Quién ha robado el sueño - Associazione "Il Sorriso di Claudio

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Quién ha robado el sueño
Por Andrea Cantaluppi
Con temor y miedo entro en la zona del aeropuerto de la capital de Guatemala. Nunca me ha gustado tener que
ver con quien lleva sombrero de visera rígida, sobre todo por aquí, donde los abusos y golpes de estado
militares sobran. No es agradable asistir de cerca a comportamientos monescos.
Junto a Marcos, quien maneja el autobús de la Casa del Migrante, y P. Romano, un escalambriniano que habla
el español con un acento de Venecia muy suave, vamos a atender a los deportados que un avión de EEUU
devolverá a su tierra.
Lo de contactar a los deportados directamente en el aeropuerto, fue una idea que tuvo P. Francisco el año
pasado, quien luchó para que la Casa del Migrante fuese incluida en esa area super monitoreada por los
militares.
Arreglamos una mesita al lado de la de la Universidad latino-americana de ciencias sociales y del Colegio de la
Frontera del Norte. La de nosotros está ubicada precisamente cerca de la puerta por donde salen los deportados.
Los empleados del Ministerio de Asuntos Exteriores, los del Ministerio del Interior, y los de la policía, de la
aduana, de emigración, de la salud aerea, del Banco Rural, como también los empleados encargados al control
burocrático, (agreguemos también a los encargados a la limpieza y otros que todavía no he entendido lo qué
hacen), todos esos que numéricamente sobrepasan a los propios deportados, a quienes vamos a esperar, nos
dejan entrar y nos acogen amablemente. Cuando les digo que llegué de Italia y que soy un amigo de P.
Francisco, echan los hígados por estrechar mi mano y me sonríen y están dispuestos a responder a toda mi
pregunta.
A partir de eso pude constatar la fuerza carismática de los escalambrinianos, quienes han logrado la confianza y
respeto de los migrantes después de un año apenas. Echo un vistazo a mi entorno y veo carteles muy coloreados
que acogen con los brazos abiertos a los migrantes que regresan. Carteles que informan sobre sus derechos en el
exterior (!?), sobre la lucha contra la trata sexual, laboral y de los menores. ¡Esa es su Patria que les da la
bienvenida!
Me siento algo desorientado y me pregunto: ¿A qué sirve toda esa información, puesto que esas personas ya
sufrieron en su propia carne cada una de esa tragedia? ¿No sería más útil que esa misma Patria alerte a su
pueblo antes de que salga del país? ¿No sería mejor crear las condiciones para que esas personas encuentren su
futuro en su propio hogar en vez de seguir manteniendo políticas de explotación del suelo y de los trabajadores,
obligándolos a emigrar?
Veo aterrizar un avión y me doy cuenta de que es un Super 80 por su bandera estadounidense. Estoy muy
emocionado y trato de ver por una ventanilla si los deportados han llegado. Quiero ver sus ojos y buscar de
entender su frustración por haber regresado a casa de una manera que seguro no imaginaban tan triste y
bochornosa. P. Romano me dice: “Ellos regresan y estarán como exiliados en su propia casa” .
En 2010 los esclavos que regresaron a Guatemala en avión fueron 30.000. Estamos tratando de conocer la cifra
total que incluye todos los Países de América Central.
¡Por fin ya vienen! Por fin los militares abren la puerta, permitiéndoles de salir y llegar directamente a nuestra
colocación. Están asustados, desconfiados, tensos, desorientados, hasta sorprendidos que esté alguién que les dé
la bienvenida, que les brinde un bocadito, un refresco, una ayuda concreta para que se sientan en su casa.
La Casa del Migrante les brinda hospitalidad, un amparo material y espiritual, una cama, un sitio seguro donde
no hay emboscadas por ninguna de las autoridades; los estudiantes de la Universidad voluntarios, les hacen las
entrevistas que se analizan de modo científico; la OIM pone a disposición tres teléfonos para que los migrantes
se comuniquen con sus familias por toda parte. ¡Qué lindo volver a descubrir la solidaridad que se hace
amistad, sin preguntas como: ¿qué hiciste? ¿Por qué te detuvieron? ¿cuánto tiempo estuviste preso? ¿cuál es tu
reglión? ¿Cuánto dinero tienes? ¿estabas vinculado con los narcotraficantes? ¿Te violaron? Etc. etc. Todo tiene
que ser espontáneo y natural, nadie obliga a nadie. Y eso se advierte, por eso se entiende lo qué significa ser
atendido; por eso es posibile abrirse y compartir las diferentes experiencias que se vivieron en los demás países.
Casi todos los deportados son jóvenes o muchachitos. En este viaje solo hay una mujer y es la única que lleva
una maleta. Los demás tienen las manos en los bolsillos o tienen una bolsa de plástico. Desde el país de los
sueños vuelven a casa tal como los cogieron: desnudos. Paro a un jóven con ojos bajos y le pregunto si la Biblia
que se entrevé dentro de una bolsa de plástico es suya, él me contesta de que la entregaron a todos los que
estaban en la cárcel cuando él estuvo preso. Me dice que secontó dos años de prisión porque lo cogieron
mientras estaba manejando un taxi sin licencia y sin documentos. Del taxi a la cárcel, 22 años, dos años preso
en la cárcel y una deportación
alucinante. No quiero preguntarle nada acerca de su pasado y su futuro,
miro su mirada baja y veo que lleva botines sin cordones, pues en la cárcel se los quitan para que no se
suiciden. Contemporaneamente veo a los demás jóvenes, quienes al entrar en un ejército lleno de esqueletos en
el armario resolvieron el problema de la comida diaria. Esos son soldados-niños que juegan con su porra de un
modo que seguro no se acerca al de la actitud que les exigería el uniforme que llevan, sin embargo saben poner
muy bien caras amenazadoras.
De repente en la sala donde se fichan a los deportados se monta una cierta agitación: entra un gringo muy
arrogante y con las manos listas para tomar pistola, se mira alrededor. Llama a un funcionario al que le da
indicaciones secas y luego, escoltado por un rabo de hombres reverentes, se dirige hacia el avión que lo llevará
al país de la democracia. Vuelvo a mirar a los migrantes y veo que hay una diferencia entre los que fueron
detenidos al llegar a EEUU y los que vivían allá hace años y que a lo mejor tenían un matimonio e hijos, que
nunca volverán a ver a menos que... la suerte no vuelva a girar.
Por una puerta pequeña en hierro, salen los que tienen parientes que los esperan con emoción.Volvieron a
Guatemala ni ricos, ni famosos, pero reencontraron su sentido de pertenencia que sus familias les vuelcan con
un cariño más grande todavía. Caras de indios se llenan de lágrimas y besos. Regresan a casa, y a pesar de todo
estarán de fiesta.
Enrique tiene 43 años, acepta nuestra hospitalidad y sube al autobús. Él vivió en Dallas 5 años, trabajando en un
vivero. Nos dice que la crisis financiera se siente mucho y los salarios bajan y comienza la competencia, mejor
dicho, la guerra entre los migrantes pobres, sin trabajo y los de Estados Unidos. Después de 5 años todavía no
había conseguido la visa. Los que entran ilegales a Estado Unidos, quedarán ilegales para siempre.
Chantajeable y esclavizado por un puñado de centavos, lo encontraron que estaba sentado en un banco de un
parque, pero no tenía documentos y como eso es un delito, lo cogieron preso durante 55 días para luego
deportalo a Guatemala. Enrique estaba sentado en un banco sin darse cuenta, pues estaba aniquilado por la
noticia de que su papá había fallecido, que le dio su esposa por teléfono. Ahora ella se quedaría sola cuidando y
atendiendo a sus seis hijos. Enrique no se había dado cuenta de que una patrulla de la policía lo estaba
observando, para luego detenerlo. Ahora llevará a sus hijos la ropa que viste. Ese es el capital que ha acumulado
durante su 5 años de estancia en EEUU, el país que realiza los sueños. Sin embargo los sueños se disuelven al
amanecer, hasta los ratificados en las mejores Constituciones del mundo.
Enrique está sentado en el autobús, está desanimado y mira por la ventanilla. Acaba de contarme cómo tratan a
los deportados en el avión: les esposan manos y pies y pueden dar pasos muy pequeños. Le pregunto qué hacen
para ir al baño y él me contesta que un guardia los acompaña y cuando llegan les quita las esposas de las
manos. Le pregunto qué pasaría en caso de avería del avión. Me contesta con un alza de hombros y me mira
con ojos irónicos, como para decirme: nosotros representamos un costo, un bulto a perder. Entonces Marcos y
P. Romano tratan de calmarlo: “tranquilo, llegaste vivo, ya estás en tu casa. Nosotros te vamos a atender y te
brindaremos todo el apoyo que necesites”. Marcos lo entretiene como si fuese un guía, así la tensión se va un
poquito. Le indica las plazas, los barrios y los nombres de los Palacios del Poder. Enrique con admiración e
interés, repite los nombres de las plazas, de la Catedral. Nuestra gira se hace más larga para que un deportado
vea por la primera vez su capital, en la que nunca había estado. Eso sí podrá contarlo a sus hijos.
Bien llegado Enrique.
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