BÁSICOS FILMOTECA LA LLEGADA DE UN TREN A LA ESTACIÓN DE LA CIOTAT. EL CINE DOCUMENTAL Hermanos Lumière. 1895 LA SALIDA DE LOS OBREROS DE LA FÁBRICA. Hermanos Lumière. 1895 NANUK, EL ESQUIMAL NANOOK OF THE NORTH. Robert Flaherty. 1922 Sesión 1 / Jueves 14 de enero de 2016 Presentación y coloquio a cargo de José Antonio Hurtado, jefe de Programación de La Filmoteca. ¿QUÉ ES EL DOCUMENTAL? LA NOCIÓN DE DOCUMENTAL La noción de “documental” es tan nebulosa como pueda serlo la de ficción: ninguna definición la agota, los contraejemplos surgen por todas partes. Las contradicciones que genera dan pie a periódicas tentativas de eludirlo, e incluso desembarazarse de él... sin demasiado éxito. La expresión acuñada por los anglosajones de “no-ficción”, por ejemplo, se limita a desplazar el problema a otro lugar. En el fondo, sobre el cine documental todavía se cierne una sospecha: la de que pudiera no tratarse de verdadero cine, porque no hace soñar a las masas (¿de verdad va alguien al cine para ver un documental?). Cierto que la herencia cultural que le ha caído en suerte, así como el modelo televisivo que la propaga (los “temas” para ilustrar magazines, los reportajes) no contribuyen a forjarle una identidad. Y pese a todo, el estreno en salas comerciales durante estos últimos años, a menudo con éxito, de películas documentales, muestra un cambio en las formas del relato fílmico... así como en el espectador. Sólo existe una diferencia esencial entre un paisaje filmado en una ficción y un paisaje filmado en un documental: la elección de un encuadre, una duración, una ubicación dentro de un montaje y, a fortiori, dentro de un relato; es decir, una diferencia de forma y no de naturaleza. Existen retóricas comunes, facturas que nos parecen tan familiares que pueden hacernos pensar que existen códigos narrativos específicos para eso que en tal caso deberíamos calificar de géneros: el “documental” y la “ficción”. Pero tales rasgos dominantes no deben llamarnos a engaño. A partir del momento en que una película inventa su propia forma, no tiene sentido querer constituir codificación alguna. No existe el arte puro, porque no son los códigos sino las desviaciones las que crean la obra. […] Interrogar al cine partiendo de su faceta documental significa interrogarse sobre el estatuto de la realidad frente a la cámara, o la relación entre el filme y la realidad. Significa elegir un eje de reflexión, un eje que supone que el cine se reinventa a sí mismo cuando logra hacer visible algo que hasta entonces había permanecido inadvertido en nuestro mundo. Una película desplaza la mirada de su espectador, recompone el campo de lo visible, es decir, aquello que consigue ver del mundo contemporáneo, que es el suyo y que habita con mayor o menor fortuna. La visibilidad no es sólo el campo que barre la mirada (hasta donde yo veo), sino también la red del saber, el tamiz de “imágenespantalla” que organizan la mirada. La realidad es inseparable de las meditaciones a través de las cuales la aprehendemos. Por eso puede decirse que las películas no revelan tanto la realidad como una forma de mirarla, de comprenderla. Esa realidad que tan evidente nos parece sólo ostenta la evidencia de la planificación merced a la cual nos es presentada. La mirada documental ha sido más consciente de este hecho que la ficción. En este sentido, podríamos hablar de ella como un cine de la elucidación. Pero en realidad ambos han venido apoyándose mutuamente desde el principio, y comparten la característica de elaborar figuraciones que construyen al sujeto y determinan su inscripción en nuestro mundo. Jean Breschand El documental: la otra cara del cine, Barcelona: Paidós; Los pequeños cuadernos de Cahiers du Cinéma, 2004. EL IMPOSIBLE DOCUMENTAL Cuando se oye decir que el desarrollo contemporáneo de la no ficción desafía las convicciones y convenciones del documental clásico, se puede entender que tanto unas como otras emanaban de un consenso teórico, o al menos codificado a partir de una cierta práctica: un modelo definido, homogéneo y aplicado sin pensárselo demasiado, ni mucho menos cuestionárselo, por sucesivas generaciones de documentalistas. Nada más lejos de la verdad. La concepción misma del cine documental parte de una doble presunción ciertamente problemática: se define, en primer lugar, por oposición al cine de ficción, y en segundo lugar como una representación de la realidad. Es una formulación tan simple como aparentemente irrebatible pero contiene ya las semillas del pecado original de una práctica que no podrá cubrir nunca la distancia que existe entre la realidad y una adecuada representación de la misma, pues toda forma de representación incurrirá siempre por definición en estrategias que acercarán la película del lado de la ficción, con lo que se invalida la primera presunción. En cierto modo, este círculo vicioso en torno a la cuestión de la evidencialidad (no por casualidad un término de resonancias jurídicas que designa su relación con el referente, con el mundo real que pretende representar) ha podido resultar una bendición para el documental. La resolución del binomio realidad/ representación –o verdad/punto de vista, o evidencia/artificio, o mímesis/discurso o simplemente objetividad/subjetividad– ha sido una incesante fuente de quebraderos de cabeza para los documentalistas pero también el motor del desarrollo del género. Uno se siente tentado de sugerir incluso que en el documental la ontogenia y la filogenia aparecen indisolublemente ligadas: algunos de los puntos de inflexión que ha tenido a lo largo de su historia (y por eso ésta resulta tan intrigante, frente al desarrollo relativamente lineal del cine de ficción comercial) aparecen, retrospectivamente, como un ejemplo de lo que podríamos considerar un verdadero ejercicio de autocrítica, es decir, como una reacción evolutiva ante esa problemática presunción esencial del documental. Tras una etapa clásica de relativa inocencia, el documental aprendió a imitar mejor la realidad gracias a la ideología de no intervención del cine directo. Pero luego esta aspiración de objetividad se reveló ilusoria (e ilusionista, en el mismo sentido que se denunciaba respecto al texto realista clásico del cine de ficción) y el documental empezó a recuperar elementos expresivos, subjetivos y reflexivos, difuminando las fronteras que lo separaban del cine de ficción y perdiendo el miedo a presentarse como algo construido, todo ello sin perder su pretensión de ofrecer un discurso sobre el mundo. Por supuesto, esta compactada visión retrospectiva puede resultar abusiva –además de teleológica– pero resulta casi inevitable caer en ella al revisar la evolución, que solo cabe calificar de dialéctica, del cine documental. Antonio Weinrichter Desvíos de lo real: el cine de no-ficción, Madrid: T&B Editores, 2004. LOS ORÍGENES DEL DOCUMENTAL LA INVENCIÓN LUMIÈRE La invención del cinematógrafo es inseparable del proyecto fotográfico que obsesionó al siglo XIX, de su aspiración a reproducir los movimientos del mundo (color y sonido incluidos). Uno de los muchos experimentadores de esta nueva tecnología, Ducos du Hauron, escribió en 1864, en la patente de invención de una cámara que probablemente nunca llegó a construirse: “Por medio de mi aparato me siento capaz de reproducir una comitiva, una revista y unas maniobras militares, […] las danzas de una o varias personas, los movimientos de las olas, las nubes a la carrera en un cielo de tormenta, […] el cuadro que se desarrolla ante los ojos de un observador que circula por una ciudad, un monumento o una región pintorescos”. Esta descripción corresponde a lo que, en el dominio de la prensa, realizaban ya desde 1843 la famosa y prestigiosa L’Illustration, o la célebre revista de geografía fundada en 1860 Le Tour du monde. Y, al mismo tiempo, reproduce punto por punto lo que, treinta años después, será el programa de las cada vez más abundantes proyecciones públicas de los hermanos Lumière. Algunos títulos: 24e chasseurs alpins: défilé au pas; Preocession à Séville; Londres, danseuses des rues; Barque sortant du port; Gros temps en mer; Les Pyramides et le Sphinx; Paris, place de l’Opéra... Todas estas cintas se agrupan bajo el término genérico de “temas actuales”; también se habla de “vistas”. En ellas el mundo aparece como una serie de cuadros, de momentos aislados, perfectamente recortados. El principio que preside esa planificación es el del catálogo. La lectura de los títulos permite entrever rápidamente que las palabras y los nombres son intercambiables. Vistos de cerca, estos “temas actuales” no dejan de remitir a la forma en que una burguesía en su apogeo se representa a sí misma y representa su dominio del mundo. Un mundo al que pronto dará la vuelta: los turistas atraviesan países exóticos, la historia se reduce a ceremonias y desfiles, la familia se resume en los hijos y los pasatiempos: toda una estética del momento aflora. Y sin embargo, al revisar esas cintas todavía pervive en ellas una emoción: la fascinación por esos movimientos ínfimos que sólo la máquina es capaz de registrar y restituir: las volutas de humo, las nubes de polvo, el estremecimiento del viento entre las hojas. Los movimientos del mundo se convierten en objeto de contemplación, como, en general, todo lo relacionado con lo imponderable, esos accidentes ínfimos, diminutos y furtivos. Los signos efímeros de una presencia, la rúbrica de lo imprevisto, el indicio del instante, son los que dan veracidad al acontecimiento. Esta emoción viene servida por un arte de encuadrar salido del pliego de condiciones impuesto a sus operadores por los hermanos Lumière, y que se convirtió en el sello de los primeros años del cine: una importante profundidad de campo (lo que depende tanto de la óptica como de la baja sensibilidad de la película), una línea de fuga (a menudo descentrada, y que dota al plano de una dinámica interior), una duración inseparable del movimiento de un móvil que atraviesa el plano. En el interior de ese espacio, los hombres raramente son individualizados: se les reúne en grupos disciplinados o en multitudes agitadas. Son hombres sin cualidades, como abreviados en un mundo más grande que ellos y que al mismo tiempo ya está domesticado. Perfectamente integrados en el sistema de representación de la época, los Lumière nunca se consideraron a sí mismos como cineastas, y todavía menos, a fortiori, como documentalistas. No obstante, estos orígenes encarrilan al cine como un medio capaz de restituir la realidad, de reproducirla. Como el cinematógrafo es una máquina con la precisión de un instrumento científico, ya que lo arbitrario de la mano –es decir, de la subjetividad del intérprete– no entra en el automatismo del registro, se le atribuye una virtud singular: la objetividad. No nos cansaremos de repetir que, por intensa que sea nuestra creencia en la fidelidad de un registro, una imagen no tiene nada de objetivo. No es más que el resultado de un conjunto de restricciones técnicas y de opciones de representación. Es necesario, por lo tanto, interrogar una y otra vez a su forma, es decir, al modo en que nos está dando a ver algo del mundo. Jean Breschand, op. cit. ROBERT FLAHERTY El propio Flaherty, “padre del documental”, hacía películas filmadas, montadas y estructuradas como el cine de ficción, aunque tomara de la vida real incidentes y sujetos... que luego convertía en personajes épicos. Lo que separa a Flaherty de los travelogues de los antiguos noticieros no es sólo su voluntad persuasiva, como dice Nichols, sino su talento narrativo. Vista hoy, Hombres de Arán (1934) tiene resonancias casi fordianas; se la encuadra a veces dentro del realismo poético (lo que quiere decir que no cabe dentro de la definición posterior de realismo documental) pero su recurso a técnicas de reconstrucción la convertirán también en un precedente épico de ese género mixto que es el docudrama. Antonio Weinricher, op. cit. […] Desde los años treinta se viene discutiendo el valor de Flaherty en función de su veracidad documental , un tipo de barrera que el cineasta nunca levantó. Cuatro películas –Nanuk, Moana, Hombres de Arán, Louisiana Story– son de su exclusiva responsabilidad y en las cuatro, más que caracteres, asegura Costa, se repiten ideas, temas, recorridos o, casi diríamos, figuras: “Tan profunda es la observación que sólo por ella misma crea. Tan intensa es la creación que une. Tan grande es la comunión con la realidad que, al límite, parece transformarse en un producto de las manos del observador”. Una actitud, ésta, que además de vincularse con la de algunas escuelas etnográficas y su mirada en “eterno presente”, va a erigirse en punto de partida para la cultura cinematográfica del documental, que enlazará como modalidad con un Rouch o con un Perrault en la posguerra, y que llegará hasta la actualidad con autores como José Luis Guerín. Una opción que tiene su correlato con una cierta filosofía de evitar el adorno, el encubrimiento pequeñoburgués, la mitomanía y el pastiche. Un tipo de práctica que pasa, como la del propio Grierson, por la fenomenología, por la experiencia como proceso creativo y no como pattern positivo, por el realismo como proceso y no sólo como reproducción mimética, como relación objetivo/subjetivo para un nuevo estadio de conciencia. Margarita Ledo Del Cine-Ojo a Dogma 95: Paseos por el amor y la muerte del cinematógrafo documental, Barcelona: Paidós, 2004. NANUK, EL ESQUIMAL Cuando en 1922 Nanuk, el esquimal (Nanook of the North) se estrena finalmente en las pantallas norteamericanas, después de haber sido rechazada varias veces, provoca un deslumbramiento general. La película dará la vuelta al mundo, y el mismísimo Eisenstein reconocerá la deuda del cine soviético para con Flaherty. Anteriormente ya existía, es verdad, un cine con aspiraciones etnográficas. Edward S. Curtis, fotógrafo americano conocido por sus retratos de amerindios, había dirigido en 1914 una película sobre los indios de la isla de Vancouver (Canadá). Sin embargo, In the Land of the Head Hunters presentaba una visión mitológica servida por una reconstrucción anacrónica pero cómplice, y todavía se basaba en los cuadros. No es que las obras de Flaherty prescindieran de los artificios de la reconstrucción (en parte, esto se debe a su encuentro con Curtis). En 1913, Robert Flaherty, joven prospector, había rodado ya más de 15.000 metros de película sobre los inuits, sin sentirse satisfecho. Junto a Curtis descubrirá la doble y paradójica necesidad de hallar un hilo narrativo que implique a los hombres que filma y, a la vez, de no filmar desde el punto de vista occidental, sino desde el de los inuits. ¿El inconsciente le traiciona? En 1916, Flaherty prende fuego accidentalmente a ese primer material en fase de montaje. Gracias al compromiso financiero de la casa Revillon, peletero francés afincado en Nueva York, Flaherty saldrá dos veces más de viaje, en 1920, y, sobre todo, en 1921. Será entonces cuando descubra su verdadero camino. En su anhelo por captar la vida en toda su originalidad, Flaherty no se contentará con aventurarse por regiones ásperas y lejanas al encuentro de sociedades que hayan preservado una virginidad primitiva; de hecho, llega al extremo de resucitar prácticas ancestrales abandonadas y de preparar numerosos planos según su propia conveniencia. Sin contar con que cada película reposa sobre los hombros de un personaje principal y su familia, cuyos hechos y gestos son guionizados en torno a un relato de lucha por la supervivencia. No obstante, pese a todos esos pactos con la realidad, la película no deja de ofrecer a la mirada una presencia inédita. Esto se debe al modo en que Flaherty va inventando el filme durante el rodaje, como nadie lo había hecho antes. Pertrechado con dos cámaras, un generador, un laboratorio de campaña y un proyector, Flaherty pasa un total de quince meses en compañía de Nanuk y los suyos. Vive con ellos, comparte sus condiciones de vida, crea una complicidad con los cazadores. Hasta el extremo de que éstos, no contentos con guiarle, le ayudan a desmontar y limpiar las cámaras o revelar los rushes. O lo que es lo mismo: se convierten en intérpretes de su propia vida cinematográfica, y no sólo en objetos de curiosidad. Además, aunque los gestos de Nanuk sean ya entonces anacrónicos (lo cual es todavía más flagrante en el caso de Hombres de Arán), Flaherty se limita a filmar la vida cotidiana: la construcción del iglú, la caza de la foca, las comidas, el sueño, el frío. El filme se va buscando a sí mismo, se inventa, se revela desde el interior de una experiencia cotidiana así como desde el interior de las imágenes. Flaherty filma sin parar, contempla una y otra vez los rushes que va acumulando (docenas de horas tiradas bajo las luces bajas del sol ártico). Y el montaje, aunque respetuoso con una concepción heroica del relato, busca más la intensidad del momento que el significado de la acción. Lo que surgirá finalmente de todo ello es la fragilidad de una vida humana perdida entre dos inmensidades, la tierra y el cielo, y sometida a unas leyes primitivas que han tenido que refugiarse en la naturaleza. No estará de más señalar, por otra parte, que Flaherty rueda en un mundo agitado por una guerra mundial que ha aniquilado poblaciones enteras. La crueldad que asoma por las imágenes de la película está a la medida de una depredación no sólo vigente en la historia, sino también en la naturaleza, y que el hombre debe afrontar. Jean Breschand, op. cit. CENTRO DE DOCUMENTACIÓN C/ Doctor García Brustenga, 3 · Valencia Bibliografía y filmografía seleccionadas, complementarias a esta sesión de Básicos Filmoteca. Puedes encontrar muchos más recursos relacionados en nuestro catálogo en línea. www.documentacionfilmoteca.com [email protected] EN LA BIBLIOTECA EN LA VIDEOTECA CINE DOCUMENTAL HERMANOS LÙMIERE BARNOUW, Erik. El documental: Historia y estilo. Barcelona: Gedisa, 1996. Contamos con una amplia selección de películas de los Lumière, consulta el catálogo en línea. Y, además, el documental Louis Lumière (Eric Rohmer, 1968). BARSAM, Richard M. Nonfiction Film: A Critical History. Indianapolis: Indiana University Press, 1992. BRESCHAND, Jean. El documental: la otra cara del cine. Barcelona: Paidós / Los pequeños cuadernos de Cahiers du Cinéma, 2004. CAPARRÓS, J.M. 100 Documentales para explicar la historia: De Flaherty a Michael Moore. Madrid: Alianza Editorial, 2010. ROBERT FLAHERTY Nanuk, el esquimal (Nanook of the North, Robert Flaherty, 1922) DVD The Twenty-four Dollar Island (Robert Flaherty, 1927) Industrial Britain (Robert Flaherty, 1931) DVD LEDO, Margarita. Del Cine-Ojo a Dogma 95. Paseo por el amor y la muerte del cinematógrafo documental. Barcelona: Paidós, 2004. Tabú (F.W. Murnau, Robert Flaherty, 1931) DVD NICHOLS, Bill. La representación de la realidad. Cuestiones y conceptos sobre el documental. Barcelona: Paidós, 1997. Sabu – Toomai, el de los elefantes (Elefant Boy, Robert Flaherty, 1937) VHS Hombres de Arán (Man of Aran, Robert Flaherty, 1934) VHS WEINRICHTER, Antonio. Desvíos de lo real: El cine de no ficción. Madrid: T&B Editores, 2004. HERMANOS LUMIÈRE HODGSON, Pierre. Letters Auguste and Louis Lumiere: Inventing the Cinema. London/ Boston: Faber and Faber, 1995. QUINTANA, Àngel. La construcció de l’actualitat en el cinema dels orígens. Girona: Fundació Museu del Cinema-Col.lecció Tomàs Mallol; Ajuntament de Girona, 2012. RAYNAULD, Isabelle. “Los desarrollos de la práctica de la realización del documental según se describe en los catálogos de los hermanos Lumière”. Archivos de la Filmoteca, nº 25-26, 1997. RODRÍGUEZ, Hilario J. “La imagen domada: Entrada de los obreros en la fábrica de los hermanos Lumière”, Banda aparte: Revista de cine, nº 20, febrero 2001. ROBERT FLAHERTY Y EL CINE ETNOGRÁFICO AGEL, Henri. Un art de la célébration: Le cinéma de Flaherty à Rouch. Paris: Les Éditions du Cerf, 1987. MELLADO, Marian. “Lo mejor: Nanuk, el esquimal”. V.O.: revista de cine en versión original, nº. 42, 1997. PALENCIA, Eva María. “Robert Flaherty: imágenes de lucha contra los elementos”. V.O.: revista de cine en versión original, nº 26, 1996. PIAULT, Marc Henri. Antropología y cine. Madrid: Cátedra, 2002. ORGANIZA COLABORA visita ivac.gva.es para informarte sobre la programación y los demás servicios y actividades de La Filmoteca de CulturArts