Hablar de teología de la mujer hoy, en que se prefiere hablar de

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Artículo escrito por: NORMA MENDOZA ALEXANDRY
Fecha:
24 Marzo, 2014
LA MISIÓN DE LA MUJER
Hablar de teología de la mujer hoy, en que se prefiere hablar de ‘liberación de la mujer’ no es algo
que se entienda como algo actual, sin embargo, es un tema al que debían acceder tanto mujeres
como varones de todas las épocas, si es que se desea penetrar en el verdadero conocimiento de la
mujer en unión con Dios: “….creó pues, Dios al ser humano, a imagen suya, a imagen de Dios lo
creó, macho y hembra los creó” (Gén 1, 27) “Esta eterna verdad sobre el ser humano, hombre y
mujer- verdad que está también impresa de modo inmutable en la experiencia de todos- constituye
en nuestros día el misterio que sólo en el Verbo Encarnado encuentra verdadera luz” , nos dice la
Carta Apostólica Mulieris Dignitatem del Beato Juan Pablo II.
Para ampliar el tema, deberemos comenzar haciendo una simple aclaración, para lo cual acudimos
al profesor Ignasi Saranyana, director del Instituto de Historia de la Iglesia de la Universidad de
Navarra, España, quien nos dice en qué se distingue la teología feminista de la teología de la mujer:
La teología de la mujer se construye ‘desde arriba’, considera a la mujer desde la Revelación.
Atiende ante todo a la gran tradición de la Iglesia.
La teología feminista en cambio va ‘desde abajo’. No orilla la Revelación, pero la considera como
un lugar teológico secundario. Es más bien una sociología religiosa, cuando no un puro análisis
psicológico de las vivencias y sentimientos femeninos. No es teología en sentido puro. Con
frecuencia además, tiene carácter reivindicativo y polémico.
La teología feminista parte de un proyecto más amplio que es la “teoría feminista”; ésta surge de la
conciencia y de la política y acción social feministas, reconoce una opresión de las mujeres y las
alienta a señalar esa opresión y a ponderar sus orígenes.
Históricamente “la biología no era sólo el destino de la mujer; era su propia definición”1. Hace
apenas algunos años, en el siglo XX, cuando las mujeres buscaban indicadores basados en las
ciencias acerca de la fisiología y biología femenina, encontraban pocas respuestas. El sexo
femenino había sido el sexo invisible, ignorado en casi cada área de investigación y de la academia.
Mientras que cada uno ha tenido nociones de lo que es ser o hacer todo como mujer, casi nadie se
sentaba a estudiar objetivamente y científicamente lo que ‘significa’ ser mujer. Como resultado,
virtualmente cada supuesto acerca de la mujer –desde el más absurdo hasta el que parecía más
astuto– ha resultado sin comprobación, sin demostración o incierto. Los supuestos básicos del
feminismo académico (de naturaleza filosófica, crítica, estética) se basan en la noción de poder, y
transitan a través de las diversas disciplinas recuperando conceptos y construyendo supuestos
epistemológicos de auto-reflexión en las ciencias. Todo esto ha evolucionado hasta el feminismo de
lectura exegética bajo la premisa de que “existen relaciones de poder entre los géneros”.
En el sentido de que la historia presupone algún sentido de continuidad –por evolución o
regresión– una historia de las mujeres a través de las épocas y variedad de culturas no existe como
tal, de allí que debe ser limitada en tiempo y espacio. Algunos autores a fines del siglo pasado
evidenciaron teorías con el propósito de demostrar que en los albores de la civilización había un
estado matriarcal del cual poco a poco la mujer fue relegada debido a la fuerza física superior de los
hombres, aunado al hecho del deseo de asegurar que su propiedad fuera trasmitida a sus herederos.
1
Hales, Dianne, Just Like a Woman, Bantam Books. NewYork, USA 2000, p. 4.
No podemos dejar de mencionar que se han ido desarrollando nuevos adjetivos en cuanto a la
consideración de la mujer, uno de ellos es el ecofeminismo que constituye una radicalización de la
teología feminista, que poco tiene ya de teología en sentido propio. Abarca no sólo la especulación
dialéctica sobre el género (teología feminista) sino también la consideración del género entendido
como mero producto social. Éste es una vuelta a formas primitivas del fenómeno religioso y
considera que la tierra (entendida como lo femenino) sería el origen o la ‘madre’ de todo. Dios (que
sería lo culturalmente masculino) queda desposeído de su carácter creador. Según el profesor
Saranyana, esto implica una subversión del sentimiento religioso genuino.
Un santo del siglo XX afirmó:
“Más recia la mujer que el hombre, y más fiel a la hora del dolor. ¡María de Magdala y María
Cleofás y Salomé!
Con un grupo de mujeres valientes como ésas, bien unidas a la Virgen Dolorosa, ¡qué labor de
almas se haría en el mundo!” (San Josemaría, Camino)
Los primeros tiempos del cristianismo se encontraron dentro de una sociedad que de muchas
maneras estaba dividida en lo que respecta a la familia. Los grandes filósofos griegos proclamaban
un código moral que era casi idéntico a la alta moralidad de los primeros cristianos, mientras que al
mismo tiempo, la sociedad griega estaba plagada de inmoralidad sexual de todos tipos. La cultura
romana estaba igualmente dividida.
Fue dentro de esta sociedad en donde el cristianismo entró proclamando su mensaje de la ‘dignidad
de la persona humana’, las bondades de la vida espiritual y la alta validez moral del matrimonio.
Desde el principio, la cristiandad apuntaló la decadente vida familiar de la última parte de la
antigüedad. Con la escritura de la Didaché Apostolorum más o menos en el año 100 d. J.C. y con la
reciente memoria de Cristo y los Apóstoles, se hacía referencia a los demonios de la anticoncepción
y una clara condena al aborto y el infanticidio. Este hecho sorprendente del acercamiento de la
Iglesia a la vida familiar es a menudo olvidado en la atmósfera del feminismo militante y del
relativismo de hoy. La mayor revolución en la dignificación de las mujeres en la historia de la
humanidad, fue el advenimiento de la cristiandad.
La Iglesia revolucionó el papel de la mujer, dejando clara su igualdad con el varón: “Porque todos
los que fuisteis bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay diferencia entre judío
y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, porque todos vosotros sois uno solo en
Cristo Jesús”2. Las mujeres fueron devotas seguidoras de Cristo y María Magdalena tuvo el
privilegio de anunciar la Resurrección de Jesús a los Apóstoles mismos, por lo que el Beato Papa
Juan Pablo II la llama “apostola apostolorum” (apóstol de los apóstoles)3. Y María, la Madre de
Cristo, es reconocida como la más perfecta persona humana que jamás ha vivido, más que cualquier
varón, quien más ha colaborado con Cristo para restaurar a la humanidad: la “Nueva Eva”.
Las mujeres entregaron sus vidas con valentía en aquellos tiempos en que sólo los varones eran
considerados capaces de acciones heroicas. Y fueron reconocidas al grado de que sus nombres
fueron incluidos en el Canon Romano de la Misa, y continúan repitiéndose en el siglo XXI:
Felicidad, Perpetua, Águeda, Lucía, Inés, Cecilia, Anastasia. Incluso a Santa Perpetua se le
reconocen algunos de los primeros escritos jamás atribuidos a una mujer. En ninguna otra cultura o
religión fueron las mujeres tan elevadas, respetadas y honradas.
2
Epístola de San Pablo a los Gálatas 3, 27-28. Esta carta fue escrita por San Pablo, desde Éfeso, hacia el año
54/55.
3
Beato Juan Pablo II, Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, 15 de agosto de 1988.
Los primeros tiempos de la cristiandad revolucionaron también la vida diaria de las mujeres. En
aquel tiempo en que las mujeres eran consideradas propiedad desechable, la cristiandad trajo
enseñanzas de la monogamia hasta la muerte y la igualdad de la culpa en el adulterio. Al prohibir el
divorcio, la Iglesia primitiva defendió la dignidad de la mujer como persona, rehusándose a
considerarlas como bienes desechables así como también se rehusó a considerar desechable al nonacido.
En todas las edades, la Iglesia ha defendido esta enseñanza de Cristo: “Lo que Dios ha unido, no lo
separe el hombre”4. La elevación de las mujeres fue aún más allá, ya que la Iglesia demandó su
libertad, de manera que la mujer no era ya una pieza de propiedad o de intercambio, sino que el
consentimiento libre de ella era irreductiblemente importante para la validez del matrimonio.
La dignidad de la mujer fue aún más lejos. La Iglesia defendió su derecho, así como el de los
varones, a escoger un tipo de vida más perfecto y rehusarse enteramente al matrimonio. No podían
ser forzadas a casarse. Este fue una verdadera revolución social. Por primera vez las mujeres
tuvieron derecho de autodeterminación, enraizado en su libertad cristiana. Ellas podían rehusarse al
matrimonio, entrar en un convento y cada vez más, poder educarse, algunas aún fueron poderosas
líderes en la Iglesia.
Como ejemplo del punto de vista de la Iglesia primitiva, tenemos el caso del Papa Calixto I (217222) que desató una fuerte polémica. Él permitió que quienes habían cometido pecados de tipo
sexual, pudieran volver a recibir la Eucaristía, después de arrepentirse y hacer penitencia. Por esta
razón sus puritanos enemigos lo vilipendiaron, aun cuando les recordaba el pasaje de Cristo y la
mujer adúltera. Asimismo, Calixto enfatizó la dignidad de la mujer cuando permitió casamientos de
mujeres romanas con hombres de clases sociales bajas, aunque con ello violaban la ley romana. Al
permitirlo, Calixto afirmó el derecho de la Iglesia a tener jurisdicción sobre el sacramento del
matrimonio. Algunos han considerado esto como sólo la emancipación de la Iglesia del control
estatal: el Estado ya no tenía autoridad sobre los sacramentos, sólo la Iglesia la tenía. Esto es
verdad, pero también fue un paso más en la dignificación de la mujer.
En cada era, la Iglesia Romana ha sostenido la dignidad de la mujer, lo sagrado del matrimonio y la
inviolabilidad de la vida y de la familia. Con la Iglesia Católica las mujeres experimentaron la
liberación de su persona. La Iglesia Católica debería ser reconocida como liberadora de la mujer,
no como su opresora. Aún hoy después de 2000 años, cuando en algunos ámbitos la Iglesia es vista
como opresora de las mujeres, ésta continúa defendiendo su femineidad y su dignidad tanto en el
matrimonio, como en la moral sexual y en la vida pública. Por el contrario, una teología cristiana
feminista intenta articular el testimonio cristiano de fe desde la perspectiva de las mujeres, como
grupo oprimido.
En el siglo XVIII, tanto Durkheim como Levi-Strauss se basaron en la distinción entre naturaleza y
cultura, con la idea de que la naturaleza se puede identificar con lo “dado” e “inmutable”. La idea
del individuo como un ser infinitamente codicioso y eternamente insatisfecho se situó en el centro
de la teoría social. Para Emmanuel Kant, era sólo la relación con el hombre como supuestamente la
mujer podía escapar a su naturaleza y buscar la guía de la razón. La autoridad de la razón estaba
claramente vinculada con la cultura patriarcal del hombre. Las mujeres y los niños tenían que
existir en función de los varones, no como personas con derecho propio.
Esto explica en parte por qué la “teoría feminista” finalmente tuvo que cuestionar los conceptos
liberales de los derechos como expresión idónea de la libertad y la igualdad. El movimiento de
4
Evangelio de San Mateo 19, 6 y Primera Epístola de San Pablo a los Corintios 7, 10-11.
liberación de la mujer aprendió a hablar de opresión y liberación como una manera de establecer sus
propias bases para la participación en el mundo público de los hombres. La denigración de la
naturaleza va a la par con la denigración de la mujer quien se supone más cercana a la naturaleza.
También se conecta con la denigración de la vida emocional íntima, que no es tratada propiamente
como fuente de conocimiento.
Más tarde, en el siglo XIX, las ideologías de Federico Engels y Carlos Marx basadas en el
materialismo, revolucionan conceptos tales como los de matrimonio, familia o trabajo doméstico y
por tanto revolucionan también a quienes hasta entonces habían sido el pilar de estas instituciones:
las mujeres.
Todos sabemos que la mujer no es más mujer porque acepte la cosmovisión masculina. Lo es
porque reconoce y acoge su diferencia, la fecundidad y la maternidad. La maternidad y la
paternidad son posibilidades humanas esenciales y con frecuencia resulta doloroso estar privado de
ellas. Traer al mundo a un niño(a) y educarlo desde su infancia implica siempre para los seres
humanos, la cuestión más alta del sentido de su existencia. La misma Simone de Beauvoir (“El
Segundo Sexo”, 1949), en sus últimas obras, asume contradicciones y constata que ha fracasado,
parece arrepentirse y habla de “la mujer rota”: quien ha destruido su identidad femenina.
Es un hecho que las mujeres están cambiando en todas partes del mundo, han hecho un viraje en su
existencia, más dramático aún que la Revolución Industrial. Las mujeres han reescrito sus roles y
las reglas en las que desean vivir; las mujeres hoy aprenden más, ganan más dinero, gastan más,
tienen más influencia en más lugares y formas que las mujeres de todos los siglos pasados. La mujer
moderna ha demostrado que su singular biología femenina –su esqueleto, el funcionamiento de sus
órganos, el flujo hormonal, lo intrincado de su psique– no es limitante. Y ya vivimos hoy sin
cuestionamiento alguno en un mundo diferente: algunos llaman a esto la “revolución silenciosa”
que ha reestructurado la moderna cultura de la “feminización”.
Pero hay que reconocer sin embargo, mientras nos abrimos paso hacia el futuro, que las vidas de
mujeres y hombres continúan superponiéndose, necesitándose, complementándose, se necesitan
mutuamente hoy más que nunca. Los hombres ya no se definen por sus aportaciones al hogar, pues
la mujer también aporta, es una época en que los hombres no saben qué está pasando. La razón es
simplemente que las mujeres están cambiando, y los hombres deben cambiar también.
Ellas se encuentran sin embargo, ante una encrucijada: saben lo que no son y lo que no quieren,
pero el concepto de lo que realmente son o lo que quieren, se ha oscurecido y es necesario volverlo
a esclarecer. Ya en el Concilio Vaticano II se habla de que todos, hombres y mujeres, buscamos
una respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana que, ayer como hoy, conmueven
íntimamente el corazón : ¿Qué es el hombre? ¿Qué es la mujer? ¿Cuál es el sentido y fin de nuestra
vida? ¿Qué es el bien y qué es el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin del dolor? ¿Cuál es el camino
para conseguir la verdadera felicidad?.....
“Una madre en casa es más útil para la economía, que un esposo en el trabajo”. Estas son
palabras del doctor Patrick Fagan5, actual director del Family Research Council (Consejo de
Investigaciones para la Familia), pronunciadas durante el Congreso Mundial de Familias, Madrid.
5
Fagan, Patrick. Senior Fellow y Director del Marriage and Religion Research Institute (Instituto de
Investigaciones para el Matrimonio y la Religión) y Secretario Asistente en el Departamento de Health and
Human Services durante la Presidencia de G. Bush en Estados Unidos. Apuntes de asistencia de la autora al
Congreso Mundial de Familias en Madrid, España, 2012
El doctor Fagan comenzó diciendo que las cualidades de los hijos que servirán para el futuro de
nuestra sociedad, dependen directamente de la “calidad” del matrimonio de los padres, que afecta
directamente la “calidad” de la crianza de sus hijos. También señala que la sociedad está formada
por cinco facetas: la familia, la Iglesia y la escuela (capital humano), el mercado y el gobierno
(orden social, bienes y servicios). Los primeros tres se refieren a donde “la gente crece” –por así
decirlo--, y están cercanamente entrelazados. Las dos últimas áreas de la sociedad son aquellas en
las que la gente se mueve a su modo una vez que son adultos, pero el papel que juegan en las
esferas de la economía y el gobierno depende ciertamente de lo que sucedió en su experiencia
familiar, religiosa y escolar.
Las estadísticas que comparte el doctor Fagan son muy interesantes: cuando los varones se casan, su
productividad aumenta un 20% y los índices más altos de productividad en sociedad provienen de
varones casados con tres hijos. Los que son casados son parte de la demografía que muestra los
índices más bajos de desempleo. Se refirió al hecho de que en Estados Unidos sólo un 45% de los
niños llegarán a los 17 años con su padre y madre aún casados, y estos son quienes obtienen
mejores resultados educativos. De esta manera se muestra que la calidad del matrimonio en
sociedad afecta a la economía. Como ejemplo contrario, tenemos a Italia, España y Grecia que,
teniendo las tasas más bajas de fertilidad, han sufrido la peor crisis económica, como efecto del
decrecimiento poblacional: menos gente, menor capital humano.
También la gran economía norteamericana ha decrecido como efecto secundario, debido a lo que
está sucediendo en numerosas familias: el rechazo del compromiso entre padre y madre, y por tanto
el rechazo a la crianza de los niños.
El hombre y la mujer casados, en “familias intactas”, poseen los mayores ingresos económicos:
mientras que los ingresos más bajos son en aquellos que permanecen: cohabitando, divorciados,
viudos o viviendo en soltería. La madre en casa –concluye Fagan—hace más a favor de la
economía que su esposo, ya que cría a sus hijos en un ambiente ideal en donde éstos maduran y se
capacitan para más tarde contribuir eficientemente a la economía de su país. El crecimiento
económico del futuro depende de la formación del capital humano de la siguiente generación en el
hogar, así, los niños son los agentes económicos del futuro.
El mejor activo de una nación es su gente. Y el mejor lugar para la crianza de una persona es la
familia natural (padre, madre e hijos). Obviamente aquéllos países que reconocen esto, se
benefician más en todos los aspectos incluyendo en su economía, que aquellos que no lo reconocen.
La religión católica tiene un gran impacto en la economía, Los niños tienen mejor educación
cuando acuden frecuentemente a su iglesia y son criados por medio de valores cristianos.
Finalmente hemos de reconocer que la ‘mujer’ es la representante y el arquetipo de todo el género
humano, es decir, representa aquella humanidad que es propia de todos los seres humanos, ya sean
hombres o mujeres. Por otra parte, el acontecimiento de Nazaret pone en evidencia un modo de
unión con el Dios vivo, que es propio sólo de la “mujer”, de María, esto es, la unión entre Madre e
Hijo. En efecto, la Virgen de Nazaret se convierte en la Madre de Dios.
¿Y cuál es su misión? La dignidad de la mujer se relaciona íntimamente con el amor que recibe por
su femineidad y también con el amor que a su vez ella da…Si la dignidad de la mujer testimonia el
amor que ella recibe para amar a su vez, el paradigma bíblico de la “mujer” parece develar también
cuál es el verdadero orden del amor que constituye la vocación de la mujer misma. La fuerza moral
de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el
hombre, es decir el ser humano…esta entrega se refiere especialmente a la mujer –sobre todo en
razón de su femineidad—y ello decide principalmente su vocación. (Mulieris Dignitatem).
Considero que sólo se resolverá satisfactoriamente la crisis provocada por la transformación de la
familia actual, recuperando la identidad de la mujer, desde su propia vocación.
Fuentes bibliográficas:
-
Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, Beato Juan Pablo II. 15 agosto, 1988
-
Hales, Dianne. Just Like a Woman. Bantam Books. NewYork, USA 2000,
-
Fagan, Patrick. Senior Fellow y Director del Marriage and Religion Research Institute
(Instituto de Investigaciones para el Matrimonio y la Religión) y Secretario Asistente en el
Departamento de Health and Human Services durante la Presidencia de G. Bush en Estados
Unidos. Apuntes de Norma Mendoza Alexandry durante el Congreso Mundial de Familias
en Madrid, España, 2012
-
San Josemaría Escrivá. CAMINO. Ed. Minos S.A. de C.V. México, 2000.
-
Biblia de Navarra. EUNSA, España, 2009
-
Dickey Young, Pamela. Teología Feminista. Teología Cristiana. DEMAC, México 1993
-
Zenit.org. La Teología ante el “genio” de la Mujer (Entrevista a Ignasi Saranyana).
Pamplona, España, 29 Septiembre, 2005.
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