El liberalismo no es la solución a la crisis ideológica de las izquierdas

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El liberalismo no es la solución a la crisis ideológica de las izquierdas1
Antonio Antón
Profesor Honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
20 de julio de 2012
Es importante el debate sobre la crisis ideológica de las izquierdas, la forma de
abordarla y los elementos para elaborar un pensamiento social crítico. En los últimos
meses, en diferentes medios se ha ido analizando el declive de la socialdemocracia
española y europea, el agotamiento de la llamada tercera vía, así como sus dificultades
para desarrollar un discurso y una política económica y social diferenciada de las
derechas hegemónicas y conseguir los suficientes apoyos sociales para un proyecto
transformador progresista.
Aquí, explico mi posición a partir de la valoración del artículo de M. A.
Quintanilla El pensamiento científico y la ideología de izquierdas, publicado en Página
Abierta (nº 218, enero-febrero de 2012) y www.pensamientocrítico.org (marzo de
2012)2. Corresponde a su conferencia en las últimas jornadas de Pensamiento Crítico,
en diciembre pasado, de fuerte densidad ideológica. Ese texto trata,
fundamentalmente, los dos aspectos señalados en su título y su relación, aunque
conviene separarlos para su análisis. El primero es sobre El pensamiento científico; es
el principal y más amplio, está bien fundamentado y es una defensa oportuna de la
conveniente actitud científica frente al irracionalismo. Estoy bastante de acuerdo con
su enfoque y, solamente, señalo la conveniencia de reafirmarlo y extender ese espíritu
científico al ámbito, más complejo y necesario, de las ciencias sociales. El segundo
aspecto que trata el autor es La ideología de izquierdas; en el conjunto del texto ocupa
un espacio menor y está menos desarrollado y fundamentado. Pero aborda cuestiones
básicas de teoría social relacionadas con los discursos de las izquierdas, y es en este
plano donde se deslizan ideas problemáticas. Este segundo componente es un tema
candente, y nos centraremos, sobre todo, en su evaluación.
En el artículo citado nos encontramos con un discurso doble. Por un lado, la
importancia de la ciencia frente a las tendencias irracionales y la defensa del rigor y la
objetividad como actitud a fortalecer; en el texto se aplica de forma consecuente al
propio campo del pensamiento científico, particularmente de las ciencias naturales.
Por otro lado, unas ideas sobre la economía, la gestión política y la transformación
social, algunas de ellas dudosas o sin adecuada fundamentación.
Así, estas notas tienen tres partes: la importancia del pensamiento científico;
algunas precisiones sobre la ideología de las izquierdas, y las insuficiencias del
liberalismo como respuesta a la crisis ideológica de las izquierdas junto con la
necesidad de elaborar una teoría social crítica. Vayamos por partes.
1
Texto reelaborado de unas notas escritas para el debate de este tema, en abril de 2012.
Una aproximación más general al debate sobre ideas de la izquierda y las relaciones entre
mercado, Estado y sociedad, la realizo en el libro Reestructuración del Estado de bienestar (2009). Y una
crítica a la llamada tercera vía en el artículo Otra forma de pensar, otra forma de escribir: Realidad social
y Sociología (www.pensamientocrítico.org, noviembre de 2010).
2
1
1. Importancia del pensamiento científico, particularmente en ciencias
sociales
El resumen expuesto en ese texto sobre los principios y valores para una
‘política científica de izquierdas’ resulta particularmente interesante y adecuado;
expone una base fundamental para el desarrollo de la ciencia. Igualmente, es acertado
su análisis de la problemática de la ciencia, derivada de su mercantilización. Así, es
saludable su percepción: “Otra claudicación que está asumiendo la izquierda ante la
visión neoliberal de la ciencia es la idea de la mercantilización de la ciencia. Esto es
muy grave”. Es una clara crítica a la gestión socialista en este campo, más significativa
aún al venir de una persona con altas responsabilidades anteriores en el Ministerio de
Educación, en el primer gobierno socialista de Zapatero. En ese sentido, tal como
expone, es fundamental la “autonomía de la ciencia” frente a su dependencia de “las
manos del capital”.
También, como dice, es necesario recuperar el ethos de la ciencia para que se
inspire en una “serie de principios morales que podían tener un valor universal”
(citando a Merton, funcionalista heterodoxo). No obstante, en este caso, matizaría su
expresión la ideología de la izquierda… es incompatible con el pensamiento científico y
con la mejor tradición del pensamiento racional. ¿Sólo los grandes dogmas?, ¿cuáles?;
¿el resto de la teoría no?, ¿o hay que rechazarla toda por no científica? Esa supuesta
incompatibilidad del pensamiento social –ideas, interpretaciones- con la ciencia, o la
validez exclusiva de la ciencia, podría llevar al reduccionismo cientifista o positivista de
sólo considerar racional a la ciencia, y despreciar el resto de la subjetividad (como falsa
conciencia o irracionalismo). Lo formulo mejor desde la ética. El ser humano (la
sociedad, los grupos sociales) necesita de la ciencia pero también de la ética (y el
pensamiento social); las personas convivimos con esa doble dimensión en conflicto y
con equilibrios diversos. La ciencia no resuelve todo, particularmente, los fines y
proyectos normativos, y la ética tiene también un soporte racional. Se dice,
acertadamente, que la ciencia debe tener unos principios morales; la vida, el
pensamiento y la acción social, también. Se puede decir “o haces ciencia… o ideología
(o ética)”, ante un hecho concreto. Pero solemos hacer, parcialmente, las dos cosas. Es
difícil la existencia del científico y ‘sólo científico puro’, sin intereses, necesidades,
demandas y aspiraciones. En la identidad individual y colectiva es fundamental ese
componente ético, y más para un activista social. Combinamos (es un deseo) el rigor
científico, en el análisis y la explicación de los hechos, con el compromiso ético
transformador. Lo segundo no se deriva automáticamente de lo primero, pero no es
irracional (por no ser ‘científico’), es un gran valor humano.
La segunda matización tiene que ver con el estatus de las ciencias sociales. El
texto parte, sobre todo, de las ciencias ‘naturales’, básicas para la producción y la
tecnología. En el análisis y la gestión de la sociedad, esa problemática de la
mercantilización de la ciencia y su dependencia del poder económico, incluso es
todavía más grave y con peores efectos para su calidad científica y sus prioridades; así,
es pertinente su frase: “al capital le interesa la ciencia académica siempre y cuando la
pueda controlar”. En las ciencias sociales el control es más férreo, si cabe, aunque su
periferia científica, la economía o la sociología críticas, puede ser más autónoma,
2
aunque minoritaria, por ser menos dependiente financieramente. La idea de “poder
actuar libremente como científicos”, aplicada al conjunto de economistas o sociólogos,
es positiva e igual de complicada, o más, que si se trata de científicos ‘naturales’.
Particularmente, la mayoría de la llamada ciencia económica dominante es muy
dependiente de los grandes poderes económicos, financieros e institucionales. Aunque
se revista de ‘cientifismo’ (una moda positivista son las matemáticas –o la contabilidad
y la estadística-), sus fundamentos, resultados y teorías, tienen una gran dosis de
irracionalidad e idealismo y representan intereses de la parte más poderosa. Uno de
los problemas más complejos, sobre los que luego vuelvo, es el carácter del mercado y
el Estado y su relación.
En definitiva, estoy de acuerdo con la posición de fondo del texto sobre la
dificultad para mantener el rigor (principios, valores y procedimientos) de la ciencia y
evitar su subordinación al poder, neoliberal o liberal, así como en la necesidad de
defender su autonomía y su papel. Aunque sea difícil la ‘neutralidad de la (llamada)
ciencia’, especialmente, en las ciencias sociales, hay que reafirmarse en el valor de la
ciencia (auténtica) y desenmascarar la pseudo-ciencia (y el irracionalismo). Después es
cuando viene la complejidad de su relación con el comportamiento social y los
intereses materiales de la gente, así como con la psicología, la ética y las teorías
sociales, más o menos científicas y/o utópicas.
2. La ideología de izquierdas: algunas precisiones
No entro a valorar el conjunto del pensamiento del autor a lo largo de su vida,
sino su posición explícita en este texto, reciente, suficientemente explicada, con
respecto a cuestiones sobre la ideología de izquierdas, aspecto central de estas notas.
En primer lugar, comento diversas ideas parciales significativas, algunas acertadas y
otras a matizar.
a) Hay que revisar el proyecto de la izquierda. Pero, ¿en qué sentido?
Es necesaria una profunda revisión del proyecto de las izquierdas. Estoy de
acuerdo con el texto3 (transcribo citas literales, a pié de página y en cursiva, para
facilitar la información y la interpretación). La cuestión es con qué orientación se revisa
y hacia dónde, como luego se verá. De entrada, es imprescindible el impulso de un
pensamiento social y crítico en pugna con las derechas.
b) ¿”Gestionar del sistema” es lo único posible que podía hacer la izquierda
europea?4
3
La izquierda ha ido perdiendo hegemonía política y sobre todo cultural... El proyecto mismo
tradicional de la izquierda, tal como lo hemos vivido a lo largo del siglo XX, había que revisarlo.
4
Lo que está haciendo, en general, la izquierda europea desde hace veinte o treinta años, o
más, es, digamos, gestionar el sistema. Gestionar el sistema de la forma más eficiente posible y
procurando, también en la medida de lo posible, compensar las desigualdades mediante acciones
políticas; pero realmente no estamos llevando a cabo una política alternativa, estamos siguiendo lo que
se supone que son los “dictados del sistema”.
3
Se puede definir así lo que ha hecho la izquierda (política mayoritaria) en las
tres últimas décadas: “gestionar el sistema”, seguir “los dictados del sistema”, sin
“política alternativa”. Parece que la ironía de Quintanilla al utilizar esas expresiones es
crítica, pero luego el texto justifica esa posición y embellece lo realmente practicado,
justificándolo desde el posibilismo. No está claro que esa izquierda lo haya realizado de
la “forma más eficiente posible” o “en la medida de lo posible, compensar las
desigualdades” (las negritas son mías). El autor introduce esa condición de
‘posibilidad’, y entramos en una discusión epistemológica, ética y política. Legitima una
gestión política y económica describiéndola como la posible, sin alternativa o no
realizable en el corto plazo, descartando otra posición más o menos crítica y con
capacidad transformadora. Sin embargo, conviene diferenciar lo ‘posible’, a partir del
equilibrio inmediato de las relaciones de poder, de lo ‘justo’ y ‘susceptible de apoyo en
sectores significativos de la sociedad para promover su transformación’ y, en
consecuencia, realista en sus implicaciones para el cambio social. Es decir, falta por
explicar por qué esa izquierda institucional abandona sus políticas ‘reformadoras’ de
izquierda y se dedica a gestionar los ‘dictados del sistema’ y, sobre todo, es necesario
no encubrir lo problemático de ese giro y defenderlo o justificarlo como ‘lo posible’ sin
más juicios éticos.
Esa gestión institucional de la socialdemocracia ‘ha suavizado’ levemente la
desigualdad, cosa positiva. No obstante, por un lado, esa política, con esa fórmula de
intención tan suave (‘procurando, en la medida de lo posible, compensar las
desigualdades’) no ha sido específica de esa izquierda; es común con otras corrientes
de centro-derecha (demócrata-cristianas o de liberalismo social), que también han
participado en la construcción del llamado modelo social europeo. Por otro lado, el
texto justifica la gestión socialista de las tres últimas décadas. Sin embargo, si hacemos
referencia a nuestra historia, tenemos unos hechos más lejanos con actuaciones
gubernamentales ‘antisociales’, por mucho que los responsables socialistas lo
intentaban disfrazar de ‘posibilismo’: el gobierno socialista de Felipe González
desarrolló la reconversión industrial (1982-85), el recorte de las pensiones (1985) y de
las prestaciones de desempleo (1992), reformas laborales regresivas (1984 y 1994), así
como, entre otras cosas poco progresistas, el ingreso en la OTAN; también adoptó
otras decisiones más ambivalentes (educación) o positivas (sanidad). Y, desde esa
gestión socialista, otras medidas más cercanas: la política de ajuste y austeridad del
Gobierno de Zapatero desde 2010 y sus reformas laborales posteriores. Por tanto, esas
actuaciones regresivas de la gestión del aparato socialista no pueden justificarse ahora
por razones posibilistas, menospreciando los fundamentos de la oposición y la
deslegitimación que amplios sectores de la izquierda social y sectores progresistas han
realizado contra ellas en este país.
La izquierda socialdemócrata europea, en general, se ha ido deslizando,
particularmente desde mitad de los años noventa, a la llamada Tercera Vía (Blair) o
Nuevo Centro (Schröeder), es decir, hacia su colaboración en el proceso de
desregulación de los mercados financieros y el debilitamiento del Estado de bienestar
y los derechos socioeconómicos y laborales, según las exigencias de la globalización
neoliberal. ¿Eso era lo único posible? Su responsabilidad en la actual crisis económica,
su fracaso de gestión y la desafección de parte de la ciudadanía europea han sido
4
claros. Su giro hacia el centro, hacia el liberalismo económico, es una de las causas de
la actual ‘crisis de la socialdemocracia europea’.
c) El mercado tiene graves ‘fallos’ a corregir
Aquí viene uno de los meollos de la cuestión. De acuerdo con el texto no se
puede ser fundamentalista del Estado; es verdad que el mercado en determinados
ámbitos ha demostrado ser la técnica más eficiente5. El tema a debatir es que el
mercado, en ámbitos y aspectos cruciales, también ha sido ineficiente y, sobre todo,
injusto. Y la asunción del mercado que propone el texto no valora ni se distancia
adecuadamente de ese componente negativo, ni refuerza el aspecto principal de
defensa de lo público: un sector público potente y eficaz, unos servicios públicos de
calidad y una intervención o regulación pública de la actividad económica privada.
Expongo mi punto de vista. El asunto no es, fundamentalmente, técnico, sino
político y ético: Qué medios, económicos y productivos, son mejores para conseguir el
fin, bienestar de la sociedad, bien común, sostenibilidad… La economía, el mercado,
debe subordinarse a la sociedad, a la política democrática y a la regulación
institucional. El mercado ha demostrado las dos cosas: que funciona y que no funciona,
es decir, que tiene graves ‘fallos’. No podemos dejar que sus leyes, la prioridad al
beneficio privado, se impongan a la sociedad. Nos centramos en el actual tipo de
mercado, en el marco capitalista y dominado por el capital financiero. Dejamos aparte
el mercado en general, en ámbitos menores –consumo…- o bajo otros regímenes o
procesos históricos. Pues bien, la actual crisis económica y social, viene derivada de
esos ‘fallos’ de los mercados financieros desregulados y desbocados, es decir, que han
seguido sus propias ‘leyes’ de la prioridad por los intereses (egoísmo) de unos pocos, a
costa de la mayoría social. No ha sido una buena forma de gestionar la economía, ni la
más eficiente, y menos para el conjunto de la política y la sociedad y la sostenibilidad
del planeta. El desastre y la incertidumbre para las capas populares, e incluso medias,
es evidente.
El estatalismo soviético se hundió con el estancamiento económico y la
burocratización, con unas nuevas élites poderosas y corruptas, e hizo crack. No
representa una alternativa y menos un ideal. Tienen fundamento las críticas del autor.
Pero tenemos otra corriente fructífera en el siglo XX, fundamental para la
izquierda europea y el liberalismo social keynesiano, con dos ejes: 1) la ‘regulación’ del
mercado por parte del Estado, la sociedad y la política; 2) la ‘redistribución’ y la
‘protección social pública’. Se trata del pacto keynesiano con hegemonía de las
derechas, en el modelo anglosajón y el centroeuropeo, partidarias sobre todo de lo
primero y poco de lo segundo, y la participación de las izquierdas, con mayor énfasis
en lo segundo. Ese tipo de economía mixta y Estado de bienestar se resquebrajó con la
crisis de los años setenta y ha sido un blanco a destruir o recortar por el tipo de
5
Renunciar a la capacidad de gestión eficiente de la interacción social que en determinados
ámbitos tiene la dinámica de mercado es un error de la izquierda… Si el mercado es una técnica de
interacción y funciona, debemos asumirla… Estamos asumiendo, acríticamente, que el mercado no nos
sirve, y yo creo que eso es un error.
5
globalización neoliberal y la ofensiva conservadora y liberal. No obstante, todavía
existe esa realidad institucional y esos derechos, en proceso de reestructuración
regresiva, desregulación y privatización, y, especialmente, persisten en la cultura
popular y ciudadana. Esa tradición, desconsiderada por Quintanilla aquí y por la familia
socialista europea desde los años ochenta por poco posibilista, y convenientemente
renovada, puede ser fructífera para definir los nuevos proyectos transformadores:
revalorización de la sociedad, la participación democrática, la política y la ética, frente
a los ‘mercados’ financieros y las élites poderosas y privilegiadas.
Hoy, la perspectiva política y teórica fundamental, en esa materia, desde un
enfoque social y crítico, debería ser la crítica y superación de esos fallos del mercado,
el rechazo a los planes de ajuste y austeridad y los recortes sociales, así como la
defensa de lo público y su función regulatoria. El texto expone las dos opciones
extremas (estatalismo y mercado), critica acertadamente la primera pero no cuestiona
la segunda y apuesta por su asunción sin las correspondientes precauciones. No se
señalan las deficiencias sustantivas de los ‘mercados’ (financieros y otros) y de esta
globalización neoliberal, con la desregulación económica y la privatización de servicios
públicos. Al no resaltar los fallos de los mercados, la consecuencia es su
embellecimiento, cosa más grave en el actual contexto, donde hay que poner el acento
en la exigencia de responsabilidades a sus gestores económicos e institucionales, en su
regulación y en las garantías democráticas y de bienestar para la sociedad. Aunque
señala oportunamente algunos errores de cierta izquierda, como su excesivo
estatalismo, no se distancia suficientemente del dogma liberal de la prioridad del
mercado, y no considera la tradición socialdemócrata intervencionista y reformadora.
En definitiva, infravalora la crítica a los fallos de los mercados, no cuestiona la gestión
antisocial de la política económica liberal dominante y su discurso no permite avanzar
a la izquierda en una alternativa realista y justa a la crisis económica.
d) El valor fundamental de la izquierda es la igualdad (y la solidaridad), junto
con la defensa de lo público
Comparto las dos ideas del texto (el valor de la cooperación y la importancia de
lo público)6 con las siguientes matizaciones. Junto con la cooperación (mejor la versión
fuerte de la solidaridad), el valor fundamental de la izquierda es la igualdad. Con
respecto a la segunda idea, existen distintos niveles y los sectores más liberales o
centristas de la socialdemocracia son los que se han dejado llevar más por esa
tendencia de desprestigio de lo público. Tras esta aproximación el autor se interroga el
porqué. Y contesta: por los errores políticos y doctrinales de la izquierda y la ofensiva
ideológica conservadora, tratados a continuación.
e) Errores políticos y doctrinales de la izquierda y cómo afrontar la “ofensiva
neoliberal”
6
En la tradición del pensamiento de izquierdas el valor fundamental no es la competitividad, el
valor fundamental es la cooperación… Hemos llegado a aceptar que todo lo que venga de la sociedad
civil es bueno y todo lo que venga del estado es malo e ineficiente. Igual que el desprestigio de lo público
frente al supuesto prestigio de lo privado.
6
De acuerdo en la crítica de Quintanilla a los errores de la izquierda7,
particularmente a las tendencias autoritarias y anti-pluralistas. El error ha sido más de
unos que de otros y más en unos momentos históricos que en otros en que distintas
corrientes de izquierdas han tenido comportamientos burocráticos y autoritarios, así
como errores doctrinales izquierdistas o antidemocráticos. En todo caso, también
habría que recordar la acción igualitaria y liberadora de las izquierdas, parte de ella de
inspiración marxista, en los dos últimos siglos.
Igualmente, se debería hacer una valoración equilibrada de la historia del
liberalismo. Así, junto con elementos positivos y comunes con esa tradición,
especialmente respecto de la relevancia de las libertades públicas, el liberalismo
político y el estado de derecho, existen otros aspectos negativos o antisociales,
particularmente, en el liberalismo económico, con su prioridad del beneficio privado y
la propiedad, el dominio y los privilegios de las élites poderosas. Las personas tenemos
actitudes muy diversas en distintas esferas. Pero la gente de izquierdas y progresista
existe y, en general, sigue siendo mejor, en su actitud igualitaria, que la población de
centro-derecha y conservadora, por mucho que personas y grupos del primer tipo sean
mucho peores en muchos aspectos que gente identificada con el segundo.
Comparto también su crítica a los errores doctrinales del pensamiento
socialista, al determinismo marxista (y hegeliano), así como en recoger ideas
interesantes (‘fructíferas’) de otras tradiciones más o menos ilustradas o liberales (y
socialistas), incluido elementos del positivismo: hay que basarse en los hechos
(Durkheim)8. Otra cosa es el excesivo énfasis en el positivismo o la desconsideración de
la importancia y la complejidad de la ‘interpretación’ o el ‘análisis del discurso’,
relacionado con la tradición weberiana con influencias hegelianas y marxistas.
La izquierda sí es víctima de una ‘ofensiva ideológica conservadora’, pero
también de una ofensiva ideológica ‘liberal’. La cuestión es ¿cómo y de dónde renovar
–o superar- la ideología de izquierdas –o elaborar otro pensamiento crítico-? La
diferenciación que propone el texto, aparte del marxismo, es con el pensamiento
neoliberal o conservador. Es clara su oposición a esas dos corrientes extremas, pero su
respuesta es recoger la vía intermedia, la tradición liberal (y el socialismo utópico); su
apuesta es hacerla nuestra, de la izquierda, y disputársela a la derecha neoliberal y
conservadora. Encaja con la idea de la tercera (o nueva) vía de ocupar el ‘centro’
político e ideológico, de carácter liberal, minusvalorando incluso la tradición socialista
reformadora y democrática, a la que sus partidarios estigmatizan como obsoleta o
radical.
7
La izquierda ha cometido errores políticos. Y uno importante, de entrada, es el no asumir la
necesidad de una autocrítica pura y dura, sin paliativos. Ya es hora de que la izquierda, en su totalidad,
diga de una vez por todas que fue un error la condescendencia del pensamiento de izquierdas con
algunos totalitarismos del siglo XX. Fue un error y lo estamos pagando.
8
Ha habido errores doctrinales en el pensamiento socialista, sobre todo, de inspiración
marxista… inspirado en una filosofía hegeliana de la historia… que nos impidió aprovechar otras
tradiciones doctrinales más fructíferas, dentro de la filosofía, como es toda la tradición del racionalismo
y el positivismo… tampoco podemos mantener el menosprecio por la tradición liberal y el socialismo
utópico... La izquierda, el socialismo, ha sido víctima de una ofensiva ideológica conservadora...
Nosotros nos hemos rendido a la ofensiva neoliberal.
7
Así, el autor defiende la cooperación y critica el desprestigio de lo público que
achaca, por un lado, a los propios errores estatalistas y marxistas de la izquierda y, por
otro lado, a la ofensiva ideológica conservadora, que se aprovecha de lo anterior.
Reconoce los valores morales solidarios del socialismo utópico, pero su respuesta es
insatisfactoria al acogerse a la tradición liberal. Aquí se trataba de la posición general
de defensa de lo público. Del liberalismo (político) se pueden recoger muchos aspectos
positivos, particularmente su defensa de los derechos civiles y democráticos. No se
trata de menospreciarlo. También las izquierdas han realizado grandes aportaciones a
las libertades individuales y colectivas y la lucha democrática. Pero, tratándose
precisamente de la solidaridad y el prestigio y la consolidación de lo público,
componentes centrales para una economía justa y la igualdad social, su opción por esa
tradición liberal es poco adecuada. Dicho de otro modo, ante los fallos del mercado y
su prioridad por el beneficio privado y el interés individual, es insuficiente el hincapié
en las libertades; junto con la democracia política es imprescindible poner el acento en
la igualdad y la solidaridad, en los derechos sociales y económicos, aspecto clave en la
tradición de la izquierda. Su diagnóstico lúcido y autocrítico (nos hemos rendido al
neoliberalismo) se topa con una alternativa problemática o, al menos, insuficiente: el
liberalismo no resuelve la desigualdad social derivada de la prioridad a lo privado, y el
liberalismo social de la tercera vía, en particular, sólo la palia levemente… utilizando las
instituciones públicas en condiciones favorables.
Pero, como se ha señalado, en gran parte de la sociedad, la izquierda social o
progresista, todavía persiste un substrato cultural de ‘izquierdas’: justicia social,
igualdad, redistribución, protección social, importancia de lo público, derechos
sociolaborales… Así, ese giro liberal de la socialdemocracia le genera a esta una brecha
o una desafección de sectores significativos de la izquierda social, aún cuando
permanece cierta orfandad representativa. La opción política del aparato socialista
sigue siendo ocupar el centro y menospreciar o instrumentalizar esa ‘cultura de
izquierdas’. Su distanciamiento con la conciencia social lo intenta cubrir con la
socialización (comunicación) de su nuevo discurso centrista entre esa base popular,
para reducirla y asentar la cultura liberal, creyendo que tendrá réditos electorales por
el centro, cosa que la realidad europea y española ha demostrado irreal. Esa
alternativa pretende ser posibilista, por sus equilibrios con los grandes poderes. Su
problema es que han incorporado esa tradición liberal, no se han apoyado de forma
realista en los sectores sociales progresistas y de izquierda, en sus intereses y su
cultura, han perdido legitimidad ciudadana y tampoco han recuperado electorado
centrista.
f) Una igualdad de oportunidades ‘fuerte’
Hablando, sobre todo, de educación, mejorar el “promedio” es una idea justa
frente a la de “excelencia” y “competitividad”9. No obstante, se quedan cortas,
digamos en un leve reformismo compatible con el liberalismo social, otras expresiones:
9
El objetivo principal de las políticas socialistas… es mejorar el promedio y suavizar la
desigualdad en la distribución de los bienes sociales. Esto es de izquierdas… conseguir que todo el mundo
tenga las mismas oportunidades de mejorar su formación hasta el nivel al que dé su capacidad
intelectual, el máximo, pero para todo el mundo. Esas son las políticas de izquierda.
8
“suavizar” la desigualdad, es muy poco; “mismas oportunidades” para (el acceso) la
formación, se queda también en la formulación liberal de la igualdad de
oportunidades. En la versión socialdemócrata clásica, la igualdad de oportunidades
supone remover los obstáculos previos, del punto de partida y los condicionantes en el
desarrollo posterior, para garantizar esa igualdad, aceptando la meritocracia
individual. En situaciones de discriminación y desigualdad, socioeconómica o de otro
tipo, es insuficiente la simple ‘igualdad de trato’; es preciso introducir políticas
igualitarias reales y consistentes para conseguir resultados y objetivos igualitarios,
incluida la acción positiva. Estas sí son políticas de izquierda, y aportan su carácter
específico frente al liberalismo o el simple formalismo.
3. Insuficiencias del liberalismo, necesidad de una teoría social crítica
En segundo lugar, valoro las ideas dominantes en la socialdemocracia en su giro
hacia la tercera vía y la vinculación de esa parte ideológica del texto de Quintanilla con
ellas. Establece tres grandes corrientes de pensamiento: Liberalismo, pensamiento
neoliberal (conservador) y marxismo (hegeliano). Diferencia los dos primeros, para
rescatar lo positivo del liberalismo, y desecha el tercero. Pero, el neoliberalismo sí
tiene en común con el liberalismo sus fundamentos económicos y su ‘racionalidad’ o
ética económica (Smith): Prioridad, dentro de las libertades civiles, a la libertad
económica o de empresa como garantía de obtención de beneficios mediante la
explotación de la fuerza de trabajo y la naturaleza, y dentro de los derechos civiles, al
derecho a la ‘propiedad privada’. El fundamento ético, liberal y neoliberal, es el interés
propio, el egoísmo o beneficio privado -los vicios-, que ‘crearían’ la prosperidad
pública, el crecimiento económico y de la riqueza.
Desde luego, hay que diferenciar el liberalismo económico, aspecto principal de
esta crítica, del ‘liberalismo político’ y el ‘liberalismo social’. Ya se ha dicho que Keynes
también fue un liberal que, a la vista de la gran Depresión de los años 30, no confiaba
ciegamente en el mercado, en el liberalismo económico, y apostó por su regulación
pública, es decir, se convirtió en un keynesiano, un liberal ‘intervencionista’.
Igualmente, en la construcción del Estado de bienestar europeo participó la derecha
liberal y cristiana, que lo hegemonizó en los países centrales. En términos históricos y
políticos (siglos XVIII y XIX), los grupos liberales fueron progresistas y reformadores
respecto del absolutismo, los conservadores y el Antiguo régimen. No obstante,
fueron construyendo (finales del XIX y el XX –sobre todo su final-) su hegemonía
económica y política, pactando con el conservadurismo, y desarrollando, por un lado,
el imperialismo, la colonización y la explotación, y por otro lado, el freno a las
demandas populares y la contención de las izquierdas.
Es decir, el liberalismo está lleno de ambivalencias: es progresista respecto del
conservadurismo y el autoritarismo, y ha realizado importantes aportaciones a la
libertad y el Estado de derecho; es reaccionario frente a las demandas populares de
justicia social y democracia avanzada. También ha conseguido éxitos económicos,
respecto del crecimiento económico y de la riqueza, particularmente en el ‘Norte’. No
obstante, si hay que hacer revisión política y doctrinal del liberalismo, deberíamos
partir de esa doble tradición, progresista y reaccionaria. Podemos rescatar algunas
luces ilustradas en relación con su oposición a la reacción conservadora y los fascismos
9
y su defensa de la democracia. Pero, además de su problemática gestión económica,
tiene también muchas sombras sociopolíticas; incluso, algunas élites liberales también
tienen millones de muertos a sus espaldas (I Guerra Mundial, guerras coloniales…) –
por cierto, a veces, con el apoyo de la mayoría de los aparatos socialdemócratas
europeos-.
En ese sentido, tienen más valor positivo y democrático los componentes
progresistas, políticos y sociales, del liberalismo (libertades civiles y políticas,
democracia, cohesión social…), que sus fundamentos económicos: libertad del
mercado o la propiedad privada, beneficio privado, explotación…
Por tanto, el autor pone en un extremo el marxismo (hegeliano) y en el otro el
neoliberalismo (conservador) y apuesta por la vía intermedia del liberalismo, sin
valorar los puntos comunes o la rendición ideológica de este con la denostada ofensiva
neoliberal. Por su parte, la tradición a recoger es, fundamentalmente, el liberalismo
económico, algo suavizado.
Con ello, volvemos a la tercera vía (Blair) o el nuevo centro (Schröeder), como
‘superación’ de la izquierda y la socialdemocracia clásica y al eje mercados / Estado. En
este caso el autor no valora adecuadamente la posición realmente intermedia,
fundamental en las décadas ‘gloriosas’ anteriores: regulación y redistribución pública,
prioridad de la política y la sociedad a través del Estado democrático y la participación
cívica, defensa de la ciudadanía social. Esa es, precisamente, la tradición más
interesante hoy. Hunde sus raíces en el liberalismo intervencionista o regulador, el
keynesianismo, el más típico y dominante hasta los años setenta, y las izquierdas
reformadoras y redistributivas. Conlleva una crítica al sistema económico liberal que, a
la luz de la actual crisis económica y su gestión neoliberal dominante, necesita
renovación y refuerzo. Supuso una fuerte pugna y un pacto social progresista en torno
al modelo social europeo: reparto equitativo de la tarta y garantía de bienestar para la
población. La idea fundamental de la que parte esa tradición, con matices entre sus
dos corrientes, es la de los ‘fallos del mercado’, es decir, la de que los mercados
económicos y financieros dejados a su propia dinámica o su propia ley dejan de ser
eficientes para el interés general -no para el capital-. Por tanto, deben estar regulados
y subordinados al bienestar de la sociedad, a los intereses generales, el bien común o
fin ético, interpretados por la participación democrática de la sociedad y sus órganos
representativos. Es la reafirmación del papel de la política pública por encima de la
economía (privada) y los mercados.
Pero, ahora, normalmente, los pactos o políticas comunes de la
socialdemocracia con la derecha (Consejo Europeo, o el más reciente de la reforma
constitucional) salvan los privilegios de los poderosos y debilitan los derechos
socioeconómicos y laborales de la población, así como la calidad democrática de las
instituciones políticas.
El Estado es imprescindible para el desarrollo capitalista de los mercados, no
tanto su componente social; pero también es necesario para su regulación, la
redistribución y la cohesión social. Con ocasión de la crisis de los años setenta, la
ofensiva neoliberal se basaba, junto con el desarrollo tecnológico, en la globalización
de los mercados, sobre todo financieros. Se aplica la desregulación de las normas y
políticas de los Estados, que colaboran en esa preponderancia de la economía
desregulada y sus principales poderes y propietarios. Primero se abandona el
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‘intervencionismo’ liberal y luego el socialdemócrata. Dicho de otra forma, tiene éxito
la nueva hegemonía político-económica de los grandes poderes financieros y, sobre
todo, la hegemonía ideológica y cultural del liberalismo desregulador y privatizador. La
izquierda política dominante deja de ser socialdemócrata, en el sentido clásico,
transformadora, reguladora y redistributiva, y se convierte también al ‘liberalismo’
económico: desregulador de las instituciones públicas, con gestión ‘eficiente’ de la
economía y el mercado, que es lo ‘posible’ en ese contexto. Abandona la tradición de
izquierdas y, particularmente, los ejes de su política socioeconómica se convierten en
centristas o liberales.
La cuestión es que ese giro de los aparatos socialistas produce desajustes con
sus bases sociales, ya que persisten una importante izquierda ‘social’ y fuertes
resistencias en la población europea a esa involución social; se mantienen grandes
dosis de esa cultura democrática de justicia social, igualdad de oportunidades y
derechos sociolaborales y económicos. O sea, esa, a veces, mayoría social y ciudadana
no se convierte al liberalismo económico crudo, aunque sea con la retórica más
cuidada del liberalismo social o la tercera vía. Desde mitad de los años noventa,
cuando se presenta esa posición social-liberal como la refundación y la renovación de
la izquierda, en un marco de crecimiento económico, ya presenta sus límites e
insuficiencias. Pero es con la crisis socioeconómica de estos cuatro años cuando se
resquebraja en su doble vertiente: como opción ‘eficiente’ para los mercados y como
base de legitimidad mayoritaria entre la población.
La crisis socioeconómica pone en cuestión los discursos y las políticas
neoliberales de las últimas décadas, incluida su variante ‘centrista’. Pero el poder es el
poder y tiene capacidad de recomponer sus políticas de austeridad para la mayoría y
beneficios para la minoría. Tiene necesidades de legitimación, junto con el refuerzo del
autoritarismo y el control social, pero es menos dependiente que las izquierdas de las
ideas y proyectos en la sociedad. Los poderosos pueden ser menos ‘científicos’ y
utilizar la ‘construcción’ de retóricas con mentiras y engaños, machacando la idea de
que ‘no hay alternativas’, ya que tienen un gran poder institucional y mediático.
En definitiva, en los años ochenta, tras la crisis de la década anterior y la
globalización desregulada, entraron también en crisis la tradición keynesiana-liberal,
intervencionista, y la tradición socialdemócrata, redistributiva y reformadora; en los
años noventa, con la caída del muro de Berlín, se generalizó la crisis del marxismo y la
izquierda comunista, con su estatalismo; y con la actual crisis ha quedado en evidencia
la poca consistencia y autonomía del ‘nuevo’ proyecto de liberalismo social o tercera
vía y su dependencia del neoliberalismo: desregulador de los mercados, con gestión
política posibilista y sin transformación social o distributiva.
El texto de Quintanilla desecha el marxismo y desconsidera la tradición
socialdemócrata, el reformismo sustantivo y progresista. La opción que le queda es el
liberalismo económico, como gestión supuestamente eficiente de los mercados con
leves retoques (suavizar la desigualdad), muy lejanos a la utopía socialista y la tradición
transformadora, y, en este contexto de gestión antisocial de la crisis, también distante
incluso de los componentes más progresistas del liberalismo político, sensible a la
cohesión social y la democracia. No hay una valoración crítica de los puntos
vulnerables de ese liberalismo económico, sus elementos comunes y sus dependencias
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con el neoliberalismo conservador, su carácter injusto, su reciente fracaso político y
social.
La realidad es la ‘crisis de la socialdemocracia’, de la mayoría de los aparatos de
la izquierda política e institucional, sin un proyecto diferenciado y propio frente a la
oleada neoliberal o liberal, aun cuando en la sociedad todavía existe una amplia
cultura de izquierdas o unas referencias relevantes a ese auto-posicionamiento
ideológico, así como significativas resistencias ciudadanas. El fracaso es, sobre todo, de
esa élite política y académica, incapaz de representar esas tendencias sociales y
elaborar un nuevo proyecto ilusionante e igualitario e impulsar un proceso profundo
de transformación progresista.
Por mi parte, no hay problemas en recoger y disputar a la derecha parte de la
propia y común tradición ilustrada, principalmente, la política, los derechos
democráticos y libertades individuales y colectivas, así como muchas de sus
aportaciones, empezando por la ética kantiana de los derechos universales y
terminando con la auténtica ciencia universal. Sus ejes centrales –libertad, igualdad,
solidaridad- son comunes a las corrientes ‘liberadoras’ desde la revolución francesa, y
la izquierda es también deudora de ellos. Pero no hay que minusvalorar la experiencia
igualitaria y solidaria de la izquierda social, empezando por el socialismo utópico. Hay
que destacar la importante cultura de izquierdas de gran parte de la sociedad europea,
así como las necesidades y demandas de las capas desfavorecidas y discriminadas. Son
la palanca de la realidad sobre la que renovar e innovar los nuevos proyectos
transformadores y solidarios. Hay que someter a crítica y revisión el legado doctrinal
de todas las izquierdas (socialdemócratas, marxistas, anarquistas…), al igual que de las
diferentes corrientes más o menos ilustradas o liberales, para evitar una nueva
colonización dogmática.
El texto de Quintanilla ofrece un enfoque interesante sobre la ciencia. Es el
principal aspecto que trata, presenta diversas autocríticas, expone buenos criterios y
existe una diferenciación con la gestión socialista; en ese campo estoy de acuerdo. No
obstante, en este segundo aspecto, la ideología de la izquierda, secundario en su texto
pero suficientemente significativo, junto con algunas opiniones acertadas y críticas
justas, expone ideas similares a las dominantes en la socialdemocracia actual que
justifican su giro hacia el liberalismo económico y el posibilismo político y embellecen
la gestión de los gobiernos socialistas. Y es relevante para someterlo a debate; es el
sentido de estas notas críticas.
En conclusión, la solución a la crisis de la(s) ideología(s) de las izquierdas no
está en el liberalismo. Se pueden recoger algunas de sus aportaciones pero,
globalmente, es una salida falsa. Además, la confianza en ella debilita el imprescindible
esfuerzo de análisis riguroso y científico y el necesario pensamiento crítico para
avanzar en un pensamiento social propio y adecuado a los grandes retos del presente.
El relativo vacío existente debe resolverse con un esfuerzo intelectual y práctico y una
teoría social crítica que favorezca el análisis y la interpretación rigurosos, así como una
dinámica social emancipadora e igualitaria.
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