01‐29 Domingo 15 del Año A (Is.55.10‐11; Rom.8.18‐23; Mt.13.1‐23) La Palabra no volverá a Mí de vacío, sino cumplirá mi encargo. Cuando ya de noche, a la hora acostumbrada, papá prepara a su hijito de cuatro años a acostar‐ se para dormir, le pone el pijama, lo mete en la cama y, para ayudarlo a dormir, le va a contar o leer cuentos de hada, para trasladarlo mentalmente a aquel reino de fantasía que son los sueños. Pues tales cuentos sirven para inducir el sueño y la inconsciencia mental. – Pero cuando papá, en otras ocasiones, le propone un acertijo o una adivinanza, de ninguna manera pretende inducirle el sueño, sino todo lo contrario: busca estimularle la atención, aguzarle la inteligencia, y picarle el interés y la reflexión. 1/ Por qué Jesús habla en Parábolas Así hace Jesús. Sus parábolas no son cuentos de hada, cuyo propósito es entretener o inducir el sueño. Más bien, pretende alertarnos, y recabar nuestra propia actividad mental. Pues aunque a prime‐ ra vista las parábolas de Jesús son cuentecitos sencillos sobre cosas de cada día, ‐ en realidad siempre revisten un carácter ‘extraño’ o aparentemente incongruente: que es precisamente el aspecto en que Jesús nos reta. Por ejemplo, el obrero que sólo trabajó la undécima hora recibe el salario de un día completo, a pesar de las justas protestas de sus compañeros (Mt.20.1‐16), ‐ la invitación al banquete se extiende no sólo a buenos, sino también a malos (Mt.13.38), ‐ y aunque ya sea medianoche, hay que ir al mercado a comprar aceite (Mt.25.9‐10), etc. De esta forma Jesús quiere cuestionar y revolucionar nuestra manera acostumbrada de ver las cosas, de pensar, apreciar y actuar, ‐ y nos invita a ver las cosas bajo un ángulo inesperado o novedoso. De hecho, “el método de Jesús de expresar su pensamiento mediante parábolas, no era la práctica típica de los rabinos, sino era una innovación desconcertante en el mundo de la comunicación religiosa… Son historietas retantes, que socavan el seguro mundo mitoló‐ gico del oyente: el mundo de suposiciones inconscientes en que solemos vivir, el marco de referencias subconscientes con que solemos interpretar los datos” (NIB, VIII, 299). ‐ Por esto, la parábola tampoco es un acertijo, que suele tener un solo punto que hay que adivinar o calcular. Y menos aún es una mane‐ ra para meramente complicar las cosas, al poner en términos metafóricos o enigmáticos una verdad que igualmente bien o mejor se podría expresar de manera directa, sin metáforas. “No es ilustración de una cosa ya previamente conocida, sino es una invitación a verle un aspecto nuevo, o verla de una forma diferente: las parábolas son breves cuentos que nos invitan a una manera peculiar de ver las cosas” (ABD, III, 807). Luego, cada parábola realmente pretende hacernos madurar en conocimiento, pero no un conocimiento intelectual, sino más bien existencial. – 2/ La Fuerza de la Palabra La primera lectura (Is.55.10‐11) contrasta la eficacia abrumadora de la Palabra de Dios, con la impotencia de nuestra palabra humana. Cuando yo, a las 12 de la noche digo: “¡Que haya luz del sol!”, por mucho que lo repito y por duro que lo grito, no pasa nada: mi palabra es impotente. En cambio cuando, al comienzo de la creación Dios dijo; “¡Que hay luz!”, allí brillaba la luz, ‐ y así de las demás cosas creadas. Su Palabra es como un dínamo: cargado a más no poder de potencia realizadora. Pero este poder de la Palabra de Dios no se limita al comienzo de la creación, sino pervade toda la historia. Esta lectura de hoy la presenta casi como un ser animado, que está al servicio de Dios para ejecutar sus órdenes. De hecho, así la encontramos ‘personificada’ en otro pasaje de la Escritura que, al referirse al decreto de Dios de la muerte de los primogénitos en Egipto, la describe como un gigante guerrero: “Tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, de tu trono real, en medio de un país condenado al exterminio. Empuñando como cortante espada tu decreto irrevocable, se detuvo, y sembró la muerte por doquier; tocaba con la cabeza el cielo, y con los pies pisaba la tierra” (Sab.18.15‐ 16). – La “ironía” de la historia es que, cuando esta Palabra de Dios en efecto se manifestó en la tierra como Persona encarnada en Cristo, resultó ser todo lo contrario de destructiva o punitiva, sino sanadora y salvadora: por la mera palabra de Cristo los enfermos fueron curados, los muertos resucitados (como Lázaro), y los pecados personados (como a la pecadora de Lc.7.47‐49). Y así, aún ahora su Palabra sigue obrando poderosamente, tanto en los sacramentos, como a través de nosotros: de manera que la gente sigue alabando a Dios “que ha dado tal poder a los hombres” (Mt.9.8). – Por otro lado, su poder no es aplastante: no quiere imponerse a aquél que realmente rehúsa dejarse transformar por su poder sanador y salvador (a esto se refieren las misteriosas palabras de Jesús en 13.11‐15). 3/ Los Dos Sentidos de la Parábola del Sembrador Muchas veces las parábolas, así como los evangelios las presentan, tienen dos sentidos: uno, el original que tenían cuando Jesús las pronunció por primera vez, ‐ el otro que han adquirido en la cate‐ quesis de la Iglesia. Así esta parábola del Sembrador: (1) la versión original (v.3‐9) contrasta incredulidad a fe, rechazo de Jesús por parte de sus correligionarios a su acogida por parte de unos pocos. Jesús siem‐ bra su Palabra, esperando fruto. Pero en los diferentes sectores de Israel hay incomprensión o rechazo para con su mensaje, y por diferentes razones no acogen su palabra. Luego, parece que los tres años de vida pública de Jesús quedan frustrados: mucho trabajo echado en saco roto. Sólo una porción reducida de la semilla prende y echa raíces, ‐ pero en ellos el resultado es totalmente desproporcionado al traba‐ jo invertido: ¡100 veces más, 60 veces más, 30 veces más! ¡Inaudito, nunca visto! Pues cada campesino Galileo bien sabe que un saco de semilla sembrada da cinco sacos de cosecha, en años excepcionales siete sacos, y quizá una sola vez en la vida diez sacos. ¡Pero esta cosecha de 30, 60 ó 100 veces más compensa fuera de toda proporción por la semilla perdida! ‐ De hecho, al final de su vida pública, apenas había doce pescadores que creían en Jesús, y aún ellos vacilaban y caían, como Pedro. Sin embargo, luego, a partir de ellos ha nacido la Iglesia mundial: ¡cosecha de millones sobre millones! ‐ (2) La versión Eclesial de esta misma parábola (v.18‐23) no habla ya del problema de si los Judíos acep‐ tan la fe en Cristo, sino del problema pastoral de la Iglesia: de cómo nosotros, una vez aceptada la fe, la vivimos y hacemos fructificar, o la perdemos. Es nuestro problema actual del fervor o de la tibieza que los Cristianos manifestamos en nuestra vivencia del Evangelio. ‐ Se da cuatro ejemplos: los que no se toman el interés por profundizar y asimilar la fe, son fácil presa para que el Maligno les quite la poca fe que tienen. – Los del pedregal son aquéllos que salen del Cursillo fervientes de celo, pero después de tres meses se cansan ya y no tienen fuerza para ofrecer resistencia a las tentaciones o dificultades, y lo dejan. – Pero los más son aquéllos sembrados “entre abrojos”: las tantas cosas en que nos va ahogando imperceptiblemente la vida moderna con sus preocupaciones, reclamos, diversiones, tentaciones, y distracciones: aquéllos cuya vida discurre entre trabajo, preocupaciones económicas, automóvil y televisión, y ya no tienen tiempo ni energía para más. ‐ Pero hay aún otros que saben relativizar tales cosas, y más bien viven la Palabra, dejándose transformar por su poder divino. ‐ ¿Soy uno de ellos? ‐