ACCÉSIT: DARÍO VELASCO PEREA LAS AVENTURAS DE FOGUI

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ACCÉSIT: DARÍO VELASCO PEREA
LAS AVENTURAS DE FOGUI
Fogui era una cerilla que vivía en una caja de cartón, en una
casita de una familia pobre. En la casa apenas había leña para
calentarse y casi nunca se encendía la pequeña estufa que había
en la única habitación de la casa. Fogui era la cerilla de más edad
que había en la caja, y desde que su caja había llegado a casa de
la familia Peláez su mayor ilusión, como la de todas las cerillas,
era conseguir ser elegida para encender fuego.
Desgraciadamente, aquella familia apenas conseguía dinero para
sobrevivir, así que encender un fuego para calentarse era casi
imposible. Fogui llevaba mucho tiempo en la caja junto a sus
compañeras y tenía miedo de que nunca llegar su oportunidad
para hacer su trabajo. Algunas de sus compañeras ya se habían
“marchado”, pero otras no habían podido cumplir con su
obligación porque cuando las cerillas pasaban mucho tiempo sin
usarse, algo les ocurría pero no lograban encenderse.
-“El mayor honor para una cerilla es lograr encender un buen
fuego para cocinar”, decía una de las cerillas.
-“Pues yo creo que lo mejor es encender un fuego para poder
alumbrarse”.
-“Pues yo –dijo Fogui- mi mayor ilusión es encender la vela de la
mesa de Navidad.
-“¡Bah, la mesa de Navidad, dices!; pero Fogui, si con la crisis
apenas hay para cenar un bocadillo por la noche. Yo no creo que
haya comida en Navidad y menos para poner velas.
-“Pues ya verás como sí, hay que ser optimista”- dijo Fogui.
Entonces una de las cerillas de la caja que era muy inocente
preguntó:
-“Oye Fogui, tú que eres la cerilla más antigua de la caja, sabes
qué le pasó a Fosfi? Por más que la frotaron, no logró
encenderse.
-“Sí, Fosfi tenía El mal de las cerillas”.
-“¿Quéee?- dijeron todas las cerillas a la vez.
-“Sí –dijo Fogui- cuando una cerilla pasa demasiado tiempo en su
caja, su cabeza envejece y ya no enciende. Pero no os
preocupéis, que eso no os va a pasar a vosotras. Sois unas cerillas
muy jóvenes y encenderéis de maravilla”.
Fogui estaba muy preocupado, porque él empezaba a tener el
mal de las cerillas; cuando la vieran blanquecina y blanda la
desecharían, no querrían encenderla. Su brillante cabeza rosa
fucsia empezaba a blanquear ya. Llevaba demasiado tiempo
dentro de la caja y es que siempre había preferido ayudar a las
demás cerillas a salir subiéndolas a la capa de arriba cuando se
abría la caja. Fogui siempre había intentado ayudar y cuidar a
todas sus compañeras.
El día de Navidad amaneció despejado, la familia Peláez se sentía
feliz porque para todos era un día de descanso; además haría
menos frío por la noche. Toda la familia se marchó al parque
para poder jugar y disfrutar; era un día especial porque habían
preparado los mejores bocadillos para pasar el día en el parque
de Atalaya como celebración especial. Cuando se marcharon, las
cerillas se pusieron a conversar:
-“No va a haber suerte, Fogui; esta noche va a haber más
bocadillos”.
-“Y tampoco habrá fuego en la estufa- dijo otra- el día ha
amanecido bueno y ahorrarán la leña para otro día”.
Pero Fogui era optimista; presentía que hoy era su gran día.
Llegó la tarde y la familia volvió del parque; todos venían muy
felices. Fogui mantenía la esperanza. Entonces la madre cogió la
caja de cerillas y se la llevó a la cocina. Inmediatamente, todas
las cerillas se pusieron en movimiento para aupar a Pruni a salir;
iban a encender la cocina y ésa era su mayor ilusión. Su
encendido fue un éxito. La madre preparó unos deliciosos filetes
de pollo y los llevó a la mesa. No parecía que fueran a usar más
cerillas ya que la caja volvió a colocarse en la estantería. La cena
comenzó; todos reían y tomaban sus filetes como un auténtico
manjar. De repente, la luz se fue; había demasiadas luces de
Navidad encendidas, aunque la familia Peláez no tenía ninguna.
-“Mamá, toma las cerillas”.
Todas las cerillas levantaron a Fogui; era su gran oportunidad.
-“¡Uy!, no sé si esta cerilla va a funcionar; parece que está vieja.
Bueno, vamos a intentarlo; vamos a animarla, chicos, que
quedan poquitas y es mejor no desaprovecharlas.
-“¡Vamos, vamos!”- gritaban los niños riendo y haciendo palmas.
Era su oportunidad. Fogui se concentró; a la primera pasada no
funcionó, pero a la segunda encendió con todas sus fuerzas.
-“¡Hala, mamá! Y parecía que no iba a encender, ¿eh?”.
Y así fue como Fogui consiguió encender la vela de la mesa de la
Navidad y cumplir su sueño.
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