La crucifixión de Jesús

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LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS
La crucifixión de Jesús
La sombra de la cruz plantada en el Gólgota se extiende hasta
nosotros para ofrecernos perdón, consuelo y esperanza. La historia es
asombrosa, el gran amor de Dios se demostró de manera gráfica para
con nosotros, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito…” (Jn. 3:16).
Sin duda “el entrañable amor de
Jesucristo” (Fil. 1:8) lo impulsó a Él a morir por nuestros pecados. No es
ilógico, entonces, el entregar todo el amor de nuestro corazón a
Jesucristo por lo que él hizo por nosotros, y ciertamente todo hombre
puede “conocer el amor de Cristo” (Ef. 3:19), y el amor del Padre quien
“muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8).
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación
por nuestros pecados… Nosotros le amamos a él, porque él nos amó
primero” (1 Jn. 4:10, 19).
Varios de los líderes religiosos judíos odiaban a Jesucristo porque Él condenó sus
pecados. Ellos no quisieron creer la verdad que Él predicó, y se molestaron cuando Él los
exhortó a arrepentirse y volverse a Dios. Así fue como se convirtieron en resentidos y
celosos de las grandes multitudes que seguían y creían en Jesucristo, y finalmente
decidieron “deshacerse” de Él asesinándolo.
Pero, los judíos no tenían potestad de ejecutar a un hombre sin la autorización y
juicio del gobernador romano, así es que ellos tenían que llevar a Jesús delante de Pilato. En
el juicio ante el gobernador, los líderes judíos carecían de evidencia alguna para sus
acusaciones en contra de Cristo, pero ejercieron presión suficiente para doblegar a Pilato
quien accedió a entregar a Jesús para que fuese crucificado.
El lugar donde ejecutaban a los prisioneros estaba fuera de la ciudad de Jerusalén, en
una pequeña colina llamada Gólgota o “lugar de la calavera”. Ahí ubicaron firmemente la
cruz mientras clavaron las manos y los pies Cristo al travesaño (patíbulum). El peso total
del cuerpo disparó una honda de dolor que era casi insoportable. La sangre empezó a fluir
cual torrente de espinas a través del cuerpo en shock, lo que estaba sucediendo comenzó a
cobrar su precio. Semejante estado físico se convirtió en una muerte en vida que a veces se
prolongaba desde unas horas hasta unos pocos días. Pero, Jesús había sido azotado
previamente, antes de su crucifixión, la pérdida de sangre, el dolor y agonía eran letales.
Pero, a pesar de todo el dolor, Jesús pensaba en los demás y no a sí mismo. Sus
primeras palabras en la cruz fueron: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
(Luc. 23:34), y esto a pesar de que pudo haber amenazado a todos con castigarles
eternamente, pero Él no lo hizo. Pensó en su madre, que estaba junto a la cruz llorando, y
le pidió a su amado amigo Juan que cuidara de ella (Jn. 19:26-27). A cada lado de Él había
un ladrón crucificado, dos en total. Cuando uno de ellos expresó su fe en Jesús, el Salvador
contestó: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Luc. 23:43). A medida
que la terrible tarde avanzaba, Jesús finalmente dijo: “Tengo sed” (Jn. 19:28), y se le
ofreció vinagre, que no quiso beberlo. Dios borró el sol con densa oscuridad como para
hacernos saber el tremendo evento que se estaba cumpliendo, y en medio de aquella densa
oscuridad, Jesús exclamó: “Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has desamparado?” (Mat. 27:46). Luego, sus últimas palabras, expresaron su total
entrega a la voluntad de Dios cuando Él dijo, “Consumado es” (Jn. 19:30) y “Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu” (Luc. 23:46), luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu.
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Por Josué Hernández
www.JosueEvangelista.com
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LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS
Así fue como Cristo dio su vida por nosotros, cumpliendo su promesa “Por eso me ama el
Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí
mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este
mandamiento recibí de mi Padre” (Jn. 10:17-18).
Incluso la tierra no pudo aceptar la muerte de su Creador y Señor, sin mostrar el
debido dolor. Hubo un gran terremoto que sacudió la tierra, tanto así que las rocas se
partieron (Mat. 27:51).
Sin embargo, el único miedo que tenemos que tener, es el de rechazar el amor que
Jesucristo demostró al morir por nosotros. El tema de nuestra vida debe ser, “Voy a vivir
para Aquel que murió por mí, entonces feliz mi vida será. Voy a vivir para Aquel que murió
por mí, mi Salvador y mi Dios”.
Traducido y Adaptado por Josué Hernández de la obra “The Crucifixion Of Jesus”
escrita por Steve Rudd.
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Por Josué Hernández
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