RAYUELA ¡Felices seis, jornaleros de San Luis Potosí! Y que sean muchos más. DIRECTORA GENERAL: CARMEN LIRA SAADE ■ DIRECTOR FUNDADOR: CARLOS PAYAN VELVER ■ DOMINGO 21 DE NOVIEMBRE DE 2004 Venezuela rinde honores al fiscal que perseguía a los golpistas de 2002 ■ Danilo Anderson murió el viernes en un atentado con coche-bomba ■ El presidente Hugo Chávez culpa del homicidio a “terroristas y fascistas” ■ 30 Padecen hambre unos 36 millones de estadunidenses, revela Washington JIM CASON Y DAVID BROOKS, CORRESPONSALES ■ 31 Compara Leticia Robles los videos de Ahumada con rolas de Lennon ■ “¿Por qué tendría que retirarme? Hay cosas que se pueden editar; por ejemplo, se siguen escuchando canciones de John, y él murió en 89”: la delegada GABRIELA ROMERO SANCHEZ ■ 41 J OSÉ A GUSTÍN O RTIZ P INCHETTI 17 G UILLERMO A LMEYRA 24 L AURA A LICIA G ARZA G ALINDO 24 R OLANDO C ORDERA C AMPOS 25 A NTONIO G ERSHENSON 25 J OSÉ A NTONIO R OJAS N IETO 28 A NGELES G ONZÁLEZ G AMIO 40 C ARLOS B ONFIL Espectáculos MAR DE HISTORIAS La derrota de Aníbal il veces le he pedido al administrador que no me pague mi sueldo con cheque. Nunca me ha gustado ir al banco, y menos desde que los ladrones agarraron la costumbre de sorprender a la gente a la salida para quitarle su dinero. Los cajeros malinterpretan mi expresión de temor: aunque vaya a cobrar un miserable cheque de mil pesos me exigen toda clase de identificaciones. Casi todos lo hacen de manera muy déspota. Cosa rara, la señorita que me atendió hoy por la mañana, al ver mi credencial de elector, me hizo plática: Pobrecita: nació en 24 de diciembre. Le pregunté qué tenía eso de malo. Nada, sólo que en lugar de recibir un regalo de cumpleaños y otro de Navidad, le dan sólo uno por las dos celebraciones. Nunca me había puesto a pensar en eso y me reí. La jovencita, en cambio, se quedó mirando mi credencial con gesto preocupado. Pregunté si sucedía algo malo y me tranquilizó: No. Recordé que mi madre murió un 10 de mayo. El día en que todo el mundo celebra es muy amargo para mí. Ella quiso saber si prefería uno de a mil. Le pedí novecientos en billetes de a cincuenta y los otros cien en monedas de diez. Aunque ya ni un kilo de jitomates puede comprarse con eso, siempre es bueno tener cambio. Comprendí que la muchacha había seguido pensando en el tema de los aniversarios, porque me dijo: Las personas no deberían morirse en fechas señaladas. Este sábado, por ejemplo, mientras muchas familias estén viendo el desfile, otras andarán en las iglesias o en los panteones rezándoles a sus difuntos. Enseguida pensé en Aníbal. Se ahorcó un 20 de noviembre. En El Avispero sólo nos quedamos la señora Celia y yo. Los demás se habían ido a ver el desfile. Yo estaba lavando el patio. De repente Rambo y Killer empezaron a ladrar como locos. Les grité que si seguían con su escándalo iba a echarles un cubetazo de agua helada. En ese momento vi que Aníbal estaba en la orillita del pretil, jalando algo. Pensé que estaría haciendo una de las suyas y le pedí que se dejara de esas cosas. Iba a cerrar la llave del agua cuando escuché un gemido y le grité: Das asco, puerco. Aníbal no alcanzó a escucharme. Si lo hizo fue desde el más allá: los muertos siguen oyendo siete horas después de su fallecimiento. Aníbal debe de haber escuchado a los perros, mis gritos pidiendo auxilio y la tos de la señora Celia, quien, desde su ventana, me C RISTINA PACHECO preguntaba qué había sucedido. Aníbal se ahorcó. Vi a la señora Celia taparse la cara y gritar que era culpa suya. No le hice caso. Salí a la calle. Los comercios estaban cerrados. Entonces todo el mundo respetaba el 20 de noviembre como día de descanso obligatorio. Ya no es igual. La gente ya no sabe qué es la Revolución. Se lo pregunté al sobrino de Amalita, la del 204, y me respondió: “Una banda muy chida”. Nunca había entrado en el hotel Cairo, pero aquel 20 de noviembre no tuve más remedio y fui a pedir ayuda a Benigno. Lo encontré recargado en el mostrador, leyendo una revista cochina. Deje eso: ayúdeme a bajar a Aníbal. Benigno pensó que, como otras veces, Aníbal se había subido a la azotea para abrirse la bragueta y enseñarles su pirinola a las muchachas. Soltó una carcajada: Ya eche a ese loco de El Avispero, ni le paga la renta; y si no, por lo menos dígale que no siga dando lástima sacándose sus vergüenzas. Apenas tuve aliento para aclararle la situación: Esta vez hizo algo peor; se colgó. Benigno, que es más bien lento, me preguntó de quién. Le dije: ■ 46 DOS GIGANTES EN ROSARIO REUTERS El premio Nobel portugués, José Saramago, y el narrador argentino Ernesto Sábato durante el homenaje que el Congreso de la Lengua Española rindió al autor de El túnel STELLA CALLONI, CORRESPONSAL ■ 2a y 3a