BUDISMO Y SALUD MENTAL Un camino directo para aprender a conocer, aceptar y liberarse del sufrimiento. Notas para una charla dictada el 24 de mayo de 2013 en el Colegio de Música, en el salón de Atman Yoga, por Juan Felipe Jaramillo y Catalina Acosta. Dukkha (sufrimiento): más allá del concepto de salud mental. Cuando se habla de salud mental, se habla de un aspecto de la salud humana que para muchos no pareciera tener relación directa con el cuerpo, con el aspecto material, tangible del ser humano. Aún en nuestros días, a pesar de los categóricos descubrimientos de la ciencia, persisten puntos de vista diferentes respecto a la naturaleza de la mente. Todavía algunos investigadores y pensadores no consideran que los procesos mentales sean expresión directa del cerebro – haciendo eco, quizás, a la visión dualista propuesta por Descartes en el siglo XVIII. Pero, para una gran mayoría de estudiosos actuales de las neurociencias, la mente no es otra cosa que la función del cerebro, es decir, una experiencia subjetiva de la materia altamente organizada capaz de analizarse a sí misma, como la describen algunos conceptos científicos modernos. Para empezar debemos aclarar entonces que, el budismo, es decir, la forma en que se conservan y aplican hasta el presente las enseñanzas del Buddha Siddhartha Gautama Sakyamuni, quien vivió hace un poco más de 2.600 años en el norte de la India, no es dualista ni no dualista. Ta vez la mejor manera de describirlo sea decir que es objetivo, es decir, que lo que propone es que nadie tome como verdad nada que sea sólo el producto de una creencia o de fe ciega, sino solo aquello que sea el resultado de una experiencia directa y personal. En ese sentido, sin entrar a hacer parte de la discusión teórica sobre el origen y naturaleza de la mente, lo que se puede decir es que para Buddha y muchos de sus seguidores no era adecuado o hábil considerar separados a la mente y el cuerpo, como si fueran realidades sustanciales independientes. Por lo tanto, en términos de la enseñanza budista no habrá una aproximación a lo mental que no pase obligatoriamente por el cuerpo, ni habrá un acercamiento a lo corporal que lo mire separado de la mente. Muchas de las definiciones de salud mental incluyen la palabra bienestar y éste se encuentra de manera muy directa asociado con el mayor o menor grado de percepción de felicidad y paz interior. En este sentido, el sufrimiento, entendido como la pérdida o ausencia de felicidad, y por lo tanto, de bienestar y paz interior, se podría considerar como una expresión del deterioro de la calidad de la salud mental. Es bueno partir de esta base amplia, puesto que para muchas personas la enfermedad mental (asociada a la locura, a la irracionalidad, muchas veces irreductible) parece ser una experiencia excepcional separada de la vida “normal” de la mayoría de los seres humanos. Por el contrario, la experiencia del sufrimiento, tan común en la multitud de formas en que puede ser experimentada, 1 es reconocida como una manifestación o característica propia de todos los seres humanos. Sin embargo, como veremos más adelante, la enfermedad mental (o trastorno mental, como se prefiere denominar en la actualidad) aunque puede estar asociada con algún tipo de deterioro o alteración orgánica, también se puede considerar simplemente como una forma extrema de experiencia del sufrimiento por el que pueden atravesar algunas personas en determinas circunstancias. La palabra sufrimiento ocupa un lugar muy importante en la búsqueda, realización y enseñanza de Buddha. La palabra pali para sufrimiento es dukkha, pero su significado no se reduce meramente al de sufrimiento tal como se entiende de manera habitual. Para comprenderlo mejor y darle una mayor afinidad con el contenido de nuestra charla quiero traer algunas de las otras opciones de traducción que se le podrían dar: descontento, desilusión, insatisfacción, incomodidad, ansiedad, depresión, desesperación, intranquilidad, imperfección, malestar, aflicción, tristeza, pesar, frustración, irritación, presión, ir contra corriente, agonía, vacío, tensión, estrés, angustia existencial…, expresiones todas que se pueden relacionar de manera directa con la pérdida de la salud mental, pero que también hablan de estados negativos o difíciles del devenir humano en cuanto búsqueda de sentido y realización interior plena. Siddhartha sigue el camino del sufrimiento: El encuentro con los Cuatro Mensajeros Divinos. Se dice que la vida de Siddhartha estuvo marcada por el sufrimiento desde su infancia. Su madre murió a los ocho días de su nacimiento, pero aunque ésta sea la única “tragedia” significativa en su vida, la imagen que se ha guardado del niño y del joven Siddhartha lo muestra como un ser humano dotado de una sensibilidad notable para experimentar dukkha en sus diversas manifestaciones. Desde muy temprana edad, Siddhartha demostró una gran sensibilidad por el dolor y el sufrimiento ajeno, de humanos y animales. Y, por más que su padre hubiera querido corregir esta tendencia, que según las profecías lo alejaría del mundo del poder y lo convertiría en un gran maestro y guía espiritual de la humanidad, rodeándolo de todo el bienestar material y el confort posible de su época (como muchos padres bien intencionados lo han pretendido siempre con sus propios hijos), el encuentro y el impacto con el lado agobiante, difícil de la vida, terminó por imponerse en la existencia de Siddhartha. De manera alegórica se habla de cuatro encuentros que transformaron de manera radical al joven Siddhartha en su edad madura, cuando se encontraba casado, tenía un hijo de un año de edad y disfrutaba de todas las prerrogativas del príncipe heredero del pequeño reino de los Sakyas. En contra de la voluntad de su padre, que consideraba inútil visitar el mundo de la gente corriente, lleno de sufrimiento, opresión y pobreza, el joven Siddhartha estaba deseoso de conocer por sí mismo la realidad de la vida afuera de palacio. Insatisfecho quizás con la abundancia, con la vida refinada llena de placeres y hastíos, con la hipocresía y el comportamiento dudoso de muchas de las personas que lo rodeaban, Siddhartha decide investigar, observar directamente lo que hay al otro lado de los muros del palacio, al final de los lujosos jardines en los que ha crecido y vivido por casi tres décadas. 2 En su primera salida a la ciudad, se encuentra frente a frente con un ser humano que camina con gran dificultad, apoyado sobre un bastón, tembloroso, sin dientes, con los ojos nublados, la piel decolorada y llena de arrugas, los cabellos blancos, cuya voz entrecortada sale con dificultad de sus labios… Asombrado, Siddhartha interroga a Channa, el carretero que lo acompaña, sobre la condición de esta persona que él desconocía. Channa le aclara que la persona que observan es un ser humano que, como ellos, nació de vientre humano, creció con un cuerpo saludable, vigoroso y, que a medida que pasaron los años, fue perdiendo su energía vital, su cuerpo se fue agotando y por eso se encontraba débil, agobiado por la vejez, un estado al cual todos los aquellos que sobrevivan tiempo suficiente llegarán. No por tratarse de Siddhartha, el conocimiento de la vejez se convirtió en un asunto apabullante. Nuestra cultura moderna continúa esforzándose por negar y esconder los estragos de la vejez, por descubrir la fuente de la eterna juventud, por alterar el curso normal de la existencia. ¿Cuántas personas no viven como una pesadilla el encanecimiento del cabello, la progresiva demarcación de las arrugas, la inevitable evidencia del desgaste corporal? ¿Cuántos no decimos que la vejez no nos preocupa desde que lleguemos jóvenes a ella, es decir, autosuficientes, sin volvernos un estorbo para los demás? ¿Cuántas personas llegan a la vejez sin ser capaces de encarnar la dignidad de esta etapa tardía de la vida? Que la vejez se haya convertido en una idea agobiante, demoledora, que haya llevado a una verdadera crisis de angustia existencial a Siddhartha, no tiene nada de extraño. Lo extraño más bien es la inmensa capacidad que hemos desarrollado los seres humanos de todos los tiempos para evitarla, para negarla, para convencernos que eso no tiene nada que ver con nosotros. En la segunda salida, Siddhartha es sorprendido por la imagen de un hombre joven, pero que yace tirado en el suelo, tremendamente pálido y ojeroso, cubriendo su abdomen con las manos, tiritando de fiebre y quejándose de un gran dolor… Channa, su acompañante, le explica, ante una realidad que hasta entonces Siddhartha no había conocido personalmente, que todos los seres vivos, en algún momento, pueden ver afectada su energía vital y ser atacados por diferentes agentes que causan algún tipo de enfermedad grave como la que afectó al joven con el que se encontraron. Siddhartha regresa a palacio profundamente afectado por la visión del sufrimiento, de la angustia, de la aflicción que causa la enfermedad. Como decía Franz Kafka: “El único dolor que podemos soportar, es el dolor ajeno”. Lo cual es bien conocido por buena parte del personal que labora en instituciones de salud y por muchos seres humanos que, como Siddhartha antes de este encuentro, parecen disponer de una inmunidad natural respecto al dolor y al sufrimiento ajeno ocasionado por la enfermedad. Pero todos, directa o indirectamente, la perdemos, cuando la enfermedad nos ataca a nosotros mismos o afecta a un ser querido. El cáncer, el Sida o cualquiera de las enfermedades graves de los seres humanos que pueden aparecer en cualquier momento de nuestra vida, ponen en jaque nuestra capacidad para conservar el equilibrio, la tranquilidad y la disposición al bienestar y la felicidad. 3 Al salir por tercera vez a la ciudad, Siddhartha y Channa se encuentran con un cortejo de hombres y mujeres que cargan sobre una tabla, en medio de gritos y lamentaciones, a una persona envuelta con mortajas blancas, que no se mueve, ni respira… “En ese cuerpo ya no hay energía vital, la vida se ha extinguido”, dice Channa, mientras Siddhartha observa profundamente conmovido como arrojan al cadáver a una pira funeraria. “¡Esta es la realidad de todos los seres vivientes, añade Channa, nacemos, crecemos, envejecemos y, finalmente, morimos! Nadie puede escapar de ella.” ¡La muerte, la propia y la ajena, qué asunto más tremendo! Siddhartha se siente perdido, anonadado, absorto en un tremendo sinsentido. Vejez, enfermedad y muerte… Un campo de reflexión demasiado denso y abrumador para cualquier ser humano que lo enfrente con total seriedad. ¿Qué razón hay para el sufrimiento? ¿Por qué la vida tiene que estar expuesta a estas condiciones de sufrimiento? ¿De qué sirve esconderse detrás del placer, el confort y la seguridad material, si cualquiera de esas tres realidades puede dar al traste con la vida en cualquier momento? ¿Qué sentido tiene la vida en estas condiciones? Afectado por una verdadera crisis de angustia existencial que, quizás hoy, se hubiera diagnosticado como una forma de depresión reactiva, Siddhartha sale por cuarta vez a la ciudad. En su último encuentro, su asombro aparece ante una enigmática figura que, a diferencia de las anteriores, refleja una gran paz y serenidad a pesar de la multitud agitada y bulliciosa de la plaza en que se encuentran, de su escasa ropa y del aspecto delgado de su cuerpo. “Ese es un monje que ha renunciado a las comodidades del hogar y que busca la Verdad, para ayudarle a los otros a vivir una vida recta y a salir del sufrimiento.” El impacto de este encuentro se dice que fue definitivo en la vida de Siddhartha. De inmediato, tomó la resolución de seguir el ejemplo de este monje y abandonar su hogar, las condiciones privilegiadas de vida en palacio, para buscar la comprensión del significado del sufrimiento y el camino para superarlo. La búsqueda de Siddhartha. Por seis años, a partir de entonces, Siddhartha, buscara la enseñanza de grandes maestros del bosque con quienes aprenderá algunas técnicas de meditación para serenar y unificar la mente. Pero como estas prácticas, que le dan cierto alivio, no le ayudan a resolver el tema profundo que lo inquieta, dirige su búsqueda hacia el ascetismo, pensando, como muchos, que al agotar los impulsos del cuerpo, se acrecentará su espíritu y podrá encontrar respuesta al asunto que lo agobia. Pero, a punto de morir por sus prácticas extremas de ascetismo en las que no come más de un grano de arroz al día, decide abandonar este camino y recuperar la salud de su cuerpo, pero sin volver al extremo de las complacencias de las que disfrutaba cuando vivía en palacio. Se dice que en este momento, Siddhartha crea el fundamento de la que será una de las reglas de vida centrales de su enseñanza, La Vía del Medio: ni la austeridad severa que maltrate nuestro cuerpo, 4 ni la complacencia hedonista que satisfaga todos los placeres, pues ambos extremos conducen a callejones sin salida, bloquean el camino y la búsqueda interior. Recuperado físicamente y convencido de que de haber alguna respuesta a su profunda inquietud ésta sólo la podrá hallar en sí mismo, decide sentarse en una postura en la que sea capaz de investigar y penetrar profundamente en su propio ser. Ésta, que en adelante será conocida como la postura de Buddha, es una postura usada desde muchos siglos antes del nacimiento de Buddha para la práctica de meditación por muchas de las tradiciones hindúes de la época. Siddhartha se sienta bajo un árbol, con sus piernas cruzadas, sus rodillas firmemente apoyadas contra el suelo, su espalda recta, su cabeza erguida y centrada, los ojos entrecerrados y las manos unidas en el centro del cuerpo con un suave contacto con la parte baja del vientre… Ardiente, alerta y atento, Siddhartha promete no abandonar su práctica hasta tanto no haya logrado resolver el asunto del sufrimiento y haber encontrado el camino de su cesación. Siddhartha no analiza ni investiga conocimientos externos, ideas teóricas, conceptos adquiridos a partir de otros, sean seres humanos o sobrenaturales, no observa los fenómenos del mundo, no se preocupa por ideas o pensamientos particulares, observa y analiza la actividad de su propia mente, el estado de su propio cuerpo… Absorto en su profunda meditación, en la primera etapa de su práctica, antes de llegar a la liberación final, se dice que Siddhartha es visitado por Mara, la representación de la distracción, de la ilusión, de la tentación, el cual trata de sacarlo de su propósito y evitar que llegue al despertar. Para hacerlo, Mara trata de sembrar la duda con respecto al valor de lo que hace, pero Siddhartha permanece impasible, sin dejarse perturbar; luego, lo incita a disfrutar de los privilegios del poder y la riqueza material, a los cuales tiene todo el derecho como príncipe heredero, pero Siddhartha, tampoco responde; entonces, Mara lo tienta con los goces sensuales, le ofrece todo el placer que quiera disfrutar con sus más bellas hijas, y Siddhartha no se interesa; finalmente, lanza contra él sus temibles ejércitos, los seres más horrendos y destructores, y Siddhartha permanece tranquilo, sin el menor asomo de inquietud o miedo. La mente de Siddhartha, como la de cualquier ser humano, tiene ondas y flujos de pensamientos que vienen de su vida y de su relación con el mundo, ambos fruto del devenir histórico y de la interacción social. Mara no es otra cosa que una proyección de esta mente afectada por la confusión, asediada por el deseo y la ambición, afectada por el miedo y las diversas formas de aflicción… Adentro de él, en su propia mente hay algo que se construye, alimenta y vive atrapado por las ilusiones, por las formas transitorias que aparecen en su mente y a las que ésta confunde con la realidad. Incapaz de vencer a Siddhartha, Mara utiliza como último recurso, disputar con éste el derecho y la legitimidad para convertirse en Buddha, en el Despierto, el iluminado. “¿Quién eres tú para pretender llegar al Despertar, para convertirte en Buda? ¿Qué méritos tienes? Si alguien tiene méritos y derecho para convertirse en Buddha, ese soy yo, Mara, y aquí están todas mis hijas, todos mis seguidores, todos mis ejércitos para respaldarlo y dar fe de ello. ¿Y a ti, quién te respalda?” 5 Siddhartha, por toda respuesta, baja su mano derecha y toca el suelo, como diciendo: “¡Esta Tierra es mi testigo!” Y en ese instante, las huestes horrendas de Mara desaparecen. También se dice que después de este intenso asedio de Mara, el Bodhisattva que está a punto de llegar a la iluminación, abriendo sus ojos, dice: “¡Mara, te veo!”, con lo que éste se esfuma de inmediato. Siddhartha, a punto de convertirse en Buddha, ha reconocido la naturaleza real de Mara y, al hacerlo, ha dejado de identificarse con ella. No dice: “¡Mara, tú eres yo!”, sino que simplemente lo reconoce, lo acepta tal como es, sin juicios ni críticas, sin conflicto ni rechazo, y comprende. Puesto en evidencia, Mara vuelve al estado del cual nunca había salido, la ilusión, dejando en paz a Siddhartha que continúa profundizando en el conocimiento y en la vivencia de estados cada vez más profundos de absorción en los que la felicidad, la atención, la ecuanimidad son cada vez más diáfanos, serenos, llenos de luz y claridad interior, hasta llegar al Despertar total, justo antes del amanecer, cuando la Estrella de la Mañana se elevaba en el horizonte del alba… Buddha, el Despierto, el Iluminado, el Liberado del Sufrimiento. Convertido en Buddha, Siddhartha ha comprendido al fin el origen del sufrimiento, ha visto cómo éste surge de la actividad de la propia mente, la cual, por su naturaleza, construye imágenes y representaciones del mundo que almacena y procesa y con las cuales termina por identificarse, por aferrarse, por apegarse a ellas. A partir de esta identificación, de este aferramiento, de este apego, se construye a nivel mental, la idea de que los procesos de la mente (los cinco agregados en la tradición budista) constituyen una entidad independiente, una individualidad separada, es decir surge la mayor de las ilusiones: el “yo”. Buddha, 2.600 años antes, por medio de la autoobservación, llegó a la misma conclusión que el Dr. Rodolfo Llinás, el famosos neurocientífico colombiano que afirma: “El yo es sólo un mito”, un estado funcional del cerebro que no existe por sí mismo, autónomo e independiente, pero que por razones diversas (evolutivas, culturales, religiosas…) ha terminado por convertirse en el eje central y tiránico del ser humano. Pero, con este descubrimiento, el Buddha no estaba proponiendo una nueva teoría o una hipótesis revolucionaria que ayudara a desarrollar los modelos de pensamiento o la ciencia de su época. Lo que a él le interesaba era comprender la causa del sufrimiento, la causa de las diversas manifestaciones de la pérdida de la salud mental, de la “Visión Clara”, de la libertad interior. Descubrir que la existencia humana básicamente está apresada, limitada, condicionada por un auto engaño, por la idea de ser un “yo”, cuya presencia tiránica exige crearlo, sostenerlo y alimentarlo de manera continua, es la Verdad que tan decidida y diligentemente buscó por tantos años. La comprensión de que la causa más profunda del sufrimiento es la identificación con la creencia de ser un “yo” y de que ser un Buddha es vivir una vida no condicionada por esta falsa idea, permite afirmar que todos los seres humanos comparten la misma naturaleza incondicionada, es decir, que son Buddhas, pero que no lo ven ni lo saben porque sus mentes están oscurecidas, 6 veladas por sus propias manifestaciones ilusorias, por sus propias creaciones e identificaciones con Mara, por los diversos obstáculos o velos que oscurecen la mente. Buddha duda sobre la posibilidad de compartir con otros su experiencia, de poder comunicarla por medio de palabras que sean claras y comprensibles para los demás. Pero, firmemente convencido de que su experiencia y su descubrimiento son una verdad simple y directa para comprender el significado del origen del sufrimiento y la forma o el camino para superarlo, se decide a comunicar su experiencia tratando de hablar de una manera hábil y adecuada para las diferentes personas que lo escuchan. En numerosas ocasiones, el Buddha dijo: “Lo que yo enseño es una y solo una cosa: el sufrimiento y la cesación del sufrimiento”. Una afirmación un tanto paradójica, pues lo que formula son dos hechos, aparentemente diferentes. Pero, justamente, en contra de la creencia común, Buddha no pretende enfrentar, atacar o rechazar la realidad del sufrimiento. Por el contrario, lo que propone es conocer el sufrimiento propio, observarlo, familiarizarse con él, identificar sus causas, pues, sólo se abandona lo que se conoce. Estudiar el sufrimiento, conocer el sufrimiento, aceptar el sufrimiento son etapas, entonces, necesarias para todo aquel que quiera recorrer el camino que permite llegar al fin del sufrimiento. Sobre esta propuesta se basan todas las prácticas de origen budista en las que la unidad cuerpo-mente se sumerge en la auto-observación, el autodescubrimiento, la auto-liberación de la manera en que el propio Siddhartha lo realizó y que le permitió convertirse en un Buddha viviente. Una verdad sin dogmas, una verdad para experimentar, no para creer. Históricamente se considera que la primera enseñanza formal que el Buddha dio siete semanas después de llegar Despertar a su Liberación interior es la que se conoce como la enseñanza de Las Cuatro Nobles Verdades, la cual hace parte del Dhammacakkappavattana Sutta (SN LVI.11) conocido en español como El discurso de poniendo a girar la Rueda del Dharma. Este primer discurso fue impartido a sus antiguos compañeros de prácticas ascéticas que se habían alejado de él, porque consideraron que había traicionado su compromiso de búsqueda de la verdad. Pero, al encontrarse de nuevo con Siddhartha, francamente transfigurado por la nobleza y profundidad de su experiencia de liberación, aceptan escucharlo. El discurso, que ha terminado por convertirse en la enseñanza central del budismo, refleja la forma no dogmática ni basada en creencias o suposiciones sobrenaturales de ningún tipo que utilizó Buddha para impartir su enseñanza. Repetidamente se ha comparado esta exposición, de manera muy adecuada, con un acto médico, pues, sin duda alguna, esta exposición tiene mucho de la racionalidad que inspira al médico al diagnosticar una enfermedad y proponer un tratamiento: 1. La observación del síntoma o signo de la enfermedad. Al referirse a la Primera Noble Verdad, Buddha dijo: “Ésta, oh monjes, es la Noble Verdad del Sufrimiento (Dukkha, que como se dijo más atrás, no es sólo sufrimiento). El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento, asociarse con lo que 7 no se quiere es sufrimiento, separarse de lo que se quiere es sufrimiento, no alcanzar lo que se desea es sufrimiento. En breve, los cinco agregados (que constituyen al “yo”) son sufrimiento.” 2. El diagnóstico de la enfermedad. La Segunda Noble Verdad la expresó así: “Ésta, oh monjes, es la Noble Verdad del Origen del Sufrimiento. Es el deseo (tanhā en pali, que significa sed, ansias-aferramiento) que produce nuevos renacimientos, que acompañado con placer y pasión encuentra siempre nuevo deleite, ahora aquí, ahora allí. Es decir, el deseo por los placeres sensuales, el deseo por la existencia y el deseo por la noexistencia.” 3. El pronóstico de las posibilidades de curación. La Tercera Noble Verdad afirma: “Ésta, oh monjes, es la Noble Verdad de la Cesación del Sufrimiento (del Nibbana o Nirvana, en sánscrito). Es la total extinción y cesación de ese mismo deseo, su abandono, su descarte, su liberarse del mismo, su no dependencia, el dejar ir.” 4. La prescripción de una receta para el tratamiento de la enfermedad. La Cuarta Noble Verdad, es la instrucción muy detallada de cómo lograr abandonar, dejar ir las causas del sufrimiento, por medio de prácticas que integran diversas esferas de la vida (cognitiva, ética y meditativa): “Ésta, oh monjes, es la Noble Verdad del Sendero que conduce a la Cesación del Sufrimiento. Simplemente este Óctuplo Noble Sendero; es decir, recta (o también hábil, correcta, benéfica, adecuada…) visión, recto pensamiento-intención, recta forma de hablar, recta acción, recta forma de ganarse la vida, recto esfuerzo, recta atención y recta concentración.” Buddha reconoció y vivió en sí mismo la experiencia de la falta de “salud mental” común a todos los seres humanos, experimentó la presencia y las diversas manifestaciones de dukkha y, después de investigarlo en sí mismo, en su propio cuerpo-mente, descubrió su causa y por medio de esta profunda comprensión, soltó, dejo ir el aferramiento, la raíz del apego que es el aferramiento a la ilusión del “yo”. Su interés no era teórico, él no quería construir una concepción del mundo ni del ser, su intención era encontrar un camino para superar el sufrimiento, para curar su enfermedad y la de todos los seres. Su intención queda claramente reflejada en la forma en que le respondió a un monje que le demandaba explicaciones a preguntas filosóficas y metafísicas muy profundas: “Lo que yo enseño es a sacar la flecha”, haciendo alusión a las exigencias inútiles que hacía un hombre herido por una flecha envenenada que se niega a que se la retiren mientras no le expliquen qué tipo de persona lo hirió, con qué tipo de arco le dispararon, por qué razón, de qué cuna era su origen… La Atención Plena, el camino directo para superar el sufrimiento A Buddha, entonces, lo que interesa es que toda persona que quiera abandonar una vida marcada por el sufrimiento, doblegada por la aflicción, por la pena o el dolor de cualquier naturaleza, encuentre un camino para hacerlo. Esto es lo que dice en el Sutra de la Atención Plena (Satipatthana sutta: o Los fundamentos de la atención) al referirse a la práctica que él ofrece: “Éste es el camino directo para la purificación de los seres, para la superación de la tristeza y la 8 lamentación, para la desaparición del dolor y el sufrimiento, para el logro del método correcto y para la realización de lo Incondicionado — en otras palabras, los cuatro fundamentos de la atención.” Entre las diferentes enseñanzas budistas llegadas a Occidente, resulta bastante lógico y natural que sea la presentada en el Sutra de la Atención Plena la que haya encontrado una mayor acogida en el campo de la salud, tanto física como metal. Desde hace unas tres décadas se han desarrollado, especialmente en Estados Unidos, a partir de los trabajos del doctor Jon Kabat-Zinn, practicante budista por muchos años, numerosas aplicaciones y metodologías basadas en la práctica de meditación con atención plena para el manejo del estrés, el dolor crónico, enfermedades degenerativas y terminales, adicciones, depresión, dificultades del aprendizaje, resolución de conflictos y en muchos otras situaciones que comprometen el bienestar y la salud personal y social. El Sutra se desarrolla como un minucioso manual de meditación dividido en cuatro partes. La primera parte orienta al practicante a la observación atenta del cuerpo con el cuerpo; la segunda, a la observación de las sensaciones (tono emocional) con las sensaciones (tono emocional); la tercera, a la observación de la mente (pensamiento) con la mente (pensamiento) y la cuarta, a la observación de las cualidades (procesos) mentales con las cualidades (procesos) mentales. La elección del cuerpo como primer fundamento o elemento del marco de la atención, no es gratuita, y, menos aún, que la respiración, entre todas las funciones del cuerpo sea la primera instrucción descrita. El grado de desconocimiento de sí mismo, el grado de irrealidad en el que vivimos los seres humanos, queda vívidamente reflejado en la desconexión que tenemos con nuestro propio cuerpo, incapaces, la mayor parte del tiempo, de percibir la respiración y hacerla de manera consciente. Cuán fácil es darse cuenta del grado de alteración emocional de una persona con solo observar la forma en que respira. La respiración, como el signo vital por excelencia, siempre está en tiempo presente. La respiración que sostiene la vida no es la de ayer o mañana, es la de ahora. De ahí su potente efecto apaciguador. Para aquel que intenta refrenar el ímpetu de las pasiones que empujan hacia las acciones irreflexivas, respirar profunda y calmadamente puede ayudar a extinguir el fuego que lo acosa. Como quien se aferra firmemente a una cuerda, seguir atentamente la respiración permite que la mente puede enfocarse en el cuerpo, en cada una de sus partes, en las posturas y en los gestos propios. Desarrollar esta familiaridad, esta intimidad con el cuerpo es un paso indispensable en el camino de la recuperación del equilibrio y en la búsqueda del conocimiento de las formas más profundas del apego que crean y soportan nuestro “yo”. Quien es capaz de enfocarse en su cuerpo, de ver y sentir su estado actual, es capaz de soltar, de dejar ir, de relajar muchas de las tensiones y molestias menores que lo agobian. Y este es un primer paso fundamental en el camino de la autoobservación y el autoconocimiento; poder relajarnos nos ayuda a desarrollar confianza en nosotros mismos y en la capacidad que tiene la mente de poder soltar tensiones, liberar bloqueos, simplemente con “ver” dónde se localizan y cómo se manifiestan. 9 De allí el valor extraordinario que tiene para muchas tradiciones budistas, la práctica de la meditación sentado en la postura de Buddha o de Loto, con las piernas cruzadas, la espalda y cabeza erguidas, pues, entre todas las posturas posibles de meditación (en el budismo se acepta que hay otras tres: acostado, parado y caminando) ésta es la postura más elevada, la más valiosa, en la que el cuerpo tiene el mayor estado de equilibrio, de energía y presencia para conocerse y llegar a la liberación. Una mente apaciguada, alerta y atenta, puede continuar observando durante todo el día (cuando la circunstancias lo facilitan), de manera concentrada todas y cada una de las actividades que se realizan con el cuerpo, y reconocer además su naturaleza transitoria y la de cada uno de los órganos y elementos que lo constituyen. En el segundo fundamento o componente del marco de la atención, el que medita sentado, en silencio, alerta, ardiente y atento sin perder contacto son su cuerpo, observa, se concentra sobre el tono de sus sensaciones. La sensación es el segundo agregado o componente de los cinco agregados (skandhas, en sánscrito, khandhas en pali) que en el budismo se proponen como los elementos que constituyen a la persona, al individuo o al “yo”. El primero es la forma o la materia y su presencia depende del contacto que establecemos con ella a partir de nuestros órganos sensorios (ojos, oídos, nariz, boca, piel y un sexto, en el budismo, que es la mente, o tal vez mejor, la corteza cerebral, donde se realiza la actividad de la mente). La sensación que procesamos a partir de este contacto entre nuestros órganos de los sentidos y la materia, puede ser agradable o placentera, desagradable o no placentera, e indiferente o neutra. Ser conscientes de este contacto es definitivo, pues muchas de nuestras acciones dependen de esta valoración simple que nos impulsa a realizar o a rechazar las actividades relacionadas. Y por esta razón, se constituyen en un elemento definitivo en nuestra disposición para el apego, para el aferramiento, para esa actitud tan conocida de buscar, a veces compulsivamente, todo lo que nos gusta y, por el contrario, rechazar o evitar, a veces de formas agresivas, dañinas, lo que no nos agrada, lo displacentero para nosotros. El tercer fundamento o componente del marco de la atención plena es la mente y, aquí, el que medita está atento, observa, se concentra en la mente con la mente, dándose cuenta del estado en que se encuentra, ya sea involucrada con deseos o pasiones, con aversiones, con ilusiones, sueños, preocupaciones, contraída o expandida, concentrada, dispersa, o relajada… Cualquiera que sea el contenido de la mente en el momento presente, la mente del que medita, sin elaborar juicios, sin juzgarse, sin perderse en reflexiones racionales o analíticas, sabe en qué está, cómo se afecta el cuerpo, la respiración y la postura, que tipo de emoción o sensación genera, y por medio de esta observación atenta, puede permitirse no seguir, dejar ir, soltar, para permanecer independiente, no condicionada, libre de cualquier contenido que aparezca en ella. El último y cuarto fundamento se denomina las “cualidades o procesos mentales”, y se denominan así porque a través de la práctica de ellas, de observarlas, de conocerlas por medio de la concentración, el que medita y las realiza se ennoblece y logra la liberación interior, el despertar. Estas cualidades mentales son, por decirlo así, un resumen de la enseñanza budista sobre la creación del sufrimiento. Meditar sobre ellas, estar concentrado sobre ellas, observar con atención cómo se manifiestan en nuestro cuerpo y en nuestra mente, es el camino budista para lograr la salud mental, el abandono del apego, del aferramiento, de las ansias, de la ilusión del “yo”, es decir, de las causas del sufrimiento. 10 Los cinco obstáculos que nos ayudan a descubrir las formas del sufrimiento en nuestras vidas. La primera de las cualidades o procesos mentales, que también son cinco, se denomina los cinco obstáculos. Las otras cuatro son: los cinco agregados, los seis sentidos internos y externos, los siete factores del despertar y las cuatro nobles verdades. Cada una de ellas tiene la suficiente profundidad y poder para orientar nuestra mente en el sentido del conocimiento y comprensión liberadores del sufrimiento. Y no en vano, la primera cualidad mental es la de los cinco obstáculos, pues entre muchas posibles, con esta breve enumeración se hace un resumen muy preciso y orientador de las formas como podemos aprender a conocer, aceptar y superar el sufrimiento en nuestras vidas humanas. Se ha dicho que la palabra obstáculo no es una traducción muy adecuada de la palabra pali nivarana, pues ésta se refiere más a ocultar, velar o impedir una visión clara. Los obstáculos de la enseñanza budista son, entonces, estados de la mente que oscurecen nuestra visión, no exactamente obstáculos que haya que superar, como quien salta por encima de ellos. Aunque en la mayoría de las presentaciones sobre los cinco obstáculos se dice que estos son estados que pueden entorpecer la práctica de la meditación y que estudiarlos, conocerlos es una manera muy adecuada y hábil para identificarlos cuando se presentan y así poder abandonarlos o neutralizarlos, su efecto perturbador no se limita al de los momentos de meditación, sino que se extiende a todo lo largo de nuestra vida. Es por esta razón que he decidido presentarlos como elementos perturbadores de la salud mental, como estados que nos atrapan, quitándonos el bienestar y la tranquilidad interior en cualquier momento de nuestra vida. El primer obstáculo se conoce como el deseo sensual. En un extremo, todo en la vida depende de los movimientos que suscitan los deseos básicos, los deseos asociados con la supervivencia y la interrelación. Sin la sabia realización de los deseos relacionados con la alimentación, el beber, el dormir, el descansar, el aprender, el crear, el trabajar, etc., la vida humana estaría amenazada, constreñida o condena a la extinción. Pero, en el otro extremo, la falta de control de los deseos egoístas, aquellos cuya satisfacción implican lesionar o dañar a los otros, humanos o no humanos, también comprometen nuestra calidad de vida, convirtiéndonos frecuentemente en esclavos de graves trastornos que generan un inmenso sufrimiento en uno y en los demás. Un ejemplo patético es el de las adicciones en cualquiera de sus formas. Incluso aquellas que gozan de aceptabilidad social, al adquirir un carácter compulsivo, irrefrenable, se vuelven francos trastornos mentales que ponen en peligro la vida de quienes los sufren e incluso de los que los rodean, como sucede con la adicción a las drogas, al alcohol o, incluso, al cigarrillo. Las ansias incontenibles de la adicción, marcan una clara diferencia con respecto a la satisfacción de un deseo simple relacionado con el hambre o la sed. No es un asunto moral que define qué deseos son buenos y cuáles malos. Es un asunto estrictamente práctico, que propone valorar los deseos en términos de deseos hábiles, sabios, útiles para la salud mental y los que no lo son. Dado que para la satisfacción de los deseos que nos generan ansías se invierte una gran cantidad de energía mental maquinando su realización, es importante reconocer uno de los efectos más 11 deletéreos en el ser humano que consiste en “perturbar nuestra habilidad para permanecer presentes” por la dispersión mental que nos genera el pensamiento fantaseante. Buena parte de nuestro sufrimiento surge de esta desconexión, que nos impide vivir a plenitud en el aquí y el ahora, al tiempo que nos facilita o empuja a cometer innúmeras acciones inhábiles o equivocadas. Vivir perdidos en nuestra mente, atrapados por pensamientos relacionados con los objetos de nuestros deseos o con las historias con que los recreamos, no solo nos roba la energía necesaria para estar presentes en la meditación sino que nos impide descubrir y reconocer con claridad cuáles son nuestras verdaderas necesidades, o cuáles son los vacíos o traumas profundos que no hemos sabido encarar ni resolver. Por otro lado, la carga de deseos y la intensidad de los mismos, nos impone un riesgo grande de vivir expuestos a la frustración y a la insatisfacción generadas por la imposibilidad de su realización, ya sea por causas externas o internas. ¿Cuánta de la violencia social, de la agresión cotidiana, doméstica, no se relaciona directamente con esta enorme carga de frustración que muchos seres humanos acumulan en sus vidas? Frustración tanto por lo no realizado, como por la vergüenza de lo realizado de manera inapropiada. El deseo y la codicia van de la mano. En una sociedad en la que el consumo es manipulado por razones económicas, políticas e ideológicas, el deseo es una herramienta de poder y dominación invaluable. Por esa razón, en otra clasificación budista que se conoce como Los Tres Venenos que se definen como la causa directa de las enfermedades humanas, la codicia es el primero, seguida por la ira o la rabia y la confusión o la ignorancia. Como buenos hijos de nuestra sociedad occidental capitalista, el tema del deseo y la codicia es crucial en cualquier proceso de liberación. No sólo por lo que podemos aportar al comprenderlos y aprender a orientarlos de una manera sana en la construcción de una sociedad más sabia y justa, sino y ante todo por lo que tiene que ver con nuestra propia salud mental. El segundo obstáculo es la aversión o mala voluntad, en el cual se pueden incluir el enojo, el rechazo, el fastidio, la rabia, la hostilidad y muchas otras manifestaciones de la actitud negativa de evitar lo que no se desea, lo no placentero, lo desagradable. Es propio de la naturaleza de la mente este comportamiento dual, oscilatorio, que pasa de un extremo a otro. No pocas veces, la aversión, el rechazo encubre el deseo no confesado por el objeto que se imputa o rechaza. La aversión es una forma bastante extendida de aglutinación social. Es el caso de muchas de las formas de discriminación y racismo. Nos sentimos fuertes, con sentido de pertenencia, plenamente justificados, cuando estamos con otros que rechazan y odian las mismas cosas que nosotros también odiamos. Demasiadas historias recientes y muy bien conocidas dan cuenta de este mecanismo de cohesión social que tanto dolor y sufrimiento han traído al planeta entero. La aversión es un mecanismo de defensa, es una coraza que aprisiona pero que protege al “yo” del miedo, la vergüenza o un malestar no identificados. Siempre que la aversión está presente, sea cual sea su forma de manifestarse, se asocia con el sufrimiento, tanto del lado de las víctimas potenciales o efectivas, como de los victimarios que generalmente actúan con una visión oscurecida e incapaces de controlar el ímpetu de sus pasiones destructivas. 12 Identificar, reconocer, observar la presencia en nuestro cuerpo y en nuestra mente tanto del deseo como de la aversión, es un primer paso en la recuperación del equilibrio y del bienestar asociados con la salud mental. Lo que es urgente para el meditador, también es necesario en el mundo social, donde los efectos de ambos ocasionan tanto daño. Parte de la metodología de la atención plena, secularizada y puesta al servicio de todos los seres humanos, sin referencia visible con su origen budista, es posiblemente una de las herramientas más útiles y sabias para ayudar a superar los efectos de ambos obstáculos que oscurecen la mente humana. Sobra decir, que esto es altamente deseable en nuestro país donde la aversión sigue ocupando un papel tan preponderante a nivel social y político y en el que la codicia ha deteriorado de manera tan notable todas las capas sociales. El tercer obstáculo se conoce como la pereza y el letargo. Con frecuencia un estado de apagón energético, de desánimo completo, de parálisis vital, que puede surgir de la frustración, o de la caída del deseo o la aversión. A los dos primeros obstáculos se los ha comparado con la “cafeína del alma”, pues mientras están presentes, ambos generan una gran motivación para la acción. La “bipolaridad” como trastorno psiquiátrico bien conocido, tiene un polo depresivo en el que la adinamia y el adormecimiento, pueden llegar a extremos insospechados. La pereza y el letargo pueden asociarse a juicios y creencias relacionados con la autoimagen. Un sentimiento de minusvalía con respecto a sí mismo, o cuando se tiene la idea de que el propio “yo” no tiene suficiente reconocimiento o participación, a menudo se asocia con la aburrición y, cuando la mente se entrega a la aburrición, la desmotivación y el adormecimiento se establecen. También puede ser fruto de la complacencia, como cuando se come mucho, se toma demasiado, se ingiere demasiado dulce o se está rodeado de mucho confort material. Pero también la falta de sueño adecuado o el exceso de tensión o preocupación, pueden agotar nuestras energías. Es importante distinguir entonces entre las formas asociadas al cansancio físico, que se pueden recuperar con medidas relativamente simples (dormir o descansar adecuadamente), de la pereza y el letargo asociados a situaciones sicológicas deteriorantes como el abandono, la desesperanza, la falta de autoestima, el maltrato o las frustraciones profundas, que quizás requieran una observación más atenta e, incluso, ayudas terapéuticas específicas. El cuarto obstáculo hace pareja con el anterior: la agitación y la preocupación. La presencia de este obstáculo se ha comparado con la superficie de un estanque que es golpeado por el viento levantando numerosas olas que hacen imposible ver las imágenes reflejadas en su superficie. En los últimos años se han vuelto comunes en los medios de salud los trastornos de ansiedad y pánico en los cuales se viven experiencias supremamente dramáticas de amenazas inminentes para la vida sin que correspondan a una situación “real” de urgencia médica. Cuando los pensamientos y sensaciones obsesivas que aparecen en la mente se vuelven ingobernables, se crea un estado de dispersión y distracción como un mono brincando de un lado para el otro, incapaz de aquietarse. A nivel físico también se puede percibir como un monto de energía rebotando por todos lados dentro del cuerpo como una pelota de caucho en una pequeña habitación. La preocupación puede estar relacionada con hechos del pasado que nos siguen atormentando en el presente en forma de remordimientos o como la inquietud atormentadora por un futuro imaginario. 13 El último obstáculo es la duda. La palabra duda viene del verbo dubitare, vacilar entre dos cosas, no determinarse. Aunque la duda como elemento de reflexión e investigación racional ofrezca un soporte firme para el desarrollo del pensamiento científico y de muchas de las actividades sociales, no sucede lo mismo con respecto a las decisiones que constantemente tenemos que tomar en el transcurrir de nuestra vida interior donde la confianza en nosotros mismos y en nuestras elecciones hábiles y sabias es fundamental. Justamente, la capacidad de decidir, de tomar partido, de actuar con libertad y autodeterminación, es otra de las características razonables para definir el buen estado de la salud mental. Esto es especialmente evidente cuando se refiere a la decisión de tomar o dejar ciertos hábitos nocivos para la vida, por ejemplo, o cuando se requiere de la determinación y el esfuerzo necesario para seguir con firmeza un camino elegido. Aunque detectar cuándo se está atrapado por la duda no es fácil, quizás sea útil aprender a identificarla en las tensiones físicas que nos genera o en el tipo de pensamiento discursivo que la acompaña que pueden interferir con nuestras decisiones y actividades. Poder etiquetar la duda como “duda” y ser capaz de tomar la suficiente distancia de ella, al “poner en duda la duda”, puede liberarnos del efecto paralizante que de forma habitual produce en nuestras vidas. Cómo trabajar con los obstáculos para superar el sufrimiento. Todos los seres humanos, en mayor o menor grado, tenemos que enfrentarnos con fuerzas metales que oscurecen nuestra capacidad de ver con claridad, de pensar sabiamente y de actuar de una manera provechosa que contribuya con el bienestar propio y ajeno. Estas fuerzas que oscurecen, que velan nuestra mente, llamados obstáculos en la enseñanza budista, están en capacidad, como lo acabamos de ver, según su intensidad y de acuerdo a las condiciones y factores tanto internos como externos que las favorezcan, de generar severos trastornos mentales. Pero, aunque no lleguen al punto de ayudar a producir una verdadera enfermedad mental, su presencia, generalmente, siempre termina por asociarse con una pérdida de la calidad de vida, del bienestar, de la paz y del equilibrio interior. Tanto para los que se ven afectados por verdaderos trastornos mentales, como para los que simplemente son víctimas de esporádicos estallidos emocionales o de la insistente presencia de estos obstáculos que nos conducen a veces a situaciones ingobernables, poder conocer y enfrentar estos obstáculos de una manera sabia, amorosa y creativa es la oferta inapreciables que el Dharma budista continúa poniendo al alcance de nuestras manos desde hace más de 2600 años. Lo que la práctica de la meditación con atención plena propone con respecto a los obstáculos no es evitarlos, juzgarlos o descalificarlos de ningún modo, sino asumirlos como valiosas oportunidades para conocerse a sí mismo. Durante la meditación, lo importante es identificar cómo cualquiera de ellos se manifiesta en la respiración – bloqueándola o acelerando su ritmo–, cómo afectan el cuerpo –produciendo tensiones musculares o rigideces en la postura–, qué tipo de emociones los acompañan y qué formas de pensamiento se asocian con ellos, no para seguirlos, para perderse en la fabricación de pensamientos discursivos, sino simplemente para observarlos, y dejarlos ir. Con la fuerza de una verdad conquistada, la exclamación de Buddha al 14 llegar al Despertar: “¡Mara, te veo!”, es la consecuencia natural de una observación paciente, firme y continua de nuestra realidad tal como cualquiera de nosotros podemos conocerla a través de nuestro propio cuerpo-mente. En estados de agitación profundos, de ansiedad extrema, quizás sea imposible lograr calmar la mente para que sea capaz de refrescarse y reposar siguiendo la respiración. Pero con un entrenamiento adecuado, como se ha descrito en diversos estudios que se han hecho en el manejo del estrés, ocho semanas de entrenamiento continuo, con una hora en promedio de meditación diaria, han ayudado a que muchos personas aprendan a manejar su ansiedad y a controlar la aparición de las crisis de pánico con una mayor aceptación y visión real de su trastorno. Pero la práctica budista no es una mera propuesta terapéutica, aunque en cierto nivel esta sea una gran oportunidad para cualquiera que necesite asumirla de esta manera. El hecho de que estos obstáculos estén presentes en todo el mundo, de que todos podamos conocerlos mediante la práctica de la atención plena, refuerza la oferta del Dharma budista con respecto a que serán siempre una oportunidad excepcional y directa para estudiarse a sí mismo, para conocerse de la manera más íntima, condición previa para cualquier liberación. La preocupación de Siddhartha por el sufrimiento se convirtió en el centro de su búsqueda personal. Al tomar la determinación de encontrar un camino que le ayudara a comprender el sentido, el origen y la posibilidad de superar el sufrimiento, finalmente esto lo condujo a realizar la experiencia del Despertar, de la Liberación Interior y convertirse en Buddha. Fue esta experiencia el núcleo vital de su enseñanza, del Dharma budista el cual trasmitió personalmente por casi 50 años. Consciente de que sus palabras y enseñanzas no son más que el dedo que señala la luna, nos quiso dejar como su legado la fe y confianza plena en que todos los seres humanos por medio de la autoobservación, del conocimiento directo y personal del sufrimiento que encarnan, siguiendo el Noble Sendero podrán realizar también el Despertar, la liberación de toda pena y aflicción. ¡Todos los seres humanos, aunque no puedan verlo debido a la presencia de los velos que oscurecen su visión, son Buddha! Referencias: 1. 2. 3. 4. 5. The Heart of the Buddha´s Teaching, Thich Nhat Hanh, 1998, BROADWAY BOOKS, New York. El cerebro y el mito del yo, Llinás Rodolfo, Editorial Norma, 2002, Bogotá. http://es.wikipedia.org/wiki/Cuatro_nobles_verdades http://www.acharia.org/downloads/las_cuatro_nobles_verdades.pdf Diversos artículos de Gil Fronsdal que se pueden consultar en: http://www.insightmeditationcenter.org/books-articles/articles/ 6. http://www.accesstoinsight.org/tipitaka/sn/sn56/sn56.011.than.html: Dhammacakkappavattana Sutta: Setting the Wheel of Dhamma in Motion (Poniendo a girar la Rueda del Dharma). 7. La Práctica de la Atención Plena, Jon Kabat-Zinn, Editorial KAIROS, Barcelona, 2007. 8. Satiptatthana sutta: Los fundamentos de la atención. Traducción al inglés de Thanissaro Bhikkhu. Las numerosas traducciones del pali y escritos de este autor norteamericano, monje Theravada, se pueden consultar en http://www.accesstoinsight.org. 15