SERIE: INFORMACIONES DE INTERES UMNG – IEGAP # 009 Bogotá D.C. 1 de diciembre de 2014 CRIMEA: LA ESTRATÉGICA PENÍNSULA EN EL MAR NEGRO1 Introducción. En la Revista de Política Exterior “Líneasur” edición No. 7 de Enero – Abril del presente año, los señores Gabriel Velastegui y Daniela Mora realizaron un artículo titulado “La secesión de la península de Crimea: ¿Qué intereses subyacen al discurso de occidente?”; a continuación un aparte del mismo. Desarrollo. Para comprender el porqué de la importancia de lo ocurrido en Crimea, es fundamental partir de su significación geoestratégica. La península de Crimea ha sido controlada por varias naciones a lo largo de la historia, lo cual se refleja en la composición de su población. Entre los siglos XV y XVIII, Turquía tuvo 1 Este documento forma parte de la serie “Informaciones de interés” del Instituto de Estudios Geoestratégicos y Asuntos Políticos de la Universidad Militar Nueva Granada. Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Militar Nueva Granada el control de la península; después pasó a manos del Imperio Ruso, en 1783. Con la Revolución Bolchevique, Crimea se convirtió en una República autónoma dentro de la Unión Soviética y, en 1954, fue anexada a Ucrania. De acuerdo a datos del censo ucraniano de 2001, existen tres grupos principales en Crimea: los rusos (58,5%), los ucranianos (24,4%) y los tártaros de Crimea (12,1%). Esta diversidad plantea significativos desafíos a la gestión de la península. Por su ubicación geográfica, desde una perspectiva macro, es necesario decir que Ucrania es crucial para la seguridad y defensa de Rusia: ambos países comparten una larga frontera, y Moscú está ubicada apenas a unos 480 kilómetros de territorio ucraniano. Pero además, desde un enfoque más específico, Ucrania posee dos puertos claves para la influencia comercial, militar y energética que Rusia busca consolidar en la región del Mar Negro, y para su acceso al Mediterráneo: Odesa y Sebastopol; este último, ubicado precisamente en la península de Crimea. Ya desde el siglo XVIII, el ejército ruso ha utilizado la ubicación de Crimea como punto estratégico para dominar el Mar Negro. La ciudad de Sebastopol ha sido la base naval de la Flota del Mar Negro desde el siglo XVIII. Esta base naval rusa fue tomada en 1942, durante la II Guerra Mundial, por el ejército alemán, y liberada por el ejército soviético en 1944. La cesión de la península de Crimea a Ucrania se produjo por decisión del Soviet Supremo, el 19 de febrero de 1954, cuando Nikita Kruschev era el Primer Secretario del Partido Comunista ruso. Esta transferencia dejó a la Flota rusa desprotegida hasta 1997 y, después de la caída del Muro de Berlín, fue necesario definir un acuerdo entre Boris Yeltsin (Rusia) y Leónidas Kravchuk (Ucrania) por el cual, a cambio de reconocer las nuevas fronteras, Moscú se quedó con el 82% de la Flota del Mar Negro, y con la posibilidad de conservar y utilizar la base naval de Sebastopol por veinte años, hasta 2017. Para ello, tendría que pagar un arriendo anual de USD 97,75 millones (RIA Novosti, 2014). Según el acuerdo, Rusia tenía derecho a mantener 25 000 tropas, 24 sistemas de artillería con un calibre menor a 100 mm, 132 vehículos blindados y 22 aviones militares en la base naval. El acuerdo también permitía que Rusia tuviera 5 divisiones navales estacionadas en el puerto de Sebastopol y el uso de 2 bases aéreas en la península de Crimea (RIA Novosti, 2014). Pero, ¿por qué necesitaría Moscú una potente flota en el Mar Negro, y 25 000 marinos en sus bases de Crimea? Si bien Ucrania, Bulgaria, Rumania y Georgia no representan mayores amenazas para Rusia, y la más poderosa marina turca tiene sus bases navales en el mar de Mármara y el Mediterráneo. Ucrania es la pieza del puzzle, con el segundo ejército más numeroso de Europa, después de Rusia, que le falta a la OTAN en el territorio fronterizo con Rusia, donde la Alianza Atlántica se expande hasta Lituania y Polonia, y donde Washington implementa su escudo antimisiles, con intención de mantener a raya a Moscú (Rodríguez, 2014). La reciente crisis en Siria habría reforzado la alerta al Kremlin con respecto a su debilidad marítima, frente a la fortaleza naval de la OTAN y sus intereses en la región (Treviño, 2014). El acercamiento entre la UE y Ucrania, en realidad, parecería ser “el caballo de Troya de la OTAN: una expansión masiva de la posición militar de la OTAN en la región” (Kucinich, 2014). En suma, lo acontecido en Ucrania, y particularmente en Crimea, es un termómetro de las relaciones entre Occidente y Rusia, y devela la pugna entre ambos lados por consolidar su presencia en la región estratégica de Europa del Este: la visión geopolítica de Rusia no apunta a recrear un imperio, sino a fortalecer su esfera de influencia; mientras que, para Europa, y particularmente para los antiguos satélites soviéticos y los países de Europa del Este, una Ucrania dominada por Rusia representaría una amenaza, dado que estos países ya dependen de la energía rusa, que cruza Ucrania y les llega a través de gaseoductos; además, están conscientes de que Rusia podría utilizar esta dependencia a su favor para ejercer control sobre ellos. La reciente crisis en Crimea ha alertado a los mercados financieros, y afecta, por tanto, los intereses comerciales y energéticos de la UE y los Estados Unidos, en un contexto de incertidumbre; así como ha alertado a la OTAN, la cual se perfila como la única, para algunos, alternativa de disuasión creíble frente a lo que algunos países, sobre todo los de Europa del Este han interpretado como un renovado interés expansionista de Moscú (Priego, 2014). En este escenario, resulta posible comprender por qué Occidente se ha embarcado en presentar a Rusia como el único responsable de los actuales eventos, soslayando la realidad ucraniana interna, así como su propia parte en el asunto: necesita frenar la expansión de la influencia de Rusia en la región, a fin de salvaguardar sus intereses, y justificar las medidas que tome en ese sentido, que incluyen varios tipos de sanciones diplomáticas y económicas por lo ocurrido con Crimea, e incluso la posible reactivación de una guerra fría. Si bien esto último no es aún una realidad tangible, tampoco puede ser descartado, si se considera el despliegue de tropas y los ejercicios que ambos lados han desarrollado desde la anexión.