Dagoll Dagom - Biblioteca Virtual Universal

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Mar i cel
Xavier Bru de Sala
Dagoll Dagom
2003 - Reservados todos los derechos
Permitido el uso sin fines comerciales
Mar i cel
Xavier Bru de Sala
Dagoll Dagom
Barcelona
Dramaturgia y adaptación: Xavier Bru de Sala, Joan Lluís Bozzo, Anna Rosa Cisquella
y Miquel Periel.
Dirección: Joan Lluís Bozzo.
Escenografía y vestuario: Montse Amenós e Isidre Prunés.
Música y orquestación: Albert Guinovart.
Intérpretes: Juan Antonio Vergel, Carmen Cuesta, Daniel Ramos, Miquel Peralta,
Miquel Periel, Fulgenci Mestres, Carlos Gramaje, Joan Crosas, Isabel Soriano, Pep Cruz,
Óscar Mas, Eugeni Soler, Xavier Calderer, Joan Torres, Emili Ametller, Àngels Gonyalons,
Roser Batalla, María Rosas, Teresa de la Torre, Muntsa Rius.
Estreno: 11 de octubre de 1988, en el Teatro Victoria de Barcelona.
Espectáculo producido en colaboración con: La Generalitat de Cataluña, Caixa de
Cataluña, Diputación de Barcelona, INAEM, Catalunya 1000 Anys y Ayuntamiento de
Barcelona.
«Después de diez años de trabajo en una línea de creación de espectáculos en los cuales
la alegría y la diversión han constituido un constante elemento primordial, hemos querido
enfrentarnos -de acuerdo con una vieja aspiración nuestra- con el reto de llevar a cabo una
obra situada en otro de los caminos principales del teatro: el de los grandes sentimientos
dramáticos que siempre viven en el hombre, que hablan al espectador actual y lo
conmueven.
Buscábamos una historia con un drama individual que fuera espejo de un
drama colectivo, social; que definiera una manera de entender la realidad. Una historia que
tuviera la intensidad y la simplicidad necesarias para poder explicarla con el lenguaje del
teatro musical. Un tema que estuviera cerca de nosotros y que a la vez tuviera una
dimensión universal. Mar y cielo, de Ángel Guimerá, nos abrió las puertas hacia el trabajo
que presentamos. Mar y cielo contiene, efectivamente, los elementos básicos que la
convierten en un punto de partida inmejorable. Situada en el crepúsculo de un momento
histórico crucial que marcó la decadencia del Mediterráneo y sus pueblos, Mar y cielo se
desarrolla en el marco del enfrentamiento secular entre el imperio turco, a la cabeza de los
musulmanes, y el imperio español, a la cabeza de los cristianos. Enfrentamiento a muerte
por el dominio de un mar que la piratería volvía cada vez más inseguro. Enfrentamiento que
provocó la expulsión de los moriscos de la Península, decretada por Felipe III. Mar y cielo
es, pues, un espectáculo de lucha entre dos mundos, dos culturas irreconciliables; y es
también una bella historia de amor que la intransigencia convierte en trágica. Es una
historia de incomprensión situada en el siglo XVII que, por desgracia, cuenta con
innumerables paralelismos de intolerancia en el mundo en que vivimos. Nuestro reto ha
sido realizar un espectáculo a partir de Mar y cielo que, cien años después de su estreno,
sea capaz de emocionar a nuestros espectadores. Ahora ya estamos mar adentro». (Dagoll
Dagom. Del programa.)
«(...) Un producto de las características de Mar i cel es de los que se miden por las
sensaciones inmediatas que transmite o no, como es natural, por la capacidad discursiva o
de reflexión que pueda encerrar. Y si digo que en los resultados no cabe hablar de traición
es porque se ha dejado al margen la que eventual y previamente se haya podido cometer
con Ángel Guimerá, de quien la obra toma el título, los personajes principales y el esencial
argumento. Guimerá no existe en la lista de artistas y empleados y quizá no sea por un
simple olvido tipográfico. El texto de este Mar i cel es de Xavier Bru de Sala. La música y
la orquestación de Albert Guinovart y, por lo demás, es ya 'suficientemente' conocido que
Mar i cel es uno de los más famosos dramas emanados de Ángel Guimerá.
Como ya ocurría con Mikado, la línea musical de Dagoll Dagom apuesta claramente en
Mar i cel por la opereta. Es decir (y sin entrar en bizantinas discusiones de géneros): Mar i
cel no es un 'musical' clásico, con breves escenas dialogadas que dan paso a
interpretaciones canoras y, menos todavía, a ninguna teoría coreográfica digna de tal
nombre. Prácticamente todo el texto es cantado y una acción con efectivos movimientos
acrobáticos que, en cuanto se tranquiliza y aquieta, uno advierte que es incluso pobre de
personal, porque muchos figurantes doblan sus papeles y bastante hace Dagoll Dagom con
defender el prurito de la música en vivo. En tal punto, catorce profesores, dirigidos por
Xavier Casademont, superan con mucho los frágiles perfiles acústicos de una orquestina y
su trabajo alcanza la consistente sonoridad que piden las encendidas pasiones que se
debaten a bordo del escenario.
Digo 'a bordo' porque, como muchos lectores saben, el reto fuerte de ese montaje, su
'protagonista' incuestionable, es un soberbio bajel pirata que tiene una muy impresionante y
vistosa capacidad de maniobra sobre las tablas. Ahí es donde los responsables de Mar i cel
se jugaron los cuartos, en tanto que Ángel Guimerá, ignorante de los progresos que podría
hacer la ingeniería teatral, sólo osaba proponer una 'cambra d'un vaixell de corsaris
argelins', con un palo mayor atravesando la escena. Aquí, en cambio, el navío en cuestión
constituye, fundamentalmente, aquello que confiere 'la grandeza' a esa opereta y lo que
salvando fallos episódicos -un alarde que no funcionó en el último cuadro y los quiebros
acústicos que a veces se notan en los sofisticados micros inalámbricos- puede homologarla
con espectáculos, creo yo, de fama y relumbre internacionales. (...)
La palabra del actor-cantante suena a veces forzada o precipitada para ajustarse a la
música y puesto que, insisto, se trata de una opereta -salvo excepciones, la gloria y la fama
no ha sido para los libretistas- pienso que este Mar i cel necesitaba algunas adecuaciones
textuales para acomodarse a la música y no, claro está, haber querido operar a la inversa.
¿Obra de autor o de compositor? Sinceramente: pienso que el texto necesitaba hacerse más
tributario de la parte musical, que se expresa con buenos y potentes efectismos, con
fórmulas ambientadoras muy atinadas y, en fin, con frases pegadizas y amables
resueltamente gratificantes. Una espléndida labor la de Guinovart.
Pero los aciertos globales de Mar i cel se originan, como es lógico, en una muy diestra
dirección de Joan Lluís Bozzo y en el previo trabajo de 'dramaturgia y adaptación' -del
original de Guimerá, se supone- a cargo del propio director, del 'autor' Bru de Sala y Anna
Rosa Cisquella. Bozzo, que ya intentara en 1976 una versión político-populista-marxista de
Mar i cel, pienso que, al fin, se salió con la suya para levantar un espectáculo vigoroso con
los ingredientes guimeranianos. Ha virado, obviamente, hacia estribor, y aun cuando toda la
empresa intenta gravitar sobre el conflicto de dos comunidades enfrentadas -la cristiana y la
musulmana- lo mejor de la opereta es el conflicto pasional, con los personajes de 'Said'
(Carles Gramaje) y 'Blanca' (Àngels Gonyalons), magníficos ambos, diseñados y
encarnados con una fuerza plástica conmovedora. Vamos: que su mutua pasión es
perfectamente creíble y consonante con un Guimerá romántico de una primera época
(1888), cuando aún estaban lejos sus incursiones modernistas (...) Pese a unos reparos de
menor cuantía, pienso que Mar i cel es un espectáculo muy recomendable, acreedor de una
amplia, popular y general aceptación». (Joan-Anton Benach. «La Vanguardia». Barcelona,
13 de octubre de 1988.)
«(...) Tras ver este musical -cantando íntegramente en directo, con 20 actores en escena
y un foso con 15 músicos- creo es de justicia decir que Bozzo, en su cualidad de director de
la obra, consigue un gran espectáculo, bastante homogéneo como consecuencia directa de
que actores, luces, música, texto y ritmo rayan a buena altura y confluyen en ese elemento
aglutinante y decisivo en esta operación, que es el barco pirata construido bajo la dirección
técnica de José Luis Tamayo.
A mi juicio, la historia que se explica funciona teatralmente, los trágicos amores y
aventuras que se suceden en el interior del barco pirata -que ocupa todo el escenario- tienen
casi siempre un adecuado tratamiento escénico, y los diferentes grados de tensión que van
apareciendo entre los mismos piratas y entre la comunidad morisca y la cristiana -el amor
entre Said y su prisionera Blanca es su desencadenante- llegan al espectador a través de un
ritmo y una fuerza teatral acusada.
Dentro de un buen tono general, hay algunos trabajos ciertamente espléndidos, como los
de Àngels Gonyalons y Carlos Gramaje, o los de Pep Cruz, Miquel Periel e Isabel Soriano.
De todas formas, yo señalaría que lo más importante, en este aspecto, es la
homogeneización del trabajo de los actores -escogidos básicamente en función de sus
posibilidades como cantantes- y el excelente ritmo que todos ellos sostienen, y además
cantando, en las escenas de luchas o en sus subidas y bajadas por mástiles y puntos de
apoyo, situados hasta los diez metros de altura.
En estos aspectos, el trabajo del director resulta excelente, así como la solución dada a
las escenas que se sitúan en las bodegas y camarotes del barco. Bozzo ha conseguido un
trabajo disciplinario y de calidad de los actores, entregados en cuerpo y alma, y con éxito, a
la espectacularidad que busca Dagoll Dagom.
En aras de esta espectacularidad Xavier Bru de Sala ha escrito Mar i cel a partir de la
obra centenaria de Ángel Guimerá. Prácticamente es otra obra, aunque del autor catalán se
toma el título, el tema, la época y la anécdota. Suficientes elementos como para no lamentar
el que Bru de Sala -director general de Promoción Cultural de la Generalitat, con mando
directo en el área del teatro- aparezca en solitario como autor y se suprima en los créditos
toda referencia a Guimerá.
Mar i cel es un muy buen musical en su pretensión simple -que no fácil- de entretener y
que cuenta, además de lo reseñado, con una excelente iluminación y un valiosísimo trabajo
de Chass Llach en la caracterización de los actores. En el entretenimiento -que roza al
cansancio en algún momento de la segunda parte- tiene muchísimo que ver el cacareado
barco pirata, auténtica atracción de feria; hace de todo: avanza, retrocede, gira y se escora.
Arranca aplausos y protagoniza los más espectaculares momentos de esta melodramática
historia de piratas.
Pero más allá del éxito teatral y popular que supone el espectáculo, creo que preocupan
algunas de sus consecuencias y su significación en la política teatral de la Generalitat,
valedera principal de esta aventura económica, que al parecer se sitúa en los 135 millones
de pesetas. Porque esta espectacular producción no responde ni a la historia ni a la realidad
teatral del país. Es un salto de falsa grandeza -de la que se aprovecha con inteligencia
Dagoll Dagom- que puede eclipsar otros trabajos meritorios, pero que no gozan de tan
generosa ayuda institucional. Y que, con todos los respetos, se plantean con rigor y con
objetivos que van más allá del entretenimiento». (Gonzalo Pérez de Olaguer. «El
Periódico». Barcelona, 13 de octubre de 1988.)
«(...) En mi opinión, hay más originalidad, más valentía, mayor modernidad en la
tragedia de Guimerá que en la adaptación del grupo y de Bru de Sala. El Mar i cel de
Dagoll Dagom se limita a una historia de amor, con fondo de piratas, donde resuenan
algunos latiguillos de un pujolismo barato y se cultiva algún que otro chiste de gusto más
que dudoso, como el que protagoniza el renegado Joanot al pactar la liberación de los
cristianos a cambio, entre otras cosas, de que el Rey de España le haga nada más y nada
menos que marqués...
La interpretación es correctísima, con momentos brillantes, lo que no excluye la pésima
impresión que produce el catalán de Said (Carlos Gramaje) cuando éste habla, lo cual, por
suerte, se produce raras veces, pues puede decirse que se pasan toda la obra cantando. Al
margen de los intérpretes, el gran triunfador de la noche fue, tal y como se esperaba, el
barco corsario. Un precioso armatoste que ocupa todo el escenario, desplazándose en todas
direcciones y moviéndose mecido por unas imaginarias olas, con tanta gracia que provocó
los aplausos del público, un público un tanto infantil, ilusionado con su nuevo juguete».
(Joan de Sagarra. «El País». Barcelona, 14 de octubre de 1988.)
«(...) Hay, sin embargo, muchas cosas que decir de un montaje como éste. La obra
presenta el hilo argumental y algunas ideas de la obra del mismo nombre de Ángel
Guimerà, estrenada ahora hace cien años. La adaptación es tan profunda que ha resultado
una obra paralela. El texto es nuevo del todo y también buena parte de las situaciones.
Incluso se ha desterrado el nombre de Guimerà de la ficha técnica del espectáculo -al
menos en los programas de mano repartidos el día del estreno-. Aunque el lenguaje
empleado por Guimerà hace cien años es, claramente, el aspecto más problemático de la
obra, la solución textual de Bru de Sala no me parece la más idónea. Hay un afán
desmesurado de vulgarización -Hassen, por ejemplo, es un 'burru' que va en 'barcu'- sin
caer, es preciso reconocer, en la incorrección descarada, lo que diluye notablemente la idea
guimeraniana. Si añadimos que la misma estructura del musical obliga a hacer una
necesaria síntesis, el resultado es más bien decepcionante. Sin embargo, es funcional. Para
aquellos que no conocen el original guimeraniano -lamentablemente una mayoría- la obra
les parecerá muy bien, entenderán perfectamente el propósito y encontrarán grandes ideas,
perfectamente contemporáneas. La propuesta, pues, funcionará a pedir de boca. El montaje
escénico -del cual creo que no hemos de desvelar los secretos ni los efectos para no
predisponer al público futuro- tiene momentos de una fuerte y decidida espectacularidad.
Los recursos escenográficos y de iluminación son de una gran eficacia y, en muchos
momentos, obtienen el protagonismo absoluto, más allá de la trama y los personajes, lo que
se convertirá en el reclamo más evidente del espectáculo. Las relaciones interior-exterior
del barco, que podían haber sido complejas, se han resuelto con eficacia y una gran
simplicidad. El otro elemento que se convierte en eje, la música, excepto momentos
decididamente brillantes y populares, presenta zonas de paso con soluciones poco audaces,
excesivamente planas, que pueden resultar para un buen sector de público un poco
monótonas y repetitivas. Está claro que los temas más conseguidos redimen la globalidad y
pueden borrar los aspectos más planos, sobre todo a medida que las melodías se extiendan y
popularicen.
La interpretación es irregular a causa de las mismas limitaciones de los actorescantantes. Yo destacaría mucho el trabajo de Isabel Soriano, en el papel del grumete y,
después, la voz y el buen hacer de Joan Crosas y la eficacia de Óscar Mas e, incluso, la
delicadeza de Àngels Gonyalons. La capacidad interpretativa de Pep Cruz, además de
quedar muy oscurecida, queda muy limitada por sus posibilidades como cantante. Sin
embargo, el nivel general es correctísimo y la espectacularidad de los elementos empleados
-debe citarse, necesariamente, el maquillaje de Chass Llach, y la presencia viva de la
orquesta- esconde los posibles defectos, todo a consecuencia de un fuerte cúmulo de
recursos económicos. Tenemos, pues, con este Mar i cel, un espectáculo largo y para días,
pero devolvedme el Guimerà de personajes más trabajados y más complejos, de ideas
mucho más profundas, y con un final mucho más rico a todos los niveles». (Joaquim Vilà i
Folch. «Avui». Barcelona, 13 de octubre de 1988.)
«(...) La música de Guinovart, heredera de los mejores musicales americanos de que
podamos tener referencia, puede que peque de convencional, pero es capaz de adaptarse en
cada momento a la línea de acción de las escenas, obteniendo el tono dramático elegido en
cada bloque narrativo.
Bozzo logra articular el melodrama con eficacia. Sin profundizar en el conflicto interno
de los personajes (tarea de otro tipo de espectáculos) consigue integrarlos dentro de un
espacio estético particular, que es capaz de llevar al espectador al mundo de los corsarios en
tecnicolor o las novelas de Salgari.
Por otra parte, hace creíble la interpretación de los actores, que hacen gala de una
excelente preparación técnica, y respeta la clave realista en cada detalle del vestuario, la
escenografía y el attrezzo.
Mantener una puesta en escena realista en un melodrama espectacular y nada sobrio es
un reto que Bozzo supera con maestría aunque la historia tienda en ocasiones hacia el pastel
y algunos pasajes suenen a ya vistos.
En realidad no es la historia lo que cuenta, lo que acaba emocionando, sino la manera de
contarla, el universo en que es sumergido el espectador y que le lleva a seguir en alta mar
hasta el final, fascinado por las maniobras del galeón, los atardeceres borrascosos, las
rebeliones a bordo y la pasión de Blanca y Said, irracional y brusca, pero incapaz de
sobrevivir a las normas morales.
Dagoll Dagom ha sabido conjugar con inteligencia los medios de que ha dispuesto para
este musical que inicia un prometedor viraje en la trayectoria de la compañía.
Cada uno de los elementos espectaculares utilizados se adapta a la historia y a su tono
con una mano que se muestra perfectamente conocedora de las leyes que rigen entre
escenario y espectador.
La pregonada intención de conectar con el mayor número de espectadores posible,
obliga en ocasiones a Bozzo a recurrir a trucos un poco manidos que pesan en contra del
trasfondo histórico e ideológico, pero el conjunto del espectáculo es brillante y rebosa
calidad, y consiguió unos sinceros y potentes aplausos por parte del respetable». (Pedro
Rebollo. «Diario 16». Zaragoza, 25 de septiembre de 1989.)
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