012 Buen chico

Anuncio
BUEN CHICO
El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional
(Buda)
La tarde del 12 de abril de 1986 el València, C.F. perdió por 3 a 0 en el Camp Nou, y con ese resultado
descendía a segunda división. Pocos minutos después fallecía don Benito Aliaga, padre. El hecho de
que la segunda noticia (el infarto de don Benito) fuese consecuencia directa de la primera, convertía
esa noche en la más aciaga en la vida de Benito Aliaga, hijo. Le dolía la muerte del padre y le dolía el
descenso del equipo casi con la misma intensidad y la conjunción de ambos dolores le producía tanta
rabia, tanta impotencia, tanto odio a la humanidad que, a pesar de que Benito era muy buen chico, en
ese momento sólo quería hacer daño.
Por eso no se quedó a velar a su padre y hacer compañía a su madre. Al contrario, le dijo a la recién
viuda que no hacía falta llorar tanto por el cabrón ese, que era un putero que se había pasado la vida
poniéndole los cuernos. ¡Que se joda!, espetó a Celia, su novia desde el instituto, cuando le reprochó lo
que acababa de hacerle a su madre y que, en lugar de quedarse al velatorio, se fuese al pub. «Y tú
también te puedes ir un poco a la mierda. No tengo ganas de volver a verte, así que pasa de mí». «Y
vosotros, pandilla de cínicos, iros también a hacer puñetas en vez de estar ahí lloriqueando y poniendo
cara de circunstancias», remató, antes de pegar un portazo y largarse, dejando allí novia, viuda,
vecinos y parientes absolutamente estupefactos.
En el pub, encontró a los amigos consternados. Apreciaban a don Benito porque era un hombre muy
campechano y solía alternar con ellos. Cuando, de chavales, montaron el equipo de balonmano, don
Benito era el taxista. Hasta que Alfonso, el mayor de la pandilla, tuvo coche, don Benito se encargaba
de recogerlos de madrugada en la disco y repartirlos por las casas. Don Benito se los llevaba al chalet,
a pescar, al fútbol, y, aunque este era un rito que compartía únicamente con su hijo cada domingo al
salir de Mestalla, de vez en cuando, si el Valencia había hecho una proeza, le había pagado, a alguno
de ellos también, las copas y las putas en El 69.
1
Pero como Benito, estaba trastornado y lo único que quería era que todo el mundo se sintiese tan mal
como él, despreció las condolencias y puso en marcha el ventilador. Llamó maricón de mierda a Sergi,
que era homosexual; a Mariano, el cojo, le dijo tullido; aunque la chica no lo era, tildó de puta a Mati;
a Fermín, camarero y confidente, le ordenó que se callara la boca porque, dijo, «tú estás aquí para
servirme». Nadie escapó de sus invectivas pero todos disculpaban su comportamiento, tan opuesto a su
habitual amabilidad y buenas maneras.
Y otra copa, y otra más. Hasta que, ya casi de madrugada, Fermín, como había hecho en otras
ocasiones, se lo llevó a casa y le dejó dormir la mona.
Pocas horas después ––boca pastosa, ojos hinchados, terno gris, corbata negra–– abrazó a la madre,
pidió perdón a parientes y vecinos, masculló disculpas a los colegas, se puso al frente de la comitiva,
enterró al padre y se fue de paseo con Celia para reponerse de tantas emociones
Malilla. L’Horta, doce de mayo de dos mil catorce
2
Descargar