1 Sobre La Noche Oscura del Alma 1 Jesús Armando Haro 2 Hablar precisamente hoy de La Noche Oscura, del ocaso del alma, cuando el crepúsculo interior derrite su sombra por el nuevo siglo y la tempestad exterior sustituye a los naufragios internos como faenas urgentes del ser. Pero hablaremos de La Noche Oscura, una jornada expiatoria de escala ascendente y descendente cuyo trayecto suele durar años y causar estragos serios a quién le experimenta. Vale confesar a sus mercedes, lectores curiosos, que empieza de súbito y su secuencia es insidiosa, como rémora morosa, repetitiva y tautológica; humedad que penetra lo mojado, oleada furiosa que se ostenta falsamente calma en plena escampada tormentosa. La depresión llega ladrona y se instala sin más en la vida como un demonio que te parasita. Y de repente adviertes que algo ha cambiado profundamente en ti, que la noche de purga ha llegado y comienza a ser tuya y mía por separado. Siendo prisioneros de una penumbra que interrumpe el tiempo presente para medir en el reloj hasta las horas del sol en función de la muerte. Los afectados comienzan a aislarse y como los pájaros solitarios, empiezan a “a no sufrir compañía”. Por su carácter de estigma, el “enfermo” del ánima en trastorno, suele llevar una existencia casi cland estina. Apenas algunos cercanos saben del abismo insondable, que parece no tener fondo. La melancolía de antes se consideraba tanto una constitución anímica de la esencia como asimismo condición transitoria . La sufrían espíritus proclives a los influjos de la Luna y de Saturno, y en algunos casos, a la furia de Marte y de Neptuno; como en Plutarco. Para Robert Burton, autor inglés del siglo XVII, (Anatomía de la Melancolía 1621-1632), las causas de la melancolía eran legión: desde Dios a los demonios, los padres y la dieta, los malos aires y hasta los trastornos del sueño; la misma tristeza y la envidia, la vergüenza, el temor y la ira. También la pobreza, las burlas y las calumnias. Su tratado, en analogía con la prosa científica, alude al carácter alado y sombrío del extrañamiento de uno mismo, la dulzura del engaño victimario, o el efecto indeseado de una transgresión. Como fuera, se consideraba propia o necesaria para el tránsito de los atormentados de espíritu o estructural del ser, y este fue el sentido noble que adquirió en la Edad Clásica griega y en la romana, persistiendo en el medioevo hasta bien entrado el Renacimiento y la Edad Moderna, siendo la condición en Hipócrates y en Galeno asociada al exceso de bilis negra, fría y seca, del elemento tierra. Una especie de intoxicación del temperamento al que aplicaban sangrías, dietas y duchas frías. No obstante sus estragos, se apreciaba que “El Mal” nostálgico actuaba como un disruptor de horas plácidas, de sueños fáciles. Y es que el reino de Saturno sobre la conciencia tiene todavía la propiedad de ahuyentar a los duendes seductores del hipnótico presente, donde “todo sucede” y a la vez se afirma contundente en pródigas evidencias inmediatas. En cambio, el afectado de una inmensa tristeza comienza a dudar hasta de su propia duda. Pero, como los dormidos mortales, también cultiva vanas fantasías, paranoias absurdas, autocompasiones fallidas, no menos egocéntricas ni 1 Artículo publicado en Tierra Adentro, publicación bimestral del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, número 33 (coordinado por Guadalupe Aldaco, sobre la melancolía), abril.mayo 2005, pp. 76-80. 2 Médico mexicano con estudios en Ciencias Sociales y doctorado en antropología por la Universitat Rovira i Virgili (Tarragona). Profesor-investigador de El Colegio de Sonora. Avenida Obregón 54 Hermosillo, México 83000. Correo electrónico: [email protected] 2 menos dañinas que otras atribuidas a la madurez y la lucidez normal que en teoría imperan. Los imperativos sociales de la propiedad obran como causales cuando faltan: buen empleo, familia, seres queridos vivos, automóvil, buen sexo, pareja, dinero, casa buena. El saturnino guarda en secreto otros criterios de derrota y fracaso. Quien anda por recovecos de este abismo abreva muchas veces en los cauces del Estigia, a donde arriba frecuentemente, ebrio de lealtades ficticias. Desengañado a medias del fulgor de lo intangible, quiere imprimir su sombra en los vestigios de lo ignoto –una cuestión de narcisismo, un Edipo irredento-, buscando ciegamente con la boca y sin aliento un refugio solvente en términos de capacidad para el goce que se ha extraviado. Pero hay melancolías que no están suscitadas por cosas de afuera, endógenas les dicen, porque están inmotivadas por sucesos externos y porque son menos agudas pero más hondas. Las puramente bioquímicas o espirituales expresan antes que nada la llegada a una estación requerida para un viaje más largo. En éstas, el ser primero conmina a una saudade infinita de quien se siente extranjero en todas partes, hasta en su casa; hasta hacerle vivir la certeza de que, definitivamente, es un ser de otro tiempo, transplantado a la fuerza a una época absurda. Y es que la depresión tiene algo de aristocracia, de elite divina, aunque no sea en ningún modo mal de ricos. Todo le parece poco al melancólico. Se convierte en un testigo permanente que se complace en ver los afanes y logros de los otros sin desearlos. Le parecen insuficientes, aunque puede admirar ocasionalmente la cándida infancia de los demás, su dinámica anímica conductista, su excelente sueño y digestión, pero no suscitan la envidia del despojado del hálito. Prefiere la angustia de su depresión anclada antes que una cima de simulacro. Las opciones del deprimido y del depresivo son varias. La más frecuente es la que considera que el mal es exterior, y ante esta caben expresiones de autocompasión o de lucha. Es cuando los muertos en vida, los noctámbulos, se lanzan a una aventura que tiene como objetivo el conocerse a sí mismos. Hacer, de la propia biografía, un proyecto de investigación. Obligado por los aires a reflexionar sobre su propia vida. La relación del recuerdo con lo que susurra el presente se convierte en poderoso auxiliar para interpretar en propia biografía, por claves no secretas, que emergen del cada día. Por esto nadie puede en principio descifrar en ajena memoria. El sentir saturnal cuando posee dispersa una pasión neutral, ávida más de verdades que de placeres. Quien dice ciencia pone sufrimiento, dice la Biblia, donde se narran ya las consecuencias de abrir las cajas de Pandora y comer del Árbol del Conocimiento. La culpa original se convierte en nostalgia aguda del Paraíso, llegándose a instalar incluso en la misma anatomía. No obstante la ofuscación que provoca, a ratos su combustión genera destellos de vigilia pura. Un fulgor radiante cruza los cielos en el entrecejo de su mirar, porque en el trayecto del penar, el penitente aprende que el sufrimiento es lo único que enseña, que solo que con sangre algo entra. Crudo el espíritu, el alma se quema en noches insomnes, inauditamente prolongadas, estériles en apariencia, revolcadas en un sinsentido una vez que han pasado los remordimientos. Lo que llaman la noche oscura del alma. Como San Juan de la Cruz en su celda de Ávila, muriendo sin morir muriendo. Con agonía refleja, la carencia tirita en solitarias calles gélidas vacías. El tiempo deja de pasar, los días pierden sentido uno tras otro, las tardes se cargan en la espalda y al anochecer comienzan de veras los albores del sentimiento precario, un fantasma de sí mismo que deambula sin cesar en medio incluso de muchedumbres. Muchas horas insípidas, faltas del disfrute del confort, del placer, de la paz. Si nada estimula, ¿cuál alma refleja?, la taciturnia y oquedad de su luto. Su infancia en la persona suele ser esperanzada, cruda, vaga, y puede ser tan larga que alcance el porvenir de la adultez 3 para afincarse como un rasgo típico de personalidad. Serás un saturnino exaltado cuando te vean agitado, y en el consultorio te pondrán una etiqueta en la frente que dirá deprimido o bipolar. Para ti, no será más que un apodo más de tus muchos nombres. O lo contrario: te identificarás con el diagnóstico y pasará a ser un segundo apelativo para designar una pálida tristeza que habrás de reflejar paseando por las salas de espera de “salud mental”. Lograrás quizás cultivar la solitaria firmeza de quien esconde su pena, un sólido batallar que se afana en la aniquilación de sus certezas. Paradigmas y axiomas hechos trizas, polvo, caspa, nada, a costa de transitar por las cavernas oscuras del alma. Luego, un desasosiego fúnebre que corresponde a lo que llaman muerte en vida. Al sol quisieras correrlo a pedradas, para dormir, en ida similitud y constancia con los reinos oníricos, únicos refugios remanentes de un tiempo recordado. Pero más recuerdas el momento de tu depresión. En el Islam le llamaban aniquilación o “fana” , hoy se ve como un asunto de serotoninas y dopaminas. ¿Y si el alma en disolución provocará el disturbio de las sustancias, enzimas y nuerotransmisores?, piensas, prometéico y antipsiquiátrico mientras un poco te desperezas de tus sábanas de certeza. Con el advenimiento de Lo Científico la melancolía comenzó a ser objeto de estudio y tratamiento de neurólogos y psiquiatras, una materia diagnóstica bajo el rubro de la palabra depresión. Su naturaleza ambigua y escurridiza no constituyó motivo alguno para que pronto se asociara a algo que solamente podían atender los psiquiatras, quienes inicialmente se acercaron al fenómeno de los biliosos negros bajo perspectivas humanísticas que resaltaban las biografías y experiencias traumáticas de las personas. El psicoanálisis enfatizaría el estudio de las relaciones, tanto inconcientes como explícitas. La depresión adquirió aquí el carácter de efecto perverso de una pérdida, la forma de expresar un duelo. O, el evidenciar el papel que juega el desarrollo de un trastorno mental en la propia vida. Con el avance de la fisiopatología y en contraste con Freud, la depresión o melancolía comenzó a verse como una falla en la maquina, no en la personalidad ni en el entorno, de Pinel a Kraepelin se sentaron las bases de este enfoque reduccionista del Mal. El efecto mecánico de máculas en los cromosomas o extraños desordenes inmunológicos y bioquímicos detrás de cada delirio. ¿Que dice el síntoma, los síntomas, el síndrome, al clínico y al hermeneuta?. Todos tienen algo de razón. Y por eso, pudieran ser muchas las causas, según las evidencias de todo tipo, y no solo las “científicas” que se han venido acumulando. Quien pone etiqueta dicta terapéutica y en cada diagnóstico de depresión impera una prescripción, masivamente farmacológica. Se sustenta en la cultura del consumo dominante, basada en la gratificación inmediata, en la mediación de las conciencias por el slogan, la instrumentalidad del conocimiento y la panacea que significan neurolépticos, ansiolóticos, antipsicóticos y antidepresivos. Pero, dependiendo de la fuga o la lucha, la jornada de las alas caídas y la decepción puede, si se vive a pelo, con auxilio del cielo, transmutar como el ave fénix hacia la resurrección. El ser renacido de sus propias cenizas es un germen de trigo, nacido de su misma destrucción. Solo en la medida de exponerse varias veces a la aniquilación se encuentra aquello que es indestructible, dirían Nietzche y Karlfried von Durckheim, y en este sentido, la Noche Oscura lleva al vacío previo a la inspiración divina. Recorriendo un camino iniciático en sus propias y absolutas certezas el acicate de vivencias deshoja capa a capa la cebolla que creíamos nuestro ser. Para percatarse que la esencia es solamente una forma de combinación, y la vida una pantalla donde se representa la película fantástica de nuestra existencia, real y separada, cercana pero inaccesible. Por eso la Noche nos sigue visitando, para que recordemos. 4 En cambio, en el modelo de la rendición, se desarrolla la adicción a los fármacos psicoactivos, de manera tal que nunca nos damos la oportunidad de revisar sus nudos amargos. Hay otras formas de fuga, y el dardo de la melancolía acaso explique la afición masiva por la cerveza y otras bebidas con alcohol, el gusto por la mariguana, la coca y el cristal, que son entre otras las más socorridas por ciclotímicos, agitados, obsesivos, insomnes, traumados y muchas mas variedades del público en general. Para todos estos la industria farmacéutica desarrolló, desde inicios del XX, numerosos fármacos activos en corteza y tallo cerebral, modificadores del juicio, la conducta, el estado de ánimo y los ritmos de reposo/actividad. Sobre esta base se desarrolló la moderna psiquiatría, centrada en el pragmático control de los diversos síntomas psiquiátricos. Junto con las drogas ilegales, conforman un amplio arsenal terapéutico y narcótico lo suficientemente potente como para mantener dormidos, felices e incluso productivos a millones de seres. No están mal los psicofármacos. De hecho, dentro de diez años la Nación Prozac tendrá alcance planetario. El Mundo Feliz de Huxley hecho posible gracias a derivados de la fluoxetina, el soma y maná del futuro. Desde el camino de la experiencia, sin embargo, la gran objeción que puede hacerse a la farmacología psiquiátrica es que aborta los procesos que hacen posible que cada uno interprete su experiencia como parte de un camino, para sustituir lo por el consumo de una sustancia pasajera. Vivir la experiencia melancólica como enfermedad es perder la enseñanza que deja una flecha lanzada de mano de los dioses al corazón de un mortal. Y es que solo somos o amamos de verdad cuando muere la noche misma del alma.