa y Estados Unidos.
En general, estadounidenses y europeos defienden principios y valores similares –por ejemplo,
democracia, defensa de los derechos humanos y economía de mercado. Sin embargo, no lo
hacen de la misma manera. La parte más importante de las diferencias entre Estados Unidos y
Europa, de acuerdo con Robert Kagan, está en que: “El poderío estadounidense y su voluntad
de hacer uso de ese poder — unilateralmente si fuera necesario—constituye una amenaza para
el nuevo sentido de misión de Europa”. iii Puesto en otros términos: si europeos y
estadounidenses coinciden en el fin, pero no en los medios, ¿qué pasa cuando, para Europa, el
medio se convierte en fin? Por eso se ha vuelto tan importante la discusión sobre un modelo
europeo que sirva de alternativa al que propone Estados Unidos para manejar los retos del
sistema internacional actual.
El modelo europeo en el marco de la globalización
El pasado mes de febrero, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó un informe
sobre la dimensión social de la globalización. iv En él se reconoce que, si bien la globalización ha
traído beneficios significativos a muchas personas en el mundo, éstos no se han repartido
equitativamente entre todos los países y todos los grupos. En consecuencia, dice el informe, es
necesario contar con un sistema efectivo de gobernanza global que sustituya al modelo actual
de globalización que genera resultados desiguales y no puede llevar al desarrollo sostenido
global.
Al explorar las opciones para construir ese sistema efectivo de gobernanza global que considera
necesario, el informe de la OIT reconoce que la UE es un modelo muy particular de integración
política, económica y social.v A la vez que preserva las distintas identidades nacionales de sus
Estados miembros, la UE ha creado un mercado único con libre circulación de bienes, servicios,
capitales y personas. La unificación económica y monetaria ha llevado el proceso todavía más
allá, abriendo nuevas oportunidades para todos los actores del mercado. Simultáneamente ha
contribuido a mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos, particularmente las de
aquellos que viven en los Estados miembros menos desarrollados.
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No obstante, queda claro que, por espectaculares que sean sus resultados, vi el modelo europeo
de integración no puede replicarse tal cual en otras partes del mundo. Sin embargo, de él
pueden extraerse lecciones valiosas, sobre todo en lo relativo a los procesos para diseñar,
implementar y evaluar políticas esenciales para lograr un equilibrio entre los objetivos
económicos y sociales, y con respecto a la construcción de estructuras institucionales sólidas
para manejar temas como la economía, el empleo, la sociedad y el medio ambiente.
Para promover su modelo, los europeos han diseñado una estrategia que, a grandes rasgos, se
basa en la promoción de un orden internacional regionalizado, creado a imagen y semejanza de
sí mismos, y basado en los mismos principios que rigen su vida cotidiana. Los europeos saben
por propia experiencia que el uso del poder militar para conseguir cualquier fin, por noble que
éste sea, puede ser peligroso. En consecuencia, han optado por promover no sólo la
regionalización, sino también el multilateralismo y la institucionalización en el ámbito
internacional, estrategias ambas que han tenido gran éxito dentro de la construcción europea.
Este intento deliberado por regionalizar el mundo puede convertirse, con el tiempo, en una
forma de gobernanza transnacional, e incluso global: una suerte de “orden mundial europeo”.
Un orden internacional regionalizado retaría la tendencia homogeneizadora de la globalización
contemporánea, pues buscaría un orden mundial multicéntrico, con regiones particulares, pero
no
autárquicas.
Las
diferentes
formas
de
arreglos
regionales
son
voluntarias
y
fundamentalmente cooperativas, en contraste con un orden internacional basado en la
hegemonía o, peor aún, el dominio. El agotamiento del poder unilateral estadounidense (o
sobreexpansión imperial), que es probable, puede con el tiempo reforzar el proceso de
regionalización. Por eso, aun si hoy sólo puede pensarse en esto como una tendencia y no tanto
como una realidad, al menos es un esbozo de alternativa al unilateralismo estadounidense en
materia militar y su preferencia hacia el bilateralismo en materia comercial.
El “efecto Iraq” y las tensiones que produce la globalización en su estado actual hacen urgente
la búsqueda de alternativas para reformar el orden internacional y hacerlo más justo, más
equitativo y más manejable. Por eso, sería deseable que se conociera mejor en qué consiste y
cómo opera el modelo europeo y que los distintos países consideraran la posibilidad de
integrarse a procesos de integración regional para paliar los efectos negativos de la
globalización. No obstante, para que la estrategia sea exitosa, deben tenerse en cuenta dos
cosas: no hay “modelos” ni “recetas” en realidad; apenas hay mínimos sobre los que se pueden
construir versiones autóctonas de procesos de integración. Y, en segundo lugar, ningún proceso
de integración puede ser sustituto de un proyecto de desarrollo propio. Considerarlo así sólo
traería el resultado opuesto.
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Referencias
i
Held, David et al. (1999), Global Transformations: Politics, Economics and Culture. Cambridge: Polity
Press, p. 15.
ii
Hettne, Björn (2003), “Regionalism, Interregionalism, and World Order: The European Challenge to Pax
Americana”, Working Paper Series No. 3, Council on Comparative Studies, American University.
iii
Kagan, Robert (2003), Of Paradise and Power: America and Europe in the New World Order. New
York: Alfred A. Knopf, p. 61.
iv
“A fair globalization: creating opportunities for all”, http://www.ilo.org/public/english/wcsdg.
v
Entre las características más importantes del modelo europeo, hay que considerar los llamados Fondos
Estructurales, destinados a reducir las diferencias entre los socios más ricos y los más pobres de la Unión,
y basados en una noción de solidaridad que se cuenta entre los principios rectores del proceso de
integración europea.
vi
Por ejemplo, el PNB per cápita de España y Portugal se ha incrementado del 71% y 54%,
respectivamente, con respecto al promedio de la Unión en 1985, al 86% y 71% en 2002, mientras que el de
Irlanda ha pasado del 60% en 1973 a más del 125% en 2002. (Commission of the European Communities
(2004), “Communication from the Commission to the European Parliament, the Council, the European
Economic and Social Committee and the Committee of the Regions: The Social Dimension of
Globalisation – the EU’s policy contribution on extending the benefits to all”, p. 5.)
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