Departamento de Lengua y Literatura Castellana 2016 Literatura

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Departamento de Lengua y Literatura
Castellana 2016
Literatura castellana – 1º Bachillerato
A. Para los alumnos que no han superado la materia en junio y tienen que recuperarla en
septiembre, estas son las indicaciones básicas para el examen:
La estructura de la prueba es la misma que en todos los exámenes del curso.
En las dos preguntas donde debes desarrollar dos temas (con un valor de 2,5
puntos cada una) , las cuestiones que pueden aparecen son las siguientes:
La Celestina
-Caracterización de Celestina
Antología poética de los Siglos de Oro
-El culteranismo. El conceptismo
Quijote
-Caracterización de Don Quijote (primera y segunda parte de la obra)
-Caracterización de Sancho Panza (primera y segunda parte de la obra)
El caballero de Olmedo
-Caracterización de dosde estos personajes : Alonso, Inés, Rodrigo
Los pazos de Ulloa
-Caracterización de dosde los personajes principales de la obra
En la pregunta del comentario (con un valor de 5 puntos), tendrás que
comentar un texto – a elegir entre varias posibilidades- correspondiente a las
lecturas que hemos realizado durante el curso. Recuerda que para el comentario
de texto debes prepararte la información sobre los autores.
Al final de esta información para el examen de septiembre tienes un dossier de
textos para que practiques el comentario.
B.Para los estudiantes que han superado con éxito la materia les recomendamos:
•
Prácticas de ortografía en esta página:
http://www.reglasdeortografia.com/
En la Página de la Real Academia Española puedes descargarte la Ortografía de la Lengua
Española de la RAE, en su versión completa.
•
Y leer mucho. Aquí anotamos una posible lista de sugerencias.
Libros para calmar la sed
-ALONSO DE SANTOS, Luis: La estanquera de Vallecas. Ed. Clásicos Castalia.
-ATXAGA, Bernardo: Memorias de una vaca. Ed. SM
-BENÍTEZ Reyes, Felipe: Cada cual y lo extraño, Destino
-BOYNE, John: El niño con el pijama de rayas, Ed. Salamandra
-DELIBES, Miguel, Los santos inocentes, Destino
-DOYLE, A.C.: El sabueso de los Baskerville, Alianza Editorial
-FERNÁN GÓMEZ, F.: Las bicicletas son para el verano, Austral
-GARCÍA MONTERO, Luis, Poesía (1980-2005), Círculo de Lectores
-GIL DE BIEDMA, Jaime, Las personas del verbo, Lumen
-GOYTISOLO, José Agustín, Poesía completa, Lumen
-HOSSEINI, Khaled: Cometas en el cielo, Salamandra
-JIMÉNEZ MILLAN, Antonio, La mirada infiel (1975-1998), Maillot Amarillo
-LOZANO, D.: Donde surgen las sombras. Ed. Gran Angular
-LAFORET, Nada, Destino
-MACHADO, Antonio, Poesías completas, Espasa Calpe
-MADRID, J.: Los senderos del tigre, Alfaguara
-RIVAS, Manuel: ¿Qué me quieres, amor?, Alfaguara
-RIVAS, Manuel, El lápiz del carpintero, Alfaguara
-MUÑOZ MOLINA, Antonio; Beatus ille, Seix Barral
-SALINGER, J.D.; El guardián entre el centeno, Alianza
-HAMMETT, D.; La llave de cristal, Alianza
-POE, Edgar Allan; Cuentos, Alianza
-GRANDES, Almudena; Malena es un nombre de tango, Tusquets
-MARÍAS, Javier; Corazón tan blanco, Anagrama
En todos los libros hay un secreto que quizás logres descubrir. ¡Feliz verano!
DOSSIER DE TEXTOS PARA PRACTICAR EL COMENTARIO
Antología poética del Siglo de Oro
Enseña cómo todas las cosas avisan de la muerte
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salime al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día
Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuesen recuerdo de la muerte.
Francisco de Quevedo
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La Celestina
CALISTO.- Señora, Sosia es aquel que da voces. Déjame ir a valerle, no le maten, que no está sino un pajecico
con él. Dame presto mi capa, que está debajo de ti.
MELIBEA.- ¡Oh triste de mi ventura! No vayas allá sin tus corazas; tórnate a armar.
CALISTO.- Señora, lo que no hace espada y capa y corazón, no lo hacen corazas y capacete y cobardía.
SOSIA.- ¿Aún tornáis? Esperadme, quizá venís por lana.
CALISTO.- Déjame, por Dios, señora, que puesta está el escala.
MELIBEA.- ¡Oh desdichada yo!, y, ¿cómo vas tan recio y con tanta prisa y desarmado a meterte entre
quien no conoces? ¡Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto a un ruido! Echémosle sus
corazas por la pared, que se quedan acá.
TRISTÁN.- Tente, señor, no bajes, que idos son; que no era sino Traso el cojo y otros bellacos que
pasaban voceando, que se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos al escala.
CALISTO.- ¡Oh, válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!
TRISTÁN.- Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído del escala y no habla ni se bulle.
SOSIA.- ¡Señor, señor! ¡A esotra puerta! ¡Tan muerto es como mi abuelo! ¡Oh gran desventura!
LUCRECIA.- ¡Escucha, escucha! ¡Gran mal es éste!
MELIBEA.- ¿Qué es esto? ¿Qué oigo? ¡Amarga de mí!
TRISTÁN.- ¡Oh mi señor y mi bien muerto! ¡Oh mi señor despeñado! ¡Oh triste muerte sin confesión!
Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la cabeza del desdichado amo nuestro. ¡Oh día de aciago!
¡Oh arrebatado fin!
MELIBEA.- ¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontecimiento como
oigo? Ayúdame a subir, Lucrecia, por estas paredes. Veré mi dolor, si no, hundiré con alaridos la casa de mi
padre. ¡Mi bien y placer, todo es ido en humo, mi alegría es perdida, consumiose mi gloria!
LUCRECIA.- Tristán, ¿qué dices, mi amor? ¿Qué es eso que lloras tan sin mesura?
TRISTÁN.- ¡Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores! Cayó mi señor Calisto del escala y es muerto.
Su cabeza está en tres partes. Sin confesión pereció. Díselo a la triste y nueva amiga que no espere más su
penado amador. Toma tú, Sosia, de esos pies; llevemos el cuerpo de nuestro querido amo donde no padezca
su honra detrimento, aunque sea muerto en este lugar. ¡Vaya con nosotros llanto, acompáñenos soledad,
síganos desconsuelo, visítenos tristeza, cúbranos luto y dolorosa jerga!
MELIBEA.- ¡Oh la más de las tristes triste! ¡Tan poco tiempo poseído el placer, tan presto venido el dolor!
LUCRECIA.- Señora, no rasgues tu cara ni meses tus cabellos. Ahora en placer, ahora en tristeza, ¿qué
planeta hubo que tan presto contrarió su operación? ¿Qué poco corazón es éste? Levanta, por Dios, no seas
hallada de tu padre en tan sospechoso lugar, que serás sentida. Señora, señora, ¿no me oyes? No te amortezcas,
por Dios, ten esfuerzo para sufrir la pena, pues tuviste osadía para el placer.
Auto XIX
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Quijote
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así
como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí,
amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien
pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a
enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de
sobre la faz de la tierra.
—¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.
—Aquellos que allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos, que los suelen tener
algunos de casi dos leguas.
—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son
gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que,
volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos
son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a
entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su
escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no
gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía
las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran,
antes iba diciendo en voces altas:
—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Capítulo VIII
Primera Parte
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El caballero de Olmedo
TELLO:
De lastimosas
quejas siento tristes ecos.
Hacia aquella parte suenan.
No está del camino lejos
quien las da. No me ha quedado
sangre. Pienso que el sombrero
puede tenerse en el aire
solo en cualquiera cabello.
¡Ah, hidalgo!
ALONSO:
¿Quién es?
TELLO:
¡Ay, Dios!
¿Por qué dudo lo que veo?
Es mi señor. ¡Don Alonso!
ALONSO: Seas bien venido, Tello.
TELLO: ¿Cómo, señor, si he tardado?
¿Cómo, si a mirarte llego
hecho una fiera de sangre?
¡Traidores, villanos, perros;
volved, volved a matarme;
pues habéis, infames, muerto
el más noble, el más valiente,
el más galán caballero
que ciñó espada en Castilla!
ALONSO: Tello, Tello, ya no es tiempo
más que de tratar del alma.
Ponme en tu caballo presto
y llévame a ver mis padres.
Acto III
Los pazos de Ulloa
-Es preciso -declaró Nucha sin apartar de él sus ojos, más que vagos, extraviados ya- que
me ayude usted a salir de aquí. De esta casa.
-A... A... salir... -tartamudeó Julián, aturdido.
-Quiero marcharme. Llevarme a mi niña. Volverme junto a mi padre. Para conseguirlo
hay que guardar secreto. Si lo saben aquí, me encerrarán con llave. Me apartarán de la
pequeña. La matarán. Sé de fijo que la matarán.
El tono, la expresión, la actitud, eran de quien no posee la plenitud de sus facultades
mentales; de mujer impulsada por excitación nerviosa que raya en desvarío.
-Señorita... -articuló el capellán, no menos alterado-, no esté de pie, no esté de pie...
Siéntese en este banquito... Hablemos con tranquilidad... Ya conozco que tiene disgustos,
señorita... Se necesita paciencia, prudencia... Cálmese...
Nucha se dejó caer en el banco. Respiraba fatigosamente, como persona en quien se
cumplen mal las funciones pulmonares. Sus orejas, blanquecinas y despegadas del cráneo,
transparentaban la luz. Habiendo tomado aliento, habló con cierto reposo.
-¡Paciencia y prudencia! Tengo cuanta cabe en una mujer. Aquí no viene al caso
disimular: ya sabe usted cuándo empezó a clavárseme la espina; desde aquel día me propuse
averiguar la verdad, y no me costó... gran trabajo. Digo, sí; me costó un... un combate... En
fin, eso es lo que menos importa. Por mí no pensaría en irme, pues no estoy buena y se me
figura que... duraré poco..., pero..., ¿y la niña?
-La niña...
-La van a matar, Julián, esas... gentes. ¿No ve usted que les estorba? ¿Pero no lo ve
usted?
-Por Dios le pido que se sosiegue... Hablemos con calma, con juicio...
-¡Estoy harta de tener calma! -exclamó con enfado Nucha, como el que oye una gran
simpleza-. He rogado, he rogado... He agotado todos los medios... No aguardo, no puedo
aguardar más. Esperé a que se acabasen las elecciones dichosas, porque creía que saldríamos
de aquí y entonces se me pasaría el miedo... Yo tengo miedo en esta casa, ya lo sabe usted,
Julián; miedo horrible... Sobre todo de noche.
A la luz del sol, que tamizaban los visillos carmesíes, Julián vio las pupilas dilatadas de
la señorita, sus entreabiertos labios, sus enarcadas cejas, la expresión de mortal terror pintada
en su rostro.
-Tengo mucho miedo -repitió estremeciéndose.
Capítulo XXVI, Tomo II
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