LAS SIETE PALABRAS JESUS copia

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PABLO GARCÍA
LAS SIETE PALABRAS
DE JESÚS EN LA CRUZ
EDICIONES SÍGUEME
SALAMANCA
2005
Cubierta diseñada por Christian Hugo Martín
© Ediciones Sígueme S.A.U., Salamanca 2002
C/ García Tejado, 23-27 - E-37007 Salamanca / España
Tlf.: (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 563
e-mail: [email protected]
www.sigueme.es
ISBN: 84-301-1448-3
Depósito legal: S. 149-2005
Fotocomposición Rico Adrados S.L., Burgos
Impreso en España / Unión Europea
Imprime: Gráficas Varona S.A.
Polígono El Montalvo, Salamanca 2005
CONTENIDO
Introducción ................................................................
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PRIMERA PALABRA
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen ......
15
SEGUNDA PALABRA
Hoy estarás conmigo en el paraíso .............................
29
TERCERA PALABRA
Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre ..................
49
CUARTA PALABRA
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ...
59
QUINTA PALABRA
Tengo sed ....................................................................
83
SEXTA PALABRA
Todo está cumplido .....................................................
95
SÉPTIMA PALABRA
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu ................
105
Epílogo ........................................................................
119
Bibliografía..................................................................
121
INTRODUCCIÓN
Toda la predicación y todas las enseñanzas de Jesús
son la buena noticia de la salvación y nos guían y orientan en nuestra vida de creyentes. Del Evangelio, sin embargo, podríamos destacar algunos momentos especialmente significativos, como cuando Jesús nos enseñó la
hermosa parábola del hijo pródigo, el padrenuestro o las
bienaventuranzas, de las cuales se ha dicho que, aunque
desapareciera el resto del Evangelio, nos quedaría en
ellas lo esencial del mismo. Por último, el discurso pronunciado por Jesús en la última cena, antes de su pasión, considerado con frecuencia como su testamento.
Con todo, sus mejores enseñanzas, su verdadero testamento, donde Jesús extremó todas las reglas de la pedagogía, fueron las palabras o frases que pronunció desde la cruz, porque fueron las últimas y porque, a las
enseñanzas orales, unió el ejemplo y la vida, algo más
convincente siempre que todas las palabras, por muy
elocuentes que sean.
Por eso, bien puede decirse que la cruz es la verdadera y más auténtica cátedra de Jesús. No tuvo en ella
largos discursos, ni elocuentes clases de teología o de
vida cristiana, ni siquiera abundancia de palabras. En
realidad pronunció únicamente siete, pero de la más alta sabiduría, la sabiduría de Dios. Ellas son un compen-
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Introducción
dio maravilloso y vivencial de toda su doctrina, que es
el Evangelio, esto es, la buena noticia de la salvación.
Jesús, la Palabra del Padre, está resumido en una sola palabra: amor. Se encarnó y se hizo hombre por amor.
Y lo que enseñó siempre, de palabra y de obra, fue el
amor, aunque, como hermosamente dice san Pablo de la
Cruz, «la obra más grande y maravillosa del amor de
Dios es la pasión de Jesús».
La palabra de la cruz
La cruz es ya en sí misma una palabra de Dios; la cruz
como el patíbulo más atroz, reservado a los esclavos; la
muerte en la cruz, como la peor de las ignominias y de las
desgracias. Por eso en el Verbum crucis hemos de ver no
sólo lo que se nos enseña, sino también y sobre todo qué
es, para Dios y para nosotros los hombres, la cruz.
Aquí trataremos únicamente de las siete palabras o
frases que dijo Jesús desde la cruz, no de todas sus enseñanzas, ya que desde la cátedra de la cruz nos enseñó
no sólo con sus palabras, sino también, e incluso más,
con su silencio y con el ejemplo de tantas y tantas virtudes como practicó hasta morir así por nosotros.
Cada una de sus palabras descubre un aspecto de este
misterio único que supera cualquier otra palabra y es capaz de dominar todas las agonías de los hombres y de los
pueblos. San Lucas fue el único que nos ha transmitido
las siguientes tres palabras de Jesús desde la cruz: la primera de todas, «Padre, perdónales porque no saben lo que
hacen»; la segunda, «Hoy estarás conmigo en el paraíso»,
y la última, «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». San Juan es igualmente el único que nos transmitió
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otras tres: la pronunciada en tercer lugar, «Mujer, he ahí a
tu hijo»; la quinta, «Tengo sed», y la sexta, «Todo está
consumado». San Marcos y san Mateo nos recuerdan solamente la cuarta: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?».
Uno siente una especie de turbación cuando piensa
en el modo casi accidental como nos han llegado estas
palabras. Parece como si, arrojadas al viento para que se
dispersaran por el mundo, hubieran sido recogidas por
casualidad por parte de los testigos. Pero bien sabemos
que una sola de ellas, penetrada en su profundidad, bastaría para abrir ante los ojos de la fe el abismo sin fondo del misterio de la redención.
«Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la
salvación del mundo», canta cada año la Iglesia en la liturgia del viernes santo. Es la teología del Dios crucificado, que sufre en la cruz y prolonga su pasión en el
viacrucis de los millones de crucificados.
Durante su pasión, Jesús habló poco, muy poco. A
Pedro, después de las negaciones, nada le dijo, solamente le dirigió una mirada cariñosa y de perdón. Durante la
flagelación, nada. En la larga coronación de espinas y las
burlas que la acompañaron, silencio. A Herodes, nada
también. Impresionan esas palabras del Evangelio de san
Mateo «Pero Jesús callaba» (Mt 26, 63).
En cambio, en la cruz habló y podríamos decir que
habló mucho. Con el malhechor arrepentido crucificado
junto a él, con su madre y con Juan, su discípulo amado.
Pero sobre todo habló con Dios. Unas veces para pedir,
otras para expresarle su soledad y abandono y, por último, para encomendarle su alma.
Ante Jesús que habla desde la cruz, estamos invitados no tanto a dirigir la mirada hacia nuestra pobreza,
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Introducción
como a levantarla sin miedo hacia la cruz, donde el
amor de Dios se nos está manifestando de forma tan
apabullante, y a escuchar. Así, con los ojos fijos en el
Crucificado, descubriremos la realidad de nuestro pecado, pero la veremos reflejada en quien es todo misericordia. Al conocerle a él, nos descubriremos también a
nosotros mismos como seres locamente amados y totalmente perdonados. Se trata de una experiencia dolorosa
y a la vez sumamente dulce, pues estamos ante el reconocimiento del amor de Dios en nuestras vidas, incluso
cuando esas vidas se apartan de él.
Cuando miramos a la cruz, somos también mirados
desde la cruz por unos ojos que, al estar en alto y ser de
Dios, lo penetran absolutamente todo y hacen innecesaria cualquier palabra que pudiera brotar de nuestros
labios.
«Mis palabras no pasarán»
Cristo, va a pronunciar sus últimas palabras. Las dirige desde la cruz. Están medidas, porque las dice frente a
la muerte. Están bien pesadas, puesto que son su testamento. Son su última Palabra. Aunque, en el fondo, él
mismo es la última palabra de todas las cosas.
En sus últimas palabras se resumen y encierran todas
las palabras pronunciadas durante su vida apostólica.
En la cruz fueron solamente siete. Siete frases que se
reparten entre sí, como tus más codiciados vestidos, los
cuatro evangelistas. Cada cual según su gusto y predilección. En el presente libro se reúnen las siete como en
un solo racimo, para poder saborearlas más y mejor, sosegadamente, una por una.
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«Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán» (Mt 24, 35). Y, sin embargo, ante la desbandada de los que le volvían la espalda escandalizados por
sus palabras, Pedro, el primero de los discípulos, exclamó: «¿Y adónde iremos, Señor, si eres tú el que tienes
palabras de vida eterna?» (Jn 6, 68).
«Los judíos –dirá el apóstol Pablo– buscan milagros,
los griegos (esto es, los paganos de su tiempo) sabiduría, pero nosotros predicamos a un Cristo crucificado»
(1 Cor 1, 22s). De esta manera, crucificado, le vamos a
contemplar aquí para escuchar sus siete últimas palabras pronunciadas precisamente desde la cruz.
Pero para entender lo que Jesús nos dice, hemos de
ponernos en espíritu de oración y de fe, recogernos espiritualmente y orar en unión con María su madre, que
estuvo al pie de la cruz cuando él habló.
Estamos invitados a contemplar, escuchar, meditar y
aplicar a nuestra vida personal las palabras postreras, el
testamento que nos dejó el Señor para ayudarnos a recorrer bien el camino de la vida y trabajar para devolver
a la historia el rostro de la nueva humanidad, nacida en
el misterio pascual, que es la pasión, la muerte y la resurrección del Señor.
Oración a Jesús en la cruz
Jesús,
tus últimas palabras desde la cruz
nos las has dicho a todos.
Me las has dicho también a mí.
Déjalas que penetren en mi corazón.
Bien profundo. En lo más hondo del alma.
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Introducción
Para que las comprenda.
Para que no las olvide,
sino que las viva y sean siempre fuerza en mí.
Un día, después de mi muerte,
tú me hablarás personalmente a mí.
Y esas palabras marcarán
un comienzo eterno y un final sin fin.
Oh Señor,
concédeme que entonces, en mi muerte,
pueda oír de ti palabras de misericordia y de amor.
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