DIES IRAE Obra pictórica de 50” x 38” abril 2012 El escudo de armas concedido a la isla de Puerto Rico por la Real Cédula del Rey Fernando de Aragón en el 1511 establece que la isla tenga por armas un escudo verde y dentro, el Cordero de Dios echado encima de un libro colorado, y este libro no es otro que el llamado de los siete sellos, sobre el que se pone siempre el cordero de San Juan. (Conforme al informe descriptivo del blasón de Puerto Rico por el Marqués de Ciadoncha, Decano de los Cronistas Reyes de Armas.) 1 17 La presente obra ilustra las visiones apocalípticas y proféticas de Juan de Patmos (Ap 6 - ). Centra su iconografía en la apertura de los siete sellos y en el simbolismo de los cuatro jinetes apocalípticos cuyas imágenes resultan particularmente relevantes ante la actual crisis social, política y climática de nuestros tiempos. A continuación una sinopsis de las imágenes más significativas incorporadas a la obra, según el texto original del Apokálypsis de Juan: EL CORDERO 1 • Ap 5 “Vi a la derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con 2 siete sellos. Vi un ángel poderoso, que pregonaba a grandes voces: ¿Quién será digno de abrir el libro y soltar 3 sus sellos? Y nadie podía, ni en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra, abrir el libro ni verlo. …. Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación.” (En el fondo de la obra se destaca una abstracción sugestiva del que “viene a juzgar a vivos y a muertos” y del poder del Cordero quien, como cordero pascual, es el único que puede abrir el libro y romper sus sellos. Representa además, la presencia en la escena del ojo del profeta visionario.) LOS JINETES 1 2 • Ap 6 “Así que el Cordero abrió el primero de los siete sellos, … Ven. Miré y vi un caballo blanco, y el que montaba sobre él tenía un arco, y le fue dada una corona, y salió vencedor y para vencer aún.” (Las opiniones de los exégetas están divididas en cuanto a la interpretación del simbolismo del jinete del caballo blanco. Por lo regular se entiende que es el mismo Cristo anunciando su segunda venida, la cual se conoce en términos teológicos como la parusía. Otros, lo identifican con el anticristo, al cual logrará vencer el 11-21 Cordero de Dios en la batalla final en el campo de Harmagedón.) (Ap 19 ). 3 4 • Ap 6 “Cuando abrió el segundo sello, … Salió otro caballo, bermejo, y al que cabalgaba sobre él le fue concedido desterrar la paz de la tierra y el que se degollasen unos a otros, y le fue dada una espada.” (La interpretación más acertada es la que se refiere a la violencia global que se desencadenará al final de los tiempos.) 5 • Ap 6 “Cuando abrió el sello tercero, … Miré, y vi un caballo negro, y el que lo montaba tenía una balanza en la mano.” (Dentro del contexto de tema de los siete sellos, la interpretación comúnmente aceptada es que el jinete del caballo negro representa la hambruna y la miseria.) La balanza que se muestra en la obra es la de uso común en las carnicerías. Como homenaje a la magna obra de Miguel Ángel en el Juicio Final de la Capilla Sixtina, hemos colocado en el gancho de la misma una alusión al grotesco autorretrato que el insigne maestro renacentista colocó en las manos de San Bartolomé. 7 8 • Ap 6 “Cuando abrió el sello cuarto, … Miré, y vi un caballo bayo, y el que cabalgaba sobre él tenía por nombre Mortandad, y el infierno le acompañaba.” (El significado de este cuarto jinete es obvio.) EL SOL, LA LUNA Y LA CAÍDA DE LAS ESTRELLAS 12 • Ap 6 “Cuando abrió el sexto sello, oí, y hubo un gran terremoto, y el sol se volvió negro como un saco de 13 pelo de cabra, y la luna se tornó toda como sangre, y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra como la higuera deja caer sus higos sacudida por un viento fuerte, …” Luego de la presentación de estas poderosas alegorías, el vaticinio continúa con la apertura del séptimo sello y el resonar de las siete trompetas que anuncian los desastres sobre la tierra, el mar, las aguas y el cielo. Le siguen las visiones del fin de los tiempos con el ángel exterminador, la derrota de la bestia, el juicio de Gog y Magog y el último combate. Todo esto como antesala a la parusía y al juicio final. Persisten dudas sobre si el autor del Apocalipsis es propiamente San Juan el Evangelista. El autor solamente se identifica como Juan, sin ofrecer mayor detalle. En todo caso, los textos fueron dictados a finales del siglo 1ero por su autor mientras éste se encontraba desterrado en la isla de Patmos por orden del emperador Domiciano, quien reinó como césar entre los años 81 y 96, cuando fue sucedido por el emperador Nerva. A la muerte de Domiciano, el autor del Apocalipsis regresa a Éfeso donde eventualmente muere. Por la edad aproximada que pudiese haber tenido cuando ocurrieron las visiones proféticas y el hecho de que vivió años después del 96, cabe considerar que pudo haber sido un seguidor de Juan el Evangelista o que Juan se refiera a la particular visión profética de una secta de la iglesia primitiva conocida como “La Juanista”. El título de “Dies Irae” que le hemos dado a la obra hace referencia al canto eclesiástico aún utilizado por la mayoría de las iglesias cristianas conocido como el “Dies Irae, dies Illa”, o el Himno de los Muertos. El texto del mismo fue compuesto por el monje franciscano Tomás de Celano, probablemente en el 1260. Sus dos primeras estrofas evocan con dramática certeza el cuadro sicológico de la obra. “El día de la ira, aquel día en que la tierra se disolvió en brazas candentes.” (Dies irae, dies illa -- Solvet saeclum in favilla.) Al igual que el Apocalipsis de Juan, el resto del canto del Dies Irae describe el fin del mundo, la resurrección de los muertos y el juicio final. Entre las múltiples interpretaciones musicales de este antiguo texto franciscano se destaca, de forma muy singular, la de Wolfgang Amadeus Mozart, la cual forma parte de su Misa de los Difuntos, en D menor K 626 del 1791. Todas la grandes culturas en el devenir histórico de la humanidad han ideado el concepto de una finalidad inevitable. Tales creencias implican un destino y, por extensión, un sentido de propósito a la existencia humana, auque este sea el de la extinción final de la humanidad o la transformación de ésta en una dimensión ulterior. Cuando este proceso de desarrollo es conducente a un fin ya establecido, sin estar sujeto a variación alguna que pudiese depender de circunstancias cambiantes, se le conoce como razonamiento teleológico. La contrapartida de éste presenta el concepto de que nuestra existencia obedece enteramente a causas naturales y que la historia carece en absoluto de cualquier tipo de dialéctica. La perspectiva más contemporánea y racional de estos postulados se define como determinismo científico. El elemento dominante en esta visión analítica reside en el principio inexorable de causa y efecto. Factores que se desprenden de la propia naturaleza física de la materia gobiernan todo proceso terrenal y cósmico sin interferencia metafísica que pudiese desviar la sucesión de acontecimientos entre los entes que la componen. En los más remotos orígenes de la mitología griega se habla de las tres Moiras que representan el sino inexorable de la vida. Cloto teje la red de la vida, Atropo le fija sus límites, mientras que Láquesis corta la red y señala el término de la vida. En la religión de los romanos las Moiras equivalen a las Parcas. Ya en la mitología romana la tercera deidad se le llamaba directamente la muerte. En todo el primitivo pensamiento griego, como en las trilogías de Esquilo y en la Iliada el ser humano se encuentra cercado por el sino que predice su destino o por deidades que intervienen a su antojo en el transcurso de los eventos temporales. Tales interpretaciones prevalecen hasta nuestros días manifiestas en una gran diversidad de creencias religiosas que establecen el providencialismo y el paternalismo como principio regidor del acontecer individual y colectivo. El concepto del albedrío viene más tarde, tal vez como consecuencia de los principios fundacionales del sistema democrático de Atenas. Después de todo, ejercer la voluntad para tomar decisiones carecería de sentido si ya todo estuviese decidido de antemano o regido por la voluntad de entes sobrenaturales. Ya en la Odisea ( I – 32-43) se evidencian los primeros intentos por dotar a la humanidad de cierto sentido de responsabilidad por sus actos cuando el propio Zeus critica la humanidad por achacar sus desventuras al designio de los dioses. (Arrillaga Torréns, R., Introducción a los Problemas de la Historia, Alianza Editorial,1982.) Es en este sentido que el concepto de la retribución o el castigo como condición propia de un juicio final y definitivo contradice el determinismo. Un margen razonable de posibilidad para escoger entre alternativas es requisito indispensable para permitir la adjudicación de responsabilidad o culpabilidad. Es en este duelo entre la voluntad personal y los dictámenes naturales y sobrenaturales que se anidan las mayores contradicciones en el pensamiento religioso, filosófico y científico de todas las épocas. En la filosofía hindú, el drama de la vida está regido por el karma. El yo personal o jiva, subsiste en sucesivas generaciones y ofrece la oportunidad de reformar la existencia anterior para alcanzar un estadio superior de la existencia. Sin embargo, ese potencial progreso hacia una mejor calidad de vida en lo material y en lo moral culmina al alcanzar moksha con una liberación de la rueda de la vida y de las continuadas reencarnaciones. Por cuatro mil años estas creencias han permanecido prácticamente inalterable en la India. (Arrillaga, Rafael, opus cit., pág. 83). Este concepto de liberación final, similar al nirvana del budismo, ocurre en un plano trascendental en el cual el determinismo de las leyes naturales no aplica. Es tal vez en atención a preservar este margen de libertad para la superación personal que en ambas de las grandes religiones no occidentales—el hinduismo y el budismo— el concepto de una deidad suprema, providencial e impositiva queda prácticamente en suspenso. El énfasis reside en el ejercicio de la voluntad individual para obtener gradualmente la perfección moral y anímica en el trayecto mismo de la vida diaria. En cambio, en el trasfondo de las religiones judeo-cristianas e islámicas de occidente siempre está presente la sombra de un absolutismo supremo y un limitante servilismo y dependencia en la asistencia sobrenatural para lograr cualquier objetivo. Sin embargo, en algunas sectas reformistas del protestantismo se destaca con mayor énfasis el valor de la autogestión como objetivo de carácter religioso. En el pensamiento existencial contemporáneo se le concede una función determinante a la libertad personal para definir la verdadera esencia del ser humano. El individuo se enfrenta a la enorme responsabilidad de administrar su propia e intransferible voluntad para determinar su particular naturaleza dentro de su exclusiva circunstancia. En su origen, la vida se presenta sin nada que la explique o la determine de antemano. Ante esto, la angustia existencial de cada individuo de tener que configurar con sus actos la esencia misma de su propia existencia. Todas esta diversidad de visiones escatológicas a través de la historia ejercen una gran influencia en la forma en que cada sociedad o cultura se organiza y en su particular nivel de competividad, racionalidad, y sentido común. Independientemente de todo concepto religioso, doctrina política o convencionalismo social vigente, la supervivencia real e inmediata de la especie humana se encuentra bajo el asedio de una extinción masiva. Hilvanar redenciones ultraterrenales y trascendentales a estas alturas no resuelven la problemática inmediata del holocausto que se avecina. Confrontados por este inminente desastre, poco aporta el anhelo de escapar a estratos místicos o a dimensiones metafísicas convenientemente ideadas. De mayor efectividad sería que todos estos aspirantes a iluminados o a ser personalmente retribuidos en el más allá asumiesen un mayor grado de compromiso social y responsabilidad cívica afrontando racionalmente las tribulaciones del hambre, la injusticia y la violencia que azota a la humanidad aquí y ahora, antes de que se queme el corto cabo que le queda a la vela. José Buscaglia abril 2012 ©