Razas y racismo

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Razas y racismo
SANTIAGO GENOVÉS
Tuvo lugar en días pasados, un necesario encuentro sobre este tema. Encontrándome fuera
del país, no pude acudir. Sí leí, después, la mayor parte de los dicho durante las sesiones.
De acuerdo con prácticamente todo. No obstante, ante la avasalladora situación actual (que
da origen al Encuentro —Ruanda, Somalia, negros en Estados Unidos, y en otras partes,
Chiapas hasta cierto punto, kurdos en Irak, buena parte de Latinoamérica, Asia y Africa
para buena parte de los anglosajones, la ex-Yugoslavia, Sri-Lanka, etcétera), pienso que se
olvidaron, un tanto, algunos aspectos científico-históricoantropológicos, a lo largo de las
Jornadas contra el racismo. De ahí estas líneas.
Son múltiples las facetas y provincias que la cultura posee y expone para la cabal ubicación
y comprensión de los Derechos Humanos: desde la jurisprudencia a la ética, desde la filosofía a la religión, desde la tradición a la historia, etcétera, en el tan logrado como
inacabable proceso de lo que llamamos civilización.
Sin duda alguna, somos homo faber que piensa, y en este pensar, poseídos, muy poseídos
de nuestra propia importancia, antropocéntrica y muy magalomaniáticamente, nos hemos
denominado Homo Sapiens. Sapiens, ¿lo somos en realidad?
Si hojeamos el periódico, oímos la radio o vemos la televisión, en cualquier lugar de esta
mínima y solitaria balsa llamada Tierra, nos damos cuenta, de inmediato, que de verdadero
y cabal sapiens aún tenemos muy poco. ¿Por qué? Porque, en primera instancia, salta a la
vista un constante destruirnos los unos a los otros, arguyendo fútiles nimiedades como
razón, excusa o justificación a los atropellos que merman o acaban con el más esencial y
básico de los Derechos
Humanos: el derecho a la vida, a la supervivencia, tanto del individuo como de la especie.
En segunda, se halla la destrucción de la naturaleza, de la que formamos parte. No nos ocupamos ahora de este tema.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos lucha, a brazo partido, por elevar nuestros
conocimientos, por hacer que se entienda la vasta gama de inalienables Derechos
Humanos, concomitantes a un Estado Nacional —e internacional— de libertad, igualdad,
hermandad y fraternidad entre los mexicanos y, por ende, entre todos los habitantes del
planeta.
En tanto que antropólogo son dos, fundamentalmente, los temas que, por mal entendidos y
peor utilizados, siegan, día a día, mes a mes, año tras año, la vida, la irreproducible e
irrecuperable vida de docenas de miles de conciudadanos nacionales o planetarios: el
racismo —bajo enmascaradas y múltiples formas— y la violencia generalizada e
institucionalizada. Es necesario, pues, de manera sucinta y llana, adentrarnos en cada una
de estas sinrazones.
El mito del racismo
El instinto no es verdadero ni falso. No se puede discutir con él, aunque sí se puede hablar
mucho de él. En contraste, los prejuicios pueden ser ideas falsas, pero no dejan de ser
ideas. En consecuencia, suscitan disputas. Uno de los prejuicios más profundamente
arraigados que obstaculiza la relación pacífica entre los hombres es el racismo. Este
prejuicio se remonta a tiempos inmemoriales. Aristóteles, basándose en razones climáticas,
pensaba que los pueblos nórdicos —precisamente aquellos que en la actualidad se sienten
orgullosos de su "sangre" aria— "habían nacido para ser esclavos". Vitruvio pensaba lo
mismo. Cicerón decía que "los hombres se diferenciaban por su conocimiento,
pero no por su capacidad de aprender". El faraón Sesostris III (1887-1849 a.c.) erigió una
estela en la frontera sur de Egipto, en la que inscribió que ningún negro podía entrar a
Egipto.
El Renacimiento, con su exploración y contacto con otros pueblos, hizo reaparecer este
prejuicio. Frecuentemente se suscitan acaloradas disputas sobre la igualdad o desigualdad
de los hombres. En el siglo XVI, John Major, fraile dominico nacido en 1510, afirmaba
que era mucho mejor no darle la libertad a aquellos hombres que por naturaleza habían
nacido para obedecer y cuyo destino era ser siervos; y Juan Ginés de Sepúlveda, el famoso
sacerdote español nacido en 1550, escribió un comentario sobre la "inferioridad y
perversidad innata del indio americano", en el que afirmaba que no eran "seres racionales"
y que eran "tan diferentes de los españoles... como los simios de los hombres". En la otra
cara de la moneda, hubo personajes como Fray Bartolomé de las Casas, misionero
dominico español quien, al llegar a México en 1502, defendió con tanto ahínco a los nativos, que ha pasado a la historia como "El Apóstol de los Indios". Luchó enérgicamente
contra esta teoría, manteniendo que todos los hombres del mundo estaban hechos de la
misma materia; abogó tanto por la abolición de la esclavitud de los negros, como por la de
los indios "ya que lo mismo están dotados de entendimiento éstos que los indios". Hombres
de la misma talla moral fueron el pensador francés Montaigne, moralista y viajero, nacido
en 1533, quien hizo la observación de que todo el mundo llama bárbaro a quien no está de
acuerdo con sus propias costumbres; y también debemos mencionar a Thomas Jefferson,
quien a menudo alababa al indio piel roja. De cualquier manera, con frecuencia los
prejuicios son recíprocos. "En las Antillas, algunos años después del descubrimiento de
América, al tiempo que los españoles enviaban comisiones especiales para investigar si los
indios tenían alma o no; éstos estaban muy atareados sumergiendo a prisioneros blancos en
el agua para averiguar, mediante observación exhaustiva, si sus cadáveres se pudrían o no"
(Levi-Strauss, 1960).
Más tarde, aunque Voltaire, Rosseau, Buffon y otros muchos defendían la igualdad entre
los hombres, otros intelectuales, como Hume, sostenían que los negros eran inferiores a los
blancos. Este prejuicio prevaleció en Europa a pesar de la tradición cristiana, claramente
antirracista: "Y él hizo que toda la humanidad naciese de una sola sangre, para que poblase
la tierra" (Hechos de los Apóstoles, Capítulo XVII, versículo 26). "No hay ya judío ni
griego, ni esclavo ni hombre libre; no hay varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno
solo en Cristo" (Gálatas, III, 28). A pesar de lo anterior, en 1772, el Reverendo Thomas
Thompson publicó un panfleto titulado Cómo el comercio de esclavos en la costa de Africa
respeta los principios humanitarios y los preceptos de la verdadera religión; y el
Reverendo Josiah Priest publicó en 1852 otro panfleto titulado La Defensa de la Esclavitud
por la Biblia. Ya en tiempos recientes (1900), C. Carrol escribió una obra titulada El negro
como bestia o a imagen y semejanza de Dios, en la que aseguraba que todos los tratados
científicos probaron que la constitución de los negros era igual a la de los simios. Por otra
parte, el Papa Pío XI condenaba el racismo, y una encíclica de Pío XIII, publicada en 1938,
lo consideraba una apostasía contraria al espíritu y doctrina de la fe cristiana. Pero el poder
y el alcance de los prejuicios raciales se refleja en el hecho de que el mismo Abraham
Lincoln, el mayor defensor de la abolición de la esclavitud, declaró públicamente: "Existe
una diferencia física entre la raza blanca y la negra, que creo siempre impedirá que ambas
razas vivan juntas en términos de igualdad social y política" (discurso en Charleston, 8 de
septiembre de 1858).
En el siglo XIX, sólo unos pocos años antes de la aparición de El Origen de las Especies,
Gobineau, pseudocientífico de la época, publicó su Ensayo sobre la Desigualdad de las
Razas Humanas, en el que Hitler basó su propaganda "aria". Todos conocemos
perfectamente bien las consecuencias que tuvo esta teoría. Pero con la aparición del
darwinismo, el racismo —o por lo menos el racismo del blanco— tomó un nuevo
derrotero: muchos pueblos "de raza blanca", se entusiasmaron muchísimo con el
darwinismo porque, al proclamar la supervivencia del más apto, fortalecía su política de
expansión y agresión a expensas de los pueblos "inferiores".
Este concepto de selección y superioridad, más o menos basado en la teoría de Darwin,
puede aplicarse incluso dentro de un mismo grupo étnico. Erich Suchsland sostenía la tesis
de que los individuos que no habían triunfado en la vida necesariamente pertenecían a
aquellos sectores de la población considerados como "raza inferior", mientras que los individuos ricos pertenecían a una "raza superior" (Biasutti, 1953). Comas (1960) comentaba
irónicamente que "de esta manera, el bombardeo de los suburbios pobres daría como
resultado la selección y mejora de la raza". Alexis Carrel, autor de Lo que no se sabe
acerca del Hombre, sigue un razonamiento análogo al aseverar que los proletarios y los
holgazanes son "inferiores" por herencia natural y que debido a su constitución física, no
tienen la fuerza necesaria para luchar: han caído tan bajo que cualquier clase de lucha es
inútil ya.
Por supuesto que no hace faltahacer ningún comentario sobre el racismo de Hitler, cuyas
terribles imágenes aún tenemos frescas en la memoria; pero podemos mencionar varias de
las curiosas tergiversaciones de algunos de sus fanáticos adeptos. Waltmann decía que
Jesús tenía sangre aria; que por lo menos era evidente que no era el hijo de un judío como
José, su padre, ya que Jesús no tuvo padre (!) (Bouthoul, 1951). Este mismo autor alteró los
nombres de varios genios producidos por la humanidad (y creemos que sus características
físicas también), para demostrar que en realidad eran de sangre teutona: Giotto, Jothe;
Alighieri, Aigler; Vinci, Wincke; Dasso, Tasse; Buonarotti, Bohurodt; Velázquez,
Valchise; Murillo, Moerl; Diderot, Tietroth; etcétera.
Ya antes, Ammon (1890) mantenía que los dolicocéfalos (como los arios) eran
"socialmente superiores" a los braquicéfalos (como los alpinos) y que ésta era la razón por
la que abundaban en mayor proporción en las ciudades más que en el campo, y entre las
clases sociales privilegiadas más que entre los obreros —dato cierto únicamente en lo que
respecta a Alemania, pero no a Italia. Hubo otro dato que Ammon habrá encontrado raro
pero que, por supuesto, siempre se cuidó muy bien de no mencionar: que los arios, a su
vez, podrían averiguar que había una raza destinada de manera natural a convertirse en sus
amos, porque resulta que la raza negra es incluso más dolicocéfala que la aria. Guillermo II
ya había ordenado que se hicieran estudios antropométricos del pueblo alemán con el
objeto de probar la "pureza y superioridad" de la raza aria, estudios que nunca se atrevió a
hacer públicos, ya que resultó que hubo zonas muy extensas en donde no se pudo encontrar
ni un solo tipo ario. Otro investigador alemán sugirió que la humanidad podría dividirse en
tres grupos: los de sangre alemana pura, quienes disfrutarían de todos los privilegios
políticos y sociales; los de "más o menos sangre germana", quienes solamente gozarían de
privilegios limitados; y los no alemanes, a quienes se despojaría de todos los derechos
políticos y serían esterilizados, para así salvar a la civilización. Es muy difícil imaginar que
alguien pueda llevar su fanatismo a tales extremos; pero hubo algunos que sí lo hicieron:
Gunther (1929), teórico del racismo de Hitler, sugirió en serio que se podría trazar una
línea divisoria para separar a los "nórdicos" del resto del mundo. La declaración de
Mussolini realmente fue de opereta (como siempre), pues dijo que existe una raza italiana
pura de tipo "Ario-Nórdico".
Pero las cosas no pararon ahí. Los teóricos del indogermanismo, presionados por
necesidades políticas, llegaron a afirmar que los japoneses eran teutones, descendientes de
los ainus — pueblo de raza blanca de Japón—, aunque muy mezclados con la raza amarilla. Sin embargo, esto no fue obstáculo para que Rosenberg escribiera que esta última
poseía todas las cualidades morales e intelectuales de los arios e incluso de los nórdicos
(Klineberg, 1965), "Los dirigentes japoneses ofrecen las mismas garantías biológicas que
los dirigentes alemanes".
No vale la pena insistir en lo absurdo de la tesis racista nazi. Ellos mismos se confundían y
contradecían tanto, que finalmente declararon que la raza era un concepto místico e intuitivo, cuya comprobación estaba más allá de cualquier demostración científica. En vista del
hecho de que el arquetipo teutón "rubio" como Hitler, "alto" como Goebbels y "esbelto"
como Goering era inconcebible, los nazis decidieron que "un alma nórdica podía albergarse
en un cuerpo no nórdico" y que "la política debería ir más allá de la ciencia, apoyada por la
verdad fundamental intuitiva de la diversidad de sangres existentes entre los pueblos de la
Tierra, deduciendo la consecuencia lógica de ello; es decir, el principio de la supremacía
del más apto".
Contra tal razonamiento, la respuesta más apropiada es la que dio Rimbaud, el brillante
joven francés —de tipo completamente "nórdico"—quien, hace casi 100 años, durante la
era de la expansión colonial europea y justo cuando estaban de moda las ideas de la
superioridad biológica, exclamó mordazmente: "soy de raza inferior desde el principio de
los tiempos".
No obstante, el racismo no siempre es tan abierto y tan extremista, y frecuentemente es
más difícil convencer a aquellos racistas que racionalizansus prejuicios y creen tener
pruebas lógicas y objetivas en apoyo de los mismos. Hoy en día esta clase de
racionalización casi siempre es consecuencia de un darwinismo mal entendido o falseado.
Sus precipitadas conclusiones acerca del principio de la selección natural pueden agruparse
en dos amplias categorías: el carácter perjudicial de la hibridización o mezcla genética y la
superioridad "natural" de algunas razas sobre otras.
El primer grupo de prejuicios se basa en una premisa falsa inicial; es decir, que hay razas
puras. Para empezar, desde el punto de vista científico el concepto de raza es bastante
vago. Lo que sí es muy claro desde el punto de vista biológico es que todos los hombres
que existen en la actualidad pertenecen a la misma especie, y que dentro de la misma hay
variaciones individuales y de grupo. Algunas de estas variaciones de grupo sirven de base
para clasificar a estos grupos por lo que llamamos razas. Pero no todos los biólogos están
de acuerdo en cuáles son las características exactas que deberían tomarse en cuenta.
Algunas veces toman en cuenta las reacciones sanguíneas, el promedio de altura, la
proporcionalidad de las extremidades del cuerpo, el color de la piel, la textura y el color del
cabello o la anchura de la nariz; algunas veces sólo algunas de estas características se
toman encuenta, mientras que en otras se añaden algunas nuevas. Así pues, la selección de
un criterio de clasificación en parte es arbitrario. La clasificación misma también es
arbitraria. Los autores difieren con respecto al número de razas y subrazas que reconocen.
De cualquier manera, el concepto no puede ser estático, debido a los constantes
movimientos demográficos y a que ininterrumpidamente ocurren mezclas. Se puede decir,
pues, que la raza es un fenómeno biológico de cambios constantes que solamente puede
entenderse dentro de un contexto evolucionario, a través de parámetros ambientales y
genéticos que están en permanente movimiento. Incluso si aceptáramos determinados
criterios de clasificación, éstos nunca nos permitirían encontrar una raza pura, por más que
nos remontáramos en el tiempo, ya que a todo lo largo de la evolución del homo sapiens se
han estado mezclando hombres de diferentes grupos; "las razas puras, en sentido de
poblaciones genéticamente homogéneas no existen dentro del género humano" (Genovés,
1965).
En algunas ocasiones, al tomar un rasgo aislado como la única característica distintiva de
una raza, es fácil encontrar dentro de determinados grupos un número estadísticamente
importante de individuos que presentan dicho rasgo. Pero en cuanto tomamos como
muestra varios rasgos, la proporción de individuos que los poseen todos —dentro de
cualquier población humana— es estadísticamente insignificante. Por ejemplo, todos
sabemos, o creemos saber que los ingleses tienen ojos claros. Falso: solamente uno de cada
cinco ingleses tiene esa característica. Nada más para enumerar las contribuciones más
importantes de la composición genética de los ingleses, tenemos que mencionar al hombre
de Cro-Magnon, a los nórdicos, mediterráneos y alpinos y, con respecto a grupos más
recientes, a los sajones, noruegos, daneses y normandos. Es más, cuando los ingleses
colonizaron Norteamérica, la mezcla se hizo mayor. Por otra parte, la población negra de
Estados Unidos no es más "pura" que la blanca: entre sus antepasados se encuentran
congoleses, bantúes, europeos occidentales, siberianos, mediterráneos, etcétera. Y en lo
que respecta a los judíos, ya eran producto de muchas mezclas, incluso en los tiempos
bíblicos. Más tarde, cuando se dispersaron, hubo tanta mezcla genética que la mayoría de
los judíos poseen características raciales más parecidas a las de los habitantes de los países
donde viven, que a las de otros judíos. "Basta con comparar a un judío de Rotterdam,
fuerte, corpulento y rubicundo, con sus correligionarios de Salónica, delgados y nerviosos,
con ojos de fuego y tez pálida, para entender que lo que normalmente llamamos tipo israelí
posee rasgos provenientes de muchos y diferentes pueblos". (Comas, 1960). Así, a pesar de
sus declaraciones sobre la comprobación intuitiva de las razas, los nazis tuvieron que
obligar a los judíos a llevar prendida la Estrella de David para poder distinguirlos de los
"arios", quienes supuestamente pertenecían a otra especie.
Pero incluso si hacemos a un lado la vaguedad del concepto de raza y la universalidad de
las mezclas genéticas que han sufrido los humanos, y aun si admitimos que de alguna
manera misteriosa, mística e intuitiva pudiéramos distinguir cuáles son las "verdaderas"
razas y en qué consiste su pureza, todavía tendríamos que demostrar por qué sería
perjudicial para estas razas "puras" el mezclarse. Esta tesis que sostuvo Mjonn (1922) ha
encontrado muchos seguidores en Estados Unidos; entre ellos S. K. Humphrey, M. Grant, y
L. Stoddard. Los datos en que se basa, sin tomar en cuenta la inexactitud genética,
tipológica y estadística, no son más que interpretaciones fundadas en el error de confundir
las consecuencias con las causas. Es obvio que siempre se discrimina a gente con
características raciales mezcladas, es probable que muestre características sociales
indeseables únicamente porque se ve obligada a sobrevivir en condiciones de vida y
culturales indeseables. Además, la discriminación y los prejuicios hacen que la mezcla
racial sea más frecuente entre las clases sociales más bajas (Lundborg, 1921; Schreider,
1964).
Desde la perspectiva de la genética, todas estas ideas son gratuitamente incongruentes.
Dependiendo del caso,se hace uso de la endogamia o de la exogamia para mejorar las razas
animales, y el efecto inmediato de las mezclas genéticas es que a menudo se evita la
manifestación de defectos genéticos de carácter recesivo inherentes a una de la dos razas
generatrices. Esto, en cierta manera, se parece al ejemplo de las familias aristocráticas
endogámicas anteriormente mencionado. La mezcla entre individuos de origen similar
ciertamente refuerza las "mejores" características, o las más "fuertes" del grupo, pero
también actúa de la misma manera con respecto a los defectos hereditarios. A la larga (a
veces, después de mucho tiempo), se puede decir que en principio la endogamia es más
perjudicial, ya que la acumulación de características "idóneas" contribuye a la
supervivencia del grupo únicamente si el medio que los rodea no sufre cambio alguno,
mientras que la acumulación de defectos genéticos inevitablemente asegura su eventual
desaparición.
Hay todavía una segunda postura acerca de los prejuicios raciales: la de quienes no
solamente creen que la mezcla genética es negativa y que puede acarrear consigo
numerosos males, sino que además están seguros de que algunas razas son "superiores" a
otras. Ya en 1919 los delegados que asistieron a la Conferencia de París, en la que se creó
la Sociedad de Naciones, rechazaron una declaración presentada por la delegación japonesa
que proclamaba la igualdad de todas las razas. Incluso hoy, muchos blancos creen que los
negros son inferiores. La manifestación más frecuente de este prejuicio concierne a la
inteligencia, a pesar del hecho de que actualmente está reconocido, en forma general, que
todos los instrumentos cuyo propósito es medir la inteligencia son, en cierto grado, ideados
por y para una cultura específica, que los factores empíricos juegan un papel
importantísimo en los resultados de los tests y que no se puede demostrar que haya
diferencias en los primeros años de vida de un individuo; además, las diferencias existentes
dentro de un mismo grupo, en lo que respecta a los resultados de los tests, s o n
invariablemente mayores, casi siempre, que las diferencias entre grupos.
En conclusión, aunque los políticos y quienes manejan la propaganda frecuentemente
manipulan las diferencias raciales en favor de sus propios fines, no hay prueba alguna que
justifique la hipótesis de la superioridad de una raza sobre otra. Cualquier conjetura al
respecto no es más que un prejuicio. Podemos afirmar claramente que la utilización
tendenciosa de la teoría de la evolución como justificación de una supuesta superioridad
racial o de la guerra o de la violencia, no tiene fundamento científico alguno.
En Amor de Don Perimplín y Belisa en mi Jardín, Don Perimplín es el rico viejales del
pueblo. Belisa, una guapa y reluciente moza. Durante la noche de bodas, naturalmente,
Don Perimplín se queda dormido. Nos dice Lorca: "Y entonces entraron por la ventana,
representantes de las cinco razas de la Tierra: el europeo con su barba, el blanco, el negro,
el amarillo, y el norteamericano".
¡Esta lorquiana jocosa definición de las razas, no es menos válida que cualquier otra!
Bibliografía y obras de consulta
Ammon, O. (1890). Antroplogische Unterssuchungen. Jena, 1980.
Biasutti, R. (1953). "Le razze e i popoli della terra". Vol. I. Razze, popoli e culture, Torino
Tipográfico-Editrice Torinese.
Bouthoul, G. (1951). Les Guerres. Paris, Preses Universitaires de France.
Comas, J. (1960). "Les mythes raciaux", en Le Racisme devant la Science, pp. 13-58. París,
UNESCO-Gallimard.
Coon, C. (1962). The Origin of Races. New York, A. A. Khnopt.
Genovés, S. (1967). In S. Genovés (ed.). Race and racism. The Third Conference of
UNESCO. Yearbook of Physical Antrhopology, 13,270-80. UNAM-INAH.
Gunther, H. F. K. (1929). Rassenkunde Europas. Mit besonderer indogermanischer
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Levi-Strauss, C. (1960). "Race et histoire", en editors Le racisme devant la Science, pp.
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Lundborg, H. (1941). "Hybrid types of the human race". Journal of Heredity, 12,274-80.
Mjonn, Y. A. (1922). "Harmonic and unharmonic crossings". Eugenic Review, 14, 35-40.
Montagu, A. M. (1964). "Investigations in social stratification of biological characters". En
S. Genovés (ed.). Yearbook of Physical Anthropology, 12,184-209. México, UNAMINAH.
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