El amor judío de Mussolini

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El amor judío de
Mussolini
Margherita Sarfatti
del fascismo al exilio
Daniel Gutman
El amor judío de
Mussolini
Margherita Sarfatti
del fascismo al eexilio
xilio
Diseño de tapa: [estudio dos], comunicación visual
Composición y armado: Maura Lacreu
Corrección: Susana Frugoni Villar
Gutman, Daniel
El amor judío de Mussolini : Margherita Sarfatti : del
fascismo al exilio - 1a ed. - Buenos Aires : Lumiere, 2006.
208 p. ; 23x16 cm.
ISBN 987-603-017-5
1. Sarfatti, Margherita-Biografía. 2. Judaísmo. I. Título
CDD 920.72 : 296
Foto de tapa: Margherita Sarfatti, gentileza revista Viva.
Cedida por ella al diario La Razón en 1929.
© 2006 Ediciones Lumiere S.A.
E-mail: [email protected]
www.edicioneslumiere.com
Printed and made in Argentina
Hecho e impreso en la República Argentina
ISBN-10: 987-603-017-5
ISBN-13: 978-987-603-017-5
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.
Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, o su almacenamiento en un sistema
informático, su transmisión por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia,
registro u otros medios sin el permiso previo por escrito de los titulares del copyright.
Todos los derechos de esta edición reservados por Ediciones Lumiere, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
A Juan Camilo y Juliana
Índice
Introducción ................................................................................................ 9
Exilio ...................................................................................................... 13
La verdadera naturaleza del fascismo ..................................................... 15
Mendiga real en el exilio ......................................................................... 21
La revolución de la reacción ..................................................................... 27
La aventura africana ............................................................................... 35
De Venecia a Milán................................................................................ 43
Buscando una salida ................................................................................ 49
El arte del poder...................................................................................... 55
La huída ................................................................................................. 61
Nace un líder ........................................................................................... 67
Destino: Sudamérica ................................................................................ 75
La victoria mutilada ................................................................................ 83
La mirada en Buenos Aires .................................................................... 89
La Italia roja .......................................................................................... 95
Protegida por Victoria ........................................................................... 101
La marcha sobre Roma ......................................................................... 109
Literatura y nostalgia ............................................................................ 115
Un amor fascista ................................................................................... 123
Que Dios ayude a la pobre Europa ....................................................... 133
Mussolini racista ................................................................................... 139
La Argentina según Margherita ............................................................ 145
La escalada antisemita .......................................................................... 151
Caída y resurrección ............................................................................... 159
La liberación de Roma .......................................................................... 169
Último acto ............................................................................................ 177
Volver ................................................................................................... 187
Fuentes .................................................................................................. 199
Agradecimientos ..................................................................................... 205
Introducción
Hacia fines de 1929 una de las preocupaciones de Benito
Mussolini, que entonces llevaba siete años en el gobierno de Italia,
era casar a su hija mayor. El Duce consideraba que la edad ideal para
que una mujer se convirtiera en esposa era los quince o dieciséis
años y Edda ya tenía diecinueve.
La hermana de Mussolini, Edvige, había acercado a su sobrina al
hijo de una rica y tradicional familia de Forlí, la pequeña ciudad de
la Emilia-Romagna en la que Mussolini y su esposa, Rachele Guidi,
habían pasado sus primeros años juntos. Pero la rebelde Edda, quien
veía sin entusiasmo al elegido, conoció por esos días a otro joven,
en una fiesta ofrecida por un ministro fascista. Se llamaba Dino
Mondolfi y era judío.
La noticia causó conmoción en la familia y, cuando Edda llevó
por primera vez a su pretendiente a Villa Torlonia, la espléndida
residencia romana de los Mussolini, la esposa y la hermana del dictador lo hicieron comer jamón, alimento prohibido por la religión judía. Las dos mujeres se detestaban y aquélla quedaría, en el recuerdo
de Edda, como la única ocasión en que se pusieron de acuerdo.
La provocación, al parecer, pasó prácticamente inadvertida para
Mondolfi, quien, al igual que la mayor parte de los judíos italianos,
no observaba las obligaciones religiosas. Pero ello no fue obstáculo
para que Mussolini se enfureciera pocos días después, cuando su
hija le anunció que planeaba casarse con el joven. “Recuerda que
los judíos son mi peores enemigos”, le escribió en una carta que
puso fin al asunto.
Este episodio casero fue relatado sesenta años después por Edda
Mussolini, en un largo reportaje para la televisión italiana. Luego de
escucharlo, con cierta perplejidad, el entrevistador recordó que el
Daniel Gutman
Duce tuvo una famosa amante judía, Margherita Sarfatti. Edda asintió rápidamente y dijo: “Sí, sí, claro. Cada tanto uno se equivoca”.
La Sarfatti fue una de las docenas de amantes que tuvo Mussolini.
Según contó Edda en esa misma entrevista, su padre consideraba
que uno de los deberes de una esposa era soportar las infidelidades
de su marido. Lo consideraba tan normal que incluso reaccionó destempladamente en una ocasión en que su propia hija le anunció que
quería separarse de su esposo porque éste la engañaba. “¿Acaso no
te viste? ¿No te da de comer? Vuelve a tu casa y no hables más de
eso”, le ordenó.
Margherita, sin embargo, no fue una más.
No lo fue por el tiempo que duró la relación –unos veinte años–,
por sus propias características personales –era una mujer ambiciosa,
rica, de extraordinaria cultura e inteligencia, respetada como crítica
de arte y también aguda como observadora política– y por el papel
central que cumplió durante el régimen fascista.
Margherita no fue una más, por último, porque era judía y entonces Mussolini sintió la necesidad de borrarla de su pasado cuando se
alió con Alemania e impuso en Italia una legislación antisemita parecida a la de Nüremberg.
El Duce no decía la verdad en aquella carta enviada a su hija.
Aunque es innegable que sus prejuicios hacia los judíos preexistían
a la llegada al poder de los nazis en Alemania, de ninguna manera
habían sido ellos sus peores enemigos. Miles de judíos estaban afiliados al Partito Nazionale Fascista y hasta uno de ellos, Guido Jung,
fue ministro italiano de Finanzas hasta enero de 1935.
El énfasis en descalificar al candidato judío para casarse con su
hija en 1929, tal vez, tuvo que ver con que hacía pocos meses que
se había firmado el célebre Tratado de Letrán con El Vaticano.
Ese acuerdo había reforzado considerablemente el poder de la
Iglesia en Italia y, a cambio, le había dado al fascismo el definitivo
acompañamiento de la institución más tradicional y conservadora del país. El Duce –fervorosamente anticlerical en su juventud–
10
Introducción
probablemente quería reafirmar ese acontecimiento con una boda
católica de su hija mayor. Lo conseguiría rápidamente, en abril de
1930, cuando Edda se casó con Galeazzo Ciano, hijo de Costanzo
Ciano, conde de Cortellazzo, héroe de la Primera Guerra Mundial
y ministro de Comunicaciones del fascismo. Toda Italia estuvo pendiente de la lujosa ceremonia, en la cual la pareja fue bendecida
por la Iglesia como “prototipo de la familia cristiana e itálica, de
aquella estirpe que conoce todas las audacias, todas las glorias,
todos los fulgores”. Las fotos que muestran a la hija mayor de
Mussolini vestida de novia y haciendo el saludo fascista son todo
un símbolo de la época.
La década que se iniciaba entonces marcó la lenta pero inexorable declinación de Margherita.
Una de las razones, justamente, fue el encumbramiento del matrimonio Ciano (en 1936, Mussolini nombraría a su yerno, de 33 años,
como el ministro de Relaciones Exteriores más joven de Europa). Edda
y Margherita –como tantas veces sucede entre la hija mayor y la amante del mismo hombre– se odiaban profundamente. Margherita incluso se vanagloriaba de haber sido quien impulsó a Mussolini a enviar a
Edda, cuando era una adolescente difícil de domesticar, a un rígido y
aristocrático colegio pupilo de la Toscana. Muchas décadas después,
Edda todavía recordaría a esa institución como “una cárcel”. Más
tarde, la hija de Mussolini no perdería la ocasión de tomarse revancha conspirando contra Margherita en todos los círculos de poder.
Por supuesto que hubo otros motivos, tal vez más profundos. A
esa altura de su dictadura, Mussolini ya no podía permitir que una
mujer ocupara un rol importante en el fascismo. Y mucho menos
una que disentía con los proyectos imperiales que comenzaba a diseñar el Duce. En lo personal, lo más probable es que Margherita ya
no le interesara a Mussolini como amante. Él comenzaba a elegir
mujeres cada vez más jóvenes y en ese terreno la Sarfatti ya no podía
competir. De hecho, la Petacci, última amante de Mussolini, tenía
treintay dos años menos que Margherita.
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Daniel Gutman
Finalmente, la unión de los destinos del fascismo y el nazismo,
sellado con las leyes raciales italianas de 1938, fue el golpe definitivo, el que empujó a Margherita al exilio.
Un exilio marcado por la brutal ironía de que alguien que se había beneficiado enormemente con el fascismo, y que había sido su
propagandista apasionada en Italia y en el mundo, ahora se convertía en su víctima. Muchos, por supuesto, no se lo podrían perdonar.
Los antifascistas, por sus servicios al régimen. Y los fascistas, porque ella, aunque no lo asumiera, no era al fin de cuentas otra cosa
que una mujer judía.
En esas circunstancias Margherita Sarfatti quiso irse a vivir a
Estados Unidos, pero le cerraron las puertas. Entonces llegó al Río
de la Plata.
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Exilio
En noviembre de 1938, mientras Italia celebraba el vigésimo aniversario de su triunfo en la Primera Guerra Mundial, la desgracia
cayó sobre los judíos del país. Las llamadas leyes raciales, para las
cuales el fascismo venía preparando el clima desde hacía meses,
fueron finalmente promulgadas por el rey Victorio Emanuel III. Los
judíos de Italia quedaban marginados de la sociedad, a la manera de
la Alemania nazi.
Margherita Sarfatti, madre de un soldado condecorado por su
muerte heroica en lucha contra las tropas austro-húngaras en 1918,
y a quien muchos habían considerado la mujer más poderosa de la
Italia fascista, tomó entonces la decisión que también ella venía
madurando desde hacía tiempo: escapar.
En dos valijas guardó algo de ropa, sus joyas más valiosas y unas
pocas litografías de Cézanne, Renoir y Toulouse-Lautrec. Con la
única compañía de su chofer, partió en auto desde su residencia
campestre de Il Soldo, en el norte de Italia, cerca del Lago de Como.
Cruzó la frontera, hacia Suiza, y en la estación de Chiasso tomó un
tren con destino a Basilea. No volvería a pisar Italia hasta julio de
1947. Una Italia para entonces democrática, que empezaba a levantarse tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial y donde los muchos que habían colaborado con el fascismo intentaban olvidar su
pasado.
París fue el primer destino de su exilio. El 28 de noviembre de
1938, desde el hotel Lotti, cerca de los Jardines de las Tullerías,
Margherita le envió una carta a Nicholas Murray Butler. Era uno de
los amigos influyentes que tenía en Nueva York. La escribió a mano,
en inglés, con trazos largos y ansiosos.
Daniel Gutman
Mi queridísimo amigo:
Es una Margherita triste y con el corazón roto la que te habla desde
la desesperación de su alma. Pero antes que nada, prométeme que conservarás esta carta, y su contenido, como un secreto confidencial, estrictamente confidencial. Podrían hacerme mucho daño a mí –y aún peor, a mis
hijos– si esto se hiciera público de alguna manera.
¡Sabes lo que nos ha pasado! Soy católica, igual que mis dos hijos,
ambos casados con católicos y padres de niños católicos. Pero yo, igual
que mi esposo, soy descendiente de judíos y en consecuencia tanto mis
hijos como yo somos considerados judíos, el más aberrante pecado (así
parece ser) hoy en día.
Se ha investigado nuestra ascendencia en tal medida que la gloriosa
muerte de mi hijo en la Guerra, como un héroe, a los diecisiete años, y la fe
y el trabajo por el Fascismo y por Italia de mi marido, de mis otros hijos y
el mío propio no valen nada. No se me permite publicar ningún artículo en
diarios o revistas italianos y no estoy autorizada a tener un solo sirviente.
En consecuencia probablemente deba abandonar mi casa en Roma.
Mi hijo ha perdido su empleo como director del Banco Comercial –lo
despidieron por esta situación– y no sé si la venta de alguno de mis libros
será permitida a partir de ahora. Tampoco sé qué pasará con mi dinero,
mis casas, mis propiedades, ya que la regla parece ser que el Estado se queda
con todo a cambio de unas pocas monedas para los antiguos propietarios.
Bajo estas circunstancias he llegado a París y estoy escribiéndote desde aquí,
haciéndote un llamado desde mi alma hacia tu alma. ¡S.O.S! Si te preocupas
por la compasión, por la justicia, por la humanidad y por mí, déjame llegar a
América, encuentra un trabajo para mí. Sabes que no soy una mala profesora
y sé que tienes un enorme poder. Encuéntrame un curso de primavera y verano
(clases sobre literatura italiana en alguna universidad americana).
Estoy segura de que no tendrás que lamentarlo, porque sabes y sé que
soy completamente capaz de esta tarea y que la haré honestamente, como
mejor pueda.
Gracias y que Dios te bendiga.
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La verdadera naturaleza del fascismo
A Margherita Sarfatti y a Nicholas Murray Butler los había unido
Benito Mussolini.
En 1938 Butler tenía setenta y seis años y llevaba treinta y seis
como presidente de la Universidad de Columbia –que en ese período había pasado de cuatro mil a treinta y cuatro mil alumnos– y
trece como director del Carnegie Endowment for International Peace.
Entonces ya había hecho lo suficiente para asegurarse una
necrológica extensa en la prensa americana el día de su muerte. Dirigente nacional del Partido Republicano –varias veces aspirante frustrado a la candidatura presidencial–, había sido asesor de siete presidentes de los Estados Unidos, guardaba condecoraciones de quince
gobiernos extranjeros y tenía relación personal con una cantidad de
jefes de Estado del mundo. Su amigo, el ex presidente Theodore
Roosevelt, lo había bautizado Nicholas Miraculous (Milagroso).
En 1927 había sido uno de los impulsores del Pacto BriandKellog, por el cual la mayoría de los países del mundo se comprometieron a renunciar a la guerra como método de solución de conflictos. Con esa actuación había conseguido definitivo prestigio
internacional y se había lanzado hacia el Premio Nobel de la Paz,
con el que fue distinguido en Oslo en 1931.
Al menos hasta que la invasión italiana a Etiopía, en 1935, lo
convenció de que no estaba ante el pacifista que él suponía, Butler
fue un profundo admirador de Mussolini.
El dictador, a su vez, entendía la importancia de contar con una
voz favorable de la estatura de Butler en los Estados Unidos y en
1927, después de que el americano elogiara la política económica
del fascismo durante un discurso en la Universidad de Virginia, lo
invitó a Roma.
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