C-6 El submarino rojo A pesar de que la guerra en el frente norte estaba perdida, entre abril y mayo de 1937 se desplazaron tres nuevas unidades navales al Cantábrico cuya eficacia final fue prácticamente nula Entre abril y mayo de 1937 se desplazaron a aguas del Golfo de Vizcaya tres unidades de guerra: el destructor 'Císcar' y los submarinos C-6 y C-4. De esa forma el ministro de Marina y Aire, Indalecio Prieto, daba una respuesta a las angustiosas peticiones de ayuda realizadas por Aguirre. Sin embargo, aquel gesto fue inútil. El frente norte había caído, con lo que la toma de Bilbao sólo era cuestión de tiempo. Por otra parte, el control de las aguas del Cantábrico pertenecía por completo a la armada rebelde, compuesta por barcos cuyas dotaciones poseían dos virtudes de las que carecían las republicanas: superioridad material y una entrega total a la causa por parte de la oficialidad de los distintos barcos que la componían Por ello, es fácil suponer que la ayuda mandada por Prieto respondió más bien a cuestiones de índole político que a serias consideraciones militares. Además, de nuevo se enviaban submarinos, un arma que -todos lo sabían a esas alturas de la guerra- no valía para casi nada pues generaban más problemas que soluciones y, encima, de los dos sumergibles destinados al norte aquellos meses, uno de ellos, el C-4, estaba comandado por el teniente de navío Jesús Lasheras, simpatizante del bando sublevado, que saboteó el submarino siempre que tuvo ocasión. Su influencia sobre la dotación era tan grande que se libró de dar órdenes de ataque a cualquier buque rebelde y, en más de una ocasión, alteró los instrumentos de mando del submarino para inutilizarlo. El C-6, por su parte, contaba, al menos sobre el papel, con una tripulación y oficialidad leales a la República. El comandante al mando se presentaba como Luis Martínez, aunque su verdadero nombre era Ivan Alekseievich Burmistrov, súbdito soviético. También el segundo de a bordo era ruso. Se le conocía como Juan Valdés, aunque su verdadera identidad correspondía a la de Nicolai Pavlovich. Con esa oficialidad, el C-6 era un auténtico submarino rojo. Baja moral La fama que precedió a las dos unidades submarinas fue bastante descorazonadora. Durante todo el tiempo que habían operado en aguas del Mediterráneo -su base era Cartagena-, su capacidad operativa había sido mínima. Por otro lado, el traslado de sumergibles al norte planteó el mismo problema que ya se había dado con las anteriores unidades, es decir, la carencia de apoyo logístico y de personal cualificado para hacer frente a los imprevistos que pudieran plantearse. Si a esto se le añaden los sabotajes de algunos oficiales, el resultado era desastroso. Otro de los aspectos que jugaba en contra de los sumergibles era la baja moral de las tripulaciones y, para empeorar la situación, las costumbres poco disciplinadas que se habían instalado en algunos de ellos. Por ejemplo, en el C-6, a pesar de contar con mando soviético, se había creado el hábito de consultar a la dotación ante cualquier problema. Puede suponerse cuál era el resultado de semejante práctica: o se quedaban en tierra o regresaban para buscar la seguridad del puerto. El C-6, que tenía base permanente en Santander, recaló en el puerto de Bilbao a causa de una avería el 12 de mayo. Ese mismo día sufrió un ataque por parte de la aviación enemiga que provocó cinco muertos y cuatro heridos graves, además de causar serios daños en su casco. Aquello fue un auténtico despropósito, porque el C-6 era el submarino que se hallaba en mejores condiciones para el combate. Pese al rápido avance de las tropas franquistas sobre Bilbao, el sumergible fue reparado en las gradas de La Naval. Durante ese tiempo, la oficialidad soviética del barco aprovechó la ocasión para reiterar las quejas sobre la indisciplina constante de su tripulación. Ante la falta de respuesta por parte de los responsables de las Fuerzas Navales del Norte, recurrieron a los Servicios de Marina de Defensa de Euzkadi, a los que se les pidió encarecidamente nueve hombres para sustituir a otros tantos. El comandante ruso se quejaba «del estado caótico de indisciplina en que se hallaban las dotaciones de las unidades de la Armada española» y como ejemplo añadía que pocos días antes, cuando él mismo se encontraba comiendo, pasó un marinero a su lado y ni corto ni perezoso le metió la mano en el plato para quitarle parte de su comida, algo impensable si la tripulación hubiera tenido un mínimo de disciplina. Por suerte para él, el organismo de defensa vasco no desoyó su petición y envió una pequeña dotación de nueve marineros mucho mejores que los anteriores. Almirante Cervera La inoperancia y desidia de las tripulaciones llevó al Gobierno vasco a tomar decisiones drásticas. La noche del 31 de mayo, hombres armados fieles al Ejecutivo autónomo se apoderaron de los destructores 'Císcar' y 'José Luis Díez' debido a la manifiesta ineficacia de sus dotaciones. Posteriormente se realizó una depuración de las mismas. En cuanto al trabajo real efectuado por los submarinos, éste fue muy dispar. El C-4 se limitaba a realizar misiones de vigilancia. Se paseaba por el Cantábrico sin ánimo de atacar a barco alguno. El C-6, sin embargo, que a mediados de junio contaba con una tripulación mucho más entregada, sí ejecutó operaciones de combate, aunque ninguna se saldó con éxito. El 18 de junio, a un día de la caída de Bilbao, el C-6 recibió la orden de cortar toda acción de los barcos rebeldes y de intentar hundir al temible 'Almirante Cervera'. Los testimonios del comandante del submarino dejaron muy claro los esfuerzos por cumplir con las órdenes y mandar a pique al gigante enemigo. La pericia del crucero por un lado, y el desastroso estado de los torpedos e instrumentos de cálculo del C-6 por otro, impidieron alcanzar el objetivo marcado. El último intento se produjo el 9 de julio, cuando el 'submarino rojo' intentó aproximarse hasta tres veces al 'Almirante Cervera' para lanzarle sus torpedos. Todo aquello fue inútil.