Fragmentación, vínculo y proyecto J. Arocena

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FRAGMENTACION, VINCULO Y PROYECTO
José Arocena
La fragmentación en mil pedazos.
Fragmentación no es sinónimo de exclusión. Hay sin duda fragmentación entre
excluidos e integrados. Son dos grandes fragmentos, pero dentro de cada uno de ellos el
tejido social está también fragmentado. Hay fragmentación en el mundo de los
excluidos y hay fragmentación en los llamados integrados. Esto quiere decir que se trata
de un universo sin vínculos que generen proximidad.
La sociedad de anonimato
No todas las épocas se han caracterizado por fortalecer los sistemas de relaciones entre
los seres humanos. La historia nos muestra momentos bien distintos y civilizaciones que
han vivido formas de relación muy diferentes. Nosotros pertenecemos al gran período
que siguió a la revolución industrial y que en las últimas décadas parece estar llegando a
mutaciones muy relevantes.
Vale la pena repasar rápidamente cómo esta gran etapa de la humanidad ha sido
analizada en lo referente a la forma de establecer los vínculos entre los seres humanos.
Sin pretender ser exhaustivos, es necesario recordar que la industrialización fue
convirtiendo las aldeas rurales en las que se desarrollaban relaciones interpersonales, en
grandes conjuntos industriales y urbanos en los que la persona quedó sumergida en la
masa. Los «buenos días Don Juan» o los «cómo anda Doña María», fueron
desapareciendo en esos ámbitos gigantescos propios del último siglo y medio, en los
que cada uno pasó a ser un número.
Los sociólogos de la primera mitad del siglo XX afirmaron que el habitante de la gran
urbe no puede conocer a todas las personas que encuentra. Seguramente no tiene
tampoco ninguna necesidad de conocerlas. Se caracterizan las relaciones entre las
personas como superficiales, lejanas y anónimas. Esa observación hecha hace ya
muchas décadas sigue teniendo vigencia en nuestras ciudades contemporáneas. Lo que
fue una característica de algunas grandes ciudades de los comienzos del siglo XX, hoy
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se ha generalizado condenando al ser humano a vivir en esas selvas de hormigón en las
que somos desconocidos.
Una sociedad escasa de vínculos
Nuestra sociedad actual puede ser definida como cada vez más «escasa de vínculos». Se
podrá decir que se han desarrollado en forma vertiginosa las redes que vehiculan
millones de contactos virtuales cada día. Lo que algunos se están preguntando es si
estos contactos generan toda la riqueza que tiene el vínculo directo, el encuentro cara a
cara. Para muchos analistas, esa forma de establecer vínculos contiene límites en la
dimensión más existencial, que no pueden ser superados. La virtualidad no sería el
camino para vencer la soledad en la que se encuentra el ser humano de nuestra época.
No alcanza con ver una imagen en una pantalla, con escuchar una voz que llega de lejos,
con leer unas palabras escritas en el ritmo acelerado de este tipo de comunicación. Es
necesario percibir los infinitos matices de la presencia física, oír las inflexiones más
sutiles de una voz, percibir el cuerpo y sentir su vibración. Esta clase de vínculo, cada
vez más escasa, nace del conocimiento del otro. Pero no es el conocimiento fugaz de
una imagen electrónica, es ese conocimiento que crece, se hace carne, penetra, permite
que el otro sea realmente un «prójimo».
El nombre y el vínculo
Durante el último siglo y medio, los seres humanos nos fuimos convirtiendo en extraños
unos a otros. Todos los días nos cruzamos con personas anónimas en la calle, en el
ómnibus, en el trabajo…y no conocemos sus nombres. Esas personas que no tienen
nombre, no son “alguien que conozco”, no son el otro con quien podría generar un
vínculo.
“Señor, tú me llamas
por mi nombre”
desde lejos;
por mi nombre
cada día tú me llamas”
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El nombre es algo que permite la identificación de las personas. La elección del nombre
de un niño es siempre un momento importante. El nombre no es algo que se cambie
fácilmente. Llamar a alguien por el nombre es llamar a una persona determinada, con
sus características, con sus virtudes y sus defectos.
Llamar por el nombre es el comienzo del vínculo. El otro deja de ser una sombra que
pasa a mi lado y se vuelve alguien significativo para mí. Lo conozco y lo reconozco.
Después iré llamándolo cada día y de esa forma iré profundizando el vínculo. Cuando
alguien se siente llamado por otro, se produce en ese instante un vínculo, ese otro deja
de ser anónimo y se vuelve alguien con el que cuento, alguien que se vuelve un
“próximo”.
La pequeña dimensión
Se podría decir que en esta sociedad que he descripto como de anonimato, es raro que se
produzca un llamado con esas características. Sin embargo en esa misma sociedad que
tiende al aislamiento de cada persona, surge la pequeña dimensión como una instancia
de constitución del vínculo. Son vínculos de alcance medio, a veces se les ha llamado
solidaridades “cortas” porque no pretenden alcanzar dimensiones que vayan más allá de
un conjunto de vínculos tangibles, directos.
Es así como en esta sociedad que denominamos de anonimato, se desarrollan las
pequeñas comunidades o los pequeños grupos. Esta pequeña dimensión se da en
comunidades religiosas, en talleres de creación artística, en comités políticos, en
asociaciones solidarias, en núcleos familiares, en encuentros laborales, etc. Es allí donde
se constituyen vínculos porque el otro pasa a ser alguien con quien comparto
experiencias de diversa índole.
El proyecto
El vínculo es una condición necesaria para disminuir la fragmentación social, pero no es
suficiente. Hay algo que es fundamental: la orientación del vínculo. Un tejido rico en
vínculos puede orientarse a la destrucción, a la corrupción, a la deshumanización.
También puede orientarse a la construcción y a la humanización.
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Ricas en vínculos son las bandas que asolan las ciudades, ricas en vínculos son las
mafias internacionales, ricas en vínculos son las asociaciones para delinquir. Estas
estructuras de vínculos aumentan la fragmentación porque están destinadas a satisfacer
determinados intereses, a generar sistemas de opresión, al enriquecimiento basado en la
injusticia.
Entonces, la riqueza de vínculos fuertes, consistentes, con potencial de transformación
social, la posibilidad de que sean un instrumento para combatir la fragmentación,
depende del proyecto que ilumine esa estructura de vínculos.
El proyecto es nuestra propia trascendencia, el proyecto es lo que nos permite salir de
nuestro ensimismamiento, el proyecto es lo que nos abre a la vida y a los demás, el
proyecto es portador de sentido.
Pero la crisis del “proyecto de Humanidad” puede llevar a un fraccionamiento social sin
precedentes. Los grandes relatos productores de uniformidad han sido sustituidos por
una extrema fragmentación. Parece claro que la modernidad racionalizante de los dos
últimos siglos ha perdido fuerza y está siendo sustituida por discursos que ponen de
relieve las singularidades. Las identidades étnicas territoriales ocupan todos los días las
primeras planas de los periódicos con sus luchas autonomistas, afirmando proyectos de
sociedad que tienen como principal componente la defensa de cada singularidad. El
riesgo de estas tendencias -justas en sí mismas- es que puede llevar al mundo
contemporáneo a construir sus proyectos de sociedad únicamente en base a sus
identidades específicas.
En último término, nos mataríamos unos a otros en función de cada proyecto particular
y excluyente. De hecho es lo que nos ha estado sucediendo en los conflictos llamados
“locales” o “regionales”. Salir de esta extrema fragmentación solo es posible en la
medida que exista un “proyecto de Humanidad”. El proyecto debería llevarnos al mismo
tiempo a salir a las periferias en el sentido que lo dice el Papa Francisco, con un
mensaje sin exclusiones, generador de proximidad y no de fragmentación.
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¿Es posible una sociedad solidaria?
En esta sociedad fragmentada a todos los niveles, en esta difícil coyuntura que vive la
humanidad interpelada por la exclusión de vastos sectores, es lógico preguntarnos si la
solidaridad es posible. La fragmentación nos vuelve a todos más indiferentes frente a lo
que le ocurre al otro. La pobreza de los vínculos no permite que el drama de tantos
anónimos se vuelva algo que nos llegue realmente y que movilice prácticas solidarias.
La fragmentación es la peor enemiga de la construcción de humanidad.
No quiero ignorar las vidas de tantos seres humanos que son capaces de ir más allá de la
fragmentación, convirtiéndose en testimonios de cercanía, en tejedores de vínculos.
Existen esas personas y esos grupos de personas, pero debemos tomar consciencia de
que la lógica social dominante no va en ese sentido. Estas constataciones obligan a
plantearnos la pregunta sobre la posibilidad de la construcción de una sociedad
solidaria. En estos minutos es difícil enfocar en profundidad esta pregunta y me voy a
limitar a leer un texto de Pierre Rosanvallon, un sociólogo francés que ha pensado y ha
escrito sobre esta temática:
“Aumentar la visibilidad social es también hacer emerger de manera más localizada
las necesidades y las aspiraciones. Es permitir que se injerten en su expresión formas
de socialización transversales y de solidaridades cortas. La solidaridad no puede
reposar solamente sobre reglas y procedimientos. Ella debe tener una dimensión
voluntaria. El otro es indisociablemente socio y próximo. Yo soy institucionalmente
solidario de todos los socios a través del Estado-benefactor, pero no soy
inmediatamente solidario más que de algunas redes de próximos.”
Vínculo y proyecto en Jesús
La vida de Jesús se caracterizó por esa solidaridad inmediata con esas redes de
próximos. El eligió crear y fortalecer vínculos con los que lo siguieron, con sus amigos,
pero también con anónimos que lo escuchaban y que desde la pobreza o la enfermedad,
creyeron en su mirada misericordiosa. Seguramente su personalidad era constitutiva de
vínculos. Sus parábolas muestran la importancia del vínculo. ¿Quién era el prójimo del
hombre herido al borde del camino? De todos los que pasaron al costado, solo uno -un
samaritano- generó un vínculo, se aproximó, al herido y lo atendió. Esa es para Jesús, la
definición de “prójimo” porque está iluminada por un proyecto que no reconoce límites
étnicos o de cualquier otra especie.
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Jesús de Nazaret, un hombre del Pueblo Elegido, planteó un nuevo proyecto que iba
más allá de las fronteras de su nación, que se dirigía a todas las naciones y a todos los
pueblos. Los que lo siguieron en esa época entendieron que el nuevo proyecto no tenía
que reducirse a una cultura, que tenía que proclamarse a toda la humanidad.
Los evangelistas ubican después de la resurrección, el mandato del envío a todas las
naciones: vayan y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he
mandado. Y he aquí que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt.
28, 19 y 20). El nuevo proyecto está orientado a toda la humanidad.
El proyecto basado en el Evangelio no deja de lado cada particularidad, pero su mensaje
es esencialmente humano y por lo tanto puede ser recibido por todas las singularidades.
Pablo en sus cartas nos habla de ese proyecto, pero adapta el mensaje a los cristianos de
Corinto, de Roma, de Efeso, de Tesalónica o de Filipos. No cae en uniformidades ni en
particularismos excesivos, y su único horizonte es la humanidad toda.
El proyecto va también más allá de las realidades institucionales. Francisco lo dice con
claridad cuando en la Evangelii Gaudium se refiere a estructuras eclesiales que pueden
llegar a condicionar el dinamismo evangelizador.
Los discípulos entendieron bien este “proyecto Humanidad” cuando salieron de su tierra
para llevar la buena noticia a todos los rincones del mundo conocido.
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