COORDENADAS PARA PENSAR LA TRANSFERENCIA EN LA ESQUIZOPARANOIA Marcela Bianchi. Profesora del Departamento de Psicoanálisis. Maestranda en Psicoanálisis Es conocido que la oferta siempre presente de un sujeto psicótico al analista es ese lugar de Otro gozador, el llamado “sitial de Fleschig”, de cuyo saber se gesta su tormento y cuya resultante -en caso de que el analista acceda a ocuparlo-, es el desencadenamiento erotómano. Pero, si tomamos en consideración que no en todos los casos la resultante del lazo transferencial es la erotomanía, esto implica tanto que existen otros posicionamientos posibles para el analista que no dejen al sujeto en línea con ese Otro absoluto, como que existen otras posibilidades estructurales en el sujeto psicótico mismo para hacer lazo con el analista y trabajar su goce. Ubiquemos entonces ciertas características estructurales de las psicosis, para luego evaluar las posibilidades psicoanalíticas con las que contamos en el caso particular de las esquizoparanoias. Certeza, realidad y creencia. Siguiendo a Lacan en su Seminario III1, leemos que nos indica claramente que si nuestro interés es conseguir que el sujeto psicótico modifique en todo o en parte lo que para él se presenta como una certeza, la imposibilidad se evidenciará. Sus marcaciones, que apuntan a responderle al afán psiquiátrico de “quebrar” este discurso delirante, muestran que es requisito entender que eso que se le impone al sujeto se encuentra en el lugar de su realidad. Lo orienta. Pretender quebrantar estas certezas, impuestas al sujeto, equivaldría a arrebatarle lo que ordena su mundo. Esa es la doble cara de estos fenómenos elementales: lo mismo que lo sume en un profundo sufrimiento, lo guía. Ahora bien, ante la alucinación verbal, ante la iniciativa que el Otro toma en él y que irrumpe en su realidad transformándola, el sujeto responde con la creencia. Lacan lo señala así en relación a Schreber: “A partir de la experiencia que nos comunica, se generó en él una creencia en Dios para la que nada lo preparaba. El asunto era para él percibir qué orden de realidad podía responder de esa presencia (...)2” (los subrayados son nuestros). El lugar de la realidad pasa entonces a ser rellenado por esta iniciativa a la que el sujeto, hasta aquí, sólo puede darle crédito. Y tal creencia sólo puede ser sostenida por el valor de realidad que tomará el elemento nuevo. 1 Lacan, J. El Seminario. Libro III. Las Psicosis (1955-56), Bs. As, Ediciones Paidós, 1984, págs 207-208. Lacan, J. op.cit. pág. 188. 2 1 Lacan lo llamará “realidad creada” y dirá: “La alucinación en tanto que invención de la realidad constituye el soporte de lo que el sujeto experimenta3” (los subrayados son nuestros). Pero remarco aquí una cuestión: que Schreber, como dice Lacan, a consecuencia del fenómeno elemental genere una creencia implica que toma posición. O sea, ante ese fenómeno de exterioridad, el sujeto responde, hace, ejecuta una creencia. Acepta una realidad inevitable y a su vez, la cree. Articula de este modo creación y creencia. Creencia y consentimiento. J-A. Miller en su artículo “Sobre la lección de la Psicosis”4, ubica el revés subjetivo de la certeza delirante propia de la estructuración psicótica. Se pregunta allí: “¿Es que nuestro estructuralismo nos ha tornado tan mecánicos como para que estemos dispuestos a admitir la forclusión de un significante como una base primordial e incondicionada sin tampoco percibir que ella es correlativa de una decisión del ser, es decir, de una posición subjetiva? Así lo temo cuando pienso lo que ha sido necesario movilizar de persuasión para no rehusar al psicótico, en el uso de nuestro grupo, el estatuto de sujeto.” (Los subrayados son nuestros) O sea: el sujeto no sólo padece las consecuencias de la forclusión, sino que también está allí presente su posición subjetiva. La contracara de la certeza (certeza nacida como efecto de la forclusión misma) es la toma de posición del ser del sujeto, manifestado a mi entender en su creencia. Y es así como su creencia (que es también su creación) pasa a ser entonces el índice de su consentimiento, marca el compromiso del sujeto, la decisión que, aunque inefable, muestra su anterioridad lógica. Pero entonces: ¿no encontraremos en el hecho de que el sujeto responda, la posibilidad analítica con la cual trabajar la localización, la negativización y la elaboración del goce desamarrado que irrumpe en él a partir de la iniciativa del Otro? Coordenadas para pensar la transferencia. Retomemos lo dicho en la introducción. Ese lugar para el analista diferente al del Otro gozador E. Laurent5 lo llama “lugar del semblante de agujero”, mientras que C. Soler lo nombra “testigo” y lo define así: “(...) un sujeto al que se supone no saber, no gozar, y presentar por lo tanto un vacío en el que el sujeto podrá colocar su testimonio”.6 3 Ibid. pág 188. Miller, J-A. “Sobre la lección de la Psicosis”. Revista Espacio Analítico, 1987, pág 9. 5 Laurent, E. “El sujeto psicótico escribe”. La psicosis en el texto, Bs. As, Ediciones Manantial, 1990, pág. 108. 6 Soler, C. “¿Qué lugar para el analista?”. Estudios sobre las psicosis, Bs. As., Ediciones Manantial, 1993, pág.9. 4 2 A mi entender, el analista solo puede sostener ese lugar con su castración simbólica. Y la experiencia clínica muestra en el caso particular de las esquizoparanoias, que esto posibilita el alojamiento del sujeto en el tratamiento. Lejos de cualquier transferencia maternante o de cualquier tentación de hacer de padre o de madre ante el sujeto, como lo señala E. Laurent7; lejos de la impostura lógica del SSS, como lo marca J-A. Miller8, ese lugar resguarda al analista de quedar confrontado con la certeza del sujeto, con la erotomanía o con los acercamientos imaginarios al mundo que pueda desplegar, y a su vez, prepara al sujeto para el trabajo que él mismo realizará en su tratamiento. Que el sujeto pueda trabajar las alucinaciones auditivas (reconociéndolas, ubicándolas, interpretándolas, etc.) equivale a que vayan perdiendo poder (o más precisamente, goce) como orientadoras del mundo del sujeto. Esto es idéntico a decir que vaya haciendo un trabajo de vaciamiento del Otro, en el sentido de reducir y hasta negativizar el goce mortífero que le atribuye. Y esto es, en otros términos, la posibilidad de que el sujeto modifique su creencia. No su certeza, sino su posición subjetiva ante ello: desde su interpretación, repensar su certeza; desde su delirio, frenar la embestida de goce. Y el sujeto esquizoparanoico muestra que puesto en este trabajo, en conjunción con un Otro castrado; esto es, con un Otro que sabe poco y goza poco, le destina a la transferencia un lugar: ser la nueva orientadora del sujeto. 7 8 Laurent, E. op. cit. pág. 108. Miller, J-A. op.cit. pág 10. 3