Las puertas de la jaula Alfredo Granguillhome

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Las puertas de la jaula
Alfredo Granguillhome
Qué ¿Qué estoy haciendo aquí? ¡Vaya pregunta que miace, señor! Mi nombre es
Sabino y las cosas fueron sucediendo de modo que a pesar de tanto tiempo que ya
pasó, le doy vuelta a lo sucedido y sigo sin entender. Vamos despacito y le cuento todo
si es que tiene paciencia, aunque la cárcel no es lugar muy a gusto pa platicar. Allá en
Tumbalá vivíamos todos muy en paz, hasta que llegaron unos señores gringos que se
instalaron y empezaron a vivir como nosotros, también se pusieron a estudiar nuestro
idioma, lo aprendieron en poco tiempo y luego empezaron a hablarnos de Dios y del
señor Jesucristo en nuestra lengua, y más tarde nos trajeron unos papeles donde
estaba la palabra sagrada en chol, que todos entendimos porque también nos
enseñaron a leer y escribir nuestro idioma.
También esos señores nos curaban y sus mujeres enseñaban a las nuestras a tener
limpias las casas y a que aprovecharan mejor las cosas de comer. Despiojaron a todos
los del pueblo, chicos y grandes, además de decirnos que las enfermedades se iban si
nos bañábamos al menos dos veces a la semana.
En el pueblo había iglesia, el cura llegaba cada dos meses a cristianar chamacos, y de
paso recogía las ofrendas y el dinero de los cepos. Cuando llegaron esos señores, al
cura no le pareció y fue a decirles que se fueran y no se metieran en cosas de religión,
pero ellos le enseriaron un papel del gobierno donde les daban permiso, de modo que
el señor cura se tuvo que tragar su coraje, sobre todo porque tampoco le gustó que
fuéramos entendiendo muchas cosas, entre otras la pobreza del señor Cristo, pues
decía que nosotros teníamos que creer lo que él nos enseñaba.
Total, que vinieron las fiestas del pueblo, bajó mucha gente de los ranchos cercanos y
en esos días nos olvidamos un poco de nuestra pobreza, pa dedicarnos a las danzas y
un poco a la bebida. Nada más que cinco de nosotros — esos que esté ve en el rincón y
yo— durante esos días estuvimos en Yajalón donde vivían los señores gringos, porque
nos habían llamado pa enseriarnos a hacer producir más la tierra. Mientras tanto, las
fiestas del pueblo siguieron, y a los tres días muchos de los hombres estaban
borrachos danzando dentro de la iglesia, a la que le habían puesto ramas de pino en el
suelo, pues por la noche también serbia pa que durmieran los que habían bajado de
los otros pueblos. Pero en una de tantas vueltas de las danzas, alguien tiro una vela
encendida al suelo, que hizo arder las ramas secas, levantándose las grandes
llamaradas que quemaron toda la iglesia, por suerte los que estaban dentro se salieron
a tiempo.
El señor cura llegó al día siguiente y al ver la casa de Dios quemada, acusó a los que
estábamos siendo enseñados por los señores gringos, de que con mala intención
habíamos quemado la iglesia del pueblo, echándonos encima a nuestros parientes y
vecinos, de modo que cuando a los tres días regresamos de Yajalón, nos agarraron a
palos, nos metieron en la casa de uno de los nuestros y empezaron a juntar leña
alrededor gritando que nos quemarían igual como lo habíamos hecho con la iglesia, y
no entendían razones, pero algunos parientes nuestros fueron a avisar a la cabecera
municipal y de allí mandaron policías que metieron el orden y nos rescataron pa
llevamos presos a Tuxtla Gutiérrez.
Aquí estamos desde hace cinco años, porque nadie se cuidó de enseñarnos a hablar
castilla que después aprendimos en la cárcel, de modo que no tuvimos defensa de lo
que nos acusaban, a pesar de que cuando la cosa acabó y entró la calma, todos los del
pueblo se dieron cuenta de que nosotros no habíamos quemado la iglesia, porque no
estábamos allí cuando sucedió. Y fue entonces el peregrinar de los que hablaban
castilla ante las autoridades pidiendo nuestra libertad, pero les dijeron que estaba la
acusación del señor cura y que por eso ya nos habían sentenciado a diez años de
cárcel, de modo que nomas con un perdón del gobernador del estado nos echarían
libres, pero resultó que ese señor no quiso perdonar, porque le fueron a decir que
éramos unos malvados.
Me llamo Sabino como ya le dije, y era hombre casado con tres hijos chicos. Al
principio mi mujer llegaba a dejarme algo de comida y saber cómo estaban las cosas,
pero fue espaciando las visitas y cada vez la encontré más extraña y diferente. En su
última visita me dijo que tenía que hacer algo pa alimentar a los muchachos. Entendí
con el tiempo muchas cosas, cuando no faltó vecino que me informó que se había ido
del pueblo con mis hijos y vivía con otro en Simojovel. Muchos días llore como hombre
lo que me pasaba, pues en mi pueblo todo quedó abandonado y se repartieron mi
pedazo de tierra y mis animales, pero lo que más me dolió fue perder a mi mujer y a
mis hijos, pues ¿quién soy en realidad? solo un hijo natural de una tierra que siempre
nos había protegido.
Esta a mi lado don Benito García, ya entrado en años y compañero de desgracias, y no
sé quien es mas desgraciado si él o yo. Sus hijos ya estaban crecidos, de modo que su
gente la fue pasando más o menos, pero tal parece que algo iba a ir mal, porque uno
de sus muchachos llamado también Benito, regresaba un día de la siembra por la
tarde, y al bajar de una pequeña loma tropezó con una piedra y cayó al suelo, pero se
clavó en los intestinos la hoz que llevaba y se estuvo desangrando toda la noche,
porque no pasó quien lo ayudara. Por la mañana del día siguiente que lo encontraron,
mejor dicho, lo que dejaron los animales, pudo recibir cristiana sepultura.
Juan Ponce también está con nosotros, igualmente acusado y sentenciado por
incendiario, somos cinco en total, y no sale de su carácter huraño, pues al igual que
nosotros perdió todo. Es soltero, y le dolió mucho que la muchacha con la que se iba a
casar, no tuviera la paciencia de esperarlo. Iba a ser un buen marido y ella una buena
mujer, pero amigo, estamos metidos en esta trampa de la que saldremos amargados y
hechos polvo si es que algún día se compadecen de nosotros.
El otro día cogió la medallita que la muchacha le había regalado, la aventó por la
ventana y durante largo rato grito y tuvimos que sujetarlo porque quería matarse.
Hay en esta cárcel de Tuxtla Gutiérrez otros desgraciados iguales a nosotros, unos que
por necesidad se robaron unas cosas y otros tan inocentes como un ángel, pero los
enredaron en cosas para quitarles sus tierras. Lo pior es con nosotros los naturales de
aquí, que abundamos de otros pueblos y lenguas, la mayor parte acusados por señores
políticos y hacendados pa quedarse con nuestras tierras y bosques, y los que se ponen
rebeldes los cazan en el monte por la espalda, y si bien les va, los refunden en la cárcel.
Ese muchacho que uste ve allí, delgadito y triste, tiene aquí cuatro años acusado de
haberse robado un saco de café, cuando que fue a él al que se lo habían robado, y en
fin señor, que tanto pierde uste su tiempo en este lugar de penal, casi muertos de
hambre por lo que apenas nos dan de comer, la vamos pasando costándole al gobierno
que nos mal mantiene, cuando afuera podríamos hacer mucho y no ser una carga.
— Sabino Pech! Sabino Pech! A la reja con todo y chivas!
Un chol con cuerpo menudo, de escasos cuarenta años, hilachento, avejentado,
macilento y huraño, se acercó a la reja del penal y su mirada huidiza se posó
brevemente en los que lo llamaban.
— Este señor que viene aquí con nosotros, con el que hablaste el mes pasado, logró la
libertad de ustedes pues se dedicó a comprobar ante el gobernador del estado que no
fueron culpables de la quemazón de la iglesia de su pueblo.
Sabino Pech, recorrió de nuevo con su vista a todos, guardó silencio un buen rato y
luego casi murmuró para decir:
— ¿También salen mis compañeros?
— También.
Luego se encaró con el representante de la autoridad:
— ¿Nos van a devolver lo que perdimos?
— Devolver... ¿Acaso se les debe algo?
– Sí señor, nos deben años de nuestra vida refundidos en este corral para bestias.
Perdimos todo, a nuestras mujeres, hijos y tierras, que ustedes no nos pueden
devolver. Aquí me enseñaron a pensar en mi desgracia y en las ajenas, cuando se
olvidaron de nosotros para ser tratados como animales enjaulados. Ahora después de
tantos años nos dejan libres, hambrientos, jodidos a más no poder y abandonados. Si
fuimos siempre inocentes, ¿por qué nos robaron la paz y la tranquilidad que
disfrutábamos de nuestros bosques? Y después de todo esto, el señor cura y las
autoridades se quedaron muy tranquilos y felices, mientras sufríamos de soledad y
olvido, viviendo nada más con el recuerdo de lo que perdimos y no volveremos a
tener, sobre todo hijos, mujer y años de la vida. Ya nos vamos por ahí para causar
lastimas y morir más pronto en cualquier parte. ¿También tenemos que dar las gracias
por abrirnos las puertas de esta jaula?
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