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REVISTA DE CULTUR AS Y LITERAT URAS COMPAR ADAS-
II
ductores culturales pero también hay otro canon, igualmente nostálgico
como el
primero: aquél que nació de la médula de las poéticas minoritarias. Esto
quiere
decir que el margen también tiene su consag ración , y en consec uencia
suele
practic ar comúnmente ese andamio nostálgico. Sin duda, la produc
ción postgolpe no estuvo ajena al debate consag ratorio pero es import ante acotar
que
éste dará comienzo durante los noventa, en las denominadas culturas
de la transición democrática. Manifiestos, prólogos, publicaciones de antologías,
la planetarización paulatina de las editoriales harán visible una compleja
polémica,
entre lo nuevo y lo que venía del pasado , entre poétic as raigales y
lo nuevo.
Raros, outsiders, canónicos, etc. conforman los signos de un mapa que
expresan
las negaciones con el pasados a través de múltiples matices. Pero, en
definitiva,
la nostal gia, ese estar "pend iente" podría consid erarse saluda ble
cuand o es
posible relevar la simbólica del mapa rizomático, descentrado, y observ
ar que
como política de representación coloca el tono polémico para proble
matizar la
relación entre arte y vida, arte y memoria cultural.
Conclusión
En realidad cuando pensamos en Cono Sur y su cartografía literaria
aquel
primer neologismo "nostalgiar" hace referencia por desorden del mapa
a una
doble condición: es estado (un sentimiento) como el amor, por ejempl
o, pero
también un estar, una condición existencial y más aún un devenir polític
a en el
discurso literario post golpe. Claro está, no se puede repetir el pasado
, nada es
lo mismo, pero el pasado es una condición necesa ria de la nostalgia,
el zumo
recuperable, la vida que se mueve, un re-producirse, un deja vu, lo que
retorna
pero no se repite
Bibliografia
Augé, Marc. Las formas del olvido. Ed. Gedisa, 1998.
Nadaud, Stéphane. Manual de uso para aquellos que quieren aproba
r su (anti) edipo.
Francia: Ed. Fayard, 2006. Tr. para este trabajo de Ana Rearte.
Héctor Tizón. La nostalgia en el exilio
Danie l Teobaldi
Resumen
En la novela de Héctor Tizón titulada La casa y el viento (1984), la nostalg
ia y la
memoria juegan un rol fundamental, que refuerza la idea de la historia
del pueblo de
donde procede el narrador. Sin embargo, la voluntad del narrador se centra
en reconsiderar la memoria como una forma del nostos. A partir de la imaginación
el narrador
reconfigura su memoria del lugar, para formular otros lugares que le
concedan el sentido que necesita, para reconstruir su existencia agraviada por la historia
. El narrador
busca borrar su memoria histórica, personal, para elaborar otra memori
a, compuesta por
lo original, por aquello que permanece en estado puro. De esta manera
, los sueños son
la seguridad que posee el narrador para dar sentido a su existencia, porque
en sí mismos
implican una certeza.
Abstract
In Héctor Tizón' s novel entitled La casa y el viento (1984), nostalgia and
memory
play a fundamental role which reinforces the idea of the history of the
narrator' s town.
Nevertheless, the narrator's will is centered in reconsidering memory
as a form ofthe
nostos. From imagination the narrator reshapes his memory of the place,
to formula~e
other places that grant the sense he needs to recons truct his existen
ce negatively
marked by history. The narrator tries to erase his historical, personal memor
y, to elaborate another memory, composed by the original, by what remains in
pure state. Thus,
dreams are the security the narrato r has, to give sense to his existen
ce, because, in
themselves, they imply a certainty.
La pregunta puede ser: ¿cómo pensar el exilio, si la nostalgia colma con
los
recuerdos? La nostalgia: ese dolor por el regreso que, se sabe, no habrá
de ser.
El dolor que procede de la memoria siempre es el que perdura, el que
nos dice,
desde adentro, cómo fueron los hechos que provocaron esa situación.
Así reacciona el protagonista narrador de la novela de Héctor Tizón titulada La
casa y
el viento (1984). El nostos, el regreso, es un motivo que recurre en las
narraciones de Tizón. Pero en esta novela, el sentido es otro: la fuga, "En realida
d todas
mis partidas fueron fugas" ( 14) 1, como dice el narrador de la novela; el
escape,
1
Tizón, Héctor. La casa y el viento. Buenos Aires: Ed. Alfaguara, 2004,
p. 14.
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de una circunstancia no apta para continuar compartiendo con la historia presente: la imposición de la violencia, como forma de vida y como concepción de
la existencia.
En efecto: el narrador tiene plena conciencia de que es un sujeto en tránsito
constante; de que se ha transformado, por el imperio de los acontecimientos, en
un pasante por la geografía y por el tiempo de un sector, de una región, que va
"descubriendo", a medida que la agota con su andar, y que, por ese descubrimiento, halla un sentido particular, ofreciéndole la posibilidad de encontrarse a
sí mismo, de identificarse con los otros y con lo otro, lo abierto, lo perdurable,
a pesar de que la historia lo estaba dejando afuera.
Se trata de uno más de los tantos que eligieron el exilio durante la última
dictadura argentina, y que no tenía otro horizonte más que el de la incertidumbre. Tizón, al reeditarse la novela, afirma que cuando la terminó de escribir
(1982), "Eran los últimos años de nuestro exilio pero aún no lo sabíamos." (11)2
La incertidumbre, que es ese no saber a qué atenerse, que transforma cualquier
situación en absurda, y que revela que la nostalgia, "que es ambigua y oscura",
como afirma Tizón, le iba marcando el sendero, en un viaje del que no tenía la
certeza de regresar.
El cambio de espacios; la traslación de los cuerpos; las transformaciones
de los tiempos, conducen a la otredad. El peso simbólico que tiene la casa,
como espacio de realizaciones personales y familiares; como punto de encuentro y como fundamento existencial, logra en esta novela una proyección relevante. Sólo pensemos en el título de la novela: La casa y el viento. Pensemos
en las referencias que hace el narrador respecto a la casa, como lugar nuclear,
como espacio antropológico. En ese prólogo, Tizón escribe: "Tampoco yo
logaba ser otro porque me había llevado la casa a cuestas. Quitármela de
encima me costó esta novela, y empecé a estar seguro de ello cuando estuve
convencido de que nada vuelve, que el regreso no existe. Ésta era la verdad,
pero dolía y entristecía como toda muerte." (13). La abolición del símbolo
opera como una barrera que impide la plenitud existencial. La casa, en tanto
símbolo, termina transfigurada en objeto estético -otro símbolo-, para dar
lugar a la construcción de otras formas simbólicas, pero esta vez desde la calidad operativa de la nostalgia, esto es: "el regreso no existe", y esto es lo que
causa el dolor.
El nostos, el regreso: una figura necesaria para contraponer el dolor que
produce la despedida, el demorado adiós a todo lo que había formado parte de
su existencia: la nostalgia, que se configura, ahora, como la forma de huir del
presente para refugiarse en el pasado: "Todo parece simple y claro a lo lejos,
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Op. cit. p. 11. En adelante, todas las referencias se realizan con el número de página entre
paréntesis.
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pero al recordarlo mis palabras se convierten en piedras y soy como un borracho que hubiera asesinado a su memoria." (14). La nostalgia y la memoria, que
están constelando en un tándem duradero, que refuerza la idea de la historia, de
la "áspera" historia del pueblo de donde procede el narrador.
Sin embargo, la voluntad del narrador se centra en reconsiderar la memoria
como una forma del nostos. Por eso busca captar con imágenes el lugar antropológico, que le da sentido, para no olvidar: "Pero antes de huir quería ver lo
que dejaba, cargar mi corazón de imágenes para no contar ya mi vida sino en
montañas, en gestos, en infinitos rostros; nunca en cifras sino en ternuras, en
furores, en penas y alegrías." (15-16), con lo cual está afirmando la complejidad
del mundo y de la existencia, que se le manifiestan en forma de imágenes, que
son, en última instancia, la materia de la memoria, y lo que propone el regreso,
a partir de la imaginación. Precisamente, es a partir de la imaginación el trabajo
que el narrador realiza para reconfigurar su memoria del lugar, para construir
otros lugares que le concedan el sentido que necesita para reconstruir su existencia mancillada por la historia. Pero aquí también empieza a tener gravitación
la función que alcanza a tener la experiencia, en cuanto soporte del sentido de
la existencia del personaje: solamente puede sostenerse a partir de la conservación de esas experiencias más entrañables, las que tienen una carga emocional
y sentimental que han marcado al protagonista y que le permiten continuar en
su peregrinar, tanto vital como geográfico. Eso es lo que él prefiere conservar, a
pesar del dolor que le significa abandonarlo todo, como afirma en las primeras
páginas de la novela.
Hay un hecho que le permite recuperar parte del sentido, parte de lo que
implica su permanencia en esas tierras: desde el segundo capítulo, el narrador
se impone la tarea de buscar a un poeta, llamado Belindo, a partir de la reconstrucción de su biografía. Un cantor que llevaba, por todas partes, la copla como
un verdadero servidor de los hombres y de las mujeres del lugar. Pero esta búsqueda tiene un sentido primordial: el protagonista va cobrando noción de que el
poeta es un personaje que todos conocen y reconocen como miembro de la
comunidad, y que, a medida que va recorriendo las distintas y sucesivas poblaciones, en su errar casi al azar, todos tienen la misma versión de la vida de
Belindo, lo que le permite recuperarla para que quede fraguada en la memoria
personal y en la de la comunidad, como un signo concreto de la identidad que
el protagonista va forjando en ese peregrinar. Todos se reconocen en el cantar
de Belindo y en las coplas que va dejando. Por eso, el protagonista se ocupa de
dejar testimonio de esta biografía, que es memoria para la identidad.
El proceso de construcción de la identidad permite mitigar la nostalgia,
porque si la nostalgia es un signo abierto de aquello que fue, la identidad permite la resignificación de la experiencia compartida (la tierra, la historia), lo
que implica, entonces, la posibilidad de la reconstrucción, desde un presente, de
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de una circunstancia no apta para continuar compartiendo con la historia presente: la imposición de la violencia, como forma de vida y como concepción de
la existencia.
En efecto: el narrador tiene plena conciencia de que es un sujeto en tránsito
constante; de que se ha transformado, por el imperio de los acontecimientos, en
un pasante por la geografía y por el tiempo de un sector, de una región, que va
"descubriendo", a medida que la agota con su andar, y que, por ese descubrimiento, halla un sentido particular, ofreciéndole la posibilidad de encontrarse a
sí mismo, de identificarse con los otros y con lo otro, lo abierto, lo perdurable,
a pesar de que la historia lo estaba dejando afuera.
Se trata de uno más de los tantos que eligieron el exilio durante la última
dictadura argentina, y que no tenía otro horizonte más que el de la incertidumbre. Tizón, al reeditarse la novela, afirma que cuando la terminó de escribir
(1982), "Eran los últimos años de nuestro exilio pero aún no lo sabíamos." (11)2
La incertidumbre, que es ese no saber a qué atenerse, que transforma cualquier
situación en absurda, y que revela que la nostalgia, "que es ambigua y oscura",
como afirma Tizón, le iba marcando el sendero, en un viaje del que no tenía la
certeza de regresar.
El cambio de espacios; la traslación de los cuerpos; las transformaciones
de los tiempos, conducen a la otredad. El peso simbólico que tiene la casa,
como espacio de realizaciones personales y familiares; como punto de encuentro y como fundamento existencial, logra en esta novela una proyección relevante. Sólo pensemos en el título de la novela: La casa y el viento. Pensemos
en las referencias que hace el narrador respecto a la casa, como lugar nuclear,
como espacio antropológico. En ese prólogo, Tizón escribe: "Tampoco yo
logaba ser otro porque me había llevado la casa a cuestas. Quitármela de
encima me costó esta novela, y empecé a estar seguro de ello cuando estuve
convencido de que nada vuelve, que el regreso no existe. Ésta era la verdad,
pero dolía y entristecía como toda muerte." (13). La abolición del símbolo
opera como una barrera que impide la plenitud existencial. La casa, en tanto
símbolo, termina transfigurada en objeto estético -otro símbolo-, para dar
lugar a la construcción de otras formas simbólicas, pero esta vez desde la calidad operativa de la nostalgia, esto es: "el regreso no existe", y esto es lo que
causa el dolor.
El nostos, el regreso: una figura necesaria para contraponer el dolor que
produce la despedida, el demorado adiós a todo lo que había formado parte de
su existencia: la nostalgia, que se configura, ahora, como la forma de huir del
presente para refugiarse en el pasado: "Todo parece simple y claro a lo lejos,
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Op. cit. p. 11. En adelante, todas las referencias se realizan con el número de página entre
paréntesis.
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pero al recordarlo mis palabras se convierten en piedras y soy como un borracho que hubiera asesinado a su memoria." (14). La nostalgia y la memoria, que
están constelando en un tándem duradero, que refuerza la idea de la historia, de
la "áspera" historia del pueblo de donde procede el narrador.
Sin embargo, la voluntad del narrador se centra en reconsiderar la memoria
como una forma del nostos. Por eso busca captar con imágenes el lugar antropológico, que le da sentido, para no olvidar: "Pero antes de huir quería ver lo
que dejaba, cargar mi corazón de imágenes para no contar ya mi vida sino en
montañas, en gestos, en infinitos rostros; nunca en cifras sino en ternuras, en
furores, en penas y alegrías." (15-16), con lo cual está afirmando la complejidad
del mundo y de la existencia, que se le manifiestan en forma de imágenes, que
son, en última instancia, la materia de la memoria, y lo que propone el regreso,
a partir de la imaginación. Precisamente, es a partir de la imaginación el trabajo
que el narrador realiza para reconfigurar su memoria del lugar, para construir
otros lugares que le concedan el sentido que necesita para reconstruir su existencia mancillada por la historia. Pero aquí también empieza a tener gravitación
la función que alcanza a tener la experiencia, en cuanto soporte del sentido de
la existencia del personaje: solamente puede sostenerse a partir de la conservación de esas experiencias más entrañables, las que tienen una carga emocional
y sentimental que han marcado al protagonista y que le permiten continuar en
su peregrinar, tanto vital como geográfico. Eso es lo que él prefiere conservar, a
pesar del dolor que le significa abandonarlo todo, como afirma en las primeras
páginas de la novela.
Hay un hecho que le permite recuperar parte del sentido, parte de lo que
implica su permanencia en esas tierras: desde el segundo capítulo, el narrador
se impone la tarea de buscar a un poeta, llamado Belindo, a partir de la reconstrucción de su biografía. Un cantor que llevaba, por todas partes, la copla como
un verdadero servidor de los hombres y de las mujeres del lugar. Pero esta búsqueda tiene un sentido primordial: el protagonista va cobrando noción de que el
poeta es un personaje que todos conocen y reconocen como miembro de la
comunidad, y que, a medida que va recorriendo las distintas y sucesivas poblaciones, en su errar casi al azar, todos tienen la misma versión de la vida de
Belindo, lo que le permite recuperarla para que quede fraguada en la memoria
personal y en la de la comunidad, como un signo concreto de la identidad que
el protagonista va forjando en ese peregrinar. Todos se reconocen en el cantar
de Belindo y en las coplas que va dejando. Por eso, el protagonista se ocupa de
dejar testimonio de esta biografía, que es memoria para la identidad.
El proceso de construcción de la identidad permite mitigar la nostalgia,
porque si la nostalgia es un signo abierto de aquello que fue, la identidad permite la resignificación de la experiencia compartida (la tierra, la historia), lo
que implica, entonces, la posibilidad de la reconstrucción, desde un presente, de
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lo que aparece marcado por el dolor, la algia: regresar al pasado solamente tendrá un sentido si se realiza a partir de lo identitario, construido por la fuerza de
la comunidad, con agentes mediadores, como es el caso del poeta Belindo, verdadero juglar del altiplano, lo que permite ofrecer una visión esperanzada, no
ya desde los procesos históricos, sino desde lo que la poesía puede generar, en
cuanto conjunto de símbolos que acompañan al hombre y que le permiten establecer los fundamentos de su propia existencia.
En este plano, el narrador protagonista se mueve en una polaridad de tensiones que le revelan el deseo, la pulsión, hacia el fundamento, con el propósito
de contrar restar los efectos devastadores de la nostalgia: "De pronto estoy
a
punto de descubrir lo que quiero y lo que no quiero y siento que en mi huida
esta tierra y estos hombres me acompañan, deseo que el mundo sea otra vez luz
y oscurid ad, y ruido o silencio , salado, dulce y agrio y compre nder por el
cuerpo, saber que las opiniones humanas son sólo una propuesta y que dios,
o
los dioses, como los números, no son más que alegorías. Necesito de imágenes
libres, desvinc uladas de mis recuerd os." (72). El narrado r busca borrar su
memoria histórica, personal, para construir otra memoria, compuesta por lo original, por lo principia!, por aquello que permanece en estado puro. No obstante,
previo a esto, es necesario que se produz ca el proceso del olvido, como una
contraparte de la nostalgia. En efecto: si la memoria es una forma del nostos,
del regreso (regresar en el tiempo), el olvido funciona, aquí, como la antítesi
s
de la nostalgia, no como su cura, porque el dolor del regreso se formaliza a partir del recuerdo de lo que se ha dejado. Acaso la cura de la nostalgia, en esta
novela, La casa y el viento, sea el regreso, pero el narrador sabe que lo suyo es
un peregrinar constante, hacia (y esto no lo sabe) ese origen. De todos modos,
hay una voluntad de construir un status diferente, a partir del descubrimient
o
del lugar antropológico, esto es: el espacio terrígeno que le da sentido a la propia existencia.
Casi sin rumbo, pero dejándose llevar por una providencia manifiesta, el
narrador busca, sin proponérselo concientemente, su lugar antropológico: "Miro
hacia la punta del camino sin entusiasmo y sin pena. Se ha nublado por fin y ya
no tengo otra alternativa más que andar. ¿Hacia dónde voy? Mis pies lo sabrán."
(94). No obstante, con el tránsito del narrador por las sucesivas geografías, va
adquiriendo algunas transformaciones, pero el lector advierte que, en el encuentro con los otros, hay constantes, lo que permite al narrador afirmarse, progresivamente, en su experie ncia identitaria. Precisa mente es la identidad lo que
apresura el recorrido que lleva al narrador hasta límites que no formaban parte
de su propio itinerario, camino que buscab a denoda dament e la liberación de
una situación cada vez más compleja. Sin embargo, el narrador no tiene plena
certeza de su destino , aunque los sueños le van revelando un plano posible
:
"Pienso que la salvaci ón me espera en alguna parte, pero yo me desvío del
1
J
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camino . Confío en mis sueños ; son lo más cierto de mi vida; y, además, no
quiero que todo esto se convie rta en un montón de palabras." (81). De esta
manera, los sueños son el reaseguro del narrador para dar sentido a su existencia, porque en sí mismos implican una certeza. De los sueños proceden los símbolos que sustent an la existen cia, por lo que no es extraño que el narrado
r
encuen tre en los sueños esa confian za, que le permite reconst ruir aquellos
aspectos más relevantes.
Según lo anterior, la casa seguirá brindando la materia necesaria para que
el narrador se justifique frente a la situación adversa, cuando afirma: "Los rostros de los hombres se repiten en el tiempo y yo soy, otra vez, un niño errante
en busca de una casa. Ese descubrimiento me trajo la súbita alegría de no estar
solo y vacío, de que tal vez existiese una armonía universal que no comprendemos hasta alcanza r la propia; que huimos del dolor, pero luego sentimos la
voluptuosidad de su recuerdo, y su recuerdo nos enriquece." (88). De aquí surgen algunas líneas, que habría que deslindar: la reafirmación de la casa, en
cuanto símbolo de sustento; la asociación de la casa con la niñez, verdadero
paraíso perdido en y por el tiempo; la idea de compartir comunitariamente esa
situación y, por consiguiente, el hecho concreto del rechazo de la soledad; de
considerar la armonía como un estado del alma; y, por último, las proyecciones
que tiene el recuerdo, la memoria, el dolor. En este caso, el dolor por no poder
regresar.
En la casa, el narrador ha dejado todo lo que tenía algún significado para
él. La relación recuerdo/olvido permite recuperar algo de lo que tuvo que abandonar. Así, el recuerdo se configura como un reconocimiento de sí mismo, un
autorreconocimiento identitario: "Como en el mar, solamente los hombres valerosos pueden sobrevivir en el desierto. ¿Cuántos días han transcurrido ya desde
que abandoné mi casa? Todo ha quedado atrás, muerto tal vez, pero insepulto,
porque nuestros recuerdos y nuestros olvidos conviven. Quiero convertirme en
uno de estos hombres, desprenderme de mi propio lenguaje, de mi piel, de la
memoria de mi cuerpo, pero ahora sólo consigo pensarlo, sabiendo que pensar
es engañoso -los pensamientos son los que provocan las escandalosas desigualdades." (90)-. Por una parte, el planteo fundamental del narrador va en
orden a un despojarse totalmente de lo que lo justificaría frente a la historia, a
su historia personal, individual, para fusionarse con la comunidad, con la que
ha empezado a identificarse. En efecto: la existencia se ha transformado en una
síntesis de la relación entre memoria y olvido, para generar otra categoría: la
identidad, que lograría contrarrestar los efectos de la nostalgia, y que avizoraría
la construcción de una patria diferente. Recordemos que la nostalgia, en su origen literario, parte del dolor que experimenta Ulises, en Odisea, cuando debe
regresar a su patria. El nostos, pues, se configura, en La casa y el viento, a partir del proceso identitario que experimenta el narrador, al reconocerse en los
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lo que aparece marcado por el dolor, la algia: regresar al pasado solamente tendrá un sentido si se realiza a partir de lo identitario, construido por la fuerza de
la comunidad, con agentes mediadores, como es el caso del poeta Belindo, verdadero juglar del altiplano, lo que permite ofrecer una visión esperanzada, no
ya desde los procesos históricos, sino desde lo que la poesía puede generar, en
cuanto conjunto de símbolos que acompañan al hombre y que le permiten establecer los fundamentos de su propia existencia.
En este plano, el narrador protagonista se mueve en una polaridad de tensiones que le revelan el deseo, la pulsión, hacia el fundamento, con el propósito
de contrar restar los efectos devastadores de la nostalgia: "De pronto estoy
a
punto de descubrir lo que quiero y lo que no quiero y siento que en mi huida
esta tierra y estos hombres me acompañan, deseo que el mundo sea otra vez luz
y oscurid ad, y ruido o silencio , salado, dulce y agrio y compre nder por el
cuerpo, saber que las opiniones humanas son sólo una propuesta y que dios,
o
los dioses, como los números, no son más que alegorías. Necesito de imágenes
libres, desvinc uladas de mis recuerd os." (72). El narrado r busca borrar su
memoria histórica, personal, para construir otra memoria, compuesta por lo original, por lo principia!, por aquello que permanece en estado puro. No obstante,
previo a esto, es necesario que se produz ca el proceso del olvido, como una
contraparte de la nostalgia. En efecto: si la memoria es una forma del nostos,
del regreso (regresar en el tiempo), el olvido funciona, aquí, como la antítesi
s
de la nostalgia, no como su cura, porque el dolor del regreso se formaliza a partir del recuerdo de lo que se ha dejado. Acaso la cura de la nostalgia, en esta
novela, La casa y el viento, sea el regreso, pero el narrador sabe que lo suyo es
un peregrinar constante, hacia (y esto no lo sabe) ese origen. De todos modos,
hay una voluntad de construir un status diferente, a partir del descubrimient
o
del lugar antropológico, esto es: el espacio terrígeno que le da sentido a la propia existencia.
Casi sin rumbo, pero dejándose llevar por una providencia manifiesta, el
narrador busca, sin proponérselo concientemente, su lugar antropológico: "Miro
hacia la punta del camino sin entusiasmo y sin pena. Se ha nublado por fin y ya
no tengo otra alternativa más que andar. ¿Hacia dónde voy? Mis pies lo sabrán."
(94). No obstante, con el tránsito del narrador por las sucesivas geografías, va
adquiriendo algunas transformaciones, pero el lector advierte que, en el encuentro con los otros, hay constantes, lo que permite al narrador afirmarse, progresivamente, en su experie ncia identitaria. Precisa mente es la identidad lo que
apresura el recorrido que lleva al narrador hasta límites que no formaban parte
de su propio itinerario, camino que buscab a denoda dament e la liberación de
una situación cada vez más compleja. Sin embargo, el narrador no tiene plena
certeza de su destino , aunque los sueños le van revelando un plano posible
:
"Pienso que la salvaci ón me espera en alguna parte, pero yo me desvío del
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camino . Confío en mis sueños ; son lo más cierto de mi vida; y, además, no
quiero que todo esto se convie rta en un montón de palabras." (81). De esta
manera, los sueños son el reaseguro del narrador para dar sentido a su existencia, porque en sí mismos implican una certeza. De los sueños proceden los símbolos que sustent an la existen cia, por lo que no es extraño que el narrado
r
encuen tre en los sueños esa confian za, que le permite reconst ruir aquellos
aspectos más relevantes.
Según lo anterior, la casa seguirá brindando la materia necesaria para que
el narrador se justifique frente a la situación adversa, cuando afirma: "Los rostros de los hombres se repiten en el tiempo y yo soy, otra vez, un niño errante
en busca de una casa. Ese descubrimiento me trajo la súbita alegría de no estar
solo y vacío, de que tal vez existiese una armonía universal que no comprendemos hasta alcanza r la propia; que huimos del dolor, pero luego sentimos la
voluptuosidad de su recuerdo, y su recuerdo nos enriquece." (88). De aquí surgen algunas líneas, que habría que deslindar: la reafirmación de la casa, en
cuanto símbolo de sustento; la asociación de la casa con la niñez, verdadero
paraíso perdido en y por el tiempo; la idea de compartir comunitariamente esa
situación y, por consiguiente, el hecho concreto del rechazo de la soledad; de
considerar la armonía como un estado del alma; y, por último, las proyecciones
que tiene el recuerdo, la memoria, el dolor. En este caso, el dolor por no poder
regresar.
En la casa, el narrador ha dejado todo lo que tenía algún significado para
él. La relación recuerdo/olvido permite recuperar algo de lo que tuvo que abandonar. Así, el recuerdo se configura como un reconocimiento de sí mismo, un
autorreconocimiento identitario: "Como en el mar, solamente los hombres valerosos pueden sobrevivir en el desierto. ¿Cuántos días han transcurrido ya desde
que abandoné mi casa? Todo ha quedado atrás, muerto tal vez, pero insepulto,
porque nuestros recuerdos y nuestros olvidos conviven. Quiero convertirme en
uno de estos hombres, desprenderme de mi propio lenguaje, de mi piel, de la
memoria de mi cuerpo, pero ahora sólo consigo pensarlo, sabiendo que pensar
es engañoso -los pensamientos son los que provocan las escandalosas desigualdades." (90)-. Por una parte, el planteo fundamental del narrador va en
orden a un despojarse totalmente de lo que lo justificaría frente a la historia, a
su historia personal, individual, para fusionarse con la comunidad, con la que
ha empezado a identificarse. En efecto: la existencia se ha transformado en una
síntesis de la relación entre memoria y olvido, para generar otra categoría: la
identidad, que lograría contrarrestar los efectos de la nostalgia, y que avizoraría
la construcción de una patria diferente. Recordemos que la nostalgia, en su origen literario, parte del dolor que experimenta Ulises, en Odisea, cuando debe
regresar a su patria. El nostos, pues, se configura, en La casa y el viento, a partir del proceso identitario que experimenta el narrador, al reconocerse en los
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metaficcionales, en las que da cuenta al lector de que va asentando en un cuaderno todas sus experiencias y reflexiones, medita sobre esta relación entre
pasado y nostalgia: "Ahora, al recordar, dudo de que sea cierto lo que esta
mañana he escrito en mi cuaderno: 'El pasado es un equipaje inútil y pesado
que por nostalgia o cobardía nos negamos a echar por la borda'. En este
momento siento que todo es el pasado entre nosotros." (136), haciendo una alusión al pasado inmediato y a su presente: el del camino hacia el exilio. Esta
sensación que experimenta el narrador, este agobio que le produce el pasado,
sin embargo, no es motivo de angustia, sino que es la posibilidad de refugiarse
en los recuerdos: "Mi pasado está allí, en algún lugar, pero aún apresado en él
ya no le temo. Siento que la vida es como un relámpago, una suma de relámpagos aislados, irregulares e intensos. Y el recuerdo no es más que la busca de
esos instantes perdidos." (146).
Por eso, no es extraño que el narrador examine en su vida lo que es verdaderamente relevante, lo que forma parte de su pasado y que sea motivo para ser
rescatado. Así, y reforzando lo planteado más arriba, el narrador protagonista
tiene clara conciencia del sentido profundo y de la trascendencia de su niñez:
"De mi vida sólo valen los días de mi niñez en el verano y ciertos instantes
fugaces pero duraderos, capaces de retornar siempre, esquivos e imprevistos."
(147). Nuevamente el pasado más remoto de su existencia recuperado por la
memoria, que se plantea como aquellos momentos a los que se puede regresar,
pero sin congoja.
El narrador tiene conciencia de que en su presente está construyendo un
nuevo lugar antropológico, que le permite restablecer un cierto equilibrio vital,
a partir, especialmente, de la reserva del recuerdo de la tierra y de los seres
relacionados con ella: "Mi afán era obstinado o loco: no querer que hubiese
-al irme- un palmo de esta tierra que yo no recordara. La tierra como el
cuerpo de una mujer amada, cada piedra o sendero, cada pequeño caserío, una
columna de humo efímero y eterno; un sauce como una pacífica y hermosa obstinación entre el páramo y una ladera cuyos pies los hombres de aquí siembran
y cosechan. Mi infancia en un andén barrido por el viento en Abra Pampa; mi
niñez en el regazo de una niñera india; aquellos días, que parecían tan grávidos
cruzados por el pasaje de los trenes en la noche como raudos gusanos de entrañas alumbradas por pálidos destellos con su carga de guerra o de aventura
rumbo al Norte." (151-152). Todas estas imágenes se amalgaman en la memoria del narrador, que las concibe como formas de mantenerse a distancia de la
historia, para poder construir lugares antropológicos que le permitan plenificar
su existencia.
Podemos verificar cómo la combinación de exilio, nostalgia e identidad
terminan dando al relato un sentido final y propone un estado de cierta estabilidad en medio de las urgencias interiores del narrador: "Ahora sólo me queda
otro~,
al querer suprimir "desigualdades", al establecer un nuevo concepto de
patna, fundado en causas geográficas, pero que originan un lugar común: el
desierto. Y este es el punto de partida de cualquier patria: el lugar de nuestros
padres. El lugar donde cada uno ha tenido el punto de partida y, en el mejor de
los casos, como Ulises, su punto de llegada, su destino.
Pero para mirar hacia el destino es necesario, también, recuperar el origen.
El narrador, como se ha visto, realiza permanentes referencias a su niñez, obviamente traída por la memoria, en relación profunda con el símbolo de la casa.
~iñez y casa constituyen lo paradisíaco de ese pasado originario, que ha ido perdiendo_el ~ura (tomando el término benjaminiano), a partir de la experiencia y
del aleJamiento progresivo del origen: "Mis recuerdos me llevan de un lado a
otro. Mis padres deliberan. Han decidido que debo irme a estudiar a la ciudad.
La imagen siguiente es, junto a mi padre que me lleva, la del tren saliendo de la
pequeña estación, y mi perro que corre desesperado detrás del tren, detrás de mi
niñez que se va para siempre, hasta perderse de vista. Luego vendrán aquellas
. casas sucesivas de mis parientes cada vez más lejanos, donde no volvería a ver
ningún árbol." (133). Pérdida de la niñez y de la casa, que eran el paraíso del
narrador. Asociación de la presencia del árbol con el lugar antropológico del
n~ador: ese ?esierto que "re-descubre", y ausencia de estos seres, con la ocupaCion de_ esp~c10s no-lugares antropológicos, que configuran un mundo que no es
e~ propiO. Sm embargo, el narrador se lleva consigo la experiencia de estos espaCIOS que recorre, de estas geografías precordilleranas que le permiten reconstruir
el sentido profundo de su existencia para ponerlo, nuevamente, en contacto con
aquellos recuerdos que lo reintegran como persona.
Precisamente, han sido las sucesivas mudanzas del narrador, las que solamente le han traído consecuencias negativas: "Durante toda mi vida las mudanzas de lugares tuvieron ligadas en mí, no a la curiosidad, ni a la esperanza o el
asombro, sino a las pérdidas y la melancolía." (133). Pérdidas y melancolía: dos
aspect~s que se relacionan con la tristeza y, una vez más, con la nostalgia, porque deJar un lugar, cuando se está empezando a construir el sentido personal en
torno a él, produce, naturalmente, la tristeza, pero se trata de un matiz de la
nostalgia, porque esta se desarrolla memorando, recordando, el lugar que se ha
dejado. Siempre se pierde algo en el camino: esta pérdida y el recuerdo del
lugar, implican un retorno doloroso a un pasado feliz. No olvidemos que La
cas~ y el viento es el relato de un viaje, que recupera todos los viajes o desplazamientos del narrador, traídos por su memoria, que tiene el propósito de rescatar el motivo primordial de la vida como un recorrido, como un peregrinar, y la
concepción del hombre como peregrino, como actor central de ese camino transitado.
En este contexto, no es difícil encontrarse con una permanente referencia al
pasado, Y al pesar que ese pasado produce. El narrador, a partir de estrategias
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REVISTA DE CULTURAS Y LITERATURAS COMPARADAS-
DANIEL TEOBALDI
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metaficcionales, en las que da cuenta al lector de que va asentando en un cuaderno todas sus experiencias y reflexiones, medita sobre esta relación entre
pasado y nostalgia: "Ahora, al recordar, dudo de que sea cierto lo que esta
mañana he escrito en mi cuaderno: 'El pasado es un equipaje inútil y pesado
que por nostalgia o cobardía nos negamos a echar por la borda'. En este
momento siento que todo es el pasado entre nosotros." (136), haciendo una alusión al pasado inmediato y a su presente: el del camino hacia el exilio. Esta
sensación que experimenta el narrador, este agobio que le produce el pasado,
sin embargo, no es motivo de angustia, sino que es la posibilidad de refugiarse
en los recuerdos: "Mi pasado está allí, en algún lugar, pero aún apresado en él
ya no le temo. Siento que la vida es como un relámpago, una suma de relámpagos aislados, irregulares e intensos. Y el recuerdo no es más que la busca de
esos instantes perdidos." (146).
Por eso, no es extraño que el narrador examine en su vida lo que es verdaderamente relevante, lo que forma parte de su pasado y que sea motivo para ser
rescatado. Así, y reforzando lo planteado más arriba, el narrador protagonista
tiene clara conciencia del sentido profundo y de la trascendencia de su niñez:
"De mi vida sólo valen los días de mi niñez en el verano y ciertos instantes
fugaces pero duraderos, capaces de retornar siempre, esquivos e imprevistos."
(147). Nuevamente el pasado más remoto de su existencia recuperado por la
memoria, que se plantea como aquellos momentos a los que se puede regresar,
pero sin congoja.
El narrador tiene conciencia de que en su presente está construyendo un
nuevo lugar antropológico, que le permite restablecer un cierto equilibrio vital,
a partir, especialmente, de la reserva del recuerdo de la tierra y de los seres
relacionados con ella: "Mi afán era obstinado o loco: no querer que hubiese
-al irme- un palmo de esta tierra que yo no recordara. La tierra como el
cuerpo de una mujer amada, cada piedra o sendero, cada pequeño caserío, una
columna de humo efímero y eterno; un sauce como una pacífica y hermosa obstinación entre el páramo y una ladera cuyos pies los hombres de aquí siembran
y cosechan. Mi infancia en un andén barrido por el viento en Abra Pampa; mi
niñez en el regazo de una niñera india; aquellos días, que parecían tan grávidos
cruzados por el pasaje de los trenes en la noche como raudos gusanos de entrañas alumbradas por pálidos destellos con su carga de guerra o de aventura
rumbo al Norte." (151-152). Todas estas imágenes se amalgaman en la memoria del narrador, que las concibe como formas de mantenerse a distancia de la
historia, para poder construir lugares antropológicos que le permitan plenificar
su existencia.
Podemos verificar cómo la combinación de exilio, nostalgia e identidad
terminan dando al relato un sentido final y propone un estado de cierta estabilidad en medio de las urgencias interiores del narrador: "Ahora sólo me queda
otro~,
al querer suprimir "desigualdades", al establecer un nuevo concepto de
patna, fundado en causas geográficas, pero que originan un lugar común: el
desierto. Y este es el punto de partida de cualquier patria: el lugar de nuestros
padres. El lugar donde cada uno ha tenido el punto de partida y, en el mejor de
los casos, como Ulises, su punto de llegada, su destino.
Pero para mirar hacia el destino es necesario, también, recuperar el origen.
El narrador, como se ha visto, realiza permanentes referencias a su niñez, obviamente traída por la memoria, en relación profunda con el símbolo de la casa.
~iñez y casa constituyen lo paradisíaco de ese pasado originario, que ha ido perdiendo_el ~ura (tomando el término benjaminiano), a partir de la experiencia y
del aleJamiento progresivo del origen: "Mis recuerdos me llevan de un lado a
otro. Mis padres deliberan. Han decidido que debo irme a estudiar a la ciudad.
La imagen siguiente es, junto a mi padre que me lleva, la del tren saliendo de la
pequeña estación, y mi perro que corre desesperado detrás del tren, detrás de mi
niñez que se va para siempre, hasta perderse de vista. Luego vendrán aquellas
. casas sucesivas de mis parientes cada vez más lejanos, donde no volvería a ver
ningún árbol." (133). Pérdida de la niñez y de la casa, que eran el paraíso del
narrador. Asociación de la presencia del árbol con el lugar antropológico del
n~ador: ese ?esierto que "re-descubre", y ausencia de estos seres, con la ocupaCion de_ esp~c10s no-lugares antropológicos, que configuran un mundo que no es
e~ propiO. Sm embargo, el narrador se lleva consigo la experiencia de estos espaCIOS que recorre, de estas geografías precordilleranas que le permiten reconstruir
el sentido profundo de su existencia para ponerlo, nuevamente, en contacto con
aquellos recuerdos que lo reintegran como persona.
Precisamente, han sido las sucesivas mudanzas del narrador, las que solamente le han traído consecuencias negativas: "Durante toda mi vida las mudanzas de lugares tuvieron ligadas en mí, no a la curiosidad, ni a la esperanza o el
asombro, sino a las pérdidas y la melancolía." (133). Pérdidas y melancolía: dos
aspect~s que se relacionan con la tristeza y, una vez más, con la nostalgia, porque deJar un lugar, cuando se está empezando a construir el sentido personal en
torno a él, produce, naturalmente, la tristeza, pero se trata de un matiz de la
nostalgia, porque esta se desarrolla memorando, recordando, el lugar que se ha
dejado. Siempre se pierde algo en el camino: esta pérdida y el recuerdo del
lugar, implican un retorno doloroso a un pasado feliz. No olvidemos que La
cas~ y el viento es el relato de un viaje, que recupera todos los viajes o desplazamientos del narrador, traídos por su memoria, que tiene el propósito de rescatar el motivo primordial de la vida como un recorrido, como un peregrinar, y la
concepción del hombre como peregrino, como actor central de ese camino transitado.
En este contexto, no es difícil encontrarse con una permanente referencia al
pasado, Y al pesar que ese pasado produce. El narrador, a partir de estrategias
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imaginar el crepúsculo sobre mi casa como una promesa de felicidad; como la
propuesta vaga y milenarista de otra luz; de la luz de aquellas siestas marcadas
en mi memoria por el canto de un gallo imperativo, insolente -de aquellos
gallos transfigurados en el pavo real de la resurrección que vi alguna vez en una
desierta sinagoga de Toledo- que tal vez volveré a ver aquí, aquietado el dolor
del exilio, el cantar obstinadamente olvidado y recordado, cuando, ahora, estoy
pidiendo que este invierno no me seque el alma, que no me impida ver entre el
polvo, los escombros y la locura; que no destierre también mi alma de esa luz
del verano entre los sauces, patrimonio de los enamorados y de los viejos."
(175). La memoria se establece como la promesa y la esperanza de esa existencia que debe reconstruirse en otra tierra, en otra geografía. El narrador debe
desarraigarse para instalarse en otro lugar, para levantar su propio lugar, pero
afronta la aventura -como todo héroe viajero arquetípico- a partir de la
voluntad que impone a su empresa, voluntad forjada a base de recuerdos, dolores, olvidos, canto, imaginación y nostalgia.
121
En esta novela, el lugar antropológico se funda donde la existencia puede
constituirse como tal, pero siempre con la posibilidad de que el hombre recupere su sentido como ser, como persona, frente al mundo que se le abre en
todas sus dimensiones.
Bibliografía
Tizón, Héctor. La casa y el viento, Buenos Aires, Ed. Alfaguara, 2004.
La casa y el viento es el relato de un peregrinar, de un viaje, que emprende
el narrador protagonista, siempre innominado, tratando de huir de una historia
que lo estaba expulsando de sí. Es un viaje que, entendido simbólicamente, permite al narrador tener una experiencia que lo ubica como protagonista de una
historia que se derrumba, con el mandato de construir otra historia, que lo plenifique como hombre.
A diferencia de otros relatos de héroes viajeros, relatos del viaje simbólico,
La casa y el viento propone otro plan, otro itinerario: la salida, motivada por
razones históricas: la búsqueda del exilio; la iniciación, en cuanto el viaje que
realiza el narrador por las distintas localidades del altiplano, antes de salir del
país, en donde tiene lugar el encuentro con la mujer simbólica, llamada Zenobia; y, en lugar del regreso, el alejamiento definitivo o no.
Si bien no hay un regreso físico, la novela se escribe desde un presente
fuera del país, en el que narrador intenta recuperar, a través de la memoria,
aquello a lo que es imprescindible regresar. No hay un movimiento espacial que
indique el regreso, aunque sí hay una traslación temporal, con la memoria como
mediadora.
Está claro que la nostalgia aparece amalgamada con la identidad, el
recuerdo, el olvido, con la idea de patria, pero, en esta novela, constituyendo un
todo heteróclito, en el que se pueden reconocer las partes, con el exilio como
agente activo.
La nostalgia en el exilio pone a prueba la templanza de los hombres, y los
llama a la construcción de un horizonte diferente. Aquí adquiere un real significado la búsqueda que inicia el narrador cuando debe cambiar aspectos fundamentales de su vida.
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imaginar el crepúsculo sobre mi casa como una promesa de felicidad; como la
propuesta vaga y milenarista de otra luz; de la luz de aquellas siestas marcadas
en mi memoria por el canto de un gallo imperativo, insolente -de aquellos
gallos transfigurados en el pavo real de la resurrección que vi alguna vez en una
desierta sinagoga de Toledo- que tal vez volveré a ver aquí, aquietado el dolor
del exilio, el cantar obstinadamente olvidado y recordado, cuando, ahora, estoy
pidiendo que este invierno no me seque el alma, que no me impida ver entre el
polvo, los escombros y la locura; que no destierre también mi alma de esa luz
del verano entre los sauces, patrimonio de los enamorados y de los viejos."
(175). La memoria se establece como la promesa y la esperanza de esa existencia que debe reconstruirse en otra tierra, en otra geografía. El narrador debe
desarraigarse para instalarse en otro lugar, para levantar su propio lugar, pero
afronta la aventura -como todo héroe viajero arquetípico- a partir de la
voluntad que impone a su empresa, voluntad forjada a base de recuerdos, dolores, olvidos, canto, imaginación y nostalgia.
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En esta novela, el lugar antropológico se funda donde la existencia puede
constituirse como tal, pero siempre con la posibilidad de que el hombre recupere su sentido como ser, como persona, frente al mundo que se le abre en
todas sus dimensiones.
Bibliografía
Tizón, Héctor. La casa y el viento, Buenos Aires, Ed. Alfaguara, 2004.
La casa y el viento es el relato de un peregrinar, de un viaje, que emprende
el narrador protagonista, siempre innominado, tratando de huir de una historia
que lo estaba expulsando de sí. Es un viaje que, entendido simbólicamente, permite al narrador tener una experiencia que lo ubica como protagonista de una
historia que se derrumba, con el mandato de construir otra historia, que lo plenifique como hombre.
A diferencia de otros relatos de héroes viajeros, relatos del viaje simbólico,
La casa y el viento propone otro plan, otro itinerario: la salida, motivada por
razones históricas: la búsqueda del exilio; la iniciación, en cuanto el viaje que
realiza el narrador por las distintas localidades del altiplano, antes de salir del
país, en donde tiene lugar el encuentro con la mujer simbólica, llamada Zenobia; y, en lugar del regreso, el alejamiento definitivo o no.
Si bien no hay un regreso físico, la novela se escribe desde un presente
fuera del país, en el que narrador intenta recuperar, a través de la memoria,
aquello a lo que es imprescindible regresar. No hay un movimiento espacial que
indique el regreso, aunque sí hay una traslación temporal, con la memoria como
mediadora.
Está claro que la nostalgia aparece amalgamada con la identidad, el
recuerdo, el olvido, con la idea de patria, pero, en esta novela, constituyendo un
todo heteróclito, en el que se pueden reconocer las partes, con el exilio como
agente activo.
La nostalgia en el exilio pone a prueba la templanza de los hombres, y los
llama a la construcción de un horizonte diferente. Aquí adquiere un real significado la búsqueda que inicia el narrador cuando debe cambiar aspectos fundamentales de su vida.
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