USOS AMOROSOS DE LA POS TGUERRA ESPAÑOLA, de Carmen Martín Gaite Capítulo VI. El arreglo a hurtadillas (fragmento) La relación de la mujer con sus ropas, mucho más r e s p e t u o s a y menos desdolida de lo que había de serlo en el futuro, es de fundamental i m p o r t a n c i a p a r a e n t e n d e r t a m b i é n s u r e l a c i ó n c o n l o s h o m b r e s , a l o s que tanto arreglo intimidaba, aunque en principio fuera dedicado a ellos. A r r e g l a r s e ( q u e n o e n v a n o l l e v a e n g a s t a d a l a p a l a b r a « regla» e n s u etimología) era una ceremonia principalmente enca minada a atraer a un hombre, pero, eso sí, sin que se notara que se le quería atraer. En todos l o s detalles de aquella ceremonia se traslucía la estrategia de l a c h i c a decente para hacerse respetar y no dar demasiadas facilidades frente a l o s p o s i b l e s a c o s o s d e u n a m o r i m p e t u o s o o r e p e n t i n o . E l « desarreglo»los podía propiciar. La prenda clave, por afectar a la zona más sagrada e inquietante d e l c u e r p o femenino, era la faja. Ninguna chica decente de los años c u a r e n t a p u d o l i b r a r s e d e a q u e l l a s u j e c i ó n n i d e s u s m o l e s t a s transpiraciones. Algunas se atrevían a suprimirla en verano, época particularmente temida por los predicadores y moralistas. El verano, p r o p i c i a d o r p o r e x c e l e n c i a d e l « desgobierno» , a u t o r i z a b a a c i e r t a s libertades como la de suprimir la faja, acentuar los escotes y quitarse las medias, bajo el falaz pretexto del calor. A la iglesia, por supuesto, estaba t o t a l m e n t e prohibido entrar sin medias o con manga corta. A l g u n a s feligresas remediaban este segundo extremo aplicando a su antebrazo, antes de entrar en la casa de Dios, unos curiosos manguitos del tipo de los que usaban los carniceros, con gomas en el codo y en la muñeca. P e r o e l t e m a m á s c a n d e n t e d e t o d o s , e n c u a n t o e m p e z a b a n a apretar los calores de fines de junio, era el de la moralidad en las playas. No era entonces el veraneo costumbre tan extendida como en la actualidad, pro tal vez por eso mismo se intuyan los desmanes de libertad, que podrían llegar a colarse por aquella brecha peligrosa. Junto a l m a r , s o b r e t o d o , s í m b o l o s e m p i t e r n o d e p e r t u r b a c i ó n , m i s t e r i o y sensualidad, el cuerpo se ensanchaba y clamaba por sus fueros. Aquellos bañadores «lástex » c o n f a l d i t a i n c o r p o r a d a , q u e t e n d í a n a s u s t i t u i r l o s rigores de la faja, no eran, con todo, lo bastante tranquilizadores para censores tan estrictos como el padre Laburu, el padre Sariegos, el padre Venancio Marcos o el famoso cardenal Gomá, que en su libro Las modas y e l l u j o l l e g a b a a e v o c a r l a m u e r t e d e a q u e l l a s « diosas carnales» entonos apocalípticos. Y ellas, que a nda n por la tierra como diosas carnales, buscando l o s o j o s d e sus adoradores, no piensan que, dentro de poco, aquella f i g u r a t a n alabada, tan adorada por los hombres sensuales, será un montón de corrompida materia que habrá de apartarse de la vista de los hombres por hedionda , que apestará con su hedo r, que no tendrá más caricias que las de los gusanos que la festejarán para devorarla. Los célebres bandos de moralidad pública en playas y p i s c i n a s prohibían terminantemente a aquellas diosas carnales tomar el sol sin albornoz o ll evar demasiado d e s c u b i e r t a l a e s p a l d a . Y y a n o d i g a m o s nada del uso del pantalón, que merece reflexión aparte. L a p o l é m i c a s o b r e e l p a n t a l ó n f e m e n i n o , c o m o l a d e l u s o d e l tabaco, tuvo un peculiar matiz que rebasaba los límites de la moralidad para incidir en otro campo tanto o más digno de d e f e n s a : e l d e l a s esencias mismas de una feminidad que había de ser cuidadosamente delimitada. Todavía en los a ñ o s s e s e n t a , c u a n d o y a s e h a b í a i m p u e s t o este atuendo por su comodidad, coleaban las diatribas que se negaban a admitirlo. Y es muy interesante reproducir algunas de las razones invocadas Ante la extensión cada vez mayor de los pantalones femeninos y a n t e l a importancia que reviste este fenómeno actual, no puede el escritor (quedarse) sin señalar esta anomalía, este a b s u r d o y e s t a aberración de que una mujer se vista a contrapelo d e s u n a t u r a l e z a . Según este proceder, po dría apa recer de la no che a la mañana la mo da de que los hombres salieran a la calle vestidos de mujer, con falda larga, peineta, rizos, abanicos, pinturas, pendientes, collares, anillos, dijes, ojeras rasgadas…, falda ceñida…, escotes por todos los ángulos… Vistiéndose de hombre, adquirirá la mujer modos hombrunos…, gestos, pa labras, y hasta el tono de vo z sona rá en bronco, desechando exprofeso la cuerda de tiple que es su fonética propia. Tampoco las chicas de los años cuarenta dormíamos con pijama. Se usaban unos camisones muy amplios de manga larga y abotonados hasta e l c u e l l o . Solamente en los ajuares de novia se veían modelos un poco más atrevidos y escotados, que las amigas de la prometida contemplaban con una mezcla de envidia y malicia. El mismo hecho de desnudarse para meterse en la cama estaba contagiado del ritual p u d o r o s o a q u e constreñían las prédicas incesantes sobre los peligros de complacerse en e l p r o p i o c u e r p o . E l c a m i s ó n , s i s e d o r m í a e n e l m i s m o c u a r t o c o n u n a hermana o con otra amiga, se metía por la cabeza antes de quitarse las bragas y el sostén y luego se manipulaba por dentro de aquella especie d e t i e n d a d e campaña improvisada para despegar del cuerpo esas dos últimas prendas íntimas que constituían el último v a l l a d a r c o n t r a e l pecado. Pero esto ya eran palabras mayores, las de la ropa interior. No iban g e n e r a l m e n t e p o r a h í l o s s u e ñ o s d e a m o r d e l a c h i c a p u d o r o s a , q u e s e arreglaba para gustar. Sus aspiraciones eran más limitadas, superficiales y modestas, y afectaban a otras zonas del cuerpo menos erógenas. Una de ellas, la más importante, era la cabeza y su ornato. Con relación al pelo, primer reclamo erótico y Tentación de caricia, aún no pecaminosa aunque sí fuente de desorden, las normas aconsejaban recogerlo o disponerlo en bucles bien colocaditos. Se solían recomendar… ...peinados recogidos s obre la nuca en un bucle o moño , peina do h a c i a u n lado donde acaba prendido en rizos, cabezas ligeramente onduladas o rizadas. Pero había que tener cuidado con los rizos, que no se desgobernaran tampoco demasiado. Un texto dice: La moda se inclina hoy a los bucles y a los ensortijados. L o s bucles o rizos han de caer en ligera cascada sobre las sienes, procurando siempre que no se convierta en catarata del Niágara. Se llevaban también los turbantes y, sobre todo, los pañuelos a la cabeza, anudados en la nuca o bajo la barbilla, lo cual daba a la usuaria u n a i r e d e a l d e a n a r e g i o n a l , m u y g r a t o a l a s consignas de la Sección F e m e n i n a . A p r i n c i p i o s d e l a d é c a d a d e l o s c i n c u e n t a , e s t a f o r m a d e esconder el pelo y privarlo de sus encantos naturales empezó a no gustar tanto. En una encuesta hecha a hombres por cierta revista femenina, la mitad de los encuestados dijeron que encontraban deportivo y práctico el pañuelo a la cabeza en las mujeres; la otra mitad confesó que les parecía feo y vulgar. Pero lo que se veía generalmente muy mal era «soltarse el pelo », expresión que metafóricamente se empleaba también p a r a a l u d i r a cualquier actitud de desmesura, de romper diques. En la cabeza de una c h i c a h o n e s t a , c u a n t a s m á s h o r q u i l l a s , m e j o r . L a m u j e r d e s g r e ñ a d a o desmelenada traía, además, recuerdos de una época de desgobierno. Esas terribles melenas — dice un texto—, que cayendo por la e s p a l d a y l o s h o m b r o s , t e d a n c i e r t o p a r e c i d o c o n u n h o r r i b l e t i p o femenino lleno de recuerdos de una época trágica que, si debemos t e n e r l a s i e m p r e presente, no debe ser precisamente tu peinado e l llamado a recordárnosla. En este sentido, el estreno a mediados de los c u a r e n t a d e l a famosa película Me casé con una bruja, donde la nueva estrella Verónica Lake llevaba una melena totalmente lisa y sin prendedor ninguno, que le t a p a b a p a r t e d e l a c a r a , propuso una moda alarmante, contra la que durante bastante tiempo se estuvo poniendo en guardia a las m u j e r e s que hubieran podido sentirse fascinadas por ella. El estrafalario peinado que la simpática Verónica Lake lucía en “Me casé co n una bruja”— Se recordaba aún unos años más tarde — ha hecho mucho daño a la humanida d. Por eso lo calificamos na da meno s que de «estrafalario» . Y e s q u e , e n v e z d e c o m p a g i n a r l o b e l l o c o n l o ú t i l , l a graciosa estrella y s us imitado ras aunaro n lo antiestético y lo pernicioso. Sin llegar a este juicio moralista que entraña la palabra “pernicioso”, otras publicaciones ponían el acento en la incomodidad que s u p o n í a p a r a c u a l q u i e r f a e n a l l e v a r e l p e l o s i n horquillas. Lo cierto es que, después de la citada p e l í c u l a , h a b í a n n a c i d o m u c h a s s e ñ o r i t a s d e largas melenas y alardes de veronicalismo. E n A m é r i c a — informa el mismo texto — l l e g ó a t a l e x t r e m o e l plagio a la Lake que tuvo que prohibirse su peinado, debido al perjuicio que esto suponía para las señori tas que tra baja ban en oficinas, servicios de guerra y otros menesteres, ya que a causa de las fuga ces cegueras q u e s u s volantes melenas les proporcionaban, éstas no rendían a l máximo en su trabajo. Por debajo de estas razones de tipo utilitario, latía el miedo a que los modelos femeninos del cine volvieran a poner en circulación el odiado t i p o d e m u j e r f a t a l o v a m p i r e s a , t a n f l o r e c i e n t e e n l a s p e l í c u l a s d e l o s años treinta, y que se pretendía dar por desterrado. Hubo un tiempo en que no se concebía una buena película sin u n a vampiresa. Ello hizo que constantemente aparecieran e n l a s pantallas unas mujeres de cara muy larga, boca con aire de acento c i r c u n f l e j o y c i g a r r i l l o e n l a b o c a . Y a d e m á s u n t r a j e n e g r o m u y ceñi dito... Todo esto pasó... Ahora resulta mucho mas difícil encontrar una vampi resa que ha cer gimnasia después de haber tenido la gripe...Nos congratulamos de esta escasez de ta n pintoresco tipo deca dente y convencional, reflejo de una época anodina y falsa . Los distintivos de la vampiresa por excelencia, c u y o s í m b o l o cinematográfico era Marlene Dietrich, se h a c í a n c o i n c i d i r c o n l a s c e j a s finas y el cigarrillo en ristre. Entre las incontables amonestaciones que se encuentran en la época sobre la mujer fumadora, he elegido la siguiente: A los hombres les desagrada enormemente que la muje r fume...H e m o s visto que a las mujeres verdaderamente estimadas por sus amigos, jamás éstos les ofrecen taba co. En cambio insisten con a quellas que les parecen pro picias a la tenta ción, a la vez que no consienten a su h e r m a n a o a s u n o v i a q u e l o h a g a n . E n l u g a r e s p ú b l i c o s , l a m u j e r q u e fuma se hace acreedora a las i mpertinentes ga lanterías de los hombres indiscretos. Parece ser que el cigarrillo es el distintivo utilizado por las m u j e r e s a q u i e n e s g u s t a l l a m a r l a a t e n c i ó n , y a p a r e n t e m e n t e o f r e c e n mayores facilidades pa ra una conquista masculina . To dos los ho mbres, s i n e x c e p c i ó n , dejan traslucir en Sus miradas una curiosidad maliciosa cuando han tropezado sus ojos c o n u n a m u j e r f u m a d o r a . E i n e v i t a b l e m e n t e la juzgan mal. C o n r e l a c i ó n a l o t r o d i s t i n t i v o d e l a « vamp» , e l d e l a s c e j a s finas, h e e n c o n t r a d o u n t e s t i m o n i o m u y c u r i o s o , d o n d e s e p r e s e n t a a Carmencita Franco (que, por cierto, tampoco fumaba) como redentora de aquella exótica servidumbre. Hasta hace pocos años las mujeres se sometían a tremendos martirios depilatorios con tal de presentar sobre los ojos un conato de cejas perfiladas. Pero la marquesa de Villaverde, que tiene unos o j o s preciosos, decidió exhibir sus auténticas cejas al natural. Y negras, a bundantes, sedeñas, ha n es parci do el contagio. Y he aquí que, por a rte d e m a g i a , l a s e s p a ñ o l a s v u e l v e n a o b t e n e r u n a s « Zonas » que pa recían perdidas. Bien entrada la década de los cuarenta, llegó a nuestras pantallas una película americana que trataba de arrinconar el mito de la vampiresa sustituyéndolo por el de la mujer burguesa y casera. Se t r a t a b a d e L a señora Minniver. Esta película provocó en España una polémica bastante c u r i o s a . A p r o v e c h a n d o l a c a s u a l c o y u n t u r a d e q u e l a a c t r i z q u e s e revelaba en ella, Geer Garson tenía las mismas iniciales que Greta Garbo apareció en una revista catalana un artículo titulado «¿G. G. o G. G.?», que decía: En mi modesta opinión, el tiempo de Greta Garbo ha pasado... Ha sido la última vamp, puede que la más digna, y ha enterrado este tipo... B a s t a n t e s G a r b o s r u e d a n por esos mundos de Dios, anulando con sus actos lo que de mejor t i e n e l a v i d a : e l c a l o r d e h o g a r , l a s e n c i l l e z , l o s buenos modales, un corazón sano, la franqueza la caridad... Voto a favor d e G e e r G a r s o n y d e t o d a s a q u e l l a s a c t r i c e s q u e n o s o f r e z c a n a l g o d e nuestros pequeños problemas y de nuestras « vulgares» reacciones. No todas las opiniones, sin embargo, se inclinaban en este sentido. La señora Minniver no podía desterrar, para otros, el r e c u e r d o d e l a sublime Greta. Se quería inútilmente hacernos o lvidar a la Garbo... ¿Qué nos importará que esta o aquella artista nos recuerde a la v e c i n a d e l primero?... Lo que se necesita en el cine, como en la vida, es ilusión, nada más que ilusión. Que el paso de una actriz por la pantalla nos haga soñar con mil amores imposibles, ennobleci dos por el sufrimiento . Y ése e s e l f a l l o imperdonable de la señora Garson. El que solo sea una burguesita que quiere vivir su vida sin echarse a volar. De todas maneras, y al margen de esta polémica, la perfidia en estado puro que se atribuía a las vampiresas cien por cien era desaconsejada invocando todo tipo de argumentos. El lenguaje con que se pretende desmitificar ante las jovencitas de posguerra los estilos de la vampiresa tiene a veces cierta resonancia de reprimenda doméstica: ¡Claro que cuando quieras podrás ser femenina y seductora! Pero cuidado, por Dios, no te vistas de “vamp”. Tu encanto consiste precisamente en no ser Marlene Dietrich, no hagas exhibiciones a f e c t a d a s , n o l a n c e s m i r a d a s a l o s d e m á s c h i c o s , p u e d e m o l e s t a r a t u pareja, no hagas apartes, sentándote en las escaleras; están frías, es sucio y resulta feo. De una manera o de otra, acababa saliendo siempre a r e l u c i r e l tema de la higiene y del gobierno de la apariencia. En el rincón de las confidencias, no faltaba en ninguna publicación dedicada a público femenino, se impartían a dosis iguales las reglas más convenientes de conducta para interesar a un hombre y los consejos para decorar un cuarto, reformarse un vestido o conservar un c u t i s j u v e n i l . Y el tono de todos ellos es de susurro, de ánimo ante el obstáculo, encomiando la satisfacción personal que produce entregarse a u n a l a b o r p a c i e n t e , y a s e a l a d e v e n c e r u n a p a s i ó n o l a d e c o n s e g u i r presentarse bien arreglada en una fiesta. Más tarde o más temprano los resultados de este esfuerzo iban a ser apreciados por los hombres, más i n c l i n a d o s a l a chica como Dios manda que a la vamp. Opinión que, además, había que rendirse a la evidencia, era l a s o s t e n i d a p o r l a mayoría de los solteros. Algunos mitos nacientes del cine español masculino, de los cuales m u c h a s jovencitas podían estar enamoradas en secreto, e x p r e s a r o n claramente sus preferencias en una encuesta que se les hizo acerca de cuáles eran para ellos las condiciones de la mujer ideal. Que considere a su marido como la valla protectora que defienda su ingenuidad de las asechanzas del mundo — contestó Carlos Muñoz Que la mujer s ea pa ra el hombre su secreta ria particular idea l, conocedora de sus gustos y de sus ocupaciones... Que sea culta, pero de manera disimulada, que haga entender a s u mari do que él sigue siendo superior — declaró José Nieto. Y Julio Peña puntualizó: Es que la cosa varía si se trata de la mujer idea l pa ra casarnos ode las mujeres idea les co n la s que no nos hemos de casar. Estas pued en ser altas, vistosas, incondiciona les del «swing » y d e 1 9 a 3 1 a ñ o s . L a otra tiene que ser morena, algo menuda, poco llamativa y de 25 años de edad O sea que la muchacha que quisiera ajustarse a este ideal no podía ser llamativa ni vistosa. Pero, por otr a parte, tenía que conseguir llamarl a a t e n c i ó n y s e r v i s t a e n t r e l a m u l t i t u d d e c a n d i d a t a s a c a s a r s e q u e hormigueaban, perplejas como ella, ante la misma encrucijada. ¿Cómo se las arreglaba para esto?