TODAVÍA LE TENGO LA COMIDA EN BAJO Mamá, ¿usté con quién

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1 TODAVÍA LE TENGO LA COMIDA EN BAJO
Mamá, ¿usté con quién va a dormir esta noche? Así me preguntó mi niña de siete años aquél
día. Dijo doña Luz con palabras entrecortadas, y necesitando varias servilletas para poder
secar las lágrimas que derramaba al empezar a narrar su historia por primera vez.
…Empezaron a rondar, a hacesen conocer. Había que llamalos como se hacían nombrar:
“compañerosˮ. La primerita vez que los atendí fue una semana santa, que por tener que sacar
un café que teníamos amontonao, no salimos a lograr las fiestas. Casi sin anochecer, ese
sábado llegaron como diez. Pidieron posada y durmieron en la sala. Como llevábamos tantos
días sin subir al pueblo, en la despensa había poco más que panela, sal y el revuelto que
produce la finca, pero les arreglé lo que pude.
Al otro día, de desayuno hice arepas y les di con un aguadulce. Cuando la escalera estaba
por arrimar, entre todos nos ayudaron a sacar las cargas de café a la carretera y se fueron. Yo
estaba recién casada.
Así transcurría la vida en la finca que teníamos en la vereda Los Planes. Sin mucha dificultá,
una cosecha grandecita de café y los otros meses nos defendíamos con el plátano. Lo
racimiábamos cada domingo que íbamos a salir. La primera niña nació, y con sólo
aprendiendo a caminar, tuve la otra. Yo le preguntaba a mi esposo por el nombre que
deseaba ponele y él, las dos veces dijo: el que vusté escoja, mijita. Hoy todavía me parece
que esas niñitas juegan en el corredor con el papá. No he conocido otro hombre más tierno
con los niños como lo fue Juan Alberto. Primero a Diana y después a Paola. Él les estiraba el
dedo índice, y ellas sabían que era paˋ que trataran de levantasen solitas a dar los primeros
pasos. De esa forma aprendieron a caminar.
Por lo regular yo me quedaba con las niñas en la finca, pues los pasajes se fueron poniendo
por las nubes; entonces procurábamos salir al pueblo todos, si mucho, cada mes. A veces
cuando se nos agotaba el bastimento, salía él sólo paˋ no pagar dos pasajes. De esa forma
fuimos adquiriendo otros pedacitos de tierra; la casa la teníamos bien paraita, con terraza…
Después compramos un sótano en el pueblo y así no posar de arrimaos, cada que nos daba
por subir. Él taba tan contento, que pensaba comprar un derechito en una escalera, cuando
todo se fue trasformando...
Que una reunión, que otra, que si uno iba, quedaba como si fuera otro de ellos; que si no iba,
lo señalaban por no querer colaborar. Que ya van a pasar los otros y uno no sabía, porque
podían venir vestidos de compañeros, ¡o quién sabe disfrazaos de qué grupo! Nos pusimos
sin saber qué hacer. Mi esposo me decía todas las noches: Mijita, trate de dormir, eso le va a
ser daño.
1 2 …Un día…
Íbamos en la escalera mi esposo y yo, que llevábamos tres o cuatro racimos de plátano, unas
cuñadas mías que vivían cerquita en la misma vereda y muchos otros campesinos que
recogía el carro por donde pasaba. Cada uno subía su costal con dos o tres gallinitas. Otros
con huevos paˋ vendelos en el pueblo; o lo que la finca les daba. Y algunos, simplemente paˋ
lograr misa el domingo. Pararon el carro, señalaron a tres vecinos de la vereda, dos de ellos
hermanitos, creo que todavía no eran mayores de edá. Los bajaron y sin mediar palabra ahí
los agarraron a bala. Uno fue cayendo encima del otro. Y ahí mismo le dijeron al chofer: Qué
pasa que no sigue, o es que quiere morise usté también, gran hijueputa.
De ese día paˋ delante, empezaron a quedasen las veredas diai pabajo sin un alma. Ya no
dejé de dormir pedazos de noche, sino que me la pasaba en vela hasta cuatro y cinco
seguidas sin pegar los ojos. Los minuticos que pestañaba, era soñando que me mataron a mi
esposo, a las niñas, o que nos llevaban paˋl monte… Hasta que Juan Alberto, me dijo:
tenemos que inos, oserve, ya ni carros bajan seguido puaquí, nos van a salir es matando.
En el sótano que habíamos comprao en el pueblo paˋ posar, ahí nos metimos: Juan Alberto,
las dos niñas de ocho y nueve años, y yo, esperando al tercer bebé. Ese día que entramos, no
sabía ni cómo mirar esas paredes que sólo las contemplaba mensualmente. Reparaba la
única cama… Eso no dolía tanto, como sí los animales, el cafetal y las plataneras. Pero lo
peor aún, de mi cabeza no salían esos tres muchachitos que vi crecer en la vereda y que yo
fui testiga, que por lo único que discutían, era cuando el uno al otro le ganaba las bolas, los
trompos, los corozos… en el patio de mi casa. Y eso, un domingo, porque entre semana hasta
jornaliaban.
Mi esposo, en el pueblo, se acomodó a trabajar de fogonero; pues ya habían matao a varios
de ellos, dizque porque colaboraban a un grupo o al otro. Cuando él llegaba en las noches, yo
le decía. ¿¡A usté no le da miedo que le pase lo mismo que a los demás ayudantes!? Y él,
mientras me sobaba la barriguita de un poco más de siete meses, me enredaba
contestándome: Este va a ser varón y a él si le pongo el nombre yo mismito: se llamará Juan
Alberto, como yo, que sea un verraco paˋl campo. Di aquí a eso ya esto debe habese
arreglao. Y seguía consintiéndome el estómago: Tranquila mijita, yo lo único que sé, es
trabajar, a mí no tiene por qué pasame nada. Con palabras como esas, su brazo se iba
quedando quieto, esperando que el bebé patiara; hasta que lo vencía el cansancio de los
bultos que tenía que estar subiendo y bajando al capacete de la escalera.
Casi siempre lo pajariaba hasta cuando el carro arrancara. Un día, yo miraba cuando él iba
colgao, con una mano se sostenía y con la otra ayudaba a subir a la gente o les agarraba el
costalito para que brincaran más fácil. Como no lo dejaba de reparar, una amiga me dijo: no,
¡pues qué noviecitos!, nadie se lo va a quitar, mija. ¡Ni porque se le fuera a viajar meses! Esa
2 3 despedida es como si no lo volviera a ver más; como si fuera la última miraita. Yo no le
contesté nada, sino que seguí atisbando el carro por todas las curvas que se asomaba, hasta
que escondió en el alto del Carmelo.
En la tardecita, antes de salir paˋ misa de seis, mi niña de siete años, cuando vio que el carro
no había llegao me dijo: Mamá ¿y usté con quién va a dormir esta noche? Después de la
misa, una hermana mía me dijo que en la escalera que Juan Alberto iba, habían bajado una
persona adelantico del Carmelo y la habían matao. Me agarró ese mal genio, y le decía a las
niñas que se quedaran quietas, que no molestaran, que no me hicieran bulla y me puse a
pistiar el carro. Hasta que lo sentí pitar. Respiré lo más que pude y me eché la bendición.
Gracias Dios mío, fue lo que pronuncié paˋ dentro. Pero no quedé del todo tranquila, hasta
que no comprobé que la escalera entrara al pueblo. Cuando la vi pasar por la variante, fui le
puse la comida en bajo y me recosté en la cama a esperalo.
No sé por qué me quedé dormida unos minutos. Cuando sentí una bullaranga y los murmullos
de la gente. A la primera que vi entrar fue a mi mamá, detrás de ella mi hermana y a muchas
otras personas las sentí afuera. Al yo indagar por lo que pasaba me dijeron: ¡Es que nos van a
matar! ¿Y matar a quién?, pregunté. Entonces la gente seguía secretiándose, hasta que
alguien de los que estaban en la puerta dijo: Es que desde la propia Aguada mataron a los
dos. Y ahí mismo grité yo. ¡A cuáles dos! Ya mi Mamá y mi hermana no me pudieron tapar
más. Mijita, mataron a los dos ayudantes de la escalera. Cuando usté la vio pasar, es porque
iban con los cadáveres derechito paˋl cementerio a juntalos con los otros muertos que hay
esperando la necrosia. Ahí estaba la señora que me dijo: ¡ni qué noviecitos! No me acuerdo
que le grité, pero… El caos y la desesperación eran incalculables. Luego me dijeron, al
cementerio no vaya arrimase. Yo pensé que me estaba maluquiando o enloqueciendo y
abrazándome con las dos niñas le pedía a Dios no se qué; porque los familiares y amigos me
decían, no puede llorar. Mire que ya tiene ocho meses y el bebé es el que sufre. Me calmé y
no quise, o no pude, no sé, no lloré hasta que no nació mi niño.
Pedía que me entregaran a mi esposo y la respuesta era: hay mucho cadáver en turno, no
damos abasto. Hasta que al fin recibí el ataúd con mi Juan Alberto y recordé que no podía
llorar.
La amiga vecina no se apartaba de mí. En el velorio y también cuando lo estábamos llevando
paˋl cementerio le alcancé a recordar sus palabras: mire lo que usté me decía: ¡es que cree
que no va a volver!, o, ¡es que se lo van a robar! Y me lo robaron, esos malditos me lo
quitaron. Por momentos la abrazaba a ella, a ratos a mis hijas y pensaba, ¡no puedo llorar! Y
volvía a decile a mi amiga: quién iba a pensar que esa vez mi esposo me estaba dando las
últimas miraitas. Lo sabían sólo esos infames. Yo qué iba a pensar que cuando las cornetas
3 4 sonaron en el Carmelo era el anuncio de su funeral y no la llegada de él. Allá se me quedó la
comida en bajo.
Cuando llegué del entierro, agarré a mirar una foto y la cargué por mucho tiempo. Ahí, él se
veía como trabajaba en la finca: con sus zamarros paˋ coger café pegaos al cuerpo, un
plástico que le colgaba desde arriba, y en la parte trasera del cuello tenía una tapa que lo
protegía del sol. Y al hombro se le notaba que llegó con una estopada grandísima de café y
fuera de eso tenía un racimo de plátano. Yo mostraba esa foto: mire, es que sólo se le notaba
cara de trabajador, ¡por qué me lo mataron! Es que si hubiera sido un delincuente, pero vea...
Yo quería gritar con esa foto en la mano, hasta que la llevé paˋl Salón del nunca más.
El día que me fui a tener el bebé, alisté dentro de lo que iba a llevar un poco de pañuelos,
pues yo sabía que después de tenerlo, podía llorar lo que me diera la gana. No sabía que iba
a ser niño, pero así fue, se cumplió el sueño de mi esposo, pero él no estaba paˋ velo. Yo
reparaba a esa criaturita y qué felicidad, porque a pesar de estar sola, no me daban ganas de
llorar sino de alegría. Pero tampoco derramé una sola gota. Después de que me dieron de
alta, cuando llegué a la casa, mi compañía eran las otras hijas. Desde el segundo día, y sin
que ellas se dieran cuenta, comenzó mi desahogo. Ahí sí empecé a utilizar los pañuelos que
los tenía todavía doblaitos en el morral que había llevao paˋ la clínica.
Desde la finca, cuando empecé a perder el sueño he tomao pastas, pero esas sólo me
acrecentan el trasnocho. Quedo tranquila pero sin poder dormir. Dos años sin salir, me
encerré del todo; mi vida ya no era lo mismo. Aparte de quitamen a él, me quitaron los dos
sueños. El de la noche y el sueño de vivir.
Es que vuelvo al pasado. Mire. -Doña Marina sacó la revista “la viga en el ojoˮ, que sale con
una frecuencia mensual y con el dedo señalaba en una de sus páginas la foto de un puente
que días atrás lo había tumbao la corriente a causa del invierno, y dijo-: En este puentecito me
bajaba yo con el esposo y mis niños. Ahí pegaito quedaba la casa y cada rato arrancábamos
aguas abajo a bañarnos. Nos poníamos a jugar en un charco toda la familia. También
recuerdo, que como en esa vereda teníamos familiares, me iba a haceles la visita y esperaba
que se terminara el día paˋ volveme en compañía de la oscurida de la noche. Es otra de las
cosas que empecé a extrañar. Las casas quedaban una de otra a diez o quince minutos y
reparando las estrellas, me tiraba hasta una hora en llegar… ¡pero ahora viviendo en ese
sótano!… Qué pesar, y sin mi Juanito…
En medio de las visitas que me hacían las amigas y vecinas, les empecé a comentar sobre la
posibilida de hacer el bachillerato. Todas me animaban, hasta que entré a la noturna. Hice dos
años, pero como el pueblo se fue quedando viudo no quedó personal paˋ estudiar y cerraron
las aulas de clase. No volví a tomar la droga y como que empecé a hacer lo que yo no me
4 5 daba cuenta. O sí me daba cuenta, pero sin pena. Sembraba matas, las arrancaba, caminaba
paˋ la calle, volvía, hablaba más de lo normal…
No me acuerdo quién me llevó, pero me internaron en el manicomio de Bello. Cuando
desperté a los tres días, me di cuenta que no tenía zapatos ni nada. Con desespero me
observaba de arriba abajo la ropita que llevaba puesta, pero descalza. Otra inyección y de
nuevo a dormir. Donde me sentaba, en la banca que me arrimara ahí me quedaba dormida.
Eso parecía una cárcel. Mi familia empezó a ir a veme y me llevaban cositas, con las cuales
tenía que dormir encima de ellas paˋ que cuando me quedara privada de nuevo, no se
desaparecieran. En ese antro estuve quince días. Imagínese, mis hijas bien inocentes y
tenemen que hacer la visita a un sitio de esos. A veces creía que era peor estar allá, porque
pensaba en mi niño, que así tuviera buenos familiares y amigos para ayudamelon a cuidar,
eso me revolvía el cerebro, cuando pasaba el efecto de la droga.
Me dieron salida. En Granada me conseguí un trabajito y así mantenía ocupada. Pero cuando
pensaba en el bachillerato, en el aula que cerraron, como que sentía que me iba a volver a
dar lo mismo de la otra vez. Yo no era paˋ estudiar con alumnos de un colegio normal, allá
ponían muchas tareas. Averigüé por un colegio paˋ gente como yo que quedaba en El
Santuario, el municipio más cercano, pero no me alcanzaba con lo que me ganaba paˋ los
pasajes. Otras instituciones, como Granada Siempre Nuestra, me colaboraban con lo que
necesitaba paˋl estudio de una de las niñas. La Casa del Niño también me ayudaba. Me daba
pena, no sabía qué otras puertas tocar.
Me arriesgué y mandé una carta a la Cooperativa Coogranada, a Cali, que me la ayudó a
sacar Amanda Castaño, comentándole lo que me estaba sucediendo. Muy rapidito me llegó
respuesta pidiéndomen la cifra de lo que valían los pasajes; y con los doscientos mil pesos
que me mandaron se me arregló el problema: repartí paˋ todo el año esa platica y todos los
domingos me iba en la mañana y regresaba en la noche. Yo salía triste de la casa, pero al
llegar al colegio, mi animó brotaba por los poros. Esa era la mejor medicina. Tanto es, que
cuando estudiaba, me tomaba la droga juiciosa. De esa forma hice en el colegio de El
Santuario hasta once.
Eso me ha renovado, uno sabe que sí sirve paˋ algo, porque antes era: qué pesar de la viudita
y me mandaban mercaos y otras ayudas, pero eso a veces me hacía sentir peor. Estuve en
tratamiento con sicólogos, eso me ayudó en algo, pero también me fui aburriendo. Va uno
avanzando con uno de tantos, ya le tenía confianza y a las dos o tres semanas cuando uno
llegaba, que no, que hay que esperar a que venga el nuevo, porque a ese le dieron otro
puesto, un político de esos. ¡O simplemente que se fue! Después, el que llega ya no le da a
uno con el chiste. Yo no volví, eso tener que estar repitiendo la historia es como una burla.
Pero le repito, lo que más me ha ayudao es cuando estudio.
5 6 El año pasao saqué grado, mi hija cumplía los quince y los restos de un hermano mío
ajustaban cuatro años de muerto. Entonces aproveché la llegada de la familia de Cali paˋ
celebrar las tres cosas a la vez: sábado los quince, domingo mis grados y la sacada de los
restos fue el lunes.
Empecé a salir con el niño al parque y cuando escuchaba a otro decir papá, yo me quería
regresar paˋ la casa. Entraba a la iglesia y veía familias completas rezando, comulgando…
También quería hacer lo mismo, pero tratando de no demostrale la tristeza a mi hijo.
Casi dos meses después de haber sacado grado, me empezó el mismo mal y otra vez me
internaron en la casa de reposo en Bello, que no es ninguna casa de reposo sino de
dopamiento, porque al llegar, de nuevo era la inyección. Quedaba atolondrada, y a dormir tres
días en el rincón que me arrimara. Ya la segunda vez sí no me dejé robar nada, donde me
recostaba, me tiraba encima de mis chanclas y la bolsita que me empacaban paˋ llevamen
allá. De nuevo la rutina de visitas y cumplidos los quince días, otra vez paˋ Granada.
Aquí estoy, a mi niño nunca le conté con rabia la muerte del papá, pues quiero que se levante
y crezca sin rencores, así como llevo a mis dos niñas que ya las he ido sacando adelante.
Ahora me nombraron en las directivas de Asovida (Asociación de víctimas) y ahí ocupo mi
tiempo libre paˋ seguime recuperando. Pero sé que lo único que me da salud es preparame
estudiando, pero uno sin plata ni siquiera se atreve a preguntar cuánto vale un curso.
Uno de mis sueños aparte de estudiar, es no tener que seguir viviendo en ese sótano. Sé que
una casa como la que teníamos en la finca nunca más la volveré a conseguir en la vida; pero
sí una donde quede a nivel de calle y que el jardín luzca.
— Nos paramos de la cafetería para ir a acompañarla a comprar la torta del cumpleaños
número nueve de Juan Alberto. Pero en su memoria sabía que son los mismos nueve, de lo
que hace que hay una comida en bajo y que su niña de siete años en aquél entonces le dijo:
Mamá ¿y usté con quién va a dormir esta noche?
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