11136662 04/05/2008 08:44 p.m. Page 5 DOMINGO 6 DE ABRIL DE 2008 | EL SIGLO DE DURANGO | 5B ¡PARTICIPA! Manda tus colaboraciones al correo electrónico: [email protected] [email protected] Responsable: ANGÉLICA MARTÍNEZ MENA Obras chicanas contemporáneas en Los Ángeles Más de 30 artistas chicanos emergentes expondrán a partir del domingo cerca de 120 obras en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, que considera la muestra como la más importante de su tipo en cerca de dos décadas. La instalación “Vocho”, de Margarita Cabrera, muestra el armazón de un Volkswagen escarabajo cubierto con vinilo amarillo en vez de carrocería, recordando uno de los autos más populares en Latinoamérica. (AP) ECOS DE COMALA EN MACONDO n la geografía de la literatura se pueden encontrar pueblos que son personajes y que nacen, viven y desaparecen junto con sus novelas. Pueblos que sólo existen en la fantasía y que fueron creados para convivir con sus habitantes-personajes dentro de la trama de una novela. Ejemplos de tales pueblos fantásticos lo son Comala en “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo, y Macondo en “Cien Años de Soledad”, de Gabriel García Márquez. Enseguida se destacan cuatro semejanzas fundamentales entre ambos pueblos: En Comala y Macondo sus mujeres son inicio y fin de los hombres-personajes de sus novelas, son refugio, ilusión, presencia y destino. Pero sobre todo son sustento y manifestación de poder. Sustento de Comala: El amor de Pedro Páramo por Susana San Juan. Sustento de Macondo: El amor de Úrsula Iguarán por José Arcadio Buendía. Sin las mujeres de Comala y Macondo no existiría el andamiaje de estos pueblos. En Comala son las mujeres quienes crean a Pedro Páramo. En Macondo son las mujeres quienes crean a los Buendía. En Comala todas las mujeres encuentran su referente existencial en la sexualidad de Pedro Páramo; unas, como amantes; otras, como esposas. En Macondo, la sexualidad alcanza límites fantásticos: El vientre insaciable de Rebeca apacigua a José Arcadio (segunda generación), entre aullidos de placer; la joven mulata que es vendida por su abuela a 70 hombres todas las noches, durante diez años; el apetito desbordado -y el solo aroma del sexo- de Petra Cotes mantiene a Aureliano Segundo en un dilema permanente, entre el concubinato y el matrimonio. Semejanza compartida en su E destino, pese al amor-sustento inicial, Comala y Macondo terminan siendo rencor y soledad. En Comala, el rencor deslavado por la soledad no le alcanza a Abundio el arriero ni para emocionarse cuando le confiesa a Juan Preciado que él también es hijo de Pedro Páramo. A su vez, el rencor de Juan Preciado le viene de su madre: “El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”. Y ese resentimiento es el camino a su propia soledad, que se ahonda desde que dirige sus pasos hacia Comala. En Macondo, el rencor de Aureliano Buendía hacia la vida y hacia el mal gobierno, es el camino que lo conduce a una soledad que lo acompañará hasta el resto de sus días: “Uno no se muere cuando debe, sino cuando puede”. Por su parte, el de Amaranta es un rencor que florece en la soledad, capaz de frustrar el casamiento de Rebeca con Pietro Crespi, para después orillarlo al suicidio. Pueblos de fantasmas, morir en Comala y Macondo es un accidente existencial: Ninguno de los aparecidos en “Pedro Páramo” y en “Cien Años de Soledad” se queja de su situación; más bien, parecen disfrutarlo: Abundio, el arriero que acompaña a Juan Preciado rumbo a Comala, quedó sordo cuando “le tronó muy cerca de la cabeza uno de esos cohetones…” y, en cambio, como muerto escucha perfectamente lo que le dice Juan Preciado. Melquíades, el gitano que visita Macondo cada mes de marzo, llevando noticias y objetos de diversas partes del mundo, muere en Singapur tras una epidemia pero regresa a vivir a Macondo, con la familia Buendía, porque “no pudo soportar la soledad” de la muerte. Tanto Comala como Macondo son pueblos que no trascienden más allá del tiempo de sus novelas, cerrados a la temporalidad como consecuencia de la ruptura de un orden natural: En Comala, el orden se rompe por la decisión de Pedro Páramo de cobrarse en el pueblo la afrenta del desamor de Susana San Juan. En Macondo, el orden se rompe como resultado de la relación incestuosa de los Buen- E día. En ambos casos, esa ruptura trae como consecuencia la desaparición de los pueblos. En Comala, la desaparición inicia un penar (el del otro Comala y sus ánimas). En Macondo, la desaparición termina un penar (el de los Buendía y sus culpas). POR EMILIA RANGEL implacable y la vista se enturbia de recordarte. En las tardes, mientras se nublan los otoños y comparto la acera con desconocidos que apenas me miran, cuando las hojas de los árboles me regresan a los LA AUSENCIA POR LILIANA SALOMÓN MERAZ icen que la distancia se cuenta por años pero yo la he contado por la falta de los latidos de tu corazón; por la ausencia de tus oraciones; por la angustia de recordarte y saber que desde hace casi 16 veranos nos dejaste huérfanos. Tu recuerdo me sigue en el día, cuando el Sol asoma en la distancia; a media mañana, cuando las hojas de los árboles se mecen con el vaivén del viento; por las tardes, cuando la quietud aniquila las esperanzas, y por las noches, cuando las estrellas tintinean en la cúpula celeste y los sueños se convierten en nostalgias. Tus brazos, como cuna que abrigaba esperanzas, me arroparon cuando recién nací. Lo sé, porque aunque no broté de ti, sí soy parte tuya. Nunca te lo dije pero siempre te tuve en un lugar especial de mi corazón… y te sigo teniendo. En ese cofre escondido donde nadie puede ocupar tu lugar. Aún recuerdo cuando en mis primeros años juntas rezábamos algunas plegarias a la sombra de un frondoso durazno; cuando en el mes de mayo te acompañaba a la iglesia a ofrecerle flores a la Virgen María; cuando tomada de tu mano, iba rumbo a preescolar y horas después, regresabas por mí para llevarme de nuevo a casa. Tu sola presencia era sinónimo de seguridad. Dicen que el olvido es la muerte, pero yo te puedo asegurar que para mí no has muerto. Con sólo cerrar mis ojos veo tu figura en aquel desaparecido jardín cubierto de rosas de castilla, cornetines, dalias color violeta, fragantes geranios, un enorme durazno que año con año nos compartía sus frutos y en el centro, la noria empedrada que manaba agua de sus entrañas. Y aunque el tiempo ha pasado, aun y cuando ya no viva cerca de la vieja casona donde compartimos tantos momentos mágicos; aun y cuando ese cielo que nos cobijaba haya quedado un tanto retirado; aun y cuando el viento que movía mi cabellera de niña no sea el mismo, tu presencia sí lo es. D DE NOCHE n la alborada, en las calles mudas de tempestades y después de tormentas que no pueden nombrarse, en las mañanas agitadas de asfalto y de ruidos de claxon, de humo y tabaco. Al medio día, cuando el Sol es POR ISAAC MEJÍA inolvidables días. Pero sobre todo de noche, en la penumbra ilimitada de la ciudad casi muda. Es ahí cuando me da por pensarte, acudo una y otra vez a tu recuerdo etéreo y magnífico, a tu andar desgarbado y tu mirada soñolienta. Es sobre todo por las noches cuando busco tu estrella, cuando me da por querer escuchar tu voz y desear que me abrazaras de nuevo como frente a mi casa… aquella vez.