LA IDENTIDAD EXTREMEA

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LA IDENTIDAD EXTREMEÑA
LUIS LANDERO, DULCE CHACÓN Y JAVIER CERCAS
La valoración y los sentimientos que se tienen de Extremadura han variado a lo largo del tiempo,
dependiendo también de la mirada de quienes tratan de definirla y caracterizarla. En ocasiones, se tiene
además la sensación de ser una tierra “indefinida”, en la que no se aprecia un fuerte sentimiento
regionalista, ni una clara identidad, considerada por muchos como un espacio de nadie, de paso,
fronterizo entre Andalucía y Portugal.
Sin embargo, en las encuestas del CIS, a la pregunta de cuán orgullosos se sienten los extremeños
de pertenecer a Extremadura o proceder de ella, los resultados están entre los más altos, parejos a los de
asturianos y canarios, los más avanzados en ese aspecto. ¿Podríamos pensar, entonces, que los
extremeños se sienten de alguna manera, como un grupo unitario que comparte tradiciones, cultura,
experiencias que les lleve a ser o sentir de una forma determinada?
La imagen que se ha tenido y se tiene de los extremeños resulta ambivalente, con aspectos
positivos y negativos, como ocurre con cualquier identidad que sea justa consigo misma. Es cierto que
los extremeños, a diferencia de otras regiones o nacionalidades, no se sienten superiores a nadie, pero
tampoco, afortunadamente, se consideran en la actualidad inferiores. No es fácil definir los rasgos
propios, pero podemos destacar como elementos positivos el ser sencillos, francos, sacrificados,
hospitalarios y gentes de honor y probidad; y los negativos: aislados, taciturnos, indolentes, atrasados e
individualistas. Otras imágenes más próximas en el tiempo presentan a Extremadura como: El telón de
pana, la ruta del corcho y, en general, se le pone la etiqueta de “pueblo de pastores”, señalando como
característica más significativa su atraso.
Aunque todavía pervive esa imagen de atraso y precariedad en su desarrollo económico o en los
servicios sociales, sí es cierto que en los últimos años se percibe una cierta “autoestima regional”, el
reconocimiento de ser de una forma específica por el simple hecho de ser extremeño. Es decir, los
extremeños, incluso aquellos que llevan viviendo fuera de su tierra mucho tiempo, tienen conciencia de
ser como son por haber tenido sus raíces en Extremadura y, sobre todo, porque gran parte de sus
referencias proceden de los mayores, de sus abuelos, de los que han aprendido los grandes valores que
guían sus vidas: el valor del trabajo, del sacrificio personal para conseguir metas personales, el hacer las
cosas sencillas con pocos medios pero bien hechas y el hacerlas, sobre todo, “con amor”, con “jeito”,
como nos dirá Luis Landero, además de la humildad, la sencillez, la valoración de la sabiduría popular…
En fin, caracteres de una identidad que, a pesar de su modestia, ha conformado el ser y el estar de los
extremeños.
Ser extremeño es una “filosofía vital” determinada (Dulce Chacón) Es el olor feliz de la infancia
(Javier Cercas)
Si queréis tener más información sobre la historia y la antropología de Extremadura, podéis leer el
estudio completo “Identidad extremeña” de Javier Marcos Arévalo en:
http://www.ugr.es/~pwlac/G14_04Javier_Marcos_Arevalo.html
Ahora leeremos algunos textos de autores extremeños muy actuales y reconocidos, Luis Landero,
Dulce Chacón y Javier Cerca, que nos dirán qué ha supuesto para ellos el ser de Extremadura.
“Casi una utopía”.
¿Cómo se corto el pelo caballero? 2004 (Luis Landero)
Me gusta divagar sobre la arquitectura. Un día, leyendo un libro de Antonio Fernández Alba, pensé que
eso me ocurre porque en cierto modo yo provengo de una familia de arquitectos. Quiero decir que mis
antepasados eran campesinos que construyeron sus propias casas. Ellos las idearon, arrebataron los
materiales a una tierra generalmente hostil, abrieron trochas por donde acarrearlos, cavaron los cimientos
y finalmente alzaron su vivienda. Algo de pioneros había en ellos, y algo de épico o primordial en todo
ese quehacer. Se trataba de viviendas para vivir, funcionales hasta donde ese concepto era válido
entonces, pero con ciertos añadidos estéticos llamados a dejar en la obra la firma del artífice. Un zócalo,
una crestería, el remate de una chimenea, la teja que adquiría la inclinación insolente o gentil del
sombrero en día de cortejo, o cualquier otro capricho, venían a ser signos festivos, y un tanto
dispendiosos, que por un lado añadían al trabajo un toque de jocosidad al final de la brega, y que por otro
dejaban allí el sello de lo singular, de lo único, sin el cual no hay estética ni consuelo posibles. No se
trataba, claro está, de transgresión: era sólo un leve subrayado, un humilde maniobrar en los márgenes
del estilo canónico de la época. Y era también una afirmación de la vida, algo de danza primaveral al
final de un duro invierno de labor.
Estaba, pues, leyendo y mirando el libro de Antonio Fernández Alba y de pronto (por una de esas
analogías de la memoria que nadie ha sabido indagar mejor que Proust) recordé que en mi pueblo, que es
un pueblo rayano con Portugal, se usaba mucho la expresión «hacer las cosas con jeito». «¡Qué poco
jeito tienes!», me reprendía mi madre cuando yo hacía algo de un modo atropellado, de mala gana, o lo
dejaba a medio hacer. Esa palabra no existe oficialmente en castellano. En castellano hay un jeito que,
según la Academia, significa «red para la pesca de la anchoa o la sardina». Pero el jeito que usaban mis
mayores, como llegué a saber mucho tiempo después, era una palabra tomada en crudo del portugués
jeitu, que significa «disposición, actitud, gesto, modo, manera, con que se hacen las cosas». Una palabra
muy sutil, una obra maestra de la semántica: el producto decantado por muchos siglos de vida y de
refinamiento cultural. De ahí proviene el gallego xeitoso: «gracioso, gentil». Hacer las cosas con jeito es,
por consiguiente, hacer las cosas bien, con gentileza, y no tanto por un interés inmediato sino porque sí,
por el puro gusto de hacerlas bien, por oponer a la brevedad de la vida y al caos del mundo la apariencia
de un orden o de una belleza perdurables, o simplemente por la satisfacción de poner lo mejor de uno
mismo en lo mínimo que se haga, como dice Pessoa.
A veces va uno por el campo y encuentra paredes de piedra o de pizarra construidas por gentes anónimas
muchos años atrás. Yo vi levantar algunas en mi infancia y recuerdo el cuidado con que el albañil, casi
orfebre, elegía y encajaba las piezas. Cualquier pared medianamente sólida habría servido para cercar
una tierra. Pero no: había que hacer las cosas con arte, con finura, con jeito. Ése era el añadido que
confería brillo al instante, que hacía único e irreemplazable al hacedor. Y tal era el nudo donde raramente
la estética y la ética juntaban sus fuerzas en un único y solidario afán. Con jeito se tejían los pobres los
capotes de juncos para protegerse de las lluvias (y que tenían un empaque de capas pluviales en día de
gran liturgia), o los garlitos para pescar en los regatos, cuyo diseño y pompa parecían más hechos para
atrapar tritones y sirenas que no los insignificantes barbitos y bogas que se estilaban por allí.
Jeito, pues. Alguien que empieza a tocar la gaita, y aún no sabe gran cosa del oficio pero pone en él
gracia y dedicación, y por supuesto fe, es una persona xeitosa. El niño, que juega en soledad y se esmera
en lo suyo, sin necesidad de ser mirado ni admirado, nos resulta xeitoso. Y también lo es Sócrates, y con
qué profunda levedad, cuando aprende a tocar un aire de flauta en su última noche de condenado a
muerte. Sigo hojeando el libro: Antonio Fernández Alba y no hay más que ver sus dibujos y el delicado
fluir de su escritura, además de sabio es un hombre con jeito.
De niños nos decían que había que hacer las cosas siempre bien porque Dios nos estaba observando y
juzgando en todo instante. Pero a los que no somos creyentes nos basta a veces con creer en el valor que
de por sí tienen las cosas bien hechas para hacerlas por eso mismo lo mejor que sepamos. En Dios lo ve,
Oscar Tusquets analiza obras arquitectónicas donde hay detalles magníficos en emplazamientos
recónditos, medio secretos, que escapan a la mirada del curioso. ¿Para qué se hicieron entonces, y por
qué tanto esmero en algo que parece nacer con vocación de anonimato? Pues justamente por eso, por
puro jeito, por el misterioso y morboso placer de hacer las cosas lo mejor posible, por ese anhelo de
perfección que hay en todos cuantos no creen en Dios pero fingen que Dios existe y algún día juzgará
nuestra obra. Hay un modo modesto, desesperado, y siempre irónico, de sabernos efímeros y de no
renunciar del todo al sueño instintivo de la inmortalidad.
Hoy, que tanto se tiende a despachar las tareas deprisa y de cualquier manera, y muy a menudo por el
ansia del dinero y la fama, quizá sea un buen momento para volver los ojos a esa palabra, jeito, que tras
su aspecto pobre y estrafalario esconde el programa de una utopía posible, o por lo menos verosímil. A
uno no le gustan nada las moralejas, pero cierras el libro y de pronto sientes un no sé qué de pena por
muchos que, pudiendo ser xeitosos, han optado por la vulgaridad de ser sólo exitosos o meramente ricos.
El País, 5 de noviembre de 2002.
EL AUTOR Y SU LIBRO
También en las distancias cortas brilla el mejor Landero. A medio camino entre el relato y la
parábola, este libro reúne los artículos que Luis Landero ha ido publicando en diferentes medios y juntos
revelan una sorprendente unidad, sobre todo, en la visión del mundo que nos ofrece.
Como avisa el propio autor en el prólogo, en todos ellos le guió el propósito de recuperar el valor
de un instante, de fijar la mirada en los detalles, ahí donde la vida se muestra de pronto «en toda su
enigmática y descarada espontaneidad», de abordar los grandes acontecimientos desde el sillón de las
peluquerías, o de hablar de la actualidad desde la «épica de lo cotidiano». Y en todos ellos, con una
sonrisa maliciosa, se evoca los recuerdos y la nostalgia de una época determinada, que le enseñó a ser
cómo es.
Si quieres tener más información sobre este autor y su obra, consulta la página:
http://www.tusquetseditores.com/autor/luis-landero
ACTIVIDADES sobre el artículo
1. Resumen del texto de Luis Landero.
2. ¿Cuál es el tema de este artículo?
3. Después de haber leído este breve artículo de Luis Landero, intenta explicar el significado de su
título “Casi una utopía”. Consulta el Diccionario para saber exactamente el significado de esta
palabra. ¿Qué cosas o proyectos crees que pueden ser utópicos y por qué? Haz un listado de ellos.
4. ¿Por qué el autor en una sociedad como la actual, cree ser una utopía el hacer las cosas bien
hechas y sobre todo, hacerlas con ganas y con mucho “jeito”? La respuesta a esta pregunta nos la
da el final del artículo:
“A uno no le gustan nada las moralejas, pero cierras el libro y de pronto sientes un no sé qué de pena
por muchos que, pudiendo ser xeitosos, han optado por la vulgaridad de ser sólo exitosos o
meramente ricos”
5. Ante esta afirmación del autor, ¿cómo es el quehacer diario de la gente actualmente? y en
concreto, ¿cómo es el hacer de un adolescente como tú ante su propia formación personal y
académica? ¿Haces las cosas con “jeito”?
6. Luis Landero, autor extremeño, hace alusión a sus antepasados. Localiza esta información en el
texto y especifica qué se nos dice de su forma de ser y de hacer. Nosotros que somos de
Extremadura y que vivimos en zonas rurales, ¿has oído alguna vez a tus abuelos lo que dice Luis
Landero? Busca información sobre la arquitectura rural en Extremadura e intenta, después
relacionarla con tu propia experiencia.
7. Todo el texto gira en torno a una palabra extremeña: “Jeito”.
-Ya sabes que nuestro dialecto extremeño se caracteriza por presentar unos rasgos comunes
propios de los dialectos meridionales: Recuérdalos brevemente. ¿Qué rasgo fonético del
extremeño aparece en esta palabra?
- Lo que caracteriza realmente a un dialecto es su vocabulario específico, muy amplio y variable
y que no tiene por qué coincidir en todas las zonas. Busca en el texto el lugar geográfico de esta
palabra. ¿La has oído alguna vez en esta zona de la Vera?
- Buscaremos palabras o expresiones de nuestra zona que expresen lo mismo que esta palabra
“hacer las cosas siempre lo mejor posible, sin nada a cambio, solo por el simple hecho de hacerlas
bien”. Para ello preguntaremos a nuestros padres y abuelos.
CIELOS DE BARRO
Entrevista a Dulce Chacón
Hace unos meses se celebraba en la ciudad de Alicante la XXIV Edición del Premio Azorín de
novela, y la obra galardonada era "Cielos de Barro", de Dulce Chacón. La escritora extremeña nos
habla ahora de esas inquietudes que le impulsaron a relatar una historia dura como la tierra que
presenta, pero también de gran belleza y añoranza
VICENTE ALAPONT
La última novela de Dulce Chacón, "Cielos de Barro", está dedicada a su padre, el poeta Antonio
Chacón, que murió cuando la autora tenía 12 años y de quien afirma que heredó su amor por la literatura.
También los recuerdos de su madre, anécdotas vividas por ella o escuchadas cuando era niña, fueron
imprescindibles para indagar en la memoria de un pueblo y configurar un relato de emociones primarias,
de dolor, de amores imposibles, de rencores seculares e injusticias que barbechan esperando la hora de la
siembra.
Dulce Chacón nació en Zafra (Badajoz) en 1954, hecho nada casual en su caso, pues la tragedia
que impregna el destino de su tierra rezuma por los cuatro costados de su producción literaria. En la
actualidad reside en Madrid, pero admite que con Extremadura, aunque no mantenga una relación
demasiado próxima, mantiene una relación muy estrecha.
En su última novela, "Cielos de Barro", galardonada con el tercer premio más importante de su
género en España, el Premio Azorín, presenta una estructura compleja aunque de fácil lectura. "Cielos de
Barro es la historia de un cortijo extremeño narrada por voces muy diferentes. Una de ellas, en primera
persona, es la de un viejo alfarero republicano que cuenta caóticamente cómo es la historia de los
habitantes de este cortijo a raíz de un asesinato múltiple que es como la excusa para el arranque de la
novela. Él intenta desvelar los secretos de este asesinato en una conversación con el comisario que
investiga el crimen. Paralelamente hay otro narrador omnisciente que va ordenando cronológicamente los
datos que cuenta Antonio el alfarero y atiende más a la subjetividad de los personajes que nombra
Antonio a lo largo del relato". La línea argumental, al igual que los personajes, es ficticia, pero, como
explica la autora, "hay mucho de memoria personal. Recojo mis sensaciones y muchas experiencias de
cuando yo vivía en Extremadura, y, sobre todo, muchísimas anécdotas familiares que me fue contando
mi madre a lo largo de toda mi vida".
Dulce, ¿qué has querido transmitir en esta novela?
Es un homenaje a mi familia y un homenaje a la gente de mi tierra, que ha sido muy maltratada y
que ha perdido mucho. Por eso escojo un personaje como un viejo republicano alfarero, que
cuenta los sucesos de la Guerra Civil desde una perspectiva muy distinta a la que tenía mi madre,
por ejemplo. Mi madre era una niña de 12 años cuando sucedió la barbarie de la Guerra Civil. A
mí me contaba las historias de su familia, que es una familia aristócrata, por lo cual de derechas y
del bando nacional. Me ha interesado mucho indagar en lo que no me contaron, en la historia que
yo no conocía, y, a través de la mirada de don Antonio, el viejo alfarero, es donde he encontrado
esas historias. Esta es una novela donde a mí me ha interesado mucho el lenguaje, el lenguaje con
la capacidad que tiene de crear (…)
¿El hecho de que se emplee un lenguaje extremeño puede perjudicar a la comprensión del libro
fuera de Extremadura?
En la época en la que se desarrolla la novela está todavía muy en virulencia el caciquismo. Se
podía haber desarrollado igualmente en Andalucía o en cualquier otra parte en donde ese sistema
feudal ha llegado hasta hace tan poco tiempo. Lo que ocurre es que es una novela muy extremeña
porque yo uso un lenguaje, sobre todo el del alfarero, muy extremeño. Sin el tipismo de las
palabras castúas ni nada de eso, simplemente con los diminutivos acabados en "ino" y la manera
sentenciosa de hablar este viejo alfarero, la filosofía vital que tiene, la sabiduría popular... Lo
importante de la literatura es que trascienda lo particular, que se universalice lo particular. El caso
de este alfarero se puede encontrar en cualquier parte, no sólo de España, sino también del
mundo. Un viejo con esa presencia a ras de tierra, con esa distancia de los hechos, con esa
asunción de los hechos..., yo creo que es universal. De hecho, la novela ha interesado igualmente
en Extremadura que en cualquier parte de España. Ha sido como un hallazgo muy súbito y muy
mágico el lenguaje que yo no conocía, el lenguaje de la tierra, de los sirvientes. Creo que ha sido
más bien intuición, me he dejado arrastrar por esa intuición, por una voz muy fuerte.
mujeractual.com
Esta entrevista fue publicada originalmente en la revista Tribuna de la Administración Pública en
noviembre de 2002. Dulce Chacón falleció el día 3 de diciembre de 2003, a los 49 años de edad, a
consecuencia de un cáncer irreversible.
Digo. Claro que le pusimos María Inmaculada de la Purísima Concepción, digo que si se lo pusimos.
Pero la llamábamos Inma.
Se parecía a Catalina. Menudita ella, como un perdigoncino, y con la misma carita redonda. En el
semblante sí tenían un punto de comparación, pero la Inma no tenía tanta guasa. En lo arisco, salió mi
nieto a mi hija. Y en lo hosco. Y en lo ceñuda. La Inma no era tan lenguaraz, cuando la madre tenía
ganas de charlatina, ella se daba media vuelta. Déjate de consejas, madre, le decía. Y a mi señora no le
quedaba otra que contarme a mí lo que tenía ganas de contar.
Seria era, sí. Escurridiza y callada, de puro metidina para adentro. Y cuando le daba por hablar, soltaba
unas sentencias que te dejaba más tieso que un ajo. De ahí que en plena agonía, se le ocurriera decir lo
que dijo.
Madre, no fue el cielo lo que usted vio, que el cielo no es azul. Es marrón marrón, y rojo, como los
barros que amasa padre para hacer botijos. Si no es marrón y rojo, me vuelvo para contárselo.
Marrón marrón, y rojo, le porfió a su madre que era el cielo. ¿Usted se lo puede creer, la ocurrencia? ¿Se
lo puede creer, idea tan peregrina?
Yo me acerqué a mi hija, cuando el dolor de parir le descansó por un rato y mi madre y la Nina me
dejaron entrar. Cuánto cuesta nacer, padre. Y cuánto cuesta morirse.
Y no volvió.
Y luego, cuando se ponía a llover, mi Catalina miraba para arriba. Ya está haciendo botijos la Inma,
decía.
Cielos de barro, Dulce Chacón
Extremadura es para mí el olor feliz de la infancia,
la limpieza inconfundible de una forma de hablar que me perteneció,
y que de algún modo todavía me pertenece.
El susurro perdurable de una legión de antepasados que sobreviven en mí.
La hospitalidad antigua de la gente,
El color de los atardeceres inacabables del verano.
El recuerdo perdido de una patria perdida.
Extremadura es para mí el mundo.
Javier Cercas
ACTIVIDADES
1. Cielos de barro empieza como una novela de intriga en la que un joven pastor es acusado de
cometer un triple asesinato en el cortijo extremeño donde sus familiares han trabajado como
sirvientes durante generaciones. Su única defensa será el testimonio de su anciano abuelo, que
revelará una historia de intriga, sometimiento, erotismo y venganza, de la que amos y criados son
a la vez testigos y protagonistas; pero pronto se convierte en crónica de sucesos, provocados por
la guerra Civil, al mismo tiempo que ofrece un doloroso testimonio de abusos e injusticias que la
guerra y las desigualdades sociales provocan entre la gente.
Te puedes descargar la novela desde el enlace:
http://www.4shared.com4shared.com/get/65C3g5rk/Chacon_Dulce_-_Cielos_de_barro.html
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Dulce Chacón procede de Zafra, busca información de la situación que se vivió en Extremadura
durante la guerra civil.
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Localiza en la entrevista realizada a la autora aquellas expresiones que muestran el carácter y la
forma de ser de la gente humilde de Extremadura. ¿Qué recuerdos y qué sentimientos tiene Dulce
Chacón de su tierra natal? ¿Por qué decide escribir esta novela y a quién se la dedica?
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La autora extremeña hace alusión al dialecto extremeño. Nos diferencia el denominado “Castúo”,
con la forma de expresarse de un extremeño, más sencilla y real, por tanto. Infórmate sobre el
“castúo” y localiza en el fragmento de Cielos de barros, los rasgos propios del pueblo rural
extremeño, así como alguna de sus características lingüísticas.
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Por último, lee el texto de Javier Cercas y relaciona sus sentimientos expresados con los de los de
Luis Landero y Dulce Chacón. ¿Qué conclusiones sacas?
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