O.J.D.: 296614 E.G.M.: 1899000 Tarifa: 17115 € Fecha: 05/12/2012 vida & artes 41 Sección: CULTURA cultura Páginas: 41 EL PAÍS, miércoles 5 de diciembre de 2012 cine De vidas ajenas, ¿o quizá un poco nuestras? CARLOS BOYERO UNA PISTOLA EN CADA MANO Dirección: Cesc Gay. Intérpretes: Leonor Watling, Leonardo Sbaraglia, Javier Cámara, Alberto San Juan, Ricardo Darín, Luis Tosar, Eduard Fernández. Género: Comedia. España. Duración: 95 minutos. Como en el cine de Eric Rohmer y en el de Woody Allen, los personajes de Cesc Gay no serían concebibles sin el uso continuo de la palabra, para contar verdades, medias verdades o mentiras, para confesarse, seducir, lamentarse, sugerir, engañar, manipular, defenderse, convencer, atacar, sincerarse, trampear. Y nada de lo que dicen estos urbanitas ilustrados e instalados, con profesiones presumiblemente relacionadas con la cultura, dubitativos, ganadores o perdedores, con tendencia a la crisis permanente, tiene desperdicio. También es importante lo que callan y lo que revelan sus pequeños gestos y sus miradas, o sus silencios, aunque estos escasean, son estratégicos o sirven para reponerse de la estocada verbal que han recibido. Esto le puede salir mejor o peor (En la ciudad me parece espléndida, otras menos) pero su mundo y su estilo siempre son identificables. Igualmente, es difícil no identificarte con lo que le ocurre a su gente, aunque a veces eso te provoque el sonrojo. Algún director lúcidamente maximalista afirmó alguna vez que lo fundamental para que una película funcione es que haya buenos actores y actrices y que estén convenientemente dirigidos. Yo sospecho que los verdaderamente grandes ni siquiera necesitan ser dirigidos. Les basta con ser como son para que te creas en estado hipnótico cualquier cosa que hagan o digan. Otros directores que alcanzaron con naturalidad el clasicismo están convencidos de que lo imprescindible es un buen guion. Admitamos que poseyendo ambas cosas, hay que ser muy tarugo para que una película naufrague. Está escrita con mimo, inteligencia y conocimiento de la naturaleza humana Javier Cámara y Alberto San Juan, en un fotograma de Una pistola en cada mano. El guion de Una pistola en cada mano está escrito con inteligencia y mimo, gracia y complejidad, con un conocimiento profundo de eso tan enfático llamado la naturaleza humana, del anverso y el reverso del personal, de lo que aparentamos y lo que somos, de la mezcla de las dos cosas. Y, cómo no, acumula un inmejorable reparto de intérpretes para hacer verosímil, sutil, inquietante y atractivo lo que nos pretende contar, sugerir, revelar. Cesc Gay narra diversos encuentros entre parejas. La forman viejos amigos que se reencuentran casualmente y se ofrecen pistas sobre cómo les ha tratado últimamente la vida. Un matrimonio que se rompió y que pretende recomponer aquel que lo provocó al haberse quedado más solo que la una, un marido cornudo con el amante de su esposa (qué lujo de actor Ricardo Darín, cuánta química se crea en el jugoso combate dialéctico entre Luis Tosar y él), antiguos compañeros de trabajo oliendo sexo rápido, dos matrimonios amigos (el episodio que menos me interesa) revelando sus carencias o sus miserias sexuales, confirmando que nada es lo que parece. Y, por supuesto, todos estos ríos aislados conducen a un mar común, esos personajes mostrarán su relación en una secuencia final que re- A la salvación por el claqué DAMISELAS EN APUROS Dirección: Whit Stillman. Intérpretes: Greta Gerwig, Adam Brody, Analeigh Tipton, Carrie MacLemore, Megalyn Echikinwoke, Ryan Metcalf, Jermaine Crawford. Género: Comedia. Estados Unidos, 2011. Duración: 99 minutos. J. COSTA Cuenta Whit Stillman que, allá por 1973, cuando pasó una temporada en Harvard después de su graduación, se encontró con un entorno académico imantado por el recuerdo de un grupo de chicas que había desactivado la apatía depresiva del lugar, a través de un codificado comportamiento dandi y un desbordado sentido lúdico. Damiselas en apuros, regreso a la dirección tras 13 años de silencio —el último trabajo de Stillman tras las cámaras fue The last days of disco (1998)—, se plantea, así, como un fantaseo, una ensoñación petimetre alrededor de ese huracán esquivo que lo transformó todo para bien. Desde su mismo título —que apela a una situación arquetípica del cine de los orígenes (en particular, al primigenio folletín cinematográfico) y al título original de Señorita en desgracia (1937) de George Stevens, una película de Fred Astaire con la colaboración de P. G. Wodehouse en el guión—, Damiselas en apuros hace bandera de la aparente paradoja de conjugar comportamientos arrogantemente retro en un paisaje contemporáneo de colores pastel, con estratégicas zonas de difuminado en diversos puntos del plano. Stillman habla del dandismo como estrategia de resistencia, de una trinchera fuera del tiempo habitada por un grupo de chicas que decide imponer sus dinámicas redentoras en una universidad imaginaria amenazada (es un decir) por los nubarrones del suicidio por amor: un club de excéntricas hadas madrinas, dispuestas a cuestionar las zonas de exclusión del campus. A partir de la novela Puro fuego: confesiones de una banda de chicas, de Joyce Carol Oates —ya llevada al cine por Annette Haywood-Carter bajo el título de Jóvenes incompren- didas (1996)—, Laurent Cantet se acerca a un tema similar en su reciente Foxfire: una lucha contra el acoso patriarcal a pie de aula como esbozo de un activismo proto-feminista. Pero las miradas de Stillman y Cantet sobre el asunto no pueden ser más opuestas. Damiselas en apuros lleva la excentricidad grabada en su ADN, en su tono —que se sitúa en una irónica equidistancia entre la empatía con sus personajes y su fina, estilizada caricatura— y en esa libertad expresiva que acaba disgregando el relato en un musical donde el claqué funciona como camino de perfección. Este combate entre perfumes femeninos y olores corporales masculinos, donde el cineasta encuentra en las alusiones a los cátaros un elegante, casi poslubitschiano, eufemismo para hablar de sexo anal, cristaliza en una película sorprendente, capaz de desarticular toda idea recibida sobre un género —la comedia universitaria— y un cineasta que aquí parece liberarse incluso de sí mismo. cuerda la de En la ciudad. Y con ellas a flote, y con ellos resumiendo su situación con un tragicómico, resignado, castizo y realista: “Pues, así estamos”. Los mirones de estas vidas ajenas he- mos sonreído y reído frecuentemente con sus cuitas y sus equívocos. Pero también te puede asaltar un escalofrío. Ya se sabe, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.