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LA TRINCHERA
(Diario de un brigadista británico de la guerra
civil española)
Título:
La trinchera. Diario de un brigadista británico de la guerra civil española
Autor:
Francisco José Escudero Galante
I.S.B.N.: 84-8454-287-4
Depósito Legal: A-1128-2003
Edita: Editorial Club Universitario - Telf.: 965 67 61 33
www.ecu.fm
Printed in Spain
Imprime: Imprenta Gamma - Telf.: 965 67 19 87
C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante)
[email protected]
www.gamma.fm
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por
ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares
del Copyright.
A George Wheeler, David
Marshall y Sol Fankel, miembros
del batallón británico (XV
Brigada
Internacional),
en
reconocimiento a su entrega y
solidaridad para con la causa de
la República española
Este libro es la síntesis de las vivencias de estos tres voluntarios
británicos, y las dosis de ficción son mínimas, tan sólo algunos
enclaves y unos pocos nombres necesarios para hilvanar la
narración. La esencia de las situaciones, las experiencias y
las descripciones que se plasman son reales, y son fruto de las
conversaciones que tuve el placer de compartir en Londres con
ellos.
Francisco Escudero Galante.
“Mira hermano, en nuestro valle
se me perdieron dos lágrimas...
¡las más grandes que tenía!
y yo no puedo buscarlas.
Mira hermano, corre al valle
y búscalas en las granas ...
no vayas a confundirlas
con el mijo de la escarcha:
mis lágrimas son más puras
y amargas que las del alba.
Tal vez por ser muy espesas
se han convertido en luciérnagas.
A estrellitas se metieron
tal vez por ser muy ingrávidas...
Búscalas de todos modos,
Y, cuando las halles, guárdalas
en dos cajitas, hermano,
como para niñas, blancas.
(Miguel Hernández).
La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
PRÓLOGO
Hace tanto tiempo y aún así se justifica contar de nuevo la
historia. He aquí por lo menos una parte de la historia, con una
revelación de la abnegación y valentía de aquellos que vinieron
de muchos países, algunos muy lejos de España, para defender a
un pueblo atacado por fuerzas fascistas brutales.
El gobierno electo de España fue defraudado por otros
gobiernos de países considerados como amistosos incluyendo el
de Gran Bretaña y el de Francia. Casi indefenso, sobrevivió cerca
de 3 años gracias al estoicismo del pueblo español y del apoyo
valeroso y destacado de la Brigadas Internacionales.
En estas páginas hay algo de la historia de determinados
voluntarios que participaron en el batallón británico de las
Brigadas Internacionales. En parte ficción, pero basado en la
realidad, lo recomiendo como una descripción gráfica de fácil
lectura sobre lo acontecido durante aquellos días de la Guerra
Civil Española.
Yo mismo, como participante, agradezco mucho el recuerdo,
aunque sea de sólo una parte, de una página meritoria en la
historia de la humanidad.
Jack Jones
Presidente de la Asociación de las Brigadas Internacionales
de Gran Bretaña
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La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
CAPITULO 1.
(La decisión).
“Leí un artículo que decía: -no hay duda de que si el gobierno
republicano gana la guerra, habrá una sociedad socialista”-. Yo
era muy ignorante políticamente, pero pensé, y sigo pensando,
que el socialismo era la mejor alternativa”.
(David Marshall,
Batallón Británico, XV Brigada Internacional)
¡Caballo negro a torre blanca y ..., jaque al rey! Hasta en
el ajedrez se nota mi animadversión hacia la monarquía, y
suelo hacer chiste de ello con mi nieto, con el que practico
habitualmente este juego de estrategia.
Yo era republicano hasta la médula, y eso, aunque parezca
extraño, es perfectamente compatible con mi condición de
ciudadano británico. Bueno, he dicho “era”, pero en realidad lo
sigo siendo, y todavía mantengo como si fuera ayer ese afecto,
esa nostalgia y admiración por la República Española, aquella
por la que luché hasta la extenuación, aunque ahora, con 90
años de edad, todo se ve ... con más calma, aunque eso sí, con la
misma profundidad y convicción. No obstante, no puedo negar
que la vida me ha dejado las suficientes cicatrices como para
poder hablar con cierto conocimiento de causa de lo que pasó
en España a partir de aquel verano de 1936, cuando un grupo
de militares fascistas decidió que la palabra no tenía sentido, e
impusieron el sonido del gatillo. Decidieron que la voluntad de la
gente para organizar las relaciones humanas a través del sufragio
universal era una pérdida de tiempo, y que las decisiones y
opiniones de unos pocos valían más que las de millones. Desde la
perspectiva de la tradición democrática inglesa era algo más que
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Francisco José Escudero Galante.
vulnerar la ley, era mofarse de la dignidad de la gente y convertir
el ego personal de los sublevados en objeto de culto.
El problema añadido fue que el caso español se convirtió en
el exponente más claro de lucha entre un sistema democrático
con fuerte base popular y el fascismo autoritario, y a buen
seguro servía de ejemplo para otros países europeos en donde
los partidos totalitarios estaban en auge. Las experiencias de
Italia y Alemania sirvieron para extender la red de partidos
fascistas por toda Europa, y su nivel de coacción hacia las
minorías étnicas y hacia las organizaciones políticas de izquierda
marchó en progresión geométrica. ¡Dios mío, si hasta en la
inquebrantable Inglaterra se había afianzado un partido fascista!
Parecía increíble, pero igualmente cierto. Era necesario detener
esa vorágine totalitaria, y el marco español parecía el idóneo, al
menos yo así lo creía, y de la misma manera también miles de
británicos que sintieron la punzada de la acción y se alistaron
como voluntarios para acudir al frente.
Hoy, toda una vida después, sigo convencido de que aquello
había que pararlo, y los años han echado tierra sobre mi tiempo,
pero no sobre mis convicciones. Siento que contribuí a una
causa noble, y desde la ventana de mi habitación donde juego al
ajedrez, todavía creo escuchar el sonido de los morteros, el frío
silencio nocturno de las trincheras, o las risas de mis camaradas
españoles al contar chistes sobre los caciques del pueblo. Pasar
de lo trivial y cómico a lo dramático era tan habitual que en
ocasiones te helaba el corazón. Teníamos unas convicciones
solidarias muy profundas, de lo contrario no hubiéramos podido
aguantar sin desánimos escenas como la de ver a un compañero
desplomarse a tu lado con un disparo en la cabeza mientras
contaba un chiste al resto del grupo.
Ahora la realidad es tan distinta ...
-
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¡Mira abuelo, está lloviendo otra vez!
¡Vaya novedad!, le digo a mi nieto mientras muevo ficha.
La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
De nuevo cae una fina lluvia que empapa las calles y los
parques, la misma que nos visitó ayer y el día anterior. Es
Londres, no podemos esperar demasiados cambios mirando
hacia arriba, pero tampoco los encuentro al dirigir la mirada
hacia el interior de mi salón – estudio. Está lleno de recuerdos de
aquella España tan dramática, cruel y solidaria al mismo tiempo,
aquella tierra soleada que me cautivó desde el día en que puse
los pies en ella. ¿Por qué dejé Inglaterra y me metí en la boca del
lobo? Imagino que todo vino de la mano de la situación política y
social de aquellos años difíciles.
La vida en Gran Bretaña en 1936 no era un campo de rosas.
Desde luego para algunos todo era mucho más sencillo, pero para
la inmensa mayoría de británicos salir adelante y mantener una
familia costaba sudor y lágrimas. El nivel de paro era muy notable,
y a pesar de haber sido Inglaterra el exponente de la Revolución
Industrial en Europa, la quiebra del sistema capitalista con el
crack de la bolsa de Nueva York en 1929 hizo mella en el nivel de
vida de los ingleses y de todos los europeos. Las colas de parados
ante las oficinas de empleo eran tan habituales como el té de las
5, y el desencanto social se imponía día a día. Era, desde luego, el
caldo de cultivo para los “salvadores de la patria”, populeros de
poca monta con un concepto egocéntrico y ridículo del país. De
eso ya sabían bastante los italianos y los alemanes, y a mi juicio
era una grave irresponsabilidad personal y colectiva permitir
que tales ejemplos se extendieran. En ningún caso la solución
a los problemas pasa por ceder a un cacique populista nuestra
capacidad de decisión, y menos todavía si éste intenta tomarla
por la fuerza, como fue el caso español. Con la emergencia de los
totalitarismos, en la década de los años 30 la sociedad se estaba
fragmentando, y muchos, erróneamente, se arrojaron en los
brazos del fascismo como solución a la grave crisis económica
y política en que habían incurrido las democracias europeas.
Aunque mejor dijo, la crisis no era del sistema democrático, sino
de la economía capitalista, que no había sabido reaccionar ante
un problema grave a finales de los años 20 y principios de los 30.
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Francisco José Escudero Galante.
La falta de alternativas para los problemas del paro, la miseria,
la falta de oportunidades, las desigualdades sociales... hizo
que muchos dejaran de confiar en el modelo tradicional de las
democracias parlamentarias, y el populismo fascista aprovechó
el momento de debilidad social para entrar en escena.
Pero a todas estas conclusiones llegué en el año 36 cuando
empezó a florecer en mí una conciencia política más o menos
sólida. Anteriormente a ese año tan solo me preocupaba de
trivialidades y asuntos relacionados con el disfrute personal.
Sólo me interesaba el boxeo, nadar en el río, buscar chicas y
encontrar un empleo. Lo más difícil era esto último, y aunque
trabajé como mecánico y como ayudante de sastre, lo cierto
es que lo hice durante períodos muy cortos, y pasaba mucho
más tiempo en la cola del paro que en activo. Esos trabajos los
encontré en mi pueblo natal, Middlesbrough, donde el trato
de algunos funcionarios de las oficinas de empleo para con los
parados era ciertamente repugnante. Yo lo veía cada día, no tenía
necesidad de que alguien me lo explicara.
-
¡Siguiente! Rellena el impreso amarillo con tus datos
personales y vuelve mañana, de momento no hay nada
para ti.
- ¡Oiga, perdone...¿podríamos esperar haciendo cola
dentro de la oficina, es que está lloviendo y hace un poco
de frío...!
- Pero, vamos a ver..., ¿acaso es tu turno? ¡Habla cuando te
toque, además, las oficinas son para fichar, no para hacer
colas ni montar tertulias.
- ¡Bueno, pero ayer sí que nos permitieron ustedes hacer
cola dentro, y eso que no llovía!
- ¡Ayer era ayer, y hoy es hoy!, ¡si te gusta bien, y si no ya
sabes donde está el camino de tu casa, que otro ocupara
tu puesto en la cola sin importarle la lluvia!
Tener que soportar este tipo de trato cuando uno está
necesitado de empleo desanimaba a cualquiera, más si cabe
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La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
teniendo que acudir dos veces por semana, para que, al final,
terminen diciéndote que no hay trabajo para ti. Ese desánimo
no era, por otra parte, de mi exclusividad, sino que afectaba a
los miles de parados que acudían diariamente a las oficinas de
empleo con los dedos cruzados y con la esperanza de cambiar su
mala racha. Tampoco es que la oferta fuera una panacea, todo lo
contrario. La mayoría de los empleos eran precarios, y ninguno
de ellos iba mucho más allá de varios meses, pero, claro, para
quien no tiene nada y está necesitado, cualquier cosa era válida,
y por el tiempo que fuera.
En esa situación me encontraba yo, en el seno de una familia
humilde, de clase obrera, con cuatro hermanos menores que
yo, y con mis padres trabajando de manera muy intermitente,
en empleos que eran pura bazofia. Estaba acostumbrado a ese
ambiente, y con 20 años en aquel momento hubiera aceptado
cualquier empleo, aunque fuera a tiempo parcial, o simplemente
por horas. Pero no tuve suerte en mi pueblo, y ello me obligó a
marchar a Londres en busca de una oportunidad, decisión que
supuso el inicio del drástico cambio que dio mi vida en el último
tramo de aquel año. Es cierto que al principio sólo buscaba un
empleo, y con él mejorar mis condiciones de vida, pero en el fondo
también buscaba un cambio de ambiente, un lugar de mayor
calado que me ofreciera mayores oportunidades de desarrollo
personal en todos los sentidos. Londres respondía a ese perfil de
ciudad cosmopolita, con gente de todas partes, y con mayores
alternativas para jóvenes como yo, con deseos de salir adelante,
sin complejos. Aún así, la ciudad me impresionó al principio,
sus calles, su actividad, sus edificios...,pero me sorprendió
especialmente el ambiente político tan intenso que se respiraba,
en concreto el fuerte movimiento antifascista desplegado en la
capital, con charlas en plena calle, conferencias, carteles, folletos
informativos, periódicos políticos, recaudación de fondos ...
Londres rezumaba actividad política por los cuatro costados,
y las primeras informaciones sobre lo que estaba ocurriendo
en España las conocía a través del “Daily Worker” y del “New
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Francisco José Escudero Galante.
Chronicle”, periódicos que ya no existen en la actualidad, pero
que, por aquel entonces, eran muy críticos con el auge que en
toda Europa estaba experimentando el fascismo.
Comencé a ir a algunas charlas políticas organizadas por
el Partido Laborista y por el Partido Comunista, al principio
en plena calle, escuchando a aquellos oradores que alertaban
del auge de los totalitarismos, y después en lugares cerrados,
la mayoría teatros, donde se organizaban verdaderos mítines
de apoyo a la causa antifascista. Se respiraba un ambiente de
rebelión en la calle, y yo era un joven ansioso de emociones, con
una conciencia social y política cada vez mayor, y con un sentido
de la justicia que me pedía a gritos rebelarme contra el fascismo
incipiente y su concepto de las relaciones humanas.
Esos mítines, junto a las crónicas y reportajes políticos que
leía en los periódicos me motivaron en buena medida, y me
enseñaron la realidad de lo que estaba pasando en España.
Escuché con interés algunas charlas que los representantes
políticos de izquierda ofrecían en las esquinas, sobre todo por
la zona de Battersea, pero en más de una ocasión comprobé que
la gente no estaba muy despierta políticamente. Lo cierto es que
la mayoría solo se interesaba por el fútbol y por el camping de
fin de semana; de hecho, yo también era así, hasta que me picó
el interés por las causas solidarias y por el conflicto español. Ví
que luchar en España era lo más importante, y poco a poco fui
descubriendo que yo no era una isla en el desierto, sino que
había más movilización y concienciación de lo que pensaba en
un principio.
Recuerdo con especial anhelo una charla – mitin organizada
por el Partido Comunista británico en el Albert Hall en el verano
de 1936. El orador, un sindicalista inglés del que nunca supe
su nombre, me impresionó por su elocuencia y su compromiso
solidario para con la lucha que estaban manteniendo los
españoles. Antes que él habló un miliciano español, al que yo no
llegué a escuchar pues entré cuando el acto ya había empezado,
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La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
pero cuando el sindicalista subió al estrado de los oradores..., me
quedé con la boca abierta, con los cinco sentidos absolutamente
centrados en lo que decía aquel hombre. No solo yo, toda la
sala prestaba atención, y terminó por ovacionar el discurso,
generándose en ese momento un clima de entusiasmo colectivo
que nunca hasta entonces había experimentado. Aquel hombre
tocó el corazón de los que allí estábamos al hablar de la necesidad
de adquirir compromiso solidario. Como miembros de la clase
obrera nos retó a implicarnos en la causa de aquellos que en
España se estaban jugando la vida para evitar la expansión del
fascismo.
-¡Amigos, camaradas, escuchad bien lo que
os digo. La lucha contra el fascismo en España
no es un asunto exclusivo español, es un asunto
que compete a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad que creen en la justicia social,
en los derechos de la gente, en la igualdad, en
la libertad. Sabemos las consecuencias que para
nuestras vidas de trabajadores tiene la expansión
del fascismo. Lo estamos viendo en Alemania y
en Italia. No hay futuro para nuestros hijos en un
sistema como ese. Hoy son los españoles, mañana
serán nuestros hijos. No podemos permitirlo.
Creedme, la lucha española es también nuestra
lucha, tenemos que unirnos a nuestros hermanos
en España, y evitar la propagación del cáncer,
de la epidemia totalitaria que nos corroerá por
dentro si nos quedamos parados sin hacer nada.
El gobierno británico habla de no intervención, de
neutralidad. ¿Cómo podemos quedar impasibles
cuando sabemos que a nuestro lado hombres
y mujeres trabajadores como nosotros luchan
desesperadamente contra los tiranos? Todos
sabemos lo que el gobierno británico se preocupa
por la clase obrera, por nuestras familias. Por eso
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Francisco José Escudero Galante.
debemos romper la neutralidad que propugna.
Uníos a la causa española, es también la vuestra,
la de todos nosotros...
El orador no pudo concluir su discurso. Las palabras fueron
interrumpidas por aplausos, éstos por una gran ovación, y ésta
por un auténtico clamor popular con gritos de “libertad, libertad,
libertad...”. El Albert Hall era en aquel momento un hervidero
político, y las adhesiones se sucedieron de inmediato con una cola
interminable de hombres jóvenes que apuntaron sus nombres en
un papel para contribuir a la causa.
Yo salí emocionado de aquella cita política, pero no anoté
mi nombre en ningún sitio. Pensé que aquellos voluntarios eran
miembros del Partido Comunista británico, y que se sumaban a
la causa precisamente por su condición de militantes del partido.
Estaba equivocado. La mayoría de los que se alistaron no
militaban en ninguna organización, eran simples trabajadores,
algunos en paro, otros con responsabilidades familiares, pero
sin filiación política. Lo supe al día siguiente cuando compré el
TIMES y leí un reportaje titulado “SPAIN IN DANGER”, que
hacía referencia a lo que estaba ocurriendo en el país vecino, y al
acto político organizado en el Albert Hall. Creo que fue el destino
el que me impulsó a comprar ese periódico aquel día, y fue desde
luego un acto intuitivo. Algo me decía en mi interior que debía
leer aquel reportaje, y hasta el último momento estuve dudando
sobre el destino de mis últimos 2 peniques. Esa cantidad era lo
que costaban 5 “Woodbines”, y tuve que elegir entre el placer
momentáneo de saborear un buen cigarrillo, o consolidar mis
convicciones políticas sobre lo que estaba sucediendo en España.
Dudé, y por fin me decidí a cultivar mi espíritu en vez de perforar
mis pulmones. Fue sin duda una buena decisión, y desde aquel
momento supe que tenía que ir a España. El reportaje decía lo
siguiente:
“ESPAÑA EN PELIGRO”
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La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
El levantamiento militar protagonizado por militares
rebeldes ha triunfado en media España, con enclaves
importantes, como Segovia, Avila y Salamanca, que
amenazan la capital. La ayuda militar italiana y alemana
a los rebeldes es ya un hecho, mientras que el gobierno
británico decreta la no intervención.
Por A. Baker, Londres:
“Morteros, ametralladoras, fusiles..., es el sonido
de la guerra, ya habitual en España, un país levantado
en armas, unos en apoyo al gobierno legítimo de la
República, otros secundando la sublevación militar
de un sector importante del ejército bajo el mando
de generales como Franco, Mola y Queipo de Llano.
Las tropas leales al gobierno se afianzan en Barcelona
y Valencia, además de haber conseguido con gran
esfuerzo mantener Madrid tras el asalto del pasado 20
de julio al “Cuartel de la Montaña”. El enfrentamiento
en este punto ha sido muy intenso, con fuego de
artillería que acabó con la rebelión y con la detención
del general rebelde Fernández Quintana. Los leales al
régimen republicano consiguieron además sofocar la
rebelión en Alcalá, Guadalajara y Toledo, con lo que se
garantiza cierta protección a la capital Madrid, aunque
ha perdido enclaves próximos como Avila, Salamanca
y Segovia. Todo parece indicar que el asedio a Madrid
será el siguiente paso del ejército rebelde, y se vislumbra
como de capital importancia para el desarrollo del
conflicto, más si cabe teniendo en cuenta que Alemania
ha confirmado ayuda militar con armamento, envío
de aviones y tropas. El apoyo militar de Italia a la
sublevación es también un hecho.
España ha quedado fragmentada en dos mitades,
y el gobierno de la República parece haber perdido
el control directo en numerosos enclaves fieles en
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Francisco José Escudero Galante.
beneficio de los sindicatos y los comités populares.
La sensación actual es de radicalización del conflicto,
y España corre serio peligro de convertirse en un
apéndice del fascismo italiano o de la Alemania nazi.
Mientras tanto, el gobierno británico ha decretado la
no intervención..., como si nada estuviera ocurriendo.
La información tenía fecha 3 de agosto y me resultó
contundente y clarificadora, tanto como para incitarme a tomar
una decisión drástica: hay que actuar, y si el gobierno británico
no lo hace lo haremos los británicos.
Desde aquel día supe que mi sitio estaba en España con la
causa republicana, y que combatiría al fascismo con todas mis
fuerzas. Hablé con mi padre, la única persona a la que revelé
mis intenciones, y él, como buen padre protector, me intentó
disuadir porque era conocedor del peligro que correría si me
incorporaba al frente. Era un hombre de izquierdas, trabajador
en el ferrocarril, y aunque oficialmente no militaba, sí era
simpatizante del Partido Laborista. Sin embargo, lo primero que
intentó fue protegerme del peligro, a pesar de estar de acuerdo y
compartir la filosofía de mi acción.
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¡Por favor Matthew, no lo hagas, no sabes lo que vas a
encontrar allí, y eres muy joven para tomar una decisión
de ese calibre!
¡Papá, lo tengo que hacer, y no solo por mí, también por
ti, por mamá, por la pequeña Lucy..., por todos. ¿No te
das cuenta?, hoy es en España, mañana será aquí.
¡Pero tiene que haber otra alternativa, no todo tiene que
...!
¡No insistas, por favor. Está decidido. Voy a España y te
aseguro que me sabré cuidar!
¡Matthew, escúchame!, lo que vas a hacer es ilegal; el
gobierno ha decretado la neutralidad oficial de Inglaterra
en el problema español, te podrían detener...
¡Que le den por el culo al gobierno! ¿Cuándo se ha
La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
preocupado el gobierno por ti y por nosotros? Es una
inmoralidad que decrete la no intervención, y tú lo
sabes.
Me intentó convencer de que podría contribuir mejor a la
causa desde aquí, participando activamente en las tareas de
organización de la ayuda sanitaria a través del “Spanish Medical
Aid Committe”, creado para canalizar toda la ayuda médica que
Gran Bretaña estaba enviando a España. Ciertamente había mucho
trabajo que realizar en este campo, ya que el comité acababa de
constituirse y el servicio estaba todavía organizándose. Había que
recaudar fondos, recoger medicinas, material quirúrgico, incluso
conseguir vehículos para convertirlos en ambulancias, y todo ello
reunirlo en almacenes, registrarlo y ordenarlo para organizar
envíos a la zona republicana. Mi padre ya había contactado con
algún que otro miembro del Spanish Medical Aid Committe. Me
escribió en un papel la dirección de la sede, en el número 24 de
New Oxford Street, y también un par de nombres por los que
preguntar. Pero mi idea de participación en el conflicto era otra.
Sentía que tenía que combatir, intervenir directamente en ayuda
de una gente que se estaba dejando la vida en su batalla contra el
fascismo. Aquella lucha no era sólo española, era también la mía,
la de miles de británicos, por eso supe que tenía la necesidad de
ir a pesar de los esfuerzos que hizo mi padre por convencerme de
lo contrario. Con gran pesar terminó desistiendo de su empeño, y
al final solo le quedó despedirse de mí con gran dolor en el alma,
y prepararse para contarlo a mi madre.
Por supuesto que sentí dejar mi país, mi familia, todo lo que
hasta el momento conocía y consideraba como propio, pero la
causa española era mucho más importante. Al menos yo así lo
creía, y desde el primer momento supe que lucharía por el futuro
de mucha gente, españoles y británicos. El problema era que ya
no me quedaba dinero, y mentí a mi padre sobre mi situación
económica cuando se ofreció a darme unas libras. Quería ser
responsable de mis decisiones con todas las consecuencias, y
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Francisco José Escudero Galante.
por ello me negué a aceptar el dinero que tan de buena gana
me ofreció, a pesar de que, desde luego, me habría venido
muy bien. Estaba con los bolsillos vacíos, y no sabía cómo ir a
España, qué camino tomar y qué medio utilizar. Además, debía
actuar con cautela permanente, pues el gobierno conservador
de Chamberlain estaba siendo muy estricto a la hora de hacer
cumplir el decreto de no intervención en España, y la policía de
frontera cumplía a rajatabla las órdenes de las autoridades.
Pensé en acudir al puerto, e intentar embarcar en algún
carguero de transporte de mercancías que tuviera como destino
Santander o Bilbao, e incluso estaba dispuesto a financiar mi
pasaje con mi trabajo en cubierta o en los almacenes de la
compañía naviera. Pero pronto rechacé la idea, y en mi toma
de decisiones influyó en buena medida un hombre con el
que coincidí en aquel mitin en la sala del Albert Hall. Era un
comunista ya entrado en años, de aspecto bonachón y escasa
estatura, aunque desprendía cierta vitalidad. Me encontré con
él de nuevo en plena calle, y enseguida me reconoció al recordar
mi presencia en el mitin. Entablamos conversación sobre el
impacto que tuvo el discurso de aquel sindicalista, y en tan sólo
unos minutos manteníamos una conversación apasionada sobre
las consecuencias políticas de aquel encuentro. No tardó ni un
segundo en percatarse de que mis intenciones eran marchar a
España, y cuando fui a darme cuenta estábamos hablando de
cómo tenía previsto entrar al país. No me importó revelar mi
plan inicial de salida por barco, pero me quitó la idea de la cabeza
al instante.
-
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¡No vayas al puerto!, todos los barcos mercantes que
van a España están siendo exhaustivamente vigilados
por la policía. Saben que es una vía fácil de salida, y esos
cabrones lo están controlando todo. Conozco a varios
que han sido detenidos e interrogados en comisarías,
evidentemente sin consecuencias importantes, pero
fueron retenidos el tiempo suficiente como para que los
barcos partieran sin ellos.
La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
-
-
-
-
-
¡Es decir, que el gobierno ni come ni deja comer!
¡Exacto!
¿Qué puedo hacer?, estoy decidido a ir a España y haré lo
que sea por salir de Inglaterra de una manera u otra.
Te aconsejo que viajes en tren a Francia como turista, o
como estudiante, con algunas direcciones de museos y
esas cosas, y también con un lugar de residencia, aunque
sea ficticio. Una vez en suelo francés puedes contactar con
los camaradas del Partido Comunista, que te ayudarán sin
dudarlo a pasar a España. ¡Por cierto!, ¿eres comunista?
¡No, no he militado nunca en ningún partido, pero soy
simpatizante de todas esas ideas antifascistas!
¡Bien. Sería bueno no obstante que te afiliaras aquí o en
Francia al partido, de esa manera no tendrás problema
alguno para que los comunistas franceses te echen una
mano, incluso económica.
¿Cómo voy a conseguir las direcciones de los museos o
algún folleto sobre ellos?
No hay problema. Irás con una carta de un amigo mío
que tiene aquí en Londres una galería de arte. Irás de
parte suya a visitar algunas obras en los museos y otras
galerías. ¿Alguna pregunta más?
No, gracias por tu ayuda.
Gracias a ti chico, que te vas a jugar el pellejo por todos
nosotros. Eso sí es de agradecer, porque yo no me atrevo
a hacerlo, tengo esposa e hijos y ..., bueno, ya sabes, un
poco de miedo a lo que seguro encontraría allí.
Cada uno contribuye como puede, tu lo estás haciendo a
tu manera, ayudando a gente como yo a pasar a España.
Eso también tiene su riesgo.
Bueno, basta ya de monsergas. Dentro de dos horas te
espero en este mismo lugar. Te traeré la carta de mi
amigo el galerista y un billete hasta París. Mientras
podrías afiliarte al Partido Comunista aquí en Londres,
simplemente dejando tus datos personales bastaría.
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Francisco José Escudero Galante.
Me pareció un hombre sincero y de buena voluntad; en el
fondo creo que admiraba lo que yo iba a hacer, pero nunca me lo
dijo, ni reveló su verdadero anhelo por su propia incapacidad para
dar ese paso. Daba la sensación de que, en otras circunstancias,
con menos edad y sin responsabilidades familiares, él también
habría ido al frente, pero yo no quise entrar en ese terreno tan
personal, sobre todo cuando me estaba prestando una ayuda
tan desinteresada y de tanto valor para mí. Me limité a asentir
y agradecer su apoyo, sin el cual, seguramente habría terminado
detenido en una comisaría, y desistiendo de mi impulso por
combatir en España.
Nos despedimos en mitad de la calle, bajo una fina lluvia que
poco a poco iba calando mi ropa y mi gorra de paño, aquella de
cuadros pequeños marrones y grises que me regaló mi padre
el día que conseguí mi primer empleo como aprendiz en una
sastrería. Le tenía especial cariño a esa gorra, me hacía recordar
el trato siempre comprensivo que había tenido por parte de mi
padre, lo cual no era muy común entre los chicos de mi edad,
más acostumbrados a relaciones familiares autoritarias. Por
eso siempre la llevaba conmigo allí donde iba, y la portaba con
orgullo, sabiendo además que me servía como símbolo de mi
pertenencia a las clases trabajadoras. Al menos todos mis amigos
y los de mi familia llevaban una, y nunca ví que los miembros del
gobierno la usaran. Todos llevaban bombín o sombrero de ala
ancha, pero nunca una gorra de paño.
Me levanté el cuello de la chaqueta, encogí los hombros, y me
dirigí a un portal para resguardarme de la lluvia, que comenzaba
a ser más intensa. Mirando cómo rebotaban las gotas de agua
contra el suelo pensé en la trascendencia del paso que estaba
a punto de dar, y sentí escalofríos, pero más por una cuestión
climatológica que psicológica, porque cada vez estaba más
convencido de la necesidad de luchar junto a los republicanos
españoles en una guerra en la que medio mundo estaban
poniendo sus ojos, y el otro medio ya tenía los pies dentro. En
ese momento pasó un camión por encima de un charco, y me
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La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
terminó calando la parte de mi cuerpo que todavía no se había
mojado. Pensé para mis adentros, “qué narices hago yo aquí en
Londres, sin trabajo, sin conocer a nadie y sin lugar a donde ir;
tengo que marcharme cuanto antes a Francia, y de allí a España.
Ese es mi objetivo y no me detendré hasta conseguirlo”.
Dos horas y media después tenía en mis manos las
direcciones de varias galerías de arte de París, un pasaje en barco
hasta el puerto de Calais, y dinero suficiente como para comprar
un billete de tren hasta la capital francesa. Según las indicaciones
que me dio mi amigo, en París debía contactar con miembros
del Partido Comunista francés en una dirección que también me
facilitó mi “hada madrina”.
Nunca volví a saber nada de aquel hombre, pero tampoco
nunca olvidé su ayuda desinteresada. Además, estoy seguro de
que yo no fui el único al que este hombre ayudó, e imagino que
todos aquellos que se vieron beneficiados por su apoyo tampoco
lo olvidarán fácilmente.
Nos despedimos con un fuerte apretón de manos, y en el
último instante le noté un impulso extraño, como queriendo
decir “me voy contigo”, pero no salió nada de sus labios, sólo una
leve sonrisa de afecto, limitándose a realizar un gesto de adiós
con la mano.
Esa despedida me hizo notar que todo aquello iba en serio, y
sentí esa agradable sensación que tienen los jóvenes cuando son
dueños de su propio destino. La suerte estaba echada, y no había
vuelta atrás, tan sólo había que mirar hacia el frente e intentar
ser digno de uno mismo.
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La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
CAPITULO 2
(La salida).
“No dije nada a mi familia, sólo a un amigo. Cogí mi mochila,
metí un par de botas dentro, y me fui de noche. Intenté coger
un barco para ir a España, pero no me permitieron subir. Vagué
todo el día por Londres, hasta que, al final embarqué, y llegué a
Calais”.
(Sol Frankel,
Batallón Británico, XV Brigada Internacional).
-
¡Bonjour, monsieur!, quel est le motif de votre visite
en France?, -dijo el funcionario de frontera sin apenas
mirarme a la cara, como si estuviera en una cadena de
montaje haciendo lo mismo cientos de veces al día-.
A mí aquello me sonó a chino. No tenía ni idea de francés, y
aquel hombre me hablaba con la misma cotidianeidad como si lo
hiciera con su vecino. Por eso puse cara de extrañeza, y mostré
claras evidencias de que no entendía nada. El funcionario volvió
a repetir lo mismo, y yo comencé a ponerme nervioso y pálido,
todavía más de lo que ya era. Mi salvador en aquella situación tan
incómoda para mí fue otro funcionario de frontera, que se dirigió
a mí en inglés.
-
¡Mi compañero le pregunta sobre la razón de su visita a
nuestro país, a qué viene!
Trabajo en una galería de arte de Londres, y vengo a ver
25
Francisco José Escudero Galante.
mercancía en varios centros de exposiciones y museos.
El primer funcionario puso un gesto de extrañeza en su
rostro, y comenzó a hablarme en inglés, lo que me hizo pensar
que la situación embarazosa en la que me vi envuelto segundos
antes fue gratuita.
-
¿Un galerista de arte que viene por encargo a París y no
sabe francés?-me dijo con incredulidad-.
Bueno, soy aprendiz y el dueño de la galería donde
trabajo se ha aventurado a enviarme pero con encargos
ya preestablecidos de antemano, con una lista de lugares
y horarios concertados. Allí donde voy saben inglés, por
lo que me aseguró que no tendría problema alguno. En
todo caso, aquí tiene usted el listado de galerías que debo
visitar, y las personas con las que tengo que hablar.
En ese momento facilité al funcionario una copia escrita
a mano de las direcciones que me había facilitado mi amigo
comunista en Londres. El funcionario observaba la lista y me
miraba continuamente como si me estuviera haciendo una
radiografía con los ojos. La situación se mantuvo durante unos
larguísimos segundos, hasta que otro funcionario de frontera
optó por terminar con aquello por la vía rápida.
-
¿Es para hoy o vamos a estar así todo el día?, ¡mira la
gente que hay!, ¡vamos, agiliza la cosa que se nos está
amontonando todo el trabajo!
El primer funcionario me devolvió el papel con el listado
de direcciones y me deseó suerte con la misma frialdad con
la que estampaba sellos en los documentos. Creo que intuía
el motivo real de mi entrada a Francia, y con su mirada fría y
penetrante me hizo sentir examinado como sospechoso de “no
se qué”. Resultó incómodo y hasta desagradable, tanto que en un
momento concreto de especial nerviosismo por mi parte pensé
26
La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
que me obligarían a volver a Inglaterra con una patada en el culo.
La intervención del funcionario que desbloqueó la situación creo
que tampoco fue gratuita, al menos así me lo pareció. El juego de
miradas en momentos tensos dice mucho, incluso más que las
palabras, y aquel funcionario creo que actuó intencionadamente
porque seguramente también él sospechaba que mis intenciones
pasaban por cruzar Francia para ir a España. Ambos coincidieron
a la hora de pensar en el motivo real de mi viaje, e imagino que los
dos tenían claro que aquello de las galerías de arte y los museos
era una pantomima. Pero reaccionaron de manera distinta, y las
miradas de pocos amigos que se dirigieron entre sí me revelaron
la fractura social que el conflicto español estaba originando en
los países vecinos. Aquello, sin duda, era tan solo la punta del
iceberg de lo que yo iba a tener oportunidad de comprobar en
los dos años siguientes, y nada más poner los pies en Francia
comprobé que también los fascistas tenían sus simpatizantes e
incluso colaboradores.
Pero no me sentí solo. En la frontera había otros muchachos
seguramente en la misma situación que yo, cada uno con
una historia ficticia y con la mente puesta en España. Eso me
reconfortó y me ayudó a recordar que mi iniciativa no era la
de un “loco utópico y solitario de 22 años”, sino la de muchos
jóvenes que habían sentido la llamada de la causa solidaria para
con la lucha antifascista.
Pisé suelo francés con alivio, y noté que, a pesar del mal
trago, “lo bueno” ni siquiera había empezado. Inmediatamente
comenzó a recorrer mi interior una sensación de incomodidad al
sentirme observado por las personas que había a mi alrededor.
Ahora sé que no era más que fruto de mi obsesión psicológica
después de haber sido “examinado” en la frontera. En realidad
yo le importaba un comino a la gente que encontré por la calle,
pero me sentía observado. No era más que un joven inglés, con
una gorra de paño, una chaqueta y pantalones gastados, y una
pequeña maleta de cuero marrón donde guardaba unas botas,
una muda de ropa, un cuaderno de notas y un diccionario de
27
Francisco José Escudero Galante.
español de bolsillo. Tuve suerte de que no me registraran la
maleta, porque habría sido realmente embarazoso explicar para
qué narices necesita un diccionario de español un galerista de
arte inglés que va a París a ver cuadros. Estoy convencido de que
me habrían devuelto a Inglaterra, pero el destino es el destino, y
estaba claro que yo iba a terminar combatiendo en una trinchera
en cualquiera de los campos de una tierra que no había pisado en
mi vida, y que estaba allí..., esperándome.
Salí del puerto y me adentré en la ciudad para saborear mi
primera experiencia fuera de Inglaterra. Tampoco era tan distinto
a lo que yo estaba acostumbrado a ver en mi país, los edificios,
las calles, el ambiente..., incluso el clima era muy húmedo, como
en Londres y ello contribuyó a que no me sintiera como un
extraño en tierra ajena, al menos no de una manera importante.
Políticamente también el gobierno francés había decretado la
no intervención, en España, a pesar de que era un equipo de
izquierda el que se encontraba al frente de dicho gobierno.
Este hecho no dejaba de sorprenderme por lo que suponía de
incongruencia. Si bien era relativamente comprensible que un
gobierno conservador y hermético en sus convicciones como el
británico del señor Chamberlain, no lo era en absoluto en el caso
francés, con un gobierno popular de izquierda liderado por el
señor Blum. Que Francia se mantuviera al margen del conflicto
en España era inaceptable, sobre todo teniendo tan cerca los
ejemplos fascistas de Italia y Alemania. Realmente a mí no me
cabía en la cabeza semejante estupidez, y la historia, como no
podía ser de otra manera, se preocupó más tarde de evidenciar lo
que fue uno de los más claros ejemplos de ceguera política.
En definitiva, que me encontré solo, sin saber una palabra de
francés, ni qué camino tomar, pero en un ambiente no demasiado
distinto al que dejé en mi país.
Con ayuda de gestos y señas logré tras varias explicaciones
encontrar el camino hacia la estación de ferrocarril, y allí compré
un billete con destino a París utilizando el escaso dinero que
llevaba encima, y que me había proporcionado mi amigo el
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La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
comunista. Tan sólo me sobraron unas monedas para tomar
un café con un poco de congnac que me ayudó a engañar a mi
estómago, necesitado de algo sólido. Intentaba evadirme, pensar
en lo que me encontraría en España y en lo que tardaría en
participar activamente en el frente, pero mis continuos ruidos
estomacales me devolvían a la realidad de aquel tren que todavía
esperaba en la estación para partir en tan solo unos instantes
hacia la capital francesa. Era un tren relativamente viejo, o
mejor dicho, descuidado, en el que compartí trayecto con un
grupo de personas de las que nunca supe si viajaban juntas o por
separado, ya que no llegaron a abrir la boca. Incluso no supe si
eran franceses o extranjeros, pero me dio la impresión de que al
menos algunos de ellos tenían las mismas intenciones que yo.
Fue hasta París un viaje de miradas y pensamientos encerrados, y
todos los que nos encontrábamos en aquel vagón permanecíamos
en nuestro cascarón personal, con más inquietud que otra cosa.
Mirando por la ventana de mi asiento el paisaje me parecía fugaz,
como lo podía ser mi propia existencia acudiendo al infierno de la
guerra, a una confrontación que, como todas las luchas civiles, se
presentaba especialmente cruel. Me sentí solo, como aquel árbol
que pasó en una décima de segundo ante mis ojos, y pensé que de
la misma manera yo también podría representar esa décima de
segundo en el contexto de la guerra. Mis sensaciones respondían
a la lógica pugna entre la defensa del idealismo por una parte, y
la integridad física personal por otra. Y es que yo ya comenzaba
a notar que aquello iba en serio, y tanto mi utopía como mi
individualidad intentaban hacerse un hueco en el primer plano
de mis pensamientos. ¿Qué anteponer, lo utópico o lo real, las
ideas o las personas? La verdad es que yo nunca había separado
ambos términos, y creía en las personas con ideas, no en los
eslóganes abstractos, ni en las personas vacías. Por eso nunca
perdí el sentido de mi individualidad, pero aprendí a valorar
conceptos como el de libertad, solidaridad y justicia. Eran
términos aplicables en la vida real, y su déficit se estaba dejando
notar en España a marchas forzadas. No importaba el peso de mi
contribución en el conflicto, sino mi convicción personal sobre lo
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Francisco José Escudero Galante.
que estaba haciendo. A buen seguro, la guerra en España no iba a
cambiar de rumbo porque yo participara en ella, pero desde luego
sentí que hacía lo que debía hacer, y que actuaba con el objetivo
de luchar por un mundo mejor para mucha gente. Esa era razón
más que suficiente como para justificar mi participación en
aquella vorágine que me enseño bondades y crueldades de gran
calado.
-
¡Le billet, s´il vous plait!
Estaba tan absorto en mis pensamientos que ni siquiera me
percaté de la presencia del revisor. Se dirigió a mí pidiendo el
billete de viaje, pero no le entendí nada, me limité a sacar el ticket
de manera automática. Mientras lo buscaba, uno de los pasajeros
me habló en inglés para ayudarme a salir de aquella situación de
incomunicación.
-
¡Le está pidiendo el billete de viaje para sellarlo!
¡Oh, gracias, muy amable! Veo que habla usted
perfectamente inglés, pero ..., ¿cómo sabía que soy
británico?
¡Hombre, muy francés no parece usted, y español menos
todavía!, además le vi en el puerto, con lo que intuyo que
vino desde Inglaterra.
¡Así es!, ¿y usted?
Yo soy francés, parisino para más detalles, y precisamente
allí me dirijo. Mi nombre es Bernard Duret.
Me estrechó la mano mostrando una disposición abierta, y
mi desconfianza inicial pronto se diluyó al comprobar que era un
hombre sincero, al menos esa es la impresión que me dio, y no
tuve motivos para cambiar de idea.
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Me llamo Shipman, Matthew Shipman, de Middlesbrough,
pero trabajo en Londres en una galería de arte.
¿En una galería de arte?, y ¿cómo es posible que un
La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
-
galerista que viene a París ni siquiera...
Ni siquiera sepa hablar francés, ¿verdad? -le dije sin
dejarle terminar la frase-.
Exacto.
Bueno, le explico. La verdad es que soy un simple
ayudante, y mi jefe me ha encargado visitar algunas
galerías y centros de exposiciones, pero en donde...
Mi discurso titubeante y falto de convicción terminó por
delatarme, y aquel viajero intuyó a la primera mis verdaderas
intenciones, y no me dejó terminar la explicación que tan
torpemente intentaba dar.
-
¡Déjalo, es igual. Ya creo comprender el tipo de arte que
vienes a ver aquí. Intuyo que es más bien una actividad de
paso. ¿Cierto?
Cierto.
Me sentí desarmado y al descubierto, pero pronto comprobé
que no tenía motivos para sentir temor. Bernard fue lo
suficientemente intuitivo como para darse cuenta enseguida
del sentido de mi trabajo como “galerista”, y también discreto
como para que no trascendiera. Mientras sacaba de su bolsillo
un lápiz de carpintero, me pidió el resguardo del billete de tren,
sobre el que anotó un nombre y un número de teléfono antes de
devolvérmelo.
-
Henri Cavalier, ¿Quién es? –pregunté-.
Un buen “marchante de arte” que te ayudará en tu viaje
sin dudarlo. Es especialista en “pintura española”, lo cual
creo que te vendrá muy bien.
Era sin duda un buen tipo, y el resto del viaje con él fue
muy ameno. Hablamos de lo divino y lo humano, pero tuvo
siempre la delicadeza de hablar en clave cada vez que se refería
a mi verdadero propósito. Gracias a él, supe que en París podría
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Francisco José Escudero Galante.
conectar con toda una organización encargada de ayudar a los
voluntarios que se dirigían a España a combatir el fascismo.
Ese tal Cavalier era un contacto de la organización que podía
facilitarme el traslado a la frontera española, mi gran anhelo
en ese momento. Pronto pude comprobar que en París se había
articulado toda una red de apoyo a los que querían luchar en
España, de hecho, la capital francesa se convirtió en una especie
de escala previa para cientos, miles de jóvenes de toda Europa y
América dispuestos a jugarse la vida en una guerra que ya había
trascendido más allá de los límites de “la piel de toro”.
El tren llegó a París, y antes de detenerse, Bernard me prestó
unas monedas para poder utilizar el teléfono, y se despidió
deseándome toda la suerte del mundo. A continuación se pasó
a otro vagón y bajó del tren a cierta distancia de mí mirando
en dirección contraria, imagino que con la intención de que la
policía ferroviaria no nos relacionara. Lo vi marchar con paso
ágil, y en cuestión de segundos se mezcló entre el público que
llenaba el hall de la estación, perdiéndole de vista.
PARIS, Octubre de 1936.
Ya me había sentido impactado por la actividad política que
pude contemplar en Londres, pero lo de París era impresionante.
Aquello era un hervidero de slóganes, panfletos, carteles,
conferencias, charlas, discursos en plena calle, comités de
ayuda..., en fin, un gran movimiento político que la izquierda
francesa había puesto en marcha como reacción a lo que estaba
ocurriendo en España, y a la actitud de neutralidad adoptada por
el gobierno Blum. El contacto que me proporcionó Bernard fue
del todo satisfactorio, y resultó ser el puente de acceso a toda la
red de apoyo que el Partido Comunista francés tenía operativa.
Lo primero que hice fue utilizar el teléfono.
-
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¡Bonsoir!, ¿Monsieur Cavalier?
¡Oui!
Perdón por el idioma pero las que acaba de escuchar son
las únicas palabras que puedo pronunciar en francés. Mi
La trinchera. (Diario de un brigadista británico de la guerra civil española).
-
-
nombre es Matthew Shipman, soy inglés, y su referencia
me la proporcionó un amigo común, Bernard Duret...
¿Dónde se encuentra usted ahora?
En la estación de ferrocarril, aquí en París.
No se mueva de allí, iré a buscarle. No hable con nadie,
llegaré en media hora y me reconocerá porque llevaré en
el brazo izquierdo un brazalete rojo de tela con símbolos
del Partido Comunista.
¡Gracias, es usted muy amable...!
Cuando fui a darme cuenta, ya había colgado el teléfono y me
dejó con la palabra en la boca. Me sorprendió un poco lo directo y
escueto que fue este hombre conmigo en el primer contacto, pero
desde luego fue eficaz: a los 30 minutos justos de haber hablado
conmigo entraba por la puerta de acceso a la estación de tren, y
..., bueno, no sé si yo llevaba algún cartel escrito en la frente, pero
prácticamente fue él quien me descubrió a mí y no al contrario, lo
cual me hizo sentirme vulnerable.
-
¿Shipman?
Sí, soy yo. ¿Es usted...
Cavalier, Henri Cavalier. Salgamos de aquí, este es un
sitio con demasiados oídos indiscretos. ¿Le apetece un
café?
Bueno..., sí, pero es que...
No se preocupe, invito yo. Imagino que llega usted con lo
puesto.
Ha dado en el clavo.
Pues no se hable más. Vamos a un lugar próximo que
conozco que es lo suficientemente seguro como para que
podamos hablar sin problemas.
Salimos de la estación y en cuestión de cinco minutos
llegamos a un café pequeño, de ambiente recogido, instalado en
las callejuelas del casco urbano de la ciudad, donde se respiraba
un ambiente que invitaba a la tertulia. Enseguida comenzamos
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