Elías, una personalidad ardiente 1. Una vida en proceso La personalidad del profeta Elías (s. IX a.C.) debió dejar tanta huella en los que lo conocieron, que la Biblia ha conservado su recuerdo en muchas narraciones. En ellas aparece insistentemente el tema de los desplazamientos del profeta, como si quisieran dejar claro que toda su existencia fue un largo itinerario. Una característica de ese largo camino del profeta es el de ser un movimiento descendente: Elías, como expresa su nombre ‘mi Dios es Yahvé’, es el hombre del absoluto de Dios. Su existencia está tocada por la gloria y la presencia del Señor, subyugada por su mano, fascinada por su trascendencia. Pero ese Dios a quien únicamente quiere servir, lo va a ir conduciendo, desde la esfera del trato con el rey, al escenario ínfimo de la casa de una viuda pobre y además pagana; desde el triunfo de su desafío a los adoradores de Baal en el Carmelo y su éxito al conseguir la lluvia después de tres años, al contacto con sus propios límites en la soledad amenazadora del desierto; del paisaje grandioso de la cumbre del Sinaí y su maravillosa teofanía, al conflicto, al parecer minúsculo, del robo de unas viñas a un campesino de Samaría... Dios tiró de Elías hacia abajo y él se dejó conducir aunque quizás realizó a regañadientes ese itinerario descendente. Una propuesta de lectura: leer seguidos los capítulos 17, 18 y 19 del primer libro de los Reyes. Entrar en contacto directo con la huella que dejó Elías en sus contemporáneos puede resultar fascinante. 2. Sombras, luchas y resistencias El itinerario de fe de Elías aparece marcada por dos montes: el Carmelo y el Horeb (Sinaí). En el monte Carmelo Elías se relaciona con el Dios del triunfo y del poder que parece amoldarse a sus deseos y le lleva a desafiar a los sacerdotes de los dioses paganos, a acabar con ellos y a resultar triunfante en el conflicto. Sin embargo, en la escena siguiente encontramos a Elías atemorizado por las amenazas de la reina Jezabel, huyendo y adentrándose en el desierto donde va a vivir una experiencia de tanto desfallecimiento y desesperanza que llega a desear la muerte. Elías vive una fuerte crisis de fe: ¿se había quedado Dios sin poder? ¿Se había vuelto más débil que Ajab y Jezabel? ¿Había dejado de importarle que Israel hubiera abandonado su alianza, derruido sus altares y asesinado a sus profetas? ¿No iba a enfrentarse ya con los enemigos del único profeta que seguía siéndole fiel, dejándolo expuesto a la muerte? El desierto fue para Elías lugar de desesperación, de debilidad y de conversión y es allí donde recibió, junto con el pan y el agua, un aviso que lo puso en su lugar: «el camino es demasiado largo para tus fuerzas». Y ese contacto con sus límites le devuelve su verdadera identidad y le hace posible conocer a un Dios que se comunica con él de otro modo. 3. La fe de un hombre nuevo En el monte Horeb esperaba a Elías un Dios muy distinto del que había creído conocer, un Dios desconcertante cuyo rostro era el de un desconocido: «El Señor pasó y un viento recio y fuerte descuajó las montañas y quiebra peñas precediendo al Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Tras el viento, un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Tras el terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego; y tras el fuego, la voz de un silencio tenue». (1Re 19, 12) A Elías le faltaba aprender que no siempre tenía que servir a Dios con la acción y la palabra sino que, en ocasiones, lo único que podía hacer era permanecer quieto y callado, consintiendo que la voz de su Dios llegara hasta él envuelta en el silencio. A lo mejor él hubiera deseado, como Pedro en el Tabor, quedarse allí. Pero de nuevo recibió de Dios el reenvío hacia la misión profética y poco después le encontramos de nuevo enfrentándose con el rey para defender los derechos de Nabot, asesinado por el rey para arrebatarle la propiedad de una viña (1Re 21). A la sombra de la fe de Elías Lo mismo que a Elías, nos gustaría que Dios respondiera de inmediato a nuestros deseos y pusiera su poder a nuestro alcance. Pero en la trayectoria de nuestra fe vamos aprendiendo que Él está siempre más allá de las imágenes que nos hacemos de Él. Por eso necesitamos crecer en atención y capacidad de sorpresa para reconocerle y escucharle también en el silencio. Podemos leer 1Re 19, traducir el lenguaje de sus símbolos (tempestad, fuego, terremoto, brisa suave…) y reflexionar sobre la trayectoria de fe y la evolución de las imágenes de Dios que hay detrás de todo ello. ¿Qué diferencias encontramos entre el ‘Dios del Carmelo’ (1Re 18) y el ‘Dios del Horeb’? Y evocar experiencias de haber escuchado en alguna ocasión a ese Dios que se comunica en el rumor de una brisa tenue…