Materiales de Literatura para 3ro 2015

Anuncio
FICHA 1 SELECCIÓN DE TEXTOS INAUGURALES
El sueño: diferentes miradas
Salvador Dalí
El sueño (1937)
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 1 | 14
FICHA 2 SOBRE EL GÉNERO NARRATIVO
GÉNERO NARRATIVO
La palabra “género” presenta distintas acepciones o significados (DRAE): 1. Conjunto de seres o cosas que tienen
uno o varios caracteres comunes. 2. Clase o tipo a que pertenecen personas o cosas. 3. En las artes, cada una de
las distintas categorías o clases en que se pueden ordenar las obras según rasgos comunes de forma y de
contenido.
El concepto “género literario”, aplicado a las obras o textos literarios, sirve para identificar y clasificar textos que
tienen ciertos rasgos en común y que, gracias a estos, permiten ser ordenados de acuerdo a su clase o tipo. De
acuerdo a esto, llamamos “género narrativo” al conjunto de obras o textos (cuentos, novelas, novelas cortas, etc.)
que tienen como caracteres comunes una finalidad fundamental (rasgo común de contenido) que es la de narrar
una historia, y su silueta (rasgo común de forma), que está determinada por la prosa (o sea, son textos que
están escritos en párrafos).
CUENTO
Es un subgénero del género narrativo. Se caracteriza por estar escrito en prosa, por su
carácter ficticio, su brevedad, su argumento sencillo y su número reducido de
personajes (suele girar en torno a un protagonista). Suele presentar una unidad de efecto
y una estructura lógica.
Otro subgénero es la novela, que se caracteriza por su mayor extensión, variedad de
personajes y complejidad de la acción.
TEMA y
ARGUMENTO
El tema o asunto de una narración sintetiza la idea central que el autor del relato busca
transmitir, y suele definirse con un término abstracto: la soledad, la infancia, la muerte, la
venganza, el destino, la amistad… El tema de un relato no es necesariamente único,
puede haber temas secundarios que apoyen el tema central.
El argumento o asunto de un relato corresponde a la sucesión de hechos o
acontecimientos fundamentales que se desarrollan en él. Se expresa a través de un breve
resumen del texto, que debe conservar las acciones clave del relato.
TÍTULOS:
Los títulos forman parte de lo que se denomina en literatura paratextos. Se llaman así al
conjunto de elementos verbales (título de la obra, dedicatorias, títulos de sus capítulos,
notas, el índice, datos de edición, etc.) o incluso elementos gráficos (retratos, dibujos,
croquis, ilustraciones en general, fotografías) que acompañan al texto narrativo
propiamente dicho y que, por lo tanto, forman parte de este enriqueciéndolo.
Los paratextos títulos de una narración son clasificados en tres tipos, denominados
epónimo, emblemático y simbólico.
• El título epónimo es aquel que refiere al nombre de un personaje o lugar (un pueblo,
una ciudad).
• El título emblemático refiere al tema o argumento del relato (adelanta, por ejemplo,
algún aspecto de la acción).
• El título simbólico es aquel que debe ser descifrado; su sentido podrá comprenderse
cuando finalice la lectura del relato; también son simbólicos aquellos títulos que refieren
a un objeto enigmático u objeto clave.
Es frecuente que algunos títulos sean mixtos, es decir, emblemáticos y simbólicos.
CLASIFICACIÓN
NARRADOR
Es importante no confundir ni identificar el autor-escritor con el narrador: el escritor es
quien inventa la historia que va a contar, es un ser histórico, que forma parte de la realidad,
como el lector. Pero dicho escritor elige una "voz ficticia” a la que llamamos precisamente
“narrador”. Es este, pues, el que cuenta la historia, el intermediario entre el escritor y quien
lee. El escritor elige el narrador que cree más conveniente para el relato, teniendo en
cuenta:
• su posición respecto a la historia, tenemos dos tipos:
 narrador externo: cuenta la historia desde afuera, no participa en ella (se utiliza la 3ª
persona gramatical: él, ellos, ella, ellos...);
 narrador interno: cuenta la historia desde dentro, haciendo que la relate algún
personaje que intervenga en la propia historia (1ª persona del singular o plural: yo,
nosotros; también puede alternarse con la 3ª si, por ejemplo, el que narra es un
personaje testigo).
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 2 | 14
• lo que sabe el narrador sobre la historia y los personajes; de acuerdo a esto, puede
clasificarse en omnisciente (sabe todo, lo que piensa, sienten y hacen los personajes),
en equisciente (sabe lo mismo que los personajes) o infrasciente (sabe menos).
• su actitud hacia lo narrado, que puede ser objetiva o neutral (no opina sobre lo
narrado) o subjetiva (opina sobre lo narrado).
PERSONAJES:
DEFINICIÓN y
CLASIFICACIÓN
ESTRUCTURA
INTERNA DEL
CUENTO
Los personajes son creados por el autor, son entes de ficción. Normalmente representan
personas, pero pueden también representar animales, cosas y seres imaginarios que
toman características humanas para poder actuar. Son el soporte de los acontecimientos,
los que realizan las acciones o sufren las acciones de otros personajes. Funcionan, pues,
como motores de la acción narrada.
No todos los personajes tienen la misma importancia en el desarrollo de los hechos, ni son
tratados con igual detenimiento y profundidad. Suelen clasificarse de acuerdo a distintos
criterios:
• principales (protagonistas) o secundarios según centralicen o secunden la acción;
• personaje antagónico: es quien se opone a los deseos y acciones del personaje
principal; en ocasiones el antagonista está acompañado de otros que lo ayudan a
alcanzar su objetivo;
• personajes episódicos o fugaces;
• personajes en ausencia (estos están referidos por un personaje protagonista o
secundario, son aquellos que tan solo son mencionados).
• nominados o innominados según posean nombre propio o no;
• personajes individual o colectivo.
La acción que se narra en un cuento suele tener una estructura en la que se distinguen
tradicionalmente:
• el MARCO, que es la parte inicial de la historia, donde se presentan los personajes, se
nos ubica en el tiempo y el espacio, y se presentan los acontecimientos que conducen al
conflicto.
• la COMPLICACIÓN, donde se narran los episodios que desarrollan el conflicto o el
problema de la historia. La complicación surge a partir de una alteración de lo planteado
en el marco.
• y la RESOLUCIÓN, donde se da la resolución al problema, la que puede ser favorable o
desfavorable para el protagonista del relato.
Estas partes pueden ordenarse esquemáticamente de tres maneras:
• ESTRUCTURA CLÁSICA o LINEAL o CRONOLÓGICA (ab ovo): se compone de un
marco, de una complicación, y de una resolución.
• ESTRUCTURA IN MEDIA RES o con COMIENZO ABRUPTO: se rompe el orden lógico
y la narración se inicia con la complicación.
• ESTRUCTURA IN EXTREMA RES o INVERTIDA: también se rompe el orden lógico y la
narración comienza por el final de la historia.
• ESTRUCTURA CIRCULAR: el relato termina de forma similar en el mismo punto en que
comenzó, dando la idea de ciclo.
Podemos complementar estos conceptos con los siguientes:
• FINAL CERRADO o ABIERTO: el final cerrado es habitual en los relatos de la tradición oral y en
los cuentos de hadas (el fin de la historia y el fin de la narración coinciden, un ciclo se ha cerrado);
en los relatos con final abierto la historia no termina, pero la narración sí, de tal forma que
después de finalizar la narración el lector será el que decide dónde y cómo terminar la historia.
• CLÍMAX: Es el momento con más tensión de un cuento y que antecede a un cambio fundamental
en el desarrollo del mismo.
* Los conceptos literarios que aparecen en esta tabla son, evidentemente, una selección; fueron incluidos por su carácter más instrumental para un curso
de las características de tercer año de Ciclo Básico (fueron evitados aquellos inadecuados a los objetivos del curso). Las definiciones fueron tomadas y
adaptadas, en algunos casos, de diversos manuales y diccionarios de términos literarios.
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 3 | 14
FICHA 3 LISTADO DE RECURSOS LITERARIOS
ALITERACIÓN
Repetición en el verso de sonidos semejantes (generalmente consonánticos). Por ejemplo, en verso:
Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores
que en mis brazos los tenía.
Un ejemplo en prosa:
Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca.
ANÁFORA
Repetición de uno o más elementos al comienzo de secuencias de versos o estrofas. Un ejemplo:
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ANTÍTESIS o
CONTRASTE
Contraposición de palabras o grupos sintácticos que semánticamente (es decir, por su significado) son
contrarios. Un ejemplo: Era solo la sombra de su pasado esplendor. ((Ver también OXÍMORON).
APÓSTROFE
Invocación dirigida a una persona o cosa personificada. Por ejemplo:
Agua, ¿dónde vas?
Riendo voy por el río
a las orillas del mar.
Mar, ¿adónde vas?
ASÍNDETON
Supresión de conjunciones para dar más rapidez, intensidad o viveza a un periodo o enumeración. Por
ejemplo:
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios
COMPARACIÓN
Consiste en relacionar dos ideas, dos objetos, o un objeto y una idea, en razón de una semejanza entre ellos.
Ambas ideas están presentes y se relacionan gramaticalmente por signos o nexos de comparación (como,
semejante a, así como, parecido a, etc.). El primer término de la comparación se denomina término real (o
término comparado), y se relaciona a través del nexo comparativo con el término imaginario (o término
comparante). Un ejemplo:
unas veces me siento (término real o comparado)
como (nexo comparativo) pobre colina (término imaginario o comparante)
ELIPSIS
Omisión de uno o varios elementos que se dan por sobreentendidos. Por ejemplo:
y otras (veces = término omitido) como montañas
de cumbres repetidas
ENUMERACIÓN
Sucesión de elementos que pertenecen, generalmente, a la misma clase gramatical, y que cumplen la
misma función sintáctica: Lo definió sincero, noble, altivo...
Puede ocurrir que los elementos enumerados sigan un orden ascendente o descendente. Incluso, en ciertos
casos, pueden no guardar ninguna relación aparente entre sí.
HIPÉRBATON
Consiste en alterar el orden lógico de la frase con intención expresiva. Un ejemplo en verso: De lirios eran los
ramos…, en vez de: Los ramos eran de lirios. Y en la prosa: …siguió su avance a través de la gran claridad,
la vista entre las orejas de su zaino, fija (en vez de: la vista fija entre las orejas de su zaino).
HIPÉRBOLE
Exageración. Deformación de la realidad con una intención expresiva. Ejemplo: Érase un hombre a una nariz
pegado…
METÁFORA
Consiste en realizar una sustitución de un elemento por otro, pasando del sentido literal de la expresión al
sentido figurado o metafórico. A menudo, supone identificar un término real (R) con otro imaginario (I)
existiendo entre ambos una relación de semejanza: Tus cabellos de oro (el término real "cabellos" se
asemeja al imaginario "oro" por su color dorado).
OXÍMORON
Expresión contradictoria que se produce por la asociación de elementos opuestos en una misma
estructura sintáctica (suele darse cuando se asocia un adjetivo a un sustantivo cuya relación es
ilógica a primera vista). Ejemplos: …el goce de estar triste… /…hielo abrasador… /…calma
tensa…
No se debe confundir con la antítesis: en esta se enfrentan dos ideas o significados, a veces
palabras antónimas o frases de significado contrario, cercanas en proximidad y de estructura
gramatical similar.
PARALELISMO
Reiteración de la misma estructura sintáctica en oraciones o versos seguidos. Puede producirse
un paralelismo sinonímico o de semejanza (ambos versos se asemejan en forma y contenido).
Un ejemplo:
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 4 | 14
Tu frente serena y firme
tu risa suave y callada
O bien, reiteración de dos o más versos o frases entre las que se produce un paralelismo
antitético o de oposición (estructura similar pero significados opuestos):
Dicen que murió de frío.
Yo sé que murió de amor.
PERSONIFICACIÓN
Atribución de cualidades humanas a seres inanimados, en particular del lenguaje o sentimientos. Por
ejemplo: la noble y leal ciudad…, el molino mueve triste sus brazos...
POLISÍNDETON
Repetición de conjunciones (“y” u “o”, por ejemplo) para unir varios elementos. Suele buscar un efecto de
acumulación y simultaneidad. Por ejemplo: Ahora que tengo la carne olorosa y los ojos limpios y la piel de
rosa.
PREGUNTA
RETÓRICA
Pregunta enfática de la que no se espera respuesta.
RETRATO:
Se llama RETRATO a la descripción de un personaje. En el retrato podemos distinguir la GRAFOPEYA
(cuando se da la descripción de los aspectos físicos o exteriores de un personaje), de la ETOPEYA (cuando
se realiza la descripción de los aspectos interiores, psicológicos o morales).
Es frecuente que en un retrato aparezcan ambos aspectos combinados.
GRAFOPEYA y
ETOPEYA
SINÉCDOQUE y
METONIMIA
La SINÉCDOQUE consiste en representar un término mediante otro, cuando el segundo término se encuentra
en una relación de inclusión o de pertenencia lógica respecto al primero. Hay sinécdoque, por ejemplo,
cuando: a) lo particular es tomado por lo general: la época de las cavernas por “prehistoria”; b) lo singular por
lo plural: el montevideano por los “montevideanos”; c) la parte por el todo: vendió cuatro cabezas (de ganado)
en el remate; d) la materia por el objeto: quien a hierro mata, a hierro muere.
La METONIMIA consiste en representar un término mediante otro cuando existe una relación de contigüidad
(“contiguo” significa lo que está tocando otra cosa) o de ligazón. No implica, como la sinécdoque, ni
dependencia ni inclusión. Hay metonimia cuando: a) la causa es tomada por el efecto: sus lágrimas (efecto
del dolor) me hicieron sentir compasión; b) el continente por el contenido: la ciudad (los habitantes) dormía; c)
el símbolo por lo simbolizado: los cascos azules (miembros de un cuerpo militar especial); d) lo abstracto por
lo concreto: todo ese orgullo (individuo orgulloso) ha de acabar; e) lo físico por lo moral: al fin abrió los ojos (se
percató) ante el engaño.
Los objetos de una METONIMIA pueden ser considerados independientemente el uno del otro. En la
SINÉCDOQUE los objetos forman una unidad.
SINESTESIA
Consiste en mezclar diversos registros sensoriales percibidos de forma simultánea (auditivo, visual, gustativo,
olfativo y táctil). También se denomina sinestesia cuando se mezclan estas sensaciones con los sentimientos
internos (tristeza, alegría, etc.). Ejemplos:
quedó de un sonoro marfil
silencio triste (imagen auditiva + sentimiento)
* Los recursos literarios que aparecen en esta tabla son, evidentemente, una selección; fueron incluidos por su carácter más instrumental para un curso
de las características de tercer año de Ciclo Básico (fueron evitados aquellos inadecuados a los objetivos del curso). Las definiciones fueron tomadas y
adaptadas, en algunos casos, de diversos manuales y diccionarios de términos literarios.
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 5 | 14
FICHA 4 GÉNERO NARRATIVO: HORACIO QUIROGA
Datos Biográficos Básicos
Nace el 31 de diciembre de 1878 en Salto y muere en 1937 en Buenos Aires. Pasó parte de su vida en
Buenos Aires y en Misiones (ambiente selvático).
Literariamente
se ubica en la
LA GENERACIÓN DEL 900
llamada
Generación del
Grupo de escritores uruguayos nacidos entre 1865 y 1880 que publican sus
obras entre 1895 y 1925. El pertenecer a una generación supone que la
900.
Obras
1901 Los arrecifes de coral
1904 El crimen del otro
1905 Los perseguidos Historia de un
amor turbio
1917 Cuentos de amor de locura y
de muerte
1920 El salvaje, Los sacrificados
1921 Anaconda
1924 El desierto
1925 La gallina degollada y otros
cuentos
1929 Pasado amor
1935 Más allá
Definición de Cuento
según Quiroga
Es el relato de una historia bastante
interesante y suficientemente breve
para absorber toda nuestra
atención... (Es como) una flecha que
cuidadosamente apuntada, parte del
arco para ir a dar directamente en el
blanco. Cuantas mariposas trataran
de posarse sobre ella para adornar
su vuelo, no conseguirá sino
entorpecerlo.
Algunos postulados del
creación, la formación, se realiza bajo un mismo clima espiritual, cultural,
social, político y económico. La época está marcada por el racionalismo,
liberalismo, positivismo, fe en la ciencia, evolucionismo en lo biológico, atracción por
el pensamiento europeo, etc.
La generación del 900 surge en un contexto histórico-social que se caracteriza
por el ascenso de la clase media y por el liberalismo político.
Es la época en que nace el batllismo, en torno a la figura de José Batlle y
Ordóñez, que pone en marcha el movimiento estatista haciendo de este último el
dueño de las principales empresas del país, que pasan a ser públicas. Es una época
de modernización y bienestar económico.
En 1909 se proclamó el laicismo en la enseñanza y en 1917 la separación de la
Iglesia y el Estado.
La literatura alcanza un momento de especial plenitud.
Algunos autores por géneros literarios:




NARRATIVO: Quiroga, Javier de Viana.
LÍRICO: Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, Julio Herrera y
Reissig.
DRAMÁTICO: Florencio Sánchez.
ENSAYO: José Enrique Rodó.
Características del grupo:
1)
2)
3)
4)
5)
No tuvieron formación universitaria a excepción de Carlos Vaz Ferreira.
Fueron esencialmente autodidactas.
No hubo un jefe de fila ni un cabeza de grupo generacional. José Enrique
Rodó puede ser considerado una especie de hermano mayor de sus
coetáneos.
Se reúnen en cafés (Polo Bamba, Sarandi) y en cenáculos literarios como la
Torre de los panoramas liderada por Julio Herrera y Reissig y el Consistorio
del Gay Saber liderado por Quiroga. Época de polémicas.
Las revistas adquieren relevancia como medios de expresión y de difusión
cultural. Entre ellas se destaca la Revista de Salto y la Revista de Literatura
y Ciencias Sociales.
Todos reciben en mayor o menor medida la influencia del Modernismo.
Decálogo del Perfecto
Cuentista (1927)
V. No empieces a escribir sin
saber desde la primera línea adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen la misma
importancia que las tres últimas.
VII. No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es
preciso, él solo tendrá un color incomparable.
VIII. Toma a tus personajes de la mano y llévalos fuertemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les
trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. Un cuento es una novela depurada
de ripios. Ten esto por una verdad absoluta aunque no lo sea.
Clasificación de sus cuentos
 Cuentos de efecto: procuran conmover mediante un final inesperado (La gallina degollada, El almohadón de
plumas).
 Cuentos a puño limpio: cuyo interés radica en la historia misma y salvo excepciones no requieren un final
inesperado (A la deriva).
 Cuentos de monte: ambiente selvático.
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 6 | 14
FICHA 5 HORACIO QUIROGA: SELECCIÓN DE CUENTOS
El solitario
Kassim era un hombre enfermizo, joyero de profesión, bien que no tuviera tienda establecida. Trabajaba para las grandes casas, siendo su
especialidad el montaje de las piedras preciosas. Pocas manos como las suyas para los engarces delicados. Con más arranque y habilidad
comercial, hubiera sido rico. Pero a los treinta y cinco años proseguía en su pieza, aderezada en taller bajo la ventana.
Kassim, de cuerpo mezquino, rostro exangüe sombreado por rala barba negra, tenía una mujer hermosa y fuertemente apasionada. La joven,
de origen callejero, había aspirado con su hermosura a un más alto enlace. Esperó hasta los veinte años, provocando a los hombres y a sus
vecinas con su cuerpo. Temerosa al fin, aceptó nerviosamente a Kassim.
No más sueños de lujo, sin embargo. Su marido, hábil –artista aún– carecía completamente de carácter para hacer una fortuna. Por lo cual,
mientras el joyero trabajaba doblado sobre sus pinzas, ella, de codos, sostenía sobre su marido una lenta y pesada mirada, para arrancarse luego
bruscamente y seguir con la vista tras los vidrios al transeúnte de posición que podía haber sido su marido.
Cuanto ganaba Kassim, no obstante, era para ella. Los domingos trabajaba también a fin de poderle ofrecer un suplemento. Cuando María
deseaba una joya –¡y con cuánta pasión deseaba ella!– trabajaba de noche. Después había tos y puntadas al costado; pero María tenía sus
chispas de brillante.
Poco a poco el trato diario con las gemas llegó a hacerle amar las tareas del artífice, y seguía con ardor las íntimas delicadezas del engarce.
Pero cuando la joya estaba concluida–debía partir, no era para ella, –caía más hondamente en la decepción de su matrimonio. Se probaba la
alhaja, deteniéndose ante el espejo. Al fin la dejaba por ahí, y se iba a su cuarto. Kassim se levantaba al oír sus sollozos, y la hallaba en la cama, sin
querer escucharlo.
–Hago, sin embargo, cuanto puedo por ti –decía él al fin, tristemente.
Los sollozos subían con esto, y el joyero se reinstalaba lentamente en su banco.
Estas cosas se repitieron, tanto que Kassim no se levantaba ya a consolarla. ¡Consolarla! ¿De qué? Lo cual no obstaba para que Kassim
prolongara más sus veladas a fin de un mayor suplemento.
Era un hombre indeciso, irresoluto y callado. Las miradas de su mujer se detenían ahora con más pesada fijeza sobre aquella muda
tranquilidad.
–¡Y eres un hombre, tú! –murmuraba.
Kassim, sobre sus engarces, no cesaba de mover los dedos.
–No eres feliz conmigo, María–expresaba al rato.
–¡Feliz! ¡Y tienes el valor de decirlo! ¿Quién puede ser feliz contigo? ¡Ni la última de las mujeres!... ¡Pobre diablo!–concluía con risa nerviosa,
yéndose.
Kassim trabajaba esa noche hasta las tres de la mañana, y su mujer tenía luego nuevas chispas que ella consideraba un instante con los labios
apretados.
–Sí... ¡No es una diadema sorprendente!... ¿Cuándo la hiciste?
–Desde el martes –mirábala él con descolorida ternura– mientras dormías de noche...
–¡Oh, podías haberte acostado!... ¡Inmensos, los brillantes!
Porque su pasión eran las voluminosas piedras que Kassim montaba. Seguía el trabajo con loca hambre de que concluyera de una vez, y
apenas aderezada la alhaja, corría con ella al espejo. Luego, un ataque de sollozos.
–¡Todos, cualquier marido, el último, haría un sacrificio para halagar a su mujer! Y tú... y tú... ¡Ni un miserable vestido que ponerme, tengo!
Cuando se franquea cierto límite de respeto al varón, la mujer puede llegar a decir a su marido cosas increíbles.
La mujer de Kassim franqueó ese límite con una pasión igual por lo menos a la que sentía por los brillantes. Una tarde, al guardar sus joyas,
Kassim notó la falta de un prendedor –cinco mil pesos en dos solitarios. Buscó en sus cajones de nuevo.
–¿No has visto el prendedor, María? Lo dejé aquí.
–Sí, lo he visto.
–¿Dónde está?–se volvió extrañado.
–¡Aquí!
Su mujer, los ojos encendidos y la boca burlona, se erguía con el prendedor puesto.
–Te queda muy bien–dijo Kassim al rato.–Guardémoslo.
María se rió.
–¡Oh, no! es mío.
–¿Broma?...
–¡Sí, es broma! ¡Es broma, sí! ¡Cómo te duele pensar que podría ser mío...! Mañana te lo doy. Hoy voy al teatro con él.
Kassim se demudó.
–Haces mal... podrían verte. Perderían toda confianza en mí.
–¡Oh!–cerró ella con rabioso fastidio, golpeando violentamente la puerta.
Vuelta del teatro, colocó la joya sobre el velador. Kassim se levantó y la guardó en su taller bajo llave. Al volver, su mujer estaba sentada en la
cama.
–¡Es decir, que temes que te la robe! ¡Qué soy una ladrona!
–No mires así... Has sido imprudente, nada más.
–¡Ah! ¡Y a ti te lo confían! ¡A ti, a ti! ¡Y cuando tu mujer te pide un poco de halago, y quiere... me llamas ladrona a mí! ¡Infame!
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 7 | 14
Se durmió al fin. Pero Kassim no durmió.
Entregaron luego a Kassim para montar, un solitario, el brillante más admirable que hubiera pasado por sus manos.
–Mira, María, qué piedra. No he visto otra igual.
Su mujer no dijo nada; pero Kassim la sintió respirar hondamente sobre el solitario.
–Una agua admirable...–prosiguió él–costará nueve o diez mil pesos.
–¡Un anillo!–murmuró María al fin.
–No, es de hombre... Un alfiler.
A compás del montaje del solitario, Kassim recibió sobre su espalda trabajadora cuanto ardía de rencor y cocotaje frustrado en su mujer. Diez
veces por día interrumpía a su marido para ir con el brillante ante el espejo. Después se lo probaba con diferentes vestidos.
–Si quieres hacerlo después...–se atrevió Kassim. Es un trabajo urgente.
Esperó respuesta en vano; su mujer abría el balcón.
–María, ¡te pueden ver!
–Toma! ¡Ahí está tu piedra!
El solitario, violentamente arrancado, rodó por el piso. Kassim, lívido, lo recogió examinándolo, y alzó luego desde el suelo la mirada a su mujer.
–Y bueno, ¿por qué me miras así? ¿Se hizo algo tu piedra?
–No–repuso Kassim. Y reanudó en seguida su tarea, aunque las manos le temblaban hasta dar lástima. Pero tuvo que levantarse al fin a ver a
su mujer en el dormitorio, en plena crisis de nervios. El pelo se había soltado y los ojos le salían de las órbitas.
–¡Dame el brillante!–clamó.–¡Dámelo! ¡Nos escaparemos! ¡Para mí! ¡Dámelo!
–María...–tartamudeó Kassim, tratando de desasirse.
–¡Ah!–rugió su mujer enloquecida.–¡Tú eres el ladrón, miserable! ¡Me has robado mi vida, ladrón, ladrón! Y creías que no me iba a desquitar...
cornudo! ¡Ajá! Mírame... no se te había ocurrido nunca, ¿eh? ¡Ah!–y se llevó las dos manos a la garganta ahogada. Pero cuando Kassim se iba,
saltó de la cama y cayó, alcanzando a cogerlo de un botín.
–¡No importa! ¡El brillante, dámelo! ¡No quiero más que eso! ¡Es mío, Kassim miserable!
Kassim la ayudó a levantarse, lívido.
–Estás enferma, María. Después hablaremos... acuéstate.
–¡Mi brillante!
–Bueno, veremos si es posible... acuéstate.
–Dámelo!
La bola montó de nuevo a la garganta.
Kassim volvió a trabajar en su solitario. Como sus manos tenían una seguridad matemática, faltaban pocas horas ya.
María se levantó para comer, y Kassim tuvo la solicitud de siempre con ella. Al final de la cena su mujer lo miró de frente.
–Es mentira, Kassim–le dijo.
–¡Oh!–repuso Kassim sonriendo–no es nada.
–¡Te juro que es mentira!–insistió ella.
Kassim sonrió de nuevo, tocándole con torpe cariño la mano.
–¡Loca! Te digo que no me acuerdo de nada. Y se levantó a proseguir su tarea. Su mujer, con la cara entre las manos, lo siguió con la vista.
–Y no me dice más que eso...–murmuró. Y con una honda náusea por aquello pegajoso, fofo e inerte que era su marido, se fue a su cuarto.
No durmió bien. Despertó, tarde ya, y vió luz en el taller; su marido continuaba trabajando. Una hora después, éste oyó un alarido.
–¡Dámelo!
–Sí, es para ti; falta poco, María–repuso presuroso, levantándose.
Pero su mujer, tras ese grito de pesadilla, dormía de nuevo. A las dos de la mañana Kassim pudo dar por terminada su tarea; el brillante
resplandecía, firme y varonil en su engarce. Con paso silencioso fue al dormitorio y encendió la veladora. María dormía de espaldas, en la blancura
helada de su camisón y de la sábana.
Fue al taller y volvió de nuevo. Contempló un rato el seno casi descubierto, y con una descolorida sonrisa apartó un poco más el camisón
desprendido.
Su mujer no lo sintió.
No había mucha luz. El rostro de Kassim adquirió de pronto una dura inmovilidad, y suspendiendo un instante la joya a flor del seno desnudo,
hundió, firme y perpendicular como un clavo, el alfiler entero en el corazón de su mujer.
Hubo una brusca apertura de ojos, seguida de una lenta caída de párpados. Los dedos se arqueron, y nada más.
La joya, sacudida por la convulsión del ganglio herido, tembló un instante desequilibrada. Kassim esperó un momento; y cuando el solitario
quedó por fin perfectamente inmóvil, pudo entonces retirarse, cerrando tras de sí la puerta sin hacer ruido.
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 8 | 14
FICHA 6 HORACIO QUIROGA: SELECCIÓN DE CUENTOS
A la deriva
El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que,
arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora
vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos
violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como
relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta,
seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.
Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa
hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre
de garganta reseca. La sed lo devoraba.
-¡Dorotea! -alcanzó a lanzar en un estertor-. ¡Dame caña1!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.
-¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame caña!
-¡Pero es caña, Paulino! -protestó la mujer, espantada.
-¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!
La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.
-Bueno; esto se pone feo -murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne
desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento
parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en
la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentose en la popa y comenzó a palear hasta el centro del
Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la
canoa, y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez- dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón
con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás
llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba,
pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.
-¡Alves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.
-¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! -clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor.
El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas
bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo
fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al
atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó
pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del
rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre
Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón míster Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya
entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de
guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.
Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que
iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez
no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho.
¿Qué sería? Y la respiración...
Al recibidor de maderas de míster Douglad, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o
jueves...
El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
-Un jueves...
Y cesó de respirar.
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 9 | 14
FICHA 7 HORACIO QUIROGA: SELECCIÓN DE CUENTOS
El almohadón de pluma
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho,
sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán,
mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido
la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una
otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de
desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida
en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde
pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y
Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de
caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención,
ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se
despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatose una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos,
pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido.
Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La
alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que
caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos
desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente.
Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las
suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente
cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en
silencio y siguieron al comedor.
-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su
enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía
siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más.
Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de
monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la
sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se
veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se
le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas
superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las
plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le
pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla,
chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven
no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece
serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 10 | 14
FICHA 8 GÉNERO NARRATIVO: FRANCISCO ESPÍNOLA
Datos Biográficos Básicos
Nace en San José el 4 de Octubre de 1901. Su muerte se da un 26 de junio, en vísperas del golpe de
Estado sufrido en nuestro país en junio de 1973.
Participó en la revolución contra el golpe de Estado de Gabriel Terra en 1933. Fue profesor de
literatura. Como intelectual, presentó diversas facetas: como escritor, narrador oral, charlista y
docente. En 1961 ganó el Gran Premio Nacional de Literatura. Si bien fue en la narrativa breve en la
que se destacó, su producción literaria fue
variada. Entre otras obras, se destacan:
LA GENERACIÓN DEL 30
•
Novela: Sombras sobre la tierra (1933) y Don Juan, el Zorro
(inconclusa).
•
Relato infantil: Saltoncito (1930).
•
Teatro: La fuga en el espejo (1937).
•
Cuentos: Raza ciega (1926), El rapto y otros cuentos (1950).
Características esenciales
Sus cuentos se pueden ordenar por aquellos cuyas acciones
se dan en un ambiente ciudadano y aquellos otros que se dan
en un ambiente rural.
Por otro lado, Espínola en sus relatos presta más atención al
mundo interior de los personajes y no a la pura acción
exterior (es decir que muchas veces importa más lo que
sucede “dentro” de sus personajes que las acciones que estos
realizan).
En cuanto a su estilo, se caracteriza por mezclar en sus
cuentos el lenguaje popular con el poético.
Perteneció a la Generación del 30 (autores nacidos
entre 1895 y 1910). Esta generación tuvo como
contexto histórico a nivel nacional el golpe de Estado de
Gabriel Terra (31 de Marzo de 1933).
Internacionalmente, pesó la Guerra Civil Española
(1936-1939), la agitación mundial producida por la lucha
contra el fascismo italiano y el nacionalsocialismo
alemán (partido nazi de Hitler).
Como generación literaria no fue rupturista y
continuó los modelos del 900 pero buscó dar expresión
a lo propio o regional: se movió entre la tradición y la
renovación (lo nuevo representado por las literaturas
europeas de vanguardia, que no impide lo tradicional
que se percibe en la concentración del interés sobre lo
nativo). Se caracterizó en muchos casos por un fuerte
compromiso político. Además, la narrativa uruguaya
estuvo marcada por un renovado nacionalismo
regionalista que impulsa la tendencia nativista a la cual
pertenecen los grandes escritores del periodo.
Algunas autores de la Generación:
Los personajes en su narrativa
•
En poesía: Fernán Silva Valdés, Pedro
Leandro Ipuche.
•
En Narrativa: Juan Carlos Onetti, Felisberto
Hernández, Juan José Morosoli.
En un grupo de sus relatos, como es el caso de El hombre
•
En Teatro: Juan Carlos Patrón.
pálido, los personajes masculinos son toscos, pero son
profundamente humanos y, por lo general, humildes; incluso,
por momentos, son casi bárbaros. Sin embargo, no son
psicológicamente sencillos: sus personajes son complejos y
profundos.
Es frecuente que el autor introduzca en ellos problemas de carácter ético (muchas veces los personajes deben
decidir entre el bien y el mal). Y lo logra sin que ese elemento ético aparezca como arbitrariamente impuesto por el
narrador; hace sentir que esos impulsos de carácter moral surgen del fondo del alma de sus personajes de forma
espontánea: son impulsos éticos pero nacen y actúan como si fueran fuerzas naturales y no productos de la razón. Como
en la naturaleza, en el fondo del alma de estos personajes batallan fuerzas antagónicas.
Los personajes femeninos suelen ser sensibles y tiernos. Las jóvenes suelen ser hermosas y esa hermosura ser un
peligro para ellas por ser tentación para los hombres. Las mujeres por lo general no revelan sus sentimientos, sino que son
vistas desde afuera.
A pesar de ese carácter trágico de sus narraciones, muchas veces aparece el ingrediente humorístico. Además, sin
destruir el dramatismo de sus personajes, aparecen trazos que revelan una raíz angélica; esta fusión de lo bárbaro y lo
angélico, y de lo trágico y lo humorístico, hace que el mundo narrativo sea un universo más rico y complejo. Por otro
lado, el paisaje por lo general acompaña los episodios de los cuentos y las acciones de los personajes; también resalta el
estado anímico de los personajes.
Esos personajes, además, reúnen lo esencial y primordial humano, aspectos que los vuelven universales, a pesar de
ser personajes no ajenos al alma típicamente rioplatense.
En otros relatos, en los que no predomina la perspectiva realista, aunque sin perder contacto con la realidad, se
acentúa la presencia de elementos fantásticos o irreales. Tienen estos relatos, además, origen en motivos populares
tradicionales. Un ejemplo es Rodríguez, relato en el que se une con naturalidad el mundo real y el sobrenatural. Como en
algunos cuentos populares, en este cuento ambos planos se fusionan, creando un clima poético en cuya elaboración son
factores esenciales el humor y la gracia.
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 11 | 14
FICHA 9 FRANCISCO ESPÍNOLA: SELECCIÓN DE CUENTOS
Rodríguez
Como aquella luna había puesto todo igual, igual que de día, ya desde el medio del Paso, con el agua al estribo, lo vio Rodríguez hecho estatua
entre los sauces de la barranca opuesta. Sin dejar de avanzar, bajo el poncho la mano en la pistola por cualquier evento, él le fue observando la
negra cabalgadura, el respectivo poncho más que colorado. Al pisar tierra firme e iniciar el trote, el otro, que desplegó una sonrisa, taloneó, se puso
también en movimiento... y se le apareó. Desmirriado era el desconocido y muy, muy alto. La barba aguda, renegrida. A los costados de la cara,
retorcidos esmeradísimamente, largos mostachos le sobresalían.
A Rodríguez le chocó aquel no darse cuenta el hombre de que, con lo flaco que estaba y lo entecado del semblante, tamaña atención a los
bigotes no le sentaba.
—¿Va para aquellos lados, mozo? —le llegó con melosidad.
Con el agregado de semejante acento, no precisó más Rodríguez para retirar la mano de la culata. Y ya sin el menor interés por saber quién era
el importuno, lo dejó, no más, formarle yunta y siguió su avance a través de la gran claridad, la vista entre las orejas de su zaino, fija.
—¡Lo que son las cosas, parece mentira!... ¡Te vi caer al paso, mira... y simpaticé en seguida!
Le clavó un ojo Rodríguez, incomodado por el tuteo, al tiempo que el interlocutor le lanzaba, también al sesgo, una mirada que era un cuchillo
de punta, pero que se contrajo al hallar la del otro y, de golpe, quedó cual la del cordero.
—Por eso, por eso, por ser vos, es que me voy al grano, derecho. ¿Te gusta la mujer?... Decí, Rodríguez, ¿te gusta?
Brusco escozor le hizo componer el pecho a Rodríguez, mas se quedó sin respuesta el indiscreto. Y como la desazón le removió su fastidio,
Rodríguez volvió a carraspear, esta vez con mayor dureza. Tanto que, inclinándose a un lado del zaino, escupió.
—Alegrate, alegrate mucho, Rodríguez —seguía el ofertante mientras, en el mejor de los mundos, se atusaba, sin tocarse la cara, una guía del
bigote. —Te puedo poner a tus pies a la mujer de tus deseos. ¿Te gusta el oro?... Agenciate latas, Rodríguez, y botijos, y te los lleno toditos. ¿Te
gusta el poder, que también es lindo? Al momento, sin apearte del zaino, quedarás hecho comisario o jefe político o coronel. General, no,
Rodríguez, porque esos puestos los tengo reservados. Pero de ahí para abajo... no tenés más que elegir.
Muy fastidiado por el parloteo, seguía mudo, siempre, siempre sosteniendo la mirada hacia adelante, Rodríguez.
—Mirá, vos no precisás más que abrir la boca…
—¡Pucha que tiene poderes, usted —fue a decir Rodríguez; pero se contuvo para ver si, a silencio, aburría al cargoso.
Este, que un momento aguardó tan siquiera una palabra, sintióse invadido como por el estupor. Se acariciaba la barba; de reojo miró dos o tres
veces al otro... Después, su cabeza se abatió sobre el pecho, pensando con intensidad. Y pareció que se le había tapado la boca.
Asimismo bajo la ancha blancura, ¡qué silencio, ahora, al paso de los jinetes y de sus sombras tan nítidas! De golpe pareció que todo lo capaz
de turbarlo había fugado lejos, cada cual con su ruido.
A las cuadras, la mano de Rodríguez asomó por el costado del poncho con tabaquera y con chala. Sin abandonar el trote se puso a liar.
Entonces, en brusca resolución, el de los bigotes rozó con la espuela a su oscuro, que casi se dio contra unos espinillos. Separado un poco así,
pero manteniendo la marcha a fin de no quedarse atrás, fue que dijo:
—¿Dudás, Rodríguez? ¡Fijate, fijate en mi negro viejo!
Y siguió cabalgando en un tordillo como leche.
Seguro de que, ahora sí, había pasmado a Rodríguez y, no queriendo darle tiempo a reaccionar, sacó de entre los pliegues del poncho el largo
brazo puro hueso, sin espinarse manoteó una rama de tala y señaló, soberbio:
—¡Mirá!
La rama se hizo víbora, se debatió brillando en la noche al querer librarse de la tan flaca mano que la oprimía por el medio y, cuando con
altanería el forastero la arrojó lejos, ella se perdió a los silbidos entre los pastos.
Registrábase Rodríguez en procura de su yesquero. Al acompañante, sorprendido del propósito, le fulguraron los ojos. Pero apeló al poco de
calma que le quedaba, se adelantó a la intención y, dijo con forzada solicitud, otra vez muy montado en el oscuro:
—¡No te molestés! ¡Servite fuego, Rodríguez!
Frotó la yema del índice con la del dedo gordo. Al punto una azulada llamita brotó entre ellos. Corrióla entonces hacia la uña del pulgar y, así, allí
paradita, la presentó como en palmatoria.
Ya el cigarro en la boca, al fuego la acercó Rodríguez inclinando la cabeza, y aspiró.
—¿Y?... ¿Qué me decís, ahora?
—Esas son pruebas —murmuró entre la amplia humada Rodríguez, siempre pensando qué hacer para sacarse de encima al pegajoso.
Sobre el ánimo del jinete del oscuro la expresión fue un baldazo de agua fría. Cuando consiguió recobrarse, pudo seguir, con creciente ahínco,
la mente hecha un volcán.
—¿Ah, sí? ¿Conque pruebas, no? ¿Y esto?
Ahora miró de lleno Rodríguez, y afirmó en las riendas al zaino, temeroso de que se lo abrieran de una cornada. Porque el importuno andaba a
los corcobos en un toro cimarrón, presentado con tanto fuego en los ojos que milagro parecía no le estuviera ya echando humo el cuero.
—¿Y esto otro? ¡Mirá qué aletas, Rodríguez! —se prolongó, casi hecho imploración, en la noche.
Ya no era toro lo que montaba el seductor, era bagre. Sujetándolo de los bigotes un instante, y espoleándolo asimismo hasta hacerlo bufar, su
jinete lo lanzó como luz a dar vueltas en torno a Rodríguez. Pero Rodríguez seguía trotando. Pescado, por grande que fuera, no tenía peligro para
el zainito.
—Hablame, Rodríguez, ¿y esto?... ¡Por favor, fijate bien!... ¿Eh?.. . ¡Fijate!
—¿Eso? Mágica, eso.
Con su jinete abrazándole la cabeza para no desplomarse del brusco sofrenazo, el bagre quedó clavado de cola.
—¡Te vas a la puta que te parió!
Y mientras el zainito —hasta donde no llegó la exclamación por haber surgido entre un ahogo— seguía muy campante bajo la blanca, tan
blanca luna tomando distancia, el otra vez oscuro, al sentir enterrársele las espuelas, giró en dos patas enseñando los dientes, para volver a apostar
a su jinete entre los sauces del paso.
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 12 | 14
FICHA 10 FRANCISCO ESPÍNOLA: SELECCIÓN DE CUENTOS
El hombre pálido
I
Todo el día estuvo toldado el sol, y las nubes, negruzcas, inmóviles en el cielo, parecían apretar el aire, haciéndolo pesado, bochornoso,
cansador.
A eso del atardecer, entre relámpagos y truenos, aquellas aflojaron y el agua empezó a caer con rabia, con furia casi; como si le dieran asco las
cosas feas del mundo y quisiera borrarlo todo, deshacerlo todo y llevárselo bien lejos.
Cada bicho escapó a su cueva. La hacienda, no teniendo ni eso, daba el anca al viento y buscaba refugio debajo de algún árbol, en cuyas
ramas chorreaban los pajaritos, metidos a medias en sus nidos de paja y de pluma.
En el rancho de Tiburcio estaban solas Carmen, su mujer y Elvira, su hija.
El capataz de tropa de don Clemente Farías, había marchado para “adentro” hacía una semana.
En la cocina negra de humo se hallaban, cuando oyeron ladrar el perro hacia el lado del camino. Se asomó la muchacha y vio a un hombre
desmontar en la enramada con el poncho empapado y el sombrero como trapo por el aguacero.
–¡León! ¡León! ¡Fuera! Entre para acá– gritó Elvira.
–¿Quién es?– preguntó la vieja sin dejar de revolver la olla de mazamorra.
–No lo conozco.
La joven volvió al lado de su madre y quedó expectante.
–Buenas tardes.
Agachándose –la puerta era muy baja–, el hombre entró.
–Buenas. Sientesé. ¿Lo ha derrotado l’agua? Saquesé el poncho y arrimeló al fogón.
–Sí, es mejor. Aquí, no más.
El hombre colgó su poncho negro en un gran clavo cerca del fuego y sacudió el sombrero. Después se sentó en un banco.
–¿Viene de lejos? –curioseó la madre.
–De Belastiquí.
–¿Y va?
–Pa l’estancia’e Molina, en el Arroyo Grande. Pensaba llegar hoy a San José, pero me apuré mucho por el agua y traigo cansadazo el caballo.
Así que si me deja pasar la noche...
–Comodidá no tenemos... puede traer su recao y dormir aquí, en todo caso.
–¡Cómo no!... Estoy acostumbrao.
La muchacha, ahora acurrucada en un rincón, lo miraba de reojo. Y cuando oyó que iba a quedarse, sintió clarito en el pecho los golpes del
corazón.
Es que cada vez más le parecía que aquel hombre delgado y alto, de cara pálida en la que se enredaba una negrísima barba que la hacía más
blanca, no tenía aspecto para tranquilizar a nadie...
La vieja le interrumpió sus pensamientos diciendo:
–A ver, aprontá un mate.
Y siguió revolviendo la mazamorra, mientras daba conversación al forastero, que acariciaba el perro y retiraba la mano cuando este rezongaba
desconfiado de tanto mimo.
Elvira tiró la yerba vieja, puso nueva, le hizo absorber primero un poco de agua tibia para que se hinchara sin quemarse. En seguida, ofreció el
mate al desconocido. Este la miró a los ojos y ella los bajó, trémula de susto. No sabía por qué. Muchas veces habían llegado así, de pronto, gente
de otros pagos que dormían allí y al otro día se iban. Pero esa nochecita, con los ruidos de los truenos y la lluvia, con la soledad, con muchas cosas,
tenía un tremendo miedo a aquel hombre de barba negra y cara pálida y ojos como chispas.
Se dio cuenta de que él la observaba. Los ojos encapotados, sorbiendo lentamente el mate, el hombre recorría con la vista el cuerpo tentador
de la muchacha...
¡Oh, sí!, había que cansar muchos caballos para encontrar otra tan linda.
Brillante y negro el pelo, lo abría al medio una raya y caía por los hombros en dos trenzas largas y flexibles. Tenía unos labios carnosos y
chiquitos que parecían apretarse para dar un beso largo y hondo, de esos que aprisionan toda una existencia. La carne blanca, blanca como
cuajada, tibia como plumón, se aparecía por el escote y la dejaban también ver las mangas cortas del vestido. El pecho abultadito, lindo pecho de
torcaza; las caderas ceñidas, firmes; las piernas que se adivinaban bien formadas bajo la pollera ligera; toda ella producía unas ansias extraña en
quien la miraba, entreveradas ansias de caer de rodillas, de cazarla del pelo, de hacerla sufrir apretándola fuerte entre los brazos, de acariciarla
tocándola apenitas... ¡yo qué sé!, una mezcla de deseos buenos y malos que viboreaban en el alma como relámpagos entre la noche. Porque si
bien el cuerpo tentaba el deseo del animal, los ojos grandes y negros eran de un mirar tan dulce, tan real, tan tristón, que tenían a raya el apetito, y
ponían como alitas de ángel a las malas pasiones...
Embebecido cada vez más en la contemplación, el hombre solo al rato advirtió que la muchacha estaba asustada. Entonces, algo le pasó
también a él.
Su mano vacilaba ahora al tenerla para recibir o entregar el mate.
Elvira iba entre tanto poniendo la mesa. Luego, los tres se sentaron silenciosos a comer. Concluida la cena, mientras las mujeres fregaban, el
hombre fue bajo la lluvia hasta la enramada, desensilló, llevó el recado a la cocina y se sentó a esperar que hicieran la lidia jugando con el perro,
con León que, por una presa tirada al cenar, había perdido la desconfianza y estaba íntimo con el desconocido.
–¡Mesmo qu’el hombre!– pensó este.
Y siguió mirando el fuego y, de reojo, a Elvira.
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 13 | 14
Cuando terminaron la tarea, la madre desapareció para tornar con unas cobijas.
–Su poncho no se ha secao. Hasta mañana, si Dios quiere.
–Se agradece.
–¡Buenas noches!– deseó la muchacha cruzando ligero a su lado con la cabeza baja.
–Buenas.
Las dos mujeres abrieron la puerta que comunicaba con el otro cuarto, pasaron y la volvieron a cerrar. Al rato, se oyó el rumor de las camas al
recibir los cuerpos, se apagó la luz...Todo fue envolviéndose en el ruido del agua que caía sin cesar.
El hombre tendió las cacharpas, se arrebujó en las mantas con el perro y sopló el candil.
El fogón, mal apagado, quedó brillando.
II
Un rato después se empezó a oír la respiración ruidosa y regular de la vieja. Pero en la cama de Elvira no había caído el descanso. Ahora que
su madre dormía, el miedo la ahogaba más fuerte. El corazón le golpeaba el pecho como alertándola para que algún peligro no la agarrara en el
sueño, y su vista trataba en vano de atravesar las tinieblas... De cuando en cuando rezaba un Ave María que casi nunca terminaba, porque lo
paraba en seco cualquier rumor, que la hacía sentar de un salto en la cama.
A eso de la media noche, bien claro oyó que la puerta de la cocina que daba al patio había sido abierta, y hasta le pareció sentir que el aire frío
entraba por las rendijas. Tuvo intención de despertar a su madre, pero no se animó a moverse. Sentada, con los ojos saltados y la boca abierta
para juntar el aire que le faltaba, escuchó. No sintió nadita. Y aquel silencio, después de aquel ruido, la asustaba más aún. No sentía nadita, pero en
su imaginación veía al hombre de la barba negra clavándole los ojos como chispas; veía el poncho negro, colgado del clavo, movido por el viento
como anunciando ruina... y como para convencerla de que era verdad que la puerta había sido abierta, seguía sintiendo el aire frío y percibía más
claramente el ruido de la lluvia...
En efecto: el hombre, que se echó no más, sobre el recado, se había levantado, lo llevó otra vez a la enramada y, después de ensillar, había
salido a pie hasta la manguera que estaba como a una cuadra dejándose pintar de rosado por los relámpagos. El agua le daba en la frente. Por eso
avanzaba con la cabeza gacha.
Otro hombre le salió al encuentro, el poncho y el sombrero hecho sopa.
Era un negro.
–¿Están las mujeres solas?– preguntó ansioso.
Sombrío el otro respondió:
–Sí
–La plata tiene qu’estar en algún lao. Empecemos.
–No. No empezamos.
–¿Qué hay?
–Hay que yo no quiero.
–¿Qué no querés?
– Sí, que no quiero.
– ¿Pero estás loco?
–Peor pa mí si m’enloquecí. Pero ya te dije. Vamonós p`atrás.
–¿El qué?
–No hay qué que te valga. Como siempre, te acompaño cuando quieras; pero esta noche, no. Y aquí, menos.
–¡Hum! Si te salieran en luces malas los que has matao, te ciegaría la iluminación, y ahora te ha entrao por hacerte el angelito.
–Nadie habla aquí de bondá. Digo que no se me antoja y se acabó.
–Peor pa vos. Iré yo solo. ¡Que tanto amolar por dos mujeres!
–Es que vos tampoco vas a ir.
–¿Desde cuándo es mi tutor el que habla?
–Desde que tengo la tutora– bramó el interpelado tanteándose la daga.
–¡Ah! ¿Querés peliar? ¡Me lo hubieras dicho antes! Seguramente ya habrás hecho la cosa y quedrás la plata pa vos solo. Pero no te veo uñas,
mi querido.
Venite no más– y desenvainó su cuchillo.
–¡Callate, negro de los diablos!– rugió el otro yéndosele arriba.
A la luz de los relámpagos, entre los charcos, los dos hombres se tiraban a partir. El de la barba negra, medio recogido el poncho con la mano
izquierda, fue haciendo un círculo para ponerse de espaldas a la lluvia. Comprendiendo el juego, el negro dio un salto. Pero se resbaló y se fue del
lomo. El otro esperó a que se enderezara y lo atropelló. La daga, entrando de abajo a arriba, le abrió el vientre y se le hundió en el tórax.
–¡Jesús, mama!– exclamó el negro.
Fue lo único que dijo. La muerte le tapó la boca.
El otro, en las mismas ropas del difunto limpió su daga. Después enderezó chorreando agua, montó y salió como sin prisa, al trotecito.
–¡Pucha que había sido cargoso el negro!– murmuraba– ¡Le decía que no, y el que sí, y yo que no, y dale! ¡Estaba emperrao!...
La lluvia, gruesa, helada, seguía cayendo.
Profs. Adriana Piñeiro | Gabriel Fraga
TERCER AÑO
Página 14 | 14
Descargar